¿Cuál cree usted, amable lector, será el venezolano más conocido en el mundo de la Tauromaquia Universal?
Según nuestra experiencia, por lo visto y comentado, no tenemos duda alguna en estos momentos de constricción, debe ser un fotógrafo: Golfredo Rojas.
Más allá de los toreros, matadores de toros y novilleros, de los ganaderos, periodistas y empresarios, no vemos otro venezolano con tanta presencia en los diversos, diferentes y distintos escenarios de los toros como éste gocho trotamundos de la cámara fotográfica, embajador de lo más sano y menos comprometido de la afición venezolana.
Golfredo ha cubierto con la fotografía la fiesta de los toros, desde hará cosa de 40 años. Presente en eventos importantes en las ocho naciones taurinas donde la tauromaquia es parte intrínseca a la cultura a los pueblos que integran la fiesta española de los toros, de la misma forma que se integró el castellano como idioma.
Golfredo se inició temprano en el mundo taurino penetrando por una rendija, siendo apenas un párvulo que se iniciaba con las cartillas del abecedario y emborronando pizarrones en el barrio La Parroquia a las corridas que organizaba su abuelo, José María Marquina, los días patronales conmemorado con festejos taurinos la celebración en el vecindario, que más tarde y en el correr del tiempo, se convertiría en un populoso barrio, importante política la histórica ciudad universitaria.
Fruto de las raíces del pueblo y de esfuerzo de la nación que crece en la sierra andina de Venezuela.
Inició Golfredo Rojas la ruta como ayudante de su abuelo quien le sembró su vocacional entusiasmo desde el interior de la fiesta. Hablaba el abuelo de las cosas de los toreros. Echaba cuentos, mientras apuraba un buen trago de mistela inspirándose para referirse a la fantasía en la que convertían la tauromaquia aquellos espadas criollos, hombre de pueblo, que cruzaban montes de la sierra andina.
Golfredo se unió al grupo. No lo hizo como torero, tampoco como periodista. Lo hizo desde el primer día como fotógrafo, por insinuación de Ángel Luis Omaña y de Santiago Duarte, el hijo del famoso Papa Duarte director del semanario Toros y Deportes. Aunque le invitaron a escribir, como ellos lo hacían, prefirió el lente y la cámara.
En 1977, cuando la temperatura de la fiebre taurina sube en Golfredo, Curro Girón y Celestino Correa lideraban el escalafón de la temporada como defensores de la torería criolla ante el mexicano Manolo Martínez, los españoles Paquirri, El Capea y Manzanares que completaban los carteles de importancia aquella temporada nacional.
Mérida, su Feria del Sol, entonces de muy importante e influencia en Golfredo, su Feria del Sol con César Faraco y Bernardo Valencia como líderes criollos de la baraja nacional.
Aquellos años creció la afición en el ánimo de Golfredo. En enero de 1982, se estrenó como fotógrafo taurino en Maracay. Fue ante una corrida de Los Aránguez que enfrentó en el cartel a Morenito de Maracay con Tomás Campuzano y el debutante Víctor Mendes.
Golfredo no tenía laboratorio. Recurría a “Pimienta”, su colega, para revelar en blanco y negro. “Pimienta”, tenía un negocio de fotografía en Puerto Cabello y fue “Pimienta” fue quien le prestó la cámara de fotografía. Además de instruirlo en el manejo de la cámara lo hizo en los primeros pasos del revelado en blanco y negro y papel.
Golfredo pasó toda la noche y parte de la madrugada trabajando las fotos que hizo de su primera corrida de toros. Muy temprano se encontró en el Hotel Maracay con Luis Álvarez, apoderado de José Nelo . Conoció al célebre personaje por recomendación de Joe Díaz, el fotógrafo de la cámara sin rollo.
Golfredo ilusionado le mostró a Luis Álvarez su trabajo: 15 fotos. Luis rechazó 14, pero le dijo: “De esta quiero dos docenas”.
No sabía cuánto se cobraba, y Joe Díaz desahogado le recomendó “Mira vale, cóbrale 300 bolívares pordocena”.
El apoderado, entusiasmado con una foto en particular, le encargó dos docenas de la foto “… que Morenito no tiene”. Le dio Luis a Golfredo 600 bolívares que Golfredo no había visto juntos en su vida.
