Enérgica carta de Victorino Martin al ministro de cultura de España, que se le fueron las luces. Dijo que apoyaba al teatro porque es pacífico.
Lo que es una afrenta a esa antiquísima expresión de la cultura humana.
En una carta al funcionario español, Victorino Martin en nombre de la Fundación toro de Lidia le expresa brillantemente.
La tauromaquia, como toda cultura que se precie, es conflicto, pasión, contradicción e irreverencia.
LA FUNDAMENTADA CARTA
Estimado ministro,
Tenemos que lamentar las desafortunadas palabras que sobre la tauromaquia ha realizado en una entrevista que le hacen diferentes actores del sector cultural y que aparece hoy publicada en el diario El Mundo.
En ella afirma que usted considera que no debe animar a la gente a ir a los toros, como ministro de Cultura, porque no es una cuestión pacífica.
Quizás es que estamos viviendo tiempos extraños, tiempos en los que se empieza a ver como normal cosas que no lo son, o quizás es que nos hemos anestesiado ante obviedades en esta realidad paralela que parece estar provocando la pandemia.
Si no, no nos explicamos como una persona indudablemente moderada e inteligente como usted, puede decir tales cosas. Porque hay en sus afirmaciones un atropello legal y cultural, que normalmente deberían poner en cuestión su idoneidad para la dignidad que ostenta.
Desde el punto de vista legal, me imagino que no le tengo que explicar que por supuesto que usted debe alentar la tauromaquia.
Es la propia ley la que expresamente lo dice, haciendo mención al principio constitucional de conservación y promoción de nuestro patrimonio por parte de los poderes públicos.
La Constitución no distingue entre cultura que se considere pacífica y cultura que no se considere pacífica, esas son etiquetas valorativas que pueden servir en un plano personal, pero no en un plano jurídico, que es en el único en el que debe moverse un Ministerio.
Las valoraciones personales de un ministro son sin duda interesantes, pero en ningún caso pueden afectar a su desempeño profesional, restringido por unas normas que le obligan.
El Ministerio de Cultura no puede excluir a la tauromaquia de una campaña institucional de fomento de asistencia a los espacios culturales solo porque a su titular no le parece que sea una cuestión pacífica.
La tauromaquia en nuestro país no es un tema menor, no es algo que se puede obviar por los gustos personales de alguien, es la expresión cultural más característica de nuestro país y como tal debería ser tratada.
Y si desde el punto de vista legal es insostenible defender que solo se puede promover una cultura pacífica, desde el punto de vista estrictamente cultural es quizás más escandaloso el caso todavía.
¿Que los toros no son un tema pacífico? Pues por supuesto que no, faltaría más.
La tauromaquia, como toda cultura que se precie, es conflicto, pasión, contradicción e irreverencia.
Por eso reyes y papas ya intentaron sin éxito acabar con ella, porque es una fuerza popular que nunca han podido controlar.
El Ministerio de Cultura liderando en España la cultura de la cancelación me parece algo peligrosísimo.
Retirar el apoyo a toda expresión cultural que cualquier grupo suficientemente organizado para hacer ruido ponga en su diana es una senda que nos lleva inevitablemente a la censura y que un ministro democrático no debería transitar.
Porque lo que ahora se llama “cultura de la cancelación” es lo que siempre se ha conocido como censura.
Antes era liderada por celosos tribunales de inquisición, mientras que ahora lo hacen minorías bien organizadas en redes sociales, igualmente temerosas de la libertad de los demás.
Siempre ha habido en el pueblo reductos fanáticos que han buscado restringir la libertad, grupos que han decido hacer que algo no fuera pacífico para provocar su exterminio.
Decir que no puede fomentar los toros por no ser un tema pacífico equivale a dar la razón a todos aquellos que a lo largo de la historia han intentado coartar la libertad de los demás.
Porque antes que los toros ya hubo otros asuntos en los que los censores de siempre pusieron sus puritanos ojos decidiendo por ejemplo que no se podía considerar pacífico que escribieran las mujeres, que se trataran ciertos temas en el cine (o la existencia del cine mismo) o que incluso que se tocaran determinadas notas musicales consideradas peligrosas.
Decir que el teatro es pacífico es una ofensa al teatro, como lo sería al cine o a cualquier otra expresión cultural fuerte y vibrante, que reta al poder, a lo establecido, a los dogmas y a las corrientes mayoritarias de pensamiento.
Eso es la cultura. Y por eso nunca es cómoda para el poder cuando es auténtica.
Señor ministro, le pedimos que reconsidere sus palabras.
Usted es el ministro de Cultura, y por tanto tiene la obligación de conservar y promover la tauromaquia como una de las expresiones culturales de este país.
Promover significa alentar a la gente a ir a los toros, por supuesto, más allá de sus valoraciones personales sobre la tauromaquia.
Señor ministro, no haga dejación de funciones, promueva y defienda la tauromaquia como es su obligación.
Historia de un cartel con Manolete de fondo en la mirada de «Alcalino». En Córdoba, donde nació, existe una escultura de cuerpo entero que representa a “Manolete”, histórica figura y el más eminente califa taurino cordobés.
Se trata en realidad de un grupo escultórico de dimensión estatuaria.
El personaje central, vestido de torero y con el capote de brega en las manos, flanqueado por dos equinos con sus respectivos caballerangos a pie, obra de Manuel Álvarez Laviada.
Está ubicado en la plaza del Conde de Priego, no lejos de la parroquia de Santa Marina, donde se bautizó a Manuel Rodríguez Sánchez, nacido el 4 de julio de 1917.
Mucho ha cambiado desde entonces la austera ciudad andaluza que fuera sede del antiguo califato mozárabe.
Una iniciativa de Carlos Arruza
El monumento es producto de una amistad entrañable y de la corrida destinada a reunir los fondos que hicieron posible la obra.
Festejo que organizó quien fuera en los ruedos el más enconado rival del inmenso torero al que “Islero” de Miura hirió mortalmente en Linares (28.08.47). Ese rival, llegado del otro lado del Atlántico, fue el mexicano Carlos Arruza.
Manolete y Arruza alternaron juntos en 58 ocasiones, la mayoría en España (51) y ninguna en México.
Ya que Carlos no participó en las dos temporadas que convertirían al cordobés en uno de los mayores ídolos de la afición mexicana.
Oscuras y nunca aclaradas razones impidieron que la pareja de moda en España tuviera ocasión de manifestarse en México.
Pero la rumorología atribuyó la inhibición arrucista a componendas entre el empresario Antonio Algara y José Flores “Camará”, el astuto apoderado del cordobés.
Manolete y Arruza torearon mano a mano diez corridas, repartiéndose equitativamente trofeos y victorias.
Su rivalidad fue breve pero intensa y sus hechos forman parte de la historia grande del toreo.
Como grandeza humana hubo en el gesto de Carlos al concertar con buena parte del taurinismo hispano de principios de los años 50.
Toreros, ganaderos, prensa en general, gobierno municipal de Córdoba inclusive, todo lo necesario para la organización de una corrida.
Monstruo que provocó un lleno histórico en el coso de Los Tejares y transcurrió dentro del ambiente festivo y triunfal que la magna ocasión ameritaba.
La fecha: domingo 21 de octubre de 1951. Un cartel con Manolete
Así fue la corrida
Naturalmente, antes de que partieran plaza los diestros actuantes hubo desfile de reinas y discursos a tutiplén.
Y más allá del número de apéndices otorgados, condicionado sin duda por las especiales circunstancias del festejo.
Se trató de un evento que los cordobeses tardarían muchos años en olvidar.
Para empezar, Carlos Pérez-Seoane y Cullén “Duque de Pinohermoso”, que por cierto había nacido en Roma.
Rejoneó un burel de su ganadería, estuvo acertado en general y cosechó fuertes aplausos.
Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, el espada más antiguo, compadre de Manolete y asimismo cabeza de cartel la tarde trágica en Linares.
Se encontró con un ejemplar de José de la Cova tan áspero que lo cogió dos veces en el transcurso de su sobresaltada faena.
Pero estuvo valiente, mató bien y se llevó la primera oreja de la tarde. El gitano sustituía al cordobés Manuel Calero “Calerito”, anunciado inicialmente.
Rabo para Carlos
Arruza estuvo imponente con el suyo –“Mirlito”, de Felipe Bartolomé—al que saludó con emotivos faroles de rodillas, veroniqueó con elegante quietud, quitó por gaoneras ceñidísimas.
