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Nubarrones abolicionistas sobre Puebla – TAUROMAQUIA. Alcalino.

Nubarrones abolicionistas sobre Puebla – TAUROMAQUIA. Alcalino. Cuando la hipocresía, vicio mediocre y por lo mismo generalizado; se convierte en fariseísmo narcisista, cerca estamos de vérnosla con el cinismo, de cuyos grados más avanzados sólo cabe esperar consecuencias siniestras.

Dígalo si no la actual cruzada animalista que pugna abiertamente por la prohibición de las corridas de toros en el municipio de Puebla.

Utilizando como abanderados a personajes bien entrenados y subvencionados por organizaciones extranjeras deseosas de imponernos el tantas veces mencionado pensamiento único.

Padre putativo de lo políticamente correcto, y que no es otra cosa que la voluntad de someter al mundo al dominio y control absolutos de sus mandamases anglosajones.

Sabedores éstos de que el camino más seguro para lograrlo, consiste en suprimir los rasgos culturales que les son ajenos para mejor disponer de nuestra voluntad y de los recursos de nuestros países.

Se trata de una auténtica catequesis al estilo de las sectas pseudorreligiosas, de origen estadounidense que, mediante agentes a sueldo y prédicas inspiradas en la mercadotecnia.

Han conseguido invadir el subcontinente con éxito creciente.

Nada mejor, desde su perspectiva, que convertir cada enclave latinoamericano en una sucursal empobrecida de Iowa o Wichita, Utah o Arkansas.

Objetivos acordes con el mercado global y la pérdida de identidad de los habitantes de los demás países, a través de la acelerada supresión de sus tradiciones.

Las de México, particularmente ricas, había resistido mal que bien –más mal que bien– un embate de décadas.

Pero el arribo de las nuevas tecnologías cibernéticas y sus nada benditas redes sociales puso en manos de nuestros niños y jóvenes –y de los adultos menos avisados– la clave para dejar de ser lo que como mexicanos hemos sido.

Mediante un proceso de penetración degradante, constante y silencioso.

Taurofóbia programada

Un capítulo más de ese propósito falaz es su bien orquestada acometida contra de las corridas de toros y cuanto las rodea y hace posibles:

la crianza del toro de lidia, la pasión por la Fiesta que aún sobrevive en pequeños núcleos de aficionados.

Y las abundantes obras de arte que, dentro y fuera del ruedo, en la esfera del toreo y a través de su reflejo, en otras manifestaciones de la creatividad humana; han nutrido nuestra dichosa comunión con la vida, tan amenazada en los tiempos que corren.

Por supuesto, una cosa son los que manejan el tinglado y otra sus entusiastas seguidores.

Presas fáciles de la perorata animalista de moda, más dóciles y gregarios en tanto mayor sea su ignorancia de lo que la tradición taurina es y significa, con su mito primigenio que se reproduce ritualmente en la corrida, con sus valores éticos.

No por vulnerables menos legítimos, y con su calidad espectacular y sus diversas repercusiones económicas, emocionales y educativas –leyeron ustedes bien, amigos antitaurinos, e-du-ca-ti-vas

Pues raramente existe tradición que no lo sea, cada cual dentro de su ámbito y a su manera.

La tauromaquia como mito

Toda tradición se sustenta en un mito, entendido como un relato fundado en una cierta ética.

Y la dimensión mitológica del toreo no puede ser más evidente: se trata del encuentro entre dos fuerzas disímbolas:

Por un lado, la naturaleza que se opone a la voluntad humana de sobrevivir.

Representada en este caso por un elemento cuya fuerza y belleza han sido reconocidas por todas las culturas antiguas y modernas donde el toro, con su presencia y potencia imponentes, sentó sus reales.

Y del otro lado el hombre, sin más defensa que un lienzo ni más armas que las de la inteligencia, el ingenio y la creatividad.

Valores incuestionables de toda tauromaquia.

Desde la Atlántida hasta nuestros días, la pervivencia de este mito certifica su misteriosa y milenaria validez.

La tauromaquia como rito

No hay tradición posible si el mito propuesto no se fusiona con un rito que lo actualice.

En nuestro caso, esa ceremonia ritual se llama corrida de toros, la cual se va integrando a su vez con los pequeños y sucesivos ritos que le dan forma, mismos que todo aficionado conoce bien.

El rito se nos presenta cuajado de símbolos, los que a su vez representan los valores éticos impresos en el mito –la aprobación de solamente toros que reúnan las condiciones de edad, trapío e integridad señaladas por un reglamento cuidadoso de velar por el equilibrio de la pugna entre un hombre y un animal capaz de transmutarse de víctima en victimario.

La dignidad en el atuendo y la codificada gestualidad del espada y demás partícipes del ceremonial taurino; la obligación por parte del matador de que el sacrificio de ese tótem sagrado que es el toro se realice cara a cara.

La sentencia favorable o desfavorable de los asistentes de acuerdo con el grado de cumplimiento de unas normas morales, técnicas y estéticas depuradas por los siglos.

Fundamentos ecológicos

Por lo que se ve, los taurinos no hemos sabido transmitir a la demás gente algo tan evidente y elemental como son las repercusiones positivas que conlleva la crianza del toro de lidia.

Posible solo porque existe la corrida, escenario de su sacrificio, que simultáneamente le rinde homenaje.

Por principio, que la conservación de la bravura depende de un respeto absoluta y cuidadosamente vigilado a la independencia, la libertad y la especificidad del toro de lidia.

Cuya calidad de vida es incomparablemente superior a la de cualquier otra especie animal sobre la Tierra.

Incluidas las mascotas tan caras a los animalistas de banqueta.

Para hacer posible esa crianza privilegiada se requieren, como es lógico, áreas naturales de gran extensión que constituyen el hábitat del toro de lidia, su espacio vital.

Los hay tan variados como lo permite la diversidad climatológica de los distintos países y regiones donde la ganadería de bravo se mantiene vigente. Y cada uno de ellos aloja ecosistemas donde florece la biodiversidad, y espacios verdes que oxigenan y purifican el ambiente.

La tauromaquia, con sus efectos benéficos para la ecología, continúa acumulando aspectos positivos.

La mirada de la ciencia

En 2016 se dieron a conocer los resultados de una investigación científica que, con patrocinio oficial (SAGARPA) y privado (Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia).

Llevó a cabo la doctora Paulina García Eusebi para rendir su examen de doctorado en la Universidad Complutense.

Me limito a señalar su conclusión, que figura en dicha tesis.

Está publicada en español y en inglés, bajo el título:

Genetic diversity of the Mexican Lidia bovine breed and its divergence from the Spanish population

(Journal of Animal Breeding and Genetics, 2016;00: 1-8. doi 10.1111/jbg.12251).

En síntesis, el reporte de referencia certifica que el genoma del Toro de Lidia Mexicano descubierto por la Dra. García Eusebi, tras un arduo trabajo de campo y laboratorio, difiere del de las diversas razas españolas.

Se trata, por lo mismo, de una rama genética de la especie única e irrepetible.

Al quedar registrado oficialmente este dato con todo rigor científico, y dado que el gobierno de México es uno de los firmantes del Convenio de Protección a la Biodiversidad de la FAO; significa que está obligado a garantizar la protección de la ganadería brava del país.

Esperamos que esta información y su suma a las deliberaciones anteriores sirvan para que los activistas antitaurinos.

Que han puesto sus ojos en el municipio de Puebla como víctima propicia de sus exacciones; pinchen en hueso y comprendan que sus prédicas y maniobras en contra de la tauromaquia son tiempo perdido.

Patrimonio Cultural Inmaterial

Tampoco estaría de más que las partes interesadas se organizaran para gestionar ante el Congreso del Estado el reconocimiento de la Tauromaquia, como Patrimonio Cultural Inmaterial.

Tal como ya se ha hecho otros estados del país.

Con las garantías y seguridades de protección oficial a que tal nombramiento obliga a sus autoridades.

No creo que haga falta agregar que prohibir las corridas de toros representaría además un acto de censura inaceptable en democracia.

Alcalino.- La época de los Manolos: Capetillo y Martínez y la apoteosis Huertista

Alcalino y la época de los Manolos: Capetillo y Martínez. Muchos aficionados siguen pensando que la irrupción arrolladora de Manolo Martínez a la escena taurina tuvo como primer golpe de efecto la retirada de su tocayo Capetillo.

A consecuencia de un mano a mano famoso que habría representado una especie de abdicación del viejo monarca en favor del delfín impaciente.

Doble error, porque ni el veterano sufrió en dicha ocasión aplastante derrota (Toreo, 03.12.67) ni existía tal hegemonía de Capeto sobre el resto de los coletudos nacionales.

Su emparejamiento con Martínez se dio de manera circunstancial.

En una época de abundantes toreros de cartel entre los cuales el principal, Joselito Huerta, se movía por entonces en un circuito más restringido debido a que permaneció fiel a la Unión de Matadores.

En tanto la mayoría se afiliaba a una sismática Asociación, que la empresa de la Plaza México había impulsado a su conveniencia, en medio de la guerra declarada entre el administrador de la Monumental.

El cubano Ángel Vázquez, más familiarizado con el beisbol que con el mundillo taurino, y Leodegario Hernández, que administraba los principales cosos de los estados.

Construyó la Monumental de Jalisco (hoy Nuevo Progreso), escenario del mano a mano Huerta-Martínez de este 15 de noviembre de 1970.

No está de más recordar que fue Leodegario quien organizó la alternativa de Manolo en otra de sus plazas (Monterrey, 07.11.65), y que el joven regiomontano siempre le guardó fidelidad, incluso a costa de una larga enemistad con la ensoberbecida empresa capitalina. 

Pero volviendo al primer punto, el de la primera retirada de Capetillo, no es de extrañar que, pese a su escaso fundamento, la leyenda de su retirada forzado por Martínez fructificara.

El México de los toros carece, aún hoy, de memoria escrita. También influyó en parte el temperamento expansivo y alharaquiento del gran muletero tapatío, en contraste con la reserva y discreción del León de Tetela.

