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La corrida del siglo en Cali, enero de 1972.El recuerdo de Alcalino el día del indulto del maestro Pepe Cáceres y su 4 orejas…Eloy Cavazos y Palomo Linares, apoteosis con Piedras Negras

Consta en los anales que el único toro mexicano que Joselito El Gallo toreó en su vida procedía de las dehesas tlaxcaltecas de Piedras Negras (Lima, 19.01.20). No salió bueno, como tampoco impresionaron los corridos la tarde de 1929 en que por primera vez se lidió en España ganado mexicano, cuatro astados solamente porque los otros cuatro fueron de Clairac (San Sebastián, 22.07.29. Cartel: Marcial Lalanda, Cagancho, Heriberto García y Manolo Bienvenida). La coincidencia de que procedieran también de Piedras Negras no es casual, se trataba del hierro de más prestigio durante el largo esplendor de Rodolfo Gaona y la vacada en torno a la cual se nucleó la crianza de ganado de casta en el estado de Tlaxcala, uno de los tres centros neurálgicos de la cabaña brava nacional. Tiempo habría para que San Miguel de Mimiahuápam repletara de casta, nobleza y bravura el ruedo catedralicio de Las Ventas en un San Isidro todavía lejano (22.05.72).

El mercado sudamericano. A partir de los años 40, ya completamente definidos los encastes que tanta gloría aportaron a la época de oro del toreo en México, la exportación de bovinos con destino a plazas de América del Sur fue haciéndose habitual. Venezuela se convirtió en el país que más toros mexicanos importaba, pero no es ocioso recordar que las primeras ferias del Señor de los Milagros en Lima –con Fermín Armilla, Domingo Ortega, Manolete y Procuna como base—se nutrieron asimismo de buenos encierros mexicanos. Tal vez la excepción haya sido Colombia, ganaderamente autosuficiente,  pues las empresas ecuatorianas también recurrían con frecuencia a vacadas del Anáhuac y sus alrededores. Exportación que se intensificó masivamente cuando, por razones sanitarias, las repúblicas sudamericanas donde hay toros dejaron de llevar a sus cosos corridas españolas y se encontraron con que el campo bravo azteca era capaz no sólo de sostener ferias y temporadas enteras, sino de mejorar su brillantez. Hablamos de las décadas del 60, 70 y parte del 80 del siglo XX, cuando el sistema taurino nuestro irrumpió con fuerza en el mercado del sur de América rompiendo el sistema cerradamente ibero que lo dominaba. Y no sólo lo hizo con ganado a modo, arribaron además un puñado de manitos cuya personalidad y clase no desmerecía en absoluto frente a las figuras hispanas que habitualmente acaparaban en la región los carteles y el dinero.

Con el tiempo, las plazas sudamericanas retornarían a su ancestral condición de cotos neocoloniales bajo férreo control hispano. Pero mientras la primavera mexicana de toros y toreros duró, el predominio casi absoluto correspondió a innumerables hatos de procedencia Saltillo-Llaguno, divisas como Reyes Huerta, San Martín, Mimiahuápam, Garfias, Valparaíso, José Julián Llaguno y, esporádicamente, San Mateo y Torrecillas, las vacadas madres de tan cotizado linaje. También solían embarcarse rumbo al sur, aunque en menor proporción, encierros de La Punta,  Tequisquiapan, Pastejé o El Rocío, sin parentesco con la sangre predominante. Y muy pocos de los hierros clásicos del campo bravo de Tlaxcala, porque si bien Reyes Huerta y Mimiahuápam estaban asentadas en dicho estado, su pie de simiente procedía de Zacatecas, la patria del encaste de moda.

¿Por qué Piedras Negras? Pudiera pensarse que, para esta Historia de un cartel, lo normal habría sido elegir alguna tarde particularmente feliz, propiciada por cualquiera de las vacadas de la línea Saltillo-Llaguno. Sin embargo, el encierro de Piedras Negras lidiado en Cali el 1 de enero de 1972 acaso haya sido el mejor entre centenares de hatos llegados de México con la misión de dotar de bravura y color las ferias de la zona sur del continente. Paradójicamente, su auge coincidió con una época en que la Plaza México se había olvidado por completo de la prócer divisa rojinegra, de modo que Raúl González, heredero en turno de la dinastía fundacional, se vio precisado a vender la crema y nata de lo que pastaba en sus potreros a otras empresas, tanto de la frontera norte como del exterior.

Y es que aún ausente de los carteles de la temporada grande capitalina, Piedras Negras seguía disponiendo de sangre brava a raudales, como comprobaremos en seguida.

Brillante antecedente. Antes de entrar de lleno a lo acontecido en la plaza caleña de Cañaveralejo en el año nuevo del 72 viene a mi mente un sexteto de hermosos piedreños corridos nueve años atrás –con sus hermosas capas cárdenas y sus cuatro o cinco años a cuestas– en el Nuevo Circo de Caracas (24.03.63). Los despacharon César Girón, Pepe Cáceres –con quien volveremos a encontrarnos en Cali—y Fermín Murillo, hubo dos toros de vuelta al ruedo –“Tapabocas” y “Jarameño”–, y triunfos compartidos del mayor de los Girón y el gran torero de la colombiana Tolima, con dos orejas para César y sólo una para Pepe porque ambos fallaron con el estoque. Tan fue tarde de cante grande que Víctor López “El Vito”, el cronista de más fama de esa república hermana, lo proclamó así sin dudarlo. Y el propio César Girón declararía, ante el micrófono del mexicano Pepe Molero, que esa faena suya había sido la mejor de cuantas realizó en la capital de su país natal.  

Qué mejor preámbulo para abordar los sucesos de la corrida del siglo, como bautizaron los taurinos colombianos al penúltimo festejo de la feria caleña de 1971-72.