Y tras juguetear en banderillas con el noble animal, al que le colgó tres pares colosales, cuajó una larga, ceñida y magistral faena de muleta, vertical y templado en los redondo y naturales.
Variado y original en los remates de las tandas y haciendo honor al sobrenombre de “Ciclón Mexicano”, que le adjudicó el cronista español K-Hito al cerrar faena con molinetes y las ernistas de hinojos que levantaron clamores.
Cuando concluyó, de formidable volapié, las orejas y el rabo estaban cantados.
También para “Parrita”, Capetillo y Aparicio
Agustín Parra, que brindó la muerte de su toro a sus diez compañeros de cartel, hizo honor a su reputación de seguidor fiel del estilo estatuario y vertical del Monstruo de Córdoba.
Aprovechando la buena condición de “Tontuelo”, de Galache. Sólo cesó la música cuando cuadró al bicho para estoquearlo por todo lo alto.
Volvería a sonar mientras paseaba “Parrita” los máximos apéndices.
Más mérito aún tuvo el rabo que Manuel Capetillo le cortó a “Cuchareto”, de Arturo Sánchez Cobaleda, un toro viejo, gordo y con buenos pitones, resabiado y geniudo por añadidura, al que se empeñó en meter en su muleta hasta obligarlo a seguirla en una emocionante faena a base de muletazos largos y templados.
El público, entregado y feliz.
Los tres apéndices máximos premiaron también el desempeño de Julio Aparicio, a quien correspondió el más pequeño del encierro, un “Torero” de Marceliano Rodríguez que respondió con alegre transmisión a la muleta del madrileño, muy puesto y dispuesto a lo largo de su triunfal actuación.
Discretos los demás
Aunque a José María Martorell se le concedió la oreja del complicado quinto –manso y geniudo, con el hierro de Alipio Pérez Tabernero Sanchón–, el honesto cordobés la rechazó, considerando que su faena no había pasado de valerosos intentos.
Antes, sus lances de recibo habían causado sensación por su estatuaria belleza. Y en la estocada dio la cara e hirió arriba.
Los otros dos mexicanos anduvieron sin suerte con el ganado.
Jorge Medina –llamado a sustituir a Juanito Silveti, que estaba lesionado—pasó por momentos de peligro ante el nervio de un correoso “Barquero”, del Conde de la Corte, y Anselmo Liceaga –recién alternativado en Granada por Pepe Luis Vázquez (29.09.51)—tampoco encontró colaboración en el de Juan Belmonte, “Vicario” de nombre, que despachó en décimo lugar.
Su fría labor fue silenciada.
Por último, al joven diestro local Rafaelito “Lagartijo”, último eslabón de la legendaria dinastía de los Molina, se le notó poco placeado y algo movido, pero no dejó de derrochar alegre pinturería a favor del buen estilo de “Quinquillero” de Carlos Arruza, el toro que cerraba el festejo y al que pinchó antes de acertar con la estocada definitiva.
Estocada que ponía punto final a una corrida auténticamente extraordinaria. Un cartel con Manolete
Por su dimensión temporal, su inusitado lucimiento y, sobre todo, porque cerró de manera perdurable la historia compartida por Manuel Rodríguez “Manolete” y Carlos Arruza, pareja de época y dos colosales toreros, que hermanaron en el arte a España y México.
Partió con su emisora portátil, su amor por la familia y la tauromaquia. El padre de nuestro amigo Juan Guillermo Palacio.
«Les comparto que mi padre, el que me llevó a los toros cuando yo tenía cinco años, está en este momento con su mayor ídolo, con Dios.
Él me enseñó mi fiesta y por ella conocí a varios de ustedes. Estamos plenos por su vida y porque fuimos la mejor cuadrilla en su corrida más importante. Cada día ustedes son más importantes para mí.
El maestro abrió la puerta grande. Entró en la cuadrilla de su Maestro. Adiós mi eterno super héroe».
Partió con su emisora portátil, su amor por la familia y la tauromaquia.
A través del tiempo, han cruzado el Atlántico tres hatos de toros mexicanos para ser lidiados en plazas españolas: cuatro de Piedras Negras fueron a San Sebastián (1929), seis de San Miguel de Mimiahuápam a Madrid (1971) y más de una veintena, procedentes de San Mateo y San Marcos –divisas hermanas–, los adquirió el ganadero-empresario José Luis Pereda en 1986.
Los seis primeros sanmateínos se corrieron en Huelva el sábado 11 de octubre de dicho año, corrida de la hispanidad cuyo cartel encabezaba José Ortega Cano (rosa y oro: vuelta y silencio), con el mexicano David Silveti como segundo espada (azul y oro: ovación tras aviso y una oreja) y cerrando terna el andaluz de Gerena Tomás Campuzano (grana y oro: oreja y dos orejas).
Campuzano le brindó a Silveti su segundo toro, el mejor del encierro.
Y, reveladoramente, la prensa fue unánime al reconocer la buena casta del ganado mexicano y la del tercer miembro en línea de sucesión de la dinastía Silveti, que impresionó por su finura de estilo pero, sobre todo, por su denuedo y valentía para sobreponerse al estilo picoso de sus toros, al grado de hacerse acreedor a dos de los tres trofeos en disputa: el reservado a la mejor faena de la tarde (Carabela «La Pinta») y el correspondiente a la mejor estocada (Carabela «La Niña»).
El de triunfador de la tarde (Carabela «La Santa María») se lo llevó Tomás Campuzano, favorecido por el mejor lote de una corrida que llamó la atención por su enrazada y correosa condición.
Conviene sopesar con cuidado lo que escribieron dos de los cronistas hispanos más connotados de la época para tener una idea aproximada del impacto causado tanto por los toros de
San Mateo como por David Silveti, seis años después de su última incursión por cosos hispanos.
«Cuando el último toro mexicano lidiado ayer en la plaza de Huelva cayó a los pies de su matador Tomás Campuzano todos respiramos tranquilos…
Nadie, absolutamente nadie, se había aburrido en la plaza: los toros mexicanos nos habían mantenido a todos con la tensión a flor de piel.
Ni siquiera era posible hablar con el vecino. Lo que ocurría en el ruedo exigió toda nuestra atención.
Aquellos toros, mejor toritos, si los juzgamos por su tamaño, había obrado el milagro de mantenernos con el alma en vilo durante todo el festejo.
La fiesta recuperó de pronto todo su sentido emotivo. El miedo llegaba a los tendidos.
El peligro se veía desde lejos, y también el mérito de los toreros que fueron capaces de hacerle frente… aquellos toritos, que difícilmente habrían dado por buenos la mayoría de los veterinarios españoles, demostraron que el volumen es lo de menos, lo que necesita el toro es fiereza.
Los toros mexicanos no fueron bravos en el sentido que hoy dan al calificativo los taurinos españoles. O, por lo menos, no fueron nobles.
Pero sí tuvieron casta, genio y movilidad. ¿Y saben ustedes qué pasó? Pues que a todos les dieron en varas más que a una estera, a todos les llegó la sangre hasta la pezuña como para haberse muerto cuatro veces y, a pesar de ello, ninguno llegó a doblar las manos ni una sola vez.
¡Ni una! Y el caballo era el mismo de siempre, y el peto también. Todo era igual menos una cosa: el toro…
Mucho más chico de constitución pero eso sí –atención al detalle– mucho más alto de agujas. Hasta zancudo, si ustedes quieren. Sus patas y sus manos eran más que suficientes para mantener el resto de su anatomía.
No eran esos toros bonitos que aquí hemos llegado a criar, con las manos justitas para mantenerse en pie, pero a todas luces insuficientes para sostener las moles que llevan encima…
Otra cosa fue su comportamiento. A ninguno de esos toros se les pudo hacer ese toreo de cristal que parece que se quiere imponer aquí… en primer lugar porque eran toros que embestían con genio y sin entregarse… sin parar un momento.
Cuando decían ahí voy hacía falta un torero con los pulmones cargados de aire para no desfallecer. Y no iban detrás de la muleta como perritos ¡qué va!, la seguían intentando descubrir siempre al que la manejaba.
Por eso todos andábamos con tensión en los tendidos, temiendo y saboreando el peligro, entendiendo el riesgo de los toreros, valorando sus gestos y hasta perdonando sus dudas… imagínense ustedes la que pasarían los toreros… Casta… genio… emoción… riesgo… Todo menos aburrimiento.
