Miura en el espacio
Mi admirado colega y amigo Fernando Fernández Román ,pone en valor eta extraordinaria noticia. Tiene ese aroma de lo taurino, de la afirmación de una ganadería histórica, de que el toreo es tenido en cuenta. En tiempos en que nos quieren borrar del mapa este reconocimiento hora al toreo y a un emblema del toro bravo.
La noticia, a más de su indudable carga tecnológica, sorprendente y halagüeña, viene envuelta en el inevitable y gratificante celofán taurino que se deriva de un nombre: Miura.
Un “miura” ha llegado a Madrid; pero no, ciertamente, en un camión de Santi Ellauri –el transportista de toros bravos más reconocido y mejor considerado–, sino en un bicharraco de no sé cuantos ejes, de los que meten el miedo en el cuerpo cuando te los encuentras en la autovía. Viajó tapado, camuflado, tras una lona descomunal, para que no se advirtiera su presencia. Así ha sido transportado hasta la capital de reino un inmenso artefacto bautizado con el nombre que pueden leer en la imagen de arriba: Miura. Es un cohete de los que sueltan en su despegue vertical un chorro inmenso de humos y gases y se van, disparados, a ese otro mundo abstruso, imaginario y siempre desconocido del universo que llamamos espacio. Un cohete no “made in USA”, sino fabricado aquí, en España. Ahí lo tienen, marcado en su costillar liso y redondo con el número 1, como el hierro que eligió Luis Miguel Dominguín para identificar a las reses (bravas como la lumbre) de su ganadería de Santa Coloma. A este Miura, sin embargo, sus propietarios lo han herrado con el marbete bien expresivo que también se muestra claramente en su “lomo”: la cabeza de un toro cornivuelto. Tengan la paciencia de mirarlo y admirarlo. Más taurino, imposible.
Miura ha sido expuesto en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, algo así como la Venta del Batán para toros de este calibre. Ahí está, altivo, retador, largo y alto. Y astifino, naturalmente. Un Miura legítimo. Se ha criado en los prados arrendados de Elche y ha sido embarcado en los de Teruel. Para entendernos, como el cortijo de El Cuarto que arrendó Juan Miura hace dos siglos, para colmar las aficiones taurinas de su hijo Antonio, y el cortijo Zahariche que fuera de Félix Urcola, después residencia perpetua del clan Miura y sus toros bravos. Ahora, este Miura está pendiente del reconocimiento preceptivo de los técnicos supuestamente facultados para certificar la idoneidad de su lidia en el espacio sideral. La cosa puede durar meses, porque, en la inmensidad de este lugar, la lidia no es fácil: habrá de realizarse en un ruedo de diámetro poco menos que infinito; por tal motivo, se espera que su salida sea la clásica del toro abanto, distraído con el centelleo que puede desprenderse de un graderío plagado de asteroides. No llegará, siguiera, a dar la vuelta al ruedo de la redondez terrícola. Se emplazará, como buen “miura”: ¡toreros a mí!”.
Los toreros, por el momento, se quedan en tierra. Será una salida prospectiva, esencialmente informativa, pero para España una salida histórica. Y para los antitaurinos un revés antológico. Mira que es mala suerte –para ellos—que a los promotores y fabricantes de tan colosal artefacto se les ocurriera la idea de un nombre que se identificara con la Marca España. Alguno de ellos –la alcaldesa de Gijón, por ejemplo– pensarían en otros nombres que encajaran con el veganismo naciente o el feminismo radical que predican; pero, no, ha tenido que llamarse Miura, el paradigma del toro bravo, nuestra joya del reino animal. ¡Qué le vamos a hacer!
Las previsiones son que Miura se asome al espacio el próximo verano; por tanto, es muy probable que esa suelta se verifique en la plenitud de las fiestas Colombinas de Huelva, el punto de partida ideal, el que tiene la Marca España grabada de forma indeleble en nuestra Historia. Huelva, de nuevo, volverá a ser la puerta de salida –del chiquero—de una colosal aventura. Miura, saldrá por allí. ¿Por dónde, si no?