Alcalino. San Isidro y los toreros de México.-
Claro que celebramos muy de veras el triunfo de Leo Valadez el domingo 21 en Las Ventas. Pudo ser de puerta grande y sólo la eventualidad de una lesión en los cuartos traseros de su segundo toro de Fuente Ymbro durante el tercio de banderillas anuló esa posibilidad, que el público madrileño estaba deseando después de aclamar al hidrocálido en aquel quite estrujante por zapopinas. Tenía ya en la bolsa la oreja de “Trasmallo” –casi 600 kilos de bravura y buen son–, una de las más caras del actual ciclo isidril e, impetuoso, torerísimo, iba por más cuando el azar se cruzó en su camino y determinó lo contrario.
También lamentamos la escasa suerte de Isaac Fonseca –digno y entregado en su confirmación de alternativa—y el que Octavio García haya topado con par de morlacos de imposible lucimiento por lo sosos y aplomados (visto el diseño del cartel esto podía darse por descontado). Queda pendiente para este miércoles 31 la reaparición madrileña de Arturo Saldívar, que también jugará sus bazas a una sola tarde. Veremos y diremos.
Lo indudable es que la presencia de diestros aztecas en la cartelería isidril mantiene de cara al público cierto carácter exótico cuyo fondo real es el ninguneo de un país que, quiérase o no, ha marcado profundamente la historia universal de la tauromaquia. Esto, que venimos señalando reiteradamente, merece ser desglosado con cierto detalle.
En el principio no era así. El primer mexicanoque se apersonó en San Isidro fue otro hidrocálido, Rafael Rodríguez, y, por lo pronto, desorejó al toro de su confirmación, “Guitarrero” de Felipe Bartolomé; la terna era de lujo, con los sevillanos Pepe Luis Vázquez y Manolo González; Rafael repitió a los pocos días, lejos de esta incómoda actualidad en la que los nuestros han de jugarse todo a una carta en carteles de segunda. Al año siguiente, el tapatío Manuel Capetillo siguió la ruta marcada pro el Volcán de Aguascalientes –oreja en el de la confirmación–, y tanto él como Jesús Córdoba –que gustó enormidades pero nunca rebasó como premio las vueltas al ruedo por culpa de su incierta espada—figuraron, a dos por coleta, en ternas de primer nivel, con ganado de garantías y alternantes como Antonio Ordóñez, Julio Aparicio, Paco Muñoz y Martorell. Ese año, Juan Silveti, a una sola tarde, sería el primero en abrir la Puerta de Madrid luego de cobrar las dos orejas de uno de los cinco pavos de Pablo Romero que tuvo que despachar al resultar heridos Raúl Acha “Rovira” y Pablo Lozano. En pago, Silveti ya sólo intervendría en otra isidrada, la de 1954, con poca fortuna, pues de las siete orejas que sumó en Las Ventas la mayoría fueron en festejos celebrados antes o después de la feria. En la de 1953, por primera vez, un mexicano escrituró tres tardes: venía Jorge “El Ranchero” Aguilar de consagrarse figura en la última temporada grande en la México y Madrid quiso hacerle justicia, aunque el tlaxcalteca solamente alcanzó a dar una vuelta al ruedo. Ese año se vio a dos mexicanos en una misma terna –El Ranchero y Antonio Velázquez—al lado de Antonio Bienvenida, toros de Joaquín Buendía (17.05.53).
Como comprobación de que la empresa venteña contrataba a los mexicanos por méritos y no para abaratar sus carteles con una atracción exótica tenemos las tres corridas que en 1957 toreó José Ramón Tirado –venía de triunfar fuerte como novillero, de matador resultó un fiasco–; ese año, Córdoba volvió a fallar con la espada y José Huerta fue herido por un plablorromero y no pudo torear su segunda corrida contratada tras su confirmación del año anterior.
Paréntesis y reanudación. Por ruptura del Convenio saltamos de 1957 a 1962, año en que se reanudó el intercambio y participó Alfredo Leal en hasta tres festejos isidriles sin dejar huella; tampoco Capetillo vio la suya en par de ellos al año siguiente pese a que en su reaparición partió plaza al lado de Diego puerta y Paco Camino, primerísimas figuras; en cambio, el poblano Antonio campos “El Imposible” le buscó una bronca al presidente por negarle la oreja del de su confirmación de alternativa –“Aferrado” de Carlos Núñez, padrino Pedrés, testigo Andrés Vázquez–, y al repetir se llevó una apéndice del primer Bohórquez que le soltaron (15.05.63). En las dos novilladas en la feria figuraron mexicanos, el regiomontano Fernando de la Peña y el saltillense Oscar Realme. Dos corridas firmó Joselito Huerta en el 64 y en la segunda dio una gran tarde con los de Atanasio Fernández (vuelta con petición y meneo al juez, y oreja de su segundo), alternando con Litri y Camino, nada menos. Y otra más cortó, yéndoles por delante a Aparicio y Jaime Ostos en la sexta de 1965, al cerrar su doble participación en el último sanisidro de su vida. En el 64, la feria se había clausurado con la salida en hombros del novillero de Acapulco Antonio Sánchez, rebautizado allá como “Porteño”, autor de un faenón de dos orejas al sexto del Marqués de Albayda (30.05.64). Raúl García gustó sin cortar apéndices por culpa de la invalidez de los Galaches de su confirmación (26.05.66); no volvería a Madrid, aunque en esa única salida se dio el lujo de alternar con Paco Camino y El Cordobés.