Pero sería éste, en su papel de primera figura, el que ofreció verdadera resistencia al empuje de Martínez durante tres años de enconada rivalidad, y a lo largo los 68 festejos en los que el poblano y el regiomontano compartieron cartel, incluidos 27 manos a mano.

Yo presencié tres de dichos duelos, el primero en Tlaxcala, luego de la gravísima cornada de “Pablito” a Huerta en Cuatro Caminos que, entre recaídas, cirugías y convalecencias, lo mantuvo más de un año alejado de los ruedos.

Esa tarde tlaxcalteca José se alzó con las dos únicas orejas que se cortaron (02.11.71).

La segunda fue en la México, una corrida de la Cruz Roja frustrada por inclemente ventarrón (16.04.72), y la tercera en El Toreo de Puebla (05.05.72).

Corrida ésta sí redonda, en la que Manolo Martínez cuajó antológico faenón con el cuarto de San Martín, malogrado con la espada, y Huerta estuvo asombroso de valor y maestría con el geniudo y remiso quinto, al que primero le bajó los humos a fuerza de aguante y ciencia torera hasta convertirlo en auténtico corderito: entonces lo bordó a placer.

CURIOSA FOTO DE JOSELITO HUERTA

El balance numérico de estas tres confrontaciones fue de cinco apéndices auriculares para Huerta contra ninguno de Manolo, lo que no hace justicia a la tensión y paridad prevalecientes, pero sí da cuenta del ímpetu y motivaciones del poblano cuando se encontraba cara a cara con el de Monterrey.

Si llevamos la estadística a las veces en que alternaron juntos en la capital –aparte del mano a mano mencionado fueron cinco en la México (dos en terna y par de Estoques de Oro) y tres más en El Toreo de Naucalpan de Juárez–, las cifras siguen favoreciendo a Huerta a razón de cuatro orejas, dos rabos y un Estoque, frente a cuatro auriculares y un rabo para Manolo.

Y la misma superioridad en favor del serrano arroja el recuento de apéndices que hace Luis Ruiz Quiroz  sobre el total de veces en que alternaron juntos: 89 orejas y diez rabos para el torero de Tetela y 71 y nueve, respectivamente, para el norteño  (Cantú, Guillermo H. Manolo Martínez un demonio de pasión. Edit. Diana, México, 1990. p. 431). Allí mismo consta que los manos a mano Capetillo-Martínez no pasaron de seis, concentrados en el verano y otoño de 1967.

Guadalajara y la tradición

Nunca fue plaza fácil. Ni toro chico ni carteles cojos ni público consentidor. Le favoreció contar con empresas estables –don Nacho García Aceves durante más de medio siglo, con Leodegario Hernández como competidor enconado de la segunda mitad de los años 60 del XX a principios de la década siguiente–, temporadas tanto de corridas como de novilladas bien definidas y seriamente organizadas, autoridades responsables y una prensa vigilante y profesional.

En aquel momento tenía, con sus dos cosos en activo, la segunda afición más competente del país (hoy es, con diferencia, la primera de América). Y fue precisamente en ese ambiente que se dio el memorable mano a mano Huerta-Martínez que aquí se comenta.

Gran ambiente

Aquel domingo 15 de noviembre del año 70 se anunciaron dos festejos en la capital tapatía, una novillada en el antiguo Progreso, con la despedida del triunfador de la temporada chica capitalina Adrián Romero, y el mano a mano que nos ocupa en la Monumental de Jalisco, que fue como inicialmente llamó a su plaza Leodegario Hernández.

Hubo público para ambas, con la Monumental registrando un lleno digno de la ocasión. Mucho prometía el cuajado encierro de Torrecilla y ambos alternantes contaban con triunfales trayectorias y abundantes y fervientes partidarios en la Perla de occidente.

Una corrida soñada

En los hechos, la confrontación Huerta-Martínez superaría las expectativas más optimistas. José tuvo, ante un gran lote de bravísimos torrecillas, la tarde más completa de su vida.

Completa y por añadidura inspirada, porque siendo un maestro más seco que florido, esa tarde de noviembre su arte alcanzó cadencias insospechadas.

Manolo Martínez volvía de una floja campaña española y a ratos se le notó dubitativo y descentrado con los toros, complicado su primero.

Débil el último y magnífico el cuarto de la tarde, “Farolito”.

Le cortó también el rabo como contrapunto de la impresionante cosecha de su alternante, que fue de seis orejas y tres rabos, nada menos.

En el medio siglo transcurrido Guadalajara ha vivido corridas por centenares.

Todavía no hay torero iguales o siquiera se aproxime a la marca histórica que firmó el Indio de Tetela.

La apoteosis huertista

Para dar una idea de lo que fue transcribimos el relato que hizo “Rafaelillo”, corresponsal del diario Ovaciones, de la primera faena de José; el toro se llamaba “Cantador”, 450 kilos de buena casta y alegre embestir.

Y ocurrió lo siguiente:

Joselito (lo) recibió con una tanda de lances admirables de ligazón, temple y aguante… la faena a este gran toro fue iniciada de rodillas con un pase cambiado por la espalda, para ahí mismo ligar seis altos entre aclamaciones.

De pie, tandas de derechazos rematadas con los de la firma, cambios de mano y de pecho, todo con un temple y ajuste maravillosos. Molinetes de rodillas, altos y de trinchera.

Lo grande vino cuando se puso la muleta en la zurda y ligó doce naturales, sin un solo tocamiento de muleta por los pitones, de gran limpieza y hermoso trazo, que pusieron de pie al respetable.

Todavía toreó con la derecha con arte impecable, adornándose.

Un estoconazo que hizo polvo al toro, para las orejas y el rabo, dos vueltas y salida a los medios.”

(Ovaciones, 16 de noviembre de 1970).

En efecto, Huerta no se ahorró nada y desde el principio dejó bien claro lo que significaba su rivalidad personal con Martínez.

El relato del corresponsal no será literariamente brillante pero sí muy expresivo, y prácticamente lo reprodujo al referirse a los otros dos faenones de José con los toros “Valenciano” y “Brillante”.

Éste último, quinto de la tarde, terminó tan entregado, suave y repetidor los efectos del temple.

El delirio imperante alcanzó tal intensidad que el público pidió y consiguió que le fuera perdonada la vida.

“Brillante” desapareció tras la puerta de chiqueros y numerosos espontáneos invadieron el ruedo para levantar en hombros al arrollador diestro poblano.

Que ya paseaba dos orejas y un rabo traídos del destazadero, y había llamado a compartir su apoteosis al granadero de Torrecilla José Antonio Llaguno, asimismo aupado por los entusiastas.

La gesta de José en perspectiva histórica

Un veterano cronista capitalino, Cutberto Pérez “Tapabocas”, haciendo memoria escribió lo siguiente:

No se habla de otra cosa en los medios taurinos que no sea la tarde auténticamente excepcional de Joselito Huerta en la plaza Monumental de Jalisco.

Tenía que ser un torero de su talla quien diera esa nota insólita…

Cuando desde Guadalajara llegó la noticia, inmediatamente volvimos a vivir, al cabo de tantos años, aquella hazaña inmortal del 20 de diciembre de 1936 en El Toreo de la Condesa, cuando Fermín Espinosa “Armillita” cinceló tres obras maestras del toreo con “Cantarito”, “Garboso” y “Pardito”, tres toros de bravura, casta y estilo de San Mateo.

¡La hazaña del siglo!  Así encabezaron algunas crónicas de esa época sus comentarios a la tarde cumbre en que Fermín cortó seis orejas, dos rabos y la única pata que se ha concedido en México, aunque por respeto al reglamento el Chato Zamora y Rosendo Béjar, juez y asesor técnico de entonces, multaron a Juan Espinosa por cortar para su hermano esa pata que 20 mil aficionados a coro pidieron y CONCEDIERON al Coloso de Saltillo, pues en esa época el público mandaba y se hacía respetar…

A 33 años de aquella tarde histórica, Joselito Huerta ha agigantado su personalidad de torero NON, maestro de la tauromaquia moderna, convertido ya en un pozo de ciencia y un artista privilegiado…

“Cantador”, “Valenciano” y “Brillante” salieron al ruedo tapatío para ser toreados por mano de rey… En la Monumental de Jalisco ha quedado escrita una página gloriosa del toreo y de la vida profesional de Joselito Huerta…” (Ovaciones, 17 de noviembre de 1970)     

Jaime Rico recuerda a don Hernán Restrepo Duque

Hace 29 años falleció Hernán Restrepo Duque. Mi querido y apreciado maestro en estas lides nació en Medellín el 6 de junio de 1927 en el hogar que formaron Antonio Restrepo Vásquez y Teresa Duque Santamaría. En los colegios San José y San Ignacio realizó sus estudios secundarios que no terminó.

Recibió alguna preparación como dibujante, labor que desempeñó durante 10 años. Periodista por naturaleza y aficionado a la fiesta de los toros se vinculó a El Colombiano como director de la columna Taurinadas. Sección que también dirigió en El Diario.

Conocedor a fondo de las intimidades de la fiesta brava, de sus protagonistas y comentarista por excelencia, realizó la trasmisión de cientos de corridas de toros en Medellín. Organizó además una biblioteca especializada en tauromaquia que muy pocas personas pudieron darse el lujo de poseer.  

En 1952 Hernán Restrepo Duque, ingresó a la radio Caracol con su programa Radiolente que fue el primer espacio radial que tuvo el disco como noticia y alcanzó a publicar varias revistas con temas de la farándula.

Espacio que también durante varios años publicó en El Espectador y posteriormente en El Colombiano. En 1953 comenzó a trabajar en Sonolux, primero como Jefe de Propaganda, luego como Director Artístico y también como Director Artístico de la RCA Victor.

Escribía unas notas históricas en las contra carátulas de los discos que fueron para mí y para muchas personas más las primeras lecciones de la historia de la canción popular. Cómo sentimos su retiro de Sonolux en 1974. Ya las contra carátulas de los discos estuvieron vacías. 

Hernán Restrepo Duque, fundó entonces su empresa disquera: el sello PRELUDIO en 1975 e inicialmente le colaboraron Jaime Llano González, Garzón y Collazos, el dueto Pampa y Cielo y Lucho y Nilhem.

