Category Archive : Columnista invitado

Alcalino.-Las amenazas que rondan la fiesta y la responsabilidad que nos cabe

Hablábamos el lunes último de las pruebas por las que ha tenido que pasar la fiesta brava para garantizar su permanencia en México. Y está claro que, cuando confluyen fuerzas internas o externas que la amenazan, no basta una historia de siglos y una tradición identitaria para garantizar su continuidad, por indudables y legítimas que sean aquellas.

Una vez repasados someramente los contratiempos a los que la tauromaquia mexicana sobrevivió cuando se suspendieron las corridas de 1916 a 20 y cuando un sisma sin precedentes dividió a la torería mexicana en 1940, vamos a continuar este somero recorrido por las vicisitudes que ha tenido que superar la fiesta en nuestro país antes de topar con el que ahora mismo la tiene postrada.  Y sin que el optimismo y la esperanza nos abandonen, hay que advertir que ninguno se prolongó tanto, ni el organismo de la fiesta y la fuerza de la afición se encontraban tan bajos de defensas como lo están en la actualidad. Por no hablar de los antis que, como buitres, sobrevuelan su fragilizado territorio.

Vuelven los españoles. Con el boicot de 1936 quedaron rotas las relaciones entre las torerías de México y España, y durante ocho años poco se supo de lo que allá sucedía. Tampoco hacía falta, en México la época de oro se desarrollaba a plenitud, pródiga en tardes y faenas inolvidables. Hasta que la endogamia empezó a cobrar cuota y, con la constante repetición de nombres y carteles, la euforia dio en decrecer. Entonces, como en tiempos de Venustiano Carranza, la política volvió a meter la mano, aunque esta vez en sentido inverso, pues fue Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente de la república y, en la práctica, quien manejaba a la sombra los destinos de El Toreo, el que, apercibido de la situación, despachó a España a su personero Antonio Algara con instrucciones de arreglar el pleito. Así, más pronto que tarde, quedó signado el primer Convenio Taurino entre los sindicatos taurinos de ambos países. La reanudación del intercambio traería, entre otras cosas, la presencia gigantesca de Manuel Rodríguez “Manolete”.

Aunque la fiesta no estaba de capa caída en nuestro país, los efectos del Convenio sirvieron para tonificarla y atraer público nuevo a las taquillas más allá de la inevitable retirada de los ases de la época de oro. Lo que no significa que nuevos problemas e inconvenientes dejaran de afectar la actividad taurina. Pero cuando los españoles volvieron a interrumpir el intercambio (1947), ya la Plaza México estaba funcionando, con un público multitudinario y en los carteles novedades capaces de convocarlo.

Pleitos sindicales. Las agrupaciones taurinas –matadores, subalternos, ganaderos—mantenían un pulso permanente con los empresarios, en especial con quien estuviese al frente de la Monumental de Insurgentes, que era la que mayormente alimentaba la pasión por los toros, tambioén en auge en muchas ciudades del interior. Cuando en 1950 la Unión de Picadores y Banderilleros entró en conflicto con Alfonso Gaona porque éste se negó a firmar un contrato colectivo alegando que el patrón del peonaje no era otro que el matador a cuyas órdenes sirvieran, la dirigencia sindical colocó banderas rojinegras en los accesos al coso. En respuesta, el empresario se las arregló para reanudar su temporada chica con cuadrillas de “esquiroles” –novilleros y matadores en receso–, y apoyado por ganaderos ansiosos de colocar sus astados en la plaza que da y quita. Fue el de Gaona un golpe decisivo de cara a la forzada reconciliación que no tardó en sobrevenir.

Otros paros semejantes –el de 1987, por ejemplo, de nuevo con cuadrillas hechizas como salida de emergencia–, fueron sorteados a brevedad. No así el que mantuvo cerradas a piedra y lodo todas las plazas de la república durante casi dos meses –entre noviembre de 1966 y enero del 67–, dando incluso al traste con una Feria de Otoño en El Toreo que ya tenía sus carteles y boletaje en circulación. La impusieron de nuevo los subalternos, capitaneados por Pancho Balderas, quien tuvo que ser destituido por sus propios colegas para que pudiera llegarse a un entendimiento con los empresarios, que naturalmente no se habían quedado de brazos cruzados y maniobraron hábilmente para quitar de en medio al veterano e intransigente hermano del inolvidable Alberto. Este paro general fue la culminación del enrarecido clima que rodeó a la Fiesta en México a raíz de la pugna entre la vieja Unión de Matadores –capitaneada a la sazón por Luis Procuna—y una escisión de la misma, Asociación le pusieron, hija de un parto de emergencia en el que tuvo que ver hasta Manolo “Chopera”, que apoderaba a El Cordobés.      

  

Dos veces cerró la México. Previo al receso actual, la Monumental se mantuvo cerrada durante dos lapsos que se le antojaron eternos a su fiel afición. El primero, a principios de 1957, duró año y medio, reabriéndose para la temporada chica del 58; el segundo fue de abril de 1988 a mayo del año siguiente. En ambos, el empresario, tras sus clásicas idas y vueltas, era Alfonso Gaona, quien decidió interrumpir sendas temporadas grandes, mal armadas y de escaso interés, aduciendo desavenencias con los propietarios del coso; en el segundo caso era evidente el interés del regente de la ciudad, Ramón Aguirre, por hacerle la tambora de lado, interesado como estaba en entregar el control de la plaza a su hijo Rodrigo, que hacía pininos como ganadero. El cual nunca llegó a regentar la Monumental pero se dio al menos el gusto de organizar una gélida serie de corridas en el Palacio de los Deportes.

La primera vez –1957-58— el ayuno por rumbos de Insurgentes fue neutralizado por El Toreo de Cuatro Caminos, que lo aprovechó para organizar dos temporadas a todo lujo –Calesero, Procuna, Capetillo, Huerta, El Ranchero e incluso Carlos Arruza, a caballo y a pie–, así como la de novilladas de la que surgió la pareja Raúl García-Gabriel España.

Treinta años después, la Plaza México pudo quitar de sus puertas los candados oxidados porque el gobierno entrante –Manuel Camacho Solís como regente capitalino– estaba ansioso por congraciarse con el pópulo a raíz de la dudosa elección presidencial que encumbró a Carlos Salinas de Gortari. Camacho Solís movió cielo y tierra para que la Monumental pudiera reabrir, fundó un patronato que la manejara, promovió exposiciones sobre temas taurinos y tanto se preocupó porque el DF tuviera espectáculos de primera que utilizó un ruidoso helicóptero para estar, con pocas horas de diferencia, en el autódromo Hermanos Rodríguez, abanderando el único GP de México que ganó Airton Senna, y en una barrera de sombra de la Monumental para recibir los brindis de Manolo Martínez, David Silveti y Miguel Espinosa, integrantes, con toros de Tequisquiapan, del cartel de reinauguración, como pomposamente se le llamó (29.05.89).

No hace falta reiterar que, como en todos los sórdidos episodios anteriores, la potencia intrínseca a la Fiesta y la pasión multitudinaria que suscitaba sobraron y bastaron para superar las crisis y terminar recomponiendo el panorama.

