Alcalino.-!Aquellos tiempos!! Arruza y la Valencia de 1945

Alcalino.-!Aquellos tiempos!! Arruza y la Valencia de 1945

Nueve fueron las corridas de la feria valenciana de San Jaime de 1945, y en siete de ellas participó un mismo espada en calidad de figura estelar ¿Su nombre? Carlos Arruza, nacido en México DF (17.02.20) y, a esas alturas, la atracción máxima de la temporada española. Ni Manolete, en el pináculo de su gloria, llegó a ser tan protagónico en la ciudad del Turia.  

Histórico saldo. ¿Justificó o no el Ciclón Mexicano la enorme responsabilidad que la empresa de Valencia había depositado sobre sus hombros? Respondan por nosotros sus logros en las siete tardes de referencia, que transcurrieron de la siguiente manera.

21 de julio de 1945, toros de Vicente Charro para Luis Gómez “El Estudiante”, Carlos Arruza y Agustín Parra “Parrita”: Arruza corta 4 orejas; 22 de julio, toros de Atanasio Fernández para “El Estudiante”, Arruza y Jaime Marco “El Choni”: Arruza corta 2 orejas; 23 de julio, 5 toros de Francisco Galache y 3 de Flores para Arruza, Manuel Álvarez “Andaluz”, “Parrita” y “El Choni”: Arruza corta 2 orejas y un rabo; 24 de julio, toros de Rogelio Miguel del Corral para Arruza, “Andaluz” y “El Choni”, sin que Carlos corte apéndices; 25 de julio, seis de Clairac para “El Estudiante”, Arruza y Pepín Martín Vázquez: Arruza corta 3 orejas, un rabo y una pata; 26 de julio, toros de Joaquín Buendía para Arruza, Benigno Aguado de Castro y “Parrita”: Arruza corta 4 orejas, 2 rabos y una pata; 27 de julio, toros de Alipio Pérez Tabernero para Domingo Ortega, Arruza (no cortó nada) y Pepín Martín Vázquez. Lo que arroja la nada despreciable suma de 15 orejas, tres rabos y dos patas.

Claro que los números no lo son todo en el toreo. Está, además, el punto de vista de la cátedra, reflejado por las principales plumas de España, reunidas en la capital levantina para ofrecer su testimonio a los lectores de todo el país. Que hablen ellos por nosotros.

César Jalón “Clarito”. El célebre crítico riojano no ahorró elogios al referirse al mexicano y su actuación del 22 de julio, apertura de la feria: “No he visto un semejante derroche de valor, ni un tan completo dominio… Jamás se ha pisado tan tranquilamente un ruedo en el gallardo par de frente para ganarles la cara a los toros. Jamás, en tan corto terreno, se han alzado tan holgada y limpiamente los brazos, ni han caído en tan perfecta reunión los palos, como cosidos con hilo… Los públicos se enardecen. No hallan reposo en sus asientos. Se alzan. Se remueven. Aplauden. Vociferan… Los toreros, a su vez, se sorprenden. Sobre todo los toreros cuajados. Los que están en los secretos de la técnica torera, de sus preceptos, de sus normas, de sus cánones. Contemplan asombrados esta tremenda violación de todo; primero, suponiéndolo obra de la casualidad, y después, a la vista de su largueza y permanencia, como un fenómeno producido por sus facultades excepcionales, su poderío duro y elástico y su seguridad torera, alentados por un extraordinario corazón. Que no da tregua a nada ni a nadie. Que nunca se sacia de peligro. Arruza es como una avispa cuyo aguijón inagotable se clava en todos los tercios con la hondura y el tino del arponcillo de sus banderillas.“ (Informaciones, diario. 23 de julio de 1945)

Federico M. Alcázar. Presente en la misma primera inaugural, la de las cuatro orejas de los toros salmantinos de Vicente Charro, este ilustre crítico hispano escribió una crónica de la que entresaco los párrafos siguientes: “Esto de asustar a los toros parece una hipérbole, pero no lo es. Al primer torero que vi asustar a un toro fue Juan Belmonte. ¡Qué espectáculo! ¡Nunca lo olvidaré! El torero avanzanda desafiante y el toro andando hacia atrás hasta dar con el rabo en la barrera… Claro que aquel toro de Miura era una cosa muy seria, y éste de ayer era un torillo terciado… pero el gesto fue el mismo. Después de darle muchos pases de clamor el toro se resistía a embestir y Arruza le porfiaba, le acosaba hasta casi darle con el palo de la muleta en el testuz. El animal, atemorizado, andaba hacia atrás… ¡Con qué instinto de conservación huía del torero! Que más crecido y recrecido en la lucha le perseguía implacable, le obligaba a tomar la muleta, le daba pases inverosímiles por el terreno y la distancia. Y cuando, cansado el toro de embestir, volvía la cara, el torero multiplicaba el valor, el arrojo, el coraje, la temeridad. Fue el momento más emocionante de la corrida, y el más interesante, pues no es fácil ver a un toro asustado por un torero. Más bien ocurre lo contrario… Uno de los dos tenía que morir y murió el toro. La gente delirante, frenética, aclamaba al torero…

Pero a mí la faena que más me gustó fue la de su segundo toro, que era peligroso y tenía mucho que torear. Arruza le aguantó la bronca embestida, que acababa casi siempre en una fuerte tarascada, y con la derecha y con la izquierda le hizo una faena arrojada y emocionante, en la que el valor y el riesgo, pero también el dominio y la maestría, se daban la mano en cada pase. De una estocada rodó el toro, y también le dieron las orejas. Dos toros, dos faenas de superación, cuatro orejas. Tarde triunfal. ¡Arruza!” (La Fiesta, semanario. México DF, 9 de enero de 1946)

La tarde del día 26, la de las cuatro orejas, dos rabos y una pata, el mismo Federico M. Alcázar describió la actuación de Carlos de esta manera: “Me han dicho que el día de la corrida del Montepío, en Madrid, le preguntaron a Belmonte: –¿Qué te ha parecido Arruza?—. Y que Juan Contestó: –Yo no sé si es bueno o malo. Lo único que sé es que viéndole torear se me ha cortado la digestión de la comida.

