En su libro biográfico sobre Fermín Espinosa “Armillita Chico”, y en el capítulo dedicado a Luis Procuna, Paco Malgesto establece la neta superioridad de Fermín sobre Luis al comparar la trascendencia histórica de ambos, en todos los rubros… excepto en uno: “Es necesario confesar –escribe Malgesto– que ha habido plazas, las sudamericanas, en las que Luis ha llegado a conquistar recientemente una popularidad mayor que la que en esas plazas ha tenido Fermín Espinosa.” (Armillita. Maestro de Maestros… Edit. Panorama Editorial. México. 1988. p 179. Reedición del original de 1949).
Entre las plazas de América del Sur donde Procuna alcanzó mayores triunfos y conquistó el máximo cartel sobresalen, sin duda, las de Lima y Caracas. En la capital peruana, fue Luis el primero en obtener el Escapulario del Señor de los Milagros, justo en el año en que se puso en juego (1947) para premiar al triunfador una feria que desde entonces no ha dejado de celebrarse. Ya el año anterior, alternando con señores de la talla de Armillita, Domingo Ortega y Manolete, que habían cortado orejas y rabos, el Berrendito de San Juan alzó la pata de un toro mexicano de La Punta (03.11.46). Y otra más dentro de la serie primaveral de 1949 –corridas éstas que ya no se dan en Lima–; en esa ocasión, la apoteosis procunista llegó con “Retenido”, de La Viña, toro de vuelta al ruedo (03.04.49).
Si uno repasa la historia completa de la plaza de Acho, solamente César Girón, otra gran figura injustamente olvidada, consiguió pasear alguna vez el estrambótico trofeo.
Lima, 25 de octubre de 1947. Alternando con Armillita y Morenito de Talavera el 19 de octubre, en la apertura de la feria, Procuna había tenido una mala tarde. Lo que no impidió que el coso de la municipalidad del Rimac se llenara hasta los topes el sábado 25, con el Berrendo de San Juan compartiendo cartel con Antonio Bienvenida y Raúl Acha “Rovira”, aquel estupendo estoqueador nacido en Buenos Aires que ostentaba nacionalidad peruana. Toros nacionales de La Viña, de magnífica presentación y juego.
A favor de la magnífica materia bovina, la corrida transcurrió triunfalmente. Antonio Mejías “Bienvenida”, de celeste y azabache, brindó el abreplaza a Fernando Graña Elizalde, a la sazón el empresario de Acho en sociedad con José Antonio Roca Rey, abuelo de la actual máxima figura del toreo; sabía el hijo del Papa Negro que se las vería con un astado de embestida clara y noble y cuajó una faena de corte clásico, no exenta de cierta alegría sevillana; certero con la espada, acabaría por pasear las dos orejas del burel. No salió igual su segundo y el diestro nacido en Caracas optó por abreviar.
El debut de Rovira en Acho había despertado gran expectación y Raúl Acha no defraudó a sus nuevos paisanos. Era torero de arranques valerosos y su inclaudicable entrega de inmediato caló en el respetable. Su primer bicho le permitió faenar larga, variada y lucidamente, y sólo porque la estocada cayó contraria el presidente se negó a otorgar la solicitada oreja, a lo que el público respondió obligando al espigado diestro a recorrer por dos veces el anillo. Pero con el último, el triunfo no se le escapó. Propicio se le presentaba a Rovira el ambiente, luego de la bronca al juez en su turno anterior, y él se encontró con el toro más vivaz del reparto, de modo que la faena de muleta, iniciada con estatuarios cada vez más ceñidos pegado a tablas, fue una exaltación del valor seco y angustiante que era su principal característica. La estocada, ejecutada a ley, cayó esta vez en todo lo alto, y la victoria del che se tradujo en el corte de dos orejas unánimemente solicitadas.
Apoteosis procunista. Sobre la gran tarde del mexicano, premiada con cuatro orejas y un rabo, el corresponsal del semanario La Fiesta –José Quevedo Valderrama, que firmaba como “Morado y Oro”—escribió lo siguiente:
“Luis Procuna salió por la revancha y la verdad es que la consiguió con creces (…) Un triunfo rotundo que puso otra vez al gran artista mexicano en la cumbre de la admiración y el cariño de los aficionados peruanos. A su primer toro lo veroniqueó primorosamente (…) En los quites de nuevo se ganó los aplausos del público al instrumentar finas y bellas chicuelinas, en tanto Rovira se hacía ovacionar también con sus apretadas gaoneras mientras la música sonaba en su honor (…) Este toro fue muy bien picado por Conejo Chico –Juan Aguirre, legendario picador poblano, pilar de la cuadrilla de Rodolfo Gaona (nota del columnista)–. A petición general tomó Luis las banderillas y clavó dos pares de magnífica factura (…) Procuna brindó la muerte de este viñense al maestro Armillita en homenaje a sus veinte años de matador de toros, y realizó completísima faena a base de extraordinarios derechazos y naturales, escalofriantes pases de pecho y los clásicos ayudados por alto de su creación (lo que conocemos en México como “sanjuaneras”). Las palmas echaban humo y la banda no cesaba de tocar. Mató Procuna de una gran estocada y el público, de pie, le tributó una gran ovación (…) premiándose al artista mexicano con las dos orejas del bravo ejemplar de La Viña.