David Silveti estuvo hecho un león.
Así de claro. Sin dejarse arrugar, con los dientes bien apretados y dispuesto a jugarse la vida para triunfar.
Nos sorprendió el mexicano, aunque bien mirado no tendría por qué haber sido así: un hombre que ha sido capaz de superar todas las adversidades que él ha superado para vestirse de torero no podía tirarlo todo por la borda, ahora que por fin se veía en España con dos toros de su tierra. Dos toros que no le dieron ninguna facilidad.
Su primero tuvo genio para dar y regalar. David le pudo porque le llevó siempre la muleta muy baja. El toro de pronto, se dio cuenta de que no asustaba al torero y se fue buscando las tablas.
El puntillero lo levantó varias veces… Con su segundo, David se jugó la vida. El de San Mateo se lo quería comer, pero él fue capaz de ganarle la partida… Creo que lo de león le viene de familia. Y también hecho un tío estuvo Tomás Campuzano.
Su primero le dio algunas facilidades, y con su segundo, puso la plaza del revés. El genio del toro lo utilizó Tomás para triunfar. Ni siquiera lo arrugó una tremenda voltereta… Ortega Cano pudo con su primero, que tenía genio por el lado derecho y ni un muletazo por el izquierdo.
Debió darle más importancia a lo que hizo. Su segundo fue un regalito imposible y no hubo manera de echarle mano… Hizo Ortega un esfuerzo grande para no darse por vencido…
¡Arriba San Mateo!
Ayer en Huelva vivimos una dimensión de la tauromaquia casi olvidada. Los saltillos que volvieron a su tierra de origen para morir nos trasladaron a otra época, no sabemos si definitivamente superada, pero desde luego altamente emotiva…
Tras una larga epopeya, estos toros descendientes de aquellas doce vacas y dos sementales que el legendario Antonio Llaguno, en combinación con su amigo Ricardo Torres «Bombita», le compró al marqués de Saltillo, y que en tiempos de la revolución mexicana tuvo que esconder en el sótano de su casa… nos han hecho ver la necesidad que tenemos de la fiereza y de la fuerza para que el animal tenga movilidad y no se caiga, que es la peor imagen que puede dar un toro de lidia». (ABC, Domingo 12-10-86).
Crónica de Filiberto Mira (Aplausos)
«Sr. D. Juan Silveti (exmatador de toros); Guanajuato, México/ Querido Juan: Antes que nada, quiero decirte que México ha obtenido hoy un gran triunfo en la plaza onubense de La Merced.
Un éxito también para José Luis Pereda, que si bien como empresario no ha visto lleno ni mucho menos el coso, tendrá la alegría de haber aportado algo a la hermosa tarea del hermanamiento hispanomexicano…
Aquí, al lado de donde partieron las tres carabelas en 1492… Extraordinario el triunfo de tu hijo David.
Triunfo también para las glorias ganaderas de San Mateo, por obra y gracia del interesantísimo juego de los toros sanmateínos de IgnacioGarcía Villaseñor. Ha sido esta de las corridas que dejan huella y recuerdo… Inició
David su éxito con un excelente capotear al codicioso toro segundo, un burel con furia al que picó muy bien Curro Reyes, colocándole Luis Mariscal un muy ceñido par de banderillas.
Este toro tuvo la particularidad de embestir con genio en la primera fase de la faena pero se rajó pronto, aunque sin perder la elevada dosis de su ardiente casta.
Valerosa y con clase fue la faena de David.
Causó impresión como muletero y todos lamentamos que tras un metisaca tuviera que descabellar media docena de veces.
Clamores levantó David al torear de capa al veleto y salpicado quinto, un toro que fue a más en el primer tercio y llegó al último pidiendo guerra. Toro violento, de ésos que a los que sólo son capaces de conquistar la oreja los toreros de raza y temperamento.
Te diré que con la muleta, tu hijo estuvo tan valiente como me han contado que era su abuelo, «El Tigre de Guanajuato».
En una serie de derechazos muy emocionantes al hilo de las tablas me recordó tu hijo, aquellos muletazos de tanta clase que lograste en la Maestranza sevillana en el Corpus del año de 1954, cuando saliste en hombros por la Puerta del Príncipe.
Ha sido la de David una faena de doble vertiente, pues por valiente recordó a su abuelo, y por pases tan llenos de clase fue digno hijo tuyo.
Gallardía y emoción, en un trasteo culminado de estocada certera que le valió merecidísima oreja. Espero que los empresario españoles se enteren de que David Silveti es un torero con categoría para que su nombre figure en carteles de lujo.
Encantaron los toros de San Mateo.A todos los que los vieron (una lástima que no hubiera más aficionados en la bonita plaza de La Merced) les han encantado los toros mexicanos de San Mateo.
Te puedo decir que les gustaron mucho a Eduardo Miura, a Juan Guardiola, a José Luis Buendía y a Litri, por no citarte más ganaderos españoles que felicitaron a tu compatriota Ignacio Villaseñor.
El más contento de todos era Alonso Moreno, por ser el que tiene en España los mejores Saltillos.
Los sanmateos, más que por bravos (tampoco fueron mansos) han gustado por su fortaleza (ni uno dobló las manos), por su movilidad y por su temperamento de muy encastados… Vista con los ojos del alma, allá en el palco de la eternidad estaría gozoso don Antonio Llaguno, creador de los asaltillados toros de San Mateo, por el muy interesante y variado juego que dieron los seis que por primera vez se lidiaron en una plaza española.
También jubiloso tu padre en el cielo, por tener un nieto tan buen torero, que tan valiente como él era, triunfó rotundamente en un coso andaluz, junto con su enorme compañero de terna Tomás Campuzano, un torero poderoso de los de cuerda larga.
Al sexto, un toro que comunicó mucho, lo ha toreado Tomás con ese estilo hondo y profundo que a ti tanto te entusiasma…». (Aplausos, semanario taurino. 15 de octubre de 1986).
Colofón
Las palabras de Rafael Moreno y Filiberto Mira no dejan lugar a dudas y sólo hubo que lamentar que la corrida se haya celebrado muy al final de temporada, cuando ni la atención de medios y aficionados es ya la misma que en abril o mayo, ni los triunfos habidos reditúan contratos para diestros ni ganaderías.
No obstante, aún pudo participar David en una corrida celebrada en Ávila el día 15 y desorejar a un saltillo de Victorino Martín.
Al año siguiente, confirmaría alternativa en Madrid (24-05-87), en cartel flojo y corrida sin historia en la que se corrieron cuatro astados mexicanos (San Mateo y San Marcos, dos y dos), y dos portugueses (de Samuel Lupi).
Fue su padrino Nimeño II y alternó con ellos Tomás Campuzano.
En cuanto al resto de los toros de Ignacio García Villaseñor, se fueron lidiando a duras penas y solamente en plazas controladas por José Luis Pereda.
Precedidos por esa fama de duros que les dio la corrida de Huelva y, naturalmente, con flagrante ausencia de figuras en los carteles, que fueron los siguientes: Huelva, 26-03-88: cinco de San Mateo y uno de San Marcos:Ruiz Miguel (oreja y silencio), Tomás Campuzano (silencio en su lote) y Víctor Mendes (silencio en su lote).
Zalamea la Real, 10-04-88: cinco de San Marcos y uno de José Luis Pereda para José Luis Galloso (oreja y silencio), Manuel Ruiz «Manili» (oreja y dos orejas) y Tomás Campuzano (dos orejas y oreja).
Es decir, que entre 1986 y 1988 se lidiaron en España 21 toros con la sangre Llaguno (13 de San Mateo y 8 de San Marcos), y se les cortaron en total doce orejas.
Habrá que preguntarse dónde habrá quedado todo ese caudal de raza y fortaleza que admiraron los españoles en los toros de García Villaseñor, hoy que impera penosamente en nuestros ruedos el post toro de lidia mexicano.
TAUROMAQUIA. Alcalino– Hora de adioses: Juanita Aparicio y Castella. ¿Primero las damas? ¿No será esto un remanente misógino adjunto a los de mi generación?
En cualquier caso, vaya por delante mi pesar sincero por el deceso de Juanita Aparicio que, aunque sea nebulosamente, siempre me pareció la torera con más gracia y arrojo que vi.