Más tarde ocurrió algo parecido con Ortega Cano. Fue producto de la colocación, en el Nuevo Circo. Es la célebre foto de Ortega Cano en un céle bre desplante mordiéndole la punta de un pitón a un toro. Aquella foto le dio mucha fama y la vuelta al mundo, según Ortega Cano, a nuestro entrevistado. Engordó su capital y, en especial, proyectó su ambición profesional animado por mozos de espadas se animó viajar a Colombia, a la Feria de Cañaveralejo en Cali.
En Cali fue amparado por un gran personaje de la fiesta, el periodista Curro Fetén gracias al que se le abrieron las puertas de las empresas colombianas para el tema de la acreditación. Curro Fetén y Joselillo de Colombia primero, más tarde Jaime Arango cubriendo toda la temporada hispano neogranadina que entonces era muy importante.
De Colombia se atrevió, más tarde, cubrir las temporadas en Acho e Iñaquitos, el Perú y Ecuador donde aumentó la lista clientelar y la libreta de amistades. Aquello, su amistad con colegas españoles, mozos de espadas le animó pegar el salto y cruzar el Atlántico para de una vez cubrir la temporada española.
Llegó a Sevilla y por su cuenta se registró en una posada en la Calle de Sierpes. Apenas dejó el equipaje apareció a mitad de calle su amigo El Bahía, célebre “reventa” que había conocido en sus viajes a Colombia. El Bahía le preguntó dónde se hospedaba y cuánto pagaba. Le dijo que 60 euros la noche. Encolerizado El Bahía o tomó por el brazo a Golfredo y lo llevó a la pensión. El resultado fue que se redujo a 30 euros la pensión y, además, y le regaló boletos para los toros en la Maestranza.
Años más tarde siendo Manolo Chopera empresario de Las Ventas, logró Golfredo le acreditaran donde se colocaban algunos fotógrafos: a mitad del tendido. Chopera, vigilante, se sorprendió al verle en barrera. Barrera del Tendido 10, en Las Ventas, muy cerca a los grandes y entendidos aficionados. Tal vez demasiado cerca del Tendido 9 donde entonces se colocaba la tropa de Navalón para en claque expresar en alta voz las consignas del periodista.
Había Golfredo conseguido sentarse en tan privilegiada barrera, que costaba 500 euros. Manolo Chopera sabía que su amigo venezolano le mintió cuando le preguntó dónde y a quien le había comprado la entrada. Chopera sabía que nuestro amigo no tenía como darse ese gusto. Don Manuel no se tragaba lo que le dijo Golfredo.
Don Manuel, “es que hemos hecho buenos amigos entre los acomodadores…”
Chopera, generoso con el venezolano, le dio un pase abierto de barrera en el Tendido 10 de Las Ventas.
Cano, Jesús, Moratalla, entre los mejores lentes taurinos de la historia, hicieron de maestros de Golfredo cubriendo festejos viajó a Francia, fue a Nimes acreditado por Simón Casas, entró por la puerta grande del Coliseo.
En Bilbao, Canito lo reprendió. Lo hizo con mucho cariño regañándole: “¿Eres acaso en que firma las fotos con una “G”? …Pues nos has arruinado la vida. Ahora debo reevelar la mitad de las fotos a color, y las otras en banco y negro.
Es que Golfredo Rojas fue el introductor de la fotografía a color en la fiesta de los toros.
Hubo temporadas en las que Golfredo Rojas ha trabajado como fotógrafo en un año en todas las naciones taurinas del orbe, además de los Estados Unidos: Francia, Portugal, España, México,Perú, Ecuador y Colombia donde aquel párvulo de La Parroquia es recibido por sus amigos sembrados por el mundo como si estuviera en su propia casa.
Aprovechamos para preguntarle que, habiendo visitado tantas plazas y tantos países, cual de todas han sido sus plazas preferidas.
- La plaza, la Maestranza de Sevilla en España y Manizales en América.
La tarde más completa: “La tarde de José Tomás en Nimes.
Toreros favoritos: Enrique Ponce, Morantes de la Puebla, Manzanares padre y en un rango especial el maestro Antoñete, como persona y como torero.
No cree Golfredo Rojas que triunfen en Venezuela los antitaurinos, “han cogido cancha porque están unidos y encuentran los medios abiertos para sus campañas… La respuesta y defensa está en la unión. Taurinos, hombres y mujeres, deben luchar por la libertad. Creo en Maracay, también en que el Nuevo Circo se recuperará, lo mismo que la Monumental de Valencia. Todo si somos capaces de unirnos, pararnos de frente y pelear por lo que nos pertenece.”
