Desde hace varios años en las fiestas de Bilbao, el espectáculo más tradicional y típico son sus » Corridas Generales «.
El nombre de » Corridas Generales » viene tomado desde allá, por el año 1.756, con motivo de la apertura de la iglesia de San Nicolás en el Arenal.
La historia comienza a principios del siglo XIX con lo que se ha dado en llamar la plaza vieja, y es que la plaza que existe en los lugares hoy ocupados por el Mercado de la Ribera, junto a la ría, se convertía en coso taurino. El redondel se hacía con barrotes de hierro hincados en el suelo y enlazados entre sí, fuertemente trabados para soportar las embestidas de las reses bravas, se complementaba con seguros andamiajes de tablas para formar los tendidos. La Casa Consistorial, al lado de la iglesia de San Antón, prestaba sus balcones como palco, donde se acomodaba la gente distinguida y las autoridades.
Acudían no solamente de Bilbao, de Erandio, Deusto y Abando, que iban por la ría en sus botes y lanchas adornadas con ramos y bandoleras.
Esta plaza se demolió y desapareció en 1.848.
Después, la plaza de la Concordia tuvo una corta duración, la segunda motivada por la creciente expansión de Bilbao que produjó el derribo de la anterior. Se hizo de madera por la zona de atrás de las calles de Elcano, Fernández del Campo y Hurtado de Amézaga, allá por el año 1.865 en su inauguración intervinieron Antonio Carmona » El Gordito » y Cayetano Sanz, todo esto en su primera época.
En la segunda época de esta, de la Quinta Parroquia, también conocida por plaza de toros de Abando, se construyó de nuevo en 1.870, ya con muros de obra hasta la altura de los palcos. Duró 18 años.
Merece mención un toro célebre lidiado en dicha plaza el 22 de agosto de 1.870, » Amapolo «, retinto de Pérez de la Concha, ( Santa Coloma ) que llegó a tomar veintisiete varas con toda pujanza y mató ocho caballos.
La plaza de Indauchu, con capacidad para 8.500 espectadores. Fue construida por el ganadero Marqués de Villagodio en terrenos hoy ocupados por edificaciones entre las calles de Alameda de Urquijo y Particular de Indauchu.
En 1.881 se constituyó una comisión gestora para la construcción de una nueva plaza. El periodidta Eladio de Lezama, director de la » Unión Vasco Navarra » lanzó y propagó la idea con el lema de : «En nombre de la caridad » y el procedimiento para su financiación sería por medio de acciones.
Luego una vez amortizado el capital, pasaría a ser propiedad de la Casa de Misericordia.
El pueblo bilbaino colaboró tan eficazmente que en seguida se formó la Comisión Gestora.
Adquirieron 240.000 pies de terreno y carretera y pagaron 37.500 pesetas. Las obras dirigidas por el arquitecto bilbaíno Sabino Goicoechea.
Se inauguró el 13 de Agosto de 1.882 con toros de Pérez de la Concha, de nombre » Casaillo » el primer capotazo lo dio Manuel Mejias » Bienvenida » y la primera vara la puso Bertolesi, perdiendo el caballo, las primeras banderillas, a cargo de Rafael Guerra » Llaverito «.
El viejo coso taurino de Vista Alegre tenía una altura de tres pisos, un aforo capaz para 12.300 espectadores y siete chiqueron con corrales cubiertos.
Por su albero pasaron grandes figuras, desde Lagartijo, Joselito, Belmonte, Cocherito, Mazzantini, Manolete, Pepe Luis Vázquez, Carlos Arruza, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordoñez, El Cordobés, Diego Puerta y Paco Camino.
En el año 1.943 fue empresa el grupo Club Cocherito, después la llevarón la Nueva Plaza de Toros de Madrid, S.A. y en 1.956 pasó a manos de Martínez Elizondo » Chopera «.
Pero en la madrugada del 4 al 5 de septiembre de 1.961 se acabó la primera parte de la historia.
Un voraz incendio ( por cortacircuito o colilla encendida ) que prendió en la madera vieja de una grada y destruyó totalmente aquel coso de Vista Alegre.
Por la tarde del 4 de septiembre se había celebrado una novillada con Chacarte, Montilla y El Cordobés, con novillos de Antonio Pérez de San Fernando.
Se reconstruyó en la obra, se lanzó todo Bilbao y en un tiempo récord nueve meses, se inauguró con Antonio Ordoñez, César Girón y Chacarte.
Al día siguiente actuaron Diego Puerta, Paco Camino y Mondeño.
La inauguración la presidió el alcalde de Bilbao, don Lorenzo Hurtado, actuando de asesor el exmatador de toros Martín Agüero. Fue organizada por la Junta Administrativa, con la colaboración del empresario Pablo Martínez Elizondo, y sus ingresos se destinaron a baneficio del Hospital y de la Casa de Misericordia.
Y desde entonces, hasta la fecha la plaza de toros de Bilbao celebra todos los años en agosto sus » Corridas Generales «.
El Club Cocherito de Bilbao, uno de los círculos más prestigiosos de España, organiza coloquios durante las » Corridas Generales «, así como en el Hotel Ercilla.
En el interior de la plaza de Vista Alegre de Bilbao, se encuentra un monumento al extraordinario estoqueador bilbaíno, Martín Agüero.
Esperemos que en esta temporada 2.012, que no acaba de despegar por el problema ganadero, Valencia, Sevilla, Madrid, Pamplona, y que en Bilbao podamos disfrutar presenciando unas » Corridas Generales » donde los toros tengan bravura con fuerza, que por desgracia tanto escasea en estos momentos en las ganaderías, y que reaparezca en Bilbao la » movilidad » para el bien de la fiesta y sobre todo del aficionado y que de una vez por todas nos olvidemos de la » mansedumbre » .
Corre el tiempo, y también –marchas y contramarchas al margen—la posibilidad de que el cierre de la Plaza México se convierta en un hecho irreversible y definitivo, dada la pasividad de las presuntas partes interesadas, que teóricamente debieran empezar por la empresa –¿existe todavía?—y contar con un elemento de rebeldía esencial en los profesionales de la tauromaquia –aunque nada quede de los otrora poderosos sindicatos de toreros, reducidos a cenizas por años y años de indiferencia propia y socavamiento empresarial–, por no hablar de esos taurinos cuya influencia en la esfera política podría ser decisiva pero que prefieren limitarse a viajar cada primavera a Sevilla y Madrid antes que intentar el rescate de lo poco que va quedando de la fiesta brava en nuestro país. Boicoteadores. Recuerdo una conversación sostenida con el licenciado Julio Téllez García a la que en su momento no concedí la importancia que sin duda tenía. Recordaba el destacado y muy estimado excronista del Canal 11 que, cuando le tocó presidir la Comisión Taurina del DF –también extinta–, bajo el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, primer gobernante democráticamente electo en la capital del país, acordaron entre ambos gestionar la incorporación de la Plaza México al patrimonio monumental de la ciudad como una medida de protección al histórico inmueble y, al mismo tiempo, a la continuidad de la cultura taurina. Y cómo fue que sus intenciones se estrellaron en el muro infranqueable de unos intereses encabezados por el propietario del coso y apuntalados por una nube de abogados de renombre y representantes de empresas dedicadas a la construcción, entre las cuales se contaba la de un ganadero famoso, sin perjuicio de que entre unos y otros –leguleyos y constructores— existieran algunos “grandes aficionados”, y varios tenedores de derechos de apartado en la México muy notorios e influyentes.
Conviene recordar que Cuauhtémoc Cárdenas, además de figura fundamental de la izquierda mexicana, es muy aficionado a los toros y hasta fue incipiente ganadero;
también que, al contrario de lo que ocurre en España, las embestidas más fuertes y directas contra la tauromaquia han provenido en México de políticos de derecha, tanto en Coahuila, Quintana Roo, Veracruz y Puebla como en la CDMX. Y que en ésta última surgió hace poco más de una década lo que se conoce como cártel inmobiliario, es decir, un conjunto de hacedores de rascacielos y superficies comerciales brotados de la nada, en colusión con autoridades de delegaciones casualmente dominadas por políticos del ala conservadora, cártel que, en alguna medida, continúa activo a la fecha. Respaldan tales pactos, inmersos en la ilegalidad y lesivos para los habitantes de la capital, enormes sumas de dinero opaco, al amparo de una intrincada red de influencias muy difícil de desmontar. Y es evidente que, por más que el actual gobierno capitalino ha intentado frenarlos, cuentan con el decidido apoyo del intocable poder judicial, el mismo que se apresuró a respaldar oficialmente el amparo interpuesto contra la Plaza México por una entidad hasta entonces desconocida y cuya autodenominación es en sí un grosero pleonasmo –Justicia Justa–, tan absurdo como la rauda intervención en su favor de la judicatura, seguida del silencio cómplice de esas presuntas partes interesadas aludidas con anterioridad.
De ahí las fundadas sospechas de que algo muy turbio podría estarse cocinando entre el tenebroso cártel inmobiliario, sus jueces de alquiler y la propiedad de nuestro bienamado coso de Insurgentes, Y esas sospechas están ganando una triste certeza entre los aficionados con cada día que pasa.
Carta de adiós de El Juli.
Veinticinco años de figura son muchos y, en consecuencia, El Juli anuncia que se va. La carta con la noticia y sus motivos y agradecimientos, dada a conocer en la semana, no perdona lugar común y derrocha corrección política. La trayectoria taurina de Julián López Escobar responde punto por punto al estatus de figura en que el madrileño se instaló antes incluso de tomar la alternativa (Nimes, 18.09.98). Y nadie podría hablar de decadencia, puesto que El Juli está físicamente entero y taurinamente maduro, resurgido tras la pandemia quizá más asentado, clarividente y dominador que nunca. Pero también demasiado visto, según suele decirse en lenguaje taurino. En principio, los motivos que aduce son tan razonables como atendibles. Y abrumadoras las cifras que lo avalan: efectivamente, son más de cinco lustros sin abandonar, incluso de novillero, la primera fila. De sensación juvenil a maestro consumado, Julián recorrió la escala ascendente de la tauromaquia con paso firme y mano segura, e imponiendo cotizaciones acordes con su elevada jerarquía. Un tema, este último, donde podría estar el meollo de la inesperada decisión del torero de Velilla de San Antonio. Es verdad que, a lo largo del camino, hubo alguien que puso más alto el listón de los millones exigidos por torear, pero ese alguien –José Tomás—diseñó de manera tan extraña e intermitente sus apariciones que, en conjunto, lo que cobró El Juli como figura eje de la fiesta no lo cobraba nadie. Incluso, poco antes de desatada la pandemia, ese hecho provocó el alejamiento por inconformidad de dos diestros que se consideraban con
iguales o mayores merecimientos que él sin que sus honorarios lo reflejaran. Optaron, entonces, por castigar a las empresas con sendas retiradas estratégicas, aunque Andrés Roca Rey, a diferencia de Alejandro Talavante, simplemente alegó una lesión muscular crónica para dejarlas con un palmo de narices por el resto de 2018, sabedor de que era el único llenaplazas de la baraja y, en justicia, le correspondería la bolsa más generosa. A partir de 2022, con Roca Rey al tope de las cotizaciones del mercado, seguido de cerca por Talavante –por más que éste no lo esté justificando–, El Juli siguió dando lecciones de tauromaquia pero ya sin la repercusión de sus años dorados. Hoy son otros nombres –Roca Rey a la cabeza– los que reclaman la atención de los públicos. Entre los viejos, nadie le hace sombra a Morante de la Puebla, en la cúspide de su inmenso potencial artístico; las novedades, jóvenes o no tanto, acusan inconsistencias y los hay francamente inflados, excepción hecha del magistral e infravalorado Daniel Luque, que está hecho un torerazo. Mientras los mexicanos que claramente podrían entrar en la lista son mantenidos al margen por el sistema.
