Dos grandes toros en Las Ventas, Libardo y Cáqueza en sazón y novilleros con ambición (Vega y Castañeda)
Dos grandes toros en Las Ventas, Libardo y Cáqueza en sazón y novilleros con ambición (Vega y Castañeda). Los impresionistas del siglo XIX si hubieran venido a esta parte de América se habrían maravillado con sus paisajes.
Y en esa experimentación de la luminosidad hubieran encontrado en la zona cundinamarquesa de Albán, un motivo fantástico para dejar su sello en sus obras.
Pues hoy mas que nunca en «Las Ventas» era el escenario perfecto para estos iluminados que trabajaron persistentemente lo que el critico Leroy llamó «impresiones».
Así Claude Monet, Édouard Manet, Alfred Sisley, Pierre-Auguste Renoir, Paul Cézanne, Camille Pissarro y Vincent Van Gogh, nos habrían legado esa independencia que buscaron de la Academia y de los temas históricos.
Bueno, pues en ese marco excepcional se lidiaron dos grandes toros, un castaño, bajo, bien hecho, de una sublime clase en sus embestidas.
Haciendo las pausas, fijo (signo de bravura), humillando y metiendo la cara en los vuelos de la muleta del jóven Manuel Libardo.
Supo entender la calidad de un descendiente de «Gracioso» (hijo de una vaca de Victoriano del Río).
Atrás tiene los genes de «Honrado», que hoy vive en la finca.
Tiene 21 años y está «canoso» Esas edad venerable en un toro es una barbaridad.
Muchas virtudes del toro que se aquilataron con la suavidad en el trato de las telas de don Manuel que volvió a enriquecer su tauromaquia de timbres clasicistas y depurados.
El maestro Rincón , con un pie en el avión que lo devolverá a Madrid nos tenía deparada otra sorpresa.
Salió «un señor» de 540 kilos, altito, engallado, bien armado de pitones, que infundía respeto (me dice el picador William Torres que en el encuentro con el caballo sintió como el empuje de un camión .
El toro viene de «Esfumado», semental que tiene su orígen en «Alcalde».
Semental de don Victoriano del Río y de la madre «Pateadora», en el fondo Marqués de Domecq.
Toro voluminoso que era preciso entender, colocarse muy cerca, sin violencias pero pegándole el toque fuerte y la voz, y el toro en la distancia adecuada «iba hasta más allá».
Así lo entendió un enfibrado Sebastián Cáqueza que en los tentaderos se va revelando como un sólido torero con quien es preciso contar.
Esas embestidas del cuatreño al que (y recuperamos un vocablo taurino que se van perdiendo por el toro «artista», de que hablara don Alvaro Domecq y es PODERLE AL TORO.
Ganarle en franca lid la partida metiéndolo en la muleta y conduciendo su embestida.
Es esa otra belleza del toreo de poder, de aguante que emociona y reivindica al toreo como un arte que comporta técnica.
A veces Cáqueza se descaraba con el toro, se metía entre los pitones, lo citaba y como nobleza tuvo, ese «613» generaba las sensaciones más hondas.
En otro momento el toreo «escondía» la muleta detrás de la cadera, la adelantaba y creaba las condiciones para uno, dos y tres enganchados muletazos con el remate del forzado.
Mientras la naturaleza nos ofrecía ese espectáculo impresionistas.
Teniendo como fondo el valle del Magdalena, dos jóvenes toreros (el uno de Ubaté y el otro de Choachí), desgranaban eso que hemos llamado el toreo eterno.
Repasaron dos novilleros muy adelantados, José Luis Vega y Manolito Castañeda con muchísimo talento y decisión.
Pues se trataba de TOROS, El Pino discreto y eficaz con la capa y al servicio de todos el mayoral.
Don Juan y sus vaqueros que tienen una cuadra de bueyes que envidiaría «Florito» el de Las Ventas.