Aun creo admirarla, como entre sueños, con su atuendo charro y su bella sonrisa adolescente, imponiéndose con torerismo y garra a más de un ¿becerro? ¿novillote? en el Toreo de Puebla.
Pero, sobre todo, recuerdo la sencillez y gentileza de su conversación cuando me la presentó Ricardo Morales “Cañero” a finales de los años ochenta, y tuve ocasión de grabar con ella una larga conversación que pasó por la radio y lamento mucho no conservar.
Su palabra era la de una gran señora, residente por entonces en Querétaro, que rezumaba sabiduría sin asomo de ostentación.
Me habló de su familiaridad desde pequeña con el campo, el caballo y el toro.
Su padre, Paco Aparicio, había sido uno de los charros completos más destacados de este país además de enjundioso novillero, capaz de disputarles las palmas a los Fermín Espinosa, Heriberto García, Carmelo Pérez, Alberto Balderas, Chucho Solórzano, “El Negro” Muñoz…
Y en cuanto a sus méritos como torera, pudorosamente soslayados durante nuestra plática, Juanita Aparicio se los adjudicaba por entero a su cercanía con maestros de la talla de Armillita, Carlos Arruza, Manolo dos Santos, El Ranchero Aguilar.
De Arruza se refirió, maravillada, a una faena que le vio hacer en Torreón con un toro grande, potente y de mucho sentido, y de cómo le cortó el rabo “sin necesidad de darle un solo pase natural”, luego de levantar al público de sus asientos con un toreo de puro dominio, pero de una emotividad, un sabor y una clase apabullantes.
Juanita Aparicio se retiró muy joven –con apenas 20 años—, ya que, según propia confesión,
“en ese tiempo no existían condiciones para que una mujer hiciera carrera en los toros”.
Y casi nadie lo recuerda, pero ella cortó varias orejas y hasta el rabo de un novillo de Coaxamaluca en la Plaza México, llena hasta los topes en los pocos festejos cuyo cartel encabezó, allá por 1953.
Buscándole competidoras, la empresa dio con varias chicas norteamericanas, y la propia Juanita Aparicio hablaba con entusiasmo de la valentía y el buen toreo de Pat McCormick y la clase y finura de Bette Ford, sus compañeras de triunfos y cornadas, que también las sufrió en carne propia la hermosa charra-torera –torera y charra sin par— fallecida el miércoles pasado a los 85 años de edad.
Mi sentido adiós a su clase de gran dama y al recuerdo de su paso triunfal por los ruedos de México.
En la seguridad de que algo le habrá heredado su sobrino, el célebre y silencioso maestro Mariano Ramos.
La retirada de Castella.
Sebastián Castella ha dado a conocer, mediante una carta abierta que envió a los medios, su decisión de dejar de torear.
Se trata, desde luego, del matador francés más importante de la historia. Pero dejarlo sólo en eso es quedarnos muy cortos.
Habría que contar entre sus muchos logros el que es, a la fecha, el matador de toros con mayor número de orejas cortadas en Madrid en lo que llevamos de siglo XXI –exactamente 24, más que ningún otro de cualquier nacionalidad, españoles incluidos—y, como consecuencia lógica, quien ha abierto más veces la puerta grande de Las Ventas, igualado en cinco con Alejandro Talavante: el galo lo consiguió por primera vez en 2007, dos más en 2009, y otras tantas en 2015 y 2018.
Faenas suyas como las de “Jabatillo” de Alcurrucén o “Hebreo” de Jandilla han quedado con letra capitular en los anales del coso venteño.
En la Plaza México sumó 23 paseíllos, 18 orejas y el indulto del teofileño “Guadalupano” (12.12.2010), y la última vez que toreó en nuestro país lo hizo en Guadalajara, que es la plaza más seria de América, y luego de su faenón a “Barquero” se le perdonó la vida al noble ejemplar de Arroyo Zarco (09.03.20).
Indudablemente, la carta dada a conocer por Castella el miércoles pasado –perfectamente escrita y razonada– es valiosa en sí misma pero nada dice de despojarse del añadido o cosa parecida, y huele más bien a alejamiento estratégico.
Como el de Talavante hace un par de otoños, como el de José Tomás en 2002 y como tantos otros a lo largo de la historia de la fiesta.
Treinta y siete años es una edad idónea para torear, como muy bien explicaba El Zapata, que tiene cuarenta y cinco:
“Si ha sabido cuidarse, uno se encuentra entero físicamente y taurinamente más maduro que nunca”, me platicaba Uriel.
Son palabras que cuadran perfectamente con Sebastián Castella, en quien últimamente se habían hermanando muy armoniosamente el arte con la técnica y lo ecuánime y firme de su ánimo.
Castella tomó la alternativa del 12 de agosto de 2000, cuando en su natal Bézierz Enrique Ponce le cedió muleta y espada bajo el testimonio de José Tomás; y a partir de entonces, ha participado en 1214 corridas en las que lidió 2400 astados y les cortó 1480 orejas y 45 rabos, con 23 indultos, 8 encierros como único matador e infinidad de puertas grandes esparcidas en plazas de todos los tamaños y categorías de Europa y América.
Encastes.
Un dato fundamental, que mal haría en ocultarse, reside en la variedada procedencia del ganado al que se ha enfrentado Le Coq, sin rehuir Albaserrada y Miura, ni tampoco Parladé, Santa Coloma, Carlos Núñez o Pablo Romero, además de los recurrentes Domecq que acostumbran los astros actuales.
Ésa, que no la de los vetos e imposiciones hoy tan usuales, ha sido la ejecutoria de siempre en las grandes figuras del toreo.
Y esa es la altura a la que ha sabido poner este torero el estandarte taurino de Francia.
Reflexión mexicanista.
Lo anterior da idea no de sólo un diestro destacado, el más importante de los nacidos al otro lado de los Pirineos (Béziers, 31 de enero de 1983), sino de una de las mayores figuras de los últimos tiempos.
Qué diéramos los mexicanos por contar con un artista capaz no ya de unos logros semejantes, sino siquiera de la mitad de ellos.
Como es sabido, el último paisano que abrió la puerta grande de Madrid fue Eloy Cavazos el 27 de mayo de 1972; cinco días antes, el lunes 22, Curro Rivera había paseado ahí mismo cuatro orejas, las dos de “Cigarrero” y las dos de “Pitillo”, de Atanasio Fernández Cobaleda (22.05.72).
Ambos hicieron honor a un pasado glorioso que se remonta a los tiempos de Rodolfo Gaona, pero sus éxitos no encubren, más bien resaltan, la sequía de triunfos madrileños por parte de nuestros posteriores coletas, una sequía que dura ya 48 años, cuatro meses y ocho días.
Es decir, por lo menos tres generaciones de toreros.
Para mayor inri, durante ese interminable lapso han abierto el celoso cerrojo de la puerta grande de Las Ventas un colombiano –su nombre huele a torero desde lejos, se llama César Rincón y en Madrid salió en hombros seis veces entre 1991 y 2005–, un portugués –Víctor Mendes, en 1985 y 1987–, y además de Castella otro par de franceses: tres veces Juan Bautista, una de ellas siendo novillero, y antes el primer galo en abrir el mágico portón venteño, que fue Lucien Orlewski “Chinito de Francia”.
Todo esto por no hablar del peruano Andrés Roca Rey, palabras mayores, que lleva tres paseos en andas en cinco años, uno de novillero y dos de matador.
Como para que no pese y duela, en éste que fue por derecho propio el segundo país taurino del mundo, el que esté a punto de cumplirse medio siglo sin que ningún mexicano sea capaz de emular a cualquiera de los nombrados.
Apenas nos queda rumiar nuestra contrariedad mientras se sigue desgastando la imagen ya lejana de Eloy, con su sonrisa contagiosa de siempre y las orejas de aquel torazo colorado de Amelia Pérez Tabernero en alto, un sábado de San Isidro de 1972.
Algo debe indicar que el casi medio siglo transcurrido desde entonces coincida en el tiempo con el desarrollo en nuestros campos del lamentable post toro de lidia mexicano.
José Tomás que de toreo nada de nada, se separa de su compañera tras 20 años de relación y un hijo en común. Estas son las «noticias» (por tratarse de un personaje público lo hacemos) que no quisiéramos dar pero como la realidad es lo que es pues la ofrezco desde el respeto, sin zaherir, sin meter el dedo en la llaga.
