Arles fue una fiesta goyesca…
Arles vibrò emocionadamente con su goyesca que atravesò varios pisos tèrmicos desde ese » duelo» de quites en el primer toro entre Talavante y Roca Rey que se replicaron entre bellos lances aunque si bien es verdad solo es destacable el primer toro del Tala que reapareciò tres años despuès de un inesperado retiro y menos afortunado el palco otorgando dos vueltas al ruedo que no merecieron nunca esos toros como ese sexto con un evidente peligro y sin clase pues todo hay que decirlo los dos toreros rayaron a gran altura con las tres divisas : Garcigrande, Adolfo Martin y Nùñez del Cuvillo. Bien presentados todos, sin màcula ni peros. Otra es el juego.
El imponente coso romano se llenò en tarde de sol y mùsica de màximo nivel con una soprano de voz exquisita que desatò las pasiones con el himno de Francia, el toreador de La Carmen de Bizet y Granada de don Agustin Lara, y otras piezas que acompañaron el mano a mano .
Otro que se luciò en la plaza de Arles, nuestro compatriota Diego Ramos que vistiò con estallido de colores, notalgia y amor por las tradiciones de la fiesta con las figuras de Joselito , Belmonte, y Morante y ese toro inmenso cuyo original es propiedad de don Felipe Negret y que se colocò detràs del palco presidencial ; la barrera, con los alamares, los burladeros con cabezas de toros, que ya quisieran los llamados toristas, un collage de carteles alusivos a tan magna ocasiòn y en el centro del ruedo otra vez un toro a la manera como lo interpreta el artista con formas y fondo para homenajear ese siglo XVIII en el que viviò el autor de la tauromaquia , los fusilamientos y Los Caprichos, don Francisco de Goya que para el tema taurino firmaba «Paco ,el de los toros».
Diego pintò a su manera el salto de la garrocha una de las suertes del toreo de hace doscientos años que poco se practica hoy y que representa a un hombre saltando por encima del toro, munido por esa vara que le sirve para impulsarse y burlar al toro y que està en esos gravados que el genio de Fuendetodos nos dejò para mostrar su amor por el toreo.
Talavante podrìa decir con Fray Luis de Leòn «… , decìamos ayer..» pues no ha perdido un àpice de ese toreo de quietud, de firmeza, de valor, de detalles con el capote y la muleta, de entendimiento de las embestidas de sus toros y de esa gracia extremeña que compone un conjunto de aciertos no solo en el toreo fundamental sino en ese quejio, en ese rumor de lo clàsico en que se asienta el toreo. Y estuvo inmenso tanto el Domecq como con el de Adolfo Martin, el codicioso càrdeno que fue descubriendo en esa faena de mas a mas. Cuando hubo que bajar la mano, lo hizo, agregò su cuota de personalidad en unos trincherazos de cartel, en los remate con el forzado en las invenciones de esos muletazo sueltos donde fluye el espìritu de lo bien hecho y bien arremato que proclamaba El Guerra.
No faltaron ni las gaoneras, ni las tafalleras, ni las bernadinas, ni las manoletinas, ni soltar el capote a un mano, ni los molinetes » arrebujaos»,ni esos forzados a la hombrera contraria, ni el pase de las flores ni los kikirikis ( esas delicias que se inventara El Gallo ) ni ese imprescindible toreo fundamental del natural y el derechazo y cada torero adosándole su personalidad.
En Francia SE CUIDA como oro en paño el tercio de varas pero sorprende la frialdad de su aficiòn mientras Talavante firmaba una faena rotunda con el Adolfo. Ni se enteraron.
Roca Rey se ha ido convirtiendo en un torero fundamental, imprescindible, de limpida frescura, de arrojos, de competencia , de ausencia de adocenamiento, de vèrtigo cuando es menester, de jugarse la vida de verdad metièndose sin asomo de dudas en los terrenos donde le acariciaron los toros en varias ocasiones con la punta de los pitones la femoral.
Por entrega de los dos toreros no faltò de nada, pusieron su emociòn, su tauromaquia, su pasiòn desenfrenada porque la asolerada ocasiòn lo merecìa. Una goyesca en la feria del arroz de Arles, la ciudad que el holandès Van Gogh inmortalizò en su » Casa amarilla», en la placidez de sus campos es privilegio para el toreo.
El presidente de la corrida pecò ( bueno, tampoco es para lanzarlo al fuego eterno ) al sacar el pañuelo azul para dos vuelta s al ruedo que por mas penitencia que hubieran hecho no se correspondìa el gesto magnànimo del palco con el juego en su conjunto pues el premio concedido se desvaloriza, se empequeñece.
Los dos titanes salieron en volandas de la plaza, descendieron las escalinatas en medio del multitudinario fervor ,entraron entre clamores a su coches de cuadrillas y se marcharon por esas calles estrechas vitoreados y ellos felices . Y la aficiòn?, Tambièn.
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