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El toreo como rito y Ceremonia

( Edgardo «El Pollo» Pallares,socio de la cincuentenaria peña «El Clarín» de Cartagena )

Dentro de mi obligatorio recogimiento, ocasionado por un mal que me aqueja desde los primeros días de la pandemia, quiero expresarles mi pensamiento sobre sobre el toreo, al cual consideramos aparte de indefinible, que se acerca más a un ritual sacrificial.     En efecto, dentro de ese coctel de actividades si miramos bien las definiciones que nos dan expertos antropólogos como Turner por ejemplo, nos dicen que el ritual son un.conjunto de actos, acciones, palabras que tienen un valor simbólico y que se realizan según una secuencia establecida por un ejecutor y son compartidos con la comunidad. 

 Los ritos comprenden un puñado de actividades que incluyen desde los actos de adoración pasando por la celebración de matrimonios y funerales, hasta las tomas de juramento y posesiones, que utilizan todas las sociedades desde el comienzo de los tiempos,, tal como ocurrió en Colombia recientemente con el ritual político de posesión del presidente Gustavo Petro.    Pero, y aquí viene el pero, hay un elemento del ritual que no puede perderse de vista y es la comunidad, que no es la totalidad de la sociedad sino un sector de ella, que establece con el actor del rito un proceso de comunicación tácita que en opinión del filósofo surcoreano Han, constituye una respuesta a la sociedad consumista e individualista del momento actual que más procura satisfacer los intereses personales, descuidando los valores y creencias de la sociedad en que vivimos.

El toreo es por eso un rito sacrificial, porque no solo reúne los elementos que la actividad requiere, sino porque en la corrida se propone de forma dinámica algo que compone una sociedad ancestral y vertebra una tradición cultural.   El toreo es por eso un rito sacrificial que en la propia corrida se desarrolla: la salida del toro, la suerte de varas, el toreo de capa, las banderillas y la muerte, que está implícita, para toro o el torero.    Allí se hace ostensible la comunicación y valores del contexto social en el que se desenvuelve el valor, la ética, la gallardia que se retribuye con el aplauso o con la desaprobación.de la comunidad, que somos nosotros los aficionados que asistimos al festejo y que reconocemos en la tauromaquia un arte visualmente efímero pero permanente en nuestros sentimientos.
Ese es el toreo que nos quieren acabar.!

Belmonte, Joselito, Gaona, España y América en la pluma de Alcalino.

Cuando se pone al siglo como parámetro de la historia se da por sentada cierta liberalidad en el uso del concepto, sin buscar un ajuste a cien años exactos sino tan solo su aproximación. Baste recordar que, para la historiografía, el siglo XVI comienza en 1492, con la llegada de Cristóbal Colón a lo que se conocería después como continente americano; o que, bajo parecido criterio, el siglo XX no habría comenzado sino cuando estalló la I Guerra Mundial, en 1914, para concluir prematuramente con la caída del Muro de Berlín. 


Y hay un Siglo de Oro de la literatura en castellano –fechado entre 1550 y 1650– y también, a propósito de la Grecia clásica, un Siglo de Pericles, relacionado con el esplendor político y social del estado ateniense durante el s. V previo a nuestra era. Por citar algunos casos.


El Siglo de Oro del Toreo}


Se habla mucho en España de la edad de oro del toreo, y México tuvo también su propia época de oro. Pero si extendemos la vista a un horizonte más vasto, es perfectamente verificable la existencia de un Siglo de Oro en versión taurina. Digamos que rompe con la aparición en los ruedos de Juan Belmonte García (Sevilla, 1892–1962), potenciada su buena nueva al converger con la hegemonía de José Gómez Ortega «Gallito» (Gelves, Sevilla, 1895 – Talavera de la Reina, 1920), su pareja en el arte, y con la peculiar estética de Rodolfo Gaona (León de los Aldama, 1888 – Ciudad de México, 1975), tributaria esta última del tempo lento propio de la cultura mexicana, en contraste con la mayor vivacidad y apresuramiento de la española, constable incluso en la expresión verbal.


El punto de arranque simbólico de esta propuesta me he permitido situarlo en la tercera semana de octubre de 1913, en Madrid, cuando dos sucesos emblemáticos quedaron enlazados para siempre: la alternativa de Juan Belmonte (16-10-13) y la despedida de Ricardo Torres “Bombita” (19-10-13). Dos corridas –una fallida y otra esplendorosa– que hicieron de bisagra entre dos épocas e ilustran ese pasaje de un mundo antiguo a otro en el que, artística y evolutivamente hablando, ya nada sería como antes. Con apenas tres días de diferencia, son dos efemérides dignas de la mayor atención.


Madrid, jueves 16 de octubre de 1913
A pesar de que se incrementó abusivamente el precio de las localidades hay un gran lleno y mucha expectación, no en balde Juanito Belmonte, cuya alternativa está anunciada, llega a esta tarde cargada de futuro con prestigios de «Fenómeno»,  «Pasmo» o «Terremoto», que de esas y otras hiperbólicas maneras le llamaron, con tal de ilustrar la sensación sin precedentes causada por su sorprendente concepción del toreo. El cartel: Rafael González «Machaquito» como padrino (Córdoba, 1880 – 1955), y Rafael Gómez «El Gallo» de segundo espada.


El primero había dominado el decenio anterior con Ricardo Torres «Bombita» (Sevilla, 1879 – 1936), aunque  nada nuevo agregaron a la tauromaquia del ochocientos; además, ambos quedaron menoscabados por el famoso pleito de los miuras que hacia 1909 emprendieron. Paradójicamente, durante la hegemonía del Bomba Machaco, el mayor valimiento artístico caerá del lado de Antonio Fuentes, primero, y más tarde en Rafael Gómez «El Gallo», cuando formaba ya, con el recio madrileño Vicente Pastor, el dúo opositor a la pareja dominante.


La deslumbrante aparición de Belmonte –Pepe Alameda habla de aparición en sentido casi religioso–, encuentra a Joselito, al hermano chico de El Gallo, convertido en el amo del tinglado a favor de un genio torero tan extraordinario como su indómito celo profesional. José tiene en la mira precisamente a Bombita, a quien acusa de interferir con argucias de baja ley en la carrera de su hermano Rafael. Cierto o no (la realidad es que El Gallo es un artista sumamente desigual, de tan etéreo y fino), es factor que le añade picante a un final de temporada de por sí cargado de dinamita. Como decía, El Gallo será segundo espada –no existe aún de la figura del testigo– de la alternativa de Juan Belmonte.
Escándalo
Con ese trasfondo, una densa multitud ocupa el graderío de la plaza de la carretera de Aragón. Va a encontrarse con el acaso mayor escándalo jamás suscitado en el viejo coso. A última hora, el anunciado encierro de Guadalest fue rechazado por los veterinarios y en su reemplazo se sorteó un hato de Bañuelos, tan manso y mal presentado que fueron once las veces que se tuvo que abrir la puerta de chiqueros porque las devoluciones se sucedían una tras otra, entre reses protestadas por su falta de trapío, animales de invalidez manifiesta o mansos fogueados y finalmente devueltos al corral para evitar que la enardecida protesta degenera en desórdenes incontrolables.


Por algo parecido a un milagro no llegó a ocurrir una desgracia mayor cuando una masa de aficionados invadió de pronto la arena estando aun en ella el indigno choto que ocupaba el tercer lugar –era el sexto que salía– y Machaquito se aprestaba a despacharlo. Alguien abrió la puerta de toriles y quiso la fortuna que el torillo la tomara presto sin atender a la turba de valientes, civiles procedentes del tendido que compartían el ruedo con el torete y los desesperados intentos de las cuadrillas por mantenerlo alejado de los invasores. Al día siguiente, una fotografía de tan insólita escena fue portada del ABC.


Antes, para que Machaquito pudiera ceder muleta y estoque al trianero, tuvieron que abandonar el toril y desandar enseguida la misma ruta nada menos que tres esmirriados ejemplares. «Larguito» –si es así como se llamaba el del doctorado y era de Bañuelos, lo cual nadie estuvo seguro– resultó tan manso que bastante hizo Juan, ataviado de rosa y oro, con quitárselo pronto de delante. En su descargo debe señalarse que con el sexto –u onceavo, según se cuente y considere–, consiguió acallar la bronca fajándose bravamente con otro bicho cuya presencia también se protestó, sin demasiado ardor ya porque los madrileños estaban medio afónicos como resultado de sucesivas griterías previas.


De tan aciaga tarde apenas merece destacarse, además de la alternativa de Belmonte, que fue la última en la vida torera de Machaquito, quien sin haber anunciado formalmente su retirada se hizo cortar en silencio la coleta, delante de su esposa y en la intimidad.


Domingo 19 de octubre de 1913
En cambio, para esta tarde sí estaba anunciado el adiós definitivo de Ricardo Torres «Bombita», el antiguo rival y compañero de Machaquito. Y nada menos que encartelado con los dos Gallos –Rafael y José–, además del madrileño Antonio Boto «Regaterín», pues fue corrida de ocho toros, cuatro de Concha y Sierra y cuatro de García Lama. Regaterín entró aleatoriamente en el cartel porque Belmonte, que estaba anunciado, se lesionó una mano el día de su alternativa y envió el parte médico correspondiente. La corrida era a beneficio del Montepío de Toreros, obra debida a la iniciativa y altruismo del propio Ricardo Torres, quien al final sería paseado en andas por una nube de toreros, retirados unos y otros en activo, en emocionado reconocimiento a su condición de fundador de tan benemérita institución.


Pero, gratitudes gremiales al margen, Bombita, de celeste y oro, hizo méritos suficientes para salir en hombros. Lidió por delante a «Calderero» de Concha y Sierra –faena breve y ovación al terminar–, y como último de su vida al llamado «Cigarrón», de García Lama. Tomó éste cinco varas, a cargo todas de Ángel Sánchez «Arriero», a quien su matador quiso reconocer de esa manera, y en quites rivalizaron entre ovaciones Ricardo y Joselito. No fue fácil el toro sino receloso, probón y con tendencia a la huida, lo que le deslució al Bomba un voluntarioso tercio de banderillas: pero tras brindar al público se creció el de Tomares, metiéndose en los terrenos del manso para dominar la situación y adornarse con pases de pie y de rodillas, molinetes, cambios de mano y algún desplante que puso al público de pie mientras la música, por única vez en Madrid, sonaba en su honor. De media estocada y un descabello se quitó de enfrente a «Cigarrón», con cuya oreja en alto recorrió el anillo entre ovaciones sin cuento y cataratas de canotiers, puros y bastones.


Además de los parabienes de sus alternantes y la plantilla completa de picadores y banderilleros que actuaron esa tarde, numerosos socios del Montepío pasearon en hombros al homenajeado, mostrando una pancarta con la leyenda «Los socios agradecidos, a su presidente».


Luego subiría al palco real, donde Alfonso XIII lo felicitó y le hizo entrega de un presente personal. Eso sí, entre la prensa gallista –con Don Pío a la cabeza– prevaleció la consigna, difícil de rebatir, de que había sido Joselito, con su ímpetu reivindicador, quien forzó el adiós de Ricardo Torres, con 34 años de edad (Tomares, Sevilla, 1879 – 1936) y catorce de alternativa (Sevilla, 29-09-99). Había dominado la primera década del siglo con un poderío sobre los astados convincente pero claramente decimonónico, pues se basaba en torear sobre piernas a contrapelo con los nuevos tiempos anunciados por Gaona, reafirmados por el magisterio de Joselito y que Belmonte se aprestaba a coronar, así lo hayamos visto doctorarse de manera tan desairada.


