Ya es oficial. Ponce reaparece el 17 de mayo en Nimes

Ya es oficial. Ponce reaparece el 17 de mayo en Nimes

Enrique Ponce reaparecerá en la Feria de Pentecostés del Coliseo de Nimes el próximo 17 de mayo. Así lo ha anunciado oficialmente Simón Casas en su perfil de Instagram, en el que el empresario francés se dirige al torero de Chiva para anunciar lo que se venía cociendo.

Un día en Burgos, no apareció el maestro valenciano…Corrían los tiempos del Covid y no se ha vuelto a vestir de luces desde el 2021.

Pero él mismo dijo que no era un adiós definitivo y su reaparición está cada vez mas cerca. Ya no hay manera de esconder lo que era un rumor, la vuelta eso sí marcada por apariciones puntuales de quien ha ostentado un sitial en sus 30 años de alternativa.

Ya se sentó su apoderado Ruiz Palomares, hijo, con » los mandamases» de Madrid y Valencia Simón Casas y Rafael GARCÍA GARRIDO, según filtró el propio empresario francés. Y no solo hablaron del Real Madrid, desde luego.

No se descarta que una plaza americana también asista al acontecimiento del retorno vestido de luces de un maestro como Ponce. Ya se verá.

COMUNICADO DEL TORERO DE CHIVA SOBRE SU DESPEDIDA

«A quienes durante más de tres décadas me han acompañado», se dirige el torero, «lo primero que quiero es daros las gracias por su cariño y apoyo incondicional, en especial en este último año de pandemia en el que decidí defender la tauromaquia, tirar para adelante y devolverle al mundo del toro lo mucho que me ha dado».

«En este momento de mi temporada taurina 2021 he decidido hacer un alto en el camino y retirarme por tiempo indefinido», concluye el breve comunicado. 

Ponce toreó su penúltima tarde un sábado en Castellón. Cortó una oreja a la corrida de García-Jiménez y después del festejo se fue a cenar con Ana Soria, la joven almeriense con la que inició una relación el verano pasado, que le hizo protagonizar las portadas de la prensa rosa. 

Enrique Ponce se despidió «por tiempo indefinido» de los ruedos. A través de un breve comunicado en el que se dirigió «a quienes durante más de tres décadas me han acompañado», el diestro anuncia su retirada, una noticia que ha sorprendido en el mundo taurino. Ponce saltó el año pasado a las portadas de la prensa rosa tras comenzar una relación con una joven almeriense que puso fin a 24 años de relación con Paloma Cuevas, que a su vez hoy es la compañera del cantante Luis Miguel. La vida de Ponce y de la hija de Victoriano Valencia ha tenido en esto años un cambio de 180 grados. Por cierto, la pareja se conoció en una feria de Cali….Pero esa es otra historia.,

Enrique Ponce y Paloma Cuevas. 

La novedad es que Enrique Ponce se prepara para reaparecer. Una novedad relativa, pues
ya se contaba con que las figuras estelares de este siglo van y vienen, se retiran y
reaparecen sin solución de continuidad. La otra cara de la noticia es que a la gente ya le da
igual. Lleva tantos años viendo las mismas caras, los mismos gestos y las mismas formas
de hacer y reiterar el toreo que los que acuden a las plazas –menos cada vez—ni se
molestan en saber qué cartel les será ofrecido, pues con escasas excepciones todos son
intercambiables y ninguno suele aportar cosas nuevas al arte ni al interés del aficionado.
Hemos descrito un panorama que explica, al mismo tiempo, las razones de la frialdad que
actualmente priva en las plazas. Faenas que de otra manera resultarían meritorias y
plausibles, tales espectadores, contagiados de monotonía, las miran como quien ve llover.
Por eso las palmas, sólo por excepción provocadas por un entusiasmo legítimo, suenan
generalmente al final de la representación, como en el teatro o la ópera. Esto en los cosos
de culto, esos que marcan la pauta de la temporada, porque en ferias pueblerinas el
desorejadero es obligado, los lugareños asisten con los pañuelos prestos a agitarse no en
honor a logros y hazañas inmarcesibles, sino como autojustificación del elevado precio
desembolsado por la entrada o, en todo caso, como homenaje tácito a su propia y
autocomplaciente ignorancia. Se trata, pues, de un sistema claramente compensatorio:
los apéndices que con tanto esfuerzo llegan a cobrarse en las plazas grandes contrastan
con el alegre despilfarro que se da en las medianas o pequeñas.


