Día: 10 de abril de 2025

El escritor Javier Marías y un texto revelador : Los enemigos de las corridas resultarían los exterminadores de animales

Es un artículo de Javier Marias, el autor de novelas como » Los demonios del lobo » y «Mañana en la batalla piensa en mí’. Medio siglo contempla la trayectoria de Javier Marías como escritor, ensayista y traductor. Desde su debut con ‘Los dominios del lobo’, en 1971, ha escrito 16 novelas, y también varios volúmenes de cuentos y ensayos, entre ellos dos estudios sobre las obras de Faulkner y Nabokov, dos de sus grandes referentes. Laurence Sterne, Joseph Conrad o John Ashberry son algunos de los autores que ha traducido; fue premio Nacional de Traducción en 1979. 

Mi maestro Alcalino me hace llegar un articulo del novelista en el que aborda el tema de la tauromaquia desde una singular perspectiva :

Resulta desalentador comprobar cómo el franquismo, o su espíritu dictatorial,
sigue habitando entre nosotros, en nuestra sociedad y en nuestros demagógicos
políticos. A todo el mundo se le llena la boca hablando de la libertad de
expresión, pero casi nadie tolera que se le lleve la contraria, ni, aún más grave,
que exista lo que, según cada cual, no debería existir.

La próxima ley antitabaco, por ejemplo, de la que hablé hace unos meses, impide que existan locales en los que se reúnan los fumadores, en vez de aconsejar a los enemigos del humo que
se abstengan de frecuentarlos, lo mismo que está vedado el acceso a los casinos
y a los bares de topless, supongo, a los menores de edad, o que la mayoría de los
heterosexuales procuran no entrar en sitios de ligue gay, porque allí nada se les
ha perdido. Esa ley de Zapatero y Jiménez equivale a suprimir los lugares
mencionados por si acaso a quien no le gustan se le ocurre meterse en ellos.
Dicho sea de paso, mi artículo sobre dicha ley me costó, entre otros reproches,
una ruin carta de la Presidenta de Nofumadores.org, en la que insinuaba que
quizá yo cobraba de las compañías tabaqueras. De nuevo el espíritu totalitario: si
alguien no opina como yo, será porque está comprado.


Vaya así por delante, en esta ocasión, que no soy aficionado a las corridas y que
se cuentan con los dedos de las manos las veces en que he asistido a ellas, y
sobraría algún que otro dedo. Tampoco tengo ningún contacto con el mundo del
toreo ni desde luego he percibido un euro de nadie relacionado con él.

Si las corridas se prohibieran, en nada cambiarían mi vida ni mis costumbres, luego
carezco de todo interés personal o laboral en su permanencia. Pero tampoco
tengo nada en contra de ellas, y en la iniciativa ciudadana de Cataluña que ha
dado pie a que los políticos de esa autonomía aprueben debatir en su Parlamento
su posible abolición en el territorio, sólo veo, por tanto, un afán más de prohibir
aquello con lo que no se está de acuerdo, una muestra más del espíritu
dictatorial y franquista que continúa anegándonos y envenenándonos.


Lejos de mi intención hablar de «tradición y cultura» o de «fiesta nacional», esa
clase de argumento patriótico me causa alergia. En esa iniciativa se mezclan dos
cosas: por un lado, la ignorancia deliberada e interesada de los nacionalistas e
independentistas -es decir, su necedad, pues justamente eso significa «necio» en
la certera definición del DRAE: «Ignorante y que no sabe lo que podía o debía
saber»-, que los lleva a creer -o a fingirlo- que las corridas son algo netamente
«español» y no catalán, cuando su afición y arraigo en Cataluña han sido siempre
fortísimos y están bien documentados; por otro, la frivolidad extrema de quienes
se llaman a sí mismos «animalistas» (no sé si el «ismo» está de sobra) y de los
ecologistas. En lo que respecta a los segundos, ya ha señalado el filósofo Gómez
Pin en este diario que, según preservadores del medio ambiente, economistas,
ganaderos y veterinarios, «el mantenimiento de no pocas dehesas (parques
auténticamente naturales, donde un animal criado por el hombre goza de
condiciones para realizar su naturaleza específica…) sería inviable sin la fiesta
de los toros». Si no hubiera ganaderías hace tiempo que esas dehesas estarían
convertidas en urbanizaciones monstruosas, de esas que dicen combatir los ecologistas.

En cuanto a los primeros, a los «defensores de los animales», me
temo que en este caso se convierten más bien en su mayor amenaza y sus
mayores enemigos. ¿Por qué creen que todavía existe el toro bravo o de lidia? Se
lo cría y cuida artificialmente y con esmero tan sólo porque hay corridas y otros
espectáculos taurinos en nuestro país. ¿Acaso se ve a esa bestia en Alemania,
Italia, Gran Bretaña o Rusia, fuera -tal vez- de unos pocos ejemplares que se
utilizan como sementales? El toro no viviría espontáneamente. No es un bicho
que pueda andar suelto por los campos sin poner en grave peligro a la población
humana, ni que pueda valerse enteramente por sí mismo. Si se prohibieran las
corridas y dejara de haber ganaderías, ¿quiénes se ocuparían de ellos, de
alimentarlos, cuidarlos y controlarlos? ¿Esos «animalistas» a los que hemos visto
emocionarse consigo mismos tras la votación del Parlament de Cataluña? Seguro
que no. ¿El Estado? No creo que se encargase de tarea tan costosa como
improductiva, y, si lo hiciera, es muy probable que los mismos abolicionistas de
hoy protestaran por el dispendio inútil a cargo de los contribuyentes.


Quienes quieren acabar con las corridas, en suma, lo que pretenden -o pueden
conseguir sin darse cuenta- es extinguir una especie, que sin ellas no
sobreviviría. A lo sumo se destinarían a sementales unos pocos toritos, y
seguramente se sacrificaría en su nacimiento a la mayoría de los machos. En vez
de hacerlo en la plaza, tras darles una vida plena y libre de más de cuatro años,
se haría en secreto, nada más ser paridos. Si eso da buena conciencia a los
antitaurinos, que me expliquen los motivos. Porque, suponiendo que los taurinos
sean «torturadores de animales», los enemigos de las corridas resultarían ser
exterminadores de animales.

Y, francamente, entre los primeros y los segundos, prefiero con mucho a aquéllos, que al menos les causan una muerte en combate tras permitirles una vida. Éstos ni siquiera consentirían que tuviesen vida, ni que perdurase el toro bravo.


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