El caso es que, entre unas y otras, se ha configurado un contexto en el que El Juli no se siente nada cómodo porque perdió cartel e importancia. Y como es un hombre inteligente, ha decidido abrir un paréntesis que aprovechará, explicaba en su carta, para experimentar un relajamiento que no ha conocido y disfrutar de la vida en familia. Bien merecido lo tiene. Y seguramente no dejará de otear un panorama del que, al finalizar la actual temporada, se habrá sustraído voluntariamente. Por si algún día le apetece volver.
Historia de un cartel POR HORACIO REIBA “ALCALINO”
Ocho años duró la suspensión del intercambio de toreros entre México y España, de finales de los años 30 a casi la mitad de la siguiente década. En ese largo ínterin, la torería nuestra alcanzó su mayor esplendor, mientras una cruenta guerra civil destrozaba a España y, de entre los escombros, surgía “Manolete”, en primerísimo lugar, así como otros toreros tan considerables como Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida. Marcial Lalanda, artífice del boicot de 1936, se despedía en 1942, y Domingo Ortega, sin perder un ápice de su personalidad, veía cómo su toreo recio y dominador desmerecía ante los utreros sobrevivientes a una contienda fratricida que acabó con muchas ganaderías.
En 1944, la empresa de El Toreo, operada por Antonio Algara con Maximino Ávila Camacho como poder tras del trono, decidió que era tiempo de promover el regreso de los españoles. Y voluntarioso como era, el hermano del presidente de la república y exgobernador de Puebla despachó a Algara a España con la encomienda de negociar lo que fuera necesario. La fórmula propuesta consistía en una reparación: que el intercambio se reanudara con la vuelta de los mexicanos a las plazas de donde se les había expulsado, en justo anticipo del retorno a México de diestros españoles. Así se llegó a la firma del primer Convenio entre los sindicatos taurinos de ambos países; la contraparte ibera se aseguró en él de que sólo viajaran a la península espadas aztecas con un mínimo de tres contratos en la bolsa, limitante que no existía en los tiempos del boicot del miedo. Sólo restaba elegir al mexicano que sellaría, en la plaza de Las Ventas, el anhelado concordato. Cómo y por qué Arruza. Carlos Ruiz-Arruza Camino (México DF, 17.02.1920-La Marquesa, 20.05.1966), hijo de españoles pero mexicanísimo en su trato, sus costumbres y su toreo, se encontraba en Lisboa cuando le avisaron, con pocos días de anticipación, que era el
elegido para participar en la corrida madrileña del martes 18 de julio de 1944. Entre los nombres que se habían barajado quedaron dos finalistas: Fermín Rivera y el propio Carlos. Y Algara le indicó a la empresa que Arruza era el más afín, incluso por su origen criollo, a los gustos del aficionado hispano. Así fue como entró en el histórico cartel.
Mucho se ha escrito –y Carlos Arruza lo recordaría siempre—acerca de las vicisitudes de su apresurado viaje desde Portugal, la demora para que el sastre al que acudió terminara su vestido de torear –al grado que se estaba enfundado en una taleguilla prestada por el mismísimo Manolete cuando llegó al hotel el terno celeste y oro con el que partiría plaza hora y media después—, y también sobre sus temores a ser violentado, dentro o fuera del coso, por toreros españoles contrarios a la firma del Convenio. Nada de esto sucedió y, por el contrario, una prolongada ovación saludó la presencia del cavaleiro portugués Simao da Veiga y las cuadrillas encabezadas por el caraqueño-sevillano Antonio Bienvenida, el mexicano Carlos Arruza y el toledano Emiliano de la Casa “Morenito de Talavera”. Los toros salmantinos de Vicente Muriel pesaron entre 415 y 482 kilos en pie: una corrida ni más chica ni más grande que las que se acostumbraba lidiar por entonces. Simao, de largo magisterio como rejoneador, fue muy ovacionado al abrir plaza. El sobrio y elegante Bienvenida dio vuelta al ruedo en sus dos toros. Morenito de Talavera no pasó de discreto. Y el desconocido mexicano ofreció un concierto banderillero de tal magnitud que la plaza era un frenético tremolar de pañuelos durante el segundo tercio del cuarto de la tarde, algo jamás visto ni repetido en Madrid; los cuatro pares de su antológico recital banderillero precedieron a una faena de gran emotividad, por su entrega y torerismo, que se premió con las dos orejas. Y, al final, con una tumultuosa salida en hombros.
Impresiones y recuerdos. En sus memorias, aparecidas en la revista mexicana Tiempo –dirigida por el gran escritor Martín Luis Guzmán, que había sido escribano de Pancho Villa—Arruza refiere con sencillez sus sensaciones del día del debut. Señala que, excepto en banderillas, se sintió incómodo y nervioso con el toro de la confirmación, bronco y huidizo; y que con el cuarto, luego del formidable escándalo del segundo tercio, anduvo como entre nubes hasta que se vio con las orejas del toro en las manos, entre el entusiasmo del público y la euforia incontenible de los suyos.
Ahora bien, ¿cómo vio la crítica hispana su debut?
“Giraldillo” (Manuel Sánchez del Arco) “Cuarto- Chorreao en verdugo. Arruza da unos lances, parando en la ejecución. Cuatro varas con una caída (…) Arruza torea con el capote a la espalda. Antonio por chicuelinas y Morenito a la verónica (…) Ovaciones a los tres. De nuevo toma las banderillas el mejicano (sic). Dos pares, llegando a la cara de manera sencillamente formidable. Los palos quedan en las péndolas. (Ovaciones). Cuarteó otro,
monumental, y previo permiso, pone un par más reuniéndose con el toro de manera fantástica… la gente comienza a pedir la oreja. Arruza brinda a sus compañeros, Antonio y Morenito. Cinco pases con la izquierda, ajustándose mucho. (Olés). Sigue toreando al natural, y hay unos pases de pecho de gran valor. En cuanto el toro se cuadra, entra muy recto y mete todo el estoque, saliendo rebotado. El toro rueda sin puntilla. (Ovación muy grande, vuelta al ruedo, entusiasmo y oreja) (…) El público madrileño le ovacionó clamorosamente lo mucho que hizo como banderillero, lo que mejor le hemos visto. Llega y cuadra con arrojo y elegancia. Muleteo bien, valeroso, aunque sin la plasticidad de la moderna escuela española, tan depurada y excelsa, y mató con seguridad (…) En suma, un gran torero, que nos mostró que en México vive la fiesta española, vida que es continuidad de la nuestra…”
Peso de los toros: 415, 416, 420, 482, 481 y 436 kilos. (ABC, 19 de julio de 1944) “K-Hito” (Ricardo García). “Los que hemos seguido paso a paso la evolución de la fiesta en los países hispanoamericanos, singularmente en México, donde el toreo ha logrado un esplendor magnífico, esperábamos el éxito de Carlos Arruza y sabíamos que es un torero largo y florido, un rehiletero asombroso, un lidiador con la muleta eficaz y valiente y un estoqueador fácil y seguro.
Durante los ocho años sin intercambio entre toreros mexicanos y españoles, se ha operado aquí una verdadera revolución en la lidia de reses bravas. Es un afán de depuración y, en un sentido loable, de superación, donde se ha desarrollado, cabe decir, el culto al pase natural. Se torea casi exclusivamente al natural y se cuentan los milímetros que separan el cuerpo del torero del pitón del toro. Arte parsimonioso, rítmico, que ha ganado en calidad lo que ha perdido en cantidad. Esta escuela, que puede llamarse cordobesa, la consideramos la quintaesencia del toreo.
Sería pretensión absurda tratar de situar a Carlos Arruza en esta escuela tan nuestra que acaba de conocer. Arruza es nada menos que eso que hemos dicho. Y basta (…) Con ser todo eso, con manejar el capote maravillosamente, con valerse bien de la muleta y con la facilidad para matar a los toros por las agujas, donde radica su extraordinario mérito es en la suerte de banderillas. Sólo el esfuerzo de Pepe Bienvenida nos hablaba aquí del segundo tercio, que Arruza ha revalorizado ante el público de Madrid. Así, llegando y cuadrando, levantando los brazos al clavar, banderilleaban Fuentes y Blanquito, Gaona y Facultades (…) Los pares de Arruza, por su factura, por su precisión, fueron asombrosos.” (Dígame, semanario. 23 de julio de 1944).
Puntos sobre las íes. Evidentemente, K-Hito presume de más: ¿que lo sabía todo sobre lo que ocurría con el toreo en México, incluida nuestra ignorancia del “culto al pase natural”
operado en la península a partir de Manolete? ¡Como si no existieran Armilla, Garza y Silverio, vaya! Ambos cronistas ponderan, eso sí, la grandeza de los segundos tercios de Arruza al hacer su presentación en España. Pálido anuncio de lo que se venía, cuando la crítica hispana en pleno no dudó en aclamar a Carlos de manera unánime.
Ah, y las fotografías lo muestran con las dos orejas del toro de su apoteosis y no solamente con una, como lo reportaron algunas crónicas por quién sabe qué motivos. Claves evolutivas de Arruza. Carlos y su hermano Manuel empezaron su andadura como becerristas bajo la tutela de Samuel Solís, coetáneo y compañero de Rodolfo Gaona. Manolo –nacido en Madrid y víctima, muy joven aún, de un accidente mortal—apuntaba hacia un estilo de severidad castellana. Carlitos, en cambio, derrochaba alegría por los cuatro costados. Pero no una alegría andaluza, sino la pícara del capitalino amiguero y relajiento que fue, inquieto de temperamento, de despierta inteligencia y carácter tenaz. Sobre esas pautas se fue desarrollando un torero dominador sin drama, con arrebatos de risueña valentía. Así era cuando “Armillita” le dio la alternativa (Toreo, 01.12.40) y por ahí continuó durante las temporadas siguientes, de triunfos frecuentes pero discretos, pues aún carecía de un sello rotundamente propio que lo equiparara con las figuras señeras de la época de oro.
Arruza y Manolete. Y entonces vio torear a Manolete. Y nada menos que como alternante suyo (Lisboa, 04.06.44). Quedó Carlos profundamente impresionado con el estilo del cordobés: “O invado sus terrenos o no tengo nada que hacer aquí”. Y en cuanto pudo dio ese paso adelante –pero cruzándose, no enhilado como Manuel Rodríguez—que no sólo electrizó a los públicos sino lo distinguió del Monstruo y le permitió competir con él al tú por tú. De paso indujo a un errático José María Cossío a llamar “toreo deportivo” a aquel arrebato a la mexicana –basado en su poderío natural, una audacia jovial y una irrefrenable pasión de mando— que la crítica tardó en captar pero la afición española notó y aceptó de inmediato. Algo de eso está ya reflejado en los textos repasados, pero sin que avizoraran en absoluto las 108 corridas que alcanzaría a sumar en 1945. La madurez del Arruza inmortal –poderoso, largo, emotivo, alegre y personalísimo—llegaría con el tiempo, hasta culminar a principios de la década del 50. De sus andanzas finales, a caballo y a pie –que fue como lo conocí y me maravilló, en pleno auge de El Cordobés y el cordobesismo—ya habrá ocasión de platicar en la historia del cartel correspondiente.
En México, la fiesta brava encontró una acogida que no tuvo en ningún otro país fuera de España. Indígenas y mestizos se engancharon al misterio del toro que acomete y pelea, que mata y muere, con una fascinación que se dilató jubilosa y dramáticamente por cerca de cinco siglos. Pero si miramos el presente podríamos decir que ese impulso, ese fuego, esa fascinación, están por agotarse. Inútil seguir buscando culpables: todos los conocemos. Los enamoramientos duran lo que duran. El resto es historia.
