Ha partido el ganadero Jorge Garzón
La foto que abre esta nota es una gentileza de Astolco. Otro miembro de nuestra familia taurina, Jorge Garzón, ha partido.
El ganadero que heredó la afición de su madre, doña Ema, llevó la ganadería «Garzón Hermanos» con su hermano Augusto. Jorge, hombre de pocas palabras, pero siempre atento y cordial padecía quebrantos de salud que no pudo superar.
Fue alcalde, diputado en la Asamblea de Cundinamarca.
Los Garzón trajeron en 1978 simiente Santa Colombia pero tenía una punta de Nuñez bien diferenciada. Hubo éxitos en Bogotá, Medellín y Cali y en la provincia colombiana.
En la Santamaría, un toro santacolomeño fue indultado por Fernando Lozano a finales de los ochenta. O un encierro salvó la aciaga temporada de 1994, al punto que Manuel Díaz ‘El cordobés’, vestido de luces, sacó a hombros al ganadero Augusto.
Apenas dos anécdotas que no paran de recordar los ganaderos de Ubaté.
Como no puede ser de otra manera, condolencias a la familia y amigos.
LA GANADERÍA
Las seis veredas del Valle de San Diego de Ubaté, al norte de la sabana de Bogotá, ostentan una fama particular. Propios y extraños coinciden en que allí se concentran las mejores tierras del centro del país.
Los pastos verdes y fértiles, que conservan sus riquezas, inclusive ante duros veranos, y su permanente nivel de humedad, han convertido esta región en una de las principales zonas ganaderas.
No en vano la cabecera municipal de la comarca, Ubaté, desde hace siglos es considerada como la ciudad lechera por excelencia de Colombia. La mayoría de las razas lecheras sustentan la economía de la región, cimentada en los productos derivados de los lácteos.
A la par, el valle de Ubaté ha sido también una de las provincias colombianas donde el toro bravo ha tenido mayor arraigo. Los municipios de la región han consolidado, desde épocas preterirás, sus ferias y fiestas, que tienen en el toro de lidia su principal protagonista.
En Ubaté, por ejemplo, ya es tradicional la ‘Calleja del Santo Cristo’, la única fiesta popular que, en Colombia, trata de amoldar a la idiosincrasia nacional los mundialmente famosos encierros de San Fermín de Pamplona en España.
Allí, los lugareños, sin dejar sus ruanas ni su ropa de campo, salen a la principal calle del pueblo, cada siete de agosto, y en una carrera anárquica burlan las embestidas de una decena de novillos y novillas de casta, en un tramo que no supero los doscientos metros.
Por la tarde, a los toros. En una plaza portátil instalada en el centro ferial del municipio desde la década de los ochenta, que soporta en sus rudimentarios tendidos de madera el peso de casi dos mil personas.
Plaza que se hace pequeña, sobre todo, si los toros que se lidian son los de la tierra: los de Garzón Hermanos.
Esta tierra tan ganadera es cuna de varias camadas de casta. La más tradicional es la que fundaron, en las reconocidas haciendas ‘El Billete’ y ‘La Laguna’, los hermanos Augusto y Jorge Garzón Murcia, con la única intención de calmar una afición que llevaba impregnada la sangre materna.
Augusto y Jorge recuerdan que, desde pequeños, no se perdían corrida, novillada o simple “pachanga” con toros bravos. Así nació esa pasión por el toro de lidia.
Su madre, Emma Murcia de Garzón, había pretendido hacer una ganadería y, cuando sus hijos se hicieron mayores, ellos lo lograron con el impulso de Rafael ‘Chiquito’ Pérez, uno de esos quijotescos empresarios que se apasionaban e invertían lo poco que había en sus bolsillos en promocionar a cuanto jovencito tenía ganas de ser torero.
La decisión llegó en 1974. Augusto y Jorge tuvieron la fortuna de conocer a Francisco García, quien no puso reparo en venderles un lote de novillas de la ganadería de Vistahermosa, para aumentar una simiente que ya habían adquirido de la dehesa Pueblito Español.
Eran épocas en las que, en Colombia, el ganado bravo era sinónimo de encaste Santacoloma. Y con esa sangre debutaron en la Santamaría de Bogotá, en una novillada celebrada en diciembre de 1978, de esas tantas que no se cansaba de organizar ‘Chiquito’ Pérez.
Desde ese día, los hermanos Garzón ya estaban “embarcados” con el toro bravo. En 1979 se fueron a buscar la pureza del Santacoloma en la ganadería de Joaquín Buendía, y de allí trajeron veinte vacas y dos sementales: ‘Buenos Días’, impuesto por el propio ganadero sevillano, y ‘Tejero’, que según lo reconocen los ganaderos, fue el auténtico padre de la ganadería.
Pero hubo otro semental que ayudo a marcar los rasgos de los toros que se lidian con la divisa azul, verde olivo y terracota. ‘Surraqueño’, un toro que también buscaron en un lote de posibles sementales de Buendía. Para escogerlo entre otros tres candidatos, echaron los números en una gorra y el papelillo que sacaron tenía el de ‘Surraqueño’.
Cuando el hierro de los hermanos Garzón empezó a ser conocido en muchas plazas colombianas, los taurinos españoles José Luis y Pablo Lozano, en largas conversaciones de toros, los convencieron por encariñarse con el encaste Parladé.
En 1982 decidieron traer una punta de vacas con el semental ‘Alabardero’, de la ganadería de Alcurrucén, proveniente de la de Carlos Núñez en España. Así se fundó la otra línea, la cual, aunque con el mismo hierro y en la misma casa, va por camino diferente.
“El encaste Parladé es el que más seduce a las figuras del toreo. Y quizás por entrar en eso, decidimos optar por este encaste. Pero el que nos dio a conocer, y el que queremos por igual es el Santacoloma”.
Asi lo reconoce Augusto Garzón, quien además tiene la costumbre de lidiar las corridas divididas por partes iguales entre los dos encastes.
La sangre Santacoloma ha tenido el saludable refresco de sementales de Vistahermosa y Ernesto Gonzales, mientras que la de Parladé, en la ganadería de Garzón, ha ido mezclando las líneas Núñez y Domecq, gracias a la prueba de sementales de la ganadería El Paraíso de Jerónimo Pimentel.
Por eso, Jorge y Augusto Garzón dicen que sus corridas son tan variadas como los dos encastes. Con la sola intención de satisfacer los múltiples gustos que hay en los toros, entre quienes prefieren la emoción del Santacoloma o la docilidad del Parladé.
Virtudes que se han comprobado en Bogotá, Medellín y Ubaté, principalmente.