Juli, Roca y Rufo en hombros en Castellón
( Tomado de la publicación de Patricia Navarro en La Razón)
La mañana no hacía pensar que a las cinco de la tarde la corrida se diera, pero la tauromaquia es imprevisible hasta para eso. Con el ruedo lleno de parches para arreglar los estragos de la lluvia, Castellón comenzó con categoría. La que impuso ese primer Garcigrande, ya anunciado con el nombre de Domingo Hernández, que tocó a su matador estrella: El Juli. Dos trofeos paseó de él para ir al final de la historia. Una estocada, punto baja y atravesada fue el cierre de una faena con altibajos, pero con momentos de calado y calidad. El toro la tenía por su codicia y su entrega en la muleta del madrileño. Al natural, en la distancia media y de perfil, logró Julián los naturales más poderosos, ligados y queriendo encontrar finales atrás sin despegarse del cuerpo. Filosofía buena esta. Fueron los que catapultaron el trasteo, conectaron con el público y prendieron la llama. Todo lo que vino después fue una búsqueda de ese instante. Por derechazos lo gozó en una tanda, que sirvió de preámbulo a la suerte suprema. Y al doble premio. Más sosote aunque noble y con largura en el viaje fue el cuarto. El Juli anduvo dispuesto en una faena de oficio, que pasó más discreta con lo que vino después
Roca Rey se picó con Rufo y salió a hacer el quite. Fue el mejor momento del segundo toro, que se vino abajo después y a pesar de que tenía buena condición porque descolgaba se quedó parado y a la espera. La espada no fue el punto fuerte de Andrés. Cuando volvió su turno había pasado de todo. Entre otras cosas devolvieron también a su quinto, había pasado con el anterior y la plaza se había quedado gélida. La temperatura la recuperó en el mismo instante que se puso con la muleta. Fue trabajo suyo. Una arrucina hizo de resorte con el público. Un ¡ay! el acicate, un despertador de las emociones, un poner a bombear al corazón la señal de alarma de que podrían pasar cosas ahí abajo. El toro tuvo el fuste justo, irregular pero agradecido. Roca no dio pasos en falso. Creció en la faena y sumó al toro. Confío en lo que tenía delante y fue convenciéndonos. Las cercanías, la concesiones, el aplomo, la seguridad y el temple fueron los argumentos que, con la espada, le dieron el doble premio. Y esa capacidad de quedarse y empujar al animal para ir cuando quería quedarse.