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Alcalino reflexiona: ¿El toreo a la hoguera?

Alcalino reflexiona: ¿El toreo a la hoguera?. El fuego, su poder purificador y devastador, su fuerza simbólica. Esa imagen de los principales de la tribu o del clan, reunidos en torno a la hoguera, que debe estar entre los atavismos más remotos de la memoria humana.

La noche de los tiempos, iluminada por la reunión y comunión de los hombres en torno al fuego.

El segundo elemento de la naturaleza, la raíz y razón fundacional de toda cultura, la lámpara votiva. Luz que liberaba mente del hombre. Del hombre varón, porque las mujeres tuvieron que conformarse con alumbrar nuevos seres, inventar la agricultura, darle su forma y origen iniciáticos al arte.

La doble articulación del fuego

Simbólica por un lado –en tanto magia, religamiento comunitario, iluminación de cuerpos y almas–, física por otro –cocción de la presa que la suaviza y hace más sabrosa y comestible, agente todopoderoso que arrasa y destruye sin control–, quedó condensada de manera genial en Elías Canetti (Masa y poder, 1960).

Si el poder es tan temible como el fuego, no hay religión, la nuestra tampoco, que no lo haya sacralizado: así la zarza ardiente del decálogo de Abraham, las lenguas de fuego del Pentecostés, las terribles llamas del infierno.

Cercados por doquier

El lector acaso recuerde, con nostalgia, unos desafinados guitarreos corales y no pocos escarceos amorosos alrededor de una fogata.

Hogar significa «lugar donde se enciende el fuego», no puede haber un espacio habitable sin el indispensable calor de la cocina, por sencilla que sea.

Pero en manos de fanáticos, el fuego ha servido también como medio privilegiado para la eliminación de herejes y el escarmiento de remisos.

Por eso ha presidido desde antiguo esas indispensables demostraciones de poder y autoridad que son los sacrificios humanos, en versión ancestral o actual, de los  públicos autos de fe de la Santa Inquisición a los fusilamientos modernos, donde la palabra «¡Fuego!», emitida por el oficial al mando del pelotón, marca el instante en que la múltiple descarga abatirá irremediablemente al reo.

El libro en llamas

Animal simbólico por antonomasia, el hombre ha volcado su furor destructivo contra el libro.

Quizá por tratarse del objeto que mejor representa al perseguido, al diferente, cuyos textos reflejan y significan sus creencias, sus costumbres, su genio creador.

Una forma atenuada de este acto miserable consiste en negarle toda entidad a ese intruso indeseable mediante la prohibición y la censura, extendida del objeto literario a las demás expresiones artísticas.

Por esa vía se condenan películas, se clausuran exposiciones, se dictan fatwas contra autores sacrílegos.

Y siendo el libro la mejor síntesis de una cultura tanto más misterioso y abominable, cuanto menos se le conoce y lee.

Arrojar masivamente a la hoguera ediciones completas de los ejemplares anatematizados se convirtió en un rito crucial de negación del otro y de lo otro.

La muerte por delegación del símbolo perfecto de lo que debe ser odiado y maldecido, para que la ortodoxia permanezca a salvo y la comunidad preserve su pureza.

Así se perdieron, por obra del fanatismo de Cirilo y sus incendiarios seguidores, los saberes ancestrales que guardaba la mítica biblioteca de Alejandría, y así consumió miríadas de volúmenes el odio nazi, o, en la vertiente ingenua del mismo procedimiento, el cura del pueblo y demás allegados de don Alonso Quijano, que afligidos por su desatada locura redujeron a cenizas docenas de libros de caballerías, mientras dormía y soñaba con gigantes, filtros mágicos y doncellas su señor Don Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Primera parte, Cap. VI).

¿A qué extrañarnos de que el fuego de emergentes fanatismos condene hoy a los toros a su hoguera particular?


Oportunismo y zafiedad

Al tímido resurgir de las corridas en algunos puntos del sur de España, el antitaurinismo de allá respondió recrudeciendo su furor abolicionista.

No es novedad que para ello incurra en absurdos tales como convocar a masivas manifestaciones de protesta  –¡sí, masivas!–, porque en los tendidos de la plaza de El Puerto de Santa María los aficionados no respetaron la sana distancia… ! (en la arena sí: toreaba Enrique Ponce).

Y no es novedad porque su animadversión hacia la Fiesta los ha llevado a concatenar un absurdo tras otro.

Que si la lidia del toro consiste en torturar animales indefensos.

No se tomaron la molestia de consultar en cualquier diccionario el significado de la palabra «tortura», mucho menos van a indagar acerca de la naturaleza del toro bravo.

Que si su odio explícito contra toreros, taurinos y taurófilos es directamente proporcional a su amor por la naturaleza pura y virgen.

(Como si la desaparición del objeto de su furia no conllevara la de la singularísima especie toro de lidia y, con ella, del nicho ecológico donde se cría, pérdidas irreparables de biodiversidad y espacios naturales).

O que si, como pronto votarán los integrantes del cabildo municipal de Pachuca, presenciar corridas de toros siembra en niños y jóvenes semillas de violencia y maldad sin freno.

A falta de ideas propias, caricaturizar las ajenas.

Es probable que el confinamiento esté desquiciando a mucha de esa gente cuyo horizonte vital comienza y termina en las redes sociales.

Y no cabe duda que el tedio y la parálisis mental son muy malos consejeros, como parecen empeñados en demostrarlo los politicastros del ayuntamiento hidalguense, que tal vez para justificar con un golpe de efecto su inactividad, sobre todo cerebral.

Están a punto de prohibir de un plumazo la presencia de menores de edad en las corridas de toros en  la tierra natal de Vicente Segura, el millonario que en la alborada del siglo XX se hizo torero y fue también general revolucionario.

A falta de mejores argumentos, los ediles pachuqueños van a votar la mencionada iniciativa en el curso de esta semana, la pandemia como pantalla del golpe bajo.

Importa poco que el cabildo no sea un cuerpo legislativo reconocido como tal por la Constitución, pues se las arreglarán, supongo, para darle a su ocurrencia carácter de bando de policía.

Después de lo cual van a quedarse tan orondos, a resguardo en sus casas y con una falsa satisfacción de deber cumplido.

Un servidor público no debe representar mascaradas, sino dialogar con sus conciudadanos y entre sí, con la mira de mejorar las condiciones de vida de la gente.

En Pachuca, como en el resto del país y gran parte del atribulado mundo nuestro, están en espera de atención temas tan urgentes y acuciantes como la salud pública, la pobreza lacerante, el cambio climático.

Puestos a prohibir y vigilar, la comida chatarra y las bebidas edulcoradas, los ancestrales y hoy reactivados racismos y clasismos.

El uso privado de recursos públicos y las granjas de bots.

La corrupción inmobiliaria, el robo de hidrocarburos, el empleo de cancerígenos por la agricultura industrial y un larguísimo etcétera.

Como para que nos salgan ahora con que un gran paso hacia el progreso de la patria consiste en salvar a los tiernos infantes de las desalmadas escenas de tortura animal.

Que, desde la distorsionada visión de los ediles tuzos, constituyen el núcleo y la razón de ser de las corridas de toros. Sin más argumentos que el clásico «porque aquí mando yo».

Y obedeciendo a una moción de cierta ONG animalista local denominada Biofutura, A.C.

Cultura en peligro

En la mira de éstos y otros grupos abolicionistas está el fin de las corridas de toros.

Pero en un sentido amplio, su abolición acarrearía la de todo un microuniverso cultural, invisible por supuesto para la mirada miope de los taurofóbicos de cualquier latitud.

Si a estas alturas hay conglomerados que claman por la prohibición de poco menos de la mitad de las obras de Shakespeare, ese machista sanguinario irremediable.

O de películas como «Lo que el viento se llevó», y no por cursi sino porque promociona la vuelta al racismo esclavista.

Y de todo el arte políticamente incorrecto producto de siglos y milenios de creación humana.

¿Qué porvenir puede aguardarle, bajo este autoritarismo de avanzada –en realidad, de pacotilla– a todo el arte derivado de la fiesta de toros?.

¿Puede alguien decirnos qué será de la literatura taurina, y de la pintura y la escultura y la dramaturgia y la filmografía taurinas; de la hermosa imaginería, cartelería, artesanía inspiradas en las corridas de toros?.

Hay que decirlo alto y claro: lo que les espera a todos esos objetos culturales es la hoguera.

Como a los budas gigantes de Afganistán dinamitados por los talibanes, o a la biblioteca de Alejandría y la mayor parte de los códices indígenas mesoamericanos.

Por no hablar del toro bravo y de la dehesa, condenados de antemano a desaparecer por hordas de compasivos ecologistas.

De ese tamaño es el despropósito abolicionista de los Nerones contemporáneos.

Alcalino evoca a Ignacio Sánchez Mejías

No es tan raro como podría suponerse que toreros de mediana calidad se conviertan en figuras consagradas. Y nadie tan singular, en este sentido, como Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 1891-Madrid, 1934), el “valiente literato y culto banderillero”.

De vitalidad desbordante, inteligencia muy despierta y carácter fuerte y provocador, habría descollado en cualquier actividad.

Pero la vida lo condujo por la senda del toreo, que ejerció con total desprecio del riesgo, sobrada soberbia y teatral temeridad.

De hecho, su paso por la Fiesta fue apenas el segmento más visible de una existencia trepidante, propia de un hombre.

Lo mismo capaz de desafiar con las banderillas en alto a los tremendos morlacos de su tiempo, que de escalar osadamente hasta la alcoba de una duquesa o llevar a los escenarios una obra dramática de su autoría.

Ignacio Sánchez Mejías, aventurero nato.

Cuando su padre, médico de prestigio, quiso obligarlo a estudiar medicina, su respuesta fue fugarse de polizón rumbo a México, donde su hermano Aurelio administraba una hacienda en el estado de Michoacán.

Y cuando decidió hacerse matador, había debutado como peón en Morelia, y regresó a España colocado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaíto”, no dudó en cambiar capote y banderillas por muleta y
estoque.

Ni paró hasta verse doctorado por su cuñado Joselito (Barcelona, 16.03.19) aunque contara ya 28 años, y casi 29 la tarde en que el propio “Gallito” lo confirmó en Madrid (05.04.20).

Con Ignacio Sánchez Mejías alternaba José el día de su trágico encuentro con “Bailaor” (Talavera, 16.05.20): a ese nivel se había propuesto estar Ignacio Sánchez Mejías y poco tardó en codearse con Joselito y Belmonte.

Fiel a sí mismo, al retornar a México, en el invierno de 1920-21,
compartía cartel con Gaona a pesar del abismo de calidad existente entre sus toscas y arriesgadas maneras y al arte maduro y quintaesenciado de Rodolfo.

Para salvar la distancia aceitó convenientemente a la prensa adversa al Indio, y acertó a convencer a fuerza de brutales alardes de valentía a una importante fracción del tendido de sombra, que acabaría por constituirse en Contraporra, opuesta a la Porra gaonista.

Las habilidades de Ignacio Sánchez Mejías trascendieron con mucho el círculo cerrado del redondel.

Lo mismo podía hacer de gentleman que de Casanova, de deportista que de mecenas. Rico y acaso aburrido de jugarse la vida tarde a tarde, se cortó la coleta a principios de 1927, de regreso de una última campaña mexicana.

Trágica resolución. En 1934 dos veteranos ilustres, Rafael Gómez “El Gallo” y Juan Belmonte, decidieron volver a vestirse de luces.

Fue como una llamada secreta para Ignacio Sánchez Mejías, quien, sin embargo, sufrió para eliminar el exceso de peso y sólo consiguió reaparecer con la temporada ya avanzada, el 5 de julio, en Cádiz.