Posteriormente se dedicó a recuperar repertorio musical de antaño, en acetatos con un sonido bastante deficiente, por cuanto en esos años no existían los medios de restauración de sonido que hoy se conocen.

Y con grandes esfuerzos por las dificultades económicas que tenía pudo mantener su empresa hasta que la vida se le terminó en un lamentable accidente de tránsito el 11 de noviembre de 1991. Chocó contra un poste de la energía eléctrica y quedó en muy mal estado.  

 Obras muy importantes dejó escritas. Primero “Lo que cuentan las canciones”, que le editó en 1971 la editorial Tercer Mundo y que se agotó sin que nunca fuera reeditada.

Él quería que yo reeditara la obra y llegamos a un acuerdo pero tenía primero que actualizar los datos, muchos de ellos obsoletos. Pero no alcanzó a hacerlo. También escribió “La gran crónica de Julio Flórez”, publicado en 1972 por el Instituto Colombiano de Cultura. En 1985 escribió “Tartarín Moreira, cancionero, verso y prosa”.

La Dirección de Extensión Cultural de Antioquia le editó en 1986 la obra “A mí cánteme un bambuco”. En 1991 escribió para RCN “Las cien mejores canciones colombianas y sus autores”. Después de su muerte, yo le edité ese material y lo publiqué con el nombre de “Lo que cuentan los boleros” en 1992 y en 1998 la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia le editó “La Música Popular en Colombia” – Crónica de nueve canciones. 

 Su discoteca llena de tesoros discográficos (unos 17.000 L.P. cientos de discos de 78 r.p.m., de 45 r.p.m. y de casetes) y su biblioteca fueron adquiridos por la Gobernación de Antioquia, supuestamente para que sirviera como un fondo de investigación musical.

Han pasado 29 años desde su muerte y su discoteca, lo que queda de ella, no está al alcance del público. Y de su biblioteca ya no quedan sino unos cuantos libros. Los demás desaparecieron.

 Y le llegó “El día de la fuga” y no se la pudimos cantar como él se merecía. Muchas veces manifestó que cuando muriera le cantaran “El día de la fuga”. Pero su esposa Marina Monsalve (†) prohibió la presencia de músicos en el funeral. Y no hubo más alternativa que respetar tan absurda decisión.

Para Hernán la música fue la razón de vivir y se merecía una gran despedida musical. Celebrando la misa María América Samudio subió al altar de la iglesia y le cantó “a capella” el “Ave María”.  En el cementerio cuando bajaban el féretro a la fosa, estábamos el Dr. Fernando Calle, (†) Héctor Castrillón, Jorge Luis Guardia, mi esposa María América Samudio (†) y yo, nos miramos y sin  instrumentos le cantamos “El día de la fuga”. Cumplimos con el deseo que tantas veces le expresó a sus amigos.

Ese día todos los bambucos, los valses, los pasillos, los tangos y los boleros tuvieron que llorar su ausencia en silencio. 

TAUROMAQUIA Historia de un cartel – Alcalino.

TAUROMAQUIA Historia de un cartel – Alcalino. Si Jorge Aguilar no fue lo que se dice un mandón absoluto, sí se erigió triunfador máximo de una de las temporadas capitalinas mejor armadas durante la larga gestión de Alfonso Gaona al frente de la Plaza México.

Como ninguna feria española o sudamericana se atrevió nunca a hacer, en ese invierno mexicano reunió un elenco extraordinario.

Lo mejor de la torería de ambos continentes, desde Silverio Pérez, Carlos Arruza y Luis Miguel Dominguín Dominguín hasta Manolo dos Santos y César Girón.

Constó de veinte corridas en las que se cortaron 34 orejas y cuatro rabos, pero la faena cumbre llegó apenas en el segundo festejo, al que la gente acudió en tropel luego que el de inauguración, siete días antes, había revelado el ímpetu de dos jóvenes toreros mexicanos, anunciados al lado de una figura española, Manolo González, que en el invierno anterior dejara en Insurgentes muy alto su cartel.

Esta vez, sin embargo, el sevillano no se mostró a igual nivel pese a cortar una oreja.

En cambio, Manuel Capetillo bordó un faenón memorable con “Fistol”, el quinto de una bravísima corrida de Zotoluca, y Jorge Aguilar, el modesto de la terna, sorprendió al cortarles una oreja a “Dinamito” y dos al cierraplaza “Fundador” para salir en hombros al lado de Capetillo, de los tres Mosqueteros del 48 el que más tiempo tardó en cuajar.

Pero cuando lo hizo fue para colocarse en un sitio envidiable.

Gran ambiente y logros escasos

Así las cosas, para la segunda corrida de la temporada Gaona urdió una combinación de cuatro toreros y ocho toros, cuatro de San Mateo y cuatro de La Laguna.

Repetían los triunfadores González y Aguilar y se presentaban el portugués Dos Santos y Juanito Silveti, cachorro del Meco y reciente triunfador de Madrid con los del Conde la Corte en la famosa corrida del Montepío de Toreros (12.10.52).

A Manolo González, más inseguro y movido que el año anterior, le protestaron la oreja del sanmateíno “Pasajero”, segundo suyo, tras un trasteo más efectista que profundo.

Y peor lo pasó Dos Santos, perdido en el zarzal de varias cornadas graves el sitio que alguna vez tuvo:

si apuntó su toreo de reposada finura con “Azucarillo” de San Mateo y hasta lo llamaron a dar la vuelta al ruedo, mucho decepcionó su impotencia ante el espléndido “Urraco”, un lagunero de clase superior a cuya altura jamás consiguió ponerse.

Quedaba la tarde en manos de dos jóvenes mexicanos doctorados en el mismo ruedo de Insurgentes, primero Silveti (15.01.50) y al año siguiente Aguilar (28.01.51).

Juanito veroniqueó superiormente al primero que le soltaron –“Motorista” de La Laguna–, un burel suavote pero que llegó apurado de facultades a la muleta; de cualquier manera, el capitalino, nervioso por la cálida bienvenida que el público le había dispensado luego de dos temporadas ausente, no consiguió asentarse con él:

de cualquier manera, en la vuelta al ruedo se hizo acompañar de su padre, con puro y mechón el viejo.

Más tarde andaría desconfiado y torpe con “Brujito”, de don Antonio Llaguno, cuyo buen pitón izquierdo le pasó de noche.

Quedaba, como depositario de las esperanzas de disfrutar de una buena tarde, el recio “Ranchero” tlaxcalteca, triunfador de la corrida anterior. Pero de entrada se desdibujó completamente ante su primero.

De modo que cuando los clarines anunciaron la salida del último de la larga y tediosa corrida, el sentir dominante estaba más cerca de la resignación que del entusiasmo inicial.

Sobre la pizarra del toril, ya en sombras, estaba escrito un nombre –“Montero”—y un peso –475 kilos–.

El famoso “Montero” de San Mateo. El de la faena que haría botar en el tendido al ilustre Maestro de Saltillo.

Así lo vio El Tío Carlos

Jorge Aguilar se ha consagrado como un apasionado y apasionante artista del toreo mexicano y como un nuevo maestro de la mano izquierda…

Al lado de todas las faenas inmarcesibles que por naturales se hayan cuajado en el ruedo de la Plaza México, ésta de Jorge Aguilar ha conquistado un puesto de igual rango a los naturales de Armillita a “Nacarillo” de Piedras Negras,

a los naturales de Manolete a “Manzanito” de Pastejé, porque tal es el sitial de los veinte naturales de Jorge Aguilar a “Montero” de San Mateo.

Y mientras exista memoria en el arte de torear, las lenguas de fuego de esta faena tlaxcalteca seguirán lamiendo los muros del imborrable recuerdo…

Tosco, le dijeron el día de su presentación. ¡Pues que vivan hoy y siempre los toreros toscos porque su corazón encierra las más exquisitas esencias del arte…! Tosca es la encina en cuyo torno mueren todas las enredaderas, tosco es el hierro, y en el fuego se vuelve rosa y arabesco;

tosca a es la cera y el calor la transforma en la gracia transparente de la miel, tosca es la plata en las vetas de la tierra madre y sin embargo en ella está la materia prima de delicados artificios.

Atributo del toreo tosco que nunca podrá tener el toreo bonito es su capacidad de transfiguración… esa imponente belleza de tempestad en que se acrece la figura ruda es patrimonio de Jorge Aguilar, que no es ningún adonis…  Y como esa transfiguración se cumple en el centro de un ruedo, ante la embestida de una fiera y bajo las miradas de una muchedumbre;

como es fruto de una magia interior y milagro de un sentimiento, el torero tosco poseedor del don del arte será siempre más genuino y más perdurable.

Pues lo que vale en él no es la epidermis sino la llama del espíritu.” (El Universal, 10 de noviembre de 1952).

Así lo sintió Juan Pellicer

“Desde ayer y para siempre el nombre de Jorge Aguilar será recordado como el de uno de los autores concepcionales del toreo.

La belleza llevada al colmo.

La clásica realización del arte de torear, valedera en cualquier época y en cualquier lugar, brotó ayer de la muleta de este torero, que al encumbrarse ha encumbrado a la tauromaquia mexicana.

El grito formidable ¡Torero! ¡Torero! saludó la hazaña histórica, y esas voces iban cargadas de la emoción con que se sitúa, haciéndolo imperecedero, un hecho magno.” (La Prensa, ídem).

Así lo calificó Alfonso de Icaza “Ojo”

“Después del raro y emotivo pase cambiado vinieron unos magníficos pases naturales, rematados con el pase de pecho para volver a empezar en la misma forma …

¿Qué cuántos fueron los naturales de maravilla con que nos obsequió Aguilar? ¡Cualquiera los cuenta en esos momentos de locura colectiva!

Pero sepa el lector que no haya presenciado tamaña cátedra taurina que ligó muchos, dos docenas quizás, todos en un palmo de terreno y tan bueno el primero como el último…

En una de las sinfonías por naturales más extensas y mejor ejecutadas que hayamos visto en nuestra vida.” (El Redondel, 9 de noviembre de 1952).