La frase es tan expresiva como exacta… Toreo de nudo en la garganta, apretada por la emoción. Toreo que se siente, más que se ve. Porque la vista se aparta muchas veces de la visión del peligro. Un peligro buscado, acrecentado, extremado. Arruza se complace en aumentar el riesgo para darse después el placer de vencerlo. Y de este juego diestro, peligroso y dramático surge la grandeza de la faena. Porque el toreo, en último extremo, es eso. Que el público vea que el toro va a coger al torero, y que no lo coja por obra y gracia de su habilidad, de su destreza, de su arte. Como sucedió con el primer toro de esta tarde, un Santa Coloma bravo y codicioso, que llega tardo a la muleta, pero que cuando se arranca mete la cabeza con una nobleza ejemplar… Luego de un  tercio de banderillas en que cada par supera al anterior, empieza la faena con dos altos, un redondo y ese pase con la muleta por la espalda en que se hace un nudo con el toro (Alcázar está describiendo la arrucina). Ese solo pase vuelca a la plaza. Y a partir de ahí, la faena se desliza entre un estruendo de aclamaciones, gritos e histeria. No bien acaba de ligar cuatro redondos, liándose materialmente el toro a la cintura, cuando ya se ha cambiado la muleta de mano y porfía con la izquierda: son cuatro naturales ceñidísimos, ligados con el de pecho. Y luego más naturales, y como el toro se queda el torero tiene que reanudar la porfía cada vez más cerca, hasta llegar a un sitio en el que parece imposible que pueda consumar la suerte… Vienen a continuación seis manoletinas a una mano (lasernistas), girando suavemente y mirando al tendido en cada pase. Y al terminar se arrodilla y gira en un molinete entre los mismos pitones. Vuelve a arrodillarse para dar otras seis manoletinas en esa postura. Ya pueden ustedes imaginarse el espectáculo de la plaza, todo mundo atacado por un vértigo de locura. Se levanta el torero y vuelve dar ese pase por la espalda con el pico de la muleta tan fundido con el toro que sale enredado entre los pitones. Pincha sin soltar y de una gran estocada dobla el toro. Ya pueden ustedes imaginar lo que sucede. Le dan todos los despojos del toro y el homenaje de la multitud llega al grado máximo del entusiasmo y la entrega… En el cuarto redondeó la tarde con otra gran faena… Cuando acaba de torear la gente, rendida, exhausta, conmocionada, se dedica a comentar lo nunca visto. Nadie lo recuerda bien… El nudo en la garganta les hizo cerrar los ojos, asustados.” (ibidem).

“Giraldillo”. Siendo el ABC el diario más leído de la España franquista, conviene revisar lo que, sobre el mismo festejo del 26 de julio, escribió su cronista titular: “Se corrieron toros de Buendía, antes Santa Coloma, aunque uno salió con el hierro de Surga. Carlos Arruza cortó cuatro orejas, dos rabos y una pata. Carlos es hombre de aquí, de allá y de todas partes. Carlomagno ha sido el magno sostén de una feria amenazada de derrumbamiento. Tomemos nota de lo que hicieron sus toros. Tres varas tomó el primero y otras tres el cuarto, éste con buena pelea. Y seis pares de banderillas soberbios, prodigiosos de valor, precisión y maestría… Y vino la faena al cuarto, borrachera, locura barroca, todo el zodíaco mejicano policromado con arte español por este Carlomagno que es más español a cada hora; tanto que lo que abrillanta su mejicanismo se basa en puros cánones taurinos de España. Porque todos reputan ¡el valor de Arruza! Pero si no supiera torear tan bien como el mejor –soberbios pases en redondo centraron su gran triunfo en el cuarto toro–, Arruza se habría ido a la cama a las primeras de cambio… Ayer subió a máxima altura la emoción de esta alegre feria. Aquí no se toma el toreo por lo fúnebre, se estima y se paga su emoción. ¡Pero que los toreros se cuiden, primero que nada, de torear bien!” (ABC, 27 de julio de 1945)

¡112 corridas en un año! Desde Juan Belmonte en 1919 ningún torero había sumado cien corridas en una misma temporada europea. Hasta que, en este año 45, Carlos Ruiz Camino Arruza completó 108 paseíllos en cosos peninsulares. Se había presentado en Madrid, siendo un virtual desconocido, el 18 de julio de 1944, tarde en que los pañuelos blanquearon los tendidos de Las Ventas a partir de un fabuloso segundo tercio de Carlos. Y de ahí pa´l real. Pareja de Manolete –que no pudo comparecer en Valencia porque convalecía aún de un serio percance en la feria de Alicante (29.06.45)–, torero de moda, máximo reclamo de taquilla… A aún habría que añadir a esas 108 tardes cuatro más en la república mexicana allá por el mes de enero –dos en El Toreo de la Condesa y dos en Puebla–. Y tan solo en Europa acaparó 219 orejas, 74 rabos y 20 patas.

Aunque otros hayan superado después la cifra de corridas de Carlos Arruza en 1945, su marca de apéndices cortados permanece incólume. Y muy pocos toreros en la historia habrán provocado escándalos y apoteosis de la magnitud de las descritas por las doctas plumas a las que hemos recurrido para ilustrarlo.

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