Ante el Covid 19. Tras casi dos años a salto de mata, el medio taurino mexicano empieza a desperezarse. Nos llevan ventaja el futbol y otros espectáculos, que reaccionaron con más presteza y, lo mismo que el GP de México próximo, ya tienen autorizado aforo completo en sus graderíos, en tanto el público de toros enfrenta restricciones que oscilan entre el 75 por ciento para los festejos anunciados en la Plaza México y el 30 por ciento al que tendrá que atenerse el Nuevo Progreso de Guadalajara.  Inexplicable discriminación, aunque tampoco se esperan entradas que rebasen tan módicas providencias, propias de tiempos en que el prohibicionismo pende sobre la fiesta como su pandemia particular.

Con todo, y así sea de manera desigual, se palpa el deseo de sacar la fiesta adelante. No contamos ya con figuras señeras que antaño movían multitudes. Tampoco con el respaldo de los medios, fundamental para ubicar cualquier espectáculo o temática en la escena pública. Y el post toro de lidia mexicano lleva tiempo entronizado como otro poderoso disuasivo contra el gusto de los mexicanos por las emociones dramáticas y estéticas del toreo.

¿Y los movimientos antitaurinos, tan activos en todos los países donde la tauromaquia mantiene su vigencia? Pues está visto no le hacen mayor mella allí donde sus actores la mantienen viva, y los acompaña el interés del público, su antigua pasión por las corridas, como factor determinante. En todas las crisis anteriores por los que la Fiesta mexicana pasó, esta certeza funcionó como una premisa esencial para superarlas.  

Nos preguntamos qué ocurrirá, a la corta y a la larga, bajo las circunstancias actuales.

El «Pollo Pallares» recuerda a Joselillo, torero, empresario , creador de sueños y plazas

Hacer una valoración del rótulo de Joselillo de Colombia como el gran gestor de las ferias taurinas del país, es harto difícil, pero también significativo, pues Joselillo siempre que ya tenía algo conseguido, de inmediato albiraba el paso siguiente para contribuir con la tauromaquia en toda la república.


Recuerdo que un día al regresar de un tentadero en «Aguas Vivas», nos fuimos a la Hospedería La Giralda, que era de mi propiedad, cuando por allá en 1973, se me dió por fungir de hostelero y, por supuesto, al ser tan cercano a lo taurino, la decoración era cargada de imágenes ostensibles sobre el toreo, convirtiéndose en una escena sensible para el aficionado y éste era un torero y empresario. Joselillo entusiasmado por lo que veía y vivía y entre el bullicio del whisky y el tapeo, me dijo: «Pollo, resérvame todas las habitaciones porque para la feria de inaguración de la nueva plaza, me quiero vestir aquí».

Y en el abanico de su pensamiento surgió otra información: «Fermín me está haciendo dos trajes de luces, él tiene mis medidas».  En efecto, el torero empresario se confeccionó dos semidiosescos vestidos, blanco y oro (el de inauguración) y corinto y oro, el otro.  Y es que de verdad era el sitio el que agitaba las nueces, ya que el reluciente y bien decorado lugar de hospedaje, era la «rosa donde cabían todas las primaveras», que decía Antonio Gala.


Ese era Joselillo de Colombia, quién cultivó la tauromaquia en Cali, Bogotá, Medellín, Cartagena y otras plazas menores, garantizando por aquellas épocas, el poder de la fiesta brava. Y aquí en Cartagena, como sabía que»La Serrezuela» era ineficiente, generó con»El Mono» Franco, el parlamentario, la construcción de la plaza Cartagena de Indias.  Y la inauguró de blanco y oro, arrebujandose el terno, ese día 1 de enero de 1974, en mi casa. La afición taurina tiene algo muy importante, pues la sensibilidad que la abriga la entrelaza con el acercamiento, porque la vulnerabilidad del toreo genera atracción. Uno de los rasgos de Joselillo de Colombia en Cartagena donde era querido y admirado por la gente que lo acogía como su hijo.

LA GALERIA

Las primera foto es de la ùltima corrida en La Serrezuela

La segunda , la corona que se eleva al cielo que es la monumental de Cartagena que tenemos que recuperar como patrimonio cultural

La tercera es Palomo toreando en La Serrezuela y al fondo se aprecia al pollo Pallares narrando la corrida con el gran Romar

El «Pollo» Pallares nos lleva por la historia de la Serrezuela y la Monumental de Cartagena de Indias

Es evidente que Cartagena tiene una baza taurina de importancia. Desde que a Don Fernando Velez Danies, por vocación experimental se le ocurrió construir una plaza de toros, para dar por sentado el interés del pueblo por las corridas de toros y de esta manera acabar con el devaneo de diversos empresarios. Ya que  éstos, de manera itinerante ofrecían los festejos taurinos en diferentes sitios del centro histórico.

Así logra reunir a toda la afición en un punto especialmente ambicioso para poder fagocitar el interés de muchos que no encontraban la distracción dominical, sino en las funciones dedicadas a la tauromaquia. Así en 1930, con bombos y platillos, se inauguró la plaza de toros «La Serrezuela», que hoy en medio del apabullante progreso, y justo en el mismo lugar, evidencia prepotente el centro comercial más hermoso de América, cuyo eje es la plaza de toros declarada monumento histórico. Después un torero, «Joselillo de Colombia», quién en épocas de celebración de corridas de toros, se convirtió en el gran gestor de la tauromaquia en Colombia.


Y fue el quién entre aciertos y errores ofrecía corridas con los más destacados diestros de la actualidad con pírricos ingresos económicos por el apretado aforo de la placita y, empezó a demandar la construcción de un nuevo escenario taurino, para lo cual buscó una referencia inexcusable, como el parlamentario Joaquín Franco Burgos, quién a la sazón presidía la Comisión de Presupuesto y buscó el apoyo para el proyecto con treinta millones de pesos lográndose la construcción de la plaza de toros «Cartagena de Indias», señalada por propios y extraños, como la plaza de toros más bella del mundo. Y ese experimento cobró fuerzas, cuando el arquitecto Gastón Lemaitre la diseñó en una servilleta de papel rugoso, en el desaparecido «Dragón Verde» en el barrio Bocagrande, después de una farra en la vecina isla de Tierrabomba.

Así nació la plaza de toros «Cartagena de Indias», inaugurada en 1974, que vino a robustecer la ajada placita sandiegana y para enaltecer todos los confines de la tauromaquia, donde hubo tres referentes: Fernando Vélez Danies, Joselillo de Colombia y «El Mono» Franco, quién mucho se preocupó por el progreso cartagenero. La verdad sin más tintes.

TAUROMAQUIA. Alcalino.- En perspectiva. Defender la fiesta, una obligaciòn

Para el aficionado de toda la vida –lo mismo da que escriba o no de toros– hay dos maneras de enfocar el presente de la Fiesta, anémico y perturbador al mismo tiempo. Una consiste en fingir que no pasa nada y dar seguimiento puntual a la información de lo inmediato, con sus buenas o malas noticias. Seguir la costumbre sin alterarse de más, aparentar que nada grave está sucediendo. La otra representa un arduo viaje al pasado, una mirada en retrospectiva cuyo móvil, paradójicamente, ha de apuntar resueltamente al porvenir. Este empeño es bastante más intrincado y exigente. Doloroso incluso, pues volver la mirada en dirección de tiempos mejores es exponernos, con crudeza y por puro contraste, a los reveses de la sombría actualidad. Pero vale la pena el esfuerzo.