Estaba casi tan calvo como Rafael, pero su toreo había ganado en seguridad y aplomo, según atestiguanlas entusiastas crónicas de sus presentaciones en San Sebastián, Santander, La Coruña y Huesca.

Con tal acopio de apéndices de parte suya que hasta una pata cortó en el Chofre donostiarra.

La excepción fue La Coruña, la tarde premonitoria del 6 de agosto en que un estoque, al volar hacia el tendido en fallido descabello de Belmonte, mató a un espectador.

Y Domingo Ortega, el tercer espada, sufrió un serio accidente vial al viajar apresuradamente hacia Toledo, donde un hermano suyo acababa de fallecer.

Ignacio Sánchez Mejías toreó el 10 de agosto en Huesca y desde ahí tenía que viajar a Pontevedra, donde estaba anunciado el día 12; pero Dominguín padre, su apoderado, le avisó a última hora que torearía el sábado 11 en Manzanares, en sustitución del lesionado Domingo Ortega, por lo que debía apresurar su retorno a Madrid.

A cambio le aseguraba un buen dinero y la cuadrilla completa de Ortega, cosa que no llegó a cumplirse.

Con gran contrariedad del veterano lidiador, que había despachado anticipadamente a sus hombres con destino a Pontevedra.

El cartel de la villa manchega, dentro de su feria de San Lorenzo, quedó
integrado de esta manera:

Simao da Veiga, rejoneando los dos primeros toros, y a pie Ignacio Sánchez Mejías, Fermín Espinosa “Armillita” y Alfredo Corrochano, hijo de don Gregorio.

Toros de los hermanos Demetrio y Ricardo Ayala, divisa procedente de la ganadería de Luis Melgarejo, con simiente del Conde la Corte en cruza con hembras del Duque de Veragua.

Manzanares, 11 de agosto de 1934.

Un bistec término medio y un aromático café almorzó Ignacio en el parador en cuya habitación número 13 acababa de instalarse. Compartió mesa con Alfredito Corrochano, a quien conocía desde niño.

Más tarde se dirigió a la plaza, donde por primera vez él mismo sortearía; luego de echarle un vistazo a la enfermería, instruyó así a Antonio Conde, su mozo de espadas:

“si algo malo me pasa, que me lleven a operar a Madrid”.

Oscuros presentimientos lo asechaban.

Sacó del sombrero un papelillo con los números 16 y 32, y decidió echar por delante al 16, “el bonito” de la corrida. Un negro meano armónico y bien puesto, algo bizco del pitón derecho.

Prolegómenos.

Mientras enfundaba a su matador en un terno obispo y oro, Conde lo notó
más nervioso de lo habitual.

Preocupado por el largo recorrido Manzanares-Madrid- Pontevedra, Ignacio le pediría a Simao que dejara para el final su segundo toro.

Pero el portugués se excusó, explicándole que tenía que embarcar su cuadra de inmediato para viajar a su siguiente destino.

Desconfiaba del empresario, mas su paga llegó puntual al hotel, así que, a las cinco en punto, partían plaza las cuadrillas encabezadas por el rejoneador lusitano, quien se lució a placer con los dos primeros ejemplares de Ayala.

La cornada.

“Granadino”, el 16, hizo salida de bravo, tomó cuatro varas y acusó marcada tendencia a tablas. Mejías, una vez cubierto el segundo tercio por el peonaje, ordenó que se lo cerraran para iniciar la faena sentado en el estribo.

Fermín “Armilla” recordaría que, contrariando su querencia, “Granadino” se resistió a llegar hasta la valla y tomó el primer muletazo, por el pitón izquierdo, inconveniente sesgado, se revolvió raudo tras el segundo y enganchó al diestro por la ingle para, sin cabecear, dejarlo caer en el tercio, que quedó manchado de sangre.

En la enfermería, Ignacio Sánchez Mejías pidió a los azorados médicos locales que le taponaran la herida y lo embarcaran a Madrid. Para peor, la ambulancia se averió en el camino y la llegada a la capital se retrasó hasta bien avanzada la madrugada.

Fermín, en coloso.

“Armillita”, en el apogeo de su arte magistral, cortó esa tarde las orejas y los rabos de “Conejito”, berrendo en negro, y “Calderillo”, el quinto. Contaba Fermín que también “Granadino” era bueno, pero abrevió por respeto al compañero herido.

El joven Corrochano tuvo una actuación discreta. Y Ricardo Ayala fue llamado a saludar en reconocimiento a su magnífico encierro.

El deceso.

En el sanatorio de toreros, el doctor Jacinto Segovia, tras operarlo la mañana del 12, firmó un parte donde señalaba ya riesgo de infección y complicaciones graves.

Estas se fueron confirmando y finalmente, a las diez horas del lunes 13, Ignacio Sánchez Mejías dejaba de existir. España entera acogió con estupor la triste nueva, y tanto el velorio en Madrid como el sepelio en Sevilla constituyeron dos sucesos dolorosamente memorables.

Mecenas de la generación del 27. Hasta aquí lo relativo al episodio que puso trágico fin a aquella vida en muchos sentidos excepcional pero pasajera y corruptible, como toda existencia humana.

Sin embargo, el diestro victimado por “Granadino” iba a acceder a la inmortalidad gracias a su amigo Federico García Lorca, que le dedicó una elegía que ocupa lugar prominente en las antologías más rigurosas dedicadas a la poesía en castellano.


El famoso espada había conocido a Federico unos años atrás, cuando éste y otros poetas jóvenes preparaban un homenaje reivindicatorio a don Luis de Góngora y Argote.

Lector voraz de todos los géneros literarios, Mejías había escrito dos piezas dramáticas — “Sinrazón” y “Zayas”–, cuando topó con aquel grupo de universitarios llenos de vitalidad e ideas nuevas, empeñados en desempolvar al poeta del Siglo de Oro más críptico y desdeñado.

De inmediato apoyó el proyecto, con su prestigio social y de su propio peculio.

Seguramente, la generación del 27 habría destacado por sí misma, pero no con la presteza ni la resonancia que le brindó el desinteresado mecenazgo de Ignacio Sánchez Mejías.

Con García Lorca tuvo Ignacio Sánchez Mejías una relación particularmente entrañable.

Cuando el poeta granadino se vio solo y sin recursos en Nueva York, había acudido prestamente en su auxilio en una verdadera operación de rescate, que aprovecharía Ignacio para proponer y dictar una conferencia sobre Tauromaquia en la Universidad de Columbia, que se dio a auditorio lleno y despertó el interés de la prensa cultural neoyorquina.

Tampoco le costó mayor esfuerzo convencer a Encarnación López “La Argentinita” –bailarina de flamenco de primerísimo nivel, con quien el torero mantenía una relación extramarital— para que se integrara al grupo “La Barraca”, creado por Lorca para el rescate y difusión del folklore
vernáculo, y que habría de recorrer España en tiempos de la República.

Tales muestras de afecto no fueron en vano.

García Lorca, que como la mayoría de sus amigos poetas se había manifestado contrario a la vuelta a los ruedos de Ignacio, con 43 años.

Encima, desentrenado y con sobrepeso, sintió de tal manera la muerte del amigo que, transido de dolor, terminaría por legar a la posteridad su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, pieza cumbre de la poesía elegíaca en castellano, sólo comparable a las “Coplas” dedicadas por Jorge Manrique a la muerte de su padre cinco siglos atrás.

No repetiré aquí los versos más conocidos de la elegía lorquiana, a la que el lector puede acceder fácilmente, con tiempo para leerla, releerla y saborearla a su entero gusto, como la genial obra de arte que es.

Todavía hay quien asegura que si Ignacio hubiera seguido vivo cuando el estallido de la guerra civil española, su poderosa influencia entre altos mandos del ejército rebelde habría salvado a Federico de ser asesinado por los fascistas en las cercanías de su Granada.

Con el poeta fueron sacrificados un maestro de escuela, Dióscoro Galindo, y dos modestos banderilleros, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Era la noche del 17 de agosto de 1936, dos años y cuatro días después de la tragedia de Manzanares.

¿Fracasó Manolo Martínez en España?. Horacio Reiba, Alcalino, desvela la incógnita

Cuando llegó el mes de agosto de 1969, Manolo Martínez llevaba sumadas 17 corridas en España. En su primera campaña europea había enfrentado ya ganado de procedencia Ibarra-Parladé, Santa Coloma, Conde de la Corte, Murube, Carlos Nuñez, Domecq, Atanasio.

Y se puede decir que, superada la relativa incertidumbre del primer contacto, circulaba como sobre rieles su familiarización con los encastes y públicos hispanos, según puede deducirse de unos resultados crecientemente halagüeños.

Hasta el sector más duro del periodismo, notablemente escéptico al principio, empezaba a reconocerle la categoría de primera figura que llevó a Manolo «Chopera», su exclusivista, a colocarlo en los carteles estelares de las ferias a partir de su debut en Toledo el jueves de Corpus, con Antonio Ordóñez Paco Camino como alternantes (05-06-69), terna que iba a repetirse hasta cinco veces ese año.

El anuncio de que, durante el mes de agosto, no dejaría de torear un solo día, confirmaba que ni el torero, ni el avezado taurino donostiarra habían fallado.

Al cierre del 31 de julio, en Barcelona, llevaba cortadas el de Monterrey 19 orejas y un rabo.

De entrada, empezó a plantearse por público y prensa una incipiente competencia entre Paco Camino y el recién llegado. El pique había nacido par de años atrás en América del Sur, al coincidir ambos en varios festejos parejamente triunfales.

Para aderezar el guiso, aparecieron en prensa unas declaraciones de Camino restando toda importancia artística a Manolo Martínez, que acababa de obtener el trofeo de la Feria de Quito en diciembre del 68.

En Toledo, Camino cobró cuatro orejas por dos del mexicano; al día siguiente, en Granada, Manolo Martínez emparejó el marcador.

Y en las corridas de San Jaime, en Valencia, el de Camas, con un rabo en su haber, superó de nuevo a su osado retador, que sólo consiguió pasear dos auriculares.

Como en su siguiente fecha valenciana sufrió el camero una distensión quedó descabalgado de la feria malagueña, que anunciaba un nuevo choque entre ambos.

Manolo Martínez se presentó en Málaga el 4 de agosto, con Diego Puerta y Miguel Márquez, cortando una oreja; y al día siguiente hacía el paseíllo flanqueado por Santiago Martín «El Viti» y Antonio Ordóñez, éste en sustitución de Camino. Un reemplazante de lujo.

Por cierto, para la otra fecha del de Camas, el viernes 8, el mexicano ocuparía su lugar.

Precioso marco, memorable corrida

La Malagueta es una plaza muy particular. Su público, alegre y bien dispuesto, se caracteriza sin embargo por catar el buen toreo con paladar fino dentro de un ambiente muy sugestivo: balconería engalanada, con coloridos tapices y mantones bellamente bordados, acústica que hace sonar como música celestial los acordes de una banda formidable.

Y como complemento, el rojo y blanco de la contrabarrera y el adorno de las mujeres más bellas de España.

Mas ese hecho que los habituales a las ferias tienen bien observado: al nivel del mar –de Valencia a Almería y sin excluir a la Barcelona anterior al zarpazo abolicionista–, los triunfos suelen ser más frecuentes que en los cosos de tierra adentro, quizá por disponer las reses de un aire rico en oxígeno que les permite resistir mejor las exigencias de la lidia.

Y como el toro de Málaga está en consonancia con el grato entorno, y las empresas siempre tuvieron buen gusto para armar sus combinaciones, raro es el año que la feria de agosto deja de colmar de satisfacciones a toreros, ganaderos y aficionados.

La de 1969 no iba a ser la excepción. Manuel Martínez Ancira, con el sabor de su faena triunfal de la víspera, vio cómo Antonio Ordóñez le cortaba la oreja al primer ejemplar de María Pallarés, El Viti las dos y el rabo del segundo, por faena de “gran hondura y austera belleza”, según pudo leerse en «El Ruedo».

