84 años del asesinato de García Lorca, poeta tan cercano a la tauromaquia

84 años del asesinato de García Lorca, poeta tan cercano a la tauromaquia

Uno piensa y es muy triste que no se sepa dónde enterraron al poeta Federico García Lorca aún. Sí, ya se que lo fusilaron en Viznar pero de sus restos, nada. Ejecutado en agosto de 1936 junto a un maestro cojo y dos banderilleros anarquistas.

Y jamás dudo en elogiar al toreo, a sus actores a lo que representa este ceremonial :

Creo que hay en el mundo hechos y cosas que son dignos de eternidad y por su belleza y transcendencia, modelos absolutos para un orden permanente.”

Arte clásico, eterno. Pero del pueblo y desde el pueblo precisamente por clásico. Gallito y BelmonteManolete… Todos en medio del pueblo, para ser tocados por la gente a diario.

Jesús de Blas ha recogido un muy buen análisis de la obra del irlandés Ian Gibson el investigador mas eminente del poeta granadino.

Ian Gibson, basándose en su trabajo sobre la muerte de Lorca editado por Ruedo Ibérico en 1971, prohibido en la España franquista, actualiza una de sus obras clave a la luz de nuevas investigaciones, tanto propias como de otros autores que se han ido sucediendo en las últimas décadas.

Comienza con una profusa relación de manifiestos, que recoge íntegros en un extenso apéndice, con los que desmonta de forma categórica la idea que algunos autores han querido transmitir de un Lorca apolítico, con la intención torticera de que su asesinato no fue un crimen político perpetrado por los sublevados contra la República,

sino fruto de conflictos más propios del ámbito privado como rencillas familiares, envidias o venganzas relacionadas con su conocida orientación homosexual.

Esta presentación ya marca con firmeza la tesis que el autor va a mantener en su obra sobre el carácter político del crimen cometido contra Lorca, víctima de los sublevados franquistas.

El autor nos ilustra con toda una serie de manifiestos publicados en los años 30 (contamos hasta diez y seis), previos al golpe militar fascista de los que Lorca es firmante, y a veces incluso primer firmante.

Donde ser vislumbra un claro compromiso con la causa antifascista, las libertades amenazadas, la solidaridad internacionalista y el decidido apoyo al Frente Popular.

Todo ello desde una posición de estricta independencia política al no estar adscrito a partido alguno.

Pese a los requerimientos e insistencia de sus amigos del Partido Comunista de España (que a veces le llegaron incluso a incomodar).

Momentos previos a la sublevación

El autor nos traza un magnífico contexto histórico de la ciudad de Granada en los meses anteriores a la sublevación.

Durante la campaña electoral las derechas granadinas boicotearon la campaña del Frente Popular.

Utilizar todo tipo de triquiñuelas, llevó a que los diputados electos del Frente Popular anularan los comicios, pidiendo su repetición, que fue aprobada por las nuevas Cortes (al igual que para Cuenca).

La presión social de las izquierdas a favor de la repetición expresada a través de grandes manifestaciones populares llevó a duros choques con comandos falangistas.

Al atacar con fuego real una reunión obrera, desencadenaron el llamamiento a una huelga general por parte de las organizaciones obreras el día 10 de marzo, en la que se pedía la disolución de las organizaciones fascistas y la detención de sus cómplices militares.

Los locales de la Falange, del partido Acción Popular y la CEDA (de Gil Robles), del periódico católico y de derechas Ideal de Granada, fueron saqueados e incendiados, así como algunas iglesias y conventos.

Portada del libro.
Portada del libro.

Aunque la rabia popular fuera muy intensa, las organizaciones del Frente Popular llamarían la atención de la presencia de elementos provocadores, que pudieron incitar a estos actos violentos.

Pero el hecho indudable fue, que los acontecimientos de Granada del 10 de marzo, tuvieron como consecuencia una profunda radicalización en la ciudad y además con repercusión nacional.

De hecho, la Falange fue proscrita poco después, pero cuando las elecciones se repitieron, algunos falangistas encarcelados figuraron en la coalición del Frente Nacional junto con la CEDA y muchos jóvenes de las JAP (Juventudes de Acción Popular) se fueron dirigiendo hacia la Falange.