Vale la pena, y acaso sea lo único que podemos hacer para intentar salvar a la tauromaquia de los veleidosos objetivos de un movimiento global que encontró en las tradiciones taurinas una presa a modo para ensayar sus planes expansionistas, necesariamente ligados a la codicia económica y al aplanamiento de las culturas en beneficio de una sola, la anglosajona, empresa no por absurda menos dañina, teñida además de ominosas obscenidades. 

¿Nostalgia o reivindicación? Hace poco, un amigo muy estimado me echaba cordialmente en cara que mis columnas de estos tiempos tiendan más al pasado que al presente; lo hizo con una sentencia que me caló: “toda nostalgia es o se vuelve reaccionaria”. Lo decía, supongo, en el sentido marxista del término. De todos modos mi reacción natural fue de  rechazo; sin dejar de reconocer que hay nostalgias que matan, sobre todo cuando se aferran a privilegios cuestionados o amenazados por algún enemigo, real o imaginario.

Pero el rechazo lo mantengo e intentaré explicarlo a continuación, entre otras razones porque los enemigos de la Fiesta son hoy múltiples y feroces, de una ferocidad que ni se detiene ni se ruboriza ante la estupidez de decisiones como la de la alcaldesa asturiana que acaba de prescribir la fiesta de sus dominios porque en una corrida reciente (Gijón, 24.08.21) salieron dos toros llamados “Nigeriano” y otro de nombre “Feminista”, lo que la señora en cuestión consideró gravísima mofa contra quienes se opongan al racismo y la misoginia, argumentos suficientes para condenar el ancestral rito taurino.    Pero casos de descerebramiento agudo aparte, y al margen de la actualidad estricta y sus devaneos, quiero defender la tesis de que la tauromaquia es cultura, y de que toda cultura es el resultado siempre provisional de una historia,

preferentemente copiosa, rica, y necesariamente evolutiva, vital. Partiendo de lo cual afirmo que, en países como el nuestro, y por encima de cualquier condena, lo mismo las malintencionadas que las ingenuas, la tradición taurina contiene valores incuestionables y su evolución como arte presenta facetas singularísimas, ninguna tanto como la de ser el único arte surgido del vencimiento del temor por el estoicismo, con tal de ilustrar vivenmcialmente el triunfo de la vida sobre la muerte. Y todo esto dentro de la paradoja que consiste en anteponer a logros técnicos y estéticos el alto precio de la vida del autor, latente siempre mientras sea un toro de lidia su obligada contraparte.

Dicho lo cual paso a la exposición de mi propio camino en activa defensa de la Fiesta.De los Carteles con historia al Siglo de Oro del Toreo. Se aproximan al centenar las Tauromaquias que firmo cada lunes desarrolladas bajo el título de Historia de un cartel, y debo a  algunas de ellas comentarios y pareceres que cuentan entre los más vanidosamente satisfactorios que pueda recordar, procedentes incluso de fuera de nuestras fronteras.  Pero vanaglorias aparte, mantengo un propósito original, basado en la necesidad de exponer y difundir los valores de nuestra Fiesta a través de algunos de sus episodios más catárticos debido a su vuelo

artístico o su contenido trágico. Porque el significado profundo de la tauromaquia, creo, no reside tanto en el seguimiento minucioso de su ralo acontecer cotidiano, ni siquiera en los enconados debates en los medios en que también he tenido oportunidad de participar. Apunta mucho más allá, a la comprensión de su devenir histórico y el seguimiento de su transformación técnica y estética, encerrado en historias de triunfo y muerte que exaltan inevitablemente al toro, ese incomparable, temible, hermosísimo misterio activo, capaz de pelear hasta su propio final pero también de herir y truncar en un instante vidas e ilusiones.

Diré, adicionalmente, que la idea que dio origen a tan multiplicada Historia de un cartel  ha sido la quimérica pretensión de recrear, como si acabasen de ocurrir, infinidad de tardes de toros en las que me hubiera gustado estar presente, y si acaso lo estuve en unas pocas, en atraer hacia la sensibilidad y el asombro lo vivido en tales días, con toda su inefable capacidad para sustraernos del mundo que nos rodea para transportarnos a dimensiones en las que el gozo, la zozobra y la emoción se mezclan fugaz, inefable y deleitosa o terriblemente. En cuanto al concepto Siglo de Oro del Toreo, simboliza algo que una vez pensado fluye con entera naturalidad. Depende tan solo de que aceptemos el pasaje de una tauromaquia  con ese acre sabor a lucha, a solamente lid (ia), arrostrada con

inaudito coraje por los insignes maestros del primer siglo y medio de tauromaquia, a la aparición, lenta pero segura, del genuino arte de torear, en los albores del siglo XX, hasta su pleno desarrollo, ya en nuestros días. Un recorrido en el tiempo que  solamente un lego en cuestiones estéticas o un fanático empeñado en no ver, oír ni entender estaría en condiciones de negar.

Hablamos, pues, de un Siglo de Oro palpable y real, perfectamente verificable.

La lucha de hoy. Creo que todos estaremos de acuerdo en que se libra en diferentes campos. El que he elegido parte de la idea de que la situación presente de la Fiesta, con la activa trama de acoso y derribo urdida en su contra desde numerosos frentes, exige, como primera barrera de contención, un taurófilo culto e informado. Más allá del disfrute de lo inmediato, de lo anecdótico, de lo sabrosamente polemista o del superficial colorido del ambiente, los tiempos están pidiendo el advenimiento de un defensor de lo nuestro capaz de aunar a su pasión por los toros un sólido trasfondo argumental, indispensable para plantarle cara al interlocutor antitaurino con la seguridad y el aplomo que siempre distinguió al torero auténtico, ese héroe dispuesto a urdir su improbable bordado en la misma boca del abismo. Y a asumir tan tremenda agonía tarde tras tarde.

En el fondo, esta visión de perspectiva, reveladora de nuestro amor por la Fiesta y convencida de las razones que nos asisten, será, creo, la mejor arma para defenderla de los embustes y exabruptos de sus atacantes.

Y lo que mejor puede reforzar y acrecentar nuestra propia autoestima como aficionados.            

EL CIRUJANO QUE SALVÓ A ORTEGA CANO EN CARTAGENA

Por Edgardo Pallares Bossa
Si bien el torero al estar en el patio de cuadrillas, sabe que hacer y sabe que no hacer, para salir en triunfo al culminar la corrida, debe moderar sin prohibir aquello que ha de configurar en la cara del toro en la búsqueda de evitar una cornada grave, ya que en esa puesta en común desquiciada y desquiciante, envejece al hombre, que aún cuando en el patio de cuadrillas donde se vive un chalaneo previo, simula estar tranquilo. Sin embargo, existe a no dudar un criterio de reparto, donde la muerte está viva.


Un torero figura, Ortega Cano, quién venía de superar una gravísima cornada en Zaragoza, donde un toro le abrió la barriga, mientras el cirujano de plaza, el también famoso Carlos Valcarreres, como verdadero trasunto de la soberanía cirujana le salvó la vida al diestro. En Cartagena de Indias un toro de Mondoñedo, colorado y cornicorto, de nombre «Buenmozito», el 6 de enero de 1995, le propinó un cornalon a Ortega Cano. Pero allí en el patio de cuadrillas, donde se viven las previas, en la pequeña enfermería, sin criterio de reparto, el torero cayó en las privilegiadas manos de Gustavo García, otro verdadero trasunto de la soberanía cirujana.