La vida no es como uno se la imagina sino que está salpicada de contradicciones, altas y bajas. Y el torro ha optado por separar su camino de la antigua dependienta de la que se enamoró hace dos décadas…
El torero José Tomás (45 años) y su pareja Isabel se han separado. Todo apunta a que el diestro, como ya se comenta en Estepona, -ciudad en la que vive la pareja-, podría haber seguido los pasos de su compañero Enrique Ponce(48).
En la ciudad costasoleña ya es de dominio público que ambos no están juntos, según os cuenta Amparo de la Gama en El Español.
Según ha sabido JALEOS, la pareja se ha distanciado. «En nuestro círculo todo el mundo lo sabe», asegura una compañera de instituto de Isabel, y añade:
«Nos ha dado pena, porque era una historia de amor muy bonita, como esas de las novelas que a todas nos hubiera gustado vivir».
Al torero se le ve ahora asiduamente desayunando solo, en un conocido bar del pueblo en la calle central. Siempre sin su familia.
La pareja en un acto público en 2018. Gtres
Hay quien apunta en su círculo más cercano que en más de una ocasión «se ha dejado ver en esta cafetería con una misma mujer, también de la localidad esteponera«. Pero nadie sabe más. La noticia ha caído como una bomba en el pueblo.
El torero, que continúa viviendo en la Hacienda Beach, sufrió un buen susto hace un mes cuando se inició el fuego en el centro comercial de Laguna, muy cercano a su domicilio.
Isabel continúa su vida en Estepona junto al pequeño José Tomás, un niño de 11 años que es la viva imagen de su padre.
Todos rememoran ahora el flechazo que sacudió a la ciudad, el día que José Tomás llegó a Estepona a revelar un carrete de fotos en un laboratorio de Foto Lab, en Carrefour, y quedó prendado de Isabel, la dependienta «que parecía sacada de un cuadro de Romero de Torres», y que le sonreía al otro lado del mostrador.
Él tenía 27 años, y ella unos pocos menos. Desde entonces, el chico del traje de luces no se ha separado de su «morena de tronío» y han pasado juntos casi veinte años.
José Tomás se forjó una nueva vida lejos de su Galapagar natal tras una de sus retiradas de los ruedos. Poco se sabía de su día a día, salvo alguna foto que otra con su querida amiga Sara Baras(49), Vicente Amigo (53) o Joselito (77).
Poco a poco fue introduciéndose en la vida cotidiana del pueblo malagueño, e Isabel fue la mejor llave.
La conexión con la esteponera fue inmediata.
Isabel estaba casada por aquel entonces, dejó a su marido, y unos meses después del primer encuentro con José Tomás se mudaba a la casa del torero en la urbanización Lunymar.
La pareja siempre ha sido muy discreta en apariciones. Solo en actos oficiales contados se han dejado ver, tipo la plaza que le pusieron al torero en Estepona, en alguna corrida en Latino América, o cuando el diestro recogió la Medalla de Oro a las Bellas Artes en La Coruña de manos de Juan Carlos I(82).
Isabel siempre ha intentado estar lejos de los focos que han buscado otras parejas de toreros. Siempre ha huido de la popularidad.
Naturaleza y privacidad
Isabel paseando al pequeño José Tomás en una imagen tomada en 2011. Gtres
Isabel, dependienta de una tienda de fotografía, sintió un gran flechazo por José Tomás. Hasta conocerlo, Isabel estaba muy vinculada a la ciudad de Estepona.
Había contraído matrimonio con el hijo de un sevillano de pro de la ciudad, Manuel Hernáez, fundador de la Hermandad del Amor, y ambos estaban muy ligados a las tradiciones del pueblo.
Con el matador de toros todo cambió.
A los dos les gustaban las mismas cosas: la naturaleza, la discreción y su privacidad. La pareja caminaba por los alrededores de su casa con su perrito, un schnauzer, o el carrito de su niño.
De pocas salidas, José Tomás es aficionado al Atlético de Madrid y recibía a sus amigos en casa. Y de en vez se lo veía en algún concierto de Serrat (76) en Málaga camuflado con una gorra.
Ninguno de los dos era de ocio nocturno, pero sí podía vérseles paseando por la playa del Cristo y la zona del puerto deportivo. La pareja pasaba la mayor parte del año en Estepona, aunque José Tomás retornaba de vez en cuando a su Galapagar, donde creció.
Todos en el pueblo conocen a su abuela Victoria, que siempre echaba la partidita de cartas con las amigas de la panadería, y a sus hermanos, Marcelo, Antonio y Andrés, asiduos al mítico bar London, y mucho más «zascandiles» que el diestro.
Los más cercanos a José Tomás en el pueblo coinciden en afirmar que Isabel ha sido siempre su apoyo y su aliento. Y nadie se olvida de la pregunta del matador tras despertar de la fuerte cogida en Aguascalientes: «¿Dónde está Isabel? Llamad a Isabel y decidle que estoy bien».
Retirado de los toros en 2020
Tomás durante una corrida en 2018. Gtres
En reiteradas ocasiones, José Tomas ha anunciado que se retiraría este año 2020. La historia que inició en los ruedos en 1995 con su alternativa en México no pararía de devolverle éxitos a lo largo de los años, y situarle en un caché en torno al millón de euros por tarde.
Los galardones no dejaron de sucederse hasta el año 2002, cuando anunció su primera retirada. Este fue el año donde colgó el estoque y dejó que su corazón se enamorara, y formó una familia.
Había conseguido el título de figura del toreo cortando orejas y rabos en todas las plazas, hasta el rey emérito le seguía a pesar de las ideas republicanas del diestro, que siempre ha dejado manifiestas.
José Tomas es uno de los ejemplos más reivindicativos del mundo del toro.
A finales de los años 90, junto a otros matadores, encabezó una lucha para que fueran ellos quienes negociaran sus derechos de imagen con las televisiones, y no los empresarios.
Desde el año 2011 que nació su hijo José Tomas, las actuaciones del diestro fueron muy escasas en los cosos taurinos. Se centró solo su vida familiar.
Y ha sido en esa escasez en sus presentaciones donde se ha fraguado un misterio que pocas personas, fuera del círculo más cercano de José Tomás, logran descifrar.
En su época más boyante, José Tomás fue todo un mito, el diestro más aclamado, uno de los mejores, cuando no el mejor.
No en vano, cabe recordar, como dato curioso, que Joaquín Sabina (71) se desplazaba, desde el punto geográfico en que estuviera, expresamente a México para verlo torear. Allí es una leyenda viva.
Claro está, esta imagen de estrella del toreo se ha traducido en dinero, magnos emolumentos: Tomás ha sido siempre el mejor pagado.
Tal es su proyección internacional que en muchos medios aztecas se lo denomina como «el divo del millón de dólares» o «el príncipe de Galapagar». Su caché nunca descendió del millón de euros por tarde.
Sus ingresos en taquilla han llegado a superar a lo largo de estos años los 100 millones de euros, sobre todo en La Monumental de México.
Joselito había muerto en Talavera el 20 de mayo de 1920. El rotundo luto por la desaparición del coloso de Gelves había caído como una losa sobre el mundillo taurino y toda la sociedad de aquella España de comienzos del siglo XX. Había muerto el rey de los toreros pero la vida y el toreo seguían. La función, una vez más, debía continuar y José más que crear escuela había dado un nuevo rumbo al oficio de torear en simbiosis con Juan Belmonte. El toreo había cambiado, sí, y los aficionados más encopetados ya habían señalado a un mocito valenciano –que también despuntaba como violinista- como digno sucesor de José. Se llamaba Manuel Granero y se había currado el oficio en los campos de Salamanca junto a una baraja de aspirantes –el sevillano Chicuelo, el jerezano Juan Luis de la Rosa o el madrileño Eladio Amorós- que también rondaban la gloria. Eso sí: el destino quiso que el definitivo heredero de los postulados gallistas fuera el menudo diestro de la Alameda de Hércules, que sobrevivió taurinamente a todos ellos y se convirtió en caja de cambios del toreo que estaba por llegar.
Chicuelo, Granero y Juan Luis de la Rosa cuando compartían andanzas novilleriles en los campos de Salamanca.
