Una plaza (Bilbao), un hierro (Núñez del Cuvillo), un toro (“Cacareo”, castaño rebarbo, ojo
de perdiz), un torero (Morante de la Puebla). Bastaron estos ingredientes para hacer del
martes 23 de agosto de 2011 una fecha única en la historia del Bocho, del de la Puebla, del
arte de torear. Porque José Antonio Morante Camacho tiene la virtud de no repetirse
nunca. Su tauromaquia, en días como éste, resume la gloria complicada y fugaz de un siglo
áureo de toreo. Donde nada que sea genuino resulta gratuito y todo depende del toro que
se tenga delante. Y el tal “Cacareo” se las traía. Del toril salió al trote y no paró en todo el
primer tercio. Embestía pero se iba. Recargó en el peto y al salir de ahí, lo mismo. Como
en banderillas. Y Morante, ojo avizor. Hasta que dijo esta muleta es mía. Y este toro. Los
doblones ayudados con la espada me recordaron el poema de Gerardo Diego sobre Juan
Belmonte, precisamente en Bilbao y con un Murube. Forzando el cuerpo, despertando
suspicacias (pititos) porque, claro, no estamos en 1917 sino casi un siglo y muchísimo
toreo después. Pero fue así como consiguió retener al Cuvillo en el ovillo rojo de su
engaño. Y fue así como el castaño reveló bravura y celo, siempre con un punto de
brusquedad. Lo demás fue pan comido.
Vi esa faena por televisión. Y la repito cuando algo aquí dentro me dice que necesito
reverla. Y es la misma fascinación. El mismo hechizo. Y sigo estando muy de acuerdo con
lo que escribí entonces, con la obra fresca y el ánima en vilo. Va por ustedes:
“Hubo una tarde cenital. La cerró, justamente, el grito que encabeza esta columna, un
¡Viva el toreo! encendido y espontáneo para acompañar la salida en hombros de Morante
de la Puebla, compendio vivo de cien años de tauromaquia. Acababa de cuajar el sevillano
una de sus obras cumbres con el toro “Cacareo”, el cuarto de un interesantísimo encierro
de Núñez del Cuvillo. Aupado sobre sus seguidores, sosegado de faz y de espíritu,
saboreaba el enorme artista uno de los momentos estelares de su contrastante
trayectoria.
La faena. “Cacareo” (542 kg.), un castaño claro bocirrubio y ojo de perdiz, calcetero
trasero y de pitones abiertos y acucharados había sido protestado de salida por algo que la
gente advirtió como incipiente cojera. Y se había movido con gran desorden en los dos
primeros tercios cuando Morante lo recibió de muleta con una tanda de ayudados por
bajo, doblándose vigorosamente con el colorado de las tablas a los medios, algo que
mucho público silbó por suponerlo anuncio de un trasteo de mero trámite. Pero el
propósito del torero era parar al bicho y fijarlo en el engaño, que ya había deslizado con
gusto y parsimonia ante el primero de la tarde, toro noble pero débil con el que trazó el de
la Puebla aisladas pero hermosísimas pinceladas, preámbulo de lo que estaba por venir (…)
Ya en los medios, Morante tomó distancia de “Cacareo”, lo citó sin aspavientos y empezó a
guiar con delicadeza la codiciosa embestida en largas series sobre el pitón derecho,
muletazos cada vez más bajos y lentos, que el toro tomaba con cierta aspereza, al grado
de puntear esporádicamente la mandona flámula. La plaza, que contemplaba en silencio,
poco a poco empezó a sacudirse con ese rugido sordo, precursor de los grandes
acontecimientos.
Larga fue la faena del de la Puebla, verdadero muestrario de cien años de toreo macizo y
sentido, arriesgado y señorial, ora sometiendo por bajo con acompasado quejío, ora
librando con un molinete de emergencia una oleada inesperada del bravo cuvillo. Y
siempre el torero como eje y centro de una obra interesantísima, distinta, fuente dinámica
de luz y de encontradas emociones. Viendo a Morante cambiándose la muleta de mano,
después de más de cincuenta pases que habían sido otras tantas ráfagas de torería, para
ligar los naturales más bellamente naturales de los últimos tiempos, o saboreando el
portentoso kikiriquí que remató los ayudados por alto finales, barriendo lomos como
pudieran haberlo hecho centuria de por medio Juan Belmonte o El Niño de la Palma, Bilbao
y el toreo todo pasaron del éxtasis conmovido a una especie de sereno letargo, intensa
comunión con el cosmos que solamente éste que Lorca llamó el arte más culto suele ser
capaz de provocar. El martes 23 de agosto de 2011, en el Bocho, tuvo lugar una de esas
privilegiadas ocasiones.