Al anunciar los clarines la salida del tercero, la cosa se le presentaba cuesta arriba al diestro de ultramar. Pero sería el inicio de su tarde más redonda en España.

Testimonios

A estas alturas, la reticencia de ciertos conspicuos escribientes estaba siendo vencida por el buen arte y los logros concretos del mexicano, reconocido ya como uno de los protagonistas de la temporada.

Incluso Vicente Zabala, muy crítico con Manolo Martínez, estaba dando su brazo a torcer (cosa que al cabo del tiempo acabaría desconociendo… pero esos son otros jueves).

Por lo pronto, el corresponsal en Málaga de «El Ruedo» condensó en pocas pero significativas líneas la gran actuación del torero de Monterrey.

«Ha confirmado la estupenda impresión dejada en la corrida anterior. Muletero excepcional, que torea en reducido espacio de manera florida y variada, con mando absoluto, con preciosismo que no se aparta de lo clásico y con estética de nítido relieve.

Fuertes ¡olés! fueron jalonando sus muletazos mientras se sucedían las ovaciones. Certero con la espada, a estocada por toro, le fueron concedidas cuatro orejas y dos rabos, y recorrió la periferia varias veces para corresponder a los homenajes de un público enardecido. Al final fue aupado en hombros y paseado así entre grandes ovaciones».

(Revista «El Ruedo», 13 de agosto de 1969; crónica de José María Vallejo).

Antológica corrida

El estupendo encierro de María Pallarés continuaría dando buenos motivos para el disfrute de los tres alternantes y la afición malagueña.

Manolo Martínez funcionó además como un poderoso catalizador para que Antonio Ordóñez forzara la máquina en el siguiente toro hasta cuajar una de sus mejores faenas de la temporada.

Así la describió el propio cronista de «El Ruedo»:

«Se vio, cuando tomó la muleta y la espada, que iba a por todas. Ayudados en tablas, adelantando la pierna y llevándose al toro hasta terreno más desahogado. Y una vez allí, una cátedra de toreo: redondos completos, cites de frente con el trapo rojo en la izquierda, naturales de auténtico lujo, alegrando al bicho… pases de antología mientras la plaza crujía de entusiasmo.

Se despojó de las zapatillas y fue subiendo de punto su extraordinaria faena, una de las mejores que se han realizado en la Malagueta… Pinchazo en lo alto y estocada que tumbó al toro patas arriba. Orejas y rabo».

El Viti encontró menos toro en el quinto pero estuvo muy torero y al final dio una vuelta al ruedo.

Manolo Martínez, según quedó dicho, cuajó al sexto a igual o superior nivel que a su primero, reincidiendo en el corte de los máximos apéndices.

Antes, a la muerte del cuarto, Antonio Ordóñez, había invitado a sus alternantes a recorrer juntos el anillo para que el público tuviera ocasión de homenajearlos a los tres.

Apoteosis compartida

«Sacó (Ordóñez) a sus compañeros al ruedo, también al mayoral, y los cuatro, mientras sonaba la música, recorrieron el ruedo donde tan bella página de la historia del toreo había sido escrita… Ha sido la mejor corrida en muchos años».

(Idíbid).

Naturalmente, hubo salida en hombros tumultuosa. Pero a los tres días, cuando se repitió el cartel, el único que abrió la puerta grande, con las orejas del sexto de Salvador Domecq, fue «El Mejicano de Oro» (sic), porque Ordóñez y El Viti se fueron en blanco.

Triunfos y cornadas

Manolo Martínez continuó su apretado periplo agosteño en plan triunfal.

En San Sebastián, Vicente Zabala tuvo que reconocerle autor de una faena «de temple mexicano», con un toro de Antonio Pérez Tabernero, que dejó atrás el valor de Diego Puerta y el arte de Paco Camino; tras un pinchazo, sólo paseó una oreja por capricho de un presidente cuyo antimexicanismo estaba bien acreditado (14-08-69).

Y llegó Bilbao, la gran cita del norte, otra vez encartelado con Ordóñez y Camino, toros de Osborne (20-08-69). Muy seguro de sí, el de Monterrey se plantó resuelto ante el burraco «Caramelo», tercero de la tarde, geniudo y reservón, y estaba redondeando una faena sorprendente cuando el de Osborne se revolvió de súbito al final de un derechazo, lo prendió por el glúteo y se infirió seca cornada. 

Manolo Martínez no quería dejar la arena, y tras estoquear al morlaco había lanzado ya varios golpes de descabello cuando le faltaron fuerzas para continuar.

Aparentemente, un simple contratiempo, porque en cuanto pudo, incluso con la herida abierta, prosiguió su campaña en tono parecidamente triunfal.

Tampoco lo detuvo la posterior cornada de Murcia (dolorosa pero leve: 07-09-69), y estaba teniendo un septiembre pletórico –cuatro orejas y dos rabos en Aranda de Duero (16-09-69), cuatro auriculares en Talavera (23-09-69)– cuando su tocayo Chopera le pidió cerrar su temporada como refuerzo de un cartel flojito en Cáceres con toros de Pérez Valderrama.

Y su tercera cornada, al entrar a matar, no sólo fue la más grave sino que a punto estuvo de gangrenarse, pues los médicos locales dejaron una trayectoria sin explorar.

Sobrevino para Manolo un verdadero calvario, y aunque el doctor Máximo García de la Torre le salvó la pierna al reoperarlo en Madrid, un nuevo percance antes de terminar el año, en Caracas (23.11.69), seguramente puso a meditar al regiomontano.

Denuncia y renuncia

La segunda campaña española de Manolo Martínez –marcada por su fracaso en San Isidro 70–, quedó trunca por decisión propia, ante lo que consideró reiterados incumplimientos de las empresas y orquestadas zancadillas del medio. Ya sólo torearía en la península dos corridas sin mayor historia –Marbella (20-10-74) y Sevilla (19-04-78)–.

Algo hubo de lo denunciado, pero personalmente nunca he dejado de atribuir su implícita renuncia al efecto mental de aquellos cinco percances en sólo nueve meses, incluidos dos en Venezuela.

Esta hipótesis cayó muy mal entre el martinismo y el torero nunca la admitió, demasiado soberbio para reconocer cualquier tipo de flaqueza.

Aclarando paradas

Hay que desmentir, empero, la extendida conseja de que «Manolo fracasó en España porque no pudo con el toro de allá».

No se puede llamar fracaso a una campaña de 48 corridas –la exclusiva inicial de Chopera era por 25–, en las que cortó 59 orejas y cinco rabos.

Sumadas todas sus presentaciones en la península y Francia, el de Monterrey obtuvo, en 64 tardes, 71 apéndices auriculares y seis rabos, cuatro entre Málaga y Aranda, uno anterior en Santander y el último en Ondara (14-08-70).

Por cierto, en Francia actuó nueve veces y su cosecha allí ascendió a 17 orejas.

En ninguna ocasión dejó de tocar pelo y pisó los cosos más emblemáticos del país –Nimes, Mont-de-Marsan, Dax, Frejus, Beziers, Bayona–. Fue un favorito efímero pero real de los públicos galos.

Manolete, en la mirada del maestro Horacio Reiba, Alcalino

Manolete y Chicuelo

La carrera de Manolete, ya como figura eje del toreo de su tiempo, la dividió claramente en dos etapas su paso por México. Entre la fecha de su presentación en El Toreo de la Condesa (09.12.1945) y la de su muerte (Linares, 29.08.47).

Participó en 38 corridas en territorio mexicano –más otras 16 en América del Sur– y apenas 22 en España. En la temporada europea de 1946 solamente toreó en su país la corrida de Beneficencia
(19.09.46).

Y su última campaña allí la inició tardíamente (22.06.47) y con más ganas de acabar pronto que de reasumir el mando de la Fiesta.

Un movimiento hostil de gran intensidad, orquestado desde lo oscuro, convertiría sus postreras actuaciones en un verdadero suplicio. Del que paradójicamente lo liberó “Islero”, el trágico miura de Linares.

Manolete y Madrid… Madrid y Manolete.

Naturalmente, Las Ventas fue una plaza clave para el Monstruo de Córdoba. Desde su confirmación por Marcial Lalanda, en corrida que la lluvia dividió en dos (15 y 17.10.39), su arte fue reconocido, aclamado o discutido por la cátedra madrileña a lo largo de las 26 tardes que ahí toreó, con los vaivenes y las exigencias naturales a una máxima figura.

Mas cuando se encontró con “Ratón” –el célebre sobrero de Pinto Barreiro–, el cónclave venteño no dudó en consagrarlo como el torero de la época (06.07.44), apoteosis simbolizada por la frase del Conde de Foxá: “Dios, no nos lo merecemos”.

Ese año sumó en España 92 corridas, la cifra más alta de sus siete años de matador: no era su meta amontonar fechas ni romper marcas, pero tampoco los percances –cuando menos uno por temporada—se lo hubieran permitido.

Su balance final, en plazas de Europa y América, es de 509 corridas y 46 novilladas.

Como simple curiosidad conviene recordar que la primera aparición en Madrid del imberbe y desconocido novillero Manuel Rodríguez Sánchez –anunciado erróneamente como Ángel Rodríguez “Manolete”– se produjo en 1 de mayo de 1935 en Tetuán de las Victorias; y quiso la casualidad que uno de sus alternantes fuera el mexicano Silverio Pérez, a cuyo lado brilló intensamente durante su breve pero memorable etapa mexicana
(cartel de cuatro espadas el de Tetuán –con utreros del hierro de Esteban Hernández–, completado por el orizabeño Liborio Ruiz y el hispano Félix Fresnillo “Varelito Chico”).

De la Beneficencia del 46 a la campaña de 1947.

A la vuelta de su primer periplo por América, que dejaría huella imborrable en su ánimo y en su historia, Manolete se hizo el propósito de tomarse un año sabático sin torear en España, a fin de reordenar mente y estrategias de cara al futuro.

No obstante, participó en la corrida de Beneficencia del 9 de septiembre en Madrid, al parecer por “sugerencia” expresa del dictador Francisco Franco.

Es sabido que con el cartel prácticamente cerrado, Dominguín padre se apareció por la sede de la Comunidad madrileña para ofrecer la participación de su hijo Luis Miguel, reforzando la solicitud con un generoso donativo (en ese tiempo, en corridas benéficas los toreros no cobraban ni un duro).

De modo que aquel jueves partieron plaza en Las Ventas el rejoneador Domecq y los diestros Gitanillo de Triana, Manolete, Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, que si a números vamos fue quien llevó el gato al agua al cortarle tres apéndices al mejor lote de Carlos Núñez.

Claro que Manolete no se fue sin obsequiar a los madrileños una faena de las suyas, la que le valió las orejas de su segundo astado.

El guante lanzado por Luis Miguel no pasó inadvertido, aviso y preámbulo de lo que sería, a los pocos meses y estando Manolete por segunda vez en México, la ruptura del Convenio hispanomexicano, por intrigas dirigidas por su padre a romper la hegemonía de la dupla Manolete-Carlos Arruza, con el consecuente asalto del menor de su dinastía al puesto que ambos ocupaban.

Manolete iba a vivir bajo esa tensión su campaña de 1947. Sangriento adiós.

Para la corrida de Beneficencia del 47, la municipalidad madrileña volvió a recurrir al gancho infalible de Manuel Rodríguez como base de un cartel en el que volvió a figurar su compadre Rafael Vega “Gitanillo de Triana” y como complemento Pepín Martín Vázquez, artista joven en pleno florecimiento.

Con toros jerezanos de Fermín Bohórquez, la corrida se programó para el miércoles 16 de julio.

