Día: 25 de octubre de 2020

«Olé al Hambre», festival inolvidable. Impecable la presentación del encierro y el desempeño de los toreros

El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable. Fue un éxito artístico, de solidaridad con los mas necesitados, de reafirmación de la tauromaquia y con una impecable presentación de los novillos-toros que se lidiaron en la plaza de tientas de La Holanda.

Con 5 matadores y un aspirante a novillero de nuestra tierra que con el magnífico concurso de los ganaderos.

Mondoñedo, Juan Bernardo, Achury, Las Ventas, Vistahermosa, Santa Bárbara (para el joven «Negret»).

A los criadores, a los toreros, a los picadores Cayetano Romero y Clovis Velasquez, a Manolito Castañeda que banderilleó con eficacia y discreción, siempre atento al quite.

A los colaboradores de la ganadería de Mondoñedo que se entregaron sin medida, al Dr. José María Serna.

Nunca mejor expresado, detrás de cámaras, a quienes se encargaron de la filmación.

Y como no puede ser menos al empeño sin límites de don Gonzalo Sanz de Santamaría director-gerente de este buen suceso taurino y humanitario.

Lo recaudado se destina a la Fundación «Pazífico» y a gentes de la familia taurina que pasan fatigas como consecuencia de la pandemia que de una u otra forma nos ha golpeado a todos.

Gracias a los donantes, entre otros El Juli, Roca Rey, Luis Bolívar, el escultor Manuel Riveros, que no escatimaron su mejor esfuerzo para que su aporte se rifara entre los aficionados que compraron el derecho a ver el festejo por las redes sociales.

Sin titubear se puede decir que «hay guardián en la heredad» tanto en el campo ganadero con un esfuerzo titánico por mantener al toro bravo aun en medio de esta tempestad que nos arrolló en los 5 continentes y conocida como Covid 19.

Así como entre la torería andante con esas disimiles expresiones de casta, nobleza, bravura, hondura en los ejemplares y expresiones estilísticas variadas, sugerentes, ilusionantes de los matadores y el becerrista… El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.

EL FESTEJO

El precioso castaño de Juan Bernardo. !!Cómo embistió siguiendo los vuelos de la muleta con clase!! Y el precioso remate a una serie, por abajo, de Cristóbal Pardo

El toro de don Juan Bernardo fue un dechado de calidad y clase, por las embestidas de bravo, por la nobleza, por la regularidad de sus enclasadas acometidas, por ese morro, por el suelo, y eso tan vital en el toreo que es la emoción.

Por la durabilidad a la que se acopló perfectamente Cristóbal PARDO.

TORERO MADURO, de oficio, que ha sabido pulir su toreo con el paso de los años dejando sabor en el trasteo y fundamental: supo catar el manjar que tuvo como compañero de viaje.

Es siempre grato que los toros tengan suerte en el sorteo o, como en este caso, la escogencia de ganadería y torero.

Buena racha de esta divisa que ha conquistado numerosos premios.

Otro buen toro, el de Achury. Le correspondió a Manuel Libardo

Manuel Libardo está en vena.

Su toreo de dulce, de suavidad, de refinadas maneras va hilvanando una verdadera sinfonía, rítmica, entonada, a más, el toreo al compás nunca exento de la técnica necesaria para crear belleza.

Pues sin ella caemos en torear bonito pero no bien y el ubeteño torea bonito y bien.

Obviamente todo ello fue posible gracias a las embestidas «santacolomeñas» del Vistahermosa que le da ese punto de diferencia a la rica gama de encastes que llegaron de España desde que Mondoñedo se creó a fines de los veintes del siglo pasado.

Y ese picantito del «Santa» que cuando embiste da esas sensaciones a quien está en el tendido de «yo no puedo hacerlo» pero el torero sí.

Y uno entiende porque el maestro Camino toreó y triunfó con esa divisa cuya simiente trajo don Francisco García y que prolongaron su hijo y ahora sus nietos.

Santy Naranjo.

Santiago Naranjo se hizo matador de toros tras un largo paso por el escalafón novilleril tanto en Colombia como en España.

Por motivos personales que solo él conoce lo dejó, estudió una carrera universitaria pero «el gusanillo» estaba ahí y retornó con pasión que la desató en la larga faena al bravo, entipado, serio y hondo de Las Ventas del maestro Rincón.