Lo anterior responde paciente lector, a la pregunta “¿Cuál es el venezolano más conocido por los aficionados a los toros en el mundo de la Tauromaquia Universal?”
El cucuteño Sebastián Vargas toreará nuevamente en el Perú. Lo hará el 7 de agosto en Palca, Provincia de Tacna, ubicada en el Departamento de Tacna.
Lidiará toros de «Camponuevo» , encaste Domecq con el español Javier Castaño y el peruano Luis López.
Se disputarán el Escapulario de Oro » Santo Domingo de Guzmán «.
LA GANADERÍA
La ganadería se incrementó con ejemplares de Santa Ana, sangre Torrestrella y Jandilla, esta última a través del semental Dormilón que le cediera su hermano el ganadero Roberto Puga, para derivar hacia lo que actualmente mantiene, pura línea de encaste Domecq, por un lado vía la ecuatoriana de la familia Cobo, procedencia Jandilla; y por otro con reses nacionales de procendecia Torrestrella, aportándoles ese temperamento que caracteriza a sus pupilos.
Dos mexicanos confirman alternativa en Nimes : el sorprendente Isaac Fonseca y Leo Valadez. Pero el fuerte es Roca Rey que justamente tomó la alternativa en esa plaza francesa en el 2015 con Ponce y Juan Bautista.En el campo de las novilladas estará Lalo de Maria el hijo de Maria Sara que tiene buen cante pues gran maestro le acompaña en ese camino.
La feria de la vendimia va del 16 al 18 de septiembre.
LOS CARTELES
Viernes, 16 de septiembre. Toros de Robert Margé para Leo Valadez -que confirmará alternativa-, Adrien Salenc y El Rafi.
Sábado, 17 de septiembre. Novillada picada matinal. Novillos de Pagès-Mailhan y Ave María para Diego García, Christian Parejo y Lalo de María.
Tarde. Toros de Victoriano del Río para Juan Leal, Andrés Roca Rey e Isaac Fonseca -que confirmará alternativa-.
Domingo, 18 de septiembre. Toros de Fuente Ymbro para Paco Ureña, Daniel Luque y Álvaro Lorenzo
El novillero colombiano resultó triunfador en la corrida celebrada en Mocha , Ecuador
Se lidiaron toros de Orbes, ganadería colombiana que pasta en Nariño, de origen Domecq que dieron en general gran juego y que lleva con tanto acierto don Ricardo tras la muerte de su progenitor un ganadero con mucha intuición.
Vega, novillero que ha ido afinando su tauromaquia cortó una y en el otro indultó.
Intervinieron el matador ecuatoriano Juan Francisco Hinojosa y Mariano Freire.
Del encierro destacaron el primero de Mariano Freire, el segundo de Vega y el primero del matador Hinojosa.
Una hermosa escultura de San Juan Bautista le fue entregada a José Luis de Vega como triunfador del festejo.
Dato curioso. Qué es Mocha, el nombre del pueblo donde se celebró la corrida : Mocha se deriva de la palabra Mochica “Mochoe” cuyo significado es adoratorio, se cree que este nombre se debe al Monasterio de las Vírgenes del Sol que existió en la cima del cerro Puñalica, al llegar los Incas a esta zona del país decidieron kichuizar el nombre haciendo referencia a la palabra Mucha
Se puede contribuir a una causa por acción o por omisión. En México, el posicionamiento de la fiesta de toros en la escena pública le debía mucho a su difusión mediática, que obedeció sin duda a la constante demanda de lectores y anunciantes ávidos de noticias y debates sobre el mundo del toro. Para satisfacer ese interés se fue desarrollando en prensa, radio y televisión un variopinto elenco de especialistas –cronistas, comentaristas, locutores, fotógrafos, camarógrafos, publicistas– cada vez más nutrido y mejor dotado de conocimientos, calidad y capacidad creativa. Eso, que palpaban hasta los no aficionados, servía para ir sumando adictos a la fiesta e infiltraba con los pormenores del acontecer taurino a la sociedad en su conjunto. Un dinamismo que abarcó la casi totalidad del siglo XX, pero se fue desvaneciendo hasta derivar en la situación actual, con la fiesta recluida en un coto cada vez más cerrado, y prácticamente ausente de la escena pública del país.