Quizá, el médico jefe de la plaza de toros Cartagena de Indias, nunca imaginó ese vínculo de privilegio con el diestro español pues posteriormente y en agradecimiento, el torero Ortega Cano lo invitó a su matrimonio con Rocío Jurado en la finca «Yerbabuena» en España, muy a pesar de cierta desconfianza por parte de los familiares del torero, al traer a Valcarreres para que lo revisara, señalando éste con vehemencia al expresar : «Aquí todo se ha hecho bien». Y ese estabilizar el aspecto científico, como caja de resonancia, realzó la intervención y tratamiento de Gustavo García.

Y es que éstos emulos de Juan del Castillo, quién en 1683 inició la carrera por la protección de los toreros, con la corroboración de Jiménez Guinea, Máximo García de la Torre, Ramón Vila, Valcarreres, y tantos otros, convirtieron en un orden natural, las prácticas de la cirujía taurina en la fiesta brava. Por eso hoy tenemos que agradecer a todos los especialistas taurinos del mundo, espejo de la fortaleza en el toreo. 

Alcalino.-!Aquellos tiempos!! Arruza y la Valencia de 1945

Nueve fueron las corridas de la feria valenciana de San Jaime de 1945, y en siete de ellas participó un mismo espada en calidad de figura estelar ¿Su nombre? Carlos Arruza, nacido en México DF (17.02.20) y, a esas alturas, la atracción máxima de la temporada española. Ni Manolete, en el pináculo de su gloria, llegó a ser tan protagónico en la ciudad del Turia.  

Histórico saldo. ¿Justificó o no el Ciclón Mexicano la enorme responsabilidad que la empresa de Valencia había depositado sobre sus hombros? Respondan por nosotros sus logros en las siete tardes de referencia, que transcurrieron de la siguiente manera.

21 de julio de 1945, toros de Vicente Charro para Luis Gómez “El Estudiante”, Carlos Arruza y Agustín Parra “Parrita”: Arruza corta 4 orejas; 22 de julio, toros de Atanasio Fernández para “El Estudiante”, Arruza y Jaime Marco “El Choni”: Arruza corta 2 orejas; 23 de julio, 5 toros de Francisco Galache y 3 de Flores para Arruza, Manuel Álvarez “Andaluz”, “Parrita” y “El Choni”: Arruza corta 2 orejas y un rabo; 24 de julio, toros de Rogelio Miguel del Corral para Arruza, “Andaluz” y “El Choni”, sin que Carlos corte apéndices; 25 de julio, seis de Clairac para “El Estudiante”, Arruza y Pepín Martín Vázquez: Arruza corta 3 orejas, un rabo y una pata; 26 de julio, toros de Joaquín Buendía para Arruza, Benigno Aguado de Castro y “Parrita”: Arruza corta 4 orejas, 2 rabos y una pata; 27 de julio, toros de Alipio Pérez Tabernero para Domingo Ortega, Arruza (no cortó nada) y Pepín Martín Vázquez. Lo que arroja la nada despreciable suma de 15 orejas, tres rabos y dos patas.

Claro que los números no lo son todo en el toreo. Está, además, el punto de vista de la cátedra, reflejado por las principales plumas de España, reunidas en la capital levantina para ofrecer su testimonio a los lectores de todo el país. Que hablen ellos por nosotros.

César Jalón “Clarito”. El célebre crítico riojano no ahorró elogios al referirse al mexicano y su actuación del 22 de julio, apertura de la feria: “No he visto un semejante derroche de valor, ni un tan completo dominio… Jamás se ha pisado tan tranquilamente un ruedo en el gallardo par de frente para ganarles la cara a los toros. Jamás, en tan corto terreno, se han alzado tan holgada y limpiamente los brazos, ni han caído en tan perfecta reunión los palos, como cosidos con hilo… Los públicos se enardecen. No hallan reposo en sus asientos. Se alzan. Se remueven. Aplauden. Vociferan… Los toreros, a su vez, se sorprenden. Sobre todo los toreros cuajados. Los que están en los secretos de la técnica torera, de sus preceptos, de sus normas, de sus cánones. Contemplan asombrados esta tremenda violación de todo; primero, suponiéndolo obra de la casualidad, y después, a la vista de su largueza y permanencia, como un fenómeno producido por sus facultades excepcionales, su poderío duro y elástico y su seguridad torera, alentados por un extraordinario corazón. Que no da tregua a nada ni a nadie. Que nunca se sacia de peligro. Arruza es como una avispa cuyo aguijón inagotable se clava en todos los tercios con la hondura y el tino del arponcillo de sus banderillas.“ (Informaciones, diario. 23 de julio de 1945)

Federico M. Alcázar. Presente en la misma primera inaugural, la de las cuatro orejas de los toros salmantinos de Vicente Charro, este ilustre crítico hispano escribió una crónica de la que entresaco los párrafos siguientes: “Esto de asustar a los toros parece una hipérbole, pero no lo es. Al primer torero que vi asustar a un toro fue Juan Belmonte. ¡Qué espectáculo! ¡Nunca lo olvidaré! El torero avanzanda desafiante y el toro andando hacia atrás hasta dar con el rabo en la barrera… Claro que aquel toro de Miura era una cosa muy seria, y éste de ayer era un torillo terciado… pero el gesto fue el mismo. Después de darle muchos pases de clamor el toro se resistía a embestir y Arruza le porfiaba, le acosaba hasta casi darle con el palo de la muleta en el testuz. El animal, atemorizado, andaba hacia atrás… ¡Con qué instinto de conservación huía del torero! Que más crecido y recrecido en la lucha le perseguía implacable, le obligaba a tomar la muleta, le daba pases inverosímiles por el terreno y la distancia. Y cuando, cansado el toro de embestir, volvía la cara, el torero multiplicaba el valor, el arrojo, el coraje, la temeridad. Fue el momento más emocionante de la corrida, y el más interesante, pues no es fácil ver a un toro asustado por un torero. Más bien ocurre lo contrario… Uno de los dos tenía que morir y murió el toro. La gente delirante, frenética, aclamaba al torero…

Pero a mí la faena que más me gustó fue la de su segundo toro, que era peligroso y tenía mucho que torear. Arruza le aguantó la bronca embestida, que acababa casi siempre en una fuerte tarascada, y con la derecha y con la izquierda le hizo una faena arrojada y emocionante, en la que el valor y el riesgo, pero también el dominio y la maestría, se daban la mano en cada pase. De una estocada rodó el toro, y también le dieron las orejas. Dos toros, dos faenas de superación, cuatro orejas. Tarde triunfal. ¡Arruza!” (La Fiesta, semanario. México DF, 9 de enero de 1946)

La tarde del día 26, la de las cuatro orejas, dos rabos y una pata, el mismo Federico M. Alcázar describió la actuación de Carlos de esta manera: “Me han dicho que el día de la corrida del Montepío, en Madrid, le preguntaron a Belmonte: –¿Qué te ha parecido Arruza?—. Y que Juan Contestó: –Yo no sé si es bueno o malo. Lo único que sé es que viéndole torear se me ha cortado la digestión de la comida.