El toro cumplió con aquello que un día me dijo don Fernando Domecq, el creador de Zalduendo, lamentablemente fallecido:

«los toros buenos deben tener buenos finales, no me vale el comienzo».

Un toro que aquilata las esencias de Naranjo. Hubo suerte en el sorteo para el toro.

Al toro le dieron la vuelta al ruedo.

Fue interesante observar las claras embestidas a lo largo de la lidia en la que se volcó el manizaleño que a veces parecía abandonarse al ensueño de torear.

Toreó sin duda para sí en ese misterioso pero elocuente diálogo que los artistas entablan con el toro en ese peregrinaje que solo y exclusivamente ellos nos brindan: El toreo límpido y diamantino, que nosotros, los mortales, apenas nos acercamos respetuosos para admirarlo y disfrutarlo con el toro de Las Ventas y el joven universitario que volvió a ver el sol deslumbrante del toreo.

Un gran toro.

Derechazo, abierto el compás, de Luis Miguel Castrillón

Los rayos de sol alumbran la mitad del antiquísimo ruedo.

Sale el de Achury para otro brillante torero, el antioqueño Luis Miguel Castrillón.

Gran toro de la familia Rocha (un recuerdo al » viejo» Benjamin que trajo en buena hora el encaste Conde de la Corte), precioso de hechuras y de juego y que le vino como anillo al dedo para que se desataran los duendes.

Emoción a raudales con la filigrana de quien vimos debutar en Bogotá en ese añorado «Festival de Verano» en La Santamaría y con los días se nota la evolución, el poso, y reposo ya no solo de la finura sino de las cercanías, de la medida, del temple, de la colocación y el trazo del muletazo, largo, sentido, que en él resulta admirable.

Sebastián Cáqueza terminó con aquella frase antigua: Le pudo al toro.

Un toro «de la casa». Con la enseña de «Contreras», esos toros que están para ser descubiertos, para encontrarles el fondo que llevan. No hubo fortuna esta vez pues paradote, complejo en sus medias embestidas , reservón.

¡Ah!, pero hubo torero, decidido, firme, sin enmendar terrenos, con valor consciente, sin arredarse ante las complicaciones (el toro, proclama el maestro Andrés Vázquez, está para incordiar, para molestar) y el joven de Choachi nos legó su corazón, puso los muslos y al descubierto su entregado corazón.

¡Qué gusto ver a un torero con esos mimbres!.

El toro, como dicen los viejos aficionados «no se comió a nadie» y como ocurre con frecuencia con «El Contreras» se fue a mas a final.

Por fortuna estaba un torero «con hambre» de ovaciones de ser un grande y jamás declinó en buscarle «las vueltas» al Mondoñedo. Esa firmeza tiene premio.

El jóven Cáqueza está para grandes emprendimientos y en carteles de fuste en nuestras grandes ferias. Un torero para tener en cuenta. No olvidarlo.

Carlos Rodríguez le entrega la oreja al joven Felipe Miguel Negret

Cerró el aspirante Felipe Miguel «Negret» con un novillo, bien presentado, de gran juego, aparejados la calidad con el trapio que es tan importante por su seriedad.

Estaba «en tipo» el de don Carlos Barbero. El jabonero fue bravo y noble y duró mucho. Un novillo con mucha calidad.

Enhorabuena. Aun recordamos la gran corrida en conjunto de la última feria de Manizales

Está crudo el joven, lógico y natural, pues lleva apenas un festejo vestido de luces en «Toros y Ciudad» en Manizales hace dos semanas y el Festival de este domingo. El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.

Empezó con los trastos hace menos de 6 meses a la par de su carrera como aspirante a Dr. en Derecho. Se hace camino al andar.

Tiene que corregir muchas cosas, desde luego, carencias de quien empieza pero virtudes, muchas y quizás la más importante para mi, LA ACTITUD adosada de un valor innato.

Pegó buenos muletazos y es preciso decir: tiempo al tiempo. Le vi muchos detalles ilusionantes en Toros y Ciudad. Buena tarjeta de visita entonces.

Démosle la oportunidad, abramos el necesario compas de espera y no le neguemos el pan y la sal solo por ser el hijo de quien es. Quitarle méritos solo por eso es mezquino. Y en ese delito grave de anti taurinidad no voy a caer. Faltaría más.