Y así lo describió “Josene”

“Pocas veces se torea como en este trasteo, cumbre de principio a fin.

Desde aquella dosantina que encendió el ambiente adormecido de la plaza hasta el relámpago de la arrucina final, pasando por cada uno de los veintitantos naturales de tan enorme faena.

Tras la dosantina se abrió la amplitud generosa de tres soberbios naturales. Y el relámpago inicial dio paso a una tormenta de ovaciones.

Luego otra dosantina y cinco naturales inenarrables, lentos, templados, largos a toda la extensión del brazo poderoso y suave, y como remate un estupendísimo pase de pecho izquierdista.

La plaza era un manicomio… Otros cuatro naturales, aún más grandes si esto fuera posible, y otro de pecho con la zurda.

Los tendidos rugían.

Y todavía más naturales: uno, dos, tres, hasta seis, perfectamente ligados, cada uno iniciado en el punto mismo donde terminaba el anterior, cada uno curvándose tersamente para entregar al siguiente el rendido homenaje de las astas vencidas, prendidas a la muleta genial.

Cuando esta serie interminable fue rubricada con el pase de pecho colosal, la plaza trepidaba con un solo clamor: ¡Torero, Torero! …

Dio Aguilar un pinchazo, bordó un doblón de oro, otro más, un rotundo firmazo, una preciosa arrucina y, como remate, la flor roja de la estocada final.

Y alzado en hombros, levantó en sus manos victoriosas las orejas y el rabo de “Montero”. (El Universal Gráfico, ídem).         

A lo que Josene vio como dosantina –cambiado por la espalda prendiendo la embestida en redondo para rematarla como pase de pecho, lance bello y meritorio sin duda– pronto se le denominaría ranchera, atendiendo a la innovación de Jorge Aguilar al prolongar en curva el remate para generar el primero de una tanda de naturales, previo cambio de la muleta de la mano derecha a la zurda sin solución de continuidad.

Una belleza de pase.

Como bella, conmocionante y arrebatadora debió ser la faena por naturales de Jorge a “Montero”, a tono con los hermosos y muy ilustrativos textos que inspiró. 

«Kike» Álvarez en defensa y explicación de las corridas

El artículo fue escrito por don Enrique «kike» Alvarez en la revista Semana. Agradecemos su gentileza para la reproducción

Definitivamente, Colombia es un país de minorías…

Hay minorías religiosas, étnicas, sexuales, incluso de algunos deportes minoritarios como caza, pesca o tejo. También en los espectáculos son minorías los galleros, los del coleo, los de las corralejas y, por supuesto, los TAURINOS.

Curiosamente, el espectáculo más sangriento de este país, no es ninguno de los anteriores.

Es, sin duda, el deporte nacional, el fútbol. El cual, en años recientes según datos oficiales, ha dejado cerca de 150 seres humanos muertos por cuenta de las llamadas ‘barras bravas’. Pero ese tema no lo tocan los políticos.

No hace falta ir muy lejos para que, a pesar de estos datos lamentables, el conocido ex guerrillero, ex presidiario y ex alcalde de Bogotá, hoy ‘Padre de la Patria’, no haya suprimido el fútbol, sino los espectáculos taurinos en la Plaza de Santa María porque NO TOLERABA LOS ESPECTÁCULOS SANGRIENTOS.

A pesar de haber votado a favor de la Ley de Toros, siendo representante a la Cámara por el Polo Democrático en el 2004.

Probablemente la toma del Palacio de Justicia sí fue de su agrado, así como los 35 heridos por los anti-taurinos que promovió él mismo en la primera corrida post-Petro que se pudo dar en Bogotá. Como sí ha tolerado las peleas de gallos a las que su suegro el gallero, Jorge Emilio Alcocer, le invitaba en Sincelejo. https://www.semana.com/nacion/articulo/petro-en-contra-del-toreo-pero-a-favor-de-las-peleas-de-gallos/516611/

Tampoco se oyen a esos jóvenes que insultan y escupen a quienes asisten a una corrida, pero callan cuando, por ejemplo, la guerrilla Asesina a once soldados mientras Duermen. Son seres humanos y pareciera que esta sangre vale menos que la de unos toros.

Los toros, han sido criados en los últimos 500 años en España, Portugal, Francia, México, Perú, Ecuador, Venezuela y Colombia, hasta lograr la actual casta del toro bravo.

Casta que hace al becerro recién nacido, dar sus primeros pasos embistiendo al vaquero que va a comprobar el sexo.

Sin negar la presencia de la sangre en la corrida, y que no tiene por qué gustar a mucha gente, se debe entender que hay un factor en la genética del toro que reduce su sufrimiento durante los veinte minutos de la lidia, y es, la adrenalina.

De la misma manera como el torero está bajo una intensa adrenalina de cara a los pitones en los que se juega su vida y puede recibir una grave cornada y seguir toreando hasta matar al toro (recordemos casos como el de José Tomás o Juan José Padilla), igualmente el toro soporta la lida para la que ha sido criado.

Esto está comprobado en estudios de la Universidad de Córdoba en España, que hizo una investigación sobre el efecto de la adrenalina, en 4 mil toros de lidia.

Invitamos entonces a esos defensores de la Fauna a que vayan a un matadero donde se sacrifican anualmente 3.400.000 reses que se comen en Colombia y las vean cómo llegan después de un viaje de días del Putumayo o Caquetá; muchas veces muertas en el camión pisoteadas.

O que las escuchen mugir y vean temblar mientras huelen la sangre durante horas. Nuestros toros viajan en cajones individuales en los que se pueden acostar y recibir agua y comida.

O que salgan estos mismos anti- taurinos a defender a los cientos de personas que anualmente se intoxican – y mueren- porque sólo el 14% de las plantas de procesamientos cárnicos; (bovinos, porcinos y aves), cuentan con licencia sanitaria para operar según el Invima. 

O porque los animales ya vienen intoxicados con venenos, mordeduras de serpientes o atiborrados de algún garrapaticida.

Esto jamás sucedería en una ganadería brava. Hoy consideradas en el mundo como enclaves de protección de ecosistemas.

Es una pena que las mismas autoridades gubernamentales y municipales que, anteriormente suplicaban y lagartean boletas y palcos por las corridas de Cali, sean quienes hoy en día y en aras de unos votos, promuevan este ataque contra la Tauromaquia y callen, por ejemplo, ante la compraventa de aletas de tiburón, en Buenaventura para vender en el Japón, o ante el tráfico ilegal de animales silvestres en Colombia.

Tráfico que deja unos datos escalofriantes y por los que ningún político o anti- taurino se despeina. ‘Para 2019, la Policía incautó 18.409 especies y en lo que va de 2020 llevan 9.466. Sin embargo, según la Interpol, las incautaciones solo representan el 10 por ciento de todo este movimiento’.
https://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/trafico-ilegal-de-fauna-una-amenaza-para-los-ecosistemas-y-su-salud-481664

¿Por qué no hablan estos mismos políticos de los beneficios económicos que genera y les ha generado la fiesta brava en todo Colombia?

Sólo en Cali, recordemos como en Cali, nuestra supuesta ‘sangrienta’ fiesta aportó, sólo en hospitales, diez y siete mil millones de pesos en los cuales se salvan aún muchas vidas, y se evita que corra sangre humana. ¿Y qué sucedería sin los millones que genera Manizales con su feria?  Pero esto ningún político lo quiere ver y si lo vio no lo recuerda.

Qué le vamos a hacer. Es obvio que protestar por la lidia y muerte de unos toros produce más votos que protestar por los hechos sangrientos que se viven a diario en Colombia.

Y aunque se está haciendo una gran labor de defensa de la Tauromaquia en este país y en el resto del mundo, quizás debemos revisar mejor qué están haciendo las otras minorías – algunas de ellas sin duda muy violentas y sangrientas- para que los políticos se las pasen todas.

Escrito de; Don Enrique Alvarez Q.
Propietario de La Ganadería de Toros Bravos de Lidia ‘Paispamba’.

Historia de un cartel con Chicuelo de fondo, por Horacio Reiba «Alcalino»

Manuel  Jiménez Moreno ha sido uno de los artistas más finos que ha dado el toreo. Le apodaron “Chicuelo” porque así nombraban al padre, que también fue matador y falleció en la flor de la edad de muerte natural.

Quedó el pequeño Manuel al cuidado de un tío suyo, Carlos Borrego “Zocato”, asimismo torero aunque tan modesto como el primer “Chicuelo”.

De suerte que el pequeño, que había nacido en la sevillana Alameda de Hércules (15.04.1902), estaba abocado casi irremediablemente a la profesión taurina.

Hacia los años finales de la segunda década del siglo, empezó a circular el rumor de que tres promesas del arte estaban haciendo pininos por las ganaderías, y que en sus manos, la herencia de la edad de oro –Gaona, Joselito, Belmonte– estaba asegurada; sus nombres: Manuel Jiménez, Manuel Granero y José Amorós: andaluz, valenciano y salmantino.

A poco se les unía Juan Luis de la Rosa.

A “Chicuelo” le dio la alternativa Juan Belmonte en la Maestranza y a La Rosa Joselito en la Monumental de Sevilla casi a la misma hora (28.09.19).

Pronto se advirtió que Manolito Jiménez albergaba tanta clase como escasa decisión.

Y Granero, prodigio de buena técnica envuelta en excelente calidad, se les fue por delante al contar con lo que a les faltaba a los otros. Hasta que se cruzó en su camino un toro mulato de Veragua, el trágico “Pocapena”, y acabó con la vida del levantino y las ilusiones de su cuantioso partido.

La Rosa, de vida desordenada, pronto quedó a la vera del camino. Amorós no daba la talla. Y el que continuó en la brecha, más como promesa de eventuales pero armoniosos acordes fue el callado chaval de la Alameda.

Sin más defensa que su arte ante los toros más depredadores de la historia (entre 1920 y 1936 murieron por cornada 101 toreros, entre ellos doce matadores).