Lo digo porque la clausura de la Plaza México parece un hecho consumado. Como si todo lo que viene ocurriendo formara parte del cálculo fatal de propietarios insensibles más la defección a la carta de una empresa esfumada. Muy propio de los tiempos que corren y el veneno activísimo de sus contravalores, que de sobra sabemos ponen el interés material por encima de los afectos, arrojan tierra sobre las tradiciones, traicionan lo entrañable a cambio de lo medible, aprovechable, explotable. En una época así, la tauromaquia –entraña del pueblo, mito y rito centenarios, misterio que pugna por revelarse tarde a tarde—no parece cumplir ya ningún papel para el mexicano común, poco importa si es hijo o nieto o descendiente directo o indirecto de aquellas y aquellos que cambiarían el cielo por un boleto de toros, por un quite de Pepe Ortiz o El Calesero, por una faena de Gaona o de Armilla o de Garza o de Silverio o de Procuna o de Huerta o de Manolo o de David. O acaso de Belmonte, Chicuelo, Cagancho, Manolete, Camino, El Capea…
Pasa el tiempo. Pesa su tiempo. Cambió el mundo. Las redes sociales seducen tanto como embrutecen. La tauromaquia mexicana, con su centro neurálgico clausurado, languidece de golpe. Nos queda el refugio –¿provisional? ¿duradero?— de ciertas plazas y regiones esparcidas por el país: la ganadera Tlaxcala, el cinturón Jalisco-Aguascalientes-Zacatecas que atraviesa el Bajío, la fértil península de Yucatán… Si se perdió dos veces El Toreo –primero en la Condesa, luego en Cuatro Caminos–, hoy la Monumental pareciera estar en la mira. Un monumento al vacío. Un agujero negro cuya capacidad de succión esperemos no termine por suprimir la tauromaquia del resto de este país que tanto la amó.
¿La Francia de América? Nuestra situación actual me remite a la patria de los galos y su tauromaquia, de boyante desarrollo en el sur, conforme tradición y ley mandan, ausente del resto de su geografía nacional, históricamente ajeno a la corrida. Se me dirá que no deja de ser forzada la comparación. Que si atendemos a la fuerza de la historia México ha sido el segundo país taurino del mundo, solamente precedido por España, en tanto la Francia amante de la corrida solamente ha florecido de verdad en los decenios más recientes, a niveles, eso sí, equiparables a los de las mejores ferias españolas. Y es justamente en este punto donde el curso de la historia se tuerce.
¿Qué haría falta para, por lo menos, poder comparar cualitativamente nuestra disminuida tauromaquia actual a la del sur de Francia con sus 59 orgullosos municipios taurinos?
El toro, factor decisivo. Evidentemente sigue habiendo aquí más plazas de toros y más festejos taurinos que en la patria de Ásterix. Otra cosa es que la Fiesta esté allá al alza y en nuestro país a la baja. Que en Francia se consolide y gane público, solidez y prestigio lo que aquí languidece a ojos vistas. Pero tampoco es tan compleja la respuesta. Basta con no perderle la cara al toro.
Porque es en el toro –eje y rey de la Fiesta, única razón de ser del arte de torear— donde radica el núcleo de la cuestión. Sin su ardiente bravura, la sensación de riesgo connatural al toreo se pierde. Los abusos que redujeron el toro nuestro a su mínima expresión hasta caer en el nefasto post toro de lidia mexicano son la mejor explicación del alejamiento de la gente de nuestras plazas. Con el vacío mediático consiguiente. Frente a esa realidad, la lluvia de arbitrarias decisiones judiciales en contra de la Fiesta pudieran portar la puntilla.
Autorregulación sin freno. La dejadez cómplice de las autoridades hizo el resto. Al desentenderse del reglamento se abrió paso a una autorregulación a la mexicana. Es decir, a que empresarios, ganaderos y apoderados procedieran según su capricho y conveniencia. Humana tendencia que en el país galo topa con un respeto riguroso al reglamento –es decir, a la integridad del toro, a la seriedad del espectáculo– aún en las poblaciones más pequeñas. De modo que contando México con más cosos y festejos que Francia, no hay aquí ninguna plaza de la categoría de las de Nimes o Arles, ni ferias tan cabales como las de Dax, Bayona, Beziers, Mont de Marsan, ni torazos como los de Vic-Fesenzac, ni capillas de culto como Istres. Yo no recuerdo que los veterinarios mexicanos hayan rechazado alguna corrida por falta de trapío en, digamos, Aguascalientes. Eso solamente solía ocurrir en Guadalajara, pero tras el parón por la pandemia parece que también ha alcanzado al Nuevo Progreso la pachanguera manga ancha.
En el pasado, la tauromaquia de México, sus actores y factores activos, su fiel afición, consiguieron salir de todo tipo de baches, que los hubo profundos. La pregunta es si hoy mismo, tras el durísimo golpe que supone una Monumental México cerrada y en el abandono, estamos preparados para superar una prueba que se presenta mucho más dura que todas las anteriores.
Para lograrlo, otra debiera ser la actitud de todos nosotros, e indispensable la pronta formulación de un plan de acción bien coordinado que avance sin desvíos ni mezquindades en una misma dirección. Para que sean hechos tangibles y certeros los que hablen de nuestro amor por la Fiesta y la rescaten del ominoso silencio que la envuelve.
San Isidro: lo mejor llegó al final. Entró la feria en su última semana sin que los continuos llenos encontraran plena justificación en el ruedo de Las Ventas, sacudido por inclementes ráfagas de viento y, de últimas, por inmisericordes jarreos celestiales. Y en eso llegó el Toro. Así, con mayúsculas. Porque ejemplares sueltos de buena nota los había habido, si bien a cuentagotas, pero no el torrente de bravura que aportaron las divisas de Santiago Domecq y Victorino Martín para dar a los festejos del 31 de mayo y el 4 de junio un realce extraordinario. Como sabemos, en el cartel del miércoles 31 figuraba Arturo Saldívar, le correspondió lo menos bueno de la encastada corrida de Santiago Domecq y él se mantuvo sin desmayo y con torería en la línea de fuego delante de un público frío y unos aceros mellados. Ese día hubo un quinto, “Contento”, capaz de llenar de felicidad a los añorantes de la bravura con clase y el celo con nobleza, y de paso a Fernando Adrián, que sin estar a la altura de semejante maravilla –es torero de pocos contratos—le plantó cara de verdad y le tumbó la oreja; y como ya tenía en la espuerta la del estupendo segundo, conquistó la puerta de Madrid (para “Contento” hubo justísima vuelta al ruedo en el arrastre). Esa tarde el mejor toreo lo trazó la atinada y afinada zurda de Álvaro Lorenzo que a esas alturas ya llevaba la cornada de doble trayectoria que le infligió el cierraplaza, otro magnífico ejemplar de Santiago Domecq.
Viendo el juego que daban los victorinos que cerraron feria –trapío irreprochable, los matices más variados de la casta brava al servicio de la emoción y del toreo—soñamos con lo que podrían haberles hecho El Juli, Perera o Luque. No es que estuvieran mal Paco Ureña –valientísimo con lo duro del reparto, cogido repetidamente, orejeada su sentida versión en el buen tercero—ni Emilio de Justo, que se llevó un lote de ensueño y tuvo la pena de ver cómo arrastraban a los tres con las orejas en su sitio, culpa en parte del viento y en parte de sus propias irregularidades. Si tercero y sexto fueron excelentes, el cuarto, “Boliviano”, podría figurar en el cuadro de honor de cualesquiera feria o ganadería.
Paradójicamente, la tarde que en lo personal me reconcilió con la isidrada fue la del jueves 1. A pesar de la empapada que deparó el cielo a los presentes –enésimo lleno de No hay billetes—y de la mansada de Alcurrucén, con la relativa excepción del casi cubeto quinto, el noble “Rompe-Plaza”; el caso es que pudimos saborear unos asolerados detalles de Urdiales, que si nos había embrujado con un quite por verónicas en su tarde anterior, esta vez alcanzó a bocetar algunos redondos deliciosos al enorme y renqueante castaño que abrió plaza. Y presenciar el reencuentro de Talavante con su yo más personal e imaginativo. Y, sobre todo, confirmar el potencial de un Daniel Luque cuya suficiencia lidiadora, envuelta en señorío y callado valor, fue capaz de extraer toreo caro de embestidas moruchonas a lo largo de la tarde. Tarde sin trofeos sencillamente porque al presidente no le dio la gana atender las húmedas y por lo tanto amortiguadas peticiones.
Plaza voluble. Madrid mantiene incólume su cetro como catedral del toreo pero sus reacciones siguen siendo poco de fiar. Su cónclave, lo sabemos de sobra, combina a discreción humores y prejuicios, días buenos y días malos. Lo grave es que quienes se suponen guardianes celosos de la verdad –la presidencia y el “7”— parecen empeñados en demostrar lo mal aficionados que pueden llegar a ser. Lo mismo regalando orejas y puertas grandes facilonas que estropeando faenas con sus demandas estentóreas o negándose al disfrute y aprecio de lo valioso más por necedad dogmática que por otra cosa.
Ayer, en la corrida en memoria de Yiyo, Roca Rey los puso en su lugar. El presidente se vengó negándole la oreja que le hubiera abierto por cuarta vez la puerta de Madrid.
Subalternos. El desempeño de las cuadrillas, sobre todo en la brega, pasa por una de sus mejores épocas. Pero no todo es miel: a lo largo de la feria, las aclamaciones mayores han sido para picadores que no pican –aflojar o levantar la puya es ya una práctica recurrente–; además, que la mayoría las banderillas caigan traseras es indicio claro de que fueron puestas a cabeza pasada.
Claro que celebramos muy de veras el triunfo de Leo Valadez el domingo 21 en Las Ventas. Pudo ser de puerta grande y sólo la eventualidad de una lesión en los cuartos traseros de su segundo toro de Fuente Ymbro durante el tercio de banderillas anuló esa posibilidad, que el público madrileño estaba deseando después de aclamar al hidrocálido en aquel quite estrujante por zapopinas. Tenía ya en la bolsa la oreja de “Trasmallo” –casi 600 kilos de bravura y buen son–, una de las más caras del actual ciclo isidril e, impetuoso, torerísimo, iba por más cuando el azar se cruzó en su camino y determinó lo contrario.
También lamentamos la escasa suerte de Isaac Fonseca –digno y entregado en su confirmación de alternativa—y el que Octavio García haya topado con par de morlacos de imposible lucimiento por lo sosos y aplomados (visto el diseño del cartel esto podía darse por descontado). Queda pendiente para este miércoles 31 la reaparición madrileña de Arturo Saldívar, que también jugará sus bazas a una sola tarde. Veremos y diremos.
Lo indudable es que la presencia de diestros aztecas en la cartelería isidril mantiene de cara al público cierto carácter exótico cuyo fondo real es el ninguneo de un país que, quiérase o no, ha marcado profundamente la historia universal de la tauromaquia. Esto, que venimos señalando reiteradamente, merece ser desglosado con cierto detalle.
En el principio no era así. El primer mexicanoque se apersonó en San Isidro fue otro hidrocálido, Rafael Rodríguez, y, por lo pronto, desorejó al toro de su confirmación, “Guitarrero” de Felipe Bartolomé; la terna era de lujo, con los sevillanos Pepe Luis Vázquez y Manolo González; Rafael repitió a los pocos días, lejos de esta incómoda actualidad en la que los nuestros han de jugarse todo a una carta en carteles de segunda. Al año siguiente, el tapatío Manuel Capetillo siguió la ruta marcada pro el Volcán de Aguascalientes –oreja en el de la confirmación–, y tanto él como Jesús Córdoba –que gustó enormidades pero nunca rebasó como premio las vueltas al ruedo por culpa de su incierta espada—figuraron, a dos por coleta, en ternas de primer nivel, con ganado de garantías y alternantes como Antonio Ordóñez, Julio Aparicio, Paco Muñoz y Martorell. Ese año, Juan Silveti, a una sola tarde, sería el primero en abrir la Puerta de Madrid luego de cobrar las dos orejas de uno de los cinco pavos de Pablo Romero que tuvo que despachar al resultar heridos Raúl Acha “Rovira” y Pablo Lozano. En pago, Silveti ya sólo intervendría en otra isidrada, la de 1954, con poca fortuna, pues de las siete orejas que sumó en Las Ventas la mayoría fueron en festejos celebrados antes o después de la feria. En la de 1953, por primera vez, un mexicano escrituró tres tardes: venía Jorge “El Ranchero” Aguilar de consagrarse figura en la última temporada grande en la México y Madrid quiso hacerle justicia, aunque el tlaxcalteca solamente alcanzó a dar una vuelta al ruedo. Ese año se vio a dos mexicanos en una misma terna –El Ranchero y Antonio Velázquez—al lado de Antonio Bienvenida, toros de Joaquín Buendía (17.05.53).
