Alcalino.Tauromaquia.Dos tardes memorables en Madrid
Cuenta Simón Casas que el Presidente de las Sociedades Taurinas de Francia, que era a su vez empresario de la plaza de Saint-Sever, lo amenazó, sin rubor alguno, con que «mientras yo viva, ningún torero francés pisará mi ruedo». Corrían los años 70 del siglo XX.
Para 2007, ya Francia había alumbrado una figura consagrada –Sebastian Castella– y un torero de corte clásico y sólida reputación –Juan Bautista Jalabert–. Contaban ambos en su haber con varias salidas por la puerta grande de Las Ventas, pero en España nunca habían coincidido en un mismo cartel cuando Juan Bautista fue llamado de urgencia por la empresa madrileña para suplir la ausencia de Miguel Ángel Perera –que estaba herido– en la Corrida de la Prensa, festejo número 13 de San Isidro aunque no figurase en el abono de la feria.
Era el 22 de mayo, fecha que casi coincidía con el aniversario 30 de la alternativa de Nimeño II (Nimes, 28-05-1977).
Toros de Puerto de San Lorenzo para la confirmación de alternativa del joven extremeño Ambel Posada. En una barrera, como invitado de honor, el rey de España.
Y en plan intrusivo, un toldo de nubarrones cerniéndose sobre la plaza, colmada hasta la bandera.
Ambel, que aunque nacido en Badajoz pertenecía a una dinastía andaluza históricamente caracterizada por su buen arte y poca fortuna, era un torero fino, sobresaliente capotero, cuyo escaso rodaje le impidió ir más allá en tan señalada ocasión.
Confirmó su alternativa con «Duque», un sobrero de La Palmosilla, y cumplió dignamente.
Los dos franceses, en cambio iban a enfrascarse en un duelo que todavía se recuerda.
Cuando la lluvia aún no caía, con los toros segundo y tercero, previsiblemente brindados al rey Juan Carlos, ambos se desenvolvieron bien ante bichos que no permitían otra cosa.
Aunque Castella se excedió de faena, flojeó al matar y le enviaron un aviso.
Lo bueno vendría con la borrasca que empapó Las Ventas en la segunda mitad del festejo. Tanto Juan Bautista como Castella vestían de corinto y oro –¿o serían sedas de fino tono burdeos, oscurecidas por la humedad?–. Tocó a Las Ventas presenciar dos faenas memorables.
Bautista por delante
Cuando apareció el cuarto toro, la tormenta eléctrica resonaba como trompetería apocalíptica. Pero el del Puerto era noble. Y, bien lidiado por el primer espada y su cuadrilla, llegó en buenas condiciones al tercio final.
Juan Bautista, que lo había lanceado con finura y clase, afrontó la borrasca sin titubear y fue desgranando una faena dechado de buen gusto y elegante limpieza.
Si magnífico su toreo derechista, mejores aun los deslizados naturales en serie. Ni desplantería vana ni bravucones alardes, todo encuadrado en la sobriedad más clásica.
Tras la efectiva estocada se llegó a pedir –a voces– la segunda oreja. En bíblica contradicción, esta vez el bautista emergió ungido por las aguas. Como autor, ensopado y feliz, de una de las faenas estelares del ciclo 2007.
La casta de Castella
Ante el quinto, Sebastián salió tanto o más desbordado que la tormenta que atronaba en el cielo y anegaba el ruedo.
Sin zapatillas y delante de todo un toro, porque el ejemplar de Puerto de San Lorenzo tenía raza y llegó fuerte y codicioso a la muleta.
Agua caía a torrentes. Filas interminables de paraguas y todos escurriendo. Profusión de relámpagos centelleando sobre los charcos.
Pero Castella no se arredró. Y en respuesta al faenón de su paisano, ofreció a su vez un toreo largo, emotivo y mandón. Y hasta heroico, cuando el astado le levantó los pies del suelo y el de Béziers se levantó de la voltereta más gallo, más le coq que nunca. Para continuar arrimándose. Primero en tono de toma y daca; y a poco, aunando al valor un arte sentido y profundo, la empapada muleta a rastras, el hombre absolutamente entregado al extraño designo que había elegido este 22 de mayo del año siete para consagrar en Madrid a la Francia taurina.
Entre truenos y relámpagos, atronaba en Las Ventas el grito de ¡torero, torero! La estocada fue un modelo de ejecución pero quedó algo tendida, no cayó el morlaco, se precipitó Sebastián sin tino en el uso del verduguillo y los trofeos se limitaron a solitaria oreja.