La frase es tan expresiva como exacta… Toreo de nudo en la garganta, apretada por la emoción. Toreo que se siente, más que se ve. Porque la vista se aparta muchas veces de la visión del peligro. Un peligro buscado, acrecentado, extremado. Arruza se complace en aumentar el riesgo para darse después el placer de vencerlo. Y de este juego diestro, peligroso y dramático surge la grandeza de la faena. Porque el toreo, en último extremo, es eso. Que el público vea que el toro va a coger al torero, y que no lo coja por obra y gracia de su habilidad, de su destreza, de su arte. Como sucedió con el primer toro de esta tarde, un Santa Coloma bravo y codicioso, que llega tardo a la muleta, pero que cuando se arranca mete la cabeza con una nobleza ejemplar… Luego de un  tercio de banderillas en que cada par supera al anterior, empieza la faena con dos altos, un redondo y ese pase con la muleta por la espalda en que se hace un nudo con el toro (Alcázar está describiendo la arrucina). Ese solo pase vuelca a la plaza. Y a partir de ahí, la faena se desliza entre un estruendo de aclamaciones, gritos e histeria. No bien acaba de ligar cuatro redondos, liándose materialmente el toro a la cintura, cuando ya se ha cambiado la muleta de mano y porfía con la izquierda: son cuatro naturales ceñidísimos, ligados con el de pecho. Y luego más naturales, y como el toro se queda el torero tiene que reanudar la porfía cada vez más cerca, hasta llegar a un sitio en el que parece imposible que pueda consumar la suerte… Vienen a continuación seis manoletinas a una mano (lasernistas), girando suavemente y mirando al tendido en cada pase. Y al terminar se arrodilla y gira en un molinete entre los mismos pitones. Vuelve a arrodillarse para dar otras seis manoletinas en esa postura. Ya pueden ustedes imaginarse el espectáculo de la plaza, todo mundo atacado por un vértigo de locura. Se levanta el torero y vuelve dar ese pase por la espalda con el pico de la muleta tan fundido con el toro que sale enredado entre los pitones. Pincha sin soltar y de una gran estocada dobla el toro. Ya pueden ustedes imaginar lo que sucede. Le dan todos los despojos del toro y el homenaje de la multitud llega al grado máximo del entusiasmo y la entrega… En el cuarto redondeó la tarde con otra gran faena… Cuando acaba de torear la gente, rendida, exhausta, conmocionada, se dedica a comentar lo nunca visto. Nadie lo recuerda bien… El nudo en la garganta les hizo cerrar los ojos, asustados.” (ibidem).

“Giraldillo”. Siendo el ABC el diario más leído de la España franquista, conviene revisar lo que, sobre el mismo festejo del 26 de julio, escribió su cronista titular: “Se corrieron toros de Buendía, antes Santa Coloma, aunque uno salió con el hierro de Surga. Carlos Arruza cortó cuatro orejas, dos rabos y una pata. Carlos es hombre de aquí, de allá y de todas partes. Carlomagno ha sido el magno sostén de una feria amenazada de derrumbamiento. Tomemos nota de lo que hicieron sus toros. Tres varas tomó el primero y otras tres el cuarto, éste con buena pelea. Y seis pares de banderillas soberbios, prodigiosos de valor, precisión y maestría… Y vino la faena al cuarto, borrachera, locura barroca, todo el zodíaco mejicano policromado con arte español por este Carlomagno que es más español a cada hora; tanto que lo que abrillanta su mejicanismo se basa en puros cánones taurinos de España. Porque todos reputan ¡el valor de Arruza! Pero si no supiera torear tan bien como el mejor –soberbios pases en redondo centraron su gran triunfo en el cuarto toro–, Arruza se habría ido a la cama a las primeras de cambio… Ayer subió a máxima altura la emoción de esta alegre feria. Aquí no se toma el toreo por lo fúnebre, se estima y se paga su emoción. ¡Pero que los toreros se cuiden, primero que nada, de torear bien!” (ABC, 27 de julio de 1945)

¡112 corridas en un año! Desde Juan Belmonte en 1919 ningún torero había sumado cien corridas en una misma temporada europea. Hasta que, en este año 45, Carlos Ruiz Camino Arruza completó 108 paseíllos en cosos peninsulares. Se había presentado en Madrid, siendo un virtual desconocido, el 18 de julio de 1944, tarde en que los pañuelos blanquearon los tendidos de Las Ventas a partir de un fabuloso segundo tercio de Carlos. Y de ahí pa´l real. Pareja de Manolete –que no pudo comparecer en Valencia porque convalecía aún de un serio percance en la feria de Alicante (29.06.45)–, torero de moda, máximo reclamo de taquilla… A aún habría que añadir a esas 108 tardes cuatro más en la república mexicana allá por el mes de enero –dos en El Toreo de la Condesa y dos en Puebla–. Y tan solo en Europa acaparó 219 orejas, 74 rabos y 20 patas.

Aunque otros hayan superado después la cifra de corridas de Carlos Arruza en 1945, su marca de apéndices cortados permanece incólume. Y muy pocos toreros en la historia habrán provocado escándalos y apoteosis de la magnitud de las descritas por las doctas plumas a las que hemos recurrido para ilustrarlo.

El inefable Alberto Borda

Por Edgardo Pallares Bossa

Cuan difícil es describir el punto y seguido de la vida. Porque ese punto y seguido es la muerte. Esa a la que indefectiblemente estaremos sometidos y que el 24 de julio retroproximo en el umbral de las tres de la madrugada se asomó a la vida del inefable Alberto Borda Martelo, mi amigo del alma, con quién, así como nos enfrentabamos en pensamientos y conceptos coincidíamos en otras, pues la verdad hay que decirla, no podíamos estar separados.

Y digo inefable, porque Borda transitaba en diversos pensamientos del sí y del no, como la tauromaquia, dónde lo que puede ser sí, también puede ser no.

Con él, bajo el abrazo de nuestra afición taurina, viajamos en diferentes ocasiones por diferentes países, los cuales comulgan con el planeta de Tauro, como España, Ecuador, Venezuela, siendo a su vez protagonistas como aficionados o como periodistas de todas las ferias del país, fijando una regularización de quien supo diversificarse a través de esos escenarios que componen la tauromaquia, como corridas de toros, visitas ganaderas, conferencias y coloquios, pues supo mantener la afición con las transmisiones radiales y televisivas.

Pero como el toreo es ritual y Alberto siempre inefable, no partió a las cuatro de la tarde, cuando suenan clarines y timbales, sino a las tres de la madrugada, cuando todos dormíamos, para que nadie le viera partir. Con todo y ello, nos da tranquilidad porque sabemos que estás gozando del Altísimo vestido de nazareno y oro.

TAUROMAQUIA. Alcalino.- El Siglo de Oro del toreo

Seguramente, el título de esta Tauromaquia pueden habérmelo sugerido las incertidumbres y congojas de la pandemia, pero también dos imágenes mentales ligadas a la historia de la cultura universal: El Siglo de Oro de la literatura y El Siglo de las Luces o de la Ilustración. También, qué duda cabe, la fuerza de las llamadas vanguardias artísticas del siglo XX, y, en el fondo, la invencible manía de la humanidad por dividir su devenir en centurias, quizás porque en el tramo temporal de cada una de ellas caben, mal que bien, las tres o cuatro generaciones que nuestra edad individual puede alcanzar a cubrir.