Nos despertó el perfecto estoconazo que fulminaría a “Cacareo” y lo haría pasar a la
historia grande de la fiesta, al lado del nombre de su genial autor. La vuelta al ruedo de
Morante con las orejas del incansable castaño de Cuvillo fueron como un remanso tras la
borrasca luminosa de su increíble faena.” (La Jornada de Oriente, 29 de agosto de 2011)
Ni qué decir que las reacciones mediáticas tuvieron todas un cariz parecido. Los titulares
no dejan lugar a dudas: “Faena histórica de Morante de la Puebla” (Carlos Ilián, Marca);
“El arte de Morante inunda Bilbao” (Juan Antonio de Labra, portal altoromexico.com);
“Bilbao ‘arde’ con el fuego de la pasión torera de Morante” (Luis Nieto, Diario de Sevilla);
“Puerta grande para Morante de la Puebla” (Zabala de la Serna, El Mundo); “Una faena
fantástica de Morante” (Ignacio Álvarez Vara “Barquerito”, portal COLPISA); “Morante,
algo más que a hombros”, Antonio Lorca, El País)… Y así por el estilo.
Barquerito. Tomo de este auténtico maestro de la crónica taurina el relato en extenso de
lo que fue, según la entrada de su nota,“Una exhibición por todo antológica: la belleza
formal, la inspiración, la improvisación, el temple, el genio sencillo. Obra maestra.”
Y a continuación lo desglosa así: “Dentro de la variedad de pintas y hechuras, el cuarto
(fue) el raro. Corto de manos, y por eso se trompicaría al aparecer; mucha caja pero
vareado. No fue toro de gran expresión. Pero en manos de un Morante desatado y en
faena de sin par ebriedad, iba a ser el toro de la feria (…) “Cacareo”, número 150.
Lo recibieron de uñas solo por perder las manos (…) Se vino al retrote, se frenaba un poco,
no se fijaba, se salió suelto de dos picotazos –el segundo, en la puerta y sin emplearse–, no
dio opción sino para bregar. Estaba por sangrarse y por saberse cómo era el toro cuando el
palco cambió el tercio. Morante, por su cuenta, hizo gesto visible a Cristóbal Cruz para que
le pegara al toro un tercer puyazo, que fue el de verdad. Medicinal.
El segundo y el tercero de Cuvillo se habían cambiado con dos puyazos (…) y se habían
venido arriba en la muleta con bravo temperamento (…) Morante habría tomado nota. Se
le echó encima la gente, pero Morante sabría lo que hacía (…) Los banderilleros
cumplieron enseguida, en los dos galopes por la mano derecha el toro se vino con buen
aire, pero no por la izquierda. Morante se puso a trajinar sin perder un segundo. Seis
muletazos a dos manos por abajo, muy trabajosos, como si la muleta pesara el doble de lo
normal (…) toro metido y sometido. La tanda acabó al borde de la segunda raya. Los que
entendieron que eso era el arranque de una faena de mero castigo erraron el cálculo. Iba a
empezar el festín en la tanda siguiente, que fue de nuevo por abajo, de ahormar y
aquilatar; de enganchar y torear por delante, no solo tocar. Fue una tanda de seis: en el
cambio de mano por detrás la muleta cobró un vuelo que nunca se ve.
Ya estaba encajado Morante y empezó a fluir el torear como un juego. La faena fue entera
en un terreno solo (…) Morante empezó fuera de rayas, entre las rayas dibujó no pocas
maravillas y acabó toreando casi en las tablas. Y, sin embargo, todo fue en tan pocos
palmos pura improvisación. Sobre la base del canon clásico: el toreo en redondo,
ligeramente traído hacia dentro el viaje del toro para abrirlo sin ahogarlo, las plantas
posadas; en aspa el brazo que no blandía la muleta pero equilibraba el peso del cuerpo
como en filigrana; la suerte cargada en todas las bazas. Ni un tirón. Todo caricias.