La abstención masiva de las derechas dio la totalidad de los escaños al Frente Popular en Granada.

Esta derrota de las derechas, contribuiría aún más a empujar a los sectores conservadores hacia la radicalización falangista.

La Falange iba así poder contar con varias decenas de nuevos militantes de primera línea que iban a constituir la base civil de la sublevación.

Dos de ellos, militares y falangistas, José Valdés Guzmán y José Nestares, asumirían respectivamente el Gobierno Civil y el mando del Orden Público tras el triunfo de la sublevación en la ciudad.

Triunfo de la sublevación

Sorprende y llama la atención la escasa fuerza numérica de las tropas militares acuarteladas en Granada, (unos doscientos soldados) y más aún lo reducido de las fuerzas militantes falangistas (unos sesenta) dispuestos para controlar la ciudad.

Frente a ello, las organizaciones obreras, con efectivos muchos más numerosos, se enfrentaron a la total negativa del gobernador civil.

Torres Martínez, de distribuir armas, siguiendo órdenes tajantes del Gobierno de Casares Quiroga (gobierno monocolor de la Izquierda Republicana y, por lo tanto, ajeno a la presión de las organizaciones obreras del Frente Popular ya que no participaban en él).

Esta combinación de hechos explicaría la cautela de los conspiradores golpistas para sacar sus tropas a la calle.

No lo harían hasta el día 20 de julio y además de forma engañosa mediante un bando firmado bajo presión por el Comandante militar Campins.

Leal a la República y luego fusilado por Queipo de Llano, que finalizaba con un enigmático «¡Viva España y viva la República!»

El desconcierto de las fuerzas de izquierda fue mayúsculo y, de hecho, saludaron a las tropas de la guarnición que desfilaban por la ciudad, hasta que los reprimieron brutalmente y tuvieron que refugiarse en las intrincadas calles del barrio del Albaicín.

Resistieron hasta el día 23 de julio, cuando se les agotaron las escasas municiones con que contaban y tras sufrir bombardeos incluso de la aviación.

Cazados como alimañas, según la prensa local adepta a los sublevados, cayendo sobre ellos el peso de una durísima represión. Muchos fusilados.

La maquinaria del terror se pone en marcha

Las circunstancias de la toma de Granada por los sublevados a través del engaño, la resistencia casi numantina del Albaicín y la proximidad de zonas bajo control republicano, contribuyeron a desencadenar una feroz represión desde el primer momento.

Para dirigirla con mano firme, Queipo de Llano, jefe militar de la Andalucía sublevada, envió al coronel González Espinosa, quien actuaría en la línea de dureza que Queipo venía aplicando en Sevilla.

Al principio se juzgaba y condenaba a través de juicios militares que tenían que proceder mediante unas ciertas reglas (declaraciones, testigos, emisión de sentencias, etc.), pero finalmente se impuso el fusilamiento sin simular siquiera un juicio formal.

A lo que se sumaba la acción paralela de los escuadrones de la muerte (las escuadras negras).

Desde la cárcel provincial de Granada, donde estaban hacinados varios miles de presos, cada noche realizaban paseos hacia el cementerio de San José, próximo a la Alhambra, donde fusilaban en las tapias exteriores.

Casualmente, algunos viajeros norteamericanos que se encontraban en Granada y se alojaban en hoteles situados en las calles del camino de paso al cementerio.

Relataron en los meses siguientes, ya de vuelta en su país, las dramáticas madrugadas de camiones que iban cargados con presos y que regresaban sólo con sus verdugos (pelotones de fusilamiento).

Una escritora norteamericana de ideas conservadoras y simpatizante con los sublevados, Helen Nicholson, en su Muerte al Amanecer (1937), relata estos hechos y señala cómo al propio guardián del cementerio, con hijos pequeños se le hacía insoportable aquella situación de gritos, súplicas y ráfagas que se repetían madrugada tras madrugada.