Si cruciales fueron aquellos siglos famosos para el desarrollo y consolidación de la lengua española, el uno, y el viraje de los atavismos del pensamiento mágico al predominio de la racionalidad, el otro, no sería menor el ímpetu creador que trajo el siglo en que nacimos en los diversos campos del arte: pintura, poesía, narrativa, dramaturgia, arquitectura, escultura, música, danza… Y como novedades añadidas, dos primicias alumbradas en las primeras décadas del XX que irían ganando en crédito y forma al paso de los años. Me refiero desde luego a la cinematografía, pero también, más restringida y veladamente, al toreo, cuya evolución poco tardó en invadir resueltamente el territorio de las artes mayores a su muy particular manera: oponiendo a la fuerza imaginativa, ética y estética del hombre los atributos de la materia viva a dominar, el toro de lidia con todo su poderío, casta brava y congénita fiereza, que le imponen un precio muy alto al ritual arte del toreo. 

Arte tan peculiar que, para poder ser, sus cultores se ven obligados a arrostrar el riesgo inminente de, por cualquier paso mal dado, dejar de ser. 

Protohistoria. A través de los milenios muchas tauromaquias ha habido, desde Asiria y su mítico culto al toro, o la de tinte político que expone Platón en el diálogo Critias o de la Atlántida, a los brutales duelos entre hombres y bestias del circo romano, pasando por los refinadísimos vestigios cretenses descubiertos en Cnosos. Y nadie ignora lo que ha significado para España el toro como tótem primordial de su historia y su cultura. Ni el temprano traslado a sus territorios en América –siglo XVI– de las fiestas de toros y cañas a cargo de principales de la corte y la milicia, origen del mexicanísimo, campirano y aún vigente jaripeo, previo a la adopción por nuestro país de la corrida a la usanza española, a partir de 1887.

El toreo de a pie. Cuando el protagonismo pasa de los jinetes de la élite al pueblo llano, la corrida de toros empieza a convertirse en espectáculo de masas. Coinciden sus primicias con las de la ópera italiana y los conciertos de música culta, que abandonarán para siempre la privacía palaciega para trasladarse a salas abiertas al público, de la misma manera que los toros pasaron de la plaza central de las poblaciones al coso taurino, concebido ya como una pieza arquitectónica específica. Es el tiempo de los padres fundadores –los Romeros, Costillares, Pepe-Hillo–, cuya misión concreta era dar muerte a la res luego de librar con hábil esgrima sus broncas acometidas. Pero no todo era lucha, el matador tenía que atenerse ya a unas reglas y una técnica muy precisas –la estocada recibiendo mejor que a volapié–, que con el agregado del estilo personal de cada cual empiezan a revelar un oficio cierto y un arte con todas sus consecuencias. No es de sorprender que las primeras víctimas de la fiesta murieran en trance de matar.

La corrida moderna. Ya los empeños de a pie habían cubierto más de medio siglo, entre el último tercio del XVIII y el primero del XIX, cuando el gaditano Francisco Montes “Paquiro” regula el curso del espectáculo –el orden de la lidia, la conformación de las cuadrillas, hasta el vestido de torear– para sentar las bases de la corrida como hoy la conocemos. La aspereza de los astados sigue imponiéndole el mismo carácter combativo y rudo de los principios –viene en toro: te quitas tú o te quita el toro–, pero, poco a poco, el quehacer de los diestros se irá refinando. Aunque continúa como instante culminante la suerte suprema, abundan constancias del entusiasmo despertado, hacia el último tercio del ochocientos, por los elegantes modos de Cayetano Sanz, Rafael Molina “Lagartijo” o, ya en la inminencia del XX, Antonio Fuentes, de quien Rafael Guerra “Guerrita”, mandón absoluto de la época desde su extremado poderío, afirmará al retirarse: “Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes”. Y despunta en el horizonte quien va a integrar esos momentáneos halos de estética en un todo que abarque la lidia entera. Es mexicano, nació en León (estado de Guanajuato) y se llama Rodolfo Gaona Jiménez.

El Siglo de Oro del toreo. Gaona, bajo la dirección de Saturnino Frutos “Ojitos”, banderillero que fue de Salvador Sánchez “Fracuelo” pero admirador del rival de éste Rafael “Lagartijo”, trajo a la fiesta una cadencia que no lo abandona en ninguno de los tres tercios de la lidia, mas su escuela sigue siendo decimonónica. Hará falta que, desde la otra margen del río Guadalquivir, se descuelgue un mozo trianero sin antecedentes taurinos ni apenas conocimiento de la técnica para imponerle al toreo su carácter definitivo de arte de vanguardia. Va a ser, además, el contrapunto ideal para la suma de perfecciones representadas por José Gómez “Gallito”, y entre ambos le darán forma, con el añadido de Rodolfo Gaona, a lo que aún hoy se conoce como la época de oro; duró ésta menos de un decenio pero marca el inicio del Siglo de Oro que desde hace algunos meses vengo proponiendo en charlas y conferencias.

Simbólico inicio. Como es natural, me pareció justo ponerle lugar y fecha: tercera semana del mes de octubre de 1913, cuando Madrid asistió a la alternativa de Juan Belmonte, recibida de manos del cordobés Rafael González “Machaquito” (16.10.13), y a la despedida de Ricardo Torres “Bombita” (19.10.13) llevando como alternantes a los Gallos –Rafael y José–, en tarde triunfal para el homenajeado pero, sobre todo, para el gran Joselito, de quien vox populi afirma se la tenía jurada a Ricardo debido a sus maniobras de despacho en contra de su calvo y saladísimo hermano. Poco importa que la salida en hombros múltiple de aquel domingo 19 contrastase con las continuas broncas desatadas el 16 por la pequeñez y mansedumbre del ganado: la retirada casi simultánea del “Bomba” y “Machaco” pone fin a una época y, aunque el calendario diga otra cosa, la dupla José-Juan inaugura la época más radiante del toreo. 

El de su entronización como arte de vanguardia. Un Siglo de Oro con todas sus consecuencias.

Espléndido devenir. Aunque la pasión de los aficionados y la crónica general de la fiesta den por concluida la edad de oro con la trágica muerte de Joselito “El Gallo” (Talavera de la Reina, 16.05.20), el toreo va a entrar en una acelerada espiral ascendente que alumbró, en menos de un decenio, la moderna faena en redondo, de la mano del arte luminoso de Manuel Jiménez “Chicuelo”, la magia gitana de Joaquín Rodríguez “Cagancho” y Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, y la no menos asombrosa de Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma”, Félix Rodríguez o Victoriano de la Serna o, al otro lado del Atlántico, del Orfebre Tapatío Pepe Ortiz, máximo creador con el capote en las manos. No tardarán en aparecer dos colosos llamados Fermín Espinosa “Armillita” y Domingo Ortega, paradigmas de la maestría, y artistas tan personales como Alberto Balderas, Jesús Solórzano Dávalos, Luis Castro “El Soldado” y, sobre todo, Lorenzo Garza, mexicanos los cuatro y que, con “Armillita” y Ortiz, y más tarde Silverio Pérez y Carlos Arruza, darán esplendor y legitimidad a otra época de oro, esta vez en tierras del Anáhuac.  

Lo que sigue es la historia de un continuo perfeccionamiento del arte en ambos continentes. Imposible desconocer el papel central protagonizado por los criadores de bravo, ya que sin la continua afinación de la toreabilidad y la nobleza, mediante empadres perfectamente controlados, la evolución del toreo no habría sido factible. Aunque tampoco sobrevive si, en ese empeño, se rebasa la línea de la sensatez y se mata la emoción del riesgo, atributo indispensable para que el arte de torear cobre autenticidad y sentido.

