¿Cuál sería la situación de la Fiesta de toros a nivel mundial si se reconociera como una realidad abierta y diversa, no recluida en estancos dictados por la mezquindad y los vanos nacionalismos, y controlada por mafias más o menos disimuladas desde tiempo inmemorial? Me lo pregunto mientras repaso LA FIESTA NO MANIFIESTA, espléndida coedición debida a la alianza entre Tauromaquia Mexicana y Tratado Trilateral Taurino (Campeche, Yucatán y Quintana Roo) que reúne, bajo la dirección de Antonio Rivera Rodríguez, una cuidadosa selección de textos y estadísticas relativos a las tauromaquias que los pobladores de la península de Yucatán animan de siglos atrás, al margen de la difusión mediática y al son del corazón maya de los habitantes de aquella región en tantos sentidos privilegiada, al tiempo que ignorada, explotada y depauperada por la codicia, la ignorancia y el racismo ancestrales.
Declaración de la Ceiba. Bajo el nombre del árbol sagrado de los mayas, se reproduce como pórtico a la jugosa lectura de una obra cuya singularidad la distingue de cualquier otra. Y consiste en un decálogo, signado por representantes de los tres estados del sureste mexicano que pertenecen a los capítulos correspondientes de Tauromaquia Mexicana del siglo XXI.
Abreviándolo por razones de espacio, sintetizo esta valiosa declaración de principios:
Los festejos taurinos que se verifican en cada ciudad, municipio, comisaría y comunidad de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo son eje insustituible de sus fiestas patronales y constituyen una Tradición popular peninsular definible como patrimonio cultural inmaterial por derecho propio.
Son representación viva de un bien inherente a la cultura popular de la península, por cuanto pueda tener ésta de conjunto de prácticas tradicionales, patrimoniales y espirituales transmitidos de generación en generación que incluyen un lenguaje propio y encierra modos de vida, expresiones artísticas, creencias, valores, conocimientos y saberes ancestrales.
Que la zona geográfica mencionada registra año alrededor de 2162 festejos taurinos, sumadas las 360 poblaciones que les dan asiento, de los cuales solamente en Yucatán se llevan a cabo 1640 en 270 localidades distintas.
Que la citada zona del país tiene los índices de violencia más bajos a nivel nacional, desmintiendo la equivocada idea de que la tauromaquia estimula por sí misma la agresividad y salvajismo de quienes gustan de ella, incluidos los niños que por millares asisten y disfrutan de nuestras fiestas taurinas tradicionales.
Que toda acción que amenace, agreda, limite o condicione la vigencia y conservación de la identidad cultural propia de cada pueblo proviene de una clara e insensible actitud etnocentrista, proveniente de culturas ajenas a la nuestra aunque sea acríticamente.
abrazadas por grupos nacionales y locales dominados por las ideas de una globalización dictada desde fuera.
Que el etnocentrismo ha sido históricamente fuente de intolerancias, autoritarismo y racismos y discriminaciones diversas que destruyen culturas y amenazan el futuro de la humanidad.
Que el toro de lidia o toro de casta indispensable para la realización de estas fiestas tradicionales pervive solamente gracias a las mismas, y por lo tanto desaparecería si por dictado externo llegaran a suprimirse.
Que, de acuerdo con el Convenio No. 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) del cual es miembro solidario, el gobierno federal mexicano está obligado a proteger el derecho de las comunidades indígenas al sistema cultural y de valores que les es propio, y protegerlos de la asimilación forzada de visiones del mundo disruptivas y ajenas (Derecho a la identidad e integridad cultural).
Como se ve, los taurinos peninsulares tienen una idea mucho más clara de los riesgos y orígenes del abolicionismo que los que predominan entre taurinos y taurófilos preocupados por la censura rampante que padecemos, y un argumentario en defensa de lo nuestro estructurado con impecable clarividencia.
La Fiesta no Manifiesta. Dos cosas caracterizan a la tauromaquia del sureste mexicano: su diversidad –dependiendo de las tradiciones de cada localidad y su desarrollo evolutivo, los festejos taurinos no siguen un único formato–; y asimismo el hecho de que los toros están insertos en ritos y prácticas tradicionales que van más allá de la “corrida”, la cual forma parte de celebraciones religiosas y profanas que se extienden a jornadas enteras de varios días de duración, en torno siempre a las fiestas patronales.
