El toreo y sus nobles orígenes en el románico
Si es cierto que el hábito no hace el monje, no lo es menos que el buen monje no necesita de hábito. Así, que Valladolid tenga el título más o menos pintón de ciudad taurina ni le da ni le quita nada a una ciudad de la que han salido no sólo grandes toreros como Pacomio Peribáñez, los Domínguez, Manrique, los Luguillano, Manolo Sánchez o Leandro Marcos, entre otros, sino también auténticas autoridades en la materia como Fernando Fernández Román, Santos García Catalán, Gonzalo Santos y, sobre todo y por encima de todos, José María de Cossío, referente de cuantos estudiosos del toro en el mundo ha habido.
Sitúa el autor de ‘Los Toros. Tratado técnico e histórico’, según Fernando Conde, el inicio de la tauromaquia como actividad profesional a finales del siglo XVIII e incluso a comienzos del siglo XIX. Pero la documentación hallada por el escritor, estudioso y colaborador de El Norte Gonzalo Santonja en diferentes archivos, fundamentalmente de Castilla y León, obligan a poner en cuarenta ese dato. Y este particular fue el motivo de la sesión del Aula de Cultura que protagonizó el propio Gonzalo Santonja acompañado por Alfonso Fernández Mañueco, Andrés Amorós y Juan Manuel de Prada. La sesión tuvo lugar en el Palacio Real y contó con el patrocinio de Obra Social la Caixa,
-Tesis con datos incontestables y de primera mano. Yo no me permito ninguna afirmación que no tenga detrás un soporte documental. En el caso de Segovia, también en Almazán o en tantos otros lugares, se han dado tres circunstancias muy afortunadas: primera, el ayuntamiento encomendó la organización de las corridas en el XVII a un agente profesional que actuó con un rigor rayano en la perfección, apuntándolo todo; segunda, los regidores examinaban sus cuentas exhaustivamente y, una vez aprobadas, las oficializaban; y tercera, el Archivo Municipal de Segovia ha estado en manos de una cadena de archiveros extraordinarios como el actual director, Rafael Cantalejo San Frutos, y se nutre de magníficos técnicos, con Isabel Álvarez a la Cabeza. Ojalá siempre fuera así.
-Enmendarle la plana a José María Cossío no es precisamente una faena menor.
-Siento gran respeto y honda admiración intelectual por don José María de Cossío, todo un personaje, porque tanto Alberti como Bergamín, también Dámaso Alonso y Luis Rosales, me hablaron maravillas. Además, ahí está su actuación valiente y generosa en el caso de Miguel Hernández, al que literalmente libró del paredón en lo peor de la posguerra, y sus trabajos sobre autores del Siglo de Oro y mitología, que son obras de referencia.
Su enciclopedia taurina sencillamente marca un hito; o sea, no hay enmienda, sino continuación. Desde luego cometió un error: el de basarse en fuentes librescas, descartando los papeles menores, los de las cofradías y los ayuntamientos, las únicas en aquellos momentos a través de las cuales se manifestaba el pueblo. Su versión definitiva de ‘Los toros’ ya tiene más de medio siglo, y en ninguna parcela del conocimiento se sigue donde se estaba hace cincuenta años.
-Si los toros eran habituales en los festejos -incluso, en Barcelona eran peculiaridad local. ¡Cómo ha cambiado el cuento!-, ¿por qué no tenemos mayores testimonios que esos archivos remotos?
-Hay muchos testimonios. Yo he publicado cinco libros y los cinco se sostienen en trabajos de investigación. Claro, siempre es más fácil predicar que repartir trigo, o sea, repetir que repartir noticias. Además, no solo se trata de papeles. También contamos con imágenes muy elocuentes. Quien lo dude tiene la comprobación al alcance: en el Palacio de los condes de Requena de Toro se dará de bruces con un capitel románico en el que se desarrolla una corrida; en la Catedral Nueva de Salamanca verá un picador poniendo una vara de libro; en Guadalupe tiene los cantorales, etcétera, etcétera. Ahora mal, si no se mira, no se ve; y sin leer no se sabe.
-Como dice, quinto libro dedicado en exclusiva al toro y a la tauromaquia, ¿por qué?
-En este momento de España y de la Fiesta, estoy haciendo lo que creo que puedo y debo. Si no hago más es porque no sé. Comparto el razonamiento de Pérez de Ayala y a sus palabras me remito: «El nacimiento de la Fiesta coincide con el nacimiento de la nacionalidad española y con la lengua de Castilla (…) así pues, las corridas de toros son una cosa tan nuestra, tan obligada por la naturaleza y la historia como el habla que hablamos».
El toro es Lucas porque empieza hablando del sacrificio de Zacarías a Dios y el toro es el símbolo del sacrificio, el deseo de una vida espiritual que permite al hombre triunfar por encima de las pasiones animales y obtener la paz.