A propósito de matadores precoces y toreros tardíos en la pluma de Alcalino
Ahora que se ha puesto de moda el niño torero Marco Pérez –acaba de debutar con
caballos— viene a cuento la cuestión de si es el toreo un arte que se deba empezar a
practicar desde una edad temprana, so pena de perder el tren que conduce al estrellato
en tan dura profesión. En un artículo admirable, el finado Antonio Caballero tocaba el
tema con insuperable agudeza, comparando el ejercicio del toreo con el de la música,
donde al parecer sí es absolutamente obligatoria una dedicación total desde la niñez,
mientras más temprano, mejor. Y qué mejor ejemplo que el prolífico y prodigioso W. A.
Mozart.
Pero repasando la historia de la tauromaquia, el imperativo de la edad no resulta tan
categórico, aunque sea indudable que algunas de las mayores figuras de la fiesta
empezaron muy precozmente aquello en lo que andando el tiempo habrían de sobresalir
como maestros consumados.
La edad digamos normal a la que los toreros toman la alternativa se puede situar entre los
18 y los 22 años. De acuerdo con esto, los casos de genuina precocidad son realmente
pocos, lo cual no significa que quien se doctoró cuando su edad estaba comprendida entre
los limites señalados no haya empezado a torear desde niño. Tampoco significa, por
supuesto, que empezar a torear desde pequeño garantice el advenimiento de una futura
figura, como lo evidencia que una mayoría de aspirantes, independientemente de la edad
a la que hicieran sus pininos en el arte de Cúchares, no llegan a consolidarse ni siquiera
como novilleros. Y, a la inversa, figuras importantes ha habido que alcanzaron el
doctorado cuando ya eran hombres hechos y derechos, de 23 años o más.
No obstante, vale la pena recordar cuáles han sido los casos de precocidad más notables
en la historia del toreo. Sin olvidar algunas alusiones a la circunstancia contraria.
Niños prodigios. Es fama que el genio torero de Francisco Montes “Paquiro” y Francisco
Arjona Herrera “Curro Cúchares” se manifestó cuando eran apenas unos críos, discípulo el
primero de la Escuela de Tauromaquia instituida en Sevilla por Fernando VII hacia 1830, y
el segundo en el matadero de San Bernardo de la misma metrópoli andaluza. Les tocó una
época en que había que escalar desde el grado de subalterno joven, bajo la protección de
algún matador reconocido, e ir ascendiendo a sobresaliente de espadas para, por fin,
alcanzar la alternativa. Ese, precisamente, fue el camino seguido por maestros históricos
del XIX como Rafael Molina “Lagartijo”, Salvador Sánchez “Frascuelo” o Rafael Guerra
“Guerrita”, por citar sólo a las figuras señeras del último tercio del siglo antepasado.
Gallito, Armillita Chico y Chicuelo. El primer adolescente en convertirse en matador fue el
gran Joselito –José Gómez “Gallito”–, que al recibir en Sevilla la alternativa de su hermano
Rafael (28.09.1912) contaba apenas 17 años, cuatro meses y veinte días, pues había
nacido en Gelves el 8 de mayo de 1895. Más joven aún, Fermín Espinosa “Armillita”
alcanzó el grado de doctor, pues había nacido en Saltillo el 3 de mayo de 1911 y no pasaba
de los 16 años, cinco meses y veinte días cuando Antonio Posada le entregó muleta y
espada en El Toreo de la Condesa (23.10.27). Tanto José como Fermín se habían iniciado
en el arte al lado de otros becerristas de su edad, Gallito en la Cuadrilla de Niños
Sevillanos, de la que su pareja, José Gárate “Limeño”, también llegó a matador, aunque su
carrera fue corta e intrascendente; y Fermín, a los 12 años, alternaba con otros pequeños
aspirantes como Manuel Vara “Varita” y Paco Gorráez, de los cuales solamente Paco tomó
la alternativa hasta en dos ocasiones sin pasar de medianía en el escalafón de la época de
oro del toreo en México.
El caso de Manuel Jiménez “Chicuelo” no es menos sugestivo. Como los dos anteriores,
procedía de una familia de fuerte raigambre taurina, hijo del diestro homónimo y sobrino
de otro modesto matador, “Zocato”, que a la prematura muerte del padre lo tomó en
adopción. A finales de la década del 10, hacían pininos por el campo bravo de Salamanca
un terceto de prometedores becerristas: Chicuelo había nacido en Sevilla, en las cercanías
de la Alameda de Hércules (15.04.1902), Juan Luis de la Rosa era jerezano y Manuel
Granero valenciano. A poco se les agregó un salmantino, José Amorós. Todos tomarían sus
alternativas bastante jóvenes, pero ninguno con tan poca edad como Manuel Jiménez, de
manos de Juan Belmonte y en la mismísima Maestranza sevillana (28.09.19), minutos
después de que en la efímera Monumental de la misma torerísima ciudad Joselito hiciera
matador al jerezano La Rosa. El gran Chicuelo contaba 17 años, cinco meses, 13 días.
Fermín Rivera, Pepín, Luis Miguel. Fermín Rivera Malabehar nació en San Luis Potosí el 20
de marzo de 1918 y en la temporada chica de 1935 en El Toreo su precoz torerismo
asombró a todo mundo, saliendo en hombros más de media docena de veces.
