Ha muerto el poeta Francisco Brines, tan cercano a la tauromaquia y el último premio Cervantes

Ha muerto el poeta Francisco Brines, tan cercano a la tauromaquia y el último premio Cervantes

Ha muerto, a los 89 años, el poeta Francisco Brines. Brines ingresó de urgencia en el Hospital San Frances Borja de Gandía , un día después de haber recibido en su residencia la visita de los Reyes de España, que le entregaron el Premio Cervantes que no pudo recoger en persona en Alcalá de Henares el pasado 23 de abril por su delicado estado de salud.

Nacido en oliva en 1932, Brines ha sido históricamente relacionado con el grupo poético de los años 50 y continuador de Luis Cernuda. Hijo de agricultores valencianos, estudió Derecho en las universidades de Deusto, Valencia y Salamanca y cursó estudios de Filosofía y Letras en Madrid. Desde 2001, era académico de la Real Academia Española. Ha sido reconocido con distinciones como el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010) o recientemente con el Premio Miguel de Cervantes (2020) que le entregaron los Reyes de España el pasado 12 de mayo. en Elca, su residencia de Oliva, que tanto ha inspirado sus versos, según reveló la Cadena SER.

BRINES Y LA TAUROMAQUIA

La revista Quites que dirige Don Salvador Ferrer, de la Diputación de Valencia es definida como “un emblema de la cultura taurina, una cosmovisión del toreo en la que han escrito pensadores, humanistas, literatos, catedráticos… Es una plataforma para hablar de toros como un fenómeno, un rito, una liturgia antropológica, estética, literaria…”.

“La universalidad del toreo combate, de entrada, todos los dogmas de la incultura, el fanatismo, la ignorancia y el radicalismo de quienes rechazan y reniegan del toreo”, escribe Salvador Ferrer en el prólogo de la revista del 2020.

Escribía Don Francisco Brines en la revista del 2019:

“La emoción del riesgo es enteramente lícita y un componente importantísimo en el toreo, puesto que el peligro de la lidia es una realidad que no puede ni debe soslayarse. El día que éste disminuya sustancialmente nos encontraremos en el principio del fin de este sin par espectáculo. No es el toro menos principal protagonista que el torero, y serán las modalidades y condiciones que aquél desarrolle en el ruedo las que marcarán el rumbo posible de la faena. Aunque será el torero quien, desde su clarividencia y sus cualidades, hará factible la acertada elección de la lidia, con sus pertinentes resultados.”

“De ahí que cuando contemplamos las fuerzas del animal disminuidas en exceso, cuando percibimos que todo su soberbio instinto está puesto al servicio de la exigua hazaña de poder mantenerse en pie, o cuando vemos humillada en él la gallardía de su especie, sólo es posible sentir el justo desvío ante aquellos falsificadores de la emoción. Ni puede haber arte, ni dominio, ni valor en tales situaciones; y posibles tan sólo dos hermanados sentimientos: el de la vergüenza ante una representación tan bárbara, jactanciosa y mezquina, y el noble sentimiento de la piedad que en nosotros despierta cualquier ser inválido. Y cuando el sentimiento de la piedad aparece ya no es posible la presencia de ningún sentimiento estético. Nuestra nueva ética no estará ya fundida en la estética, como huéspedes de una misma naturaleza, sino disociada y enemiga.”

El arte del toreo: razonamiento de una mirada Francisco Brines. Escritor y poeta. Luis Francisco Esplá Mateo. Medalla de Oro de las Bellas Artes (2009).Revista “Quites”. Diputación de Valencia 2019.-

La poesía de Brines se caracteriza por un tono intimista y por la constante reflexión sobre el paso del tiempo y la muerte. La infancia, el erotismo, o la contemplación de la naturaleza son algunos de los grades temas que se cuelan entre sus versos.

LA POESIA DE BRINES

En el cansancio de la noche…

En el cansancio de la noche,
penetrando la más oscura música,
he recobrado tras mis ojos ciegos
el frágil testimonio de una escena remota.

Olía el mar, y el alba era ladrona
de los cielos; tornaba fantasmales
las luces de la casa.
Los comensales eran jóvenes, y ahítos
y sin sed, en el naufragio del banquete,
buscaban la ebriedad
y el pintado cortejo de alegría. El vino
desbordaba las copas, sonrosaba
la acalorada piel, enrojecía el suelo.
En generoso amor sus pechos desataron
a la furiosa luz, la carne, la palabra,
y no les importaba después no recordar.
Algún puñal fallido buscaba un corazón.

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