Gitanillo hizo un esfuerzo no demasiado convincente por contrariar la idea, cada vez más arraigada, de que su constante presencia en los carteles del Monstruo obedecía a imposición de éste.

Pero como era de esperar, todas las miradas se enfocaron, ávidas, en Manuel Rodríguez y lo que de su capote, su muleta y estoque pudieran emanar, presionado como estaba por prensa, públicos e interesados agoreros.

Manolete vio cómo su primer toro era protestado por chico, pero supo sobreponerse. Y al sobrero, de Vicente Charro –negro lucero y algo soso—, le cuajó una faena empeñosa, de menos a más, basada en su aguante y temple legendarios.

Y aunque pinchó tres veces lo llamaron a dar la vuelta al ruedo, imponiéndose los aplausos a los gritos de los discrepantes.

El último toro que Manolo lidiaría en Madrid fue “Babilonio”, de Bohórquez (negro, con 492 kg), carente de clase y con tendencia a puntear.

Dispuesto a imponerse al enrarecido ambiente, Manolo planteó su faena en los medios y fue encelando al burel en el engaño hasta conseguir ligarle tandas muy meritorias por ambos pitones.

La cornada, en el curso de un ceñido derechazo, fue casi imperceptible, pues no hubo derribo y el torero, imperturbable.

Continuó la serie, mientras la sangre emanada del muslo izquierdo le iba tiñendo la media hasta la zapatilla.

Cuando la pierna dejó de responderle, exigió que le llevaran la espada de verdad, cuadró rápidamente al toro y se volcó en el volapié.

Antes de caer en brazos de las asistencias bajo una clamorosa ovación de reconocimiento.

Que se tradujo en la concesión de dos orejas, últimas de la veintena de ellas que cortó en Madrid.

Crónica de “Giraldillo”.

“En cuanto al cordobés, lleno de gloria y fortuna, figura que siendo de plena actualidad ya tiene calidad de histórica, su gesto de torear gratis debe ser tomado muy en cuenta como ejemplar… Y con ganado con la presencia debida… Ayer venía en gesto, un poco amargo del que lo tiene todo hecho y es juzgado como si aún tuviera algo por hacer.

El gesto comenzó en torear gratis y concluyó con el caro y honroso estipendio de una cornada… Ya herido, prosigue la gran faena… Hay en la plaza una emoción honda. Todos reaccionan contra el grito disidente… Manolete se impone. Está solo, en el centro del ruedo, y no deja que nadie se acerque a él. Se perfila, y surge el gran matador que fue olvidado por el muletero genial. Viene la gran estocada… Manolete ya no puede sostenerse, y cuando el fiel Guillermo le ata un pañuelo en la pierna herida, cae en brazos de las asistencias… A la enfermería le llevan las dos orejas, que son concedidas por aclamación unánime… A Manolete, para recordarle quién es no hay que gritarle.

En la cumbre, él sabe que hay que jugárselo todo a la cara o cruz de su destino de torero impar. Que, además, sabe ofrendar su sangre y aguantar el dolor».

(ABC, 17 de julio de 1947).

Un texto con sabor a ensayo para muerte que le aguardaba 40 días después, en Linares.

Efímera apoteosis.

La presencia imperial de Manolete y el drama de su triunfo y cornada, distrajeron la atención del protagonista artístico de la tarde.

Un sevillano con apenas 19 años llamado Pepín Martín Vázquez.

Cumplía Pepín como muy pocos la excepción a la regla consabida, al reunir en su toreo “el arte de los que no tienen valor y el valor de los que no tienen arte”.

Artista con sello y clase para dar y prestar, parecía llamado a grandes
cosas.

Pero el toreo es impredecible. Y le arruinó el futuro una cornada a destiempo, gravísima, que le arrebataría el sitio, el valor y las ilusiones. Ocurrió muy poco después (Valdepeñas, 09.08.47) de que “Giraldillo” describiera así sus dos faenones de esta tarde.

“¿A dónde va a llegar Martín Vázquez? –me preguntaba un aficionado–.

Pues adonde está, a la primera línea –le respondo–, con categoría de figura en su gran temporada…

Apartado de los grupos en que, para mal de la Fiesta, están divididos los toreros, viniendo a Madrid una tarde y otra, aceptando toros mansos e indeseables, se ha hecho figura… Ayer se consagró en Madrid.

Consagración del arte juvenil, gracioso y bravo… Ya se había revelado en su primer quite, que fue la ovación primera de la tarde, cuando al salir el tercero, con muchos pies, supo cogerlo de largo con unos lances, asombro de arte y valor.

Y vino el quite primoroso, jugando el capote por la espalda con la gracia de unas alas… faena abierta con un pase cambiándose la franela por la espalda para ligar seis naturales soberanos…

En el centro, torea sin ayuda de la espada, que arroja al suelo, y así le vemos otra serie de seis naturales que cierra con uno de pecho, formidable…

Hay un pase afarolado con las rodillas en tierra. El público, puesto en pie, sigue enardecido la faena, llena de color y bravura.

Entrando con mucho coraje da la estocada, contraria… Descabella a pulso y concédesele la oreja, que el público quiere que sean dos… El sexto, descarado de pitones, acusó mal estilo y desarmó en banderillas… Y este torero tan joven nos recordó a los toreros antiguos…

Los ayudados por bajo, cargando mucho el castigo… Para sacarlo más allá de los medios, y darle distancia en el desafío, de espalda al toril…

Un trote muy lento alarga la angustia de los espectadores, y consigue así dos naturales impecables, y luego tres más, que remata con el pase de pecho, soberbio.

Molinetes, adornos y una gran estocada. Rueda el toro y Martín Vázquez corta otra oreja. En triunfo y a hombros deja la plaza… La gracia y el valor en equilibrio triunfaban, calle de Alcalá arriba… para mí no ha sido una sorpresa”

(Ibídem).

Con el triunfo de Pepín Martín y Manolete en la enfermería se cerraba una tarde marcada por una paradoja siniestra, pues la luz de la eufórica salida en hombros del sevillano muy pronto sería eclipsada por una doble tragedia: la suya y la del Monstruo del toreo.

Para perdurar tan solo en la pequeña historia del cartel y la tarde aquí rememorados.

MANOLETE, heroico, rumbo a la enfermería; PEPÍN, apoteósico, gran natural y enorme el de pecho

Arruza, ese personalisimo torero

HORACIO REIBA, ALCALINO

Ocho años duró la suspensión del intercambio de toreros entre México y España. En ese largo ínterin, la torería nuestra alcanzó su mayor esplendor, mientras la guerra civil destrozaba a España y, de entre los escombros, surgía “Manolete”, en primerísimo lugar, y otros toreros tan considerables como Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida.

Marcial Lalanda, artífice del boicot de 1936, se despedía a finales del 42, y Domingo Ortega, sin perder un ápice de su personalidad, vio cómo su toreo recio y dominador desmerecía ante los utreros sobrevivientes a una contienda feroz que acabó con muchas ganaderías.

En 1944, la empresa de El Toreo, operada por Antonio Algara con Maximino Ávila Camacho como poder tras del trono, decidió que era tiempo de promover el regreso de los españoles.

Y voluntarioso como era, el hermano del presidente de la república despachó a Algara a España con la encomienda de negociar lo que fuera necesario.

La fórmula propuesta consistía en una reparación:

que el intercambio se reanudara con la vuelta de los mexicanos a las plazas de donde se les había expulsado, en justo anticipo del retorno a México de diestros españoles.

Así se llegó a la firma del primer Convenio entre los sindicatos taurinos de ambos países; la contraparte ibera se aseguró en él que sólo viajaran a la península espadas aztecas con un mínimo de tres contratos en la bolsa, limitante que no existía en los tiempos del boicot del miedo.

Sólo restaba elegir al mexicano que sellaría, en la plaza de Las Ventas, el anhelado concordato.

¿Cómo? y ¿porqué Arruza?.

Carlos Ruiz-Arruza Camino (México DF, 17.02.1920-La Marquesa, 20.05.1966), hijo de españoles pero mexicanísimo en su trato, sus costumbres y su toreo, se encontraba en Lisboa cuando le avisaron, con pocos días de anticipación, que era el elegido para participar en la corrida madrileña del martes 18 de julio de 1944.

Entre los nombres que se habían barajado quedaron dos finalistas: Fermín Rivera y el propio Carlos. Y Algara le indicó a la empresa que Arruza era el más afín, incluso por su origen criollo, a los gustos del aficionado hispano.

Así fue como entró en el histórico cartel.

Mucho se ha escrito –y Carlos Arruza lo recordaría siempre—acerca de las vicisitudes del apresurado viaje desde Portugal, la demora para que el sastre al que acudió terminara su vestido de torear.

Al grado que se estaba enfundado en una taleguilla prestada por el mismísimo Manolete cuando llegó al hotel el terno celeste y oro con el que partiría plaza hora y media después, y también sobre sus temores a ser violentado, dentro o fuera del coso, por toreros españoles contrarios a la firma del Convenio.

Nada de esto sucedió y, por el contrario, una prolongada ovación saludó la presencia del cavaleiro portugués Simao da Veiga y las cuadrillas encabezadas por el caraqueño-sevillano Antonio Bienvenida, el mexicano Carlos Arruza y el toledano Emiliano de la Casa “Morenito de Talavera”.

Los toros salmantinos de Vicente Muriel pesaron entre 415 y 482 kilos en pie: una corrida ni más chica ni más grande que las que se acostumbraba lidiar por entonces.

Simao, de largo magisterio como rejoneador, fue muy ovacionado al abrir plaza. El sobrio y elegante Bienvenida dio vuelta al ruedo en sus dos toros. Morenito de Talavera no pasó de discreto.

Y el desconocido mexicano ofreció un concierto banderillero de tal magnitud que la plaza era un frenético tremolar de pañuelos durante el segundo tercio del cuarto toro, algo jamás visto ni repetido en Madrid; los cuatro pares de su antológico recital banderillero precedieron a una faena de gran emotividad, por su entrega y torerismo, que se premió con las dos orejas.

Y, al final, con una tumultuosa salida en hombros.

Impresiones y recuerdos.

En sus memorias, aparecidas en la revista mexicana Tiempo –que dirigía Martín Luis Guzmán—Arruza refiere con sencillez sus sensaciones del día del debut.

Señala que, excepto en banderillas, se sintió incómodo y nervioso con el toro de la confirmación, bronco y huidizo; y que en el cuarto, luego del formidable escándalo del segundo tercio, anduvo como entre nubes hasta que se vio con las orejas del toro en las manos, entre el entusiasmo del público y la euforia incontenible de los suyos.

Ahora bien, ¿cómo vio la crítica hispana su debut?

“Giraldillo” (Manuel Sánchez del Arco)

Cuarto– Chorreao en verdugo. Arruza da unos lances, parando en la ejecución. Cuatro varas con una caída… Arruza torea con el capote a la espalda. Antonio por chicuelinas y Morenito a la verónica… Ovaciones a los tres. De nuevo toma las banderillas el mejicano. Dos pares, llegando a la cara de manera sencillamente formidable.

Los palos quedan en las péndolas. (Ovaciones). Cuarteo otro, monumental, y previo permiso, pone un par más reuniéndose con el toro de manera fantástica… la gente comienza a pedir la oreja. Arruza brinda a sus compañeros, Antonio y Morenito. Cinco pases con la izquierda, ajustándose mucho. (Olés). Sigue toreando al natural, y hay unos pases de pecho de gran valor.

En cuanto el toro se cuadra, entra muy recto y mete todo el estoque, saliendo rebotado. El toro rueda sin puntilla. (Ovación muy grande, vuelta al ruedo, entusiasmo y oreja)… El público madrileño le ovacionó clamorosamente lo mucho que hizo como banderillero, lo que mejor le hemos visto.