El antes y el ahora. Se me dirá que esa ecuación nada tiene de nuevo, que la medida de
los triunfos, auténticos unos, relativos otros e insignificantes los más, siempre dependió
del dónde, el cuándo, e inclusive el quién. Pero nunca fue tan acentuada la diferencia
(hablo, por supuesto, de España). También es verdad que, salvo en épocas muy pretéritas
–“antes de la guerra”, en frase común–, las exigencias en cuanto a la edad y presentación
del ganado nunca fueron tan estrictas como ahora, sin que este detalle, que no es menor,
sirva para sacar de la nevera a los aficionados actuales. Si en Las Ventas el “7”, y la
precursora andanada del “8”, cumplieron en su momento con una función de
indispensable saneamiento frente a la deriva ética que venía sufriendo la tauromaquia,
acentuada con el advenimiento y los abusos de El Cordobés, hoy día, con el grueso de los
asistentes sumidos en la indiferencia y la desatención, el aporte de esos grupos otrora
vigorosamente alertas les reserva a menudo el triste papel de reventadores, a la caza de
toreros alejados de sus particulares gustos y preferencias, cuando no en alevosa venganza
contra quien se atreva a confrontarlos, como fue el caso de Roca Rey en el último San
Isidro. Torero, por casualidad, peruano. Para que la xenofobia, siempre latente, también
encuentre su lugar en el algoritmo (palabreja tan propia de este siglo proceloso).
Ires y venires. Volviendo a Enrique Ponce, cabe señalar que, si bien sus partidarios estarán
de plácemes, al grueso de la afición su alejamiento de los ruedos la tenía sin cuidado. Y,
por lo tanto, el anuncio de su vuelta se ha tomado con marcada indiferencia. A Ponce, con

sus pros y sus contras, todo mundo se lo sabe de memoria. Como a los también
reaparecidos Sebastián Castella, pese a sus notorios éxitos recientes, o Alejandro
Talavante, que extravió la creatividad que lo caracterizaba y se nos volvió solemne. Son
retornos que ni rompen la monotonía ni modifican sustancialmente nada.


Se me dirá que de despedidas, arrepentimientos y reapariciones está llena la historia del
toreo, desde los tiempos augustos de don Antonio Fuentes hasta los de Antoñete y José
Tomás. Si nos atenemos a México, las únicas figuras señeras que respetaron el anunció de
una retirada única y definitiva no pasan de dos: Rodolfo Gaona y Joselito Huerta; otros
adioses hubo asimismo irreversibles, pero lo fueron más por razones de edad que por otra
causa, como ocurriera con Pepe Ortiz, Solórzano padre, El Soldado e inclusive El Zotoluco.
Carreras de larga duración. Lo de la tendencia universal a las despedidas en falso es cierto
pero apenas cuenta la mitad de la verdad. Porque la verdad completa es que la trayectoria
profesional, insólitamente larga, de los diestros actuales, está relacionada, por un lado,
con una preparación física e inclusive psicológica que los de antaño no tenían, muchos de
ellos famosamente dados a la vida disipada y al jaleo. También cuenta el hecho de que
hoy los beneficios económicos se manejen fundamentalmente desde los despachos
empresariales, que los reparten a su conveniencia reservando el banquete para unos
pocos elegidos y las migajas para la inmensa mayoría, que puede incluir a diestros tan
considerables como Daniel Luque, Emilio de Justo, Manuel Escribano o Borja Jiménez, de
quienes nadie se explica por qué permanecieron relegados tanto tiempo mientras los de
siempre acaparaban ferias y carteles independientemente de sus méritos artísticos, la
mayor parte por pura resignación a unos honorarios discretos a cambio de su fácil
acomodo en las consabidas combinaciones feriales.


Pero está, por otro lado, una cuestión esencial, dado el uniforme comportamiento del
ganado actual, criado para no incomodar demasiado a sus lidiadores y elemento clave
para entender esa monotonía que mata la emoción del toreo al tiempo que libra de
sobresaltos mayores a los que cortan el bacalao.
El monoencaste. Un factor que explica la acentuada la uniformidad del ganado a lo largo
de este siglo es la imposición para los ases y sus protegidos de un cortísimo número de
hierros, procedentes prácticamente del mismo tronco. Es el camino que acabó por
prohijar el post toro de lidia mexicano pero trasladado al otro lado del Atlántico y con
animales mucho más voluminosos. Allá, como sucedió aquí en su momento, el
monoencaste está siendo acompañado por una plaga de indultos que, leído desde España
y Francia con los ojos puestos en México en clave histórica, no deja de ser una señal
bastante ominosa.