México lo descubre

“Chicuelo” se presentó en El Toreo el 7 de diciembre de 1924: no pasó nada. Y siguió sin pasar en sus siguientes actuaciones de ese año, salvo alguna vuelta al ruedo en obsequio a impagables destellos de un arte muy particular.

La primera oreja la cortó hasta su quinta corrida –a “Toledano” de Atenco (25.01.25)–, avalado por Rodolfo Gaona, que estaba por retirarse y se pintaba solo como catador de toreo caro.

Para Chicuelo, la tarde de su revelación fue la del 1 de febrero, luego que Rodolfo resultara herido por el abreplaza, por lo que el sevillano se quedó solo con la corrida de San Mateo; lejos de achicarse, bordó con “Lapicero” su primera gran faena mexicana.

Estaba claro que nunca sería un diestro machaconamente cumplidor sino todo lo contrario: un artista exquisito, al que valía la pena soportarle las tardes grises a cambio de que diese la nota alta el día menos esperado.

Para sudar la ropa y sumar apéndices sin parar estaban los hermanos Valencia, Sánchez Mejías, Mariano Montes, “El Algabeño”… Pero cuando Manolo Jiménez embarcó de regreso a sus lares, llevaba en la bolsa el contrato para la temporada siguiente.

Una tarde complicada

Igual que el año anterior, la presentación de Chicuelo resultó un pequeño fiasco, y la gente, que lo esperaba con ilusión, lo abroncó sin contemplaciones.

Para el domingo siguiente –25 de octubre de 1925—estaba anunciada una corrida de San Mateo, ganadería zacatecana en alza desde que sus toros dieran lugar a la tarde memorable en que Rodolfo Gaona ligó el toreo al natural por vez primera en la capital, lo mismo con el berrendo alunarado “Quitasol” que con el negro bragado “Cocinero” (24.03.24).

Al Califa lo entusiasmó la clase y fijeza de los toros de don Antonio Llaguno aunque no sobresalieran por su alzada.

La semana que siguió al fracaso de “Chicuelo” y su anunciada repetición trajo mucho jaleo. Circuló el rumor de que los sanmateínos carecían de trapío, y la afición llegó a la plaza bastante mosqueada.

Y si hubo lleno fue gracias al nombre del artista sevillano, no a los de sus alternantes, emparentados ambos por la publicidad con la fiereza indómita, sin duda para eludir las asperezas de su estilo: se trataba de “El Tigre de Guanajuato” Juan Silveti, y un valenciano de poco renombre, Manolo Martínez, anunciado como “El Tigre de Ruzafa” por el nombre del barrio donde se crió.

Cartel no del gusto del señor Llaguno, que al menos tuvo el consuelo de que su toro de mejor nota le tocara en el sorteo a Manuel Jiménez. El banderillero Luis Suárez “Magritas”, en su representación, decidió que sería el quinto de la tarde.

Mucha tensión

Como era de esperar, ni el de Guanajuato ni el de Valencia estuvieron a la altura de los bichos sanmateínos. Peor aun, el público no dudó en repudiar la presencia del ganado y dos de los bureles zacatecanos tuvieron que ser devueltos para apaciguar los ánimos, expresados en tupidas cojinizas.

Los remplazaron sendos sobreros de San Diego de los Padres, que no se comieron a nadie pero al tuvieron mejor apariencia.

Total, que hasta la muerte del cuarto, la frustración campaba en todos los ámbitos del amplio coliseo.

Al sonar nuevamente el clarín, en la parte superior de toriles se podía leer sobre el fondo oscuro de la pizarra este nombre premonitorio: “Dentista”.

En el palco de ganaderos y en el burladero de matadores, el señor Llaguno y el joven “Chicuelo” se abran santiguado, rogando porque el bicho así apodado mereciera la aprobación del respetable.

El faenón de Chicuelo a «Dentista «

Faenón de otro planeta

“Dentista”, fino y agradable pero decentemente presentado, hizo salida de bravo y le sacó astillas a la parte inferior del primer burladero.

Chicuelo meció su capote con ritmo desusado, cosechando la primera ovación real de la tarde.

Cuatro varas aceptó el bicho, y los dos quites del chico de la Alameda, por chicuelinas y por lances de delantal, borraron la valentía derrochada en los suyos por sus alternantes.

“Magritas” y Pepe Rodas, dos formidables banderilleros, cubrieron con presteza el segundo tercio; Manuel Jiménez llevaba prisa por desplegar la muleta y comprobar la prometedora embestida de “Dentista”.

Lo que probó fue que era portador de un mensaje hasta entonces punto menos que desconocido: el del toreo al natural ligado fluidamente en redondo. Dejemos que sea Rafael Solana “Verduguillo” quien nos relate la lidia toda de “Dentista”, que culminaría en un colosal trasteo muleteril:

“Desde que salió “Dentista”, que tal era el pintoresco nombre que don Antonio Llaguno había puesto a su bravo pupilo, todos dijimos: Ahora va lo bueno. 

¡Qué lances a la verónica! Erguido el torero, majestuoso el conjunto, grandioso el momento en que la fiera pujante y el artista se reunían.

En los lances por el lado derecho, el diestro abría un tanto el compás; cargando la suerte porque notó que el toro ceñíase por ese lado; en cambio, en las verónicas por el izquierdo, “Chicuelo” conservaba los pies juntos clavados en la arena, despegándose al enemigo con un ligero movimiento de muñeca que bastaba para imprimir al capote ondulaciones vistosísimas y graciosas.

Fueron ocho verónicas que provocaron otros tantos alaridos de la multitud, ¡”Chicuelo”, eres inmenso!… 

Cuando “Chicuelo” sin brindar a nadie, salió a contender con “Dentista”, reinaba en la plaza un alboroto tremendo.

Todos sabíamos que el maestro iba a hacer una faena de las grandes, pero ni por la mente nos pasaba que llegara a ser lo que nuestros ojos tuvieron la dicha de ver. 

El muletazo inicial fue un natural con la zurda, siguió otro natural imponente por el temple y valor derrochado, y luego otro más enredándose el toro a la cintura. Ya estamos todos de pie.

Imposible resulta seguir paso a paso la faena, porque el cronista se olvida de la obligación que tiene de anotar en su carnet los detalles, y arrojando papel y lápiz se dedica a gozar del espectáculo en toda su grandiosidad. 

Confórmese el lector que tuvo la desgracia de no presenciar esa faena con una ligera impresión de ella, condensada en cuatro adjetivos

VALIENTE, ELEGANTE, SOBRIA, CLÁSICA. 

No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería ni un desplante de relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas con el público.

No. Lo que hubo fue mucho arte, mucho valor, mucha esencia torera.

Lo que hubo fueron VEINTICINCO PASES NATURALES, todos clásicamente engendrados y rematados, provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza hasta casi tocar los pitones la barriga del lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores? en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla… 

Y para qué decir más. Imagínese el lector la faena más meritoria, la más artística, la más apegada a las reglas del toreo, la más completa en todos los sentidos… Yo juro que en los veinte años, jamás me había entusiasmado como ahora… Tres pinchazos y un estoconazo hasta la pelota rubricaron la gloriosa hazaña.

El ruedo se alfombró materialmente con sombreros, abrigos y otras prendas. Millares de pañuelos ondeaban en las diestras de los espectadores y el Presidente concedió las dos orejas y el rabo… ¡Qué grande eres “Chicuelo”!…” (Toros y deportes, 29 de octubre de 1925).

Lenguajes

En más de una ocasión he destacado la dificultad que tenemos los lectores de hoy de hacernos una idea precisa del toreo de ayer a través de las crónicas de la época.

Poca claridad aporta la costumbre antigua de reseñar pase por pase cada faena. Y la ampulosa adjetivación tampoco ayuda.

Para desentrañar la clave de lo que Chicuelo trajo al toreo tendrían que pasar años y sobrevenir interpretaciones más justas, centradas en la evolución del toreo ligado en redondo.

Ese fue, sin duda, el hecho distintivo de la inmensa faena de Manuel Jiménez con “Dentista” de San Mateo, como lo sería, años después, la que cuajó en Madrid con “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero (21.05.28).

Lo raro es que hayan hecho falta décadas para que empezara a reconocerse en Chicuelo a un artista personalísimo y un verdadero innovador. Pero es así como se escribe –y muchas veces se oculta– la verdadera historia del toreo.

“Se torea como se es”

Así lo aseveró don Juan Belmonte y quedó como sentencia inapelable.

Que se cumplió con “Chicuelo”, luminoso en la plaza y en la intimidad taciturno y callado, muy poco dado a llamar la atención del vocinglero medio taurino.

Y sin embargo, el público mexicano captó perfectamente que allí había un artista excepcional.

Sin necesidad de amontonar tardes y temporadas en nuestro país, alternando triunfos y descalabros de acuerdo con su carácter tímido y dispar, es de los poquísimos diestros hispanos que han conquistado la admiración y el cariño de nuestros aficionados.

Una lista en la que apenas caben, al lado de Manuel Jiménez, artistas de la talla de Joaquín Rodríguez “Cagancho”, Manuel Rodríguez “Manolete”, Paco Camino y Pedro Moya “El Niño de la Capea”.

Y más contemporáneamente Enrique Ponce.

Un viaje a través del tiempo revelador de perniciosas mudanzas en la sensibilidad del aficionado mexicano, que va del gusto espontáneo por el arte puro hasta su encandilamiento por manierismos de dudosa calidad.

En materia de preferencias expresadas desde el tendido también “se elige como se es”. Que diría Belmonte.

Historia de un cartel con Manolete de fondo en la mirada de «Alcalino»

Historia de un cartel con Manolete de fondo en la mirada de «Alcalino». En Córdoba, donde nació, existe una escultura de cuerpo entero que representa a “Manolete”, histórica figura y el más eminente califa taurino cordobés.

Se trata en realidad de un grupo escultórico de dimensión estatuaria.

El personaje central, vestido de torero y con el capote de brega en las manos, flanqueado por dos equinos con sus respectivos caballerangos a pie, obra de Manuel Álvarez Laviada.

Está ubicado en la plaza del Conde de Priego, no lejos de la parroquia de Santa Marina, donde se bautizó a Manuel Rodríguez Sánchez, nacido el 4 de julio de 1917.