La carrera de Granero, nacido en Valencia el 4 de abril de 1902, fue tan breve como fulgurante. El 29 de junio de 1919, con diecisiete años cumplidos, ya se había presentado en la vieja plaza de Goya ante la cátedra madrileña confirmando sus cualidades para ocupar la primera fila del toreo. Para entonces, la fiebre taurina ya había ganado la mano a su formación musical. El capote se había impuesto al violín; el destino del jovencísimo lidiador había quedado escrito…
Al año siguiente llegó el debut como novillero en la plaza de la Maestranza. Fue el 5 de septiembre de aquel lejano 1920, anunciado para estoquear una novillada de Carmen de Federico –los actuales ‘murubes’- en unión del primer Andaluz –tío del matador del mismo apodo que hizo fama en los 40- y Joseíto de Málaga. Una semana después volvió a hacer el paseíllo en el coso el Baratillo en medio de Hipólito y Correa Montes. Los novillos pertenecían en esta ocasión al hierro de Santacoloma. Sólo quedaban poco más de dos semanas para su alternativa, preparada para la Feria de San Miguel.
El nuevo matador recibe los trastos de manos de Rafael El Gallo, de riguroso luto por la muerte de su hermano Joselito.
El doctorado
La Feria de San Miguel de aquel año había vuelto a desdoblarse entre las plazas de la Maestranza y laMonumental. Pero ambos cosos compartían ya la misma empresa gestora después de haber competido en el tiempo y en el espacio hasta el punto de solapar por completo las respectivas programaciones de la temporada de 1919. En esa tesitura se habían llegado a celebrar dos alternativas paralelas, las de los dos compañeros de las primeras andanzas de Granero en Salamanca. Juan Luis de la Rosa se hizo matador en la Monumental el 28 de septiembre de aquel año de manos de Joselito. Media hora más tarde, en la plaza de la Maestranza, fue el turno de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’ que recibió los trastos de manos de Juan Belmonte.
Pero la memoria de Gallito volvía a planear sobre el doctorado de Granero. José y sólo José podía ser el padrino natural de esa alternativa que acabaría dando, vestido de riguroso luto, su hermano Rafael. El cartel lo completaba su compañero ‘Chicuelo’, que ese mismo día cumplía su primer aniversario de alternativa. Los toros escogidos para la ocasión pertenecían al hierro de Concha y Sierra. El ‘Divino Calvo’ cedió al toricantano un espectacular berrendo y capirote llamado ‘Doradito’ al que, según la reseña telegráfica publicada en ‘La Crónica Meridional’ toreó de capote mejor que manejó la espada. Parece que no fue la tarde del padrino y aunque el testigo sí salvó los muebles. “Rafael El Gallo realizó faenas miedosas y muy distanciado de los toros…dando origen a una bronca descomunal”, señala el mismo medio que resume la actuación de Chicuelo con un lacónico y conciso “deficiente” aunque hay que consignar que al sevillano le llegaron a pedir la oreja del primero.
Granero pasa de capote al toro ‘Doradito’ el ejemplar de Concha y Sierra con el que tomó la alternativa.
Sin solución de continuidad, Granero actuó al día siguiente en la efímera Monumental, el embudo pionero construido en hormigón armado que había soñado Joselito. Ese 29 de septiembre –ventoso y desapacible- Granero cerraba un cartel de cuatro espadas que completaban Rafael El Gallo, Manolo Belmonte y Chicuelo para despachar ocho ejemplares de Pérez de la Concha. Al día siguiente –día 30 de septiembre de 1920- se había anunciado una novillada más o menos intrascendente en el mismo coso. Maera, Facultades y Joseíto de Málaga hicieron el paseíllo en esa tarde otoñalpara tumbar seis ejemplares de Rincón. Entonces no podían saberlo pero ése iba ser el último festejo que se celebraría en ese recinto, que quedó clausurado para siempre unos meses después.
El infortunado diestro sevillano Varelito estuvo más de un mes agonizando.
Epílogo trágico
Granero ya era una joven figura en la temporada de 1922. El año anterior, fue un 22 de abril, había confirmado su alternativa de manos de un jovencísimo padrino. No era otro que Chicuelo, con el que alternó en numerosas tardes en esos primeros compases de la era pos gallista. Los sucesivos triunfos en la plaza de Madrid, además, iban a confirmar la ascensión del flamante matador valenciano que logró la absoluta unanimidad del público y la crítica en esa primera -y única- temporada completa como matador. ¿Era Granero el ‘hombre’?
La temporada de 1922 no podía comenzar con mejores augurios. Manolo Granero pasó por Valencia, Barcelona, Castellón… Estaba anunciado tres tardes en la Feria de Abril. En la tercera de ellas, el día 21, hizo el paseíllo en la plaza de la Maestranza junto a Varelito, Chicuelo y Marcial Lalanda para estoquear una corrida de Guadalest. El quinto, llamado ‘Bombito’, alcanzó y persiguió a Varelito, propinándole una tremenda cornada que penetró por el recto. Aquel desgraciado percance se produjo en medio del ambiente enrarecido de una Feria de Abril empobrecida por la ausencia de Belmonte y huérfana de Joselito, que permanecía aún muy presente. Cuando le llevaban a la enfermería exclamó: “¡ya me la pegao, estaréis contentos!”…Estaba herido de muerte pero al infortunado diestro sevillano aún le quedaba una larga agonía…
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Varelito, atormentado por un impresionante sufrimiento, aún vivía el 7 de mayo de 1922. Granero tenía ese día una cita con la plaza de toros de Madrid. El cartel anunciaba toros de dos hierros: tres del duque de Veragua y otros tres del marqués de Albaserrada que tenían que tumbar tres jovencísimos matadores: Juan Luis de la Rosa, Manolo Granero y Marcial Lalanda, que confirmaba su alternativa. El quinto, marcado con el hierro ducal, se llamaba ‘Pocapena’. Era un ejemplar cárdeno y bragado, seguramente burriciego, y de aire manso al que Granero –vestido con un estilizado terno negro y oro de delanteras bordadas- toreó a la verónica delante del tendido 2 del viejo coso de Goya.
Sin cambiar de terrenos se dispuso a entrarle a matar, muy cerca de las tablas. En ese terreno, lógicamente, le apretó el animal, hasta alcanzarle en una tremenda voltereta de la que salió maltrecho y con la ropa rota. Granero había quedado prácticamente sentado, dando la espalda a la barrera. ‘Pocapena’ volvió a cornearle, metiendo el pitón por su ojo derecho y destrozándole el cráneo contra las tablas. Su rostro era una masa sanguinolenta que logró fotografiar Pepito Fernández Aguayo aunque nunca desveló aquellas placas.
Mientras se lo llevaban a puñados a la enfermería –donde sólo se pudo certificar su muerte irremediable- Blanquet, horrorizado, se cubría la cara con las manos. Dos años antes, el gran banderillero valenciano había sido testigo directo de la muerte de Joselito en Talavera. Como entonces, había olido a cera. La misma cera que olería cuatro años después mientras toreaba en la plaza de la Maestranza a las órdenes de Ignacio Sánchez Mejías. No sabía que estaba venteando su propia muerte, que le sorprendió en el tren aquella misma noche, volviendo de sevilla. Dos semanas después de la cogida y muerte de Granero fallecía Varelito. El ocaso del diestro sevillano –como el del propio matador valenciano- formaba parte del impresionante tributo de sangre que pagó aquella maravillosa generación de toreros que protagonizó la fecunda, dura y luminosa Edad de Plata.
Alcalino nos recuerda la obra de Guillermo H Cantú. Es difícil celebrar algo cuando el personaje que lo motiva acaba de morir. No hablo, naturalmente, de panegíricos oportunistas sino a una celebración plena.
Y es que hoy, esta columna quiere exaltar la obra de Guillermo H. Cantú y su pasión analítica. La vida perenne de cuatro libros cruciales para entender la tauromaquia mexicana, en medio del vacío de literatura alusiva de que adolece nuestro país, con aisladas y esporádicas excepciones.
Un vacío tan sensible y palpable que hasta pudiera servir para explicar en parte la triste situación de la Fiesta en México. Porque sin lectores y escritores taurinos competentes, la decadencia de nuestras corridas de toros se robustece. Con o sin pandemia.
Guillermo Héctor Cantú Charles (Monterrey, 23.01.1933-CDMX, 19.09.2020)
Estudió administración en el Tecnológico de su ciudad natal y se dedicó a los negocios con éxito singular. Pero sus talentos empresariales no estorbaron nunca su fervor por la fiesta de toros ni la perspicacia connatural a su carácter.