Testimonio estremecedor aportado por alguien cercano a los golpistas, como otros muchos que va a recoger Gibson a lo largo de su obra, dando aún mayor verosimilitud al relato, al estar corroborado por fuentes procedentes de simpatizantes franquistas, lo que representa un gran mérito del autor.

Años después, el guardián del cementerio señaló a Gibson, que además de estos envíos regulares que hacían desde las cárceles, las escuadras negras también actuaban en las tapias del mismo cementerio, pero en este caso a cualquier hora del día sin poder ser identificados los así ejecutados.

¿Cuántos pudieron ser?

En los tres años de Guerra Civil, no menos de 2.000 fueron registrados oficialmente en el cementerio bajo el eufemismo de muerto por arma de fuego, pero otros muchos no los registraron.

Gibson calcula una cifra entre 5.000 y 6.000 tras contrastar diversas fuentes. Sólo en el mes de agosto de 1936, medio millar de obreros, profesores, médicos, catedráticos, abogados, escritores, etc. fueron víctimas de la saña de los sublevados.

La familia García Lorca

La represión organizada por los sublevados pronto afectó a la familia de Lorca.

Su cuñado, Manuel Fernández Montesinos, casado con su hermana Concha y alcalde socialista de Granada, lo detuvieron en los primeros días de la sublevación y encarcelado.

En esos días, la Huerta de San Vicente, el domicilio familiar, la visitaron de forma abrupta grupos de falangistas, en busca de amigos o personas cercanas a la familia a los que creían allí escondidos.

En una de estas visitas, la violencia y las amenazas fueron tan brutales que Lorca pidió ayuda a su amigo el poeta Luis Rosales.

Hermano de falangistas destacados de Granada y él mismo recientemente afiliado también a Falange.

Rosales ofreció alojar a Lorca en el domicilio familiar y ponerlo a salvo de estas acciones incontroladas.

Pues nadie podía imaginar que el poeta sería considerado un peligroso enemigo de los sublevados y marcado como objetivo de su acción represiva.

Gibson deja entrever que aunque Granada estaba rodeada por territorio republicano, no hubo jamás un plan serio de recuperar la ciudad por parte de los republicanos.

Así, las incursiones y bombardeos que puntualmente realizaba la aviación republicana, lejos de infundir ánimo a la población más próxima a la causa republicana, la dejaba aún más atemorizada y a merced de la brutalidad de los sublevados que llegaron a emitir un bando.

Auspiciado por Queipo de Llano que imponía represalias (ejecuciones) tras cada bombardeo de la aviación y de los que la prensa y la radio hacían ostentosa publicidad.

La familia Rosales

La casa familiar de los Rosales podría parecer a primera vista un refugio seguro para Lorca, pues de los cinco hermanos, de mayor a menor edad: Miguel, Antonio, Luis, José y Gerardo, todos, salvo el pequeño, pertenecían a Falange.

Parece que además de Lorca, esa casa sirvió también de refugio temporal para algunas personas de convicciones republicanas, en general, amigos del también poeta Luis Rosales y, al parecer, con el consentimiento del padre, hombre de convicciones liberales.

Pero el cerco sobre la casa se iba a ir estrechando cada vez más.

Las visitas de grupos de falangistas o incontrolados a la Huerta de San Vicente aterrorizando a la familia iban a ser continuas, ahora también en busca de Lorca, de lo que informaban por diferentes conductos al poeta refugiado en casa de los Rosales.

En una de esas visitas, ya con una orden de detención contra Federico García Lorca, amenazaron con llevarse al padre sino les decían el lugar donde se encontraba el poeta.

Ante esta presión, la hermana, Concha, mujer del alcalde socialista depuesto y detenido por los sublevados, Fernández Montesinos, explicó que su hermano no estaba huido sino que se encontraba en la casa de su amigo falangista y poeta como él, Luis Rosales.

El día 16 de agosto, el día que fusilaron a su cuñado y ex alcalde socialista, García Lorca fue detenido en la casa de los Rosales con una orden emitida por el Gobierno Civil.