Como comprobación de que la empresa venteña contrataba a los mexicanos por méritos y no para abaratar sus carteles con una atracción exótica tenemos las tres corridas que en 1957 toreó José Ramón Tirado –venía de triunfar fuerte como novillero, de matador resultó un fiasco–; ese año, Córdoba volvió a fallar con la espada y José Huerta fue herido por un plablorromero y no pudo torear su segunda corrida contratada tras su confirmación del año anterior.
Paréntesis y reanudación. Por ruptura del Convenio saltamos de 1957 a 1962, año en que se reanudó el intercambio y participó Alfredo Leal en hasta tres festejos isidriles sin dejar huella; tampoco Capetillo vio la suya en par de ellos al año siguiente pese a que en su reaparición partió plaza al lado de Diego puerta y Paco Camino, primerísimas figuras; en cambio, el poblano Antonio campos “El Imposible” le buscó una bronca al presidente por negarle la oreja del de su confirmación de alternativa –“Aferrado” de Carlos Núñez, padrino Pedrés, testigo Andrés Vázquez–, y al repetir se llevó una apéndice del primer Bohórquez que le soltaron (15.05.63). En las dos novilladas en la feria figuraron mexicanos, el regiomontano Fernando de la Peña y el saltillense Oscar Realme. Dos corridas firmó Joselito Huerta en el 64 y en la segunda dio una gran tarde con los de Atanasio Fernández (vuelta con petición y meneo al juez, y oreja de su segundo), alternando con Litri y Camino, nada menos. Y otra más cortó, yéndoles por delante a Aparicio y Jaime Ostos en la sexta de 1965, al cerrar su doble participación en el último sanisidro de su vida. En el 64, la feria se había clausurado con la salida en hombros del novillero de Acapulco Antonio Sánchez, rebautizado allá como “Porteño”, autor de un faenón de dos orejas al sexto del Marqués de Albayda (30.05.64). Raúl García gustó sin cortar apéndices por culpa de la invalidez de los Galaches de su confirmación (26.05.66); no volvería a Madrid, aunque en esa única salida se dio el lujo de alternar con Paco Camino y El Cordobés.
Hasta aquí (1951-66), habían comparecido en San Isidro 11 matadores y cuatro novilleros mexicanos, cortando entre todos nueve orejas.
Somero vistazo a un San Isidro menor. Consumidas las dos terceras partes de la feria madrileña de este 2023, seguimos en espera del suceso que parta en dos la serie. Es verdad que hubo ya un par de puertas grandes, pero tan generosas ambas que poco prestigio habrán de agregar a la plaza de Las Ventas. Cosas interesantes por supuesto que las ha habido, pero nada realmente memorable.
El ganado. Sigo sosteniendo que el nivel de la cabaña española de bravo durante la segunda década del XXI ha sido quizá de los más altos de la historia si tomamos en cuenta el difícil equilibrio entre presencia, potencia, casta y clase; pero no es menos cierto que los efectos de la pandemia –incertidumbre generalizada, obligada reducción de gastos de manutención, disminución del personal a cargo, etcétera—se están notando en el toro más que en ningún otro renglón.
Se me dirá que este año hubo ya, entre Sevilla y Madrid, más toros de vuelta al ruedo que nunca; pero aun dejando de lado lo discutible del premio en más de un caso, casi siempre se trató de garbanzos de a libra, en tanto predominaban, dentro de la misma corrida, la debilidad y el descastamiento de sus hermanos de camada.
Escolar, Juan Pedro y poco más. De José Escolar (6ª de feria), hierro sistemáticamente eludido por las figuras, ha sido el toro más bravo de los vistos hasta ahora –“Cartelero”, premiado con la vuelta al ruedo—, dentro de un encierro con raza, cara y trapío. Le tocó a Gómez del Pilar, que torea poco y estuvo dispuesto y valiente pero lejos de las enormes posibilidades que brindaba el hermoso cárdeno de Escolar. Aún así le pidieron y dieron la oreja.
Juan Pedro Domecq (3ª), que tuviera en 2022 su anno horribilis, sorprendió con una corrida parejamente buena en todo sentido –incluso presencia y pitones—, pero el ventarrón que barría la arena impidió que pudiera verse y aprovecharse debidamente. Incluso el magistral Daniel Luque, que se fajó con los suyos sin importarle el descontrolado vaivén de los engaños, se vio imposibilitado de triunfar. Lástima de toros.
Tampoco malos los encierros de Justo Hernández (2ª) y Jandilla (9ª). El primero incluyó a “Valentón”, superior por ambos pitones y premiado con la vuelta al ruedo, además de otro par de reses fijas y francas, el primero de Emilio de Justo –que luego le cortaría dos orejas excesivamente generosas a “Valentón”– y el del discutible apéndice a Tomás Rufo, un coloradito dócil y sencillo bautizado como “Cuarenta y Tres”.
Entre los jandillas se lleva la palma el cuarto, “Rociero”, al que Castella desorejó por partida doble tras emotiva faena, lastrada por el fuerte viento; tuvo posibilidades el lote de un Manzanares dedicado a tirar líneas, y resultó soso el de Pablo Aguado.
Por lo demás, sin que dejara de haber algunos toros sueltos de buena condición, predominó lo flojo, declinante y desentendido, más o menos como en Sevilla. Escaparon a ese patrón el bravo “Camillero”, de El Parralejo (5ª), perfectamente aprovechado por la poderosa y templada muleta de Miguel Ángel Perera hasta que cambió la espada y se puso a pinchar, luego de apadrinar la confirmación de Isaac Fonseca, que hizo más de lo que ameritaba lo peor del reparto. Buen toro también “Trasmallo”, el tercero de Fuente Ymbro (11ª), el de la oreja para Leo Valadez. El sexteto de Ricardo Gallardo, manso y todo con excepción de “Trasmallo”, transmitió, al menos, la sensación de riesgo inminente que debiera ser consustancial a la corrida. Buen toro también el quinto de Valdefresno (14ª) al que dio Emilio de Justo alguna tanda con la derecha bastante superior a las de su discutible puerta grande del 11 de mayo.
El resto, incluido lo demás de los hierros mencionados en el párrafo anterior, han constituido un decepcionante muestrario de mansedumbre en sus diversas variantes y acepciones, predominando la escasez de casta y fortaleza mostrada lo mismo por los santacolomas de La Quinta que abrieron feria que por casi todos los albaserradas de Adolfo Martín lidiados ayer. Y si en alguna esporádica faena recobró brillo el toreo, mayor responsabilidad que al toro le cabe al torero, llámese Román –con un fiero y geniudo torazo de Montalvo (13ª)—o Ginés Marín –con otro de la misma vacada, pero éste mortecino y desganado (4ª). No se salvan divisas de tanto renombre como Alcurrucén, Cuvillo o Victoriano del Río, ni otras que habían despertado esperanzas, como El Pilar (16ª), quizá la peor de todas a despecho del breve pero hermoso concierto capotero protagonizado por Diego Urdiales y Pablo Aguado.
Figuras como El Juli, Perera y Talavante –de nuevo en su sitio—han estado muy por encima de lo que les tocó lidiar. Pero eso y más será materia de nuestra próxima columna. Como asimismo el capítulo final del recuento histórico de los toreros de México en la feria de San Isidro.
Todo mundo sabe que Paco Camino es el torero con más apéndices cortados en San Isidro desde que esta feria existe (40 orejas y diez puertas grandes, apenas dos menos que El Viti). Pero su mérito se acrecienta cuando recordamos lo mucho que se le resistió al sabio de Camas la plaza de Las Ventas −que no había pisado de novillero −, su triple fracaso el año de la confirmación (1961, con cornada incluida) y el desdén con que se recibió su primera gran faena al año siguiente, con un toro de Antonio Pérez de San Fernando.
A su isidrada decisiva, la del año 63, Camino llegó con la leyenda de una decena mágica en México (en sólo diez días de marzo vivió las apoteosis de Guadalajara, «Catrín» de Pastejé y los berrendos de Santo Domingo) y el contrapeso de su inesperado revés de Sevilla. En Madrid topó el 16 de mayo con un encierro imposible de APE, compartió triunfos de oreja por coleta con Diego Puerta y El Viti al día siguiente, e hizo su tercer paseíllo el sábado 18 al lado de Jaime Ostos y Santiago Martín para despachar una corrida de Galache.
Ostos, encumbrado por su gran temporada anterior, se adentraba en su año más negro, como si la cornada que en un descuido le infligió el abreplaza fuese anticipo de la gravísima de Tarazona de Aragón (17 −07 −63); El Viti, por su parte, intentó oponerse a pura casta, dejando casi de lado su característica solemnidad, a un Paco Camino imparable, arrollador.
Mas no por eso consiguió el torero de Camas rendir totalmente la otra plaza, la mediática. Don Antonio, en El Ruedo, y su tocayo Díaz-Cañabate en ABC, procedentes ambos del premanoletismo, sin atreverse a negar lo evidente deslizaron en sus crónicas de la corrida una especie de si-pero-no. Tuvo que ser un mexicano, el enviado del diario Novedades, quien, ajeno al revuelto ambiente taurino local, pusiera las cosas en claro para sus lectores de este lado del Atlántico.
Lo comprobamos en seguida.
Don Antonio
«Apoteosis de Paco Camino. Una, dos, tres faenas exquisitas. ¿Este pase ha salido perfecto? Pues éste, mejor. Y éste, aún más depurado. Y éste, el colmo del refinamiento. Paco Camino esculpe el toreo. Y, como todos los escultores, necesita barro maleable, materia inerte, cera que mansamente se moldee entre sus dedos. Y su obra bellísima, inspirada, es perfecta como una estatua griega de mármol blanco. Pero a mí me gusta el arte barroco, el español, el que cuida más de la emoción que de la quintaesencia (…) Sin un tendido asustado, nunca habrá esa gran faena que a mí me emociona.
Tres faenas portentosas de Paco Camino. Y el público, sentado. Olés de magnetofón. Aunque volasen a miles los pañuelos.» (El Ruedo, semanario. 23 de mayo de 1963)
Díaz-Cañabate
«El segundo, un borrego. Tres varas doblándosele las manitas (…) A la muleta de Camino no quiere ir (…) Pero éste no ceja. Se ha propuesto torearle. Y lo consigue de manera admirable a fuerza de tirar de él, de templarle, de llevarle con suavidad, con enorme habilidad, con arte. En una de sus porfías por lograr un pase de pecho el borrego le coge. No le hace nada. Camino sigue tan valiente y tan torero como antes (…) Entra a matar muy bien. Media estocada. Dos orejas.
(…) De ahora en adelante, lo confieso, me considero impotente para relatar, por lo menudo, lo que sucedió. Dos faenas de Camino y una de El Viti compuestas exclusivamente de naturales, redondos y de pecho (…) Faenas idénticas, sólo diferenciadas por el matiz de cada pase y de cada serie de pases. En Camino fue más acentuado que en El Viti el matiz del temple, de la profundidad, del mando, de la armonía de los pases. Sobre todo en el quinto, un buen toro que ayudó mucho al torero. Gran faena ésta. Sí, desde luego, gran faena. Todo perfecto. ¡Pero, Dios mío, siempre lo mismo! Naturales. Pecho. Redondos. Pecho. Redondos. Pecho. Naturales. Pecho. Perfectos. Pero también son perfectas las clásicas perdices, y a toda hora perdiz estraga el paladar (…) El sexto iba poco pero El Viti lo hizo ir (…) Pero… ¡Hombre, lo veo y no lo creo! ¡El Viti instrumentó un afarolado!¡Un rayito de sol en medio de tanta perfección incursa en monotonía! Media estocada. El toro atropella al buen banderillero Antonio Labrador «Pinturas», que pasa a la enfermería. El Viti corta una oreja.