Una oreja que le entregó Carlitos Rodríguez su banderillero.

El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.

Enhorabuena a los organizadores, a los desprendidos aficionados que compraron su derecho a ver este festejo del que, seguro, quedan muy motivados y agradecidos al verlo a través de las redes sociales.

A nuestros ganaderos, a los toreros, a las cuadrillas, a los mozos de cuadra.

Una ovación grande a los seis ganaderos y a los cinco toreros y al joven Felipe que quiere ser novillero pues vocación tiene.

Cristóbal Pardo, dos orejas y ovacionado el de Juan Bernardo.

Manuel Libardo, una oreja con el gran Vista Hermosa.

Vuelta al ruedo al de Las Ventas y dos orejas a Santiago Naranjo.

Una oreja a Luis Miguel Castrillón y palmas agradecidas al comportamiento del de Achury.

Silencio para el de Mondoñedo y una oreja a esta revelación que es Sebastián Cáqueza.

Ovación de gala para el jabonero de don Carlos Barbero y una oreja a Felipe Miguel «Negret».

Las fotos son autoría de Farley Betancourt, y Diego Caballero a quienes Tendido7 agradece su valioso concurso. El Festival «Olé al Hambre», festival inolvidable.

Historia de un cartel con Chicuelo de fondo, por Horacio Reiba «Alcalino»

Manuel  Jiménez Moreno ha sido uno de los artistas más finos que ha dado el toreo. Le apodaron “Chicuelo” porque así nombraban al padre, que también fue matador y falleció en la flor de la edad de muerte natural.

Quedó el pequeño Manuel al cuidado de un tío suyo, Carlos Borrego “Zocato”, asimismo torero aunque tan modesto como el primer “Chicuelo”.

De suerte que el pequeño, que había nacido en la sevillana Alameda de Hércules (15.04.1902), estaba abocado casi irremediablemente a la profesión taurina.

Hacia los años finales de la segunda década del siglo, empezó a circular el rumor de que tres promesas del arte estaban haciendo pininos por las ganaderías, y que en sus manos, la herencia de la edad de oro –Gaona, Joselito, Belmonte– estaba asegurada; sus nombres: Manuel Jiménez, Manuel Granero y José Amorós: andaluz, valenciano y salmantino.

A poco se les unía Juan Luis de la Rosa.

A “Chicuelo” le dio la alternativa Juan Belmonte en la Maestranza y a La Rosa Joselito en la Monumental de Sevilla casi a la misma hora (28.09.19).

Pronto se advirtió que Manolito Jiménez albergaba tanta clase como escasa decisión.

Y Granero, prodigio de buena técnica envuelta en excelente calidad, se les fue por delante al contar con lo que a les faltaba a los otros. Hasta que se cruzó en su camino un toro mulato de Veragua, el trágico “Pocapena”, y acabó con la vida del levantino y las ilusiones de su cuantioso partido.

La Rosa, de vida desordenada, pronto quedó a la vera del camino. Amorós no daba la talla. Y el que continuó en la brecha, más como promesa de eventuales pero armoniosos acordes fue el callado chaval de la Alameda.

Sin más defensa que su arte ante los toros más depredadores de la historia (entre 1920 y 1936 murieron por cornada 101 toreros, entre ellos doce matadores).

México lo descubre

“Chicuelo” se presentó en El Toreo el 7 de diciembre de 1924: no pasó nada. Y siguió sin pasar en sus siguientes actuaciones de ese año, salvo alguna vuelta al ruedo en obsequio a impagables destellos de un arte muy particular.

La primera oreja la cortó hasta su quinta corrida –a “Toledano” de Atenco (25.01.25)–, avalado por Rodolfo Gaona, que estaba por retirarse y se pintaba solo como catador de toreo caro.

Para Chicuelo, la tarde de su revelación fue la del 1 de febrero, luego que Rodolfo resultara herido por el abreplaza, por lo que el sevillano se quedó solo con la corrida de San Mateo; lejos de achicarse, bordó con “Lapicero” su primera gran faena mexicana.

Estaba claro que nunca sería un diestro machaconamente cumplidor sino todo lo contrario: un artista exquisito, al que valía la pena soportarle las tardes grises a cambio de que diese la nota alta el día menos esperado.