Si aquél lo prendió para siempre al acontecer de los redondeles, ésta le permitiría escudriñar la realidad profunda del toreo a través de los artistas de su predilección, como Carmelo y Silverio Pérez, como Manolo Martínez. Hasta descubrir rasgos muy particulares en el toreo que se practica y degusta en México.
De donde resulta que el famoso axioma belmontiano –“se torea como se es”–, explica al individuo que torea, pero también la matriz cultural de la cual procede.
Estas son algunas de las principales tesis, sin duda atrevidas, con frecuencia originales y afortunadamente controversiales, que Cantú formula a través de su obra:
Toreo lúdico frente a toreo lúgubre
El autor regiomontano señala una diferencia fundamental entre el toreo mexicano y el español, lúdico el nuestro y lúgubre el hispano. Tal aserto puede discutirse pero no ignorarse, pues se trata de un hallazgo sobre el que vale la pena reflexionar.
Y es precisamente la reflexión –la propia y la que suscita con la mayoría de sus afirmaciones—lo que Cantú busca provocar en sus lectores.
Observa en nuestros toreros “una necesidad de jugar –en el sentido de funcionar, aun a costa de arriesgar–, más imperiosa que la necesidad de creer. Ahí residirá la primera gran diferencia del mexicano con relación al mundo europeo… Enfrascado en una búsqueda de placer, más que de poder, el hombre de México entenderá el espectáculo taurino simplemente como una fiesta más –quemar “judas”, “morirse en la raya”, “jugársela”. Una raza que nace de la muerte no tiene por qué temerle… (contra) la tradición de la España adalid de la cristiandad…”
Guillermo H. Cantú distingue una diferencia entre la lentitud con que tiende a mover los engaños el torero mexicano, en oposición a la rapidez privativa de los españoles, inclusive aquellos que, para triunfar en México, tuvieron que adoptar al torear aquí unos modos más templados.
De paso, se anticipa a quienes podrían atribuir esta pauta espaciotemporal a la embestida considerablemente más suave del toro mexicano en comparación con el español, recordando que dicha suavidad fue lograda mediante un complejo, peculiar y talentoso manejo zootécnico en las primeras tres décadas del siglo XX, con el deliberado propósito de acoplar el estilo del toro a los peculiares gustos de un público procedente de una cultura de tiempo lento, en contraste con otra de tiempo rápido.
Y todo esto sin menoscabo de la casta, pecado en el que incurrirían los torpes sucedáneos de aquellos próceres de la cría del toro bravo mexicano.
“Frente a los toros –apunta Cantú—no se puede jugar, a menos que se posea un temperamento juguetón o se pertenezca a una “raza inmadura”, lúdica, traviesa, que carga, además, con las cualidades y defectos de sus antecesoras.
De otra manera no es posible entender cómo el mexicano, dependiente también en lo taurino, a partir de la segunda mitad de este siglo (escrito en el s. XX) exprese un toreo propio, un sentimiento en el ruedo completamente diferente al de los toreros españoles».
(Op. Cit. p 57)
Hablando de Silverio
A lo largo de su obra, el autor regiomontano explora una y otra vez las personalidades de los texcocanos Carmelo (Armando) y Silverio Pérez Gutiérrez.
Notorias diferencias de temperamento y carácter entre ambos no le impiden hermanarlos en lo esencial:
“Un desdeñoso estar frente al peligro como misión vital, sin preocuparse por acumular fechas, triunfos y medallas, que son símbolos del pensamiento utilitario de occidente, no del hombre empeñado en ofrecer un poco de su ser, de su sentir y de su alma al expresarse.”
(Visiones y fantasmas del toreo, Edit. Ediciones 2000. México. 2000).
El mandón de mandones
Además de Silverio, el torero de Cantú es Manolo Martínez. Y le interesa resaltar, por encima de su maestría y arte, virtudes estrictamente taurinas, la obsesión de controlarlo todo que caracterizó al torero de Monterrey.
Y que lo elevaría no sólo a la cumbre del toreo de su tiempo, sino a mandar sobre los destinos de la Fiesta en México como acaso ningún otro matador en la historia.
De hecho, el libro que Cantú le dedicó a Manolo es una larga entrevista con el diestro, que va desgranando sus convicciones con marcado desdén hacia sus muchos impugnadores y cobradores de agravios.
Me detengo en la explicación del temple que hace el reinero:
“El uso del pico… persigue el objetivo de tocar al toro dándole en el primer pase pequeños calambres al pitón, o más bien, al ojo contrario… En el segundo pase ya no es necesario ese toque… la inclinación de la muleta marcará el ajuste necesario para obligarlo a repetir la embestida sin que el torero tenga que recolocarse…
El esfuerzo se realiza a base de tensión dinámica, sin moverse, aguantando las acometidas del toro mientras músculos, tendones y ligamentos se estiran y tuercen sin que tus piernas se desplacen, sino únicamente giren.
Lo mismo pasa con la franela cuando le permites al toro acariciarla con el testuz o los pitones… El temple se pierde si el toro testerea o engancha la muleta. Si sólo dejas que la toque sin que pueda moverla se vuelve un estímulo, el toro se encela…”
(Manolo Martínez, un demonio de pasión. Edit. Diana. México. 1990, pp 179-180)
Sobre los tiempos felices de la Plaza México
La lúcida definición que formula nuestro autor de la Plaza México, alma y núcleo de la afición mexicana, hace tiempo dejó de operar. Al progresivo menoscabo de su sensibilidad y saber taurinos contribuyeron numerosos factores y actores, pero sobre todo la autorregulación empresarial, en complicidad con la autoridad competente.
Lo cual no altera la validez que en su tiempo tuvieron los conceptos así expresados por Guillermo H. Cantú:
“Recinto de mixturizadas culturas, decantadas trabajosamente en el tiempo con fuerzas disgregantes y a la vez extrañamente unidas… Solamente la esperanza de que acontezca el milagro en el ruedo conjura la dispersión amenazante, integrando la fuerza multitudinaria alrededor de un núcleo inconfundible; el arte… Pero cruel, como cualquier monstruo colectivo y efímero, tan pronto acomoda su humanidad en la grada se apresta a sacrificar la vida de sus víctimas propiciatorias y el ímpetu de sus héroes.
Un espacio donde es más fácil blandir el pañuelo del indulto que perdonar la impreparación de los oficiantes: la ausencia de clase, los brillos opacos del oficio, la valentía por sí sola, la vulgaridad en sus variados tonos, o los contoneos aparentemente feminoides en banderillas.
El valor y el oficio como medio, nunca como fin. Pero tiene su clave, y cuando se da con ella es capaz de entregarse fuera del matrimonio. Una fémina veleidosa e incomprensible, atractiva y vibrante, disponible y deseosa, pero sólo con unos cuantos, los que puedan animar los ritmos de su secreto.”
(Visiones y fantasmas del toreo. Edit. Ediciones 2000. México. 2000, p. 89)
Evidentemente, tan complicada definición no corresponde ya al público actual de la plaza mayor del mundo. Que es, a menudo, la más desolada y villamelona.
Sobre lo que hace único al arte de torear
En cambio, Guillermo H. Cantú acierta plenamente al explicar qué es lo que hace a la tauromaquia un caso especialísimo entre las artes de representación –teatro, música, ópera, danza…–:
“Ciertas características únicas e irrepetibles con respecto al resto de los espectáculos y actividades relacionadas con la creación: el resultado final es desconocido por el público y, sobre todo, por los actores; se alcanzan niveles de improvisación aún mayores a los obtenidos en la danza o en el jazz, sólo que el piano y los demás instrumentos ceden su sitio a un par de pitones; se plantean soluciones cuyo acierto o torpeza al aplicarlas tiene inmediatas consecuencias; y son remotas las posibilidades de adecuación entre los protagonistas –toro, torero y público–, no así las de un percance.”
(Muerte de azúcar. Edit. Diana. México. 1984, p. 98)
Epígrafes
Hombre culto, además de agudo analista, Guillermo H. Cantú encabeza sus disquisiciones con algunos elegantes y oportunos epígrafes que la inteligencia con mayúsculas ha ido obsequiando a la humanidad a través del tiempo. He aquí algunos de ellos:
“El enemigo más peligroso de la alegría es la prisa” (H. Hesse).