La enunciación de etapas, nombres y circunstancias haría interminable esta exposición de la argumentación motivo de la presente columna, que no es otra que ofrecer a la consideración del lector las razones por las cuales se puede hablar del Siglo de Oro del Toreo  no como mera ocurrencia sino como un hecho cultural perfectamente constatable. 

Restaría desear que no sea la pandemia del Covid 19 lo que le ponga punto final. Sobre todo porque la baraja taurina actual reúne algunos de los cultores más destacados del arte de la lidia, comparables con los mejores  entre las docenas de ellos surgidos a lo largo de poco más de cien años, durante los cuales la poética del toreo ha merecido codearse con las bellas artes oficialmente consagradas como tales.   

Historia de un cartel. Por HORACIO REIBA “ALCALINO”…Armillita y Domingo Ortega

En la década del 30, la máxima figura del toreo español se llama Domingo López Ortega (Borox, Toledo, 26.02.1906). Siendo diestro muy intuitivo fue matador algo tardío, pues contaba ya 25 años cuando se doctoró en Barcelona (08.03.1931), luego de apenas una fulgurante temporada novilleril. Y se impuso de inmediato, cotizándose como número
uno indiscutible con un estilo seco y dominador que unía al secreto del emple el saber andarles a los toros para enlazar rítmicamente sus doblones, ases de la firma y famosos trincherazos. En cambio, no sentía como propio el toreo en redondo, al que solía acudir cuando los toros, muy castigados por su picador “Parrita” y por la propia muleta del paleto de Borox, daban ya señales de franco agotamiento. Fue, sin duda, un gran torero.

Fermín Espinosa Saucedo “Armillita Chico” (Saltillo, México, 03.05.1911), fue, además de un maestro consumado de los tres tercios, uno de los primeros cultores eximios del pase natural, ligado en series ceñidas y caudalosas. Su ascenso, extraordinariamente precoz en su país –tomó la alternativa en El Toreo con 16 años 173 días de edad (23.10.1927)–, en
España tardaba en concretarse y de hecho ocurrió hasta 1932, cuando más difícil se presentaba su continuidad en la península; obraron para ello dos factores decisivos: su célebre faena a “Centello” de Aleas en Madrid (05.06.32) y el apoderamiento de un taurino tan influyente y astuto como Domingo González “Dominguín”, que había descubierto y lanzado a Ortega y los emparejó a ambos aprovechando su extraordinaria capacidad como lidiadores –claramente contrastantes entre sí, han sido dos de los más
consumados maestros de la historia— para mejor exhibir su superioridad sobre coetáneos menos dispuestos a afrontar a las temibles fieras astadas de “antes de la guerra”.

Por lo demás, el torero con quien más toreó mano a mano el Diamante de Borox fue justamente Armillita (10 veces en España, 8 en México, 2 en Portugal y una en Francia, 21 corridas en total); en el recuento de apéndices Fermín resulta indiscutible vencedor, y fue mucho más figura en España que Domingo en México, donde a la gente le decía más bien poco su recia concepción del arte –“Domingo a domingo eres el mismo Domingo”–. En
cambio, como inteligente y empeñoso autodidacta iban a permitirse, muchos años después, firmar notables ensayos como teórico del toreo en la célebre Revista de Occidente, receptáculo de las plumas de mayor peso y prestigio de las letras hispanas.

La Corrida de la Prensa madrileña de 1933. El del jueves 13 de julio de 1933 fue el primer mano a mano entre Armillita y Ortega, se celebró ya en nueva plaza de Las Ventas y sus prolegómenos desnudan la picaresca taurina en tiempos de la República española, de la que por cierto fue fugaz ministro el cronista y crítico riojano César Jalón “Clarito”, que presidía a la sazón la Asociación de Cronistas Taurinos de Madrid y de cuyas Memorias, un
libro fundamental sobre la tauromaquia de su época, entresacamos este pasaje:


“El cartel original lo habíamos formado con Manolo Mejías “Bienvenida” y Domingo Ortega, pero los toros, siempre que toreaba Manolo Bienvenida, eran el problema. El viejo Manuel Mejías, padre de Manolo, su mentor taurino, su apoderado, intervenía absolutamente para aceptar o rechazar lo que su hijo toreaba. Había la malhada circunstancia, para nosotros los organizadores, que el 27 de abril, toreando Manolo en Madrid, un toro de Escudero (Albaserrada) le infirió gravísima cornada en el pliegue inguinal que lo tuvo encamado mes y medio. Aquella corrida de la Prensa iba a ser en julio y, sin yo saberlo, el torero no estaba en las mejores condiciones físicas para dar la pelea.


Adquirí ocho toros de doña Carmen de Federico, y los traté con Tomás Murube. El viejo anuel Mejías supo de aquello y mandó a su conocedor a ver el encierro. En seguida me llamó para reconvenirme: “Lo que quieren es poner una celada a Manolito, ese ganado no es propio –me dijo–. La corrida está muy gorda, muy aparatosa y no dará juego.” En seguida me llamó Tomás Murube: “Me están descomponiendo las cosas. El viejo don
Manuel pretende que cambie tres toros por tres novillos que tengo preparados para otra plaza. O va la corrida completa, que la tengo lista para embarcarse mañana, o no va ninguno.” Jugándome el albur de desbaratar el cartel le dije: embárquela.

Al día siguiente volvió a llamarme don Manuel Mejías y le dije que precisamente ese día se desencajonaban los toros en la plaza y lo invité a verlos. Cuando llegué ya habían bajado dos toros y el viejo Bienvenida con su séquito estaban en un burladero del corral. Los toros eran preciosos. Quise detener la salida del tercero porque el mayoral me dijo que era más
grande y basto que los que ya habían salido pero todo fue inútil, el toro ya venía bajando y la rampa se movía con estruendo. Y bajó como eran los murubes, ancho de pecho, fuerte, cornalón. En seguida, el grito de don Manuel… ¡Vámonos!, y se retiró con su gente.

Lo busqué esa tarde en su gallinero y trató a toda costa de que se sustituyera aquel ganado por otro de su gusto. Se molestó porque tuve que decirle que la verdad era que su hijo no se sentía en condiciones de lidiar aquello por lo de la cornada de Madrid. Acabó por decirme que mandaría un parte facultativo y Manolito quedó fuera del cartel. Se dio la corrida, no sin que antes llevara yo a Juan Belmonte que quería verla en los corrales. Aquel jaleo había llegado a sus oídos y deseaba saber si tenía o no razón su amigo Bienvenida…“E… está gordita”, dijo en su tartamudez. Fue su único comentario.