Para sudar la ropa y sumar apéndices sin parar estaban los hermanos Valencia, Sánchez Mejías, Mariano Montes, “El Algabeño”… Pero cuando Manolo Jiménez embarcó de regreso a sus lares, llevaba en la bolsa el contrato para la temporada siguiente.

Una tarde complicada

Igual que el año anterior, la presentación de Chicuelo resultó un pequeño fiasco, y la gente, que lo esperaba con ilusión, lo abroncó sin contemplaciones.

Para el domingo siguiente –25 de octubre de 1925—estaba anunciada una corrida de San Mateo, ganadería zacatecana en alza desde que sus toros dieran lugar a la tarde memorable en que Rodolfo Gaona ligó el toreo al natural por vez primera en la capital, lo mismo con el berrendo alunarado “Quitasol” que con el negro bragado “Cocinero” (24.03.24).

Al Califa lo entusiasmó la clase y fijeza de los toros de don Antonio Llaguno aunque no sobresalieran por su alzada.

La semana que siguió al fracaso de “Chicuelo” y su anunciada repetición trajo mucho jaleo. Circuló el rumor de que los sanmateínos carecían de trapío, y la afición llegó a la plaza bastante mosqueada.

Y si hubo lleno fue gracias al nombre del artista sevillano, no a los de sus alternantes, emparentados ambos por la publicidad con la fiereza indómita, sin duda para eludir las asperezas de su estilo: se trataba de “El Tigre de Guanajuato” Juan Silveti, y un valenciano de poco renombre, Manolo Martínez, anunciado como “El Tigre de Ruzafa” por el nombre del barrio donde se crió.

Cartel no del gusto del señor Llaguno, que al menos tuvo el consuelo de que su toro de mejor nota le tocara en el sorteo a Manuel Jiménez. El banderillero Luis Suárez “Magritas”, en su representación, decidió que sería el quinto de la tarde.

Mucha tensión

Como era de esperar, ni el de Guanajuato ni el de Valencia estuvieron a la altura de los bichos sanmateínos. Peor aun, el público no dudó en repudiar la presencia del ganado y dos de los bureles zacatecanos tuvieron que ser devueltos para apaciguar los ánimos, expresados en tupidas cojinizas.

Los remplazaron sendos sobreros de San Diego de los Padres, que no se comieron a nadie pero al tuvieron mejor apariencia.

Total, que hasta la muerte del cuarto, la frustración campaba en todos los ámbitos del amplio coliseo.

Al sonar nuevamente el clarín, en la parte superior de toriles se podía leer sobre el fondo oscuro de la pizarra este nombre premonitorio: “Dentista”.

En el palco de ganaderos y en el burladero de matadores, el señor Llaguno y el joven “Chicuelo” se abran santiguado, rogando porque el bicho así apodado mereciera la aprobación del respetable.

El faenón de Chicuelo a «Dentista «

Faenón de otro planeta

“Dentista”, fino y agradable pero decentemente presentado, hizo salida de bravo y le sacó astillas a la parte inferior del primer burladero.

Chicuelo meció su capote con ritmo desusado, cosechando la primera ovación real de la tarde.

Cuatro varas aceptó el bicho, y los dos quites del chico de la Alameda, por chicuelinas y por lances de delantal, borraron la valentía derrochada en los suyos por sus alternantes.

“Magritas” y Pepe Rodas, dos formidables banderilleros, cubrieron con presteza el segundo tercio; Manuel Jiménez llevaba prisa por desplegar la muleta y comprobar la prometedora embestida de “Dentista”.

Lo que probó fue que era portador de un mensaje hasta entonces punto menos que desconocido: el del toreo al natural ligado fluidamente en redondo. Dejemos que sea Rafael Solana “Verduguillo” quien nos relate la lidia toda de “Dentista”, que culminaría en un colosal trasteo muleteril:

“Desde que salió “Dentista”, que tal era el pintoresco nombre que don Antonio Llaguno había puesto a su bravo pupilo, todos dijimos: Ahora va lo bueno. 

¡Qué lances a la verónica! Erguido el torero, majestuoso el conjunto, grandioso el momento en que la fiera pujante y el artista se reunían.

En los lances por el lado derecho, el diestro abría un tanto el compás; cargando la suerte porque notó que el toro ceñíase por ese lado; en cambio, en las verónicas por el izquierdo, “Chicuelo” conservaba los pies juntos clavados en la arena, despegándose al enemigo con un ligero movimiento de muñeca que bastaba para imprimir al capote ondulaciones vistosísimas y graciosas.

