Los taurinos en «schock» con la más grande expresión del toreo labrada con filigrana por Morante en Sevilla donde rayó en lo sublime

Los taurinos en «schock» con la más grande expresión del toreo labrada con filigrana por Morante en Sevilla donde rayó en lo sublime

( Los taurinos aun no se lo creen. Solo Morante que dijo : Faena intensa con un toro con mucho carbón )

Lo de Morante se cuenta en todos los mentideros taurinos de Sevilla este domingo.

Las crónicas son laudatorias.

Carlos Crivel dice :

Cuando se echó la muleta a la izquierda el de Garcigrande dio muestras de agotamiento. De vueltas a la derecha, la plaza se vino abajo con la tanda de derechazos más prodigiosas que un ser humano haya presenciado jamás. Siete muletazos por abajo, ligadísimos, la muñeca suelta, la cintura rota, la suerte cargada, el toreo en su más bella expresión».

Fernando Fernández Román en su blog » Obispo y Oro » :

Trataré de explicar lo que ayer tarde ocurrió en la Maestranza de Sevilla, en la penúltima corrida de abono de la feria de abril del año 22 del siglo XXI. La fecha, el  7 de mayo, sábado de “farolillos”, por más señas. Trataré de hacerlo, sin que confíe plenamente en mi capacidad de contador, trasmisor o porteador de noticias; porque la cuestión que me atañe escapa de la simplicidad de hechos, casos y cosas que pueden –suelen—ocurrir en una corrida de toros. Lo de ayer fue diferente. Lo de ayer entra de lleno en esa honda poza de la excepcionalidad que justifica la exención de dar explicaciones, sencillamente, porque no son nada fáciles de encontrar. Son tan inescrutables como inteligibles. No hay catálogo que las haya acaparado para sí, y si lo hubiere, tampoco hay llave que entre en su cerradura.

Discurría el festejo con mortecina mediocridad, porque los toreros se estrellaron con el mal juego de los toros de Torrestrella, la emblemática ganadería de don Álvaro, aquél prohombre jerezano que le dio lustre al hierro de los domecqs más veragüeños de la familia, la abundosa en el pelaje burraco y los toros aleonados, bravos y encastados, con ese punto de agresividad que es consustancial con la sangre del toro de lidia que precisa dominio, antes que la “toreabilidad” que tan buenas migas hace con el postureo. La corrida, insisto, estaba saliendo mala, así de claro. El primer toro, trajo de cabeza al toricantano Manuel Perera, porque embestía a cabezazos, y por poco lo mete en la enfermería, tras varios episodios de palpable riesgo. Mala suerte para el chaval y grande fortuna poder contar con la Providencia en tarde tan señalada. La cosa no pasó a mayores y el chico salió indemne de uno de los arreones del avispado animal.  El segundo, fue un pájaro con retranca desde que acabó el tercio de varas- realmente todos los toros de Torrestrella  dejaron su cupo de bravura y fuerza en el peto—, motivo por el cual, Morante salió con la muleta armada por la espada de acero y se lo quitó de en medio sin contemplaciones, por eso le mandaron un aviso y le pegaron una bronca. Tampoco el tercero, fuera del caballo, contradijo a sus hermanos de camada, antes al contrario, blandeó constantemente, lo que obligó a El Juli a echar mano de su enciclopédico vademécum para averiguar, primero, la distancia del cite y, después, la altura de la muleta, a fin de que el torrestrella no se fuera al suelo en cada envite. De esa forma, consiguió armar y armonizar una faena tan templada como insulsa, pero indudablemente meritoria, que firmó con una estocada desprendida y trasera. Ovación pare este Juli, que ya se ha hecho un hueco en el corazón del público sevillano. Y entonces salió el cuarto de lidia ordinaria, un Torrestrella llamado Pocasganas que, hizo honor a su nombre: sin ganas de reivindicar el buen nombre de su divisa, blandeó tanto que obligó al presidente a sacar el pañuelo verde. Salió al ruedo el primer sobrero, de Garcigrande, por nombre Ballestero, número 134, negro zaino, cinqueño bien cumplido, serio de armamento y 550 kilos de peso. Peleó bien en varas el toro, pero embestía con tal incertidumbre que hizo rebuños de capotes por doquier y el tercio de banderillas se antojó interminable. A todo esto, cuando suena el clarín que cambia el tercio, estaba Morante con la muleta plegada sobre el antebrazo y apoyado en las tablas de la barrera, próxima al burladero de cuadrillas, y el toro en el tercio de chiqueros, es decir, en las antípodas del ruedo. Parecía decirles a los subalternos con el gesto: “Aquí me quedo y aquí os espero, al toro y a los toreros”. ¿Qué hará Morante con este toro díscolo y desconcertante, que hacía agujeros en el albero del ruedo, de tanto escarbar? Ciertamente, cuando el toro arreaba con su embestida belicosa, metía la cara abajo y se iba largo, pero… era tan agresiva su actitud que parecía pedir firmeza, dominio, jerarquía, autoridad y todas las virtudes propias de los toreros llamados “poderosos”. ¿Sería Morante uno de ellos?