Abandono mediático. No cuesta ningún esfuerzo comprobarlo: para los medios en general la tauromaquia no existe. O sí, pero sólo si se trata de airear manifestaciones en su contra, así no pasen de docena y media los protestantes, armados con sus consignas consabidas y sus pancartas de costumbre. Tampoco tienen inconveniente en conceder sin restricciones tiempo y espacio para hacerles complacientes entrevistas a los antis, a diferencia del poco o nulo que se nos dispensa a quienes defendemos lo nuestro.
Si uno intenta saber los porqués de ese trato tramposamente parcial, la respuesta, cuando llega, no rebasa la cantinela del “son políticas editoriales”. Y a falta de explicaciones convincentes, los aludidos suelen colgarse del tema económico: los toros no dan sino restan clientela; los posibles patrocinadores nada quieren saber ya del tema. Esto último debe ser verdad, pero inducido por lo primero que nunca probaron. Porque lo que impera entre los millonarios propietarios de medios tradicionales en nuestro país es el miedo a “quemarse”. Recalentado en las redes por la oposición y abandonado el espacio mediático por los taurinos, el miedo es tan contagioso como cualquier epidemia que se respete.
Se me dirá que tenemos a nuestra disposición buenos portales taurinos en internet y permanente acceso a las redes sociales. Y sí, se trata de un recurso que el aficionado no desdeña, pero que nos confina aún más en un gueto al que sólo se accede por interés individual, alejando aún más los toros de toda esa masa social que antes, queriéndolo o no, vivía inmersa en una atmósfera donde nunca faltaba la temática taurina, esa “pasión nacional” que reconocía como tal hasta Carlos Monsiváis, antitaurino nato donde los haya, y, por lo mismo, en lucha de antemano perdida contra la corriente mayoritaria. Hasta sus íntimos Cuevas y García Márquez, Salvador Elizondo, Alberto Gironella, Fernando Gamboa y Alí Chumacero, taurófilos todos, le llevaban la contraria. Y por supuesto, más pronto que tarde tuvo que recluir su taurofobia en el clóset.
Añoranzas. Tengo para mí que el público de la Plaza México, el que en aquellas décadas del 60 y del 70 me enseñó a ver toros –de consuno, claro, con familiares y amigos para mí inolvidables–, debía buena parte del maduro desarrollo de su sensibilidad taurina y su muy competente criterio a la presencia cotidiana de un elenco de escritores y cronistas a cual más interesante. Y cuando insisto en que poco o nada tienen que ver con aquella competente afición los escasos curiosos que cada tanto “vacían” actualmente la México (“la vaciaban”, dijo el otro, recordando el infausto dictamen de don Jonathan Bass Herrera, juez federal convencido de las bondades de la censura), quizá estoy omitiendo que los villamelones de ahora se mueven a tientas, huérfanos de la variedad y exuberancia del variado abanico de narradores y comentaristas con los que coincidíamos o nos peleábamos, luego de leer sus crónicas de cada lunes tras no perdernos detalle de aquellas transmisiones que sirvieron de solaz y orientación a tanta gente en todos los rincones del país, pues no había mejor manera de pasar las tardes de domingo que delante del televisor –o el aparato de radio–, con el oído atento a los relatos de Pepe Alameda o Paco Malgesto, habituales no sólo en cosos de la capital sino en las plazas de los estados que engalanaban con corridas de postín sus fechas más señaladas.
Cultura y autoestima. Si es de llamar la atención la progresiva pérdida del espacio mediático que nuestra fiesta tuvo siempre, más debería sorprender la inhibición de taurinos y aficionados ante semejante despojo, y a la forma en que tal anomalía se ha venido normalizando a lo largo de este siglo. Puede que tenga que ver con el abandono masivo de la conversación dialogada que antes nos nutría y, desde luego, con una alergia generalizada a la lectura, reemplazada por el ruido insustancial de las redes y redistas de ahora. Pero denota por lo menos descuido de nuestra parte, en particular de los aficionados que tuvieron la fortuna de vivir la situación anterior.