Fermín Espinosa “Armillita” fue a aquella corrida en mano a mano con Domingo Ortega…Tanto Fermín como Ortega triunfaron clamorosamente con aquellos toros y les cortaron las orejas. Yo también corté orejas para los de la Asociación de Prensa porque hubo un llenazo en la plaza.” (Rodríguez, Mariano. Armillita El Maestro. Recuerdos y vivencias.
Edición del autor. Saltillo, 1984. pp 78-79)


Gregorio Corrochano describe la corrida. Sesgadamente, pues todavía no lo convencía mucho Armillita y el foco de su atención era Ortega, pero se trata de un texto sumamente revelador, como lo eran, para bien o para mal, casi todos los de don Gregorio: “Después de muchas dificultades, que hacen su aparición en cuanto se trata de organizar algo extraordinario… dificultades que resolvió con su pericia acreditada nuestro secretario don César Jalón “Clarito”… pudo celebrarse y se celebró la extraordinaria corrida de la Prensa…


Los toros de doña Carmen de Federico… gordos, bien criados, de presencia desigual, pues hubo dos o tres que bajaron algo, pelearon bien con los caballos, aunque con no mucha codicia… no presentaron dificultades y llegaron tardos al último tercio. Había que porfiarles y tirar mucho de ellos; esto, sin ser una dificultad para los toreros de clase, suele ser propicio al deslucimiento, porque hace las faenas lánguidas y de poco brío, resta
emoción. Así ocurrió con el toro más grande, el primero de Ortega, que por exceso de carnes se agotó… Ortega no se deslució, porque esos toros son los más a propósito para su concepción del toreo, y estuvo por encima del toro. El cuarto metía los riñones al recargar en los caballos, signo de toro bravo y duro. Bien lo picó Parrita, aunque los que no
tienen idea de lo que es la suerte de varas le chillaron… Ortega puso en este toro empeño en torear con la izquierda, y aunque no lo consiguió con perfección, su insistencia dio tono a la faena, que ya en la segunda mitad fue de gran dominio y gran éxito de público. Media estocada y el toro rueda, todo seguido de ovación, orejas y vuelta triunfal…

Armillita, que con el capote había logrado aplausos, banderilleó también con aplauso. Con la muleta intentó faena sin que el toro pasara… Al otro le hizo faena de aliño. El toro ni pasaba ni se podía sacar partido de él. A ese toro se le fogueó. Del lote bueno de toros, cuarto, quinto y sexto, a Armillita le tocó el quinto y le cortó las orejas. Estuvo bien con el capote. Con las banderillas, fácil, porque el toro se le quedaba en el viaje. Brindó a las
bellezas “Miss Europa”, “Miss Italia” y dos fuera de concurso pero bellísimas, Gloria Guzmán y Conchita Rey. Niña, ¿no ha tenido usted ningún contratiempo con ese apellido?… ¿En dónde íbamos? Ah, sí, íbamos en que el quinto era un buen toro y Armillita lo aprovechó. La primera parte fue poco acoplada y los naturales poco tranquilos, pero
luego se cruzó mucho con el toro y la segunda serie de naturales le pasó el toro muy cerca, rozándole el vestido. La gente se entusiasmó. Un pinchazo y una estocada que mata, y ya hemos dicho que la oreja y la vuelta al ruedo correspondiente. También salió en hombros.”.

Cañero y Algabeño, en vez de salir uno en cada toro, salieron juntos en los dos… Muy interesante y feliz la iniciativa. Torearon a caballo maravillosamente. Clavaron rejones, banderillearon y luego, pie a tierra, resultó más lucido lo que hizo Cañero… Este matiz de la fiesta de toros, que amenazaba con extinguirse, recobra nuevos bríos y no debe perderse por su abolengo y por ser un gran aliciente en corridas de ocho toros. Fue otro de los aciertos de organización de la corrida de la Prensa.” (ABC, 14 de julio de 1933)

Genio y figura.

Corrochano da más espacio a un brindis a las misses para distraer al lector
de su relato del triunfo de Armilla, concluido de cualquier manera, pero también aclara la preferencia de Ortega por toros excesivamente castigados por su picador Parrita; de paso, nos permite descubrir las primicias del rejoneo por colleras, tan censurado hasta su desaparición a finales del siglo XX y que en aquella crónica de 1933 fue saludado con enorme beneplácito por el afamado cronista talaverano. Además de un notorio descuido
en el número de apéndices cortados, generalizable a casi toda la prensa de entonces.

EL RUMBO DE LA PLAZA DE TOROS CARTAGENA DE INDIAS

Por Edgardo Pallares Bossa


Yo diría que la situación en que vivimos los taurinos, ante la absurda arremetida de los animalistas tiene cosas muy puntuales porque su malicia alcanza límites insospechados, ya que ahora clasifican a los animales como individuos similares a los seres humanos, al punto de llegar a señalar que los animales tienen ética en un pensamiento desenfocado pero que hace ostensible la decisión de obturar un retrato de igualdad con el hombre.

 Olvidan que el comportamiento ético deviene de la conciencia de imprimir sentido a la existencia y del propósito de generar una cultura (valores, creencias, prácticas) que contribuyen a su perfeccionamiento general y social, y por ende, a una eventual superación, como nos lo muestra aquella vieja película «El Planeta de los Simios», por cierto ficción pura, pero harto reveladora de nuestra afirmación.

 Pienso que es conveniente que sus referentes que vienen muy ligados al sincretismo, por cuanto se trata de un espectáculo cultural, buscan desvincularlo de la tradición cultural con el cuento de la suspensión temporal de las corridas de toros olvidándose de las leyes y sentencias establecidas por las instituciones legislativas de Colombia.

Por tanto, es conveniente distinguir lo uno de lo otro. Por ejemplo, quién niega que la feria de Manizales tan magníficamente orientada por Juan Carlos Gómez, tiene su base sincrética en las corridas de toros ? Y la feria de Manizales si no estoy mal, ha sido suspendida en tres ocasiones antes de la pandemia.

Y quién dice que la tradición se pierde ?

De dónde han sacado eso ?Y existen puntos de gran fricción como los que ellos mismos quieren asegurar en posición generalizada, que los animales tienen ética. Pero como van a tener ética unos animales que no saben que van a morir.

Es un mecanismo imprevisible e intransigente. El hombre sabe que tiene una actividad productiva en la vida y para ello se motiva y trabaja. Y por supuesto, disfruta de su paso por la vida. El animal no.

 Sin embargo, ahora se pretende destruir la tauromaquia con aquello de la mal llamada tradición. Aquí en Cartagena ha surgido la idea como política pública, de convertir a la plaza de toros en un escenario de artes escénicas. Pero si siempre lo ha sido.!  Y de un manotazo acabar con las corridas de toros para lo cual fue construida a un costo de 30 millones de pesos, conseguidos por el parlamentario Joaquín Franco Burgos, plaza que fue inaugurada en 1974.

Qué se acabó la tradición ?

Por Dios, esa es precisamente su base sincrética, pues los principales rasgos culturales que configuran nuestra historia no son sino la tauromaquia, el béisbol y el boxeo.  De tal manera que no es sino una estrategia para imponernos un factor común y de soslayo acabar con las corridas de toros en la ciudad.Veremos en qué queda eso porque los cargos públicos son efímeros y de 30 millones a 10.000 millones hay una diferencia abismal.

Es un esquema montado para borrar del horizonte a nuestra fiesta brava, distinto al querer de aficionados como Gabriel García Márquez cuando dijo: «Si la tauromaquia está destinada a morir, quisiera verla morir con honor y como se merece, cuando los taurofilos dejemos de ir a las plazas, y no cuando alguien ajeno nos lo quiera imponer».


  Utilizamos cookies para mejorar tu experiencia en nuestro sitio web. Al seguir navegando, aceptas el uso de cookies. Más información en nuestra política de privacidad.    Más información
Privacidad