La detención en el Gobierno Civil

Una pieza clave para la formulación de la denuncia y la orden de detención de Lorca había sido el ex diputado de la CEDA de 1933-1936 por Granada, Ramón Ruiz Alonso, hombre al que se consideraba cercano a Gil Robles.

De hecho, en los medios falangistas se le llamaba despectivamente el obrero amaestrado de Gil Robles, por su condición de tipógrafo.

Gracias a ello había llegado a Granada para trabajar en el diario Ideal, periódico católico vinculado a la CEDA, llegando luego a ser diputado durante el Bienio Radical-Cedista.

Como muchos jóvenes del partido de Gil Robles (Acción Popular), fue dirigiéndose hacia posiciones abiertamente fascistas. Su acercamiento a Falange no estuvo exento de algunos roces, dadas sus altas pretensiones de ascender políticamente.

Cabe pensar que estas tensiones entre Ruiz Alonso y la Falange, pudieran haberle impulsado a tomar la iniciativa en la delación y detención del poeta.

Alojado en casa de los Rosales, familia en la que varios de los hermanos ocupaban cargos de responsabilidad en Falange desde antes de la sublevación.

Esta percepción, explicitada por uno de los hermanos Rosales, José, que fue el que alcanzó el nivel más elevado en la jerarquía falangista.

Aunque pudiera tener un cierto fundamento, no sería óbice para también tener en cuenta que Ruiz Alonso odiaba a García Lorca.

Lo tenía en su punto de mira por sus vínculos con el Frente Popular y cercanía a personajes como Fernando de los Ríos.

Desde el Ministerio de Instrucción Pública le había nombrado durante el Bienio Progresista, director del grupo de teatro universitario conocido como La Barraca y que fue elegido diputado del Frente Popular por Granada tras la repetición de los comicios.

Pero también por diferentes manifiestos suscritos por el poeta en los años 30.

En particular el de la fundación de la Asociación de amigos de la Unión Soviética (pues una de las acusaciones esgrimidas contra él para su detención fue ser agente soviético).

Sin poder dejar de señalar el rechazo que le tenía por su condición homosexual.

La detención de Lorca en casa de los Rosales reavivará el conflicto entre los camisas viejas falangistas y los sectores procedentes de la CEDA.

Como Ruiz Alonso y otros compañeros de partido que pasaron a trabajar al servicio del gobernador civil nombrado por los sublevados, Valdés Guzmán.

Pero todas las circunstancias señaladas, como la fama del detenido, la protección por parte de los Rosales.

Eran varios hermanos, responsables de Falange, que llevaron al gobernador, Valdés Guzmán, a consultar ¿qué hacer con Lorca?.

Al jefe de los sublevados para Andalucía, Quipo de Llano, sin miramientos planteó que Lorca sería ejecutado, bajo el eufemismo habitual de que «había que darle café, mucho café».

La madrugada del 17 al 18 de agosto (3 de la madrugada), García Lorca salió del Gobierno Civil, junto con otro detenido, para conducirlos hacia su dramático final.

El asesinato

Tras sacarlos del Gobierno Civil los conducieron hacia la localidad de Víznar, cercana a Granada.

En un edificio arzobispal, la Falange contaba con un centro operativo donde desarrollaban la represión no pública, la supuestamente no oficial y que no quedaba registrada.

Los presos eran confinados en un viejo caserón cerca, a la espera de su fusilamiento.

El jefe de la unidad, el falangista y militar capitán Nestares, tenía a su servicio a un grupo de masones.

Trabajaban como enterradores (librándose de esta manera de su propia ejecución), al igual que un joven comunista amigo de la familia del capitán.

Había también dos chicas jóvenes de izquierdas que se encargaban de las tareas de limpieza.

El 18 de agosto al amanecer, García Lorca, en compañía de un profesor que padecía de cojera y dos banderilleros anarquistas, fueron sacados para fusilarlos.

Durante los últimos años se han realizado en la zona diferentes excavaciones (en 2009, 2013 y 2016) sin resultados.

Una de sus posibles causas, es que no se han tomado en consideración las señalizaciones de sitios realizadas por los investigadores.