Por la calle de Alcalá, el público va repitiendo ¡Colosal! ¡Enorme! ¡Seis orejas! Y yo me acordaba de un torero (Jaime Ostos) en lo alto de un pitón». (ABC, 19 de mayo de 1963)
La versión de Carlos León
«Tarde totalmente franciscana: por don Francisco Galache y por don Francisco Camino. Porque eso de seguir llamado Paquito al niño milagroso resulta un diminutivo inadecuado para un torero de tan grandes proporciones. A sus dos toros de la dehesa de Hernandinos les ha tumbado cuatro orejas. Y en otro más tuvo petición de apéndice y poco faltó para que lo cortara. Una tarde apoteósica, completísima (…)
Habrá quien piense, despectivamente: −Bueno, sí, un gran triunfo. Pero con Galaches −. Y es que a estos toros salmantinos hasta les dicen galachitos, como para restarles importancia, pues suelen ser unos bombones. Pero resulta que estos inocentes borreguitos han cogido a los tres toreros. A Jaime Ostos lo mandaron a la enfermería con dos cornadas grandes en el muslo izquierdo; a Camino lo han zarandeado horrorosamente; a El Viti, uno solo, le pegó cuatro volteretas; y el sexto, ya agonizante, cogió al banderillero Pinturas y le infligió una cornada grave en el instante final de la corrida. ¡Como para que vuelvan a hablar, desdeñosamente, de los galachitos!
Mala suerte la de Jaime (Ostos). Apenas se estaba reponiendo de dos graves cornadas, cuando ya se ha llevado otro par de ellas (…) Y éstas de ahora se las ha dado un bicho flojo de remos, al que casi no se le picó y sólo se le pusieron cuatro banderillas. ¡Ah!, pero aun sin gran fuerza tenía trapío, edad cumplida, 519 kilogramos y los pitones intactos (…) Cuando Ostos lo citaba para iniciar la faena, el toro volvió la cara y empezó a huir, como espantado, acobardado de pronto (…) Cuando se cansó de correr, el ecijano lo obligó a embestir y el toro se fue entregando.
Ya era el matador quien imponía su mandato para empezar a ligar las series de naturales, garbosos, con la buena planta torera que luce en la arena. Así, varias tandas sobre la zurda. Pero, al rematar una de ellas, se alejó del toro sin darle importancia. Y acá no se puede hacer eso ni con reses con fama de bombones. Arrancó el bicho sobre Jaime y allá está, otra vez, fuera de combate (…) Aún se erigió, en plan heroico, para dar más naturales, cuando su propia sangre le escurría hasta la zapatilla. Entró a matar, ya sin fuerzas, hasta derrumbarse desmayado. Mientras Camino descabellaba, el público pedía la oreja (…) Les fue entregada a sus peones, para que dieran la vuelta al ruedo y recibieran la ovación tributada al infortunado torero de Écija.
«Hoy, El Viti fue otra cosa. Parece mentira que ese torero geométrico, arquitectónico, que apenas ayer trazó una obra maestra de precisión en este mismo ruedo diera hoy la impresión de ser un chalao que se echaba al bicho encima, torpe, engarrotado, codillero. Como cualquier mamarracho fue volteado cuatro veces (…) Con el sexto no tuvo más remedio que jugarse el físico, cuando ya Camino había hecho faenas excepcionales (…) Gracias a su honrada temeridad también fue orejeado.
Cuesta trabajo imaginar una actuación más redonda que la que ha cuajado don Francisco Camino. Se cansó de tanto cuento, de que se murmurara que sus éxitos en México eran una leyenda publicitaria (…) Fueron tres obras maestras del toreo caminista, tres faenas de alarido, de apoteosis (…) Me propuse anotar el número exacto de naturales que brotaron de su muleta mágica. Fueron ochenta y seis, en tres faenas. Se dice pronto (…) Y a esa cantidad agreguen ustedes la calidad de un artista de excepción, como es el genial diestro de Camas (…) Hubo un instante supremo: llevaba tan baja, tan lenta, tan arrastrada la muleta, que llegó un momento en que el toro se la pisó con las patas delanteras y se quedó frenado. Pero él no se movió. Se quedó allí, sembrado, sin irse de la cara del toro, en unos segundos angustiosos.
El expectante silencio, el suspenso de la espera, dejaron al público sin aliento. Hasta que el toro, como asustado por aquella increíble audacia, movió las patas y el trapo quedó libre. Sin la menor enmienda, volvió a prender la embestida y consumó un natural –¡un sobrenatural!—como nunca se había visto (…) ¡Un asombro de torero! El pueblo, que no se engaña, lo alzó sobre sus hombros, como símbolo triunfal de que hay que izarlo por encima de todos». (Novedades, diario. 22 de mayo de 1963)
Efectivamente, de ahí en más la comunión entre Madrid y el maestro de Camas fue un hecho inquebrantable. Cada mayo se le esperaba con plena convicción en sus excepcionales condiciones toreras, y rara vez tales expectativas quedaron defraudadas. Actualmente, la perfección técnica y estética, la proverbial exquisitez y la privilegiada cabeza torera de Paco Camino forman ya parte de la historia grande del toreo. Y después de acontecimientos tan extraordinarios como su encerrona en la Beneficencia del 4 de junio de 1970, o faenas como las de «Serranito» de Pablo Romero (29 −05 −71) o «Emplazado», el legendario sobrero de Jaral de la Mira (22 −05 −75), ni el más rancio y puntilloso de los cronistas se hubiera atrevido a ponerle peros a uno de los artistas de los ruedos más reconocidos y mejor dotados y recordados de todos los tiempos.
Tenía listos mis comentarios a las clásicas ferias de abril en Sevilla y Aguascalientes cuando volvió a suceder: las corridas de mayo en Puebla fueron canceladas de súbito por orden de un juez de distrito que atendió solícito y presto a un amparo interpuesto contra la tauromaquia por una de tantas ignotas organizaciones de antitaurinos, “agrupaciones” casi siempre unipersonales o poco menos.
Ya sabemos que en tales casos la justificación de los juzgadores de turno, obsecuentes con lo argumentado en la resolución confirmatoria del cierre de la Plaza México en junio pasado, se basa en el “daño ecológico” causado a la inerme población en su conjunto por los festejos taurinos, lo cual, entre todos los pretextos posibles, es sin duda el más improbable y absurdo. Pero pídale usted sensatez y congruencia al brazo de la ley más corrupto y corrompido de este país de corruptelas.
No abundaré en los elementos que mueven la campaña abolicionista, tantas veces expuestos y desmenuzados en esta columna –la intolerancia, el supremacismo moral, la censura, el reduccionismo, el integrismo, el pensamiento único anglosajón, el oportunismo político, el falso ecologismo, el ensañamiento inquisitorial, la incultura y fanatismo que campan en las redes sociales, etcétera–; si estas manifestaciones han encontrado un óptimo caldo de cultivo en nuestro país se debe en gran parte a la pasividad e inacción de los taurinos.
No estoy pensando, por supuesto, en el aficionado cuyo sano amor por la fiesta continúa vivo, y que es quien verdaderamente sufre los embates de la taurofobia. Aunque no quedan muchos así, que de haber tantos como antaño nuestros malquerientes, en vez de atacar las corridas, estarían abrazado cualquier otra causa de moda, mientras más banal mejor, incapaces como son de enfrentarse a las de trascendencia realmente preocupante, ésas que tanto han afectado a miríadas de víctimas humanas y ambientales del Consenso de Washington y su mercado global sin controles, en México y en el mundo.
No me refiero, decía, al aficionado de a pie. Me refiero a la gente influyente del mundo del toro, empezando por las empresas afectadas –ahí están algunas de las mayores fortunas del país–, y a las asociaciones de toreros y ganaderos que, supuestamente, siguen en pie. Sin olvidar la hipocresía de los directores de medios que antaño vendían muy bien sus secciones taurinas y hoy dirigen su atención y espacios a los antis. Y están, por otro lado, aquellos personajes del mundo intelectual, político y social que siendo taurófilos de toda la vida prefieren mirar hacia otra parte. Si ellos, los poderosos, no reaccionan, lo único que nos queda a los demás es el derecho al pataleo.
¿Qué nos está pasando? Declaro mi asombro, en fin, ante la pasividad de quienes tendrían que estar empeñados en defender nuestra fiesta con uñas y dientes. Extrañamos aquí la firmeza de los taurinos franceses, que han elevado la calidad y seriedad de su fiesta al nivel más alto, incluido su blindaje legal. O la de los novilleros colombianos que se encadenaron a las puertas de la plaza Santamaría de Bogotá en protesta contra la feroz campaña antitaurina, o los congresistas de ese país que, contra viento y marea, acaban de sacar adelante la continuidad de las corridas de toros. Prácticamente, no hay país taurino –Portugal, Ecuador, Perú…– donde al ataque directo o velado contra las corridas no haya encontrado respuesta enérgica de taurinos y aficionados, dentro de las posibilidades de cada cual.
La única excepción es México.
¿Qué haría falta? Uno esperaría que en estos tiempos de prueba se manifestara la capacidad de indignación del aparato taurino nacional con todo el ruido necesario, profusión de debates y mesas redondas aprovechando las facilidades tecnológicas actuales, desplegados en los diarios, convocatorias a marchas, publicaciones y conferencias sobre la riquísima historia y cultura de la fiesta brava en nuestro país. Y hasta corridas de toros simuladas, con música y juez de plaza, alguaciles, monosabios y público, como las organizadas por el imaginativo e inolvidable Jaime Rojas Palacios en las afueras de la Monumental México durante el prolongado cierre de la misma de los años 1988-89. Y que funcionaron como evocación, protesta y convivencia gozosa, todo a un tiempo. Porque lo contrario, la parálisis y las lamentaciones sin la posibilidad de un plan coherente que las respalde equivalen a rendir la plaza incluso antes de que nuestros adversarios nos aniquilen de verdad. Sería una lástima desperdiciar todo un arsenal de buenas razones –historia, tradición, arte, cultura, vida y muerte— en timorata apuesta por la resignación y el olvido. De sobra se sabe que el repliegue, la inhibición y el silencio del agredido envalentonan y le dan alas al agresor.
¡Vamos ahí…! Como el optimismo nunca debe perderse seguimos esperando la reacción del medio taurino, su paso del enconchamiento a la indignación activa y a un proyecto que se anticipe a las maniobras d ellos antis. Lo contrario, la resignación y la parálisis –o las reacciones apresuradas y fallidas–, sólo servirían para demostrar que los taurinos de este país no se merecen la grandeza del toreo. Que ni entienden ni distinguen ni sienten ya la fuerza cósmica, épica y poética que emana de obras como las recientes de Morante de la Puebla, Andrés Roca Rey, Joselito Adame, Daniel Luque, Manuel Escribano, Arturo Saldívar o Diego San Román, posibilitadas por el misterio telúrico de la bravura. Es decir, la casta brava, la sobrecogedora hermosura y el riesgo inherente a ese toro- tótem, tan entrañable y tan nuestro, que sería borrado de la faz de la Tierra si llegara a abolirse la corrida, que es su única razón de ser.
Tal vez el emparejamiento histórico que mayor oposición ha encontrado para ser reconocido como tal sea el de la dupla Manolete-Carlos Arruza en mitad de la década del 40 del siglo XX. Obra en contra su breve extensión temporal, a cambio de una intensidad y constancia en el triunfo con las que pocas rivalidades taurómacas podrán compararse. Pero también ha influido el hecho de que uno de los contendientes fuera mexicano, causa de inconfesadas pero evidentes reticencias entre los reduccionistas que se han empeñado en restringir la historia del toreo a lo sucedido en ruedos españoles, con el consiguiente ninguneo de sucesos no ocurridos y diestros no nacidos en la llamada piel de toro, automáticamente escamoteados a los anales de la fiesta sin explicaciones de por medio. Paradójicamente, Manolete y Arruza jamás torearon juntos en la república mexicana.