Lo anterior representa una vuelta de tuerca que antes no se había dado, por más que se
contara, a lo largo de nuestro siglo de oro del toreo, con la natural inclinación de los ases y
sus apoderados por el ganado más favorable. Ya El Guerra, en el declinar del XIX, admitía

su preferencia por las aplomadas moles de Veragua sobre los incómodos “mosquitos” del
Saltillo. Aun así, presionado más por la dura afición de su tiempo que por un espada tan
inferior al cordobés como fue don Luis Mazzantini, tuvo que contemporizar con el sorteo
matutino que puso coto a su voluntad soberana, expresada a través de sus amigos
ganaderos, que eran quienes designaban el orden en que habían de lidiarse sus reses.


Porque lo cierto es que hasta los mandones más mandones de la historia tuvieron que
enfrentarse a morlacos de muy variados encastes: predominaban los considerados más
suaves y favorables a sus intereses pero sin desdeñar divisas con fama de duras. De lo
contrario no se habría encontrado Joselito en Talavera con aquel “Bailaor” de doña Josefa
Corrochano viuda de Ortega, ni Manolete en Linares con “Islero” de Miura, ni Juan
Belmonte habría alcanzado algunos de sus triunfos más clamorosas con astados de la
temida divisa rojiverde. Varias miuradas despachó Pepe Luis Vázquez en la Real
Maestranza de Sevilla, que era su plaza, y hasta Luis Miguel Dominguín y Antonio
Ordóñez, tan bien arropados siempre, pecharon más de una vez con miuras,
pablorromeros y palhas, sin olvidar que en la famosa encerrona de Paco camino en
Madrid (04.06.70), entre los siete de esa tarde, figuraba uno de Miura, como encierros de
esa misma procedencia que despachó en Bilbao y en Valencia, donde también se las
vieron con astados del célebre hierro de la A con asas El Viti y nuestro Curro Rivera
(01.08.71).


Y, si viajamos a México, el propio Camino, en aquel histórico invierno de 1962-63, lidió,
sólo en la capital, astados de José Julián Llaguno, Mariano Ramírez, Valparaíso, Jesús
Cabrera, Mimiahuápam, Pastejé y Santo Domingo –es decir, Saltillo-Llaguno, Murube y
Parladé–, mientras Diego Puerta enfrentaba torazos de Torrecilla, Tequisquiapan y Las
Huertas, y El Viti se las veía con los de La Punta y Pastejé. Hasta El Cordobés, para su
confirmación e inmediata repetición en la México –fracasos sonoros ambos–, tuvo que
apechugar con sendos hatos de Ernesto Cuevas y Matancillas, aunque no por voluntad
propia sino por haber rechazado la autoridad los toritos a modo que le había reservado su
apoderado Manolo Chopera.


Ponce, en México y en España. Pero los tiempos cambian, y mucho. Así, el inminente
retornante Enrique Ponce hubo vez que le escurrió el bulto al reyeshuerta que le había
destinado el sorteo para incurrir en el incalificable irrespeto –a su dignidad torera y al
público de la México– de hacer que en su lugar se diera suelta, “por equivocación”, a un
novillote de Julio Delgado, con el consentimiento tácito de alternantes y autoridades y en
complicidad con Rafael Herrerías, su socio empresario en la Monumental (05.02.2003).
Pero esto ya es pisar los terrenos del divo de Chiva, en cuyo descargo habrá que decir que,
en su propio país, supo plantarles cara tanto a miuras (Linares, 28.08.97) como a
victorinos (Valencia, 07.10.95). Puede usted jurar, eso sí, que de ser cierta su reaparición,
no se le volverá a ver anunciado con tal tipo de divisas. Y puede ser que ni siquiera con
ganado de Valdefresno (Atanasio-Lizardo), de donde procedía aquel “Lironcito” con el que

alcanzó memorable triunfo en Madrid una tarde en que tuvo que olvidar su toreo
ventajoso e impostado para fajarse en serio con aquel veleto, correoso y de sentido
(27.05.96).


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