Enrique Ponce ha cortado las dos orejas del gran quinto de El Capea con una faena pletórica, de temple, de gusto , de hondura con ese toro que derribó al picador, que embistió con alegría y codicia y en la que el profesor valenciano rayó a gran altura.
La afición le despidió con ese «Ponce….Ponce….Ponce» y él recibió los parabienes con la firmeza de un guardia inglés.
Se va un torero inmenso que con los años y como el buen vino se degusta, se palpa , se vive, se siente. Una obra maestra de un maestro, si se me permite las dos locuciones.
También se despidió el maestro Pablo Hermoso. Salió de la plaza con el inmenso cariño de la afición pero sin los trofeos. Eso sí con dos obras clásicas, pulcras, señoriales. El colofón no fue el más adecuado pero su magisterio quedó intacto sin actos circenses, toreando desde el caballo.
Marco Pérez es ese guardián de la heredad , el relevo tan necesario. Tiene metraje, es intuitivo, sabe manejar los engaños y si se puede permitir uno podría decir que también sintoniza con ese aficionado que paga para verle con guiños de toreo picaresco, de desenfado, de genuina improvisación.
No salió por la puerta grande por la espada y en el sexto al prolongar la faena, estuvo a punto de que se oyera el tercer recado presidencial.