Hasta aquí (1951-66), habían comparecido en San Isidro 11 matadores y cuatro novilleros mexicanos, cortando entre todos nueve orejas.
Somero vistazo a un San Isidro menor. Consumidas las dos terceras partes de la feria madrileña de este 2023, seguimos en espera del suceso que parta en dos la serie. Es verdad que hubo ya un par de puertas grandes, pero tan generosas ambas que poco prestigio habrán de agregar a la plaza de Las Ventas. Cosas interesantes por supuesto que las ha habido, pero nada realmente memorable.
El ganado. Sigo sosteniendo que el nivel de la cabaña española de bravo durante la segunda década del XXI ha sido quizá de los más altos de la historia si tomamos en cuenta el difícil equilibrio entre presencia, potencia, casta y clase; pero no es menos cierto que los efectos de la pandemia –incertidumbre generalizada, obligada reducción de gastos de manutención, disminución del personal a cargo, etcétera—se están notando en el toro más que en ningún otro renglón.
Se me dirá que este año hubo ya, entre Sevilla y Madrid, más toros de vuelta al ruedo que nunca; pero aun dejando de lado lo discutible del premio en más de un caso, casi siempre se trató de garbanzos de a libra, en tanto predominaban, dentro de la misma corrida, la debilidad y el descastamiento de sus hermanos de camada.
Escolar, Juan Pedro y poco más. De José Escolar (6ª de feria), hierro sistemáticamente eludido por las figuras, ha sido el toro más bravo de los vistos hasta ahora –“Cartelero”, premiado con la vuelta al ruedo—, dentro de un encierro con raza, cara y trapío. Le tocó a Gómez del Pilar, que torea poco y estuvo dispuesto y valiente pero lejos de las enormes posibilidades que brindaba el hermoso cárdeno de Escolar. Aún así le pidieron y dieron la oreja.
Juan Pedro Domecq (3ª), que tuviera en 2022 su anno horribilis, sorprendió con una corrida parejamente buena en todo sentido –incluso presencia y pitones—, pero el ventarrón que barría la arena impidió que pudiera verse y aprovecharse debidamente. Incluso el magistral Daniel Luque, que se fajó con los suyos sin importarle el descontrolado vaivén de los engaños, se vio imposibilitado de triunfar. Lástima de toros.
Tampoco malos los encierros de Justo Hernández (2ª) y Jandilla (9ª). El primero incluyó a “Valentón”, superior por ambos pitones y premiado con la vuelta al ruedo, además de otro par de reses fijas y francas, el primero de Emilio de Justo –que luego le cortaría dos orejas excesivamente generosas a “Valentón”– y el del discutible apéndice a Tomás Rufo, un coloradito dócil y sencillo bautizado como “Cuarenta y Tres”.
Entre los jandillas se lleva la palma el cuarto, “Rociero”, al que Castella desorejó por partida doble tras emotiva faena, lastrada por el fuerte viento; tuvo posibilidades el lote de un Manzanares dedicado a tirar líneas, y resultó soso el de Pablo Aguado.
Por lo demás, sin que dejara de haber algunos toros sueltos de buena condición, predominó lo flojo, declinante y desentendido, más o menos como en Sevilla. Escaparon a ese patrón el bravo “Camillero”, de El Parralejo (5ª), perfectamente aprovechado por la poderosa y templada muleta de Miguel Ángel Perera hasta que cambió la espada y se puso a pinchar, luego de apadrinar la confirmación de Isaac Fonseca, que hizo más de lo que ameritaba lo peor del reparto. Buen toro también “Trasmallo”, el tercero de Fuente Ymbro (11ª), el de la oreja para Leo Valadez. El sexteto de Ricardo Gallardo, manso y todo con excepción de “Trasmallo”, transmitió, al menos, la sensación de riesgo inminente que debiera ser consustancial a la corrida. Buen toro también el quinto de Valdefresno (14ª) al que dio Emilio de Justo alguna tanda con la derecha bastante superior a las de su discutible puerta grande del 11 de mayo.
El resto, incluido lo demás de los hierros mencionados en el párrafo anterior, han constituido un decepcionante muestrario de mansedumbre en sus diversas variantes y acepciones, predominando la escasez de casta y fortaleza mostrada lo mismo por los santacolomas de La Quinta que abrieron feria que por casi todos los albaserradas de Adolfo Martín lidiados ayer. Y si en alguna esporádica faena recobró brillo el toreo, mayor responsabilidad que al toro le cabe al torero, llámese Román –con un fiero y geniudo torazo de Montalvo (13ª)—o Ginés Marín –con otro de la misma vacada, pero éste mortecino y desganado (4ª). No se salvan divisas de tanto renombre como Alcurrucén, Cuvillo o Victoriano del Río, ni otras que habían despertado esperanzas, como El Pilar (16ª), quizá la peor de todas a despecho del breve pero hermoso concierto capotero protagonizado por Diego Urdiales y Pablo Aguado.
Figuras como El Juli, Perera y Talavante –de nuevo en su sitio—han estado muy por encima de lo que les tocó lidiar. Pero eso y más será materia de nuestra próxima columna. Como asimismo el capítulo final del recuento histórico de los toreros de México en la feria de San Isidro.