Alcalino se centra en el público de Madrid en los años 60
Si la columna del pasado lunes estuvo dedicada a analizar al público de la Plaza México de
los años 50 y 60 del siglo anterior, qué mejor complemento que echar un vistazo a lo que
ocurría en Madrid al mismo tiempo. El sistema que seguiremos será más o menos el
mismo, aunque en este caso apoyados en los puntos de vista de un competente
aficionado capitalino, asiduo de la México, y, ni modo, de un tal Horacio Reiba, todavía no
“Alcalino”.
Marchena y Sala Gurría (1966). Aficionado capitalino de reconocida solera, Fernando Sala
Gurría viajó a España para presenciar la feria de San Isidro de ese año en compañía de
Armillita, Lorenzo Garza, Silverio Pérez y Cagancho, que en México vivía. Carlos Arruza
figuraba en el plan original pero no pudo sumarse a ellos debido a sus compromisos como
rejoneador y por atender a varios ejemplares de su cuadra, seriamente enfermos. La
muerte le aguardaba a la vuelta de su rancho, en la carretera México-Toluca, la lluviosa
tarde del viernes 20 de mayo de aquel 1966.
Sala Gurría visitaba a España por vez primera y se comprometió con el crítico y escritor
Juan de Marchena a enviarle sus impresiones de los festejos isidriles, y Marchena –es
decir, Juan Pellicer—las fue publicando en su columna del ESTO Con la Puntilla… del
lapicero, hasta que la tragedia de Arruza precipitó la vuelta a casa de Fernando y los
referidos ases de la época de oro. A Sala Gurría la plaza de Las Ventas le causó gran
impresión, en cambio, el público madrileño queda muy mal parado en comparación con el
de la Plaza México.
Veamos cómo vio este aficionado de toda la vida las escasas corridas que alcanzó a
presenciar antes de que la trágica muerte de Arruza los obligara, a él y a los ilustres
viajeros a quienes acompañaba, a retornar precipitadamente a México a fin de asistir al
sepelio del Ciclón, en un caso demostrativo del sentido de unidad taurina que entonces
privaba.
San Isidro 66: corridas del 16 y 17 de mayo. Esto es lo que Sala escribió y Pellicer
reprodujo en su columna. Día 16: “Litri, valiente pero atropellado, fue cogido sin
consecuencias por su segundo toro y la gente, sensiblera, le aplaudió y hasta pidió la oreja.
Dio una vuelta al ruedo por nada de nada. Diego Puerta es el mismo, un león de valiente
pero sin mayor calidad. Le dieron una oreja de su primero y las dos de su segundo. Allá, en
la México, una oreja y puede que se la hubieran protestado. El Pireo tan mal como allá,
pero aquí fue pitado a más y mejor. El público de azúcar, demasiado bueno. Lo que me
impresionó de verdad en esta primera corrida que veo en España fue la plaza, de una
belleza extraordinaria. Madrid, maravilloso.” Día 17: “Litri en sustitución de Ordóñez,
Andrés Vázquez y El inclusero, que confirmó la alternativa. Toros del marqués de Domecq.
Muy pocas veces en mi vida he visto una corrida de toros más buena. Dije toros. Los cinco
primeros fueron de bandera: kilos, trapío, tipo y qué nobleza. SI pudiéramos en México
tener esos cinco animales no en una corrida sino en toda la temporada te juro que nos
volveríamos locos. Tomaron entre los cinco ¡veintisiete puyazos! Litri ahora estuvo
imponente, cuajado, con sitio y todo lo que hay que tener. A su primero le hizo lo que
quiso, con un aguante y un temple extraordinarios. Dos orejas muy merecidas. En su
segundo se superó. Se lo había brindado a Cagancho, que recibió una gran ovación. Andrés
Vázquez es buen torero pero sin figura ni sello propio. Hizo todo y lo hizo bien, pero nada
más. Brindó a Garza, a quien también se le ovacionó muy fuerte, y cortó una oreja.
