Roca Rey e Isaac Fonseca en la mirada de Alcalino

Roca Rey e Isaac Fonseca en la mirada de Alcalino

No son semejantes entre sí pero brotan de un fondo común, puesto que entrañan dos distintas formas de la injusticia más cerril. Y demandan una reacción mediática seria y sostenida que no se está dando. Porque dejar que las cosas ocurran sin intentar extraer de ellas la enseñanza correspondiente serviría para explicar por qué puede la fiesta rodar por la pendiente mientras quienes debiéramos estar atentos a defenderla no pasamos de las palabras y los tópicos de costumbre, mirándonos al ombligo en busca de la nota de color antes que del pertinente, indispensable análisis.

Isaac Fonseca y Andrés Roca Rey. Tan distintos en todo y, sin embargo, tan sonoramente señalados uno y otro durante la tercera semana de junio, que sin discusión acapararon.  

Isaac Fonseca. Extrañeza y asombro causó su gesta en la inesperada encerrona del domingo 18 en Colmenar Viejo. El marco era la final de la llamada Copa Chenel, organizada anualmente por la Comunidad de Madrid y la Fundación del Toro de Lidia con la participación de un variado elenco de toreros virtualmente desaparecidos de los carteles por obra de un sistema elitista, proteccionista y convenenciero. La tal Copa se desarrolla bajo normas de inspiración deportiva –ronda de ternas, semifinales y final—y desemboca en un encuentro a cara de perro entre los triunfadores. Uno de ellos fue el moreliano Isaac Fonseca, el otro el salmantino Juan del Álamo. Borja Jiménez impugnó la designación de Del Álamo alegando que la arbitrariedad de uno de los presidentes, el de la semifinal de Alalpardo (10.06), le había favorecido al ignorar el tiempo transcurrido sin tocarle un aviso –el reglamento de la Copa resta puntos por avisos así como los suma por orejas cortadas–. Pero ya se sabe que el “árbitro” nunca pierde.

El asunto es que el finalista impugnado cayó herido al intentar su primer quite –capote a la espalda–; era este abreplaza un buen mozo de Ángel Luis Peña, y con la cogida de Del Álamo todo el peso de la corrida recaía automáticamente sobre su único alternante. Es decir, Isaac Fonseca. El encierro lo completaron dos toros de Zacarías Moreno (2º y 3º), dos de Palha (5º y 6º) y uno de Sanz de la Morena (4º). Ninguno dio facilidades, aunque el sexto tuvo casta y repetición, justo lo que necesita el pequeño moreliano para explayar su original y arriesgada tauromaquia; a éste le cortó una oreja indiscutible luego de dos pinchazos y una seria voltereta, al segundo y al quinto también les había arrancado un apéndice a fuerza de entrega y desnuda torería, los rasgos que presidieron su tarde y le han hecho descollar a lo largo de su carrera. El que hirió a Del Álamo repartía secos gañafonazos y en uno le metió a Isaac el pitón en la boca; luego, el tercero le propinaría fuerte revolcón, aparentemente saldado con un puntazo en la rodilla; y el último, al entrar a matar, le levantó los pies del suelo con enorme violencia y lo tuvo a su merced, ya con el estoque dentro. Isaac alcanzó a recibir la copa de triunfador sin dar muestras de dolor. La vuelta al ruedo la dio jubiloso y mostrando con orgullo una bandera mexicana.

Las noticias publicadas el lunes daban cuenta de la cornada con trayectoria doble y de pronóstico grave sufrida por Del Álamo y de un puntazo molesto pero sin importancia mayor en Fonseca. Pero días después, oh sorpresa, se ampliaba la información sobre las heridas del mexicano: el arisco tercero, de Zacarías Moreno, le había infligido una cornada en el muslo derecho que llegó hasta el fémur (18-20 cm. de profundidad), y el primero le produjo heridas inciso-contusas en la región bucal. Es decir, que para conseguir alzarse con el triunfo, Isaac Fonseca había soportado sin rechistar el estrago físico y el agudo escozor de dos lesiones de importancia, que no le impidieron arrimarse y torear de verdad a media docena de astados dispuestos a vender caras sus ásperas embestidas, cosa esperable y lógica dada su procedencia de cuatro hierros de ésos que los ases no se atreven ni siquiera a mencionar. Justo resulta el asombro de la prensa. Pero un asombro tan obligado como oportunista y fugaz, acorde con los usos y costumbres de taurinos y escribidores.  

Visto desde la superficie, Isaac Fonseca no es torero de relumbrón. Ni alto ni blanco ni apto para hacer pasarela con los figurines. Su secreto, su grandeza, se dan delante del toro. El año anterior había triunfado de novillero en Valencia –puerta grande–, Sevilla y Madrid. No hubo, en 2022, otro novillero con trayectoria semejante. Ni con parecido impacto en los públicos, pues su refrescante tauromaquia se alejaba radicalmente de los modos y maneras de tantos egresados de escuelas taurinas en quienes la técnica predomina sobre los arrestos y la monótona uniformidad es norma. Un aire, una luz radicalmente distinta emanaba del hacer del mexicano. Hasta que una alternativa inoportuna (Dax, 11.08.22) detuvo su ascenso y lo condenó al ostracismo. Alguna voz crítica, rápidamente silenciada, señaló que ese doctorado en mitad de una arrolladora campaña novilleril era una jugada para marginarlo. De poco sirvió que Isaac diera esa tarde la única vuelta al ruedo mientras Manzanares y Roca Rey pasaban de puntitas. La mansada que Núñez del Cuvillo envió a Dax sirvió para alimentar las sospechas.

