Con profundo dolor y enorme tristeza reseño la muerte de uno de esos maestros del periodismo latinoamericano que embelleció las letras, le dio sentido a sus escritos de tauromaquia y su voz recorrió América y Europa difundiendo los altos valores de nuestro ceremonial.

Me apena en el fondo de mi alma su partida. Compartí hace unas semanas en San Cristóbal su deliciosa parla, conversamos hasta altas horas de la madrugada en el pequeño hotel donde coincidimos los 4 días de la reciente feria venezolana, que digo conversamos, le oí sus anécdotas, su pensamiento sobre la fiesta, sus libros en ese derroche de sabiduría campechana exenta totalmente de vanidades.

Vimos juntos en el callejón las corridas, apreciamos a toros y toreros, amigos y colegas que le saludaban con admiración, cariño y respeto. Todos, como no podía ser menos, le tratábamos de maestro título que se merecía como ninguno.

Ya le había conocido en Maracay hace un par de años en unas corridas que nos permitió acercarnos a esas fabulosas historias de la Venezuela que pudo admirar y consentir a esa gran figura, César Girón, a los tiempos de Dominguin, Ortega, Camino y El Viti, las grandes tardes del Nuevo Circo de Caracas hoy convertido en un muladar, las ganaderías que se fueron formando con aporte español y colombiano.

El maestro me pidió que le escribiera una nota cada 15 días para su blog y así lo hice. Se me hizo extraño que la segunda en la que hago referencia a los 100 años de Mondoñedo no me respondiera. Ya estaba muy deteriorada su condición de salud.

Nos quedan sus escritos, su ejemplo de vida, su sonrisa, y por qué no su fina ironía.

Me cuesta y presento excusas a los lectores, escribir sobre una figura portentosa de la pluma al servicio de la fiesta.

( En la imagen el colega Alberto Lopera, el ganadero Ernesto Gonzalez y El Vito )