Roca Rey pone a tirios y troyanos de acuerdo en Valencia con el gran » «Leguleyo» de Jandilla- El palco no concedió el indulto pero sí la vuelta al ruedo
El peruano desoreja a un toro de vacas de Borja Domecq premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre y apuntala una tarde de superación con otro trofeo a su ambición
No siempre un torero ha tenido el consenso como esta tarde en las Fallas en Valencia en la que Andrés Roca Rey ha redondeado una faena pletórica que tocó el alma de una plaza a rebosar vibrando de emoción con la faena del peruano a quien describen como «El Cóndor de los Andes».
Jaime Roch no escatima en los elogios :
La plaza bramó de emoción como nunca lo había hecho hasta ahora en todas las Fallas. Fue en el tercero de la tarde, de nombre «Leguleyo», número 67, castaño en chorreao, y saltó al ruedo pasadas las seis de la tarde con la guapeza de su estampa. Y a partir de ahí todo rodó cómo mandan los cánones en una gran tarde de toros. Con la bandera del milagro del toreo. Que no es otro que el milagro de la emoción más pura.
Leguleyo» fue definitivamente extraordinario en la muleta por la clase que derrochó por los dos pitones y la duración que tuvo. Reunió muchas de las virtudes de lo que supone la bravura en sí mismo hoy en día como la prontitud, la fijeza, la profundidad… la emoción en la manera de humillar desde el primer minuto y la forma de coger los engaños con la flexibilidad de todo su cuello.
Porque no hay que olvidar que la emoción es una derivación sensitiva, donde se instala el andamiaje del toreo, ese veneno que concierne a una gran faena como la de Roca Rey al tercero y merece el don de la supervivencia en la memoria de las más de once mil personas que acudieron a verle.
Y ahí en el centro del ruedo estaba plantado Andrés tras brindar al público. De rodillas, sin moverse y con el aguafuerte del toreo entre sus manos. La tanda de rodillas ya fue extraordinaria, con un cambio de mano hondo, largo.
No solamente en la faena hubo valor, que es el centro de la piedra donde brota el manantial de su toreo, también mucho toreo. Ese que le ha hecho ser el número uno con un concepto reflectante y luminoso, nada opaco, que llega al público directamente como la mascletà del mediodía. Tres circulares ligados coronados con un cambio de mano levantaron al público de los asientos. Hubo una fuerte petición de indulto y, tras desatenderla correctamente el presidente, dejó un espadazo efectivo. El toro tuvo una muerte solemne en los medios, justo donde había empezado la faena Roca Rey. La locura fue colectiva. Y con razón. El presidente asomó tres pañuelos del tirón: dos orejas para el torero y la merecida vuelta al ruedo póstuma para el toro.
El animal respondía a más en todo momento. La papeleta era gorda, pero el joven peruano, impávido con la mirada, lanzando desafíos, se mostró impasible ante la amenaza del gran toro de Jandilla. Todo estuvo prendado por esas leyes atávicas escritas en el idioma de los dioses y conservadas en el interior del corazón del peruano: la pureza de su entrega, la misma con la que logró tres series al natural cumbres que pusieron a los tendidos del revés.
Su valor fue capaz de atemperar el avance del fuego de la bravura y, con las plantas hundidas en la arena, su base monolítica y con el cite de largo, dejó otra tanda larga de muletazos por el pitón derecho que fue un volcán en erupción. Cada vez más hondas y con la mano a ras de suelo. Pero es que el toro seguía respondiendo a más de manera incansable