Mucho ha cambiado desde entonces la austera ciudad andaluza que fuera sede del antiguo califato mozárabe. 

Una iniciativa de Carlos Arruza

El monumento es producto de una amistad entrañable y de la corrida destinada a reunir los fondos que hicieron posible la obra.

Festejo que organizó quien fuera en los ruedos el más enconado rival del inmenso torero al que “Islero” de Miura hirió mortalmente en Linares (28.08.47). Ese rival, llegado del otro lado del Atlántico, fue el mexicano Carlos Arruza.

Manolete y Arruza alternaron juntos en 58 ocasiones, la mayoría en España (51) y ninguna en México.

Ya que Carlos no participó en las dos temporadas que convertirían al cordobés en uno de los mayores ídolos de la afición mexicana.

Oscuras y nunca aclaradas razones impidieron que la pareja de moda en España tuviera ocasión de manifestarse en México.

Pero la rumorología atribuyó la inhibición arrucista a componendas entre el empresario Antonio Algara y José Flores “Camará”, el astuto apoderado del cordobés.

Manolete y Arruza torearon mano a mano diez corridas, repartiéndose equitativamente trofeos y victorias.

Su rivalidad fue breve pero intensa y sus hechos forman parte de la historia grande del toreo.

Como grandeza humana hubo en el gesto de Carlos al concertar con buena parte del taurinismo hispano de principios de los años 50.

Toreros, ganaderos, prensa en general, gobierno municipal de Córdoba inclusive, todo lo necesario para la organización de una corrida.

Monstruo que provocó un lleno histórico en el coso de Los Tejares y transcurrió dentro del ambiente festivo y triunfal que la magna ocasión ameritaba.

La fecha: domingo 21 de octubre de 1951. Un cartel con Manolete

Así fue la corrida

Naturalmente, antes de que partieran plaza los diestros actuantes hubo desfile de reinas y discursos a tutiplén.

Y más allá del número de apéndices otorgados, condicionado sin duda por las especiales circunstancias del festejo.

Se trató de un evento que los cordobeses tardarían muchos años en olvidar.

Para empezar, Carlos Pérez-Seoane y Cullén “Duque de Pinohermoso”, que por cierto había nacido en Roma.

Rejoneó un burel de su ganadería, estuvo acertado en general y cosechó fuertes aplausos.

Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, el espada más antiguo, compadre de Manolete y asimismo cabeza de cartel la tarde trágica en Linares.

Se encontró con un ejemplar de José de la Cova tan áspero que lo cogió dos veces en el transcurso de su sobresaltada faena.

Pero estuvo valiente, mató bien y se llevó la primera oreja de la tarde. El gitano sustituía al cordobés Manuel Calero “Calerito”, anunciado inicialmente.

Rabo para Carlos

Arruza estuvo imponente con el suyo –“Mirlito”, de Felipe Bartolomé—al que saludó con emotivos faroles de rodillas, veroniqueó con elegante quietud, quitó por gaoneras ceñidísimas.

Y tras juguetear en banderillas con el noble animal, al que le colgó tres pares colosales, cuajó una larga, ceñida y magistral faena de muleta, vertical y templado en los redondo y naturales.

Variado y original en los remates de las tandas y haciendo honor al sobrenombre de “Ciclón Mexicano”, que le adjudicó el cronista español K-Hito al cerrar faena con molinetes y las ernistas de hinojos que levantaron clamores.

Cuando concluyó, de formidable volapié, las orejas y el rabo estaban cantados.

También para “Parrita”, Capetillo y Aparicio

Agustín Parra, que brindó la muerte de su toro a sus diez compañeros de cartel, hizo honor a su reputación de seguidor fiel del estilo estatuario y vertical del Monstruo de Córdoba.

Aprovechando la buena condición de “Tontuelo”, de Galache. Sólo cesó la música cuando cuadró al bicho para estoquearlo por todo lo alto.

Volvería a sonar mientras paseaba “Parrita” los máximos apéndices.

Más mérito aún tuvo el rabo que Manuel Capetillo le cortó a “Cuchareto”, de Arturo Sánchez Cobaleda, un toro viejo, gordo y con buenos pitones, resabiado y geniudo por añadidura, al que se empeñó en meter en su muleta hasta obligarlo a seguirla en una emocionante faena a base de muletazos largos y templados.

El público, entregado y feliz.

Los tres apéndices máximos premiaron también el desempeño de Julio Aparicio, a quien correspondió el más pequeño del encierro, un “Torero” de Marceliano Rodríguez que respondió con alegre transmisión  a la muleta del madrileño, muy puesto y  dispuesto a lo largo de su triunfal actuación.

Discretos los demás

Aunque a José María Martorell se le concedió la oreja del complicado quinto –manso y geniudo, con el hierro de Alipio Pérez Tabernero Sanchón–, el honesto cordobés la rechazó, considerando que su faena no había pasado de valerosos intentos.

Antes, sus lances de recibo habían causado sensación por su estatuaria belleza. Y en la estocada dio la cara e hirió arriba.

Los otros dos mexicanos anduvieron sin suerte con el ganado.

Jorge Medina –llamado a sustituir a Juanito Silveti, que estaba lesionado—pasó por momentos de peligro ante el nervio de un correoso “Barquero”, del Conde de la Corte, y Anselmo Liceaga –recién alternativado en Granada por Pepe Luis Vázquez (29.09.51)—tampoco encontró colaboración en el de Juan Belmonte, “Vicario” de nombre, que despachó en décimo lugar.

Su fría labor fue silenciada.

Por último, al joven diestro local Rafaelito “Lagartijo”, último eslabón de la legendaria dinastía de los Molina, se le notó poco placeado y algo movido, pero no dejó de derrochar alegre pinturería a favor del buen estilo de “Quinquillero” de Carlos Arruza, el toro que cerraba el festejo y al que pinchó antes de acertar con la estocada definitiva.

Estocada que ponía punto final a una corrida auténticamente extraordinaria. Un cartel con Manolete

Por su dimensión temporal, su inusitado lucimiento y, sobre todo, porque cerró de manera perdurable la historia compartida por Manuel Rodríguez “Manolete” y Carlos Arruza, pareja de época y dos colosales toreros, que hermanaron en el arte a España y México.

Alcalino nos recuerda la obra de Guillermo H Cantú

Alcalino nos recuerda la obra de Guillermo H Cantú. Es difícil celebrar algo cuando el personaje que lo motiva acaba de morir. No hablo, naturalmente, de panegíricos oportunistas sino a una celebración plena.

Y es que hoy, esta columna quiere exaltar la obra de Guillermo H. Cantú y su pasión analítica. La vida perenne de cuatro libros cruciales para entender la tauromaquia mexicana, en medio del vacío de literatura alusiva de que adolece nuestro país, con aisladas y esporádicas excepciones.

Un vacío tan sensible y palpable que hasta pudiera servir para explicar en parte la triste situación de la Fiesta en México. Porque sin lectores y escritores taurinos competentes, la decadencia de nuestras corridas de toros se robustece. Con o sin pandemia.

Guillermo Héctor Cantú Charles (Monterrey, 23.01.1933-CDMX, 19.09.2020)

Estudió administración en el Tecnológico de su ciudad natal y se dedicó a los negocios con éxito singular. Pero sus talentos empresariales no estorbaron nunca su fervor por la fiesta de toros ni la perspicacia connatural a su carácter.

Si aquél lo prendió para siempre al acontecer de los redondeles, ésta le permitiría escudriñar la realidad profunda del toreo a través de los artistas de su predilección, como Carmelo y Silverio Pérez, como Manolo Martínez. Hasta descubrir rasgos muy particulares en el toreo que se practica y degusta en México.

De donde resulta que el famoso axioma belmontiano –“se torea como se es”–, explica al individuo que torea, pero también la matriz cultural de la cual procede.

Estas son algunas de las principales tesis, sin duda atrevidas, con frecuencia originales y afortunadamente controversiales, que Cantú formula a través de su obra:

Toreo lúdico frente a toreo lúgubre

El autor regiomontano señala una diferencia fundamental entre el toreo mexicano y el español, lúdico el nuestro y lúgubre el hispano. Tal aserto puede discutirse pero no ignorarse, pues se trata de un hallazgo sobre el que vale la pena reflexionar.

Y es precisamente la reflexión –la propia y la que suscita con la mayoría de sus afirmaciones—lo que Cantú busca provocar en sus lectores.

Observa en nuestros toreros “una necesidad de jugar –en el sentido de funcionar, aun a costa de arriesgar–, más imperiosa que la necesidad de creer. Ahí residirá la primera gran diferencia del mexicano con relación al mundo europeo… Enfrascado en una búsqueda de placer, más que de poder, el hombre de México entenderá el espectáculo taurino simplemente como una fiesta más –quemar “judas”, “morirse en la raya”, “jugársela”. Una raza que nace de la muerte no tiene por qué temerle… (contra) la tradición de la España adalid de la cristiandad…”

(Muerte de azúcar. Edit. Diana. México. 1984. pp 53-54)

La mexicana, una cultura de tempo lento

Guillermo H. Cantú distingue una diferencia entre la lentitud con que tiende a mover los engaños el torero mexicano, en oposición a la rapidez privativa de los españoles, inclusive aquellos que, para triunfar en México, tuvieron que adoptar al torear aquí unos modos más templados.

De paso, se anticipa a quienes podrían atribuir esta pauta espaciotemporal a la embestida considerablemente más suave del toro mexicano en comparación con el español, recordando que dicha suavidad fue lograda mediante un complejo, peculiar y talentoso manejo zootécnico en las primeras tres décadas del siglo XX, con el deliberado propósito de acoplar el estilo del toro a los peculiares gustos de un público procedente de una cultura de tiempo lento, en contraste con otra de tiempo rápido.

Y todo esto sin menoscabo de la casta, pecado en el que incurrirían los torpes sucedáneos de aquellos próceres de la cría del toro bravo mexicano.

Frente a los toros –apunta Cantú—no se puede jugar, a menos que se posea un temperamento juguetón o se pertenezca a una “raza inmadura”, lúdica, traviesa, que carga, además, con las cualidades y defectos de sus antecesoras.