El primer encuentro del cordobés y el mexicano ocurrió en Cieza (Murcia), un coso menor en el que ambos triunfaron por igual aquella tarde (26.08.44). Aunque Arruza había provocado una sacudida sideral al presentarse en Madrid (18.07.44) y a los pocos días cortó una pata en Barcelona, la crítica hispana aún no se lo tomaba completamente en serio, y Felipe Sassone, sin dejar de reconocer la grandeza de sus segundos tercios, empezó a cultivar una idea que José María Cossío sintetizaría en la frase torero deportivo, de clara connotación despectiva. El problema es que Arruza continuaba cortando orejas corrida a corrida, lo que significaba incidir en un rasgo que se suponía exclusivo del gran Manuel Rodríguez “Manolete”. No tardaron las empresas en pugnar por anunciarlos a ambos en sus ferias y, a ser posible, en el mismo cartel, de manera que ése al que K-Hito acabó por bautizar como El Ciclón Mexicano acabaría rompiendo la barrera de las cien corridas en 1945 con exactamente 108 festejos toreados, en 35 de las cuales alternó con Manolete, quien cerró esa temporada con 71, pues, percances aparte, lo suyo nunca fue romper marcas sino dejar bien plantada su bandera de figura de época.
Sevilla 1945. Para Filiberto Mira “la campaña más brillante en medio siglo (…) Inmejorable artísticamente, la mejor de todas (…) Ningún torero ha superado, en una feria abrileña, los cuatro éxitos de Manolete (…) Año en que, la tarde del 3 de junio, realizó Fermín Armillita la faena más cumbre de los últimos cincuenta años”. Antes, el domingo de Resurrección (01.04.45), “Triunfo completo –capa, banderillas, muleta y espada—del azteca Fermín Rivera, que le cortó una oreja a cada toro de su lote” (Mira, Filiberto. Medio siglo de toreo en la Maestranza. 1939-1989. Edit. Biblioteca Guadalquivir. Sevilla, 1990. p 92)
En la feria de abril, integrada por cinco carteles, participaron en cuatro Manolete –a oreja por tarde— y Pepe Luis Vázquez, y en dos Carlos Arruza –dos apéndices–, Fermín Rivera y Pepín Martín Vázquez, único que cortaría las dos orejas de un mismo toro (22.04.45).
Día 18: “Dos taleguillas rotas”. Así subtituló el crítico del ABC Don Fabricio su crónica de la primera de feria, toros de Clemente Tassara para Manolete, Pepe Luis Vázquez y Carlos Arruza. Pepe Luis, consentido de los sevillanos, se lució con la capa y decepcionó en todo lo demás. Manolete le cortó la oreja al cuarto de la tarde y Arruza paseó la del sexto tras haber dado una vuelta al ruedo con petición a la muerte del tercero. Leamos a Don Fabricio: “La expectación, forjada a fuerza de valor y estilo por esas dos figuras señeras de la tauromaquia que son Manolete y Arruza, se ha justificado plenamente en el ruedo (…) Por obra y gracia de la emulación, la fiesta inaugural de la Feria alcanzó trascendencia suma (…) Dos taleguillas rotas, las que ciñen Arruza y Manolete, califican y ponderan el éxito del festejo de ayer; las dos primeras taleguillas de la torería actual, hechas girones por las astas de los toros de Tassara (…) Manolete, cuya maestría es insuperable, pisó ayer permanentemente, acuciado por su hombría, los terrenos del toro. Y Arruza, estimulado su inmenso valor por las mismas causas, se movió toda la tarde conscientemente por los terrenos de la temeridad (…)” (ABC, Edición de Andalucía. 19 de abril de 1945)
Día 19: tres toreros, tres orejas. El mismo cronista sevillano nos cuenta la corrida del día siguiente –Manolete, Arruza y Pepín Martín Vázquez con ganado de Carlos Núñez–. En ella, los tres espadas obtuvieron el premio de la oreja y, desde sus bien diferenciados estilos, volvieron a transformar los tendidos de la Real Maestranza en un polvorín. Empieza por referirse a la primera vez que Carlos Arruza recibió el rechazo de los sevillanos, y de cómo logró vencerlo: “Arruza hubo de comprobar ayer, quizá con extrañeza, que el público le mostraba cierta hostilidad, porque en su primer toro, recelosillo y quedado, desistiera a priori de cualquier intento de lucimiento antes de deshacerse de la, por otra parte, inofensiva res. Pero como en el otro toro el espada reaccionara, el mismo público, exento de prejuicios, comentó con rotundas ovaciones la decisión del torero, su saber con arte, su cabal hombría (…) Es con la estimación propia como se consigue la estimación ajena. Y así, por estimarse tanto a sí mismos Manolete y Pepín Martín Vázquez, logró el cordobés uno de los mayores triunfos de su vida de maestro, y el macareno revalidó con honra sus grados (…)
El lote de Manolete tenía mucha fuerza y poca casta, sobre todo el cuarto de la tarde, más que receloso distraído (…) Acortando distancias hasta la temeridad y porfiando hasta lo indecible, ligó faena ¡donde no la había! sobresaliendo los tres ayudados por alto iniciales, impecables, sin el menor atropellamiento a pesar de haber citado a la res en su propio terreno, los redondos y los muletazos finales, dando al toro las máximas ventajas. Coronó la faena el de Córdoba con una colosal estocada, tanto por la limpia ejecución de la suerte como por la colocación de la espada (…) Son muchas las veces que Manolete ha dado pruebas de su maestría, pero ayer, a nuestro juicio, ha superado cualquier otra anterior.”
“Vaya por delante que Arruza es el prototipo del pundonor torero. Se desazonó al comienzo porque le tocó un toro receloso (…) El (picador) de tanda se había excedido en castigar a la res (…) y Arruza, desanimado, le dio lidia inteligente pero de trámite (…) Dolió al mejicano la actitud del público, por lo que afanosamente buscó y logró el desquite con su segundo, al que tras de clavarle tres soberbios pares de banderillas hizo brillantísima faena.” De Pepín Martín Vázquez se refirió asíDon Fabricio: “Bizarra gracia la del menor y no obstante mayor representante de una dinastía de buenos toreros del barrio de la Macarena (…) Con el capote hizo proezas y prodigios ¡Aquellos dos faroles ligados con que recibió a su primero! ¡Aquellas pintureras chicuelinas del quite al quinto de la tarde! (…) En las faenas hubo asimismo derroche de sal y decisión. La primera delicada, fina, como las condiciones de la res exigían, y la final al toro más grande de la corrida, iniciada de rodillas (…) para, en los medios, desgranar la rica pedrería de un repertorio extenso, adjetivado por torerísimos desplantes. Finalmente la estocada y el galardón de la oreja, unánimemente solicitada.” (ABC Andalucía. 20 de abril de 1945).
El Ruedo. Evidentemente, las reservas con que se recibieron los primeros éxitos de Carlos Arruza habían quedado atrás: las encomiásticas crónicas de Don Fabricio lo demuestran y los comentarios –sin firma– aparecidos en el semanario taurino madrileño lo confirman. Veamos: “Dudamos mucho que se haya producido nunca en la Maestranza un clima de emoción tan alto como el provocado por Carlos Arruza en la primera corrida de feria; más concretamente, en la lidia del toro que cerró plaza. Ya en su primero había confirmado, con tres magníficos pares de banderillas y una faena temeraria y artística la magnífica impresión que dejó en la última feria septembrina. Pero fue a partir del tercio de banderillas del sexto cuando la plaza entera, llena de emoción, tuvo la mejor ocasión de darse cuenta del valor no exento de arte de Carlos Arruza. Prendido por el vientre al poner un par de poder a poder dándole todas las ventajas al toro, Arruza tomó la muleta al borde del desvanecimiento (…) Sin embargo, cuajó una faena de muleta temeraria, en la que se pasó al toro a una distancia inverosímil, que juzgamos imposible de acortar. Los pases en redondo, los naturales, los molinetes de rodillas quedándose ante la misma cara del bicho pusieron en vilo a los espectadores, que viendo al espada jugarse la vida con tanto desprecio, pedían a voces que terminara pronto. Cuando Arruza se fue tras el estoque y el toro cayó muerto, el público –que no se había movido de su puesto, pese a la mala costumbre que tiene de levantarse apenas el diestro monta la espada—unido en un clamor inenarrable, pidió para el torero los máximos apéndices. La presidencia, sin embargo, sólo le concedió una oreja (…) Al día siguiente, volvió el diestro mejicano a entusiasmar al público. Fue en una faena más reposada, más torera, en la que entre naturales y molinetes dio la “arrucina”, pase temerario en el que el engaño es mínimo porque la muleta, cogida por la mano derecha, asoma por detrás del diestro, por el lado contrario. El premio fue una oreja y la consiguiente vuelta al anillo. Carlos Arruza ha sido la nota emocionante de la feria sevillana. No sabemos si en otras plazas el criollo se jugará la vida con la misma elegancia. Lo que sí afirmamos es que en Sevilla ha dejado su nombre bien plantado y su fama a una altura excepcional.”
Tampoco escatima elogios a la gran feria cumplida por el Monstruo de Córdoba, sin que nadie imaginara en ese momento que Sevilla no lo volvería a ver: “Manolete ha sido el triunfador de la feria sevillana. Sus cuatro actuaciones se han visto premiadas con el aplauso unánime del público y cuatro orejas, una cada tarde (…) En Sevilla nadie puede dudar ya de que Manolete es un maestro insuperable (…) Resumiendo su labor en la feria, hay que decir que su tarde más rotunda fue la tercera, precisamente con los toros de Miura. Sin embargo, con el capote su mejor faena fue con el quinto toro de don Francisco La Chica.” (El Ruedo, 25 de abril de 1945; crónica anónima)
Ciclón plusmarquista. Es lástima que, a pesar del mote de torero deportivo que don José María de Cossío le endilgó, en su famosa enciclopedia Los Toros no se mencione en absoluto una marca sin probable parangón, conseguida por el Ciclón Mexicano en las dos plazas más emblemáticas de España. Porque el caso es que, en la madrileña de Las Ventas, Carlos Arruza sumó cinco actuaciones, cortó diez orejas y no dejó de tocar pelo en ninguna de dichas tardes. Hazaña que reproduciría en sus seis presentaciones en la Real Maestranza sevillana, con otra decena de auriculares paseados y ninguna tarde en blanco, si bien el rabo que en varias ocasiones solicitó para él el público hispalense sólo pudo obtenerlo en un festival benéfico (28.10.45).
Utilizando el símil deportivo, se puede decir que Arruza mantuvo su invicto en las dos principales plazas de España y del mundo. Algo que nadie más ha podido presumir.
Abril 18 de 1945: MANOLETE (ayudado por alto y gallardo pase de pecho) y CARLOS ARRUZA (par de poder a poder y torero doblón) cobraron las dos primeras orejas de una feria memorable
19 de abril de 1945: Nuevo triunfo del CICLÓN MEXICANO (cruzándose al pitón contrario y en un molinete de rodillas) y del MONSTRUO DE CÓRDOBA (derechazo y natural inconfundibles), esta vez acompañados en el éxito por PEPÍN MARTÍN VÁZQUEZ (desplante)
¿Cómo era una gran faena en 1924? No es una pregunta retórica ni simple curiosidad arqueológica. En el centro de la interrogante está la cuestión de si el toreo es o no un arte, asunto crucial en las adversas circunstancias actuales. Sabemos que el arte es, con la ciencia, la expresión más alta del genio humano. También nos consta que la vida actual es arrastrada por un avance tecnológico cargado de instantáneas novedades capaces de disfrazar la realidad y crear falsas ilusiones. Así el cine, que depende en gran medida de los recursos tecnológicos disponibles, es capaz, gracias a éstos, de mejorar la sensación de verdad, lo que no significa que una superproducción de Hollywood sea por ello una obra de arte, condición que, en cambio, sí puede alcanzar un filme elaborado con los medios más austeros. Y lo mismo vale para el novelón, basado en tremendismos postmodernos, que no por convertirse en best seller será arte; o para el precoz pianista, obsesivamente entrenado desde su tierna infancia y presto a interpretar todas las sonatas de Beethoven en un frenético fin de semana, sin que semejante alarde guarde la menor relación con el arte del genio de Bonn o la creatividad innata de un Mozart o un Shostakovich. O, para el caso, de Gardel, María Greever, Louis Armstrong o John Lennon.