Llega y cuadra con arrojo y elegancia. Muleteo bien, valeroso, aunque sin la plasticidad de la moderna escuela española, tan depurada y excelsa, y mató con seguridad… En suma, un gran torero, que nos mostró que en México vive la fiesta española, vida que es continuidad de la nuestra…”

Peso de los toros: 415, 416, 420, 482, 481 y 436 kilos.

(ABC, 19 de julio de 1944)

 “K-Hito” (Ricardo García

“Los que hemos seguido paso a paso la evolución de la fiesta en los países hispanoamericanos, singularmente en México, donde el toreo ha logrado un esplendor magnífico, esperábamos el éxito de Carlos Arruza y sabíamos que es un torero largo y florido, un rehiletero asombroso, un lidiador con la muleta eficaz y valiente y un estoqueador fácil y seguro.

Durante los ocho años sin intercambio entre toreros mexicanos y españoles, se ha operado aquí una verdadera revolución en la lidia de reses bravas. Es un afán de depuración y, en un sentido loable, de superación, donde se ha desarrollado, cabe decir, el culto al pase natural. Se torea casi exclusivamente al natural y se cuentan los milímetros que separan el cuerpo del torero del pitón del toro.

Arte parsimonioso, rítmico, que ha ganado en calidad lo que ha perdido en cantidad. Esta escuela, que puede llamarse cordobesa, la consideramos la quintaesencia del toreo. Sería pretensión absurda tratar de situar a Carlos Arruza en esta escuela tan nuestra que acaba de conocer… Carlos Arruza es nada menos que eso que hemos dicho. Y basta…. Con ser todo eso, con manejar el capote maravillosamente, con valerse bien de la muleta y con la facilidad para matar a los toros por las agujas, donde radica su extraordinario mérito es en la suerte de banderillas.

Sólo el esfuerzo de Pepe Bienvenida nos hablaba aquí del segundo tercio, que Arruza ha revalorizado ante el público de Madrid. Así, llegando y cuadrando, levantando los brazos al clavar, baderilleaban Fuentes y Blanquito, Gaona y Facultades… Los pares de Arruza, por su factura, por su precisión, fueron asombrosos.”

(Dígame, semanario. 23 de julio de 1944).

Puntos sobre las íes

Evidentemente, K-Hito presume de más: ¿que lo sabía todo sobre lo que ocurría con el toreo en México, incluida la ignorancia del “culto al pase natural” operado en la península a partir de Manolete? ¡Como si no existieran Armilla, Garza y Silverio, vaya! Ambos cronistas ponderan, eso sí, la grandeza de los segundos tercios de Carlos Arruza al hacer su presentación en España.

Pálido anuncio de lo que se venía, cuando la crítica hispana en pleno no dudó en aclamar a Carlos de manera unánime.

Ah, y las fotografías lo muestran con las dos orejas del toro de su apoteosis y no solamente con una, como lo reportaron algunas crónicas por quién sabe qué motivos.

Claves evolutivas de Arruza

Carlos y su hermano Manuel empezaron su andadura como becerristas bajo la tutela de Samuel Solís, contemporáneo de Rodolfo Gaona y discípulo, como el leonés, de Saturnino Frutos “Ojitos”.

Manolo –nacido en Madrid y víctima, muy joven aún, de un accidente mortal—apuntaba hacia un estilo de severidad castellana. Carlitos, en cambio, derrochaba alegría por los cuatro costados. Pero no una alegría andaluza, sino la pícara del capitalino amiguero y relajiento que fue, inquieto de temperamento, de despierta inteligencia y carácter tenaz.

Sobre esas pautas se fue desarrollando un torero dominador sin drama, con arrebatos de risueña valentía. Así era cuando “Armillita” le dio la alternativa (Toreo, 01.12.40) y por ahí continuó durante las temporadas siguientes, de triunfos frecuentes pero discretos, pues aún carecía de un sello rotundamente propio que lo equiparara con las figuras señeras de la época de oro.

Y entonces vio torear a Manolete. Y nada menos que como alternante suyo (Lisboa, 04.06.44).  Quedó Carlos profundamente impresionado con el estilo del cordobés: “O invado sus terrenos o no tengo nada que hacer aquí”.

Y en cuanto pudo dio ese paso adelante –pero cruzándose—que no sólo electrizó a los públicos, lo distinguió del Monstruo y le permitió competir con él al tú por tú. De paso indujo a un errático José María Cossío a llamarlo “torero deportivo”; un arrebato a la mexicana –basado en su poderío natural, una audacia jovial y una irrefrenable pasión de mando— que la crítica tardó en captar pero la afición española notó y aceptó de inmediato.

Algo de eso está ya reflejado en los textos repasados, pero sin que avizoraran sus 108 corridas de 1945.

La madurez del Arruza inmortal –poderoso, largo, emotivo, alegre y personalísimo—llegaría con el tiempo hasta culminar a principios de la década del 50. De sus andanzas finales, a caballo y a pie –que fue como lo conocí y me maravilló, en pleno auge de El Cordobés—ya habrá ocasión de platicar en la historia del cartel correspondiente.

Pañuelos blancos al banderillear… Y dos orejas

La grandeza de Rodolfo Gaona. Por Horacio Reiba,“Alcalino”

Horacio Reiba, «Alcalino»

De Rodolfo Gaona Jiménez (León, Gto. 22/01/1888 – México DF, 20/05/1975) puede decirse que, como Julio César en las Galias, a España llegó, vio y venció.

Y eso que no había encontrado un acceso fácil, al grado que “Ojitos”, su mentor (Saturnino Frutos, notable banderillero de “Frascuelo”, llegado a México con el atenqueño Ponciano Díaz), tuvo que organizar la alternativa de Rodolfo en la placita de Tetuán de las Victorias (31/05/1908), tras convocar a la crítica madrileña en pleno a un peculiar examen a título de suficiencia en Puerta de Hierro, otro coso, como el de Tetuán, medio perdido en un suburbio de la capital española.

A lo largo de trece temporadas consecutivas y una breve coda (1908 a 1920 y 1923), Gaona toreó en la Península 645 corridas.

Para 1915 estaba en el cenit de su carrera, y sin embargo quedó fuera de la feria de Sevilla, del abono madrileño y de otras plazas señeras.

La paradoja  tenía nombre, apellido y dinastía: José Gómez Ortega “Gallito”.

El todopoderoso José

Contaba “Gallito” con solamente 16 años y 141 días cuando tomó la alternativa de manos de su hermano Rafael, «el divino calvo» (Sevilla, 28/09/1912).

Auténtico superdotado, había causado sensación desde becerrista, y al arribar al escalafón mayor le declaró una guerra sin cuartel a Ricardo Torres “Bombita”, a quien culpaba de obstaculizar sistemáticamente a Rafael “El Gallo”.  

En realidad, el ímpetu de Joselito barrió con toda la generación saliente y en medio de ese empeño quedó Rodolfo Gaona, justo cuando apuntaba a lo más alto,

al contrario de los declinantes “Bombita”, “Machaquito” y Vicente Pastor, representantes de una tauromaquia ya en desuso.

Los dos primeros se cortaban la coleta a finales de la temporada de 1913, en la que el mexicano participó en 53 funciones, para subir a 64 al año siguiente.

Despuntaba la edad de oro, protagonizada centralmente por “Gallito” y el recién doctorado (16/10/13) Juan Belmonte.

Un contexto complicado 

Inocultablemente, Gaona era tan completo como Joselito en los tres tercios, tan templado como Belmonte en el manejo de las telas,

y pese a su ánimo desigual, más elegante y cadencioso que ambos.

José, que no dejó de captarlo, en la temporada del 15 impuso a las empresas una condición que excluía al Indio sin necesidad de mencionarlo:

sólo aceptaría como alternante más antiguo que él a su hermano Rafael.

Indirectamente boicoteado, Gaona sólo actuó ese año en 35 festejos, lejos de los 102 de “Gallito” y los 79 de Belmonte. La imposición de José relegó también a Vicente Pastor, y hasta segundones como Curro Posada y Saleri II sumaban más corridas que el mexicano.

Sin embargo, José tuvo que alternar con Gaona en nueve ocasiones, dos de ellas en la feria de Pamplona, que constó ese año de tres festejos y, aún sin el atractivo de los encierros mañaneros  que posteriormente le darían fama universal, era la llave de acceso al norte y revestía indudable importancia.

Así que el jueves ocho de julio de 1915 partían plaza en el antiguo coso pamplonica las cuadrillas encabezadas por:

Rodolfo Gaona, Serafín Vigiola “Torquito” y José Gómez “Gallito”, para lidiar toros de Concha y Sierra.   

La tarde del par de Pamplona

Los revisteros de renombre no viajaban entonces de feria en feria, y los diarios de Madrid sólo incluían breves reseñas de los festejos foráneos, en forma de relatos cronológicos poco explícitos y no demasiado confiables.

Reproduzco completa la lidia del abreplaza “Cigarrito”, al que corresponde el célebre par de Pamplona, captado con maestría por el fotógrafo Aurelio Rodero, y segundo de los que le colgó Gaona al concha y sierra en alarde de clase, precisión y señorío. Al final le cortó el leonés la única oreja de la tarde.

Reseña publicada por el diario ABC del 9 de julio, sin firma.

PAMPLONA 8, 7 tarde. Con la misma animación de ayer se celebró la segunda corrida de feria.

El toro que rompe plaza, apodado “Cigarrito”, es negro y acomete con bravura cinco veces a los piqueros, proporcionándoles dos tumbos.

Uno de los varilargueros pasa a la enfermería contusionado. Los maestros se lucen en quites y oyen muchas palmas.

Gaona toma las banderillas y clava un buen par de frente; repite con otro superior y cierra el tercio con otro de dentro a fuera (palmas).

Después realiza una buena faena de muleta, dando pases por alto, por bajo y de trinchera, saliendo achuchado al dar uno de rodillas.

Continúa con valentía y deja una estocada delantera, repite y da una gran estocada, entrando bien (ovación y oreja).        

El resto de la reseña, sin mayor compromiso con la fase artística de la lidia, se centra en contabilizar los numerosos encuentros de cada toro con los caballos (sin aclarar si se trató de puyazos en regla, refilonazos o encontronazos  con caída, que todo eso menudeaba).

Consigna que para Torquito hubo palmas y pitos a la muerte de su primero y ovación en el otro, en tanto que la cosecha de Joselito fue de pitos al acabar con el toro tercero y aplausos en el cierraplaza, al que había banderilleado.

Gaona no repitió en el cuarto su éxito con el primero. El encierro de Concha y Sierra, se deduce, resultó deslucido.

Discordias y aclaración

Los pormenores de la placa obtenida por Aurelio Rodero del segundo par de Gaona a “Cigarrito” él mismo los hizo públicos, molesto ante insinuaciones de que, dada su modélica perfección, podría tratarse de un montaje trucado y no de una foto auténtica.

El semanario El Fenómeno había atizado la duda desde su filiación conocidamente gallista. Aquí el texto aclaratorio de Rodero:

Señor Director de El Fenómeno: Leo con gran sorpresa unas líneas que aparecen en el semanario de su digna dirección, referentes a un par de banderillas de Gaona…

El texto de su pregunta dice: “¿Se puede saber en qué corrida de feria del año actual y en qué toro y en qué lugar de lidia salió el toro ése, en el que Rodolfo Gaona está clavando un par de banderillas por el lado izquierdo en la plaza de Pamplona?”… Si no está conforme y quiere saber todos los datos referentes a esa instantánea se los diré bien clarito para que los entienda:

Población: Pamplona; corrida, segunda de feria; toro de Concha y Sierra, negro, No. 28; lugar en que se lidió, primero, y fecha de todo ello, 8 de julio de 1915.