De otra manera no es posible entender cómo el mexicano, dependiente también en lo taurino, a partir de la segunda mitad de este siglo (escrito en el s. XX) exprese un toreo propio, un sentimiento en el ruedo completamente diferente al de los toreros españoles».

(Op. Cit. p 57)

Hablando de Silverio

A lo largo de su obra, el autor regiomontano explora una y otra vez  las personalidades de los texcocanos Carmelo (Armando) y Silverio Pérez Gutiérrez.

Notorias diferencias de temperamento y carácter entre ambos no le impiden hermanarlos en lo esencial:

Un desdeñoso estar frente al peligro como misión vital, sin preocuparse por acumular fechas, triunfos y medallas, que son símbolos del pensamiento utilitario de occidente, no del hombre empeñado en ofrecer un poco de su ser, de su sentir y de su alma al expresarse.”

(Visiones y fantasmas del toreo, Edit. Ediciones 2000. México. 2000).

El mandón de mandones

Además de Silverio, el torero de Cantú es Manolo Martínez. Y le interesa resaltar, por encima de su maestría y arte, virtudes estrictamente taurinas, la obsesión de controlarlo todo que caracterizó al torero de Monterrey.

Y que lo elevaría no sólo a la cumbre del toreo de su tiempo, sino a mandar sobre los destinos de la Fiesta en México como acaso ningún otro matador en la historia.

De hecho, el libro que Cantú le dedicó a Manolo es una larga entrevista con el diestro, que va desgranando sus convicciones con marcado desdén hacia sus muchos impugnadores y cobradores de agravios.

Me detengo en la explicación del temple que hace el reinero:

“El uso del pico… persigue el objetivo de tocar al toro dándole en el primer pase pequeños calambres al pitón, o más bien, al ojo contrario… En el segundo pase ya no es necesario ese toque… la inclinación de la muleta marcará el ajuste necesario para obligarlo a repetir la embestida sin que el torero tenga que recolocarse…

El esfuerzo se realiza a base de tensión dinámica, sin moverse, aguantando las acometidas del toro mientras músculos, tendones y ligamentos se estiran y tuercen sin que tus piernas se desplacen, sino únicamente giren.

Lo mismo pasa con la franela cuando le permites al toro acariciarla con el testuz o los pitones… El temple se pierde si el toro testerea o engancha la muleta. Si sólo dejas que la toque sin que pueda moverla se vuelve un estímulo, el toro se encela…”

(Manolo Martínez, un demonio de pasión. Edit. Diana. México. 1990, pp 179-180)

Sobre los tiempos felices de la Plaza México

La lúcida definición que formula nuestro autor de la Plaza México, alma y núcleo de la afición mexicana, hace tiempo dejó de operar. Al progresivo menoscabo de su sensibilidad y saber taurinos contribuyeron numerosos factores y actores, pero sobre todo la autorregulación empresarial, en complicidad con la autoridad competente.

Lo cual no altera la validez que en su tiempo tuvieron los conceptos así expresados por Guillermo H. Cantú:

Recinto de mixturizadas culturas, decantadas trabajosamente en el tiempo con fuerzas disgregantes y a la vez extrañamente unidas… Solamente la esperanza de que acontezca el milagro en el ruedo conjura la dispersión amenazante, integrando la fuerza multitudinaria alrededor de un núcleo inconfundible; el arte… Pero cruel, como cualquier monstruo colectivo y efímero, tan pronto acomoda su humanidad en la grada se apresta a sacrificar la vida de sus víctimas propiciatorias y el ímpetu de sus héroes.

Un espacio donde es más fácil blandir el pañuelo del indulto que perdonar la impreparación de los oficiantes: la ausencia de clase, los brillos opacos del oficio, la valentía por sí sola, la vulgaridad en sus variados tonos, o los contoneos aparentemente feminoides en banderillas.

El valor y el oficio como medio, nunca como fin. Pero tiene su clave, y cuando se da con ella es capaz de entregarse fuera del matrimonio. Una fémina veleidosa e incomprensible, atractiva y vibrante, disponible y deseosa, pero sólo con unos cuantos, los que puedan animar los ritmos de su secreto.”

(Visiones y fantasmas del toreo. Edit. Ediciones 2000. México. 2000, p. 89)

Evidentemente, tan complicada definición no corresponde ya al público actual de la plaza mayor del mundo. Que es, a menudo, la más desolada y villamelona.

Sobre lo que hace único al arte de torear

En cambio, Guillermo H. Cantú acierta plenamente al explicar qué es lo que hace a la tauromaquia un caso especialísimo entre las artes de representación –teatro, música, ópera, danza…–:

Ciertas características únicas e irrepetibles con respecto al resto de los espectáculos y actividades relacionadas con la creación: el resultado final es desconocido por el público y, sobre todo, por los actores; se alcanzan niveles de improvisación aún mayores a los obtenidos en la danza o en el jazz, sólo que el piano y los demás instrumentos ceden su sitio a un par de pitones; se plantean soluciones cuyo acierto o torpeza al aplicarlas tiene inmediatas consecuencias; y son remotas las posibilidades de adecuación entre los protagonistas –toro, torero y público–, no así las de un percance.”

(Muerte de azúcar. Edit. Diana. México. 1984, p. 98)

Epígrafes

Hombre culto, además de agudo analista, Guillermo H. Cantú encabeza sus disquisiciones con algunos elegantes y oportunos epígrafes que la inteligencia con mayúsculas ha ido obsequiando a la humanidad a través del tiempo. He aquí algunos de ellos:

“El enemigo más peligroso de la alegría es la prisa” (H. Hesse).

“Lo serio trata de excluir el juego, mientras que el juego puede muy bien incluir en sí lo serio” (J. Huitzinga).

“Sobre el placer del poder, el poder del placer” (H. Von Saltza).

“El hombre es la sombra de un dios en el cuerpo de un animal” (W. Goethe).

“Me gusta que todo sea real y que todo esté cierto; y me gusta porque así sería, incluso aunque no me gustase” (F. Pessoa).

“En los escudos estuvo nuestro resguardo, pero los escudos no detienen la desolación” (Poesía náhuatl).

”El arte no es una respuesta, es una pregunta” (O. Paz).

Historia de un cartel. Por HORACIO REIBA “ALCALINO”. La encerrona en Nimes de José Tomás

Historia de un cartel. Por HORACIO REIBA “ALCALINO”. La encerrona en Nimes de José Tomás. La del 16 de septiembre en la feria de Nimes era apenas la tercera actuación de José Tomás en 2012.

Inauguraba el de Galapagar la costumbre, sin duda arriesgada, de exponer todo su prestigio en un muy reducido número de corridas al año… A veces una sola.

Esa temporada sólo lo habían visto los públicos de Badajoz (25 de junio) y Huelva (3 de agosto), dos plazas menores en contraste con la importancia del magno coliseo nimeño.

Aunque José Tomás siempre tuvo como norma medir mucho la cantidad de festejos en que se anunciaba.

El punto de quiebre hacia esa estrategia de restricción máxima hay que ubicarlo en la terrible cornada de Aguascalientes (25.04.2010) y su prolongada convalecencia.

Cuando reapareció en Valencia, quince meses y 28 días después (23.07.2011), la decisión estaba tomada.

Su corta campaña de ese año, limitada a nueve corridas, sería la más “larga” de cuantas vinieron después.

Tres en 2012, dos en 2014, una sola en 2015, tres en 2016 y así sucesivamente.

Ni qué decir que cada anuncio de un cartel donde figurara conmocionaba al orbe taurino.

Agotaba el boletaje en cuestión de días.

Suponía una derrama económica sin precedentes en la localidad donde se celebraría el festejo, al movilizar ávidas caravanas de tomasistas nacionales y extranjeros.

Y con ellos una ingente suma de cronistas y reporteros, taurinos o no, incluidos enviados de países enteramente ajenos a la tauromaquia. 

Así se fraguo. 

Refiere Simón Casas, el organizador de la corrida de Nimes.

Un día cualquiera de aquella primavera del año 12, el músico catalán Salvador Boix lo citó en el madrileño Café Gijón para platicar.

Y en esa plática, el entonces apoderado de José Tomás le planteó el propósito que su maestro tenía de encerrarse con seis toros durante la feria septembrina de Nimes.

Bajo ciertas condiciones, claro está: el empresario no obtendría ningún dividendo.

Los beneficios completos serían para el torero, y por lo tanto, tendría Casas que calcular muy bien sus gastos, y pasárselos al costo a Boix a fin de no perder ni un euro.

Su única ganancia sería la gloria de haber participado en un suceso probablemente histórico.

Lo cual tampoco era seguro: de apuestas supremas y carteles redondísimos está empedrada la senda de las taurinas frustraciones.

¿Por qué eligió José Tomás el horario mañanero para la celebración de un festejo tan especial?

Porque le parecía que son horas de mentes más despejadas y receptivas.

Además de que, según la tradición nimeña, en día de dos corridas la estelar va por delante.

De suerte que la encerrona de José Tomás empezaría a las 11:30 en punto. A pleno sol.

Y así ocurrió.

Tres cuadrillas partieron plaza a los acordes del Toreador de Carmen (Bizet).

Pero al frente se destacaba la magra figura de un solo matador.

Intensamente pálido y enfundado en seda azul-gris pizarra con alamares áureos de cuadrícula mexicana.

Como mexicanos eran los colores de su capote de paseo y parte de la sangre que corría por sus venas.

Sagaz observación de Simón Casas en su libro dedicado al evento.

Dado que en Aguascalientes, el día del gravísimo percance, se le trasfundieron varios litros para mantenerlo con vida.

El saludo fue clamoroso y la expectación desbordaba los ámbitos del milenario y oval anfiteatro cuando anunciaron los clarines la salida del primer toro.

Apoteósico crescendo.

Llegamos al punto más difícil de este relato: intentar narrar lo inenarrable.

Podría empezarse por el balance final: once orejas y un rabo, simbólico éste, puesto que se indultó al cuarto toro del histórico mediodía.