Lorenzo, negando la cruz de su parroquia, se quitó su reloj de oro y se lo regaló a Vázquez.
El Inclusero, del color de su terno: verde. Un torero chaparrito y malo. Brindó a Silverio,
muy ovacionado también, pero que no pareció de Texcoco sino de Monterrey, porque sólo
le dio las gracias más expresivas.” (ESTO, 26 de mayo de 1966).
Más allá de los excesos de benevolencia del público, los relatos de Sala Gurría rezuman
sinceridad; así como denuncia los improcedentes desorejaderos no deja de ensalzar la
belleza de Madrid y su plaza de Las Ventas, la superación de Litri de una tarde a otra y,
sobre todo, la extraordinaria calidad del encierro del marqués de Domecq.
Corridas del 18, 19 y 20 de mayo. Y vamos a las impresiones del improvisado corresponsal
sobre los siguientes tres festejos isidriles, empezando por el del 18 de mayo: “Julio
Aparicio, Palmeño y El Cordobés, con toros de Atanasio Fernández. ¡Cuánta ignorancia del
público madrileño en esta feria! Es de dar vergüenza la concesión de orejas. El Cordobés,
dos en su primero, Aparicio, dos en su segundo, que fue de azúcar, y Palmeño, dos vueltas
al ruedo después de hacer nada y de cuatro pinchazos y tres intentos de descabellos. Es
algo inaudito. Yo no me podía hacer cargo de lo fácil que es triunfar en esta plaza, cuna del
toreo. Aparicio en su primero, peligroso y con fuerza, no quiso saber nada y lo despachó
como Dios le dio a entender y a otra cosa. Pues no, a dar una vuelta al ruedo ¡Increíble! En
su segundo, que como te dije fue de azúcar, tampoco llegó a mayores hasta media faena.
Cuando se dio cuenta del extraordinario lado izquierdo del toro se confió algo y dio media
docena de naturales muy buenos, pero muy buenos y ya. Y por una estocada caída ¡le
otorgaron las dos orejas! El Cordobés hizo una de sus faenas a base de mantazos
efectistas. En uno de sus giros en la cara, el toro le echó mano y le perdonó la vida, pues lo
tuvo a su merced, lo olió y se fue. Estocada perpendicular yéndose del mundo y la locura. El
juez le dio una oreja y el público le exigió la otra, que tuvo que conceder. En su segundo, de
embestida corta pero muy aplomado y sin peligro, hizo el más espantoso de los ridículos
entre desarmes, carreras y un sinnúmero de pinchazos; no me explico cómo no le tocaron
un aviso. Los toros, muy bien presentados menos el primero de El Cordobés, que pesó 460
kilos. Los demás, todos pasaban de los 520. Se me olvidaba Palmeño, un poco gordo y
valentón pero sin sello, sin personalidad (…) también le hicieron dar la vuelta al ruedo.
¡Cómo extraño a mi público!”.
Y vamos con la corrida del 19: “Siete toros de Pablo Romero para Ángel Peralta, que suplió
a Domecq, Bernadó, Andrés Vázquez y El inclusero. Muy flojo el cartel, pero había
expectación por los pablorromeros. El chico de la corrida pesó 540 kilos y el mayor ¡687!
Vimos diez toros, pues tres de ellos salieron con los cuartos traseros lesionados. Y todos,
absolutamente todos, rodaron por la arena cada dos por tres. No tuvieron lidia y, desde
luego, la corrida resultó fatal. Salimos a las 9:30 de la noche, pues con rejoneador y tres
toros al corral ya te imaginarás. La gente, de bandera. La plaza, llena. Esto es jauja para
empresa y toreros.”