Gallito, imponente. Pese a los desbordes de sincero afecto que suscitó la retirada de Bombita –diestro caballeroso donde los haya—, la tarde, mientras Rafael y Regaterín simplemente cumplían, fue sin duda del menor de los Gallos, que estaba por culminar una impresionante campaña, primera suya como matador. De entrada contendió José con un astado de García Lama y desde en el tercio inicial se esmeró  en superar a Bombita, con quien le tocaba alternar en quites; puso cátedra en el segundo tercio, que cubrió con banderillas de lujo, y su faena no tuvo desperdicio, incluidos cuatro naturales ligados y varios pases rodilla en tierra en los que exhibió su completo dominio de la situación. Estocada trasera que fue suficiente y gran ovación.


Y con el octavo y último del festejo –»Relojero», de Concha y Sierra, cárdeno salpicado y levantado de velas– José llevó la tarde al pináculo. Empeñado en retar a Bombita, estuvo desbordante en los quites y, aun contra la expresa voluntad de Ricardo, lo invitó a banderillear para darse el gusto de superarlo, si bien las ovaciones fueron para ambos. Brindó al homenajeado –aunque sin entregarle la montera, que lanzó a la arena– y dominó al cárdeno en un santiamén, haciéndolo pasar rodilla en tierra y prodigando desplantes y alegrías antes de citarlo a recibir. Se produjo un pinchazo y, finalmente, el volapié definitivo. Y mientras Bombita era objeto de los homenajes propios de la ocasión, los gallistas más entusiastas se lanzaron al ruedo para pasear sobre sus hombros al nuevo ídolo, el mismo que había obligado a retirarse a Ricardo Torres. Y con él, al siglo XIX.

En defensa de la tauromaquia

( Luis Guillermo Echeverry )

Nadie protege, ama y cuida quiere más una vaca, un toro o una cría, que el ganadero, el vaquero, el ordeñador o el veterinario que le dedica su vida a estos animales. 

Nadie protege, ama y cuida más in caballo, una mula o un burro que quien lo cría, quien lo doma, quien lo maneja, que su jinete, su entrenador, que el herrero, el veterinario o el nutricionista que los atienden.

Nadie protege, ama, quiere y cuida, mas un Canino que quien se juega la vida con el a diario, que quien depende de él para ver, que quien duerme tranquilo bajo su protección o quien maneja un rebaño con su ayuda.

En la actualidad, sin duda alguna, quienes menos protegen los animales domésticos son los legisladores, para quienes no bastan las reglas establecidas en los códigos de policía, sino que quieren eliminar todas las interacciones culturales y tradicionales del hombre con estos animales y como consecuencia ponen en riesgo su propia existencia como especies.

Hablemos del gran poder destructivo de la ignorancia cuando se trata de legislar sin hacer estudios ni comprender los factores culturales sociológicos y económicos que determinan nuestra vida con los Equinos, los bovinos y los caninos.

Sin duda dentro del reino animal al cual pertenecemos, dentro de los animales domésticos, los equinos, los bovinos y los caninos, han sido y siguen siendo, los más nobles, útiles y los mejores compañeros del hombre, y han sido absolutamente instrumentales en el desarrollo de la humanidad y de la civilización. A ellos les debemos mucho, y los vamos a seguir necesitando.

Como un acto que solo se puede calificar de ser tan ignorante, sensacionalista como ególatra, siguiendo una línea política populista de burgomaestres y legisladores a quienes el electorado le confió ciegamente la representatividad integral de sus intereses, un representante al cámara por el Huila envió con fecha agosto 16 de 2022 una carta dirigida a la secretaria de la Comisión Primera de ese órgano legislativo una proposición que dice así:

1. Adiciónese al artículo 3º del Proyecto de Ley 007 de 2022 Cámara, por medio del cual se eliminan las prácticas taurinas en el territorio nacional y se dictan otras disposiciones, el cual quedará así:

“Artículo 3º. Prohibición. Se prohíbe el desarrollo de actividades de corridas de toros, rejoneo, novilladas, becerradas y tientas, coleo, corralejas, encierros y suelta de vaquillas, festivales cómicos taurinos y aficionados prácticos, así como los procedimientos utilizados en estos espectáculos, tanto en el ámbito público como en el privado.

De igual forma se prohíben las siguientes actividades de explotación económica de animales: peleas de gallos, equitación, concursos caninos, cabalgatas, uso de perros en labores de seguridad privada, exposición de peces en acuarios y zoológicos.”

Empecemos por la prohibición de las corridas de toros. Se reconoce que en muchos países donde la tauromaquia no ha estado atada a la cultura del pueblo está prohibida la lidia y muerte de toros bravos.

Desde antes de las eras griega y romana, en la cultura Ibérica y mediterránea, a la cual estamos necesariamente atados y desde las culturas autóctonas desde la colonia hasta la actualidad, en Colombia, Venezuela, Ecuador, México, Perú, Texas, California y en algunos lugares de Centro América, las corridas y la lidia de ganado bravo ha formado parte tradicional y esencial de todas las manifestaciones culturales y feriales de nuestras comunidades a través de los años y a lo largo y ancho de toda nuestra geografía.

 Es importante que los órganos legislativos se pregunten si: ¿Son las propuestas prohibicionistas algo que realmente que concierne a toda la sociedad, o es una nueva bandera politiquera de un solo grupo en procura de votos y con el fin de ganar protagonismo como representante de algunas audiencias o segmentos de la población que con todo derecho no están de acuerdo con las corridas de toros?

La respuesta es clara. Este es un tema politizado a cuenta del caso del marketing político adelantado en Barcelona, Bogotá y la Ciudad de México, orientado a ganar soporte político entre movimientos animalistas citadinos y en redes sociales que se declaran anti-taurinos, y reclaman la eliminación de la fiesta, sin consideración ni respeto alguno de los derechos y libertades de los demás, y en muchos casos manifestándose violentamente contra los aficionados y contra las personas y las familias que viven de las actividades taurinas.

A lo largo de la historia de la humanidad las corridas de toros y la tauromaquia como manifestación artística, cultural y actividad económica, han hecho parte milenaria del desarrollo cultural de las civilizaciones. 

Han sido y siguen siendo una representación viva de las realidades de la vida, de las interacciones entre el hombre y los animales en el campo, y han sido fuente de empleo y sustento de cientos de miles de personas y de pequeñas empresas, además de generar ingresos para las localidades o municipalidades a lo largo de muchos siglos.

Negar la tradición y el valor cultural, sociológico y económico de la tauromaquia es simplemente un acto de ignorancia crasa. 

No en vano grandes artistas, hombres y mujeres cultos, han plasmado en las letras poéticas y narrativas, en la música, la pintura, la escultura, el cine, el baile y toda suerte de actividades culturales, su admiración y profunda comprensión de la manifestación artística que encarna la tauromaquia, como algo que está arraigado en muchas de las manifestaciones socioculturales de un sin numero de naciones y comunidades con una misma herencia cultural.

Las corridas de toros, como representación de muchas faenas de campo llevadas a anfiteatros populares, si bien contienen elementos de riesgo para los artistas frente a una fuerza bruta, se centran mucho más en la conjunción plástica de la necesaria destreza mediante la cual el hombre logra sobrevivir en una lucha desigual con una fiera agresiva por naturaleza genética.

Una propuesta como esta que cursa actualmente en la cámara de representantes colombiana, solo demuestra que tan grave es el problema de una gran falta de cultura general de quienes nos representan en la formación de las leyes, y es prueba de su carencia absoluta de civilización, educación básica y sentido común, practicidad, realismo y conocimientos sobre el funcionamiento social y económico de las tradiciones y los comportamientos de los pueblo y de la importancia que tienen las diferencias en la historia universal y colombiana, está última atada al origen migratorio peninsular desde la colonia.

Son tan respetables las costumbres que forman cultura en todas las comunidades, es tan respetable la tauromaquia como las costumbres en casos violentas de los indígenas y las de todas las minorías.

Es ignorante por parte de un legislador, humanizar los animales domésticos o salvajes, en perjuicio de otros seres humanos. Es incoherente no ocuparse de la violencia entre seres humanos en muchas otras actividades sociales y eventos deportivos como las barras bravas, etc., y atacar las actividades taurinas sin tener idea de su valor cultural.

Durante toda mi existencia he sido parte del mundo del toro, en el campo, en las plazas como profesional y aficionado, y en el medio social en que los taurinos y los artistas de las diversas manifestaciones nos relacionamos, y nunca he visto violencia entre seres humanos ni en el ruedo ni en las graderías, nunca he visto entre el mundo de la tauromaquia más que seres humanos extraordinarios, tan nobles, honestos y transparentes en su conducta como lo es el hermoso ganado bravo, una especie que ha existido milenariamente gracias a las fiestas de toros que hoy se quieren prohibir.

Lo único que van a lograr con este tipo de medidas es dejar en la calle miles de familias y terminar con una hermosa especie bovina que por miles de años ha sido criada y cuidada con mucho amor por el hombre pues el Toro bravo es el elemento esencial y necesario sin el cual se extermina toda una cultura milenaria. 

Pasemos a analizar ahora la irracional y estúpida propuesta de prohibición de la equitación. 

Es increíble que en Colombia quienes hagan las leyes desconozcan que la Equitación es un Arte al igual que lo es la tauromaquia, o la doma y entrenamiento de cualquier especie animal.

Nuestra civilización se relaciona con los equinos, bovinos y caninos desde mucho antes de los recuentos que ya se documentaron en Mesopotamia, pasando por Creta y Grecia a lo largo de toda la historia de la humanidad en todo el mediterráneo y en partes del Asia.

Con toda seguridad ignora el proponente que entre los primeros tratados de equitación y doma está el Jenofonte 430 a 355 A.C., ignora testimonios como los de los dibujos de las cuevas de Altamira o de la utilización del caballo por parte de persas, mongoles, Iberos, Galos, y en el desarrollo de las Américas, de Australia, Nueva Zelanda, y de muchas naciones africanas.

Se ignora que desde entonces está documentado en la historia universal que el caballo, y la equitación como sistema o lenguaje de comunicación con los humanos, han sido el más poderoso compañero del hombre en todas sus actividades desde los inicios de la agricultura, en las conquistas y en guerra, en las comunicaciones, el comercio y en general en todo aquello que el hombre construyó por miles de años y hasta principios del siglo pasado.

Es ignorancia y falta absoluta de cultura general no tener en cuenta cuanto aportan la cría comercial de la ganadería equina, bovina y canina, y de todo tipo de especies animales al PIB agrícola mundial y nacional, al sistema alimentario y a la necesidad de proteína, a las actividades industriales de derivados a nivel global.

Ignora el ignorante e indolente proponente, que el caballo y el hombre han sido los principales protagonistas del desarrollo de decenas de civilizaciones incluida la contemporánea.

Ignora el proponente que fue el caballo el animal que nos sacó de las cavernas y las montañas a las planicies y nos hizo nómadas, nos enseño a buscar las orillas de los ríos y nos facilitó por medio de la Equitación que quiere abolir, el poder recorrer mayores distancias con lo cual obtuvimos la capacidad de haber desarrollado múltiples civilizaciones hasta la invención del motor, cuyo poder, también en honor a los equinos se mide en caballos de fuerza.