A su segundo toro lo lanceó Procuna sin lucimiento, pues el astado acusó mal estilo. Banderillearon Tabaquito y Morales, ambos muy bien, y después de que Tabaquito bregó estupendamente, el joven artista mexicano instrumentó otra inenarrable faena que llevó al delirio a los aficionados limeños pues, inspiradísimo, con total desprecio de las dificultades del bicho, ligó pases de todas marcas. La ovación era interminable, mientras la música tocaba en honor de Luis Procuna que, solo en los medios, se hartó de torear con gracia y sabor incomparables. Mató superiormente y se ganó las dos orejas y el rabo del astado, dando tres vueltas al ruedo y escuchando una ovación que parecía no iba a terminar nunca…” (La Fiesta, 5 de noviembre de 1947)
Fue la tarde estrella de la feria limeña de 1947, y la gesta descrita le sirvió a Procuna para adjudicarse el Escapulario del Señor de los Milagros que por primera vez se ponía en disputa, sin que dejara de influir para ello la oreja cortada por Luis a su primer toro del día siguiente, domingo 26, aunque la faena de la tarde la cuajó con su segundo, dicen que borrando a fuerza de inspiración todos sus logros anteriores aunque sin conquistar más apéndices porque, como artista de contrastes que era, lo mató tarde y mal.
Otra historia. En lo sucesivo, la feria de Lima, enclave de férrea raigambre colonialista al fin y al cabo, sería acaparada en su organización por las casas empresariales de la península ibérica con la consiguiente proliferación de diestros hispanos en la cartelería, tanto figuras con segundones. Así lo refleja el historial de la misma y de los sucesivos ganadores del Escapulario del Señor de los Milagros, entre los cuales apenas lograron entreverarse los venezolanos César Girón (1954) y su hermano Curro (1967), los portugueses Paco Mendes (1955) y Víctor Mendes (1990) –sin parentesco entre sí–, el mexicano Ignacio Garibay (2001) y un solo peruano, Rafael Gastañeta (1997), antes de los cuatro Escapularios obtenidos por Andrés Roca Rey (del 2015 al 17 y luego en 2022, pues en los años de la pandemia no hubo toros en Lima) y Joaquín Galdós (2018). Entre los no españoles ni peruanos sobresale el francés Sebastián Castella, que hizo triplete (2003, 2006 y 2023).
Esa inercia hispanista no se rompió ni siquiera cuando Acho vio lidiar con cierta frecuencia ganado mexicano, como lo evidencian tres astados procedentes del país azteca premiados con el Escapulario de Plata al mejor toro de las ferias de 1988 (“Imparcial” de Los Martínez), 1995 (“Fina Estampa” de Javier Garfias) y 1996 (“Santeño” de Real de Saltillo).
De y para el recuerdo. Pero no cayó en tierra infértil la semilla sembrada en Acho por la torería mexicana en los años de Armillita y Silverio, Arruza y Procuna. En marzo de 1964, Raúl Acha “Rovira” tuvo la feliz idea de armar un festival del recuerdo contando con Armillita, Lorenzo Garza, Silverio Pérez y Carlos Arruza, encartelados con el mismo Rovira y el peruano Adolfo Rojas “El Nene”. Desde el aeropuerto de Callao, la bienvenida de los limeños a las “Glorias del toreo mexicano” –según rezaba una pancarta–, alcanzó caracteres de apoteosis, puntualmente correspondida en el coso de Acho por el saltillense Fermín Espinosa (oreja), el regiomontano Garza (dos apéndices), el capitalino Arruza (dos también) y Silverio, el Faraón de Texcoco, cuyo fabuloso trasteo derechista le permitió alzar el único rabo de un festejo en el que Rovira y El Nene también fueron orejeados, y que concluyó con los seis paseados por las calles de Lima en hombros de jubilosa multitud.
Tanto éxito alcanzó este festival que, cuando llegaron las fastuosas celebraciones del bicentenario del viejo coso limeño, en febrero del 66, la organización se apresuró a reproducir el Festival del Recuerdo, esta vez con mayoritaria participación hispana –Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Gitanillo de Triana II y Luis Miguel Dominguín—y por Perú Alejandro Montani y Hugo Bustamante, que cortó dos orejas lo mismo que Silverio Pérez, en tanto Armillita cortaba una, imponiéndole su maestría a un novillo nervioso y reservón, mientras se iba en blanco la amplia representación española, si bien el público limeño se mostró cariñoso y agradecido con todos. El genial Cagancho, residente en México, le brindó su utrero a Antonio Ordóñez, que al día siguiente (20.02.66) cuajaría una de las faenas más completas y bellas de su vida con “Carnaval”, toro de bandera de Javier Garfias.
¿Y Procuna? El que no haya participado en esos festivales del recuerdo representa la parte enigmática del asunto ¿Sería que, en el primer caso, Rovira no estaba en los mejores términos con Luis? ¿O simplemente que por las fechas en que se dieron dichos festejos tenía Procuna compromisos profesionales en nuestro país, como fue el caso de Arruza, muy solicitado por las empresas en su calidad de rejoneador en 1966 hasta que sobrevino su trágica muerte (20.05.66)?
Ya no viven quienes podrían estar en condiciones de develar el misterio. Lo cierto es que Luis Procuna, en sus años grandes, disfrutó en Lima de un cartel superior al de cualquier otro torero, mexicano o no.