Aquella faena a «Jarocho» de Manolo Martínez. Crónica del maestro Alcalino.

Aquella faena a «Jarocho» de Manolo Martínez. Crónica del maestro Alcalino.

Desde el momento de producirse, aquel 16 de enero de 1972, la faena de Manuel Martínez Ancira a “Jarocho” de San Mateo ganó el derecho a figurar en ese cuadro de honor al que sólo acceden gestas cuya grandeza las sitúa por encima de toda ponderación.

Algunas más habrá de similar jerarquía. No muchas.

Y a la altura de las mejores que haya presenciado la Plaza México, ésta de Martínez con “Jarocho”.

Por las condiciones del burel –enrazado pero manso, fuerte pero áspero y probón, huidizo, sin fijeza y con mucho sentido–.

Y con semejante galafate, el torero de Monterrey terminó bordando el toreo, aunque sin abandonar, por supuesto, ese estado de alerta al que obligaba la condición del bovino.

Acentuando un mando basado en la largura y el temple para obligarlo a entregarse al poderío de su muleta.

Con media estocada en la cruz tuvo “Jarocho” una prolongada agonía. La plaza, puesta en pie, estaba reventada.

Y es que lo visto, sufrido y saboreado en los minutos interminables que duró la faena no parecía cosa de este mundo.

¿Excesivos los elogios? Veamos cómo lo describió la prensa de la época. Desde el antimartinista número uno –Carlos León, el agudo crítico de Novedades, que llamaba al diestro Manolo Telones— hasta su panegirista confeso, apasionado pero inteligente –Renato Leduc–, pasando por un seguidor puntual del torero –Jarameño, un crítico relativamente imparcial –José Alameda—y uno reticente con el regiomontano –Manuel García Santos–.

Buen abanico como para ir situando las cosas en los términos debidos.

García Santos: “De novillero a matador de toros”

Una cabeza de crónica con jiribilla ésta de don Manuel.

Luego de lamentar la decadencia de la prócer divisa rosa y blanco, juzgó así el comportamiento de “Jarocho”:

No pudo ser toreado con el capote. Se creció en el hierro en la primera vara, y tomó otra cuando venía suelto a la querencia y se encontró con el caballo. Tardo en la muleta, atropellaba al huir de ella”.

Sobre la actuación de Martínez fue lo más parco posible pero tuvo que reconocerle méritos:

Abandonó el torero su abulia. Se entregó al placer de torear, y realizó el milagro de convertir a un manso en toro de faena.

Toda ella fue un dechado de valor, de afición, de dominio y de arte.

En uno de los muletazos, “Jarocho” le tiró un gañafón capaz de amilanar al torero más valiente. Martínez continuó dibujando los muletazos ante una plaza absorta.

Con la izquierda, con la derecha… ya el toro iba por donde Martínez lo llevaba.

Una estocada caída (fue el único que la vio así) –causa de la no concesión del rabo–, y una agonía larga del toro dieron fin a la actuación de Martínez, que derrochó entrega, amor propio y arte.

Cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo”.  (El Sol de México, 17 de enero de 1972)

Carlos León: “Manolo, a toda orquesta

A este “Jarocho”, que ni para La Bamba servía (la crónica epistolar de León estaba dirigida a la compositora Consuelo Velázquez), el reinero acabó por acorralarlo entre el farallón del burladero de matadores y el velamen de carabela colombina de su muleta.

Y ya no hubo escapatoria posible.

Puesto a elegir el toro entre estrellarse contra los tableros o aceptar tragarse tal cantidad de trapo, en su derrota optó por lo segundo, y reconoció –como no tengo empacho en reconocerlo yo—que la machacona tenacidad del reinero pudo más que la huidiza cobardía del toro.

Y esa maestría y ese dominio, ese poderío de lidiador tienen más importancia que las chirimías y los teponaxtles del congestionado toreo “a la xochimilca” (alusión a la campaña de Francisco Lazo, cronista áulico de Manolo, en pro de reconocerlo como la expresión máxima de una supuesta “escuela mexicana” del toreo).

Mató de magnífico estoconazo y le concedieron dos orejas, ganándose una bronca el juez que negó la concesión del rabo.

Pero un par de vueltas al ruedo entre unánimes aclamaciones valen más que los apéndices que con tanta frecuencia se regalan.”  (Novedades, ídem).

Alameda: “Casta contra casta, venció la del torero”

Desde principios de temporada veníamos advirtiendo que Manolo Martínez, quien había pasado por un bache indudable durante las dos últimas temporadas, se estaba “yendo para arriba”…

Ahí queda su faena a “Jarocho” de San Mateo, número 31, con 442 kilos y de pelaje cárdeno (datos para la historia).

Pero no sólo hubo ayer esa faena. Hubo también la de su primero, “Chaparrón”, número 41… (pero) el quinto tuvo tanta casta como el anterior y, desde luego, más sentido.

Manolo advirtió desde el principio que estaba ante uno de esos toros con los que uno no puede descuidarse.

Lo probó con el capote. No quiso saber nada de él. Y pidió que salieran los picadores… eso sí, cuidó la lidia, como quien toma sus medidas ante un peligro notorio… Al iniciar la faena, Manolo siguió tomando medidas, como un sastre que prepara el traje adecuado… faltaba, claro, que le toro se dejara. Y no se dejaba.

Con mucho sentido, “Jarocho” adelantaba un paso, y sólo se arrancaba cuando creía segura la presa… Pero lo burló el torero una y otra vez… Y cuando se dio cuenta de que el encastado sanmateíno empezaba a destantearse, entonces dio un paso más… Enganchó al enemigo en la muleta y le corrió la mano en los derechazos, para rematar con el de pecho.