Fueron ocho verónicas que provocaron otros tantos alaridos de la multitud, ¡”Chicuelo”, eres inmenso!… 

Cuando “Chicuelo” sin brindar a nadie, salió a contender con “Dentista”, reinaba en la plaza un alboroto tremendo.

Todos sabíamos que el maestro iba a hacer una faena de las grandes, pero ni por la mente nos pasaba que llegara a ser lo que nuestros ojos tuvieron la dicha de ver. 

El muletazo inicial fue un natural con la zurda, siguió otro natural imponente por el temple y valor derrochado, y luego otro más enredándose el toro a la cintura. Ya estamos todos de pie.

Imposible resulta seguir paso a paso la faena, porque el cronista se olvida de la obligación que tiene de anotar en su carnet los detalles, y arrojando papel y lápiz se dedica a gozar del espectáculo en toda su grandiosidad. 

Confórmese el lector que tuvo la desgracia de no presenciar esa faena con una ligera impresión de ella, condensada en cuatro adjetivos

VALIENTE, ELEGANTE, SOBRIA, CLÁSICA. 

No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería ni un desplante de relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas con el público.

No. Lo que hubo fue mucho arte, mucho valor, mucha esencia torera.

Lo que hubo fueron VEINTICINCO PASES NATURALES, todos clásicamente engendrados y rematados, provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza hasta casi tocar los pitones la barriga del lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores? en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla… 

Y para qué decir más. Imagínese el lector la faena más meritoria, la más artística, la más apegada a las reglas del toreo, la más completa en todos los sentidos… Yo juro que en los veinte años, jamás me había entusiasmado como ahora… Tres pinchazos y un estoconazo hasta la pelota rubricaron la gloriosa hazaña.

El ruedo se alfombró materialmente con sombreros, abrigos y otras prendas. Millares de pañuelos ondeaban en las diestras de los espectadores y el Presidente concedió las dos orejas y el rabo… ¡Qué grande eres “Chicuelo”!…” (Toros y deportes, 29 de octubre de 1925).

Lenguajes

En más de una ocasión he destacado la dificultad que tenemos los lectores de hoy de hacernos una idea precisa del toreo de ayer a través de las crónicas de la época.

Poca claridad aporta la costumbre antigua de reseñar pase por pase cada faena. Y la ampulosa adjetivación tampoco ayuda.

Para desentrañar la clave de lo que Chicuelo trajo al toreo tendrían que pasar años y sobrevenir interpretaciones más justas, centradas en la evolución del toreo ligado en redondo.

Ese fue, sin duda, el hecho distintivo de la inmensa faena de Manuel Jiménez con “Dentista” de San Mateo, como lo sería, años después, la que cuajó en Madrid con “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero (21.05.28).

Lo raro es que hayan hecho falta décadas para que empezara a reconocerse en Chicuelo a un artista personalísimo y un verdadero innovador. Pero es así como se escribe –y muchas veces se oculta– la verdadera historia del toreo.

“Se torea como se es”

Así lo aseveró don Juan Belmonte y quedó como sentencia inapelable.

Que se cumplió con “Chicuelo”, luminoso en la plaza y en la intimidad taciturno y callado, muy poco dado a llamar la atención del vocinglero medio taurino.

Y sin embargo, el público mexicano captó perfectamente que allí había un artista excepcional.

Sin necesidad de amontonar tardes y temporadas en nuestro país, alternando triunfos y descalabros de acuerdo con su carácter tímido y dispar, es de los poquísimos diestros hispanos que han conquistado la admiración y el cariño de nuestros aficionados.

Una lista en la que apenas caben, al lado de Manuel Jiménez, artistas de la talla de Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Manuel Rodríguez “Manolete”, Paco Camino y Pedro Moya “El Niño de la Capea”.

Y más contemporáneamente Enrique Ponce.

Un viaje a través del tiempo revelador de perniciosas mudanzas en la sensibilidad del aficionado mexicano, que va del gusto espontáneo por el arte puro hasta su encandilamiento por manierismos de dudosa calidad.

En materia de preferencias expresadas desde el tendido también “se elige como se es”. Que diría Belmonte.