Y si quiere saber más, Gaona vestía de plomo y oro, y la máquina que hizo dicha fotografía es Nette, seis y medio por nueve, con objetivo Zeiss f.1.4.5 de 120 milímetros, placa Guilleminot, revelada en mi casa particular, Quintana 21, 3º izq., Madrid, con revelador metol hidroquinona, hecho exclusivamente para mí; y revelé, tanto esa placa como las 68 que obtuve de aquella feria, el día 12 de julio del presente año, de diez y media a doce de la noche…

¿Queda satisfecho el señor de la preguntita… ?”

La muy precisa aclaración en realidad relanzó a la fama al par de Pamplona como ejemplo de maestría, precisión y belleza, lo mismo por parte de quién captó el instante con su cámara como de quien lo propició con su insuperable arte banderillero.

Escuela y secuela

Aunque de acuerdo con su propio autor el par de Pamplona no tuvo nada de especial –“habré clavado cientos como ése”–, lo que pone de relieve es el dominio del temple como la mejor característica de Gaona en el segundo tercio:

la conversión de una suerte básicamente atlética en un lance del más puro toreo, desde el cite hasta la consumación del par.

No se trataba ya de superar por piernas la embestida, lo cual sin duda demanda dominio de los terrenos y tino al clavar, sino de irla consintiendo y graduando a lo largo de la suerte, marcada la cadencia por el torero hasta convertirla no ya en alarde de exacta geometría sino en un lance de suprema categoría estética.

Sobre ese inmejorable modelo florecería la aristocracia banderillera mexicana de generaciones subsecuentes, los Armilla, Balderas, Solórzano, Carnicerito de México, Luis Castro, Ricardo Torres, David Liceaga, Carlos Arruza, Calesero, Cañitas, Gregorio, Procuna, y más contemporáneamente Raúl García, Mauro Liceaga, Antonio Lomelín, Chucho hijo, Manolo Arruza, además de subalternos tan destacados con los palos como Juan “Armilla”, Pepe López, los Felipe González padre e hijo,  Alfredo Acosta, Christian Sánchez…

San Sebastián

Y en eso mismo, en el temple, radicó la superioridad banderillera de Gaona sobre Joselito, de lo cual es ejemplo la anécdota de San Sebastián al año siguiente, cuando ya fue inevitable la incorporación del Indio Grande como partícipe de la terna clásica de la edad de oro del toreo.

En el Chofre –la plaza y afición favoritas de Rodolfo–, durante un mano a mano entre ambos (15/08/16), el mexicano tomó los palos e invitó a su alternante a compartir el segundo tercio.

Salió por delante “Gallito” y puso un gran par, pero al disponerse a colocar el suyo, Gaona lo retó –“Así no… andándole al toro”–, dado que José lo hacía todo a gran velocidad. Y le puso la muestra, con la reposada indolencia india que lo caracterizaba.

Era el turno de Joselito que, efectivamente, antes de apretar a correr y clavar en lo alto, le anduvo un buen trecho al de Santa Coloma.

Pero no tanto ni con tanta sangre fría como Rodolfo, que acentuó estas cualidades al cerrar el tercio, de modo que la gente, notándolo, prolongó la ovación mientras lanzaba censuras a “Gallito”:  “José, hay que andarles, como Gaona”. “Esa tarde –recordaría el mexicano– la única oreja me la llevé a la fonda yo”.

(Mis veinte años de torero. Edición particular. México, 1925)

En 1916, la terna Gaona-Joselito-Belmonte se anunció hasta tres veces en la plaza de Madrid.

Y dos más al año siguiente, incluida la célebre corrida del Montepío de Toreros, la de “los dos solos” (21/06/17), que admiró y aclamó a Rodolfo y a José pero consagró para los restos al Pasmo de Triana.

La escultura (H. PERAZA), la fotografía (A. RODERO), la pintura y hasta la numismática le han rendido honores al PAR DE PAMPLONA, modelo de precisión y belleza toreras.

La de Joselito en Madrid, el 3 de julio de 1914. Alcalino – Tauromaquia.

La de Joselito en Madrid, el 3 de julio de 1914, fue un hecho insólito. Pues no ha vuelto a ocurrir que un mozo de 19 años se encierre con una corrida entera, con la plaza de Madrid llena hasta el tejado.

No lo movía el deseo de llamar la atención, o reclamar contratos, que ambas cosas las tenía ya de sobra, sino la mera constatación de una supremacía que ya pocos ponían en duda.

En apenas año y medio de matador, José Gómez Ortega «Gallito» había cumplido su promesa de retirar a Ricardo Torres «Bombita» –gran opositor de su hermano Rafael–, y protagonizado un meteórico ascenso hasta la cima del toreo.

Joselito

Así, de manera casi natural, se urdió la idea de la encerrona, mitad iniciativa de la empresa madrileña y mitad sugerencia directa de Gallito –en lo sucesivo Joselito -, decidido reescribir de su puño y letra –con capote, banderillas, muleta y estoque–

La historia de la Fiesta de toros, a la que desde niño dedicó por entero vida y afanes.

José fue el hijo menor de Fernando Gómez «El Gallo», un torero de la cuerda del arte que habría resonado más de no coincidir en el tiempo con Rafael Molina «Lagartijo», primero, y Rafael Guerra «Guerrita» más tarde, los dos colosos cordobeses que cerraron con gloria la tauromaquia del XIX. 

Fernando «El Gallo» 

Crió tres hijos toreros, de los que el segundo Fernando, perjudicado por su obesidad, se quedó en subalterno y principal receptor de las teorías paternas sobre el toreo de capa, que tuvo en el viejo Gallo.

Un brillante innovador–a él se debe la invención del cambio de rodillas–.

Casado con una bailaora de tronío –la Señá Gabriela Ortega–, alguno de sus vástagos tenía que heredar la vena gitana de la madre y ése fue Rafael.

El primogénito, prematuramente calvo, famoso lo mismo por sus espantadas que por su alado estilo, pletórico de sal andaluza y giros inesperados.

Rafael «El Gallo» 

Le daría la alternativa a su hermano chico en la Maestranza de Sevilla el 28 de septiembre de 1912, cuando Joselito contaba apenas 16 años, cuatro meses y 20 días, pues había nacido en Gelves el 8 de mayo de 1895.

Desbordante de toreo pero también de ambición, este prodigio adolescente no tardaría en convertirse en amo absoluto del tinglado.

Arrebatado por las empresas y mimado por los ganaderos punteros, que tras abrirle las puertas de sus fincas y cerrados, acabaron sometidos a su arbitrio.

Orientado a la obtención de un toro. Hecho más para la fijeza y el arte, que para la pelea sin cuartel, que había sido hasta entonces la corrida. 

Juan Belmonteel verdadero precursor de la nueva escuela, parco e irónico, prefirió acogerse a los buenos oficios y la capacidad negociadora de su amigo José, con el que iba a cubrir seis de las siete temporadas –entre 1914 y la primavera de 1920– que pasarían a la historia como la edad de oro de la Fiesta española.

La elección del ganado

Concertada la encerrona madrileña para el viernes 3 de julio de 1914, Joselito se dispuso a seleccionar personalmente un encierro a su entera satisfacción y gusto.

Pocos días antes de la fecha señalada condujo su Hispano-Suizo por la sierra de Madrid hasta la ganadería de Vicente Martínez, para escoger los más apropiados del hato que el acreditado criador de Colmenar Viejo le había apartado para la ocasión.

Los toros

De la tierra tenían fama de duros, pero Gallito no había dejado de advertir un interesante cambio en su estilo hacia una mayor suavidad y fijeza, inducidas por un nuevo semental, el célebre «Diano», de Ibarra. 

De modo que, priorizando las buenas hechuras y la nota de tienta, eligió José un encierro poco aparatoso pero tan fino que pasó sin problemas la temible aduana de los veterinarios madrileños.

Por orden de lidia irían apareciendo los llamados «Comedido», «Descarado», «Barrabás», «Coralino», «Nevadito», «Presumido» y «Mulato», cuatro zainos y dos berrendos en negro.

Formaban un lote precioso, muy parejo –promediaron unos 480 kilos en pie y que, sin ninguno especialmente destacado, le permitió desplegar a Gallito sus amplios talentos, recursos y capacidades.

La plaza estaba llena y el boletaje agotado cuando los clarines convocaron al orgulloso y juvenil espada sevillano, enfundado en un terno celeste y oro;

lo escoltó en el paseíllo el sobresaliente Remigio Frutos «Algeteño» –sobrino de Saturnino Frutos «Ojitos», el mentor de Rodolfo Gaona–, seguidos por los subalternos de a pie y de a caballo.

Cuadrillas

Independientemente de lo numeroso del séquito que partió plaza esa tarde.

Joselito prácticamente limitó como ayudas en la lidia a sus peones y picadores habituales; todo mundo conocía las cualidades para la brega y el tercio de banderillas de El Cuco y El Almendro.

Ambos de nombre Enrique Ortega y parientes de los Gómez Ortega, y sabía de la formidable técnica capotera de Enrique Belenguer «Blanquet»

En quien Gallito depositaba tanta confianza que, al sexto de la tarde, decidió lidiarlo con solamente este excelso peón valenciano en el ruedo:

una especie de homenaje al citado Blanquet a quien, tras prender él mismo dos colosales pares de banderillas, invitó a colocar el tercero.

Y no desmerecían Rafael Saco «Cantimplas» Francisco González «Chiquilín», cordobeses. Los hombres de a caballo estaban igual de compenetrados con su maestro.

La plantilla titular la constituían Manuel Aguilar «Carriles», Juan Pinto y Antonio Chaves «Camero», que militaba en las filas del mexicano Gaona cuando Joselito lo llamó un día para convencerlo, dicen, con éstas o parecidas palabras: 

«Antonio, deja al indio ése y vente conmigo, que no vas a tener mejor patrón que mi menda en toda tu vida».

Por cierto, un incidente afeó la participación del piquero de Camas –que tenía el brazo particularmente pesado–.

Cuando se le fue la garrocha muy abajo y casi mata al segundo toro del puyazo, provocando una bronca tan fuerte que Joselito, en castigo, le prohibió salir al ruedo en los turnos siguientes.

Pero cuando iba a lidiarse el sobrero, que Joselito solicitó en un alarde encaminado a redondear su apoteosis.

Volvió a llamarlo

En ese entonces los picadores esperaban en la arena la salida de los astados, y para darle oportunidad de reivindicarse ordenó que solamente él picara al correoso sobrero de Martínez

Camero se portó a la altura y al abandonar el ruedo tuvo que saludar las aclamaciones con el castoreño en alto.

Una tarde consagratoria

La encerrona gallista cumplió plenamente su función de jubileo del torero que el alambicado José de la Loma «Don Modesto» iba a coronar nuevo Papa –el anterior fue Ricardo Torres «Bombita» –en su crónica de El Imparcial.

¿Cómo era el toreo de Joselito? ¿Qué y cuántas maravillas lo constituían?

En una época en que el primer tercio era el más largo, y movido de la lidia.

Con sus caballos despanzurrados y la consiguiente abundancia de intervenciones de diestros y cuadrillas, la crítica le contó, a lo largo de la tarde.

159 lances de capa, repartidos entre los de recibo, la brega y 26 variados quites.

Casi cuatro por toro, nueve asombrosos pares de banderillas y solamente 83 muletazos, así como cinco pinchazos, seis estocadas y un golpe de descabello.

Esta enumeración no es ociosa.

Revela con exactitud lo que eran aquellas corridas del cambio de siglo, centradas en laboriosos primeros tercios que, en medio de su dureza, los toreros procuraban animar con exuberancia de quites y ampulosos remates, en lo que Gallito fue un as.

Torero completísimo, era también un rehiletero formidable, que solamente cedía ante la templada elegancia de Gaona, ya que José, infalible en medir terrenos y embestidas y colocar los rehiletes en lo alto, hacía todo esto con cierto apresuramiento.