Uno por alto casi en reolina ligado con el molinete, la trinchera y el de pecho. Estalló un
júbilo inenarrable. Coros de olés porque no hubo ni pausas, sino brevísimos respiros dentro
de un hilo continuo. Veinte, treinta muletazos de los que solo se ven en rancias fotos.
Cuando todo parecía hecho, llegó la sorpresa mayor. A Morante le faltaba ponerse en serio
con la mano izquierda, por donde el toro había protestado, y por ella se puso cuando y
como mejor quiso. El encanto de la faena era su derroche de fantasía: muletazos como
juegos de luces en la tarde de más cerrado cielo de todo el verano en Bilbao, sueltas y
tomas del toro cuando menos se esperaba que brotaran a borbotones los malabarismos
(…) El natural, el molinete y el de pecho; el de las flores ligado con el natural y un recorte; y
un final inesperado: una tanda de ayudados por alto cargando la suerte como si se fuera
todo Morante detrás de los brazos, que templaron los viajes del toro como si lo hicieran
levitar. Fue, por todo eso, un prodigio (…) Hubo catarsis general: poder embaucador de
esta clase de faenas sin fin. Sonó un aviso antes de haber montado Morante la espada.
Entró delanterita la estocada (…) Y ahí habría cabido la gracia sevillana: lo de “¡No ze pué
aguantá…!” Pero se aguantó.” (Barquerito, COLPISA. Bilbao, 23 de agosto de 2011)
Pasada la emoción del momento, escritas más en frío, encontré estas reflexiones de
Fernando Bermejo: “Morante no necesita unos ojos especiales de aficionado. Él sirve un
menú distinto (…) Y a él acudimos siempre con los sentidos muy abiertos. En Bilbao, como
ha reconocido el propio torero, consiguió lo que estaba soñando. Quizá por eso no era muy
difícil que irrumpieran los dos pañuelos al tiempo en el palco, recompensa de una obra que
por supuesto no volveremos a ver. Obras hay que se parecen mucho entre sí, como si ya las
hubiéramos observado en otras ocasiones. ¿Alguien ha visto algo parecido a lo que hizo,
largo tiempo, Morante con el cuarto de Núñez del Cuvillo? (…)
Este torero es patrimonio de todos los tiempos. Es torero de épocas porque no hacemos
más que desentrañar sus resquicios gallistas, belmontistas, pepeluisistas (…) Aúna tanto,
que lo que le sale, cuando le sale, es una joya. Entre los que le pitaron ignorantes en su
inicio todopoderoso por bajo y quienes le hubiéramos dado en ese mismísimo instante las
dos orejas hay un término medio, pero el torero no estaba para términos medios. Y se le
notó, y lo celebramos. Su repertorio rebosó de adornos, cierto es, pero también del toreo
más firme que exista, así la tanda de naturales de la victoria final. Luego vinieron,
obnubilados, los besos de felicitación de sus peones, o de El Juli en el callejón. Y, muy
mecida, la salida entre dos hombros por la Puerta Grande.” (El Mundo, 24 de agosto de
2011)
Buena corrida. Sería injusto dejar sin una justa mención al buen encierro de Núñez del
Cuvillo y al desempeño de los otros dos alternantes. José María Manzanares se llevó un
lote notable, y aunque lo desbordó la casta de su primero, con el otro estuvo poderoso y
templado y le cortó la oreja. David Mora, que se presentaba en Bilbao, gustó mucho con la
capa y pudo desorejar al tercero, bien acoplado con la zurda antes de pincharlo; luego se
le vio valiente y cumplidor con el sexto, que fue el malo del sexteto, así como el primero
había sido el más flojo, pese a lo cual Morante mostró que estaba de vena en aislados
pero preciosos detalles.
Han pasado los años, pero la faena de José Antonio Morante de la Puebla al cuvillo
“Cacareo”, en Bilbao, es de aquellas que nunca terminan de pasar.