Nos cuenta Jesús Bayort que el Ayuntamiento de Sevilla le pide a los herederos de Joselito e Ignacio Sánchez Mejías que paguen la tasa de renovación so pena de que esa hermosísima Obra del maestro Benlliure, y nunca mejor expresado » se vaya a otra parte «.
Me he quedado de piedra. Cómo es posible que el Ayuntamiento y la Consejería de cultura se desentiendan de la conservación del mas grande homenaje al maestro de Gelves.
No hay garantías de futuro para ese impresionante mausoleo creado por el maestro valenciano.-
EL ABOGADO JOAQUIN MOECKEL INTERCEDE PARA EVITAR UN ESTROPICIO.
El abogado Joaquín Moeckel está dispuesto a promover una campaña popular para restaurar la joya escultórica que Mariano Benlliure esculpió tras la muerte de José Gómez Ortega ‘Gallito’. El asesor jurídico de la empresa Pagés y de numerosos profesionales del mundo taurino ha reaccionado rápidamente a la noticia publicada este viernes por ABC de Sevilla, donde se ha informado de los problemas de conservación que afronta el mausoleo.
Joaquín Moeckel se ha puesto en contacto con un grupo de restauradores especializados en el tratamiento de este tipo de esculturas para solicitarles información y presupuesto de la posible intervención que necesite la obra. El reconocido abogado ya tomó en su momento el cubo y la bayeta para limpiar con sus propias manos el monumento dedicado al Faraón de Camas, Curro Romero, tras un acto vandálico que lo dejó pintado de ‘sangre’ y ante «la desidia del Ayuntamiento de Sevilla, que dijo que iba a limpiarlo pero que no ha hecho nada».
Ignacio Cossio nos describe este monumento que hoy nadie quiere en el Ayuntamiento sevillano :
¡Que gran obra del valenciano Mariano Benlliure!, cómo refleja el dolor de un pueblo, el espíritu gitano de los que ven muerto a su ídolo, y al que transportan a su última morada compungidos y sabiendo que con él se iba algo más suyo, no en balde José era hijo de payo y gitana. Su postura yacente en piedra blanca destaca con fuerza entre el bronce apagado por las lluvias. José, tendido sobre su propio féretro, arropado por cinco flamencas, una niña, cuatro niños y ocho hombres conocidos que gimen su ausencia desgarradora. Benlliure, con sus buriles, supo ahondar en el misterio de la Fiesta. El rito sagrado de la muerte, la eterna danza de la literatura medieval, que solo él hizo pintura y escultura destacan en esta obra sobremanera. De entre los que le portan su querido amigo el ganadero sevillano Eduardo Miura, bisabuelo de los actuales ganaderos, encabeza la procesión de corto con sus espuelas redondas junto a una gitana que porta entre sus brazos la Señora Esperanza Macarena. Allí, junto a José descansa su hermano mayor Rafael ‘El Gallo’, su sobrina la recitadora Gabriela Ortega y su cuñado Ignacio Sánchez-Mejías, culpable máximo de la realización, que costeó este mausoleo y el patriarca de esta casa que hoy es propietaria de la llave del panteón familiar. ‘Bailaor’, de la viuda de Ortega en Talavera de la Reina, tras su espantosa muerte cuando contaba con tan sólo veinticinco años de edad, nos lo trajo a Sevilla.
Al fondo de la plazuela está el mausoleo de los Pablo-Romero y junto a él la calle San Teófilo con sus tres grandes diestros: Manuel García Cuesta ‘Espartero’, con sus columnas de mármol romanas partidas para y por el arte. ¿Señal masónica de la muerte? Fruto y consecuencia de su valor espartano hasta su última cita en Madrid con ese toro colorao ojo de perdiz de nombre ‘Perdigón’ que le quitó la vida con tan sólo veintinueve años de edad. El poeta de las marismas, Fernando Villalón, describe con realidad asombrosa su funeral en los últimos versos de su ‘Poemas del 800’: «De negro los mayorales y en la fusta un lazo negro, mocitas las de la Alfalfa; mocitos los pintureros; negros pañuelos de talle y una cinta en el sombrero. Ocho caballos llevaba el coche del Espartero».
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La figura del torero Manolo González se nos aparece de improviso con sus zapatillas, fundón de estoque, capote de paseo y hasta un pentagrama de bronce de su pasodoble con letra de Alfredo Pérez, Juan Antonio Camas y música y arreglo de Manuel Rojas. En el mausoleo hay un niño erguido y desnudo junto a una bola dorada y con el epitafio: «Oh lento instante, oh delicado esfuerzo, oh sabia precisión tan deseada, oh feliz abandono de la lucha, vencida ya la muerte en el reposo». Con treinta y nueve años murió de un derrame cerebral.
Por último, en esa calle destaca la tumba del Pasmo de Triana, Juan Belmonte, junto a unas rosas silvestres que nacieron ya hace algún tiempo a sus pies. Su mausoleo respira aires austeros con esa pequeña cruz concaveada de mármol negro, presidiendo su tumba al estilo más moderno llena de relieves y oquedades. Con la misma austeridad que su muerte voluntaria acaecida en su finca utrerana de ‘Gómez Cardeña’, seis días antes de cumplir setenta años.