Naturalmente, eso le abrió las puertas de la alternativa, otorgada por su tocayo Armillita
el 8 de diciembre del mismo año, cuando contaba 17 años, ocho meses y 19 días. Unos
años después, al otro lado del Atlántico, el sevillano Pepín Martín-Vázquez Bazán –que
pudo ser primerísima figura y se quedó a medio camino por culpa de una terrible
cornada—se doctoraba en Barcelona apadrinado por Domingo Ortega (03.09.44), 27 días
después de cumplir los 17 años, pues había nacido en Sevilla el 6 de agosto de 1927.
Un caso atípico –como casi todo en él—fue el de Luis Miguel (González Lucas) Dominguín,
cuyo natalicio se registra en Madrid el 9 de diciembre de 1926, pues resulta que Domingo
Ortega le confirió una alternativa no válida en España en la plaza Santamaría de Bogotá
(23.11.40), por lo que habría matado su primer toro cuando frisaba apenas los 14 años.
Pero, como decía, fue una alternativa sin consecuencias prácticas, pues de vuelta a su país
hizo varias campañas novilleriles hasta que el propio diamante de Borox lo doctoró con
todas las de la ley en La Coruña (02.08.44), a sus 17 años, siete meses y 26 días.
Eloy Cavazos y Curro Rivera. De vuelta a México, nos encontramos con que Eloy Américo
Cavazos Ramírez, natural de Guadalupe, Nuevo León (25.09.49), que fue niño torero y
precoz as novilleril, recibió el doctorado de Antonio Velázquez en la Monumental de
Monterrey (28.09.66) tres días después de su cumpleaños número 17. Por su parte,
Francisco Martín Rivera Agüero –Curro Rivera—, hijo del maestro potosino Fermín Rivera,
representa el único caso de precocidad por segunda generación consecutiva dentro de la
misma línea familiar, pues habiendo nacido en México DF el 17 de diciembre de 1951,
recibió muleta y estoque de Joselito Huerta en Torreón (14.09.68) cuando aún no
alcanzaba la mayoría de edad, puesto que tenía 17 años, ocho meses y 27 días.
Emilio Muñoz y José Cubero “Yiyo”. Celebrado como niño prodigio cuando apenas
levantaba tres palmos del suelo, el trianero Emilio Muñoz Vázquez (Sevilla, 23 de mayo de
1962) se convertía en matador de toros de manos de Francisco Rivera “Paquirri” (Valencia,
11 de marzo de 1979) a la tierna edad de 16 años, nueve meses y 18 días. Posteriormente,
su carrera conocería toda suerte de altibajos, pero es indudable su proyección de figura en
varios tramos de la misma.
El malogrado José (Sánchez) Cubero “Yiyo” fue otro llamativo caso de precocidad; había
nacido en Burdeos, Francia (16.04.64) en el seno de una familia española, creció en el
barrio madrileño de Vallecas y recibió la alternativa en Burgos (30.06.81), otorgada por
Ángel Teruel, lo que significa que era ya matador a los 17 años, tres meses, 14 días.
Madrid lo consagró en la isidrada del 83, y la cornada mortal de “Burlero”, de Marcos
Núñez, lo hizo entrar en la leyenda cuando acababa de cumplir 21 años (Colmenar Viejo,
30.08.85).
El Juli, el más joven de todos. El caso más asombroso lo encarna Julián López Escobar “El
Juli”, nacido en Madrid el 3 de octubre de 1982, por lo que al recibir los trastos toricidas
que le entregó José Mari Manzanares en Nimes (18.09.98) aún no cumplía sus 16 años,
para lo cual faltaban exactamente 15 días. Eso lo convertía en el matador con alternativa
más joven de la historia –si hacemos a un lado aquel doctorado un tanto ficticio de Luis
Miguel en Bogotá–, estableciendo una marca que sigue vigente y que no podrá ser
quebrada por Marco Pérez, quien apenas prepara su primera campaña cuando al parecer
ya rebasa los 16 años.
Como contraste, los “viejos”. Pero el toreo es tan imprevisible en todos los órdenes que,
así como suele premiar la precocidad, también sabe consagrar a quienes pisaron ya
maduros sus arenas, siempre que muestren las cualidades necesarias para ser gente en el
mundo del toro. Unos cuantos casos notables pueden servir para ilustrarlo.
Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 06.06.1891) tomará la alternativa con más de 27 años
(Barcelona, 16.03.19); Domingo (López) Ortega (Borox, 25.02.1906), con 25 recién
cumplidos (Barcelona, 31.03.31); el gaditano Rafael Ortega Domínguez con 28 años, dos
meses y 28 días (Isla de San Fernando, 04.07.1921 / Madrid, 02.10.49); su paisano Juan
García “Mondeño” (Puerto Real, 07.01.34) superaba también los 25, más dos meses y 22
días, cuando Antonio Ordóñez lo doctoró en Sevilla (29.03.59), y nuestro Rodolfo
Rodríguez González “El Pana” tampoco se cocía al primer hervor al cederle Mariano
Ramos muleta y estoque en el ruedo de la Plaza México (18.03.79), pues había nacido en
Apizaco (02.02.52), y por tanto llevaba ya 27 años, un mes, 16 días rodando por el mundo,
tendencia que lo acompañaría por el resto de su vida.