Se le había escapado la puerta grande –la acababa de abrir el día 18, con un toro de Valdefresno–, mas estremecía el coso la vibración rumorosa de las grandes ocasiones.
La Asociación de Prensa, organizadora del festejo, tenía destinada su Oreja de Oro al triunfador de la tarde. Al final no se pusieron de acuerdo los jurados, y el trofeo se entregó ex aequo, a Juan Bautista y Sebastián Castella.
Los dos franceses que situaron la bandera de su país en lo más alto del firmamento taurino. Figuras indiscutibles ambos.
Jubileo de El Juli
Julián López, buque insignia del toreo de su tiempo, sólo había abierto una vez la Puerta Grande de Madrid.
Fue cuando hizo su presentación y, a la vez, su despedida como novillero (14-09-98), cinco días antes de su alternativa en Nimes.
Magro historial, sea porque Las Ventas siempre lo midió con gesto adusto y lupa grande, sea por una mera cuestión de suerte, el caso es que su ciudad natal le era esquiva. Y aun en esta tarde crucial, debió lidiar con una absurda decisión presidencial que le negó la segunda oreja de «Cantapájaros», el gran toro de Victoriano del Río que cuajó sin una sola mácula, en genial exhibición de maestro y artista del toreo, sólo para topar con un representante de la autoridad inquisitorial y desaprensivo.
Más de una vez he pensado que borrar el rabo de los trofeos que se otorgan en Las Ventas es una pedantería sin sustento. Y que en mucho honraría a la primera plaza del mundo subrayar con ese plus distintivo faenas tan excepcionales como la de Julián a «Cantapájaros».
Faena de ligazón, arquitectura e inspiración admirables, perfecta de principio a fin, del trincherazo inicial al contundente volapié. En cuanto al presidente de aquel 23 de mayo de 2007, lo mejor será echar al olvido su nombre y señas particulares. Y su visceral negativa ante la evidencia de una obra maestra.
Un canto al toreo eterno
José Carlos Arévalo ofrecería una visión desbordante de la gran faena:
«Cantapájaros» había sido muy bien lidiado.
Tras un ajustadísimo castigo en varas y una inteligente brega… el bravo cornúpeta llegó al último tercio con muchos pies, listo para que la muleta le enseñara de verdad a embestir.
Y fue entonces cuando la exacta colocación del engaño y el virtuosismo de los toques limaron asperezas, corrigieron desajustes y metieron al toro, sutilmente dominado, en el carril del toreo… «Cantapájaros» respondió con una bravura tan cabal que terminó por tornarse en nobleza…(y) el temple se erigió entonces en rey de la faena… convertido en una lentitud irreal, armónico tras la muleta que cantaba, clamaba, lloraba el toreo… un toreo hondo y luminoso.
Fue quizá, tal vez sí, yo lo sé, la faena más grande que vieron los siglos. Desde luego, la mejor de El Juli. Más intensa que la de Vistalegre, a otro toro de Victoriano del Río; más redonda que la de Arles, al de El Pilar; tan templada como la de Barcelona, al de El Ventorrillo; más importante que la de México, al toro de Montecristo. Fue la faena que adentra definitivamente al toreo en el siglo XXI».
«Cantapájaros», de Victoriano del Río, negro meano, marcado con el 116, con peso oficial de 529 kilos, el toro que dio lugar a una magna gesta torera y al encendido relato de José Carlos Arévalo que acabamos de leer.
La corrida
Sin duda, la mejor del ciclo isidril de 2007. Una de sus claves estuvo en el encierro de Victoriano del Río –aunque el primero llevara el hierro hermano de Toros de Cortés– que tuvo seriedad por presencia y por bravura e incluyó tres toros excelentes –1o., 2o. y 6o.–. Pero contó, y mucho, la buena disposición y la constante entrega de la terna.
El elegante madrileño José Ignacio Uceda Leal, con clase pero también con fibra, le cortó al abre plaza la primera oreja de la tarde. Y José María Manzanares cerró el festejo con una faena honda y ligada a otro magnífico astado, premiada también con un apéndice. Además, ambos refrendaron su fama de matadores de estilo.
Puerta grande
Y por segunda vez en su vida, El Juli salió en hombros de Las Ventas. Y es que, tras la injusticia que redujo a un trofeo el homenaje a su faena más grande, extrajo un partido insospechado del quinto, el más flojo del sexteto, al que obligó a base de aguante, la muleta muy baja y mandona hasta vencer su inicial resistencia a humillar.
Un estoconazo contundente puso en su mano la oreja que le hacía falta para descerrajar la puerta de Madrid. Y para enviar a la calle a una multitud gozosa y feliz.