“Lo serio trata de excluir el juego, mientras que el juego puede muy bien incluir en sí lo serio” (J. Huitzinga).
“Sobre el placer del poder, el poder del placer” (H. Von Saltza).
“El hombre es la sombra de un dios en el cuerpo de un animal” (W. Goethe).
“Me gusta que todo sea real y que todo esté cierto; y me gusta porque así sería, incluso aunque no me gustase” (F. Pessoa).
“En los escudos estuvo nuestro resguardo, pero los escudos no detienen la desolación” (Poesía náhuatl).
”El arte no es una respuesta, es una pregunta” (O. Paz).
Andrés Roca Rey pese a su juventud, a que apenas lleva 5 años de alternativa tomada en Nimes, es un toreo de largo recorrido pues muy niño ya lidiaba becerritos en el campo y en esa época no era Andrés sino El Andy.
Como es público y notorio no va más con quien fue en los últimos 8 años su apoderado, amigo, jefe, consejero, José Antonio Campuzano.
La colega Magaly Zapata nos revela detalles de lo que alguna vez conté en este portal y fue el encuentro en Bambamarca del sevillano con el limeño, Andrés Roca Rey, pero la cronista peruana abunda en detalles interesantes:
Llegó aquel 2008 y nos fuimos a Bambamarca a su feria entre sus atractivos estaba el niño torero, Andrés Roca Rey. Nos juntamos en Chiclayo con el ganadero Roberto Puga que venía con el apoderado Campuzano y su torero Ureña.
Recuerdo que la cena fue de amena charla taurina, conociendo mucho la persona y su historia.
Con doña Ena Moyano, a la sazón Presidenta de la Asociación de Peñas de Lima, contándole de nuestro niño torero que estábamos seguras estaba llamado a ser figura del toreo.
Fue así que lo vió torear por primera vez. Muchos años pasaron hasta que lo buscó en el 2011.
El Andi en ese año, toreaba y mucho cada temporada por los pueblos del Perú y el reto, los taurinos lo sabíamos, era migrar y cuajarse allende la Patria, en la meca.
El ganadero Roberto Puga quien a través de su amigo el taurino extremeño don Miguel Moreno Zapata, lo acogió como a un hijo.
Consiguieron el permiso de sus padres para que viajara por primera vez sólo a torear en España durante sus vacaciones del colegio.
Y así fue que lo inscribieron en la escuela taurina de Badajoz en la que dejó gran ambiente.
Tiempos en los que, orientado el maestro Campuzano, lo convenció y lo sacó para irse de campo, y conocer de encastes, incluso lo inscribió en un certamen lisboeta del que terminó con un percance óseo.
El compromiso de Moreno era devolverlo a sus clases y a regañadientes tuvo que devolverse pero ya tenía claro que para ser figura tenía que cuajarse en España.
Es así que su familia programó su vuelta y conversado y pactado en condiciones fue el contrato que firmaron finales del 2012 con el maestro Campuzano, con cláusula de rescisión pedida por él y con un alto costo en varios miles de dólares en cinco cifras anuales por tres años hasta la alternativa por todo concepto.
Monto que fue asumido en gran medida por quien considero ‘su mecenas’, don Guzmán Aguirre Altamirano, que con el correr de los años, apadrinó al nieto del maestro sevillano. Formando todos una gran familia.
Precisamente aquella exposición audiovisual del Perú taurino en Madrid, la abrochamos con El Andi en Huamachuco toreando para miles de niños ‘marcelinos’, niños trabajadores de la calle a quien Guzmán apoya.
Recuerdo que la primera vez que fue, llegamos en la misma avioneta.
Toreó de salón en la noche para ellos en el patio de su colegio. Y al día siguiente se convirtió en idolo en el ruedo.
La cara de alegría que puso al recibir su primer sobre con el estipendio a su entrega en el ruedo como obsequio del señor Aguirre fue de cartel.
Figura del toreo, siendo el numero 1 mundial, volvió el año 2017 porque así se había comprometido, dejando de lado corridas europeas en el mes más nutrido como es agosto.
Vino al Perú para torearles a ‘los marcelinos’ y devolver con un gesto que lo honra.
La generosidad de su mecenas, que lo quería como peruano triunfador fuera de la Patria, porque siempre lo dijo y lo dice ‘Andrés es grande’.
Hizo un viaje de ida y vuelta que implican horas de vuelo y otras tantas de pista entre las montañas andinas.
Toreó para los marcelinos en el único mano a mano con su hermano ya como matador de toros.
Los 50 mil dólares que cobró por su actuación los donó, íntegros para la educación de esos niños que deben trabajar para ayudar a sus familias.
Ya lo dije el otro día. Si contar es pecado, peco. Si opinar es pecado, peco. Porque no hay nada que me rebele más que un decir intencionado. Y aquí acabo.
El diestro conversó su decisión con los apoderados, con tiempo, con respeto, agradecimiento y cariño. Esta decisión, en la que le asiste el derecho legalmente de no renovar un contrato, y que respetó y cumplió hasta el final pactado.
En letra y con sangre, jugándosela cada novillo, cada toro, en todas las plazas.
Ganó y ganaron dinero. Ganó y ganamos los aficionados que con orgullo enarbolamos nuestra bandera en otros ruedos.
RELATO QUE REVELA ESE PROFUNDO SER TAURINO DE ROCA REY:
«Nada, el becerro me levantó por los aires y me agarró al caer. (Me puse en el lugar de una Madre y le dije), ¿te das cuenta que un toro te puede matar?. Con convicción y desparpajo, como quien habla comiendo un helado, contestó: Quiero ser figura del toreo y eso no me importa. Me heló la sangre. Ese era El Andi.
La 2a de la Gira de la reconstrucción: Corrida noble sin raza. Me acojo a la reseña de mi admirado Sixto Naranjo sobre la segunda corrida de la Gira de la reconstrucción. Se vivió en Cabra con Ponce y Curro Díaz.
Mejoró la presentación de la corrida de Juan Pedro Domecq pero ésta no superó en juego a la de su pariente Santiago en esta misma plaza de Cabra.
Sin la excelencia de la lidiada este jueves, la del hierro ducal tuvo nobleza aunque faltó un punto de raza a sus dulzonas embestidas. Solo el tercero nos reconcilió con esa casta necesaria para la emoción en el ruedo.
Y ante la corrida de Juan Pedro, dos toreros que han sumado un buen puñado de paseíllos en esta temporada reducida por la pandemia y que mañana sábado lo volverán a trenzar en la plaza de Granada. Enrique Ponce y Curro Díaz. Ambos pasearon dos orejas de distinto peso y mérito.
Abrió plaza un toro de Juan Pedro tan dulce y enclasado como falto de chispa. Ponce, que había lanceado de capote con gusto y reposo, firmó una faena larga y templada. Pero demasiado almibarada, a la par que la condición del toro. Hubo reposo y buen trazo pero aquello no llegó mucho al tendido, que le ovacionó tras liquidar a su oponente de una estocada trasera y dos golpes de descabello.
El castaño tercero tuvo más nivel de casta. El de Chiva optó esta vez por una faena con más gesticulaciones que compromiso en los embroques. Todo muy liviano y técnico, intentando no verse desbordado por la exigencia del toro. Una estocada casi entera desprendida tumbó al toro y Ponce pudo pasear las dos orejas con el beneplácito de público y palco.
Curro Díaz tuvo enfrente como primer oponente a un ‘juampedro’ que, pese a que pareció lesionarse al inicio de la faena, tuvo un buen pitón izquierdo. Y por ahí llegaron los mejores pasajes de la faena del linarense. Asentado y encajado, limpio el trazo y llevando largo al toro. Faena justa que remató de una estocada corta en todo lo alto que tumbó al toro. La oreja premió con justeza lo realizado.
Al cuarto, Curro le sopló un inicio de faena pleno de estética y gusto y aprovechó la clase del toro para hilvanar un trasteo ligado que, de nuevo, tuvo mayor nivel y prestancia por el pitón izquierdo. Pinchó antes de una estocada casi entera desprendida que dio paso a una oreja.
FICHA DEL FESTEJO
Cabra (Córdoba), viernes 25 de septiembre de 2020. 2ª de la Gira de Reconstrucción. 200 espectadores.
Cuatro toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados, de parejas hechuras y de juego noble en conjunto. Destacó el encastado tercero.
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