Estas celebraciones Incluyen a comunidades enteras, con papeles relevantes para niños y adultos, mujeres y hombres, indígenas y mestizos, cofradías y conjuntos de baile regional; una parafernalia costumbrista ritualmente organizada y observada con absoluta seriedad por las comunidades de cada lugar, que la obra de referencia muestra en toda su riqueza y colorido.
Capítulo aparte merece el material fotográfico que acompaña la obra, en colores naturales y con toda su sorprendente originalidad. Son cerca de 50 fotos de tamaños diversos los que la ilustran y nos ilustran a lo largo de las 110 páginas de un volumen rematado con un frondoso apéndice estadístico minuciosamente detallado e impreso a todo lujo.
Modalidades de la tauromaquia peninsular. Las variadas formas de los festejos taurinos yucatecos responden a las siguientes denominaciones: postín (comprenden aproximadamente el 6% del total de los celebradas en los tres estados peninsulares), medio postín (3%), festivales (3%), baxal-toro (2%), charlotada (12%) y corridas tradicionales (74%). Vano sería intentar describir cada una de ellas, y es que para conocerlas en todos sus detalles y con todo su sabor habría que vivirlas in situ, con el ánimo gozosamente abierto y la mente libre de prejuicios.
El escenario son plazas artesanales que se erigen cada año con materiales de la región y se desmontan una vez pasadas las fiestas patronales. Predominan en su construcción la madera y la palma, y son erigidas por los propios pobladores, en cuadrillas perfectamente organizadas que cumplen con su función en un tiempo sorprendentemente corto gracias a sus conocimientos y habilidades, a menudo transmitidos de padres a hijos.
Costos y derrama económica. Los estudios más recientes calculan el valor de la industria de la tauromaquia en la península en poco más de 400 millones de pesos anuales. Esta abultada cantidad parecería fuera del alcance de los pobladores de una de las zonas más precarizadas del país, de no contarse con una distribución de los costos que sigue el modelo tradicional para la organización de fiestas religiosas, con sus patronos y mayordomos a cargo de los gastos gruesos y una cuidadosa distribución de labores entre el resto de la población. Cubrir tales costos sería algo impensable sin la contribución de los palqueros, miembros de familias pudientes de cada lugar que heredan a cambio su mismo palco o localidad privilegiada en la plaza de toros de generación en generación.
Existen demás, como producto de una manda o por donación espontánea, padrinos y madrinas que obsequian algunos de los toros a lidiar, que no es raro lleven inscrito el nombre del o la donante. Y tienen los peninsulares un gusto innato por el arte del rejoneo, frecuente en los numerosos festejos mixtos que se llevan a cabo.
Reflexión final. Una vez disfrutado el contenido de LA FIESTA NO MANIFIESTA, con no pocas sorpresas de por medio, se apodera de nosotros la convicción de que, contra la fuerza de tradiciones profundamente arraigadas y asumidas por toda una comunidad no hay corriente abolicionista, globalizadora o negacionista que valga.
Y que si algún tipo de tauromaquia tiene asegurada larga vida en nuestra república es precisamente la que nos acaba de dar a conocer la tan afortunada obra coordinada por don Antonio Rivera Rodríguez. Y que la otra tauromaquia, la presuntamente tan artística y formal que decimos amar, con sus figuras sin resonancia popular, su post toro de lidia mexicano y su vergonzosa dependencia del exterior, esa que la taurofobia militante pretende arrebatarnos a través de un activismo cuajado de argumentos espurios, politiquería, corrección política y subvenciones semiocultas en alianza con el deplorable apagón mediático, sería asimismo invulnerable si fuésemos capaces de asumirla, vivirla y defenderla con la misma convicción con que los hijos de la península de Yucatán viven y reproducen desde tiempos inmemoriales su tauromaquia.
Mónica Bay, una de las coautoras del libro, lo sintetiza de esta inmejorable manera: ¿No es una maravilla que ellos conservan, y una tristeza lo que nosotros hemos perdido?