También con la muleta, urgido en dominar a los toros con pocos pases, castigando mucho y yendo siempre hacia adelante,

para evidenciar cuanto antes su superioridad desplantándose, en la propia cara de las sometidas reses.

Ya tocándoles los pitones, o la oreja, e incluso la jeta,

que a los más aplomados solía enjugarle, con el pañuelo que extraían tranquilamente de la casaquilla.

Faenas, en suma, de neto dominio, cuya brevedad se consideraba prenda de poderío.

Con el tiempo, iría alargándolas y llegó a invadir los territorios del arte, producto de su frecuente contacto con Juan Belmonte –verdadero mensajero del futuro–.

Pero esa no fue aún la tónica, aquella tarde crucial del 3 de julio de 1914.

En la que de todos modos se justificó, como el prodigio de la época. Y les cortó una oreja a «Coralino» y «Presumido», cuarto y sexto de la memorable corrida.

A la muerte del complicado séptimo, el gentío invadió el ruedo, rodeo al héroe y llevándolo en peso.

Protagonizó con él un conato de salida en hombros, que tampoco se usaban tal como ahora las conocemos. Palmarés y vanguardia.

En la madrileña plaza de la carretera de Aragón José Gómez Ortega totalizó, en las siete temporadas que duró su magistratura –trágicamente rota por «Bailaor»-.

81 paseíllos, de los cuales éste del 3 de julio de 1914 era el número 24.

Y cortó 19 orejas, cifra entonces desusada.

Sin poseer la fuerza innovadora de Belmonte, marcó una diferencia clara con las figuras que le antecedieron, no solamente por su clarividencialidiadora y el poder demoledor de su muleta;

sino porque su porte novedosamente jovial, esbelto y ágil rompía con la robustez más bien adusta de la gente del XIX.

En el ruedo, los únicos antecedentes habían sido los juncales Antonio Fuentes y Rodolfo Gaona, y el sonriente Ricardo Torres «Bombita»–, y anunciaba la entrada a un mundo nuevo y distinto.

Y al auténtico siglo de oro de la tauromaquia.

Enérgica respuesta del sector taurino al esperpéntico Acuerdo 013 firmado por la alcaldesa de Bogotá. ¡Basta ya!

«Nos cansamos del maltrato y vamos a responder contundentemente dentro de la Ley. Somos pacíficos pero no tontos», expresó de manera enérgica don Alberto Cediel, empresario de La Santamaría, plaza en la que con el Acuerdo 013 del Concejo de Bogotá hace prácticamente inviable realizar las corridas.

En entrevista con Tendido7, el abogado, torero, ganadero y piloto, Alberto Cediel, dijo que se está planteando con el sector agrario, el lechero y el cárnico, un paro nacional como respuesta del campo al infamante trato de la autoridades capitalinas que pretenden acabar de un tajo la tauromaquia.

Convocó a los amigos de la fiesta a un firmatón, y a comprometerse en la defensa de nuestra cultura, de las tradiciones y por el respeto a la diferencia.

Quienes gobiernan hoy en Bogotá son peligrosos pues buscan el pensamiento único y totalitario, y quienes no estamos de acuerdo con ellos, nos marginan y no excluyen.

El Acuerdo

El Acuerdo prohíbe la suerte de varas, de banderillas y el uso de la espada, limita el número de festejos, aumenta los impuestos e impone una serie de restricciones que hace imposible dar corridas en La Santamaría inaugurada en 1931.

A mas de que estamos trabajando jurídicamente para impugnar el Acuerdo, vamos a dejar atrás el silencio para hacernos oír, con respeto pero con firmeza.

Este país tiene que saber la importancia, el valor espiritual y moral del sector agrario en una sociedad de iguales que mira por encima del hombro a los hombres y mujeres del campo.

«Basta ya», proclamó el señor Cediel.

La dictadura animalista de los progresistas.

EL APUNTE DE JUANGUI (COLOMBIA)

El 9 de junio, cuando Bogotá reportaba 13.709 contagiados y Colombia sumaba 1.372 fallecidos, los concejales de Bogotá votaba un acuerdo sobre
cómo debían ser las corridas de toros.

Lo hacían cuando la curva de contagio aceleraba, en una ciudad de más de
siete millones de habitantes que no tiene las suficientes salas de cuidados
intensivos para atender a más de mil enfermos graves de Coronavirus.

La alcaldesa de la capital, Claudia López, felicitó al Concejo por “respetar
todas las formas de vida en virtud de la decisión ciudadana y autonomía de nuestro territorio”.

Los concejales son quienes irrespetan la vida, pues no reglamentan
oportunamente la protección de los ciudadanos.
La alcaldesa también: el toreo es una forma de vida. Todos se contradicen, el acuerdo no va a defender la vida del toro, como hacen creer, va a detonar la muerte de todos los toros de casta que hay en este país, un paso más hacia su extinción.

Lo hace en nombre de la autonomía de su territorio, como si Bogotá fuese
un Estado independiente o Colombia un país federalista.

Su publicación en Twitter y el modus operandi del Concejo desconocen una ley nacional, la Ley 916 de 2004, Reglamento Nacional Taurino, y los diversos pronunciamientos de la Corte Constitucional que le han negado a las autoridades municipales la atribución de prohibir o modificar los festejos taurinos (1) .

En Colombia la desigualdad, la ausencia del Estado, la corrupción y la
violencia han condenado a la exclusión a millones de sus ciudadanos.

La exclusión se extendió también a la política. La izquierda ha experimentado todo tipo de ataques:

  • El Partido Comunista fue declarado ilegal en 1954 por el dictador Rojas Pinilla, configurándose un supuesto delito de opinión.
  • Los dos partidos mayoritarios se repartieron el poder durante 16 años (32 años sostienen otros analistas), gracias a un acuerdo político denominado el Frente Nacional, una dictadura con traje de democracia que la quitó a otras corrientes ideológicas, como la izquierda, el derecho a ser elegidos para gobernar.
  • Entre 1984 y el 2002 se dio el genocidio de la Unión Patriótica, partido político de izquierda surgido de los acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc, en el que perdieron la vida más de cuatro mil de sus militantes.
  • En ese período fueron asesinados cuatro candidatos a la Presidencia de la República de corte progresista (Gaitán, Pardo Leal, Pizarro y Jaramillo Ossa).

En resumen, durante casi todo el siglo anterior, a la izquierda se le negó el
derecho a ser un actor político. Hasta que la Constitución de 1991 abrió el
grifo de la participación.

Eso es lo paradójico del ataque de los progresistas (2) contra la tauromaquia, que una vez la izquierda pudo participar y resultar elegida, comenzó a repetir las acciones de censura y discriminación de las que había sido víctima por parte de la derecha.

Hizo suya la bandera de la prohibición de la tauromaquia, no por un asunto
ideológico puro sino por un revanchismo contra las élites tradicionales, a las que considera, erróneamente, los únicos seguidores de esta manifestación cultural.

Ignoran los concejales, la alcaldesa y los progresistas que, al querer prohibir la tauromaquia, se censura el gusto de miles de campesinos de la región andina y del litoral Caribe que gustan de estas tradiciones.

Todo por el pueblo… pero sin el pueblo” (3) , así atacan al proletariado que tanto dicen defender.

Artículo 7, Constitución Política de Colombia:

“El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana”.

Teóricamente, la justicia es la cualidad del ser humano en la que se establecen parámetros de igualdad para todos. El espíritu de la Constitución del 91, matriz del ordenamiento jurídico colombiano, es garantista y multicultural.

Bajo la figura del Estado Social de Derecho apuesta por construir una cultura política democrática, basada en el ejercicio pleno de la ciudadanía, las libertades individuales, el respeto a la autodeterminación y la protección de las minorías.

Su vocación es contramayoritaria:

“Para evitar que el mencionado principio de la mayoría se transforme en el imperio o en la tiranía de la mayoría, Kelsen advierte la existencia de una minoría, y, por consiguiente, que ambas, mayoría y minoría(s) tienen derecho a existir, resultando de todo esto la necesidad de una protección de las minorías frente a la mayoría” (4)

(Squella, 2016)


En casi un cuarto de siglo, la Constitución de Colombia ha promovido la
inclusión social de la población LGTBI (a la que pertenece la alcaldesa) y la autonomía de las comunidades ancestrales y los afrodescendientes.

En otras palabras, la Constitución del 91 es el instrumento que recoge, por primera vez, los imaginarios y aspiraciones de todas las expresiones sociales, culturales e ideológicas, incluyendo los de la izquierda colombiana.

Artículo 70, Constitución Política de Colombia:

“La cultura en sus diversas manifestaciones es fundamento de la nacionalidad. El Estado reconoce la igualdad y dignidad de todas las que conviven en el país”.

No obstante, una vez accede al poder, esa izquierda se obsesiona con exterminar la tauromaquia, y con ella a una minoría cultural que, inexplicablemente, de un momento a otro dejó de serle afín.

(tomada de lafm.com.co)

Foto de Gustavo Petro, exmilitante del grupo guerrillero M 19, hoy político de izquierda apoyando las manifestaciones contra las corridas de toros en Bogotá en el 2017.

Por “defender a los débiles y oprimidos”, el socialismo se auto percibe como una doctrina moralmente superior. Pero el ataque de la izquierda colombiana (y de una parte del centro) a la tauromaquia, no está inspirado
en el animalismo sino en el populismo.

En su discurso, los problemas de la sociedad y la tauromaquia sería uno de ellos son atribuidos, en nombre del pueblo, exclusivamente a la derecha, para granjearse así su apoyo ideológico y electoral.

Para expresarlo en términos de Marx, con su estrategia adoptan una falsa
conciencia, es decir, formas de pensar que no corresponden a sus condiciones materiales u objetivas de existencia, pero que, en este caso, son
útiles para atraer a sus antagonistas.

En síntesis

La limitada concepción de la democracia que tiene la izquierda colombiana actual repite los males históricos de los que fue víctima, contra los que luchó, contra los que, incluso, una parte de ella se alzó en armas.

Con su ataque a la tauromaquia, su sentido de la libertad, la igualdad y el respeto por la diferencia se derrumban, pues los limita, exclusivamente, a lo que a ellos les parece correcto.

Así resultó ser el progresismo: conservador, intolerante y autoritario, como esa Colombia que lo persiguió durante siglos.

Según su juicio moral superior, la libertad, la cultura y el país deben ser lo que ellos creen, solamente lo que a ellos les parece.


  1. Fragmento de la sentencia C-666 de 2010, Corte Constitucional de Colombia: “solo el Congreso de la República, a través
    de leyes, podrá adelantar el “proceso de adecuación entre expresiones culturales y deberes de protección a la fauna”.
  2. En general, el progresismo como tendencia política suele entenderse como pragmático, por lo que frecuentemente no se
    le define en un punto específico del espectro tradicional izquierda-derecha. No obstante, al progresismo a veces se le suele
    enmarcar dentro del espectro de las izquierdas, pero sobre todo alrededor de la centroizquierda. Los progresistas persiguen
    principalmente la libertad personal, muchas veces privilegiándola sobre la libertad económica de mercado; por ello,
    fomentan reformas en lo social, lo económico, lo político y lo institucional, con lo cual pretenden profundizar en la libertad
    del individuo ampliando sus capacidades dentro de la sociedad. Tomado de Wikipedia.
  3. Expresión aplicada a los sistemas políticos desde el siglo XVIII. Lema del despotismo ilustrado, caracterizado por
    el paternalismo, en oposición a la opinión extendida desde los enciclopedistas que veía necesario el protagonismo y la
    intervención del pueblo en los asuntos políticos, incluso asignándole el papel de sujeto de la soberanía. Tomado de
    Wikipedia.
  4. Squella, Agustín. Idea de la Democracia en Kelsen. Centro de Estudios Públicos, 2016. En:
    https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160303/asocfile/20160303183617/rev13_squella.pdf

El Capea en la mirada de Alcalino

Pedro Gutiérrez Moya “El Niño de la Capea” (Salamanca 17/09/1952), constante triunfador de Madrid, contaba con amplio reconocimiento entre los mejores aficionados y colegas de profesión,

Sin embargo, ni su cotización ni lo que de él se leía hacían justicia a la realidad de su toreo.