También con motivo de la inauguración de un parque dedicado a Lorca se encontraron huesos y un bastón.

Posiblemente del maestro, y cuatro cráneos, y que, al parecer, sobre la marcha, se decidió enterrarlos en otro lugar cercano.

Federico García Lorca en 1914 (Wikimedia).
Federico García Lorca en 1914 (Wikimedia).

En la Granada bajo dominio de los sublevados, la noticia de la ejecución de Lorca circuló rápidamente.

Alguno de sus participantes, como Trescastro Medina, próximo al círculo de Ruiz Alonso, se vanagloriaba públicamente en los bares de Granada, de haberle metido

«dos tiros en el culo por maricón».

Dos falangistas llevaron a la casa familiar un manuscrito del poeta que pedía les dieran 1.000 pesetas de la época.

Creando así la ilusión de que de esta manera podría salvarse, pero Federico García Lorca ya había sido fusilado.

Prueba de la catadura moral de los que ejercían la represión a cuenta del bando sublevado.

También es de señalar una intervención in extremis del músico Manuel de Falla, que había colaborado en alguna obra con García Lorca. Cuando se enteró de la detención acudió al Gobierno Militar, pero a punto estuvo de costarle a él mismo un disgusto.

El lugar donde asesinaron al poeta, lo bautizaron los musulmanes hace siglos como Fuente de las Lágrimas.

Título también de un bello y emocionante poema de Dámaso Alonso dedicado al poeta asesinado en 1940 que recoge Gibson:

Ay, fuente de las lágrimas,

Ay, campos de Alfacar, tierras de Víznar.

El viento de la noche,

¿por qué os lleva la arena, y no la sangre?

¿Por qué entrecorta el agua cual mi llanto?

No le digáis al alba vuestro luto,

No le quebréis al día su esperanza

De nardo y verde sombra;

Pero en la noche aguda,

Sesgada por el dalle de los vientos

Que no olvidan, llorad, llorad conmigo.

Llora tú, fuente grande,

Ay, fuente de las lágrimas.

Y sed ya para siempre mar salobre,

Oh campos de Alfacar, tierras de Víznar.

Sesenta y dos años después de su asesinato, García Lorca sigue siendo un desaparecido.

Como bien señala Gibson, el mando franquista percibió rápidamente la torpeza cometida con la ejecución de García Lorca, un poeta internacionalmente conocido.

Para contrarrestarlo, la radio franquista emitió noticias de ejecuciones de personas relevantes de la cultura, a manos de los rojos como:

Benavente, los hermanos Quintero, Zuloaga, etc., pero todas eran falsas.

La ejecución de Lorca ocasionó conflictos en el seno de las fuerzas sublevadas, conflictos que se mantendrían décadas después.

Camisas viejas relevantes tuvieron que salir en defensa de los Rosales, amenazados por haber protegido a García Lorca hasta su detención.

Entre los falangistas, se extendió la idea de que el asesinato de García Lorca fue obra de escuadras negras, vinculadas al partido clerical de Acción Popular.

Integrado en la CEDA, que a través del exdiputado Ruiz Alonso quiso establecer una milicia propia a partir de las Juventudes de Acción Popular.

El conflicto llegó hasta Burgos, donde Franco tenía su cuartel general. Allí, Dionisio Ridruejo, amigo de Luis Rosales se encaró con Ruiz Alonso.

En la prensa republicana rápidamente se extendió el rumor del asesinato de Lorca, aunque en general se debatía entre la sorpresa y la incredulidad.

Las informaciones no eran muy precisas. Se basaban en declaraciones de personas que habían escapado de Granada.

La prensa franquista contraatacó vilmente anunciando que Lorca fue asesinado por los rojos en Madrid o Barcelona.

Sea como fuere, el rumor iba tomando cuerpo y se extendía internacionalmente. H. G. Wells escritor y presidente del Pen Club, con sede en Londres.

Solicitó ante los mandos franquistas conocer la situación del poeta, a lo que el gobernador de Granada contestó que desconocía el paradero de Lorca.

Lo que, de facto, suponía un reconocimiento indirecto de su fallecimiento.

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