El quid de la cuestión. Una obra de arte auténtica forma parte de un proceso evolutivo que puede rastrearse y reconocerse como tal. Pone en relación activa a un emisor y un receptor: dos sensibilidades, dos historias, dos momentos y dos percepciones. La distingue su cualidad de cosa única, inédita, compartida así por ambos, quien la crea y quien la disfruta, gracias a su propio poder de comunicación y a una fuerza espiritual indefinible y única. Para ser genuinamente arte, la obra tiene que ser una experiencia abisal, súbitamente reveladora, irrepetible.
¿Nos proporciona la tauromaquia este tipo de experiencia? Creo que cualquier buen aficionado puede dar fe de ello, y la prueba es que al acercarnos a la taquilla lo hacemos siempre con la esperanza de volver a vivir esa rara conjunción de un toro y un torero tocados por la gracia. La gracia del arte, que tanto tiene de magia como de milagro. Gaona y “Revenido”. Ya puestos en situación, tomemos como ejemplo la faena de Rodolfo Gaona al cuarto toro de Piedras Negras del 17 de febrero de 1924, en El Toreo de
la Condesa. Corrida a beneficio del baturro Juan Anlló “Nacional II” con Gaona y José Roger “Valencia I” como alternantes, para dar cuenta del encierro tlaxcalteca de don Lubín González. Una tarde histórica. Lo de menos es que el beneficiado haya desorejado al primero que le soltaron, y Pepe Valencia levantara al público de sus asientos con un volapié modélico que le valió la oreja del segundo piedreño. Lo de más, que el Indio Grande, previo altercado con Nacional y su cuadrilla durante el tercio de varas del tercero, cuajase con “Revenido” una de sus faenas estelares. Acaso la mejor de todas.
Para nuestra decepción no será posible diseccionar el formato de la faena. Y la razón es que los revisteros de la época practicaban una crónica impresionista, ahorrándose la claridad descriptiva en aras de la alabanza o la diatriba. Pero sí es posible comprobar si esa sacudida emocional propia del arte alcanzó a manifestarse tanto en el espada leonés como en los 25 mil receptores directos que llenaban El Toreo.
Habla el autor.
En su biografía Mis veinte años de torero, dictada a Carlos Quirós “Monosabio”, Gaona expone su punto de vista: “La mayoría de los aficionados ha dicho que la faena a “Revenido” es la mejor que tengo hecha aquí. Creo lo mismo. Y por esto: Hubo dominio completo y cuanto arte puede echarse a un toro (…) Cuando de un toro se hace lo que se quiere y se le obliga a pasar, a ir de aquí para allá, y se le hace acometer o detenerse cuando uno quiere, entonces es el torero el que manda y el toro quien obedece. Y es el hombre el que lo ha dominado por su arte, por su inteligencia. Esto es lo más que puede pedirse a un torero.”
Otra mención específica de dicha faena está incluida en el escrito que Rodolfo le entregó a Rafael Solana “Verduguillo”, el periodista que creó el gran semanario El Universal Taurino. Hasta la redacción del mismo llevó el leonés unas cuartillas con sus impresiones sobre la temporada 1923-24. Con buena vena de relator y redactor, sin falsas modestias –que nunca las tuvo–, el Califa apunta: “No hubo una corrida en que por lo menos no hiciera una faena grande, hasta que llegó la tarde del 17 de febrero, beneficio de Nacional. Alternamos con Valencia (Pepe) lidiando reses de Piedras Negras. El cuarto se llamó “Revenido”. Yo, que estaba picado por lo que me habían hecho Nacional y su cuadrilla al rematar un quite, comprendí que había llegado el momento de dar la nota. Y vaya si la di. Al principio temí que “Revenido” no me durara todo lo que yo quería. Pero a medida que lo consentía se fue creciendo, hasta que se convirtió en un toro bravo (…) ¿Lo que le hice? Todos los aficionados deben recordarlo. Yo sólo digo que a “Revenido” lo toreé a mi gusto, gozando la faena que estaba ejecutando, aprovechando en todo momento las condiciones del toro para el adorno. Arte, gracia y no poco valor puse en todos los muletazos que le di a ese toro. Pero mi satisfacción fue aún mayor al ver que el público había comprendido la faena y me ovacionaba calurosamente.” (El Ruedo, Núm. Extraordinario dedicado al Califa de León. México. Primer trimestre de 1965).
Ahí está condensado, por el propio artista, su modo de procesar las sensaciones que lo invadían mientras toreaba a “Revenido”. Su relato rezuma naturalidad y podemos decir
que evidencia la primera condición del arte genuino: que el autor haya experimentado el vértigo de la creación, expresada ante el toro de un modo personalísimo. Sobre lo otro, las sensaciones del receptor, el mismo Gaona da una buena pista al mencionar una respuesta del público acorde con la magnitud de su faena. Pero veamos cómo juzgó la obra ese receptor especializado que es, idealmente, el cronista taurino. Tres de ellos: el neutral (Varetazo), el gaonista (Rascarrabias) y el antigaonista (Roque Solares Tacubaq). “Varetazo” (neutral). “El cuarto fue el más pequeño, cárdeno oscuro, con bragas, vuelto de cuerna, número 14 y responde al nombre de “Revenido” (…) Rodolfo sale con ganas de comerse al toro y le sopla un par de capotazos para fijar. Viene luego una verónica fea, una navarra que no es gran cosa y más capotazos con tendencia a verónicas (…) En banderillas, Gaona clava un par malo, medio par igual de malo y un tercero en que un palo queda en la paletilla.”.
Quien así escribe no puede ser sospechoso de parcialidad en favor del torero. De modo que su cambio de talante al referirse a la faena de muleta hay que leerlo bajo ese mismo prisma. Me ahorro la descripción completa –reiterativa pero vaga–, para fijar atención en las expresiones entusiásticas del cronista: “Gaona brinda la muerte de “Revenido” al general Arnulfo Gómez (…) El toro no es gran cosa, bravo y codicioso a veces pero con defectillos, uno de ellos que no toma con franqueza el engaño (…) Rodolfo ya está arrodillado y citándolo (…) Se arranca “Revenido” y se produce un ayudado por alto magistral (…) y valiente, pues el burel no entró con franqueza sino que gazapeó. Un alarido de entusiasmo lanzó la multitud. Ya de pie, con la derecha, un pase de pecho soberbio, los píes quietos, jugando sobriamente el brazo, sin ninguna afectación. Esto es canela. Y lo que vendrá es algo de ensueño, como de las Mil y una Noches (…) Gaona sigue desgranando su arte (…). Cada muletazo es más lento, más elegante (…) Puro mando de brazos, el toro obedece como un faldero (…) Más valentía, nadie. Más arte, nadie. Más dominio, nadie. Más gracia, nadie (…) Gaona está hoy desconocido ¿Pero éste es el señor que toreaba encorvado, patiabierto y con el pico de la muleta? (…) De pronto, “Revenido” da un arrancón tremendo, y Rodolfo, quieto, lo espera, lo empapa y lo despide con facilidad asombrosa. En otro tercio, toma un sombrero, y con él en la mano y la muleta en la otra sigue haciendo monerías. Y en cada pase coloca el sombrero en un pitón. Una y otra vez, hasta hartarse. La ovación es la más grande que he oído en mi vida (…) El toro comienza a ponerse incierto (…) Un tercer molinete, tan ceñido que salió tropezado por los puñales. Entonces hinca las rodillas para esperar así la fiera acometida (…) El “Patatero”, viendo en peligro a su jefe, se lleva a “Revenido”. Y vino escena chusca, porque el Indio, hecho un energúmeno, corrió tras el diminuto “Patatero” amagando con darle una tunda con el estoque (…) Rodolfo aprovecha el momento para, recostado indolentemente contra la barrera, tomar un vaso de agua mientras el toro se repone (…) con los terrenos cambiados, señala a volapié un pinchazo despampanante. El pinchazo del año. ovación grande, aunque no tanto como la merecía el pinchazo. Momentos después el volapié clásico, preciso (…) El toro no dobla, y sirviéndose de la toalla a guisa de muleta, intenta el
descabello y lo logra al tercer sopapo (…) Es el delirio. Las dos orejas y el rabo e incontables vueltas al ruedo.” (El Universal Taurino. 19 de febrero de 1924)
“Rascarrabias” (gaonista).
“Ahora sabréis el porqué de mi gaonismo, querido lector:
porque siendo Rodolfo Gaona el más grande de los toreros artistas que han conocido los tiempos, necesariamente tengo que ser uno de sus más decididos partidarios (…) La faena que realizó con el cuarto toro de Piedras Negras es inenarrable (…) Fue algo asombroso, inolvidable, único: el arte purísimo quitaesenciado por la maestría máxima de un lidiador (…) al cuarto muletazo el ruedo estaba alfombrado por sombreros y prendas de vestir (..) toda la larguísima faena fue objeto de una aclamación interminable (…) duró más de veinte minutos (…) ¿A qué otro torero, desde que el toreo existe, se le ha tributado un homenaje igual?” (Jueves de Excélsior, 21 de febrero de 1924) “Roque Solares Tacubaq” (antigaonista). “Toro de escaso respeto, aunque no precisamente una mona (…) Toro que no fue lucidamente banderilleado por el Señor Gaona (…) Último tercio, teniendo el toro todas las condiciones que requiere el Señor Gaona: bravura, parsimonia en el acometer, sencillez para tomar cumplidamente el engaño: el “toro ideal” (…) El Señor Gaona hizo trasteo profuso en pinturería, que no en arte clásico, el que podría proporcionar la mano izquierda, en corto terreno y teniendo quietud en los pies (…) Hubo pases de pitón a pitón. Hubo adorno empleando un sombrero (…) en toda la faena, el Señor Gaona y el toro recorrieron media circunferencia (…)
Llegaron jadeantes ante un burladero. El Señor Gaona recostóse indolentemente sobre las tablas y solicitó una toalla para enjugar el copioso sudor (…) y dar un trago de agua. ¿Verdad que no tan fatigoso debió ser aquello si el Señor Gaona lo efectúa toreando tal y como debe ser? (…) Pero estas son observaciones de vejete rancio. Yo, prescindiendo de mis ranciedades, digo que la faena del Señor Gaona a “Revenido” fue estupenda, colosal, piramidal y todos los adjetivos que deseen darle, que merece la placa que para conmemorarla se está solicitando (…) Pero sólo considerándola dentro del “modernismo”. Hago la distinción para que no vengan a decirnos que fue en el clasicismo que le enseñó “Ojitos”. Una gran faena del “Gaona de ahora”, no del Gaona que sabía torear con la mano izquierda y los pies quietos.” (El Universal Taurino, 19 de febrero de 1924).
Conclusiones.
Dejando de lado el hecho de que el moderno toreo en redondo no entraba en los hábitos del Indio Grande –por eso está ausente de las tres crónicas–, lo leído arroja luz sobre algunas revelaciones fundamentales: 1) La de “Revenido” fue una faena larga para los usos de entonces –Pepe Valencia cortó la oreja de su primero gracias a un gran volapié, luego de apenas siete u ocho muletazos (Varetazo), el tipo de faena que encomiaba como “clásica”, al estilo antiguo, Roque Solares Tacubaq; 2) Gaona, muleta en mano, prescindió de la ayuda y cercanía del peonaje, hasta el punto de reprimir al Patatero cuando quiso intervenir; 3) Hay en el tono de los tres cronistas diferencias muy marcadas, pero también unanimidad en lo esencial: que la de Gaona a “Revenido” fue una faena extraordinaria, y acorde con ella el entusiasmo del público; 4) Los talentos de Gaona
iban mucho más allá de su elegancia natural y gracia torera: él mismo señala como el summum del arte el dominio del lidiador sobre la bestia. Y sin embargo, esta sola virtud no habría provocado el cataclismo que sacudió al Toreo aquel 17 de febrero de 1924.