Algo fallaba.

Algo que ni él mismo ni sus apoderados de siempre –los “Choperitas” Martínez Uranga—acababan de descifrar. Incluso cuando sus críticos más recalcitrantes fueron cediendo –dijeron que en México había descubierto el temple-.

Las empresas continuaban destinando el dinero fuerte a diestros de moda aunque fueran artísticamente inferiores a Pedro.

Hasta pudiera decirse que encabezar durante ¡seis años! el escalafón le había resultado contraproducente: era como si los públicos se hubieran acostumbrado a tenerlo en sus ferias y a verlo triunfar sin pausa, y sin embargo los motivaran más las novedades que el tenaz y poderoso Capea.

Y todo esto a pesar de que su fácil maestría se fue decantando hacia un arte cada vez más refinado y sentido a lo largo de los años ochenta. 

Las Ventas, su plaza.

En 1988 se encontraba El Capea en plena madurez, de la cual daba constancia su trayectoria en sucesivas isidradas.

Infalible sobre todo a partir de la de 1984, cuando un toro de Dionisio Rodríguez, lo hirió porque se inmoló al estoquearlo con tal de asegurar la oreja.

De la feria del 85

Data su célebre faena –faenón—a un arisco y astifino cárdeno de Manolo González llamado “Cumbreño”, pero ya en su corrida anterior había desorejado a otro ejemplar aquerenciado y difícil del hierro de Sepúlveda.

Y en la corrida de Beneficiencia, superó a los también triunfadores Espartaco y Pepín Jiménez y suyo fue el único apéndice, de un correoso sobrero de Gavira.

Infatigable, anunciado otra vez dos veces al año siguiente, de nuevo se alzó con sendas orejas, superando los inconvenientes de incómodos lotes de Sepúlveda y Hermanos Santamaría.

Quedó palmariamente demostrado que estaba por encima del resto del escalafón.

Pero a la hora de hablar del dinero, la empresa venteña cerró la escarcela y dejó a Pedro fuera de la isidrada de 1987,  justo cuando acababa de firmar la mejor faena de la feria de Sevilla, plaza que le era particularmente esquiva.

Y no por culpa suya ni de los sevillanos sino de la empresa maestrante, que acumulaba media docena de años sin contar para nada con el maestro de Salamanca.

El sanisidro del 88

Para el sanisidro del 88, Manolo “Chopera” al fin cedió y anunció a Pedro en el cartel estrella de la feria, al lado de Espartaco y Paco Ojeda, toros de Aguirre Fernández Cobaleda.

Sin esperar a más, cuajó magistralmente al abreplaza, y si sólo paseó una oreja fue porque el presidente no quiso soltar la segunda.

Sus alternantes también desorejarían un toro cada cual, pero el parecer general señaló la de El Capea como: la faena más sólida y artística de la tarde.

Y aunque en su otra comparecencia se fue en blanco, entendió que el terreno estaba debidamente abonado, para dar un salto cualitativo de cara a la historia grande de un tiempo taurino del que estaba siendo protagonista indiscutible.

Corrida de la Prensa, 1988.

Su organizador, Manuel Molés, había adquirido un corridón de Victorino Martín y afrontaba dificultades problemas para encontrar toreros dispuestos a salirle.

El Capea aprovechó la coyuntura:

encerrarse en solitario con el lote cárdeno del paleto de Galapagar sería la fórmula ideal para acabar de demostrar quién era y lo que significaba en el toreo.

Martes 28 de junio de 1988: papel agotado en Las Ventas. Era el mejor augurio para Pedro Gutiérrez Moya, situado ante al mayor desafío de su carrera.

Versión de Vicente Zabala.

“No hubo otro paseo que el que hizo El Niño de la Capea con la mayor gallardía al frente de sus cuadrillas, teniéndose que desmonterar al llegar al centro del ruedo, porque la plaza se venía abajo de ovaciones y el vello se erizaba al verle caminar con paso firme y decidido… Y a partir de ahí se acabaron los paseos.

El torero, con cuatro primeros toros muy deslucidos, con problemas y peligro sordo –blando aunque toreable por el derecho el primero,  de viaje muy corto el segundo, terriblemente distraído el tercero, aplomado y quedado el cuarto—anduvo decidido, suelto, fácil y hasta hábil con la espada.

Los aplausos lo alentaban al final de cada actuación, así como crecían las censuras a Victorino y el juego de sus toros, muy pitados en el arrastre… Pero faltaban dos, hijos, según en ganadero, de aquel “Belador”, indultado hace años…

Y mira por donde al quinto toro le dio por embestir. Lo hizo con el temperamento de los auténticos toros bravos, repitiendo las embestidas después de seguir el engaño con ansias de “comérselo”.

El Niño de la Capea, que abrió la faena con unos soberanos muletazos por bajo —¡qué hermoso es el toreo a dos manos!

Se apretó con el animal en larguísimos y templadísimos muletazos con la muleta a rastras, sometiendo una barbaridad, prolongando la embestida del animal, llevándoselo hasta la cadera, haciéndole describir medios círculos mientras arrancaba ¡olés! y ovaciones.

Las ansias de triunfo le dieron a la labor del torero un punto de vibración novilleril, hasta que vino la peligrosísima voltereta, de la que se levantó con ansias de torero macho, muy encastado y rabioso, sin siquiera mirarse la ropa para proseguir con el mismo denominador común:

bajar la mano una barbaridad, para sacar siempre la muleta por debajo de la pala del pitón como remate de las suertes fundamentales. El público se le entregó. Y llegaron por fin las dos orejas.

Y ya con el triunfo en la mirada y en el ánimo, El Niño de la Capea aprovechó el buen estilo del sexto… La faena tuvo parsimonia, seguridad y buen gusto.

Los ayudados por bajo, que sirvieron de broche a su labor, fueron excelentes. Llegaría la tercera oreja de la tarde cuando mató de una estocada. Lo alzaron en volandas… y salió feliz y sonriente por la puerta grande.” 

(ABC, 29-6-88) 
El niño de la Capea. Junio 28 de 1988

Versión de “Barquerito”.

“La euforia tardó en llegar y, cuando llegó, fue incontenible… El Capea, tan solemne, humilde y sabio toda la tarde, se había retirado al burladero tras haber cortado al quinto de los victorinos las dos orejas y aún se oía el murmullo admirativo de Las Ventas.

Una especie de “¡Salve, maestro!”… ¡Qué grandeza!¡Qué fuerza!¡Qué seguridad!… ni una duda en hora y media ante seis victorinos.

Con toros “zapatilleros” o “tobilleros”, como el primero, el segundo o el tercero. Y con los toros más nobles, los dos últimos, a los que hubo de torear más a base de inteligencia y gusto que de coraje…

En eso se reunió el registro más completo y cabal del torero, cuyo mérito más fino fue saber esperar una hora a que saliera su toro, que fue el quinto.

Mansito de salida, abantón, manos por delante en el capote, pero el toro que Capea, en un rapto de coraje, convirtió en el toro de la corrida.

Muleta en mano lo tomó entre la raya y las tablas para doblarse con verdadero valor y ligarlo sin irse al rabo, sino alargando el viaje y sacándoselo por delante del pecho con alegría.

Ésta que empezó así fue la faena más perfecta y redonda que Capea ha hecho en Madrid desde que torea en Las Ventas… La faena rompió en seguida.

Tan pronto como el Capea, fuera de la raya, se hizo con el toro y lo obligó a la distancia media, dejándole venir siempre sin enmendarse y empleándose sin reservas, pues el toro tenía temple y no derrotaba al final del muletazo…

Crecido, el maestro se echó la muleta la izquierda y se dejó ir. Sintiéndose.

Es tremendo cuando un torero de fuerza se convierte en un torero de sentimiento:

Esa tanda de naturales, con la muleta por debajo de la pala de los pitones y remate en la cadera, sin angustias, sin desahogo ni desasosiego, fue espeluznante…

El toro, acostado sobre el pitón derecho, levantó los pies al torero. Capea cayó sin ser prendido y quedó a merced del toro, que no hizo por él. Las cuadrillas, al quite, lo animaron.

Las mismas cuadrillas, que al final de la corrida volvían a mirarle admirativamente mientras casi a la fuerza, se lo llevaba la gente por la puerta grande de Las Ventas.

Con la misma fuerza devota de quienes pedían el sobrero, seguros de que acabaría llegando; pues ni el Capea parecía cansado, ni la gente estaba cansada de verlo.

El primero de todos, el Rey de España… Capea se levantó y se puso a torear de frente con el convencimiento de que el toro era suyo, como suyos fueron los seis de su tarde redonda, aunque en algún  momento pareció cuadrada…

Aguantó con cuatro y toreó con deleite al sexto, para rematar con lo que fue probablemente lo más bello de esta corrida difícilmente perfecta:

los ayudados por bajo a dos manos. Cinco estocadas de genio. Y un bullicio interior que contagió con todos y a todos.”

(Larga cambiada. Temporada Taurina 1988. Edit. Espasa-Calpe. Madrid, 1989, pp 170-171)

El famoso toro quinto se llamó “Cumbreñito”, quien sabe si en recuerdo de aquel “Cumbreño” del año 85.

Y vale la pena escuchar lo que un joven torero de Galapagar, dijo por TVE a las puertas de su crucial San Isidro de 1999, cuando José Tomás aún concedía entrevistas:

Yo decidí hacerme torero mirando al Capea torear por naturales al quinto toro de la corrida de la Prensa de 1988. Todavía no he visto nada más grande en una plaza de toros”.

Balance comparativo.

Al finalizar esa temporada, Pedro Gutiérrez Moya anunció su retirada de los ruedos.

Sin embargo, cedió al canto de las sirenas en 1991: lo iba a parar en seco un temprano cornadón en Sevilla y si alcanzó a torear.

Muy disminuido

Dos sanisidros más, esto no mejorarían en nada su ejemplar trayectoria en Las Ventas, donde sumó en su carrera 36 festejos, cortó 21 orejas y abrió cuatro veces la puerta de Madrid.

Balance superior al del resto de la generación más cuesta arriba del siglo XX. Los Paquirri, Palomo, Teruel, Dámaso, Manzanares, Robles, y luego Espartaco, Ortega Cano, Ojeda…–.

Otra plaza de referencia para Pedro fue Bilbao, donde le había dado la alternativa Paco Camino (19/06/72).  Y fuera de España la México. Allí hizo El Capea 37 paseíllos y cosechó 17 auriculares y tres rabos, además de indultar a “Samurái” de Begoña (04/05/86).

El temple que le empezaron a achacar sus críticos más remisos a mediados de los 80, lo conocían de sobra los mexicanos , casi desde el primer día de Pedro en Insurgentes.

Y a través de una sucesión de grandes faenas, incluida la de su primer rabo (“Corvas Dulces”, de Garfias, 20/12/74)  y algunas malogradas con la espada pero asimismo enormes, como la de “Alegrías” de Reyes Huerta, al que bordó con la zurda (20.01.74) o “Fandango” de Jaral de Peñas, que le brindó a su padrino Paco Camino (18.02.79), por no hablar de la de “Debutante” de Funtanet, auténtica sinfonía de trazo exquisito aunque flojo remate (10.02.85).

“Fue mirando al CAPEA torear así al natural que decidí hacerme torero”.


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