Es ignorante y fato de cultura general, pasar por alto que la equitación, que hoy se quiere prohibir en Colombia, representa la forma como se desarrolló nuestra nación desde el descubrimiento hasta la necesidad de seguir trabajando con equinos, mulares y asnales en gran parte del difícil y accidentado territorio nacional.

Es inconcebible que, en función de los votos de algunos rebeldes incultos, se desconozca que la equitación es un arte que empieza por la educación de caballo y del jinete, en los fundamentos de una cultura comunicacional de mutuo entendimiento, que se ha desarrollado a lo largo de varios milenios.

Ignora el legislador, que la industria del caballo es la primera industria empleadora en Francia y en el Estado de Texas, y la segunda industria empleadora en Estados Unidos de América y el Reino Unido, y sin duda una de las industrias que más empleos genera en Colombia también.

Ignora el proponente que la cultura ecuestre y la equitación van de la mano en el deporte o en el trabajo de campo con ganados, y que toda la actividad ecuestre está dentro de las primeras industrias de Australia, Nueva Zelanda, Argentina, Alemania, España y Portugal y decenas más de países en todo el mundo, incluidas China, Rusia, Japón, y docenas de naciones más.

Ignora que el caballo es hoy el animal más cuidado y querido por el hombre como su amigo y compañero en el deporte y en el trabajo de campo, e ignora cuanto significa esto para una economía y para el bienestar de muchas familias y muchas personas.

El ignorante, inculto y bárbaro ponente, en procura populista de protagonismos ante audiencias novatas y de votos, pasa por alto que su propuesta al eliminar las actividades ecuestres y la tauromaquia condena a desaparición de dos especies milenarias, e ignora totalmente que el caballo como especie doméstica sin la equitación y sin el trabajo en equipo con el hombre, estaría condenado a sucumbir en las peores condiciones imaginables.

¿Sabe el parvo representante, el valor que agregan los caballos a la economía y el poder redistributivo de riqueza de la actividad ecuestre en Colombia y en todo el mundo? 

Desconoce por completo que la industria del caballo no solo es talvez el factor más eficiente de redistribución de riqueza concentrada a toda la cadena económica y de las clases más favorecidas a personas que gracias al caballo llevan una vida digna y prospera.

Ignora el atrevido representante que la actividad ecuestre o equitación, está presente en todos los países del mundo en materia de deportes ecuestres y de utilización de los equinos en toda suerte de labores y trabajos en el campo y en muchas ciudades.

Según la filosofía moderna de oportunismo político propio de los populismos actuales, lo que se pretende es evitar toda utilización de los animales por parte del hombre, en este caso bovinos, equinos, mulares y asnales al igual que de los caninos y ridículamente se prohíbe la exhibición de peces en acuarios y zoológicos que es donde los niños aprenden directamente sobre la belleza y la importancia de todas las especies que componen el reino animal.

Muchos ciudadanos de igual derecho le pedimos al Representante explíqueme entonces; ¿si un ganadero compra un toro o un semental equino, no es el ganadero o propietario, sino el propio toro o el padrillo, el que define si puede cumplir con funciones reproductivas?

Como puedo entonces preguntarle al toro, a la vaca, al caballo o a la yegua, al burro o a la mula, si está de acuerdo o no con reproducirse, y donde le consigno por ejemplo los réditos del semen o los embriones que se le congele o que se vendan, para pagar su manutención.

La humanización de los animales tiene un costo muy alto en materia del perjuicio que se le causa a los mismos animales y los seres humanos que trabajamos con animales.

Hablemos de la gran función que tiene el entrenamiento y trabajo de los caninos en nuestra sociedad.

De las labores importantes de los caninos con las personas invidentes y minusválidos tampoco se entera el ignorante proponente.

Ignora, además, que vivimos en una era llena de narcotráfico y terrorismo en la cual los Caninos le ayudan al hombre en rescates, prevención y combate de la violencia y los delitos de forma inconmensurable.

Ignora el legislador cuando ayudan los Perros en el campo, con el ganado, en la vigilancia, en la llamada de atención ante el peligro al humano, en el cariño que se forma entre el vaquero, el pastor, el vigilante y su perro.

Su agudeza de olfato, auditiva y sensorial nos supera. La educación de perros y guardias es algo que la propuesta también ignora de plano como las destrezas de los artes y deportes ecuestres, y la dificultad y las enseñanzas de vida que se envuelven tras la plasticidad de la tauromaquia.

La proposición denota la gran insensibilidad de quienes con la propuesta quieren pasar por seres sensibles, y como todo lo de la retorica demagógica populista que se vale de la dialéctica inversa para engañar a la gente frente al deber ser y la realidad de las cosas en la vida real.

Con tristeza hoy en día con estas teorías inventadas con fines de obtener resultados mercaderístas en la política, no se logra nada positivo, nada diferente a ejercer los humanos otra forma de violencia sobre otros seres humanos y sobre las especies animales con las cuales interactuamos, en el arte, el deporte o el trabajo.

TAUROMAQUIA. Alcalino.- La fiesta no manifiesta

¿Cuál sería la situación de la Fiesta de toros a nivel mundial si se reconociera como una realidad abierta y diversa, no recluida en estancos dictados por la mezquindad y los vanos nacionalismos, y controlada por mafias más o menos disimuladas desde tiempo inmemorial? Me lo pregunto mientras repaso LA FIESTA NO MANIFIESTA, espléndida coedición debida a la alianza entre Tauromaquia Mexicana y Tratado Trilateral Taurino (Campeche, Yucatán y Quintana Roo) que reúne, bajo la dirección de Antonio Rivera Rodríguez, una cuidadosa selección de textos y estadísticas relativos a las tauromaquias que los pobladores de la península de Yucatán animan de siglos atrás, al margen de la difusión mediática y al son del corazón maya de los habitantes de aquella región en tantos sentidos privilegiada, al tiempo que ignorada, explotada y depauperada por la codicia, la ignorancia y el racismo ancestrales.

Declaración de la Ceiba. Bajo el nombre del árbol sagrado de los mayas, se reproduce como pórtico a la jugosa lectura de una obra cuya singularidad la distingue de cualquier otra. Y consiste en un decálogo, signado por representantes de los tres estados del sureste mexicano que pertenecen a los capítulos correspondientes de Tauromaquia Mexicana del siglo XXI.

Abreviándolo por razones de espacio, sintetizo esta valiosa declaración de principios:

Los festejos taurinos que se verifican en cada ciudad, municipio, comisaría y comunidad de los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo son eje insustituible de sus fiestas patronales y constituyen una Tradición popular peninsular definible como patrimonio cultural inmaterial por derecho propio.

Son representación viva de un bien inherente a la cultura popular de la península, por cuanto pueda tener ésta de conjunto de prácticas tradicionales, patrimoniales y espirituales transmitidos de generación en generación que incluyen un lenguaje propio y encierra modos de vida, expresiones artísticas, creencias, valores, conocimientos y saberes ancestrales.

Que la zona geográfica mencionada registra año alrededor de 2162 festejos taurinos, sumadas las 360 poblaciones que les dan asiento, de los cuales solamente en Yucatán se llevan a cabo 1640 en 270 localidades distintas.

Que la citada zona del país tiene los índices de violencia más bajos a nivel nacional, desmintiendo la equivocada idea de que la tauromaquia estimula por sí misma la agresividad y salvajismo de quienes gustan de ella, incluidos los niños que por millares asisten y disfrutan de nuestras fiestas taurinas tradicionales.

Que toda acción que amenace, agreda, limite o condicione la vigencia y conservación de la identidad cultural propia de cada pueblo proviene de una clara e insensible actitud etnocentrista, proveniente de culturas ajenas a la nuestra aunque sea acríticamente.

abrazadas por grupos nacionales y locales dominados por las ideas de una globalización dictada desde fuera.

Que el etnocentrismo ha sido históricamente fuente de intolerancias, autoritarismo y racismos y discriminaciones diversas que destruyen culturas y amenazan el futuro de la humanidad.   

Que el toro de lidia o toro de casta indispensable para  la realización de estas fiestas tradicionales pervive solamente gracias a las mismas, y por lo tanto desaparecería si por dictado externo llegaran a suprimirse.

Que, de acuerdo con el Convenio No. 169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) del cual es miembro solidario, el gobierno federal mexicano está obligado a proteger el derecho de las comunidades indígenas al sistema cultural y de valores que les es propio, y protegerlos de la asimilación forzada de visiones del mundo disruptivas y ajenas (Derecho a la identidad e integridad cultural).

Como se ve, los taurinos peninsulares tienen una idea mucho más clara de los riesgos y orígenes del abolicionismo que los que predominan entre taurinos y taurófilos preocupados por la censura rampante que padecemos, y un argumentario en defensa de lo nuestro estructurado con impecable clarividencia.

La Fiesta no Manifiesta. Dos cosas caracterizan a la tauromaquia del sureste mexicano: su diversidad –dependiendo de las tradiciones de cada localidad y su desarrollo evolutivo, los festejos taurinos no siguen un único formato–; y asimismo el hecho de que los toros están insertos en ritos y prácticas tradicionales que van más allá de la “corrida”, la cual forma parte de celebraciones religiosas y profanas que se extienden a jornadas enteras de varios días de duración, en torno siempre a las fiestas patronales.

Estas celebraciones Incluyen a comunidades enteras, con papeles relevantes para niños y adultos, mujeres y hombres, indígenas y mestizos, cofradías y conjuntos de baile regional; una parafernalia costumbrista ritualmente organizada y observada con absoluta seriedad por las comunidades de cada lugar, que la obra de referencia muestra en toda su riqueza y colorido.

Capítulo aparte merece el material fotográfico que acompaña la obra, en colores naturales y con toda su sorprendente originalidad. Son cerca de 50 fotos de tamaños diversos los que la ilustran y nos ilustran a lo largo de las 110 páginas de un volumen rematado con un frondoso apéndice estadístico minuciosamente detallado e impreso a todo lujo.  

Modalidades de la tauromaquia peninsular. Las variadas formas de los festejos taurinos yucatecos responden a las siguientes denominaciones: postín (comprenden aproximadamente el 6% del total de los celebradas en los tres estados peninsulares), medio postín (3%), festivales (3%), baxal-toro (2%), charlotada (12%) y corridas tradicionales (74%). Vano sería intentar describir cada una de ellas, y es que para conocerlas en todos sus detalles y con todo su sabor habría que vivirlas in situ, con el ánimo gozosamente abierto y la mente libre de prejuicios.

El escenario son plazas artesanales que se erigen cada año con materiales de la región y se desmontan una vez pasadas las fiestas patronales. Predominan en su construcción la madera y la palma, y son erigidas por los propios pobladores, en cuadrillas perfectamente organizadas que cumplen con su función en un tiempo sorprendentemente corto gracias a sus conocimientos y habilidades, a menudo transmitidos de padres a hijos.