Luego lo hizo con la izquierda. Y poco a poco, después de haberle cortado el traje a la medida, mientras el toro, áspero por su casta al principio, se iba sometiendo al imperio del torero… Al final, cerca de tablas (donde se refugió el bicho), ya no había dos poderes sino uno solo, el de Manolo, que se recreó al torear con verticalidad absoluta y a cada pase con más temple, mientras el grito de ¡torero! ¡torero! rebotaba por el graderío… Entró a matar por derecho y dejó la estocada. Se amorcilló el toro.

Pero el torero y el público esperaron… y la plaza se puso blanca de pañuelos en demanda de los trofeos. Concedió la autoridad dos orejas. Surgió el clamor –¡Rabo, rabo!–, cada vez más fuerte. Pero el juez no quiso oírlo…  Habrá que defender al pueblo de sus defensores.” (El Heraldo de México, ídem)

Jarameño: “La Faena sin Rabo

“También el mundo de los toros ha tenido sus profetas mayores y menores… Ayer, la gran faena de Manolo Martínez al segundo –encastado, desarrollando genio y con mucho sentido–, fue superada con creces por su trasteo de época al quinto, “Jarocho”, cárdeno oscuro de pinta, cornalón y cornivuelto…

Faena que se rememorará para explicar cómo se le ha de poder a un toro que prueba; cómo desengañar al que tiene sentido; el mando, fundado en el valor sereno, va domeñando aquella embestida… cómo el torerismo va midiendo, sin una duda, el instante en que la fiera levanta el hocico para iniciar el derrote, y éste se pierde, mágicamente, en la tersa suavidad del engaño. Suavidad imperial.

Guante de raso, que cubre con elegancia el guantelete de acero: acerada reciedumbre y sedeña suavidad…

Y cómo cuando la fiera dominada intenta rehuir la pelea, el hombre sigue siendo el señor del ruedo, metido con el astado en el terreno en el que tiene que embestir, en que ha de embestir, y en que ayer, asombrosamente, embistió… y vimos entonces la adiamantada luminosidad del natural, el cabrilleo del derechazo, la pincelada eufórica del martinete, la severidad solemne del de pecho…

Ejemplar faena. Realización de viejas profecías… Una estocada que tarda en hacer efecto y la entrega absoluta y total de la gente, volcada de entusiasmo ante el arte de excepción de Manolo Martínez… (pero) había en el palco de la autoridad, un hombre impasible, que presidía la corrida fumando displicente.

¡El hombre que ha permitido que bauticemos esta croniquilla como “La Faena sin Rabo.” (Ovaciones, ídem).          

Renato Leduc: “Los mariachis callaron…”

En esta memorable corrida el extraordinario lidiador y artífice regiomontano se ha consagrado TORERO NON por unanimidad… menos uno.

Ese uno ha sido el juez de plaza, quien hizo cuanto estuvo en su mano para menoscabar la victoria absoluta del triunfador.

A su primer enemigo, “Chaparrón”, revoltoso y probón, sobre todo por el lado izquierdo, lo pasó apresuradamente por sus pistolas con una sola vara (Nota del autor: MM entrevistado después de la corrida dio más importancia a esta  actitud del juez Juan Pellicer López que a la negativa a concederle el rabo “porque tuvo mucho malaje al haber cambiado el tercio en mi primer toro a sabiendas de que le faltaba castigo”).

Esta rigidez antirreglamentaria con el toro de Manolo –prosigue Leduc–, contrastó feamente con el trato a “Estrellito”, lidiado en sexto lugar por el joven Palomo, que no lo quería ni ver… El segundo enemigo de Manolo, “Jarocho”, fue manso y probón, no solamente huidizo sino descaradamente cobarde y fugitivo.

Una de esas bestias que –como dice muy bien el colega Jarameño—“no pasarán a la historia por sus cualidades sino por sus defectos”.

Pero ahí estaba la muleta prodigiosa del regiomontano para transformar en cualidades los defectos y realizar esa obra de poderío, sabiduría y elegancia que fue su faena del domingo dieciséis de enero.

Pues bien, a semejante galafate, el juez de plaza le otorgó el honor del “arrastre lento”, en tanto que a su matador, el artista que había hecho de esa chiva un toro, le negó el rabo que por aclamación pedía la enloquecida multitud. Manolo, después de dar dos vueltas al ruedo en medio de ensordecedora ovación, depositó las orejas a medio ruedo y con cortés ademán se las ofreció al juez… había salido de la plaza por la puerta grande mientras el juez se escabullía subrepticiamente entre gendarmes…” (Esto, 20 de enero de 1972).

La corrida

Se resume en dos líneas: Manolo Martínez toreó muy bien a su primero, “Chaparrón”, al que había que poderle, pero lo mató mal, de espadazo caído y entera, y lo llamaron a dar la vuelta al ruedo.

Sus alternantes, Manolo “Armilla” y Sebastián Palomo Linares, tuvieron un desempeño deplorable con la mansada de San Mateo, que incluyó un impresentable becerrote, el primero de Palomo, ruidosamente protestado pero mantenido en el ruedo por el juez Juan Pellicer López.

El subalterno de a pie Javier Cerrillo, al cubrir el segundo tercio, fue empitonado por el cierraplaza “Estrellito” y herido en la mejilla derecha, cornada de unos 12 centímetros complicada por la diabetes del obeso banderillero.

La plaza registró un lleno absoluto, y la faena de MM a “Jarocho” está conceptuada desde ese memorable 16 de enero del año 72 como una de las de mayor trascendencia artística en los anales de la gran cazuela de la colonia Nochebuena.

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