Ha muerto el escritor Javier Reverte quien reflexionó lucidamente sobre la tauromaquia
Javier Martínez Reverte (1944 – 2020), escritor reconocido por sus libros de viajes realizados en todo el mundo, ha fallecido hoy en Madrid.
Reverte fue pregonero del Carnaval del Toro 2010, con un pregón en el que ensalzó el toro bravo desde la perspectiva vivida y la que pudo ver de primera mano en sus viajes, como en la literatura y escritores reconocidos.
“El toro de lidia, no sólo acompaña un buen puñado de fiestas en casi todos los rincones de la geografía española, sino que es fiel camarada de un buen puñado de nuestros intelectuales y artistas. Goya y Picasso han pintado este juego de arte que transcurre entre la vida y la muerte. Y no pocos poetas han celebrado con rimas el misterio hondo del toro. Cito a algunos tan sólo, porque la lista entera se haría casi interminable: José Bergamín, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda., Manuel Altolaguirre, Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Fernando Villalón, Jorge Guillén. Alberti, Lorca… Y no puedo dejar de citar dos espléndidas novelas que tratan del mundo del toreo: “Juan Belmonte, matador de toros”, del periodista y novelista sevillano Manuel Chaves Nogales, y “Sangrefría”, del poeta y novelista Antonio Hernández.”
UN ESCRITOR VALORADO POR LA CRITICA
Javier Martínez Reverte, que firmaba sus obras como Javier Reverte, estudió filosofía y periodismo, profesión que ejerció durante casi 30 años, trabajando como corresponsal de prensa en Londres, París y Lisboa y como enviado especial en numerosos países.
También trabajó como articulista, cronista político, entrevistador, editorialista, redactor-jefe de mesa, reportero del programa ‘En Portada’ de TVE y subdirector del diario ‘Pueblo’.
Reverte cosechó un gran éxito de ventas con sus libros de viajes con especial mención para su ‘Trilogía de África’, formada por ‘El sueño de África’, ‘Vagabundo en África’ y ‘Los caminos perdidos de África’.
Esta trilogía permitió a Javier Reverte lograr su vieja aspiración de dedicarse por completo a la literatura, y reservó sus escritos periodísticos a colaboraciones puntuales con diversos medios de comunicación.
Reverte también ha publicado la ‘Trilogía de Centroamérica’, formado por tres novelas que transcurren en Nicaragua, Guatemala y Honduras. Ha escrito más de veinte libros basados en viajes, más de diez novelas, cuatro memorias y biografías y otros tantos poemas.
Obras como Un verano chino, Canta Irlanda, New York New York, La aventura de viajar, La canción de Mbama, Un otoño romano, Asturias, Trilogía de Centroamérica, Madrid, El médico de Ifni, Corazón de Ulises… Una extensa obra que ofrece una visión del mundo, sus gentes, sus particularidades, narradas de forma que el lector está presente en ese viaje.
REFLEXION SOBRE LA TAUROMAQUIA
No es que uno sea un loco aficionado a los toros -suelo ir dos o tres veces al año-, pero sí que estoy seguro de que el día en que desaparezcan lo lamentaré. Decir esto no resulta políticamente correcto en nuestros días y, para mí, no se trata de un problema de crueldad, que es el argumento en donde se sustenta el rechazo a la llamada Fiesta Nacional.
Sé de gente que está en contra de los toros en forma radical y que, sin embargo, aprueban la pena de muerte. El asunto, en mi opinión, es casi una cuestión cultural.
He visto plazas de toros en los lugares más insólitos que el lector pueda imaginar. Por ejemplo, en Maputo, capital de Mozambique, país que fue colonia portuguesa y en donde torearon, en los tiempos coloniales, no pocos diestros españoles. Es un espléndido coso que ahora sirve de mercadillo dominical y en cuyas dependencias hay talleres mecánicos e incluso, en los antiguos toriles, las oficinas de una secta religiosa. No sé qué es peor, si un toro salvaje o una sede evangelista.
Hay otra bonita plaza en Orán, ciudad argelina en donde hubo una importante colonia española durante siglos. Sólidamente alzada en piedra, el ruedo es utilizado hoy por los chiquillos para jugar al fútbol. Debe de ser el único campo de fútbol redondo del mundo.
Hace veinte años, recorriendo las calles viejas de Zanzíbar, di con una tienda en la que se vendían fotos antiguas de la ciudad, casi todas de los años 50 del siglo pasado. Y me quedé pasmado al ver que, en una de ellas, un zanzibarí capeaba toscamente, con una suerte de trapo, a un toro cebú, uno de esos enormes vacunos chepudos que da miedo mirar, en una plaza pública de la Ciudad de Piedra.
Tanto Zanzíbar como Pemba, una isla vecina, fueron colonias portuguesas entre 1505 y 1629. De ahí les venía la práctica del toreo, que había sobrevivido al paso del tiempo tres siglos y medio después de irse los lusos.
No sé si quedarán más plazas por África, en los lugares en donde hubo colonias portuguesas o españolas. Pero produce cierta lástima ver esos espacios en los que, como en los circos romanos, la piedra es ya silencio, en los que las voces de júbilo o pavor de los espectadores se han callado para siempre.
La Historia vuela y ese hecho ineludible produce cierto vértigo. Son como los viejos templos de religiones muertas, de los que los dioses han escapado en busca de su propia eternidad. Que les den.
Imaginen, dentro de doscientos años, qué entenderán los niños cuando alguien les diga, por ejemplo, «no hay que mirar los toros desde la barrera«. O expresiones como «pinchar en hueso» o «coger al toro por los cuernos«. ¿Y desaparecerán del diccionario esos bonitos nombres del pelaje taurino como jabonero o negro zaíno o cárdeno o negro bragado?
¿Y qué decir del arte? ¿Comprenderán las futuras generaciones las pinturas de Francisco de Goya, Pablo Picasso o Joan Miró? Y tantos versos escritos por tantos poetas para la fiesta taurina. Aquello de… «sobre un caballo alazano, cubierto de galas y oro, demanda licencia urbano, para alancear un toro, un caballero cristiano«. O aquello otro de… «como el toro, he nacido para el luto«.
¿Y qué harán en Cataluña con el gran poema de Salvador Espriú La pell del brau?, ¿cambiarle el título?, ¿prohibir su lectura?
Este otoño último asistí a una corrida en Madrid una tarde luminosa de sol. A plaza llena, los colores del albero y de los vestidos toreros alegraban el aire del otoño. Salieron unos toros asesinos y los matadores se jugaron la vida ante ellos. Los espectadores mantuvimos un nudo en la garganta durante las dos horas que duró el festejo.
Y entre la tragedia que se presentía y la belleza plástica de algunas suertes de capote, banderillas y muleta, yo sentí que se revolvía algo muy primitivo en mi interior, como si mis lejanos ancestros clamaran desde algún lugar remoto de mi alma.
He llevado a mis hijos a los toros y les dejan fríos. Mi mujer los detesta y le parecen un espectáculo que raya la barbarie. Lo intentaré con mis nietos en un descuido de sus padres. Y siento pena, la verdad, de que muera algo tan humanamente primitivo, tan bello y tan salvaje al mismo tiempo. ¡Cuán hermosa es la palabra salvaje!