Costos y derrama económica. Los estudios más recientes calculan el valor de la industria de la tauromaquia en la península en poco más de 400 millones de pesos anuales. Esta abultada cantidad parecería fuera del alcance de los pobladores de una de las zonas más precarizadas del país, de no contarse con una distribución de los costos que sigue el modelo tradicional para la organización de fiestas religiosas, con sus patronos y mayordomos a cargo de los gastos gruesos y una cuidadosa distribución de labores entre el resto de la población. Cubrir tales costos sería algo impensable sin la contribución de los palqueros, miembros de familias pudientes de cada lugar que heredan a cambio su mismo palco o localidad privilegiada en la plaza de toros de generación en generación.

Existen demás, como producto de una manda o por donación espontánea, padrinos y madrinas que obsequian algunos de los toros a lidiar, que no es raro lleven inscrito el nombre del o la donante. Y tienen los peninsulares un gusto innato por el arte del rejoneo, frecuente en los numerosos festejos mixtos que se llevan a cabo.

Reflexión final. Una vez disfrutado el contenido de LA FIESTA NO MANIFIESTA, con no pocas sorpresas de por medio, se apodera de nosotros la convicción de que, contra la fuerza de tradiciones profundamente arraigadas y asumidas por toda una comunidad no hay corriente abolicionista, globalizadora o negacionista que valga.

Y que si algún tipo de tauromaquia tiene asegurada larga vida en nuestra república es precisamente la que nos acaba de dar a conocer la tan afortunada obra coordinada por don Antonio Rivera Rodríguez. Y que la otra tauromaquia, la presuntamente tan artística y formal que decimos amar, con sus figuras sin resonancia popular, su post toro de lidia mexicano y su vergonzosa dependencia del exterior, esa que la taurofobia militante pretende arrebatarnos a través de un activismo cuajado de argumentos espurios, politiquería, corrección política y subvenciones semiocultas en alianza con el deplorable apagón mediático, sería asimismo invulnerable si fuésemos capaces de asumirla, vivirla y defenderla con la misma convicción con que los hijos de la península de Yucatán viven y reproducen desde tiempos inmemoriales su tauromaquia.

Mónica Bay, una de las coautoras del libro, lo sintetiza de esta inmejorable manera: ¿No es una maravilla que ellos conservan, y una tristeza lo que nosotros hemos perdido?                         

TAUROMAQUIA. Alcalino.- Roca Rey rescata y sublima la esencia del toreo

Donde habita lo inexplicable. Allí se situó Andrés Roca Rey no bien sembró las plantas en el tercio del ruedo bilbaíno para provocar desde largo al incierto “Jabaleño”, sobrero de Victoriano del Río que reemplazó al tercero de la nublada tarde del jueves 25 y movilizó sin demora sus 631 kilos para lanzarse hacia la muleta del peruano y rozarle por cuatro o cinco veces con los astifinos pitones los muslos y el pecho sin conseguir que la estilizada figura revestida de azul rey y oro abandonara el mínimo espacio de arena que había elegido para iniciar su primera faena. La resolución, tras los estatuarios ayudados por alto, fue un cambiado por la espalda y el pase de pecho zurdo, que en este torero adquiere una tonalidad distinta y profundidades desusadas. Ya la plaza entera estaba en pie, tal como permanecería durante el resto de la conmocionante actuación del samurai limeño.

A ”Jabaleño” le extrajo una faena imposible de imaginar a priori, mientras el animal se escupía del caballo o media a los banderilleros, sin regalar una sola embestida franca a los capotes. Pero con Roca Rey toda probabilística está de más, él se plantó enseguida en las afueras, la muleta en la diestra, el compás generosamente abierto y la suerte cargada de principio a fin, para traer y llevar la arisca embestida como si la de un borrego boyante y noble se tratara, sin que los derrotes del torazo aquel lograran mancillar el temple flexible, resuelto y mandón de su trapo rojo. Estábamos asistiendo al milagro de un toreo al borde del abismo y el único corazón que latía a su ritmo normal era el del torero, pues de otra manera no se podría entender lo que estaba sucediendo.

Por el pitón izquierdo, el patetismo estableció con la ética y la estética una radical y casi imposible alianza. Privilegio emanado de la tauromaquia de un Roca Rey ya transfigurado por sus demonios particulares, que le dictan un desprecio total por la vida a cambio de una entrega absoluta a su arte. Que no es ese arte de filigrana y rococó tan caro a los gustos decadentes, sino creación genuina de quien define y entiende su obra como descenso a los infiernos para extraer de ellos la prueba crucial de su estar en el mundo. Al precio de las sacudidas emocionales y físicas que hagan falta para que su expresión surja propia y auténtica. Así, entre un alud de miradas amenazantes y secos derrotes transcurrió esa faena que nos devolvía el toreo más verdadero. Y así, con el alma en vilo, lo vivió una multitud sacudida, asustada y al cabo extasiada por la experiencia vital del arte, con su tiempo sin tiempo y su mundo irreal, infinito. Aun se atrevió Andrés con la dosantina en los medios, obligando al remiso a recorrer por dos veces sus 160 grados. Sobre la taleguilla se abría ya la huella de un pitonazo a nivel de la rodilla derecha, producto de uno de tantos gañafonazos en el angustioso curso de algún pase natural.

Cuando, enfrascado en una tanda estática de manoletinas dignas del Monstruo de Córdoba, desafiaba a “Jabaleño” metido entre los pitones, el de Victoriano no soportó más y su bronca acometida convirtió al torero en pelele, sacudido de manera inmisericorde por una sucesión de furiosos derrotes que incluyó un pezuñazo a la cabeza y lesiones cuasi incapacitantes en ambas rodillas, en la muñeca izquierda, en el antepié del mismo lado. Tardó Roca en recuperarse de la conmoción cerebral y dominar a su adolorido cuerpo antes de volver, sin casaquilla, a ligar más manoletinas, preparar muy cuidadosamente la estocada y clavarla en lo alto para abatir a su indómito oponente y convencer al gentío de que el presidente de Bilbao pide ya a gritos la jubilación, no hay otra manera de entender su negativa a conceder la segunda oreja más insistentemente solicitada de los últimos años. Capricho al que sumaba el señor del palco un evidente agravio comparativo para Andrés… ¿por el hecho de no ser español? No sería raro, si uno recuerda la actitud del propio Matías González hacia Luis David en su gran tarde del 19.

Más allá de lo imposible. Para el cuerpo médico, el Andrés Roca Rey que recibieron luego de la paliza y el faenón de “Jabaleño” sólo podía tener por destino inmediato y urgente el hospital más cercano. Para Andrés Roca Rey, sin embargo, su único sitio posible estaba sobre la oscura arena bilbaína, que supo esperarlo, antes de la salida del cierraplaza, durante unos minutos interminables. Y desde esa otra oscuridad, la del toril, emergió, para gloria de la tauromaquia, el negro “Quitaluna”, con sus 530 kilos y su encastada nobleza. Pocas veces habrá tenido tanta razón Belmonte en aquello de que “para torear de verdad, el torero tiene que olvidarse de que tiene cuerpo”. Lo que movía a Roca Rey, dentro de su habitual economía de movimientos, eran su alma y su vocación toreras, confabulación demoniaca entre la ética y la estética, la autoexigencia y la mística. Para dar forma al toreo como “fuerza del espíritu”, otro acierto verbal del Terremoto de Triana devuelto a las plazas y a la Fiesta por este coloso nacido en la patria de los incas.

Momentos agónicos fueron los que nos hizo vivir Roca Rey cuando, con enormes dificultades por lo maltrecho de su estado, se arrodilló en los medios para desafiar la recia embestida de “Quitaluna” en su inicio de faena. Y qué oportuno el quite de Paco Algaba para librar a su matador, desarmado en el péndulo de hinojos y perseguido con saña en una fuga imposible hacia ese burladero tan lejano. Pero, a partir de ahí, cero angustias y puro toreo grande. Con ese cambio de mano de derecha a izquierda tan de Roca Rey, por la espalda y sin enmienda, cuya culminación es el pase de pecho zurdo que no guarda parangón con ningún otro.

Y tras el hermoso abanico de los naturales, el estoconazo a topa carnero, como tenía que ser para asegurar dos orejas ya absolutamente innegables. Y el homenaje de un público exultante, una vez liberada la tensión de una tarde que fue toda de Andrés Roca Rey pero, sobre todo, del toreo como destilación de una cultura que se resiste a convertirse en contracultura. Aunque tal vez haya sido siempre ambas cosas a la vez, extraño privilegio.

La fibra de Leo. Y hablando de toreros con casta, Leo Valadez. No sólo desorejó al de su presentación en Bilbao, un precioso castaño de nombre “Cotorrito”, hierro Santiago Domecq, de gran clase y fijeza y ante el cual se descaró desde el principio, con las   ceñidísimas caleserinas del saludo capotero y un quite por zapopinas en que no se sabe como pudo pasar el toro sin tropezarlo. Luego, su faena dimanó disposición y carácter pero también ligazón y temple por ambos pitones, ante un toro de ésos cuya suprema calidad suele desnudar las carencias de quien no sepa ponerse a su altura. Y tras unas manoletinas de rodillas que confirmaron la deliciosa condición del castaño, un volapié modélico, pasaporte de la oreja, que bien podría ser el de la feria. Le cabe además a Leo, como dato anecdótico, el haber despachado al morlaco de mayor peso de las Corridas Generales de 2022, un galafate de 641 kilos y casi seis años –misma edad del estupendo “Cotorrito”–, sustituto del inválido sexto. Por lo probón y calamochero sería el peor del buen encierro de Santiago Domecq, cuyos puntos más altos fueron el tercero y el quinto, al que José Garrido toreó bien y mató mal, en tarde asimismo entonada de Antonio Ferrera. Garrido, además de pasarse invariablemente cerca los pitones, dibujó las mejores verónicas del ciclo con el segundo de su lote, un astifino castaño cuya arrogancia corrió pareja a su boyantía.

Apuntes al paso. La feria bilbaína se caracterizó por la escasa respuesta de público –única excepción, la presentación de Roca Rey—y la dispar presentación de los encierros, puesto que sobrepeso no equivale a trapío. Además del magnífico “Cotorrito” de Santiago Domecq (530 kilos), destacó por humillación y clase un zaino bajo de agujas de Victoriano del Río, “Estirado” de nombre, de aire muy asaltillado y ante el cual se inhibió completamente Manzanares: si tal burel llega a portar la divisa de Victorino Martín creo que lo habrían candidateando a toro de la feria. Corrida encastada y exigente esa del jueves 25 con la que El Juli pudo sobradamente –debió desojar a su segundo pero anda mal con la espada– y Roca Rey puso el toreo y sus valores más hondos a una altura sideral.

Con el incomparable sabor y señorío torero de siempre todo lo que hizo Morante, a despecho de la baja calidad de los dos toros salmantinos de Fraile que le tocaron, y muy entregado y torero Paco Ureña, tan maltratado este año por las empresas y que desorejó a los dos suyos, con mención de honor para su faena al primero de ellos, “Misterio” de nombre y así de duro de desentrañar. Ureña lo logró a puro mando y decisión, que lo llevaría a sufrir una voltereta al entrar a matar, y un puntazo al que no hizo la menor mención ni aprecio, en detalle de torero antidemagógico y cabal. Y nueva decepción con Talavante, transformado en afectado posturista, devoto del pico y pródigo en tanditas de tres redondos y a rematar; sacó del sombrero dos lotes de escándalo y Matías le obsequió hasta tres orejas cuando con una habría bastado, dado lo plano y distanciado de sus largos e inconexos trasteos. La incuestionable belleza formal de algunas de sus tandas izquierdistas más que alborozo les habrán causado desazón a los nostálgicos del gran Talavante del período 2011-2015.