La pequeña historia del viejo Renault 6 en el que llega y sale de la plaza Antonio Ferrera.

La pequeña historia del viejo Renault 6, Antonio Ferrera rompe moldes dentro y fuera de la plaza. Hace colocar el sábado en Badajoz a su picador en los medios, el toro en los adentros lo que sorprendió a todo el mundo y generó mas de una soslayada critica por quebrar rituales de la corrida.

Como ya lo hizo en Bogotá al entrar a cumplir la surte suprema cita de largo y despacito se va a la cara el toro para colocar la espada.

El ceremonial indica que el toreo al natural se haga sin la ayuda montada, sin embargo, Antonio Ferrera invirtió los términos en el cuarto de la tarde y toreó con la mano izquierda con la muleta montada.

Hizo saludar a toda la cuadrilla (fue un festejo en solitario con los toros de Zalduendo) antes de abrir con el primer toro. En el sexto surgieron las dotes del lidiador. Con un par de banderillas en la mano cogió el capote y sacó el toro del caballo. Lo lidió para dejarlo colocado.

Una vez el toro estaba en el lugar indicado, dejó el capote fijo en el ruedo y puso un par de banderillas…

EL VIEJO RENAULT 6

En el último año es habitual ver llegar y salir de las plazas de toros a Antonio Ferrera en su Renault6 de color barquillo.

PEQUEÑA HISTORIA.

El carro se perdió y el torero comenzó la búsqueda hasta que dio con el vehículo en la población de Don Benito, habló con la persona, negoció y lo readquirió.

Se lo dio a su padre, antiguo guardia civil, pero el hombre prefirió no usarlo y lo «archivaron» en un hangar en la finca. Una tarde Ferrera le pidió al operario que arreglaba el tractor que revisara el coche a ver si valía la pena usarlo o no.

El técnico le dijo que estaba en buena condición.

Un día se montó a la una de la mañana para Sevilla donde torearía horas mas tarde en La Maestranza.

El carro, para usar un término colombiano, «lo dejó botado»… Como pudo llegó a la capital hispalense, se alojó en el hotel, toreó y entre tanto repararon «el carrito» y se devolvió para Badajoz conduciéndolo.

Le ha traído suerte pues son varios los triunfos que ha tenido y por eso optó por salir manejando del sitio donde se viste hacia la plaza.

Como aconteció este sábado en la llamada «encerrona» del extremeño que a la postre cortó 5 orejas y se salvó milagrosamente.

Tras ser embestido por el sexto «de la noche» (la corrida duró 3 horas) con dos derrotes impresionantes que nos hicieron temer lo peor…

Se incorporó, tomó la muleta y con vergüenza torera volvió a la cara del toro, cortó dos orejas.

Fue sacado en hombros por hombres de su cuadrilla, entró solitario como había toreado, a la capilla, oró y agradeció a sus dioses haberle salvado la vida.

Pasó al sitio donde aparcan los vehículos, se montó en el viejo renault, se puso al volante y se fue a casa, adolorido, maltrecho, extenuado tras lidiar 6 toros de Zalduendo pero feliz tras habar pasado un momento de apuro muy serio…

Nobel estuvo a punto de cobrar lo suyo.

EL RENAULT 6, EN VIAS DE EXTINCIÓN

Los primeros Renault 6 llevaban bajo el capó al inagotable motor Ventoux de 845 c.c. presente en varios modelos de la marca, con 34 caballos de fuerza a 5.000 rpm.

Compartía transmisión, rines y suspensión con el Renault 4, con sistema de barras de torsión, que lo hacía ideal para transitar por caminos de cierta dificultad.

En cuanto a su diseño, este vehículo tomaba una carrocería hatchback de cinco puertas inspirada en el más lujoso Renault 16, aunque un poco más cuadrada.

Dejando a un lado la estética, esta configuración proporcionaba una excelente capacidad de carga de 335 litros que podía expandirse hasta 900 litros, con la posibilidad de abatir el asiento trasero completamente hacia adelante.

El frontal llevaba faros circulares unidos a una parrilla en cuyo centro, y rodeado de una “V”, se encontraba el logo de la marca y debajo de esta, los cocuyos y luces de parqueo.

Además, habían otras luces de parqueo laterales, bumpers cromados con topes de caucho y pequeñas luces posteriores con borde cromado.


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