Roca Rey ,pleno de 4 orejas y en hombros en Arles; la lentitud de Ortega en Málaga
Andrés Roca Rey , imparable. Lo de Arles fue un torrente de toreo y de emociones en los tendidos del coliseo.
Roca Rey forma un nuevo alboroto y el público en pie ante otro buen ejemplo de toreo. 4 orejas y la
puerta grande.
Sebastián Castella no encuentra el norte y tuvo una tarde gris en el mano a mano con el peruano.
Y el coliseo, a rebosar
En Málaga se recordó el medio siglo de la muerte de uno de los hijos ilustres, Pablo Picasso con un festejo en el que Juan Ortega volvió a enternecer y a apasionar con ese toreo al ralenty.
LO DE ROCA
JUAN ORTEGA
Cuenta ABC
Epifanía torera de Juan Ortega en el homenaje a Picasso… y al pueblo gitano
El torero sevillano reivindicó la elegancia y el clasicismo torero ante un excelso Lanudo de Álvaro Núñez
Muletazo con la mano diestra de Juan Ortega al excelente Lanudo de Álvaro Núñez ARJONA / LANCES DE FUTURO
Una variopinta perfomance se apoderó de la Malagueta en el homenaje que se había preparado por el cincuenta aniversario de la muerte de Pablo Picasso. Una orquesta sinfónica amenizaba la tarde, varias obras pictóricas adornaban sus tablas y hasta un espantoso vestido ¿de luces? pululaba por el ruedo. Los areneros, vestidos de bandoleros, no sabría decirle a quién honraban. Pero el gran homenaje fue el que traía guardado en su alma Juan Ortega, vestido de torero, sin hacer el mamarracho, recordando a la gran vanguardia picassiana: no seguir ninguna moda impuesta. Y su intención, más que una imitación, era una ruptura total con esta nueva tauromaquia. Epifanía del arte clásico de torear.
Lanudo era especial. Un toro con mucha categoría, como el torero que tenía por delante. El más fino de todos. Largo, con cuello, con el equilibrio entre un cuerpo proporcionado para embestir y una presencia acorde a una plaza de primera categoría. Sublimó el temple de salida, que parecía escogido para el toreo de Juan Ortega. Era el quinto de la tarde. No hay quinto malo, que dirían. Más que a Picasso, el homenaje de Ortega era al mundo calé en el Día del Pueblo Gitano. Había mucho de Cagancho, de los Puya. Tanto humillaba que se clavó en el albero. Lo que aparentaba ser una merma física en el animal era el impulso para que el trianero parase los relojes con la franela. Daba tiempo a cantarle una saeta en cada «ooooole». Se partía el alma en su encuentro, arrebatado de tanta angustia. Toreando por lamentos. Fuera de Madrid, medido por (casi) todas las plazas. Sábado de resurrección, de resurrección torera. La estocada fue de escuela, de la escuela trianera de Juan Ortega, que venía con la monedita de su mano. Y la cambió.
Iba y venía su primero, pero siempre sin clase. Molesto con el capote, incómodo con la muleta. Trataba el sevillano de caerse en las caderas mientras el altoncete segundo de Álvaro Núñez se esforzaba en puntear el capote. En el inicio de muleta llegó la cumbre. Quizás, lo único reseñable de su primera labor. La gracia se apresuró de Ortega, desmayándose en cada pincelada. Que tenían poco de la brocha gorda de Zapata. Le aprovechó la inercia al salir de tablas. Y cuando ya salió, se desmoronó. Soltando la cara con violencia.
Cayetano, de policromía y oro. Aviso, entre tres pinchazos y dos descabellos (silencio). Estocada (oreja).
Juan Ortega, de sangre de toro y oro. Estocada levemente caída (ovación). Estocada (dos orejas).
Pablo Aguado, de catafalco y plata. Estocada tendida y aviso (oreja). Pinchazo y estocada (silencio).
No olvidar el traje picassiano de Cayetano Rivera