Matías ya pide relevo. Siempre despertó polémicas, pero luego de su negativa a concederle a Roca Rey la segunda oreja de ”Jabaleño”, en contraste con las que magnánimamente despilfarró en otras corridas, habrá que pensar –recado a quienes corresponda— en darle las gracias al veterano presidente y gestionar su urgente reemplazo por alguien mejor preparado taurina y mentalmente para resituar a la plaza de Bilbao en el sitio señero que tuvo y merece.

*EL TOREO: UN RITUAL SACRIFICIAL

EDGARDO PALLARES BOSSA_.     
Socio de la Peña Taurina “El Clarín”

Siempre he creído que la mejor defensa del toreo, es que se trata de una actividad ritual indefinible, que ejemplifica los mejores valores de una sociedad como la nuestra.  Por encima de que también se trata de una tradición cultural que debemos preservar o de una actividad recreativa que una parte de la población necesita para su sustento.   

El toreo es un ritual sacrificial como tantos otros. 

Por eso, el simbolismo al cual acudió el presidente Petro antes de posesionarse ante el Congreso bien encaja allí y si nos apuramos, Petro está reconociendo los rituales ancestrales a los que revivió, que de una u otra manera son la criba de los rituales en Colombia.   Para fundamentar mi opinión.   Para fundamentar mi opinión pudiera muy bien acudir al comportamiento de sociedades ancestrales como la china, la japonesa o la india o culturas occidentales como la griega o romana. 

Además, bien podríamos acercarnos a culturas de nuestro ámbito como la incaica, la maya o la tayrona., pues todas tienen pruebas fehaciente de sus vida cultural.    Sin embargo, me ahorra éste esfuerzo el pensamiento de Byung,,,-Chul-Han, un filósofo que está de moda, cuyas teorías coinciden con nuestros conceptos.   El sostiene que en una sociedad saturada de información , con la Internet y las redes sociales se hacen necesarias las acciones simbólicas, como lo hizo Petro antes del 7 de agosto, cuyo ejemplo esperamos los dolientes del toreo también ponga en práctica durante su mandato.   

Todas esas presentaciones simbólicas las apoyamos, porque siempre he asegurado que en el toreo la muerte está viva y que la ebullición de los rituales simbólicos vertebran la tauromaquia.   De tal suerte, como dijo Gabo : Si la tauromaquia esta destinada a morir, quisiera verla morir como honor como se merece, cuando los taurofilos dejemos de ir a las plazas y no cuando nos lo quieran imponer «.

La fiesta en México vista por un francés en la pluma de Alcalino

Como recibí un par de mensajes que no ocultaban el escepticismo de sus autores con respecto a la columna del 18 de julio último, donde expongo que la afición capitalina que conocí en los años 60 y 70 del siglo pasado era un auténtica cátedra, reconocida y respetada por el taurinismo nacional e internacional, me parece oportuno reproducir las impresiones del escritor y periodista francés Claude Popelin acerca de la realidad taurina con la que se encontró al visitar nuestro país en 1964. Experiencia que debe haberle resultado muy provechosa, pues la repitió al año siguiente y luego siguió viniendo. 
Claude Popelin no era un francés cualquiera. Era el crítico taurino galo de más prestigio en su país y en España, y llevaba medio siglo viendo toros cuando llegó a México, atraído por lo que se decía de la tauromaquia en su versión mexicana. Su centro de operaciones fue la capital de la república pero estuvo también en varias ganaderías y asistió, en plazas de los estados, a corridas que le servirían para confirmar una muy favorable opinión sobre la forma de ver y vivir la fiesta que teníamos entonces los mexicanos. 
Sin más preámbulo, reproduzco lo medular de un extenso artículo suyo publicado por la revista madrileña El Ruedo en su número del 4 de enero de 1966. Concretamente, la parte que se refiere a la Plaza México, su público y su entorno.


«Una tarde de toros en Méjico» (por Claude Popelin). 
«Para llegar al otro coso –la México—se sigue la larga avenida de Insurgentes Sur, que va camino de la Universidad y de la carretera a Cuernavaca. Una vuelta a la derecha y de repente se salta de una arteria del siglo XX al ambiente típico de una feria andaluza, incluso si sólo se trata de una simple novillada. Inmensos merenderos, capaces de centenares de personas, se llenan de familias que después de tomar su «caballito» de tequila comen «carnitas» a ritmo del sonido de los «mariachis», hablan alegremente y hacen con el vecino pronósticos sobre el resultado del próximo espectáculo. 


Casetas surtidas de recuerdos taurinos colman la felicidad de los niños y atraen a los yanquis en viaje turístico. Algunos chavales venden por un peso o dos –según el tamaño—retales de plástico para abrigarse del breve pero violento chaparrón que amenazan traer algunas nubes a la deriva sobre el azul del cielo… de forma que los tendidos, cuando llueve, se convierten en un mosaico de vivos colores: rojo, azul, verde, amarillo… 


Lo primero que se vislumbra de la plaza es un larguísimo paredón circular sobre el cual se perfilan, alzándose en el aire, monumentales motivos de bronce, que inmortalizan a las glorias del toreo en sus suertes más históricas… ¡Casi parece la entrada a una catedral! La plaza ha sido construida de manera que su mitad inferior está por debajo del nivel del suelo para que sus cincuenta mil espectadores puedan repartirse con mayor facilidad en sus localidades y entrar o salir sin padecer atascos. No se adivina su carácter monumental hasta que se entra en ella.


Aunque el Toreo (de Cuatro Caminos) se aparenta a las clásicas plazas hispánicas, mi preferencia –lo confieso—va a la México. Por una razón muy sencilla: perteneciendo al Distrito Federal está sometida al control de su regente, el muy respetado señor Ernesto P. Uruchurtu. Desde que hace diez años ejerce sus altas funciones, impone con una escrupulosidad admirable el estricto respeto del reglamento, rechaza el ganado demasiado joven y proscribe a rajatabla el afeitado. 


Gracias a su vigilancia se pueden presenciar corridas auténticas y a un costo muy razonable, pues teniendo en cuenta el aforo considerable de la plaza se ha opuesto terminantemente a toda elevación al precio de las entradas. En una novillada de postín, como la segunda presentación de Calesero hijo, entonces muy de moda, he pagado el equivalente a 125 pesetas (unos 30 pesos) por una barrera de tercera fila, y he presenciado el espectáculo confortablemente arrellanado en uno de esos sillones que K-Hito deplora que no hayan llegado aún a las plazas españolas. Con precios tan modestos, la asistencia conserva su inspiración popular y no se aburguesa. Los «snobs» acuden más a la plaza El Toreo, donde los gerentes les sacan los cuartos a su gusto, anunciando sin control localidades caras.


¿Quién se atrevería a decir que a los mejicanos les falta entusiasmo? No dejan nunca de jalear los primeros compases del pasodoble que abre ritualmente el paseo y ha adquirido la popularidad de un himno a la Fiesta Brava. Los toros que se lidian en La México –especialmente los oriundos de la ganadería de San Mateo, de sangre saltillera—salen con mucho gas y acometen con bravura a los picadores. Se les tacha comúnmente de acabar bastante quedados… pero comparado con el aflojamiento del poder de los toros que sufrimos hoy día en España, no hay diferencia notable. Y aun así, los bichos mejicanos conservan su nervio, se defienden, cabecean y resultan peligrosos, como lo atestiguan frecuentes cornadas.


La suerte de varas se practica con decoro y no termina en esas cariocas rutinarias en nuestros ruedos… Sin duda el predominio de los aficionados de solera en las plazas responde de esta buena orientación de la lidia. El hecho se aprecia también en el tercio de banderillas. Los subalternos –me consta—son conocidos en los tendidos y no salen a clavar de cualquier manera sino como Dios manda, recogiendo muestras de agrado que alientan su talento.


Gusta sobremanera el torero artista y valiente, pero no existe la absurda preocupación por el «encimismo», y si se le pierde el respeto al toro o se vulgariza el toreo el público se desentiende de la faena. No estalla la música para acreditar la idea de que se está presenciando una supuesta epopeya, sus únicas intervenciones son las «dianas», alegres y cortos ritornelos que subrayan la actuación excepcional de un torero, y sólo bajo autorización del «juez», como llaman allá al presidente. Tampoco ha llegado aún a Méjico capital la propensión a cortar orejas abusivas, y basta muchas veces que el matador no se haya tirado bien a matar para que lo paren cuando inicia una vuelta al ruedo, la cual –detalle curioso– se emprende por la derecha y no por la izquierda, como en España.


Un punto flojo es la momentánea crisis de figuras, que los aficionados mejicanos son los primeros en lamentar. Retirados Lorenzo Garza, Silverio Pérez, Luis Procuna, Jesús Córdoba y Arruza, los que quedan han pasado ya de los treinta años, como Alfredo Leal o Capetillo, o son diestros que a pesar de su oficio muy bueno y su ejemplar valentía no llegan a ocupar primerísimos puestos… El actual éxito de Raúl Contreras «Finito» demuestra cuánto les ayuda (a los novilleros mexicanos) encontrarse con el ganado español.


El torero goza en «Méjico» de un respeto y un afecto muy especiales. Da igual que sea nacional o forastero. A los «artistas» el público es capaz de perdonarles muchas tardes grises con tal de volver a presenciar alguna de sus apoteosis… ejemplo de ello es Cagancho, que ha elegido seguir viviendo aquí. El mejicano tiene, sin duda, un justificado orgullo de su patria; pero como todo buen aficionado sabe, en materia de toros, rendirse con el más noble entusiasmo ante el valor y el arte… Me sumaría sin vacilar al decir de «Pedrés«: «¡Sevilla y Méjico son, hoy día, la mejores aficiones del mundo!».


Corolario
Lo de Pedrés era cualquier cosa menos una afirmación interesada, pues la hizo a medios españoles sin contacto con México, veterano ya y prácticamente inédito en nuestro país, donde su última actuación se saldó con una cornada penetrante de vientre (Toreo, 05–02–64). Por cierto, hablando de cornadas, Pedro Martínez iba a coincidir en el sanatorio con otros dos matadores iberos heridos de gravedad por esos días, ambos en la México: Miguel Mateo «Miguelín» (02–02–64) y Diego Puerta (16–02–64). Dolorosa confirmación de lo observado por Claude Popelin acerca de la peligrosidad del ganado mexicano de la época.
En cuanto a mi público de la Plaza México, añadiría que no recuerdo ningún caso en que se premiara a un torero por mera simpatía o con ánimo de justificar una «puerta grande» más, como suele ocurrir incluso en Madrid o en Sevilla. Una característica esencial de aquella sensible y sabia afición, que tanta admiración causara a Pedrés y a Popelin, era la forma en que se concentraba en atender lo que ocurría en la faena y el momento presentes, sin dejarse llevar por el historial de un torero y mucho menos por su condición de ídolo o consentido, conceptos que se dejaban de lado a la hora de censurar una actuación floja o rechazar una oreja mal otorgada. 