El caso es que, falto de contratos –aunque no de la consabida corrida solitaria en San Isidro, la de la confirmación— sus mentores decidieron inscribirlo en la Copa Chenel. Tiene guasa que el novillero triunfador de 2022 fuese obligado a rifarse un puesto en carteles donde se barajaron nombres como los Juan Miguel, Adriano, Filiberto, Fernando Plaza, Calerito, Diego Carretero, Alejandro Fermín… Que no es que sean malos toreros, es que no los conoce nadie. Y, lógicamente, con hierros para desesperados, como los seis bichos destinados al cartel de la final del día 18. La de la gesta heroica de Isaac Fonseca, ahora reconocida por todos pero sin que nadie se indigne de verlo relegado de las plazas y ferias donde debería estar. Noticia útil para cubrir las arideces informativas de junio y nada más.

La truculenta historia de Isaac Fonseca desnuda las bases sobre las que se mueve la fiesta en España (de México mejor no hablar). Un entramado dominado por grupos de interés, acuerdos mafiosos y barajas cerradas a cal y canto. Y una de tantas razones por las que la fiesta navega al garete sobre el mar proceloso de este siglo de las redes (anti)sociales y el animalismo sin distinción de especies, bípedos implumes –e impunes– incluidos.

Roca Rey. La guerra fraguada el día 11 en Las Ventas a la altura del sexto de la tarde estalló sin restricciones durante la semana recién ida. Recordemos la escena: Andrés Roca batalla en pos de una faena improbable dadas las dificultades y el peligro que ofrece “Jocundo”, de Victoriano del Río. La afición lo vive embargada de emoción. Pero no el “7”, que gritonea acusaciones de “pico” y “fuera de cacho”. El limeño, pendiente del viento, está citando en corto, la muleta en la izquierda, el estoque tratando de controlarla. Es en esa pequeña pausa que se le ocurre pedir serenidad dando cara al “7” mientras mueve de modo apaciguador la mano que porta la espada. La gente lo nota y abronca a los intransigentes. Seguirá el curso de la faena con una entrega paralela a la del torero, y al morir el toro abroncará al presidente por negar una oreja solicitada con unanimidad.

Pasan los días. Hasta que a Roberto Domínguez, el mentor de Roca Rey, le da por celebrar públicamente que éste haya hecho frente de manera ostensible a sus ciegos y furibundos detractores; la reacción de estos no se hace esperar: “Somos una roca y aquí te esperamos”. En las alturas del “7”, se sobreentiende. Con ánimo de amargarle la vida al peruano cuantas veces vuelva a torear en Madrid.

Los enterados afirman que no es para alarmarse tanto. Que la historia está llena de casos en que Madrid castigó a las figuras con desmedidas exigencias y denuestos, de Guerrita a El Juli. Sin faltar el memorioso que recordara a Luis Miguel Dominguín cuando tuvo la soberbia de proclamarse número uno de cara al tendido que lo discutía (17.05.49). O los casos en que los exigentes se opusieron a Palomo Linares, Paquirri, Enrique Ponce…

Pero, un momento. Si uno repasa la lista de agraviados por la andanada del “8” o por los duros del “7” no va a encontrar a ninguna “víctima” con las características del llenaplazas peruano. Ni en poder taquillero ni en materia de decisión, ceñimiento y entrega frente a cualquier clase de toro. Como nunca, la gritería hostil a Andrés ha carecido del menor fundamento, mera expresión de una necedad prejuiciosa lindante en odio gratuito. Ante eso, no cabe una actitud más torera que el pedido de paciencia de Roca Rey, a poca distancia de la cuna de un animal singularmente agresivo y torvo. O su desmelenamiento final al saberse vencedor de ambas fuerzas adversas, la fiera de afilados pitones y la que esgrime como armas la sinrazón y el insulto desde la seguridad del tendido.

Conviene asimismo distinguir entre la exigencia de autenticidad que es defensa necesaria de la fiesta –como la de los buenos aficionados del “7”, surgidos como reacción a la etapa falsaria que culminaría con el reinado de El Cordobés–, y la gritería destemplada de muchos de los actuales ocupantes de dicha localidad, empeñados en su guerra particular contra el torero que representa justamente el retorno de la verdad y la emoción a las plazas. Pasados de rosca, los reventadores pueden llevarnos a todos al despeñadero.

Colofón. Conste que no hay en las anteriores reflexiones la menor alusión a la posible influencia de la nacionalidad de los dos agraviados, mexicano el uno y peruano el otro. Pero puestos a indagar los móviles de quienes parecen interesados en promover el caos y la desestabilización de la fiesta –regateándole espacio en los carteles a un alternante tan incómodo como Fonseca, obstaculizando la marcha arrolladora de Roca Rey–, quizás pudieran llegar a develarse actitudes xenófobas de ninguna manera novedosas.

Que lo diga, ya que estamos en plena futbolización de la tauromaquia, la odisea que el racismo de los ultras le está haciendo vivir a Vinicius Jr., goleador brasileño del Real Madrid culpable de tener la piel brillosa y descaradamente oscura.        

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