Por eso, cuando taurófilos amigos hablan de defender la fiesta de la violencia extrema de sus globalizados impugnadores y su ingente legión de fans donde compiten a odiarnos lo mismo el ingenuo que el taimado, lo único que se me ocurre sugerir es el cultivo de la cultura taurina, tan vasta y querida como olvidada. Habría que utilizarla para ejercitar una taurofilia beligerante, resueltamente opuesta al silencio vergonzante de algunos o la alharaca repetitiva que brota aquí o allá como recurso desesperado. Bastante hemos cedido ya en el marco concreto de la corrida, soportando sin rechistar la degradación representada por el bofo, soso y mocho post toro de lidia mexicano, y el escandaloso entreguismo empresarial a figurines foráneos, paralelo a su estúpido desdén por los toreros nacionales, condenados a servir de comparsas de aquellos y a no poder pasar de eternos proyectos de figura.
Sería bueno convencernos de una vez por todas de que no hay mejor defensa de la tauromaquia que ella misma en cuanto tradición y patrimonio, arte, rito y espectáculo. Y que para restituir nuestra autoestima de aficionados no hay mejor camino que reaprender su historia, justipreciar sus valores y devolverla a su legítimo lugar, que es la escena pública con su aliento democrático de mejores tiempos, no el gueto elitista donde unos cuantos resistimos como podemos la avalancha antitaurina que se nos viene encima.
Como el tema mediático da para más, continuaremos abordándolo.
Pamplona y los nuestros. Leo en el Diario de Navarra que el espada mexicano con mayor participación en los sanfermines –10 corridas toreadas–, fue Fermín Espinosa “Armillita”, tocayo del santo pamplonica. Y me extrañó que, esta vez, la Casa de la Misericordia incluyera en su cartelería a tres mexicanos: Isaac Fonseca, Joselito Adame y Leo Valadés. No era lo usual. Faltó en cambio Luis David, el último que por allá tocó pelo (13.07.19).
Isaac se alzó con la mayor cosecha del ciclo, nada menos que cuatro orejas en la novillada inaugural en otra demostración de su contagiosa alegría, seco valor y poderoso torerismo. Lo pusieron al lado de dos chicos que habían triunfado en San Isidro –Jorge Martínez y Álvaro Alarcón—pero ni sombra le hicieron al moreliano, que cuajó memorablemente al novillo “Soñador”, de Ganadería de Pintxa. La salida en hombros fue clamorosa.
También Leo Valadez abrió la puerta grande. Ese día –domingo 10—, con una gran corrida de La Palmosilla y público muy a favor compartieron la apoteosis Rafaelillo (tres orejas), Manuel Escribano (dos orejas y vuelta) y el propio Leo (doble trofeo en su primero). Fue el hidrocálido el mismo torero fogoso y templado que tan buen sabor dejó por mayo en Madrid. Y era apenas su segunda corrida del año en plazas europeas.
Lo de Joselito Adame merece analizarse. En el año lleva toreados por allá cinco festejos, y tanto en Burgos como en Soria se llevó los trofeos al triunfador de la feria. Su gesta de San Isidro todavía se recuerda. Y se trata del espada mexicano más cuajado, completo y responsable de la época. ¿Por qué, entonces, los empresarios españoles, tras una década de triunfos incontestables en aquellas plazas, le reservan los carteles más fulastres de cada ciclo, con alternantes de tercer o cuarto nivel y encierros para desesperados?
En el caso concreto de Pamplona no sé quién le habrá firmado esa única corrida con toros de José Escolar y dos compañeros de terna para saber de los cuales hay que ponerse a bucear en las profundidades del escalafón. Naturalmente, los escolares salieron a cazar toreros. Naturalmente, Joselito se mantuvo en su sitio, maduro y sereno ante la adversidad, pudiendo con ellos. Pero, naturalmente, no hubo triunfo ni nada que se le parezca. “Silencio en ambos”, reza la ficha, haciendo poca justicia a la valentía sin alardes del hidrocálido. Pero menos justicia se hace a sí mismo José aceptando semejante trato. Sin excluir su parte de culpa, habrá que palpar de pies a cabeza a quién o quiénes lo están haciendo tragar paquete por aquellas tierras, mientras en la nuestra aceptamos como buenos y les alfombramos el piso hasta a notorios segundones. Nada más hay que revisar, para no ir lejos, la cartelería de cualquier feria de Aguascalientes a lo largo de este siglo.
Por lo demás, Roca Rey sigue arrollando para desesperación del chauvinismo rampante, el estado de gracia de Morante no requiere del toro de la ilusión ni la venia de los feriantes, El Juli permanece en su sitio y los presidentes siguen maltratando a Daniel Luque. Y primó el triunfalismo, lo que bajo las circunstancias actuales no tiene por qué tomarse a mal.
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