Y aunque el artículo de Claude Popelin no lo menciona, figuras de la talla de Pepe Luis Vázquez Garcés o Santiago Martín «El Viti» más de una vez se manifestaron sorprendidos por la instantánea reacción del público mexicano en cuanto asomaba el toreo grande en algún lance o muletazo, y su silencio en cuanto dejaba de producirse, sin sucumbir a inercias, simpatías o antipatías.


También habría que mencionar los fracasos estrepitosos al presentarse en la Monumental de Insurgentes de supuestos fenómenos, incapaces de justificar la publicidad que los respaldaba –casos de Miguel Báez «Litri» (12.12.51) o Manuel Benítez «El Cordobés» (07–02–65)–; y cómo, cuando ambos entendieron que aquí había que torear de verdad, sin saltos de rana ni destemplados litrazos y arrodillamientos, el público de México se los reconoció noblemente, sin prejuicios ni rencores. Por no hablar de Paco Camino o El Niño de la Capea cuando manifiestan a quien quiera escucharlos que fue aquí donde descubrieron ese temple que elevaría sus expresiones toreras a la categoría de arte mayor. Una forma de reconocimiento al toro pero también al público de México. 


Es decir, a la afición entusiasta y conocedora, estricta pero imparcial, que durante más de seis décadas copó la Plaza México o El Toreo, y que por desgracia pertenece a un pasado cada vez más borroso

No nos rindamos al poder animalista, exclama Alcalino y una mirada a San Isidro 2022

Me encantaría disponer de espacio suficiente para referirme en extenso a la plenitud absoluta de El Juli, la reiterada grandeza de Roca Rey –tan indiscutible como neciamente discutida–, el temple deslizado y natural de Ángel Téllez o las inmensas posibilidades de Tomás Rufo, protagonista, como Téllez, de una de las dos ocasiones en que tuvo que abrirse la Puerta de Madrid durante este retorno formal de la feria de San Isidro, suspendida dos años por la pandemia. Innegable, altamente meritorio todo lo que pusieron sobre el lienzo venteño y ante las cornamentas más temibles del orbe taurino diestros como Daniel Luque y Rafaelillo –en maestros, cada cual a su modo–, Álvaro Lorenzo, Javier Cortés, Román, Gómez del Pilar, Juan Leal, y ni hablar de los novilleros Álvaro Alarcón –tercera puerta grande–, Jorge Martínez, Manuel Diosleguarde y Álvaro Burdiel. Del notable desempeño de la representación mexicana –Joselito Adame, Leo Valadez, Arturo Gilio e Isaac Fonseca—se habló aquí en pasada ocasión. Así como de indebida inquina con la que se le vio y trató, desde el 7 y desde el palco.

Inevitable también la referencia a la fracasada tentativa de Alejandro Talavante por erigirse en figura central del abono, pues se presentó revestido de una solemnidad contraria a la naturaleza esencialmente lúdica de su arte, y se le apreció presa de una rigidez que desmentía su inusitada plasticidad imaginativa y artística: sólo sirvió para descolocarlo ante la afición madrileña, tan sensible a su natural expresión torera.

También querría aludir a la absurda reglamentación que manda tocar avisos a los 10 minutos flat de haber sonado el clarín para anunciar el último tercio –ni siquiera diez minutos para la faena de muleta, lo que ya sería obsoleto a estas alturas–, o la colocación trasera del noventa por ciento de los pares de banderillas, señal inequívoca de que el rehiletero clavó a toro pasado (con la salvedad de ese extraordinario peón y banderillero que es Fernando Sánchez, y el descargo de las tremendas arboladuras al uso, balcones a los que debe costar un mundo asomarse). Aun así, muy bien coordinados y cumplidoras la generalidad de las cuadrillas.

Blanco fue de numerosos comentarios el lanzamiento de cojines al ruedo, entre otros comportamientos inusuales del público madrileño, donde fue notoria la presencia de mucha gente joven, indiferente o rebelde a las consignas antitaurinas de moda.    

Sobre todo eso me habría gustado abundar en este pequeño comentario. A cambio, me permitiré centrarlo en el momento estelar de esta y muchas isidradas: la inmensa faena de Morante de la Puebla con el toro “Pelucón” de Alcurrucén, colorado encendido de pelo y alegre y dócil colaborador del torero de Puebla del Río a partir del instante en que éste lo hipnotizara y prendiera a su grácil muletilla nada más encontrarse ambos a nivel de las tablas del 9.

Morante o el toreo eterno. El pasado lo delata y su propio aspecto lo anticipa: si convergen su voz interior, un astado asequible y la magia del momento, boca abajo todo mundo. Ni siquiera hace falta que el toro sea su toro en el sentido en que lo sueñan los toreros artistas y sus fervientes partidarios. El milagro lo resintió hasta El Juli en el turno siguiente, con ser quien es y estar como está: si Morante se encuentra consigo mismo, mejor relajarse y disfrutar. Disfrutar de una obra situada por encima de todos los adjetivos. Y hasta de los sustantivos comúnmente invocados: que si el temple, que si el mando, que si las distancias y los terrenos y la ligazón y el clasicismo. Todo suena a prosaico, insuficiente, sobreentendido, elemental. El arte expulsa lo genérico, repele lo cuantitativo, derrota por igual a lo analógico y a lo virtual. Porque ni siquiera transcurre sobre el suelo que todos pisamos. Conmueve, eleva, transporta a otra dimensión de la vida. La poetiza, la desborda, la bendice. Ese es su don. Mientras, allá abajo, lo bueno, lo muy bueno, lo malo, lo muy malo, se entrelazan cotidianamente, en el espacio extrasideral del arte verdadero suceden cosas rigurosamente indescriptibles. Atemporales. Insólitas. Inéditas…

Así fue la faena de Morante con “Pelucón”, el toro colorado de Alcurrucén, cuarto de la tarde del miércoles 1 de junio de 2022 en Las Ventas. Corrida de Beneficencia fuera del abono de San Isidro. Fuera, en realidad, de este mundo en el que uno teclea sus impresiones e intenta retener aunque sea una mínima parte de las sensaciones experimentadas durante diez o doce minutos privilegiados por obra y gracia de José Antonio Morante Camacho y su conversión de un toro común y silvestre a feliz colaborador de una obra de arte.   

El Siglo de Oro del Toreo. En lo inmediato, vista desde fuera, pareciera que todo fue un rapto de inspiración de Morante, y su gozoso producto un monumento fugaz a la estética taurina. Pero para llegar al territorio donde “Pelucón” y el torero de la Puebla se encontraron, el autor de esta obra inmortal ha debido recorrer un camino, ancho y estrecho a la vez, que conecta su personal tauromaquia con la historia del toreo. Si de entrada enlazó el toreo por abajo de los maestros dominadores con los ayudados barriendo lomos y la suerte cargada de clara raigambre belmontina. Y si, en medio del aquel arrebato creativo que fue su irrepetible faena de muleta a un toro que la seguía imantado, borracho de trapo, como puestos de acuerdo hombre y bestia desde la noche de los tiempos para darse cita sobre el platillo de Las Ventas una tarde de junio, Morante fue más Morante que nunca. Si entonces y allí, decía, se estaba dando aquella mágica conjunción, porqué no enlazar suave y pausadamente los redondos y naturales de estética nítidamente contemporánea –aunque con una belleza y una originalidad solo accesibles a Morante de la Puebla–, con muestras diversas de vieja tauromaquia en un delicioso recorrido por la evolución histórica del toreo.

Fue así que asomó, con espontánea presencia, el derechazo caminista levantando el pico de la muleta para prolongar el vieje y mejor ayudar al toro, o desdenes de lenta majestad caganchesca, o ese pase por alto o de costado con los pies juntos y el brazo subiendo por encima de la cabeza. O tres o cuatro derechazos a pies juntos, el codo izquierdo en ángulo alto, apoyada la mano en la faja, que me remitieron instantáneamente a viejas películas donde Fermín Espinosa templa en redondo, tranquila y pausadamente, la embestida del célebre “Nacarillo” (15.12.46), o la del tercer toro, procedente también de Piedras Negras, la tarde estelar de Alberto Balderas en que el Torero de México le propinó severo baño al Maestro de Saltillo (22.01.39). Por no hablar del natural de frente, tan sevillano, elevado a su máxima expresión en uno de los pasajes finales del faenón morantista. Hasta se permitió José Antonio, con soberano desdén, soltar un trapazo zurdo de pitón a pitón, digno de las épocas del Bomba y Machaco, cuando se encaminaba ya a cambiar el ayudado por el acero de matar. Sólo faltó el molinete típico de Belmonte, sobre piernas y rumbo al rabo, porque el único que Morante incluyó en su obra inmortal evocó más bien el molinete armillista, girando quieto sobre su propio eje.

Es decir, que Morante de la Puebla y “Pelucón” de Alcurrucén se confabularon para ofrecernos una sinfonía original y perfecta que fue, al mismo tiempo, una especie de viaje a través de la historia del Siglo de Oro del toreo.

El ganado. Se observó un claro descenso en la calidad de los encierros, comparada con lo visto en las temporadas anteriores a la pandemia, pero no faltaron toros sobresalientes. Se habla mucho del único Victorino bueno de ayer, “Garañuelo” con el que Sergio Serrano pinchó una buena faena izquierdista, pero me seguirá pareciendo que el toro más completo el de la única oreja de El Juli –debieron ser dos–, aquel hermosísimo cárdeno nevado de La Quinta que no paró de embestir por derecho, el hocico al suelo y el celo alegre de los toros de bandera. Luego hubo algunos toros asequibles e incluso notables, notables –de Montalvo, Torrealta, Luis Algarra, Arauz de Robles, El Parralejo, Garcigrande…–, pero ningún encierro digno de lanzar fuegos artificiales al firmamento y sí bastantes decepciones en el rubro ganadero, encabezadas por Juan Pedro Domecq, El torero y la primera corrida de Fuente Ymbro. Que hizo claro y evidente contraste con la gran novillada de igual procedencia lidiada el lunes 23 hasta el punto de recibir el cierraplaza “Embriagado” la única vuelta al ruedo póstuma de toda la feria.

Resurrección y ocaso. Más de medio millón de espectadores ocuparon las localidades de la plaza de Las Ventas entre el 8 de mayo y el 5 de junio, y en 11 de esas 29 funciones consecutivas se puso en las taquillas del coso el cartel de “No hay billetes”, como para despejar dudas y dar una medida aproximada del fervor de madrileños y foráneos por la vilipendiada fiesta de toros, que, simultáneamente, un juez de la ciudad de México ha optado por cancelar “temporalmente” en tanto dedica sesudos estudios a indagar la procedencia o no de una eventual sentencia de suspensión definitiva.

Que, ojalá no, podría ser la puntilla para una tradición con cinco siglos de historia, leyenda y vida en este extraño país llamado México, capaz de volverle la espalda a su propio y milenario ser a cambio de rendir homenaje al furor animalista y, en el fondo, al malhadado Consenso de Washington y esa globalización anglosajona que tanto ha empobrecido al mundo, sus gentes y sus culturas. Y que rechina ya por todos lados. 

El boicot español de 1936 a los toreros mexicanos en la mirada de Alcalino

Para nadie era un secreto que el boicot de 1936 de los toreros españoles contra los mexicanos –el boicot del miedo, en palabras de Juan Belmonte–, tuvo como blanco principal a Fermín Espinosa “Armillita”, que había sido líder en corridas toreadas el año anterior y ocupaba sin discusión de los puestos estelares de las ferias, luego de conquistar a todos los públicos. Estalló el boicot, se rompieron las relaciones entre las torerías de ambos países y, mientras la guerra civil desangraba a la península, al otro lado del Atlántico tomó forma la época de oro del toreo mexicano, con Armilla a la cabeza del elenco más cuajado de figuras que ha tenido la baraja taurina del país.