El arte, cualquiera que sea su género, ha de inscribirse en un continuum histórico claramente verificable –la historia y evolución del toreo—, y al mismo tiempo condensarse en cada obra singular, expresión de la sensibilidad y el poder creativo del autor. Y contar con una interiorización genuina en el espíritu del receptor, multitudinario en este caso.
Por primera vez en su vida, Alfonso Gaona, al sumir la empresa de El Toreo, experimentaba lo que era competir contra la Plaza México, administrada por él durante décadas. Ahora estaba en manos del doctor Manuel Labastida, ganadero de Santo Domingo, operador en jefe de un gerente tan peculiar como el cubano Ángel Vázquez, con un amplio historial como exitoso dirigente de equipos de beisbol pero carente de cualquier experiencia en cuestiones taurinas. Para su corrida del 6 de febrero de 1966, la México había anunciado la repetición de Carlos Arruza luego del apoteósico triunfo que alcanzó al reaparecer ahí como rejoneador (23.01.66), y con ello aseguraba la entrada de esa tarde. ¿Cuál fue la réplica de Gaona? Responder al desafío con un cartel superestelar, añadiendo al gancho del principal as español de su elenco los nombres de una figura mexicana indiscutible –José Huerta—y de la mejor promesa joven del país, Raúl Contreras “Finito”, que acababa de hacer una campaña novilleril sensacional en España que lo llevó directamente a la alternativa. Tanto Finito como Antonio Ordóñez –la suntuosa base hispana del cartel– repetían después de triunfar concluyentemente el domingo anterior. Y si bien la ganadería elegida representaba una página en blanco, incógnita total, de alguna manera la avalaba el nombre del ídolo cinematográfico Mario Moreno “Cantinflas”, gran torero cómico por lo demás. El resultado fue que ambas plazas se llenaron a reventar.
Expectación correspondida. Por una vez, fracasó la sentencia que reza “Corrida de expectación, corrida de decepción”. La alegría con la que la gente llenó el coso cuatrocaminero sería superada por el sentimiento de inefable felicidad que ese mismo público compartía al abandonar la plaza dos horas después. No intentaré describirlo, todo taurino conoce ese estado de gracia tan particular que deja en el espíritu la eclosión del toreo grande. El vívido relato de Juan de Marchena (Pellicer Cámara, cronista titular de ESTO), lo refleja con emocionada nitidez. También repasaremos el docto juicio de Manuel García Santos sobre el comportamiento de los toros de Cantinflas, donde el indulto de “Espartaco”, segundo de la tarde, parecía promesa de muchos días de gloria para la divisa debutante. Una promesa finalmente incumplida.
La crónica de Pellicer.“Llena hasta las botellas la plaza de Cuatro Caminos. Y cómo podría haber quedado un boleto, con esta tercia de espadas: el gran maestro de Ronda, nuestro formidable torero de la Sierra de Puebla y el huracán de Chihuahua. Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Raúl Contreras “Finito” con seis toros de los hermanos Moreno Reyes. A veces, la lógica triunfa y la corrida resultó como para recordarse durante muchos años.”
Con una gran verónica se inició la torerísima tarde. Abrió Antonio Ordóñez su capote y con incomparable cadencia marcó los tres tiempos de todos los tiempos (…) Antonio Ordóñez es una cumbre de la perfección desde que se abre de capa hasta que la cierra, como con esa media imperial (…) Noblote pero aplomado llegó el de Moreno Reyes al tercio mortal. Una estampa de sobria majeza fue el pase de trinchera en el principio de la faena y luego los ayudados por abajo, de temple impecable. Pasó la muleta a la izquierda y se sucedieron, ocho o nueve, los pases naturales, haciendo embestir el torero, con sereno imperio, al tardo astado (…) Una estocada entera y en su sitio, refrendada con fulminante descabello. Y tronó en grande la ovación.
Las verónicas de Ordóñez al cuarto fueron soberanas, el compás abierto, cargando la suerte, recreándose en cada una, y preciosa su media verónica, erguida la figura entre el oleaje del capote.
Un gran puyazo del picador de Ordóñez (…) Huido, buscaba tablas el de Moreno Reyes, pero qué cátedra vendría enseguida, qué maravillosa lección torera fue la faena de Ordóñez, que sujetó al fugitivo y luego corrió la mano con tranquilo mando, toreando en redondo y con la diestra en varias tandas en que los muletazos tuvieron una igual perfección. En los pases naturales el maestro templó, mandó y expuso, pasándose al toro a un milímetro de la faja. Punteaba el astado, de embestida descompuesta. Además, acobardado, había saltado dos veces al callejón. Faena magistral, en la que el torero se impuso sin descomponer la línea, con hermosa maestría, en equilibrada expresión de ciencia, arte y valor. Un pinchazo en todo lo alto y enseguida una estocada hasta las cintas, apenas desprendida. Sonó una ovación prolongada. Ordóñez pudo dar la vuelta al ruedo y se conformó con salir al tercio. Y yo me pregunto, si después de una faena así no se pide una oreja por lo menos culpa es de la afición, que a veces no sabe, u olvida, lo que es el verdadero arte de torear.
Venía Huerta por el triunfo. Con un farol de rodillas recibió a su primer toro. De pie, después de recogerlo, veroniqueó magníficamente (…) Con solera gaonista se echó el capote a la espalda y alternó la gaonera con la fregolina, con suave temple, muy ceñidamente. Dos puyazos se llevó el astado, saliendo suelto y doliéndose, pero, para el de a pie, atesoraba una alegría y una nobleza increíbles. Dos pases de rodillas y en terreno de tablas y vamos a la memorable faena. Millonario del temple, Joselito Huerta toreó muchísimo, sin cansarse, sin que nos cansáramos de ver tal sucesión de muletazos extraordinarios, ya con la diestra, ya con la siniestra. No podríamos decir cuántas tandas hubo, con que largueza trazó cada suerte y cómo las ligó, una tras otra, rematadas con el ayudado por alto o con el pectoral izquierdista. Y cómo citaba de largo, colocado en el centro del ruedo y el toro, el nobilísimo toro, allá en las tablas. Y, sin enmendarse, lo vimos embarcarlo en su muleta y suavemente torearlo, torearlo, torearlo una y otra vez. El pase natural también tuvo su apogeo en la muleta de nuestro gran torero y más de diez, más de doce naturales se eslabonaban en aquel delirio de bien torear que fue la histórica faena del poblano. Citando de frente en ocasiones, Huerta escribió una página inmortal de su historia torera (…) Se inició la petición de indulto y al fin volvió a los corrales el de Moreno Reyes. Con orejas y rabo traídos del destazadero dio José una vuelta, y otra, y otra más, en compañía de los hermanos Moreno Reyes, uno de ellos el célebre “Cantinflas”.
Raúl Contreras ”Finito” apenas empieza pero ya pisa fuerte. Lejos de achicarse se crece y sabe ser digno rival de las figuras (…) Torero poderoso, que manda sobre los toros, que se impone y que sabe hacer el toreo con clásica verdad. Muy bien veroniqueó al tercero. Brindó su faena a Huerta y, en esta tarde de tanto torerismo, ¡qué toreramente empezó esa faena, ligando, trenzando el pase de la firma con el de trinchera, avanzando y haciendo escribir después un círculo al astado en los ayudados por bajo, abierto el compás, imperiosa la muleta, que al final se alzó en el pase de pecho con la zurda! Buscó el lado izquierdo y al iniciar el natural el toro, peligroso, con la cabeza muy suelta, lo empitonó de manera emocionante. Volvió a la carga Raúl con igual serenidad y los ayudados por bajo pusieron a la plaza de pie, tal fue su temple, tal el valor de este torero. Estoconazo ligeramente desprendido, realizando el volapié a la perfección. Las dos orejas y otras tantas vueltas al ruedo.” (ESTO, 7 de febrero de 1966)
Nada destacable ocurrió con los dos últimos toros, mansos y con peligro, al grado que el cierraplaza visitó repetidamente el callejón y, en un revolcón, le produjo a Finito, que nunca dejó de arrimarse, un corte profundo en el pabellón auricular izquierdo.
El juicio de García Santos sobre el ganado.
“Se nos dijo que el nombre de Moreno Reyes Hermanos respondía a la razón social que para cuidar y administrar su ganadería brava habían formado el gran “Cantinflas” y sus dos hermanos. La divisa con la que iban a lidiar era morado obispo y oro. Y la sangre de los toros procedente de la vacada de Saltillo que tanto se depuró en las manos de aquel inolvidable don Antonio Llaguno, creador de la vacada de San Mateo. No puede decirse que la corrida saliera brava. Por el contrario, el primer toro de Ordóñez se acobardó después de la pelea con los caballos, y su segundo buscó las tablas y en algunos momentos de la faena de muleta ofreció peligro. El que cerró plaza comenzó abanto, fue a los caballos pero luego acusó una fuerte querencia a las tablas, las que saltó varias veces. Tampoco fue bueno el segundo de Joselito Huerta que, aunque tomó cuatro varas, lo hizo con desigual estilo, y a la muleta llegó falto de codicia y con la cabeza suelta.
En el otro platillo de la balanza está el tercer toro, yendo de menos a más con los caballos y llegando a la muleta de “Finito” con un gran son y una embestida abierta que permitieron al torero de Chihuahua el clamoroso éxito que tuvo. Mención aparte merece “Espartaco”. Acaso sea la primera vez en la historia de los toros que indulten uno en el día que debuta la ganadería. (…) Salió en segundo lugar y Huerta le dio un farol de rodillas y unas verónicas buenas. Fue al caballo dos veces y en las dos se salió suelto. Pero la sangre que le hicieron lo asentó (…) Le sacó la bravura y el estilo magnífico que traía dentro y comenzó a embestir a la muleta y a beberse los muletazos, repitiendo una vez y otra y arrancándose donde lo llamaran hasta que el público, al darse cuenta de que estaba ante un toro de excepción, se puso en pie, sacó los pañuelos y pidió clamorosamente el indulto de “Espartaco”. Se concedió el indulto. Se ovacionó al toro cuando abandonaba la plaza, y se le concedieron a Joselito Huerta, simbólicamente, las orejas y el rabo, porque José supo estar a la altura de la inolvidable embestida del toro de “Cantinflas”.
Se extendió por la plaza, en aquel clima de entusiasmo, la noticia de que Moreno Reyes era Mario Moreno “Cantinflas”, y como “Cantinflas” es el gran ídolo cinematográfico, la gente lo quiso aplaudir directamente y lo obligó a que, en compañía de sus hermanos, su hijo y Joselito huerta, diera la vuelta al ruedo. La emoción de “Cantinflas” era visible y la corrida alcanzó un clímax venturoso y triunfal.” (Toro, mensuario. México DF. Febrero de 1966)
75 mil almas entre las dos plazas. Aquel domingo de febrero la fiesta brava alcanzó en la capital de la república cotas de interés y de emoción que habrían hecho impensable –más bien imposible– cualquier ataque antitaurino y menos aún intentos de abolición de raíz anglosajona como los que ahora padecemos. No me consta que tanto la México como El Toreo hayan agotado ese día el boletaje, pero si no lo hicieron muy cerca andarían. Si la Monumental ponía a la venta cerca de 50 mil entradas y al coso de Cuatro Caminos le cabían 27 mil espectadores, la suma de ambas da holgadamente para, por lo menos, 75 mil taurófilos disfrutando in situ de su espectáculo favorito. Tal era el fervor taurino de los mexicanos en el despertar del último tercio del siglo XX.
Es indispensable agregar que las dos corridas se televisaban en directo, sin más restricciones que el alcance de los canales 2 y 5 de Telesistema Mexicano y sus repetidoras, repartidas por todo el país. De suerte que esa tarde, como tantas otras en que las dos plazas capitalinas anunciaron temporadas y corridas simultáneas, millones de compatriotas pudieron admirar el nuevo triunfo de Carlos Arruza en Insurgentes –por desgracia sería el último, ya con la muerte al asecho–, y la explosión de toreo grande que fueron las actuaciones de Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Raúl Contreras en El Toreo.
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