Y ésta la última crónica de nuestro amigo: “Querido Juan: Jaime Ostos, El Viti y El Pireo,
con toros de Baltasar Ibán. Otra corrida que ni fu ni fa. Ostos, peor que en México, pero
aquí lo sacaron a dar la vuelta al ruedo en su primero. En el otro, nada de nada. A este
torero ya le queda muy poco en la profesión. La tónica de su toreo ha sido solamente el
valor, y con lo fuerte que le han pegado los toros pues el valor se pierde. El Viti no tuvo tela
de dónde cortar y estuvo gris y la gente se metió fuerte con él. El que cortó una oreja, y
muy merecida por cierto, fue El Pireo, que a su primero le dio diez o quince muletazos
excelentes. En México no vimos a El Pireo en ese plan. El ganado, bien presentado pero
mansurrón. Después de ver tantas cosas me congratulo de que tengamos un público como
el nuestro. Un abrazo y hasta mañana, con la presentación de Paco Camino y de Tinín, que
dicen tiene madera de fenómeno”. Pero ya nuestro corresponsal no pudo asistir a esa
corrida. La inmensa pena de la desgracia de Arruza lo hizo regresar a México y quedamos
atenidos a las informaciones cablegráficas, que parecen hechas por turistas villamelones.”
(ESTO, 27 de mayo de 1966).
Horacio Reiba (1970). Tal vez pudiera parecerle al lector que el Fernando Sala Gurría le
cargó demasiado las tintas al público madrileño, tan duro actualmente y de manga tan
ancha en aquella época. Por lo tanto, agregaré a las impresiones registradas la mía propia,
basada en la primera corrida que se transmitió de continente a continente, con motivo de
la confirmación de alternativa de Manolo Martínez en Las Ventas (22.05.70, por Televisión
Independiente de México). Obviaré la crónica completa –rigurosamente inédita por lo
demás—para centrarme en mis impresiones sobre el público madrileño: “La alternativa de
Martínez le fue confirmada por El Viti, y el de Monterrey hizo una faena torera pero poco
brillante. Ni el de Ibán, cara alta, probón, valía gran cosa, ni fue Manolo el torero que
conocemos (…) Media estocada que parte la herradura, y cuando esperábamos algunos
aplausos y, eventualmente, la salida al tercio ¡Una oreja! Empezábamos a explicarnos los
alegres desorejaderos que diariamente se reportan desde Madrid. (…) De El Viti dicen allá
que dio una tarde memorable. Yo apenas justificaría una oreja para su primera faena, a un
bicho terciado y cómodo –de salida lo protestaron–. Toro muy noble y faena desligada y
hasta con ciertos titubeos por parte del diestro. La estocada fue preciosa, sin duda lo más
torero de la tarde, pero de ninguna manera justificaba el otorgamiento de dos orejas (…) El
quinto, grande y noble, llegó muy aplomado al último tercio. Faena solamente
voluntariosa, de mucha insistencia y pocos muletazos, para ocho o nueve pinchazos y un
descabello. Confieso mi incapacidad para entender la vuelta al ruedo
–ovacionadísima—que le hicieron dar a Santiago Martín (…) Pero más asombroso aún fue
lo de Palomo Linares (…) De salida ligó atropellados parones y la gente, feliz. Una felicidad
que fue en aumento durante su indescriptible faena de muleta, toda ella a base de
mantazos. Hasta fuera de equilibrio físico se observaba al torero y apenas sacó algún
muletazo limpio. He discrepado a veces con el público de la Plaza México, pero esa faena
no la habría dejado pasar sin una buena bronca. Atronaban los olés y pensé que eran de
chunga… Sólo que la oreja otorgada a Palomo fuese también de ironía…” (Reiba, Horacio.
Bitácora personal).
A los escépticos debo advertirles que estos puntos de vista sólo confirmaban algo que los
aficionados de México no ignorábamos, pues en esa época era habitual que la televisión
presentara filmaciones bastante completas de corridas españolas, así como faenas
notables, narradas por José Alameda, que no dejaba de referirse, discretamente, al
despilfarro de orejas. La Transmisión vía satélite del malhadado festejo en que Manolo
Martínez confirmó su alternativa en Madrid fue simple comprobación de lo que Fernando
Sala Gurría, con gran perplejidad, había dejado escrito cuatro años atrás.