Sin embargo, cuando en 1944 se firmó el armisticio y volvió el intercambio de toreros, fue Carlos Arruza quien dio el golpe decisivo nada más presentarse en Madrid, al grado que en pocos meses se impuso como contrapunto y pareja de Manolete. Armillita, el veterano Maestro de Saltillo, demoró hasta el año siguiente su regreso a España bajo la premisa de limitar su presencia a plazas y carteles acordes con su categoría. Inevitablemente, una de esas plazas tenía que ser Sevilla, y la Asociación de Prensa local lo contrató para su corrida anual, a celebrarse el domingo 3 de junio de 1945, para alternar con Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez, figuras indiscutibles; toros de Manuel González, encaste Contreras.

Los textos reproducidos a continuación dan testimonio del asombro causado en la prensa de la época –y en la memoria de un futuro cronista, aún adolescente– por la grandeza inmarcesible de Fermín, que cortó ese día uno de los últimos rabos que constan en los anales de la Real Maestranza sevillana. Rezuman emoción, admiración y respeto.

Crónica del ABC. “¡Con que gusto ha vuelto a torear Armillita en la Real Maestranza de Sevilla! Había el domingo en la famosa plaza fiesta de campanillas. Armillita era primer espada de una terna de maestros, que la Asociación de Prensa había elegido para su tradicional corrida, y en tal oportunidad la prominente figura mejicana (sic) volvía a pisar el ruedo sevillano al cabo de poco más de una década… La emoción del artista, ganado por el ambiente que en otro tiempo auspiciara sus claros triunfos, era ostensible en la franca sonrisa que irradiaba la cara de Fermín. Abrió éste su capote ante el primer toro para dibujar unos lances majestuosos a la verónica que arrancaron el olé unánime; terció en quites con idéntica perfección y las palmas restallaron como el trueno. Aquello era sencillamente que Armillita reanudaba sus enseñanzas en la famosa cátedra del Baratillo, y así, al comienzo de la distinguida lección de tauromaquia con que había de regalar el gusto de la afición docta e iniciar en los secretos del arte a los aprendices de aficionado, pudiera haber repetido la famosa frase: “Decíamos ayer…”

La lección fue completa, sin tacha alguna. Armillita banderilleó a sus dos toros con facilidad y limpieza, llegándoles alegremente para lograr la más ajustada reunión; brilló con el capote en lances y quites de ley, y con la muleta instrumentó dos faenas magníficas. La primera, brindada al público, la inició con un perfecto pase de pecho y otro natural por alto, continuada con cuatro naturales soberbio de puro estilo, esto es, dando la pierna y cargando la suerte. Sin importar que el toro se aplomara, Armillita desgranó toda la gama de su extenso repertorio, en el que ni siquiera está excluido el novísimo molinete de rodillas (¡Si supiera este cronista que esa suerte la había patentado tres lustros antes el propio Fermín!). Vistosísimos adornos pudieron fin a esta faena, por sí misma merecedora de la oreja, que no fue concedida así el público la instara insistentemente. Señaló bien Armillita y secundó con media lagartijera. ¿Por qué, pues, el rigor presidencial? Armillita fue objeto de todos los homenajes.

En su segundo, un toro manso y gazapón, cuya muerte brindara a Juan Belmonte, Armillita cuajó otra faena de muletero grande, la que culminó, en derroche de arte y gallardía, al torear en redondo, pisando el espada un terreno en que la jurisdicción del toro quedaba anulada. Después de señalar dos veces, Armillita fulminó a la res con una estocada hasta la bola. Las orejas y el rabo del manso lucieron en las manos del triunfador al dar éste la vuelta al ruedo y salir al tercio a saludar. Hoy como ayer.

… El ganado de don Manuel González (Contreras), gordo y bien armado, desigual, y de seis… cinco mansos.” (ABC, 5 de junio de 1945, crónica de Don Fabricio).

Crónica de El Ruedo. El semanario madrileño El Ruedo publicó una breve reseña en cuya parte medular se lee: “Corrida de la Asociación de la Prensa sevillana. Hubo buena entrada en sombra y algunos claros en sol. Las reses dieron escaso juego… el último fue fogueado.

Armillita triunfó en toda la línea. Era muy grande la expectación por verlo y el famoso mejicano (sic) supo corresponder a esta cordial acogida de los sevillanos haciendo dos geniales faenas a dos toros absolutamente distintos. Al primero –el mejor de los seis—una faena artística y completa, con todos los pases imaginables y llenos todos de una maestría y una elegancia irreprochables. Al segundo –incierto en la embestida, manso, reservón y tirando cornadas—le consintió, exponiendo mucho, hasta hacerle otra faena maestra. Las orejas de este toro fueron justo premio a la completísima tarde de Armillita en Sevilla.” (El Ruedo, 6 de junio de 1945; crónica firmada por F. M. G.)

Es de notar que el cronista de marras dejó de mencionar el rabo paseado por Fermín, siguiendo una práctica que hemos encontrado frecuentemente en los textos de la época. Y esto a pesar de que su reseña va acompañada de fotografías, en una de las cuales puede verse al maestro mejicano saludando con el citado apéndice en alto.

Y poco más. Para Don Fabricio, Ortega seguía representando “la maestría suma, serena, inconmovible, a prueba de vicisitudes… su atinado quehacer fue ovacionado”. Y de Pepe Luis señaló que “toreó magistralmente de capa en cada ocasión. Pero también tuvo que pechar con un lote de mansos, el último, sobre todo, cobarde como no haya otro…” Menos complaciente, F. M. G. señala sin ambages que “Domingo Ortega pasó ayer sin pena ni gloria… A ninguno de sus toros logró recoger el toledano con su clásico toreo de dominio.” Y de Pepe Luis manifiesta que Salió dispuesto a triunfar, pero no pudo ser. Su lote fue el peor… (y sólo) logró primorosos lances de su incopiable escuela sevillana.”   

Como se habrá advertido, solamente Armillita consiguió unificar criterios. Hasta merecer, más de cuatro décadas después, la categórica afirmación de Filiberto Mira que a continuación se reproduce.

Definición definitiva del irrepetible Maestro. Cuarenta y cinco años transcurrieron entre 1945 y 1990. No fueron en vano. Este año, el abogado y crítico Filiberto Mira publica su libro Medio siglo de toreo en la Maestranza, donde desglosa los sucesos verificados en el coso sevillano entre 1939 y 1989. En su resumen de 1945, la célebre faena de Armillita con el toro brindado a Juan Belmonte en la Corrida de la Prensa ocupa el puesto estelar. El viejo escritor y cronista la rememora en estos términos: ”Sucedió el 3 de junio de 1945. Se lidiaron contreras de Manuel González Martín. Ovacionados sin más Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez, que alternaban con el mexicano. Uno de los toros del de San Bernardo fue fogueado… Al terminar la corrida me comentó Manuel Baena, aficionado ultragallista:

— Niño, con lo que has visto hoy de Armillita ya tienes una idea de lo que fue Joselito El Gallo. Sólo José podría igualar lo que le hizo esta tarde Armillita al cuarto toro. Y fíjate bien que te digo igualar, porque superar lo de Armilla es un imposible en el toreo.

Fermín, azteca puro (?), era alto, esbelto, elegante sin envaramiento. Señorialmente sencillo y naturalmente torero. A veces, lo exuberante de su facilidad lidiadora revestía de aparente frialdad lo excepcional de su técnica, de su dominio y de su poderío…

Vestido de azul pavo y oro hizo el paseíllo con Ortega y Pepe Luis. Los contreras, aquel 3 de junio, mansearon más de la cuenta. Superior Fermín, con vitola de torerazo, en el que abrió plaza. Su lidiar fue un ejemplo, rigurosamente magistral, de lo que se le debe hacer a un mansote sin sal y sin pimienta. Los jóvenes comprobamos que había en la plaza todo un Señor Torero, y los veteranos se complacieron porque Armillita seguía siendo, ya bastante maduro, tan formidable maestro como antes de 1936.

El cuarto fue un manso integral. La sabiduría del capote de Armillita hizo posible –milagro de su técnica dominadora—que el burel se evitara la infamia de las banderillas de fuego. Un manso con perversas intenciones, con pocas ganas de embestir y muchas de herir a quien se atreviera a desafiarle. Sorprende que sea el propio Fermín quien coja las banderillas. Las ovaciones a sus tres pares, tan estruendosas como para atravesar la barrera del sonido. Más sorprende que Armillita, cambiado el tercio, se dirija al palco que ocupa Juan Belmonte. Alza su montera y le dice:

–Con el recuerdo de Gallito, tengo el honor de brindarle esta faena, con el deseo de que sea digna del gran torero al que se la dedico. Va por usted, maestro.

Armillita comenzó jugándose la pierna entre las astas con cinco dominadores pases por bajo. Tan potentes que le crujieron los huesos al manso. Cinco pases que juntaron en una pieza el valor y el dominio… El manso –atónito y transfigurado—quedó más asombrado que el público. El maestro se echó la muleta a la izquierda y ligó tres naturales antológicos. Se le recreció la furia al toro cuando lo obligó a tomar el pase de pecho. Entonces, Armillita volvió a ejecutar los dominadores pases por bajo, y otra vez el toro reducido. Esto se repitió por tres veces, porque al remate de cada una de las series de tres pases naturales al toro se le agigantaban las ganas de derrotar y pulverizar al torero. Siguió con dos series más de naturales y una de derechazos verdaderamente antológicas. Como adorno sólo un molinete de círculo completo que fue como un homenaje especial al brindado. Y a la hora de la verdad, un volapié de Armillita tan cumbre como su faenón.

Las orejas y el rabo no fueron el único premio. El propio protagonista, bastantes años después, me refirió que al día siguiente, con su esposa, se dio un paseo por Sevilla en un coche de caballos y los hombres se descubrían al verlo pasar. Hicieron parada en el parque María Luisa para tomarse un refresco en el Bar Bilindo. Al verlos descender, los que estaban allí se pusieron de pie y le tributaron una gran ovación.

Lo especial, lo que me determina a decir que el de Armillita me parece el faenón más antológico de medio siglo de toreo en la Maestranza, en coincidente opinión con jóvenes y veteranos aficionados, es que nunca se vio superar tanto un torero a un toro. Porque nadie esperaba nada del burel fue por lo que sorprendió el brindis a Belmonte… Armillita –corte de torero eminentemente gallista— perteneció a la especie de los diestros denominadas largos, es decir, amplios, variados, completos. Pero además poseía arte, en cuanto éste es expresión de templanza, estética y sentimiento tan inconmensurables como su técnica, recursos y dominio. Nunca he visto un torero tan magistral como Fermín Espinosa Saucedo la doctoral tarde del 3 de junio de 1945… ¡Sevilla nunca olvidará a Fermín Espinosa “Armillita”! (Mira, Filiberto. Medio siglo de toreo en la Maestranza. 1939-1989. Edit. Biblioteca Guadalquivir, S. L. Sevilla. 1990. pp 96-99)   No es de extrañar que quien esto escribe haya escuchado, a más de un viejo aficionado español, manifestar su sorpresa de que no tuviese Fermín, en su propio país, el mismo

TAUROMAQUIA. Alcalino.- El toreo renace en Sevilla y Morante lo sublima

Tras dos años de cierre por pandemia, otra vez Sevilla y su feria de abril. Seguramente no hay otra plaza con tal atmósfera ni tanto sabor. Con toda naturalidad se aposentan en ella el pasado y el presente de la ciudad taurina por antonomasia, centro del universo para quienes gustan y degustan del toreo como una  escisión privilegiada de las bellas artes, aprisionada en los ámbitos de la Real Maestranza con la fuerza de un imán.