Dos Piedras Negras indultados y otros dos de vuelta al ruedo. Fue como si al agudo toque del clarín quedaran envueltos, el coso de Cañaveralejo y la alegre multitud que lo llenaba, en el reino de la fantasía. Jorge Arturo Díaz Reyes, analista, notario y pensador puntual de la historia taurina de Colombia lo describió así:

“Siete toros mexicanos de Piedras Negras, 7º de regalo; muy en Saltillo, nobles y bravos todos, indultados 1º y 6º, “Postinero” y “Pluma Blanca”, vueltas para 3º y 4º, los otros tres ovacionados. Pepe Cáceres dos orejas y dos orejas simbólicas. Palomo Linares oreja, palmas y dos orejas en el de regalo. Eloy Cavazos oreja con fuerte petición de otra y dos orejas simbólicas.

Pepe Cáceres no brindó. Al público se le había ido pasando el rencor, pero al parecer a él no. Sin preámbulos, en el tercio, se cruzó con el toro, erguido, lo citó de una vez por naturales, nada de tanteos, la espada en la derecha, tras el cuerpo, y la izquierda por delante, balanceando el estaquillador en la punta de los dedos estremeció el trapo, el animal se arrancó tras él a galope y lo siguió, lo siguió, lo siguió codicioso pero sin tocarlo. Sólo girando sobre el pie derecho, clavado en la arena como punta de un compás, Pepe dio veintiún naturales bajos, cargados, lentos, largos, majestuosos, ligados en tres tandas de siete, sin enmendar el terreno y rematadas las tres con el forzado de pecho pa´dentro. Después de la primera casi todo el público olvidó los agravios, la bronca, el pasado y la sinrazón. La banda de músicos suspendió el pasodoble y atacó a todo pulmón el “Bundetolimense” (…) La plaza vibraba, pero Pepe no levantó la mirada, no sonrió, solos el toro y él se trenzaron en una brega en la que uno no dejaba de embestir y el otro no paraba de cargar las suertes de su largo repertorio. La faena in crescendo, más allá del reglamento. El público empezó  a pedir el indulto, la cosa continuaba, la petición se generalizó, discusiones en el palco ¿Perdón o avisos? Pañuelos blancos, griterío. Indulto de “Postinero”. Apoteosis, dos orejas simbólicas, locura del público. Él caminó ceremonioso, frente a la barrera se inclinó, recogió mi sombrero y siguió con él en la mano, dando la vuelta despacito en medio de aplausos, flores, prendas y gritos de ¡Torero!

Con el cuarto, “Soy de Seda”, Pepe arrasó a sus malquerientes y, crecido, toreó más y más, para sí, soberbio al mostrar la casta del animal. Y se repitió, sin indulto, la apoteosis del primero (…)  Había esculpido un obra de arte sobre la piedra del clasicismo “cacerista”. Remató con estocada perfecta, como pocas veces, con la que cortó dos orejas. Y ni así contentó a sus malquerientes.

Eloy Cavazos, diminuto en su toreo barroco, alegre, tan mejicano (sic), puso la plaza pata arriba, hizo sonar corridos rancheros y, en medio de la furiosa petición de dos orejas, recibió sólo una, que tiró al suelo, y arrancó ruidosa vuelta al ruedo a la inversa. Eufórico, se superó a sí mismo en el sexto, “Pluma Blanca”, bravísimo, motivando su indulto para recibir trofeos simbólicos en medio del delirio y coros de ¡Méjico! ¡Méjico!

Palomo Linares, capaz de cualquier cosa por no dejarse ganar, armó un escándalo con su toreo valiente, tremendista, de rodillazos, desplantes, pero con la espada malogró la faena al gran 3º  (…) Ídolo de una grey de feligreses palomistas en Cali, al ver que en un cartel trinacional España quedaba en minusvalía se arrimó como un poseso al 6º, por tardar con le estoque recibió sólo una oreja. Con desesperación pidió lidiar el sobrero que, fiero, parte plaza y remata contra el burladero arrancándose el pitón derecho por la cepa. Frustración y rabia (…) En gesto de hombría hace toda la faena por el indemne pitón izquierdo, el trasteo es impecable pero la estampa del toro impide que haya una emoción diferente a la de compasión por el animal (…) Mata en el sitio y recibe dos orejas del maltrecho.”

Evidentemente, el final de relato, esos dos trofeos cortados a un unicornio, siembra dudas sobre lo sucedido con anterioridad, y la colombiana corrida del siglo reclama por ello un asterisco explicativo. Lo que no está en discusión es que, la tarde del primer día de 1972, la feria de Cali vivió uno de los picos más altos de su frondoso historial. Y fue gracias a la extraordinaria calidad de un encierro de la tlaxcalteca Piedras Negras, soberbiamente presentado además. Propició, de paso, la reivindicación total de Pepe Cáceres, emblema máximo –y trágico—de la torería colombiana hasta antes del advenimiento de Rincón, el otro gran César del toreo al lado del venezolano César Girón.

Loor a la bravura mexicana y a la tauromaquia de los históricos maestros de América del Sur, cuyo actual portaestandarte se llama –de pie todos– Andrés Roca Rey. MOSAICO GRÁFICO DE “LA CORRIDA DEL SIGLO” (Cali, 01.01.1972): Lo encabeza “Postinero”, que abrió plaza y fue indultado por su bravura y nobleza lo mismo que “PLUMA BLANCA”, el 3º de la tarde; hubo además dos toros de vuelta al ruedo (PEPE CÁCERES, que sumó cuatro auriculares, se inclina sobre el cadáver del 4º, “SOY DE SEDA”). También recorrió el anillo en varios momentos el ganadero tlaxcalteca RAÚL GONZALEZ


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