Pero eso significa poco, lo mismo si nos atenemos a la idea que de su oficio tiene José Tomás, si intentásemos reducir a cifras lo inconmensurable.

La corrida, que empezó en tono de celebración, culminaría como colosal catarsis colectiva.

El único sereno, sobre los hombros de los más entusiastas, seguía siendo el torero.

En un ambiente de lo más propicio, con toros que parecían puestos de acuerdo para contribuir a la perpetuación de aquel mediodía auriazul, José Tomás había ido trenzando.

Sin ninguna prisa, a un ritmo cada vez más lentificado y grácil.

Un recorrido puntual por su tauromaquia de por sí morosa y sutil, al par que sencilla, fluente, ceñida y emocionante.

Así transcurrió la lidia de los primeros tres astados, de Victoriano del Río (muy bueno), Jandilla (reservón) y El Pilar (bravo).

A todos los cuales estoqueó con acierto y les cortó las orejas.

Mas cuando asomó “Ingrato”, zaino y bien puesto, el toro número 31 de Parladé (Juan Pedro Domecq).

510 kilos sobre las pezuñas, la corrida dio un vuelco y se elevó hasta alturas abismales.

“Ingrato”, que de salida visitó el callejón provocando la agitación de sus azorados ocupantes, no tardó en revelar una notable fijeza de estilo.

Tras discreta tanda de verónicas del de Galapagar, atacó desde largo a las cabalgaduras.

Sin que costara mayor esfuerzo hacerlo dejar el peto dado su codicioso seguimiento de los engaños.

Como de costumbre, José Tomás limitó al mínimo el castigo en varas.

La transfiguración de José Tomas.

Parte del quite que siguió al segundo puyazo, fijo el toro en los medios: la caleserina de Tomás alcanzaba máximo ajuste y un vuelo magnífico, como su remate, una larga afarolada.

Mas no conforme con eso, con la tela plegada y reducida a su mínima extensión, nuevo cite, y no para dar una brionesa más, sino para ligar a la trincherilla.

Dos insólitos derechazos con el capote, y, por ambos lados, doble remate, todo ello a una mano.

Los sonoros olés fueron seguidos de un rumor sordo.

El tipo de tributo que se le dispensa no ya a lo nunca visto, sino a lo ni siquiera imaginado.

Con el tercio final se abrió la puerta a otro jardín cuajado de maravillas.

Sin brindar y prescindiendo del estoque, el diestro se situó en los medios y citó a “Ingrato” desde largo llevando la muleta en la zurda.

Y ahí, al libre juego de la sarga, fue desgranando la teoría de naturales más sedosa que concebirse pueda.

Series largas, de un ajuste perfecto, de creciente lentitud; y rematadas ya con el pase de pecho, ya con el afarolado seguido del cambiado por bajo, el martinete, el molinete normal o el invertido.

Y si, “Ingrato” repetía tras el remate, se abría ante los ojos de la embriagada multitud una nueva y serpenteante serie de muletazos insólitos.

Cuyo enlace era como una espiral que ascendiera al infinito.

Aquí el relato, la memoria, tienden a desvanecerse y perder piso. Tomás recogió al fin su estoque y bordó, citando de frente, una serie al natural que superaba a las anteriores.

Como entre nubes, la gente empezó a agitar pañuelos blancos.

El presidente concedió el indulto, el diestro, demudado, simuló el volapié a mano limpia, aunque saliera del lance empapada de sangre del morrillo de “Ingrato”.

¿Toro de indulto? ¿Toro de vacas? Nadie se puso de acuerdo y ya poco importaba. En todo caso, su viaje de vuelta por la puerta de toriles, llevado por su presunto matador, representó otro motivo de celebración.

El otro toro “Navegante”.

Tras las jubilosas vueltas al ruedo, con dos orejas traídas del destazadero y un rabo que depositó ceremonioso en la arena.

José Tomás reanudó su memorable tarea con el quinto de la tarde, un noble y claro Garcigrande al que naturalmente desorejó.

Y como cierre, iba a topar con el único ejemplar arisco del reparto, un toro geniudo y probón de Toros de Cortés.

Victoriano del Río bautizó como “Navegante”, homónimo por tanto del de De Santiago causante del percance de Aguascalientes.

A este “Navegante” le impuso José Tomás su voluntad de redondear una tarde sin mácula.

Invadía su terreno con la misma invariable y sosegada decisión de que venía haciendo gala, y lo obligó a obedecer la incitación de la muleta, para terminar gobernando la renuente embestida.

Con toques exactos y muletazos de redondez perfecta, los muslos como incitación y carnada a milímetros de los pitones.

Hasta transformar al áspero burel en inocente cordero.

Faena laboriosa y expuesta, estocada certera y una oreja más a su espuerta. La número once de la apoteósica tarde.

Ya la catarsis se había fundido con el éxtasis. Las piedras del viejo coliseo parecían exudar felicidad. En las apreturas de la salida, miles de radiantes rostros lo certificaban.   

Reflexión final. 

¿Qué queda hoy de la epifanía taurómaca que se vivió en Nimes la mañana del 16 de septiembre de 2012, con José Tomás como protagonista?

Francia acabó por dar a la tauromaquia rango de patrimonio cultural inmaterial.

¿Y nosotros?

¿Qué hemos hecho, la gente del toro, con un arte capaz de aunar lo casta y bravura, perfección técnica, vocación de grandeza, disposición al sacrificio, creatividad desatada, desborde emocional, irrecuperable sensación de eternidad?.

El toreo actual, la historia toda de la tauromaquia, al cierre de su siglo de oro y al borde del linchamiento social.

¿Conservan algo del significado que experimentaron esas 13 mil almas, el anfiteatro romano a su máxima capacidad, y que van a llevar siempre consigo.

Tales afortunados aparte, ¿hemos sabido reconocerle su dimensión real al toreo?

¿Y descubierto la forma de hacerla durar, fructificar, para que apuntale con firmeza el maltrecho edificio de la tauromaquia nuestra y el singularísimo arte que de él emana?

La respuesta está en el aire. El aire que aún emana de la luminosa mañana nimeña.

Alcalino toca el tema mas dramático: El toro y la pandemia

El toro. La belleza incomparable del toro. Su historia mítica, totémica, ancestral. Señor del campo y de cuanto le rodea. Animal capaz, con su sola presencia, de modelar un hábitat natural propio, sea la dehesa reverdecida o la reseca tierra de nuestro altiplano.

Trópico ardiente o gélida sabana de los inviernos manchegos. 

El toro, siempre el toro. Alerta o calmo. Solo o acompañado. Fuerza en reposo o tensión alerta. El toro, siempre el toro. ¿Habrá espectáculo más hermoso que el del toro en el campo, el toro en la plaza, el toro en la memoria perennemente fresca del ganadero, el torero, el aficionado?.

Hoy, ese toro y el santuario particular que lo rodea no son más promesa de casta en la pelea ni de arte en los ruedos del mundo, abiertos a lo inconmensurable, estación obligada de su rito sacrificial.

Con la pandemia activa y las corridas en suspenso –largo, incierto suspenso– se toro y ese hábitat tan exclusivamente suyo han caído en el limbo. 

Dicen los vaqueros, con su hálito de ruda sinceridad, que los toros reburdean hoy más de lo habitual. Que las peleas entre ellos son más frecuentes. Que tanta pasividad les sienta mal. Pienso en el toro de antes –más asilvestrado, peor atendido sanitariamente–, y lo comparo con el toro de hoy –casi mimado en su vida de príncipe heredero–.

Y pienso en los ganaderos y las cuentas que no les salen.

No es sólo que no haya corridas, y por lo tanto estén cancelados unos ingresos calculados de antemano, aunque en nuestro México ese cálculo lleve años convertido en ilusión.

Está lo que cuesta mantener en pie una cabeza de ganado –macho o hembra, añojo o semental–, sin contar lo que supone “poner” una corrida. La famosa «saca» quedó en el aire. Y el futuro de muchas ganaderías, en suspenso. 

Pero si la perspectiva es calamitosa para el ganadero –por ahí tendrían que empezar unos apoyos gubernamentales, tan hipotéticos como improbables–, si se cierne sobre cada uno de ellos la ominosa posibilidad de enviar docenas de cuatreños al matadero, y si nos encontramos ahora mismo bajo el riesgo, absolutamente real, de que muchas ganaderías desaparezcan, esta columna quiere rendir hoy contristado homenaje a cada ejemplar de la hermosísima familia toro de lidia.

El mítico animal cuya casta brava le ha ganado por siglos el privilegio de hollar la arena de las plazas de toros y pelear hasta la muerte porque en ello estriba su dignidad como individuo y su razón de ser como especie.

Y su exclusiva y libérrima forma de vida, diseñada no para el dolor sino para el esplendor de su lucha y sacrificio finales.

Esos quince minutos sagrados, incrustados entre dos eternidades.

También creo, con Carlos Fuentes, que «la fiesta de toros representa el conflicto entre la naturaleza y la voluntad humana, en el que la muerte siempre es vida… y en el que, al final, el que en verdad perece es el torero, porque el toro siempre sobrevive».

(«Ofensa y defensa de la tauromaquia», p. 195)

Que el toro es lo permanente y el torero lo transitorio. Que en esa extraña, hermosa y aleccionadora cara de la vida que es la fiesta de toros la presencia poderosa del toro es clave fundamental, puesto que sin toro no hay fiesta, sin su bravura no hay emoción, sin su nobleza no hay arte.

Puede que, efectivamente, este mundo insólito de confinados, embozados, acosados y mediatizados seres humanos, el toreo no tenga ya cabida.

A ese respecto, me atengo a las sabias palabras del inolvidable Raúl Dorra en su prólogo de la obra citada:

«… justamente porque no soy aficionado, estoy convencido, tanto como tú, de que sería triste que nuestra cultura, ya bastante entristecida, se quede sin los toros»

(íbid, p. 14).

De nosotros depende, circunstancias de por medio, que el oportunismo de politicastros y el fanatismo de los taurófobos se quede sin respuesta. Y que nuestra Fiesta –empezando por el toro de lidia– se salve.


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