Otra cosa es su público, tan irregular como el trazado del ruedo maestrante. Y tan desigual como Curro Romero, su profeta mayor, o como el voluntarismo de quien sea que dirija la banda de música. Y están además los presidentes, empeñados en alternar el pañuelo veloz con la terca negativa ante peticiones mayoritarias. El resultado: orejas livianitas mezcladas con episodios de ceguera y sordera francamente cerriles. Y en el camino, tres puerta del Príncipe, que a los tradicionalistas les supieron a acíbar –“¡No estamos en Alicante!”–. Aunque hablando de eso, el alicantino Manzanares sigue gozando del amor de afición y palco, con aclamaciones y orejas para par de faenas aceleradas y prudentemente distanciadas, coronadas con espadazos defectuosos pero efectivos.

Morante se pasea por el edén. Sobre el torero de la Puebla recaía el peso de la feria y él lo afrontó con responsabilidad reconcentrada y seguridad ejemplar. Ni un paso de más ni un pase de menos. Madurez, plenitud, estética inigualable. Y sin embargo, cómo le costó romper el hielo del tendido. Lo mismo el domingo de Resurrección, con la primera decepcionante juanpedrada, que en ese otro abreplaza de Jandilla (día 29) al que, con capote y con muleta, toreó por nota, sin una sola disonancia. Y en silencio simplemente porque al director de la banda así lo quiso. Aparentemente, a la tercera llegó la vencida, imposible ignorar la sinfonía de arte que fue el dibujo de verónicas morantinas del quite y la faena al zaino “Gavilán”, de Núñez del Cuvillo, tan noblón como rajado. Iniciada con el cartucho de pescao y basada en la mano izquierda, pulseada con dejadez y maestría incopiables, la armonía del temple en su máxima expresión. Terminó en tablas porque allí se había refugiado el manso y hubo de poner valor e imaginación para que el cuadro no se descompusiera. La estocada, de efecto fulminante, cayó desprendida. Y el juez tuvo que aguantar el primer meneo de su infausta tarde por negar la segunda oreja, que por cierto ni falta que hizo para que el clamor acompañara la vuelta al ruedo del artista.

“Ballestero”, toro para la historia. Pero faltaba lo del sábado. El suceso de una feria cuajada de puntos altos llegó cuando nadie lo esperaba, precedido por la bronquita a la brevedad con que Morante se deshizo de su inútil primero y la devolución por invalidez del burraco cuarto, que tampoco valía un tostón. De entrada, “Ballestero” –que vaya percha y malos modos que se cargaba ese sobrero de Garcigrande—entableró a Morante, que libró el trance con apuros, huyó hacia toriles y empezó a rascar y reservarse. Tomó la primera vara en toriles y costó dios y ayuda llevarlo a la contraquerencia para la segunda –sólo la suave brega de Morante lo logró–. A los banderilleros los esperó de más. Una prenda. Pero el caso es que José Antonio se miraba tranquilo y hasta sonriente mientras el peonaje sufría para traérselo a jurisdicción. Lo que en seguida llegó queda para la historia grande del toreo. En torno a la figura verdinegra del torero, un torbellino de embestidas vertiginosas, atemperadas por una muleta mágica y un arte imperial, sin concesiones a nada que no fuera la tauromaquia esencial –un manso encastado, un artista inspirado, un público extasiado–, con la firmeza de plantas como clave mayor y una estética sublime por estandarte. No sé si alguien pediría el rabo –estocada mínimamente desprendida–, pero Morante nos había regalado una de las poquísimas faenas dignas de ese galardón.

Roca Rey.  El otro triunfo rotundo sin puerta principal lo protagonizó la tremenda seguridad con la que el peruano se desenvuelve en la cercanía de los pitones por arisca que sea la cabeza que los porta. Entre aguaceros, el día 4, le habían regateado méritos aunque él no se ahorró ningún esfuerzo para obligar al lote más incómodo y agresivo de Victoriano del Río –hasta dos avisos le envió el palco en su segundo, a cambio de una compacta ovación recogida en el tercio–; y el viernes 6 puso Andrés especial atención en hacer de la lidia de “Comilón”, el buen tercer Cuvillo, una lección de economía –de castigo y de capotazos–. Llegada la hora de la muleta, el faenón. Firmeza absoluta acompañada de temple impecable y perfecta arquitectura, ayudando con sabias pausas al zaino, enroscándoselo en una inédita versión de toreo en redondo iniciada como derechazo y prolongada en cambio de muleta por al espalda y de pecho zurdo redondeado hasta la extenuación. Con un final de bernadinas de infarto y media en la yema que tardó un poco en hacer efecto, lo que no impidió el aluvión de pañuelos y dos orejas que al presidente le costó mucho otorgar. Luego, el mismo señor Fernández-Figueroa provocaría una bronca épica porque se empeñó en desoír el clamor unánime que solicitaba el apéndice que Roca Rey necesitaba para abrir la dichosa puerta del Principe. Había estado entregadísimo con “Bombardito”, un galafate imposible al que estoqueó ejemplarmente luego de orillar la cornada entre un alud de derrotes. Esa tarde, en la que Morante toreó tan divinamente y Juan Ortega evitó convertirse en convidado de piedra dándole vuelo a su capote en verónicas con aroma y sabor añejos, se clausuró con el ruedo sembrado de cojines para escándalo de los puristas que dijeron no haber visto ni imaginado el ruedo de la Maestranza mancillado por tan inicivil práctica. Nadie les contó que a Rafael El Gallo o a Cagancho, en sus tardes aciagas, no se les despedía precisamente con pétalos de rosa.

Tres Puertas del Príncipe. De las que sí se abrieron, por mucho que rabien jueces y críticos adversos a semejante derroche, me conmovió especialmente la primera (abril 28) luego de ver a Daniel Luque, torero de clase, apelar a la épica ante dos astados de El Parralejo con mucho que torear –el primero lo cogió con saña y, maltrecho y todo, remató la faena en plan heroico y lo hizo polvo con un volapié de marca—; mismos registros emotivos que para Tomás Rufo –un prospecto de figura asentado en el valor sin trampa, la naturalidad y la torería eterna— llegarían a truque de un volteretón al entrar a matar a “Cepero”, tras el cual el de Victoriano del Río lo arrastró con saña sobre el encharcado ruedo y casi lo prende contra el estribo. A las dos orejas, consecutivas a la pavorosa escena y su consecuencia emocional, se unía la que le cortó al toro de su presentación, “Entrenador”, por entonada y artística faena. Así se abrió esa Puerta del Príncipe del lunes 2 de mayo.

La tercera salida en hombros –miércoles 4– premió el magisterio total y absoluto de El Juli sobre un lote de Garcigrande tan suave y repetidor como llevado y traído por Julián con asentamiento y temple soberbios en faenas casi de salón, que así de dueño de la situación lució en todo momento, regodeándose de toro sin dar nunca la sensación de esfuerzo, si bien sus estocadas pecaron de traseras según suele ser habitual en él. Tan sobrado anduvo Julián que se permitió desorejar por partida doble a un abreplaza, contrariando la artificiosa moda impuesta por una discutible modernidad. Antes el miércoles 4, sobre el fango, había cobrado su primer apéndice por un hermoso recital de caligrafía torera llevando como con la palma de la mano al muy noble “Forajido”, el cuarto de Victoriano del Río la tarde del aldabonazo grande Tomás Rufo y el ninguneo extremo al valor sin tacha y a la generosa maestría de Roca Rey.

Sin olvidar las cosas de Ferrera con unos victorinos amexicanados a más no poder –es decir, irremediablemente bobos, decadentes–, que le procuraron a José Luque Teruel el primer conato de bronca dedicado al palco presidencial porque dejó en un apéndice los trofeos a la faena de Antonio con “Pobrecito”, el nobilísimo y duradero cárdeno plateado que lidió en quinto lugar el día de su mano a mano con Miguel Ángel Perera. Esa tarde del 30 de abril, habría sido apoteósica en cualquier plaza de nuestro país. No en la Maestranza, que desdeñó con su silencio el perfecto toreo de salón de Perera con el suavísimo y mortecino cuarto, pero incurriría más tarde en injusticia flagrante al ignorar la gesta del propio Miguel Ángel cuando, herido en la región lumbar tras fea cogida, prosiguió la faena y estoqueó por lo alto sin hacer el menor aspaviento. Favorecido por un buen lote, dentro de las características de la decepcionante victorinada, Ferrera, además de la oreja del quinto, tuvo petición en el tercero. Su brindis a Joaquín, futbolista del Betis, obligándolo a saltar al ruedo para recibir la montera causó tanto rechazo por este detalle exhibicionista como el capote azul celeste del histriónico diestro leonés nacido en Ibiza. 

Méritos y deméritos. Otras cosas importantes ha dejado el retorno de la feria de abril: el clasicismo imperturbable de Diego Urdiales, cuyos cuatro toros firmaron un armisticio irrevocable, la probada capacidad de José Garrido, premiada con una oreja malamente equiparada con la que poco antes se otorgó a Alfonso Cadeval, que, desentrenado y medido de valor, había dejado prácticamente inéditas las ideales condiciones de “Chismoso”, de Santiago Domecq, por calidad y alegría, el toro de la feria (abril 27). Orejas menores hubo, además de las de Manzanares, para Alvaro Lorenzo y Ginés Marín, y una excesiva Puerta del príncipe para Guillermo Hermoso de Mendoza, poco maduro pese a su buena monta y promisorias cualidades. Justas, en cambio, las que esa tarde dominical pasearon su padre Pablo y la francesa Lea Vicens. Hubo también una corrida de selección sin mayor provecho para los orejeados Oliva Soto y Javier Jiménez; la llamativa expresión de este último lo hace diferente a los cinco restantes muchachos, técnicamente solventes pero cortados por la misma tijera. Y ya que se habla de tipos diferentes, incluyamos a Paco Ureña, que podrá o no gustar pero no se parece a nadie, con sus maneras y quietud como de otra época. Sin sitio ni expresión Pablo Aguado y alternativa sin sustento la de Manuel Perera, que se suma a las muchas dadas por la empresa maestrante simplemente para satisfacer caprichos de divos empeñados en no estoquear al toro que abre la corrida.

Y en el rubro de los fiascos ganaderos, además de Victorino Martín, habrá que incluir a Juan Pedro Domecq, García Jimenéz y Torrestrella. Excelentes lotes, en cambio, los de Garcigrande-Domingo Hernández y Victoriano del Río. Desiguales en todo pero con algunos toros notables los encierros de Santiago Domecq, El Parralejo y Jandilla, y los de Núñez del Cuvillo sobre esa peligrosa raya que separa la nobl


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