Patricia Navarro lo ha contado en La Razón el día que Morante puso a todos de acuerdo.

No tenía pinta. Ni un poco. Cuando Morante esperaba apoyado sobre las tablas a que Lili le cerrase al cuarto toro, de la ganadería de Garcigrande y sobrero, poco hacía presagiar lo que vendría después. Pitos había escuchado con el primero de su lote, después de una de esas faenas marca de la casa en la que sale ya con el acero de matar montando la muleta y la brevedad marca sus tiempos. Ese Morante que casi habíamos olvidado. El sobrero del hierro salmantino apretó una barbaridad de salida y no lo dejó estirarse a la verónica. Ni una sola vez esa conversión de cuando lo humano alcanza lo divino. Pasaje estrella. Lo descomunal vino después. Las palabras mayores. La faena para la historia de paladares exquisitos, porque olvídense, no fue una faena bonita, ni ligada ni pinturera ni nada de eso. Para llegar al lugar que habitó Morante hay que tener mucho trecho recorrido, un buen puñado de broncas a las espaldas y unas condiciones fuera de lo común. El toro era fiero, humillaba mucho, repetía más y escarbaba entre tanto y tanto. No era nada fácil estar ahí, pero lo que era casi imposible era torearlo como lo hizo José Antonio Morante de la La Puebla. Absolutamente delicioso.

No se olvida. Por acontecimientos como estos la afición no se pierde. Tuvo la virtud de humillar el Garcigrande y de trasladar esa importancia que tenía en su embestida, ahí ocurrían cosas relevantes. Morante, nada más abrirse con él, comenzó a torear. No hubo preámbulos, tragó una barbaridad sin darse importancia porque en medio lo único que cabía era el toreo. Sólido, bello, puro, auténtico, descolgado el toro, temperamental en el engaño para no dejar de perseguirlo, Morante le ligó la tanda sin perder ni un solo paso, la estructura, todo lo que ocurría era impresionante. La perfecta imperfección de un momento único que no queríamos agotar. Los pases se cosían unos a otros, fogonazos, arrebujado con el animal, en su toreo no hay líneas para fuera, la vida fluye, el toreo es él. No hay que impostarlo. Se pasaba al animal por la barriga, el medio pecho, con la bamba y los vuelos, la armonía rizaba un rizo que no quería acabar, una sinfonía perfecta que parecía imposible mejorar. Al natural hubo belleza máxima. La muleta cogida por el medio del palillo. El pecho al toro, medio, aguardar la embestida, recogerla para entregarse con ella y sin tiempo para soltarlo atracarse de toro otra vez. Nos vació Morante de la vulgaridad de otras tardes y entonces ya, como quiso, cuando le dio la gana, se tiró a matar. Los dos trofeos, la vuelta al ruedo eran el retrato de lo que habíamos vivido. Morante había puesto al toreo y a la propia Sevilla en su sitio con una faena descomunal.

Decepcionó la corrida de Torrestrella sin ningún fondo. Lo sufrió Manuel Perera con el toro de su alternativa, que fue muy complicado y cumplió. Bajo de raza el sexto con el que mostró voluntad.

Se templó El Juli con el tercero, noble y a menos en una faena de mucho oficio que gustó. Poco pudo hacer con un sexto de escaso poder y transmisión. La tarde había sido devorada por un señor venido de la Puebla, que nos caló hasta los huesos.

Ficha del festejo

Sevilla. 12ª de abono. Toros de Torrestrella. El 1º, complicado, por dentro; 2º, deslucido; 3º, suavón y noble; 4º, sobrero de Garcigrande, bravo, fiero y con temperamento; 5º, descastado y deslucido; 6º, noblón y a menos. Lleno de «no hay biletes».

Morante de la Puebla, de verde y azabache, tres pinchazos, estocada, ocho descabellos (pitos); estocada corta y caída, aviso (dos orejas).

El Juli, de teja y oro, media descabello (saludos); estocada, descabello (saludos).

Manuel Perera, que toma la alternativa, de azul y oro, media (saludos); estocada, aviso, dos descabellos (saludos).

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