Eran otros tiempos. Corre julio del 47, y estamos a menos de dos meses de la tragedia de Linares en agosto en la que muere Manolete por la cornada de un Miura.
El cartel que recogemos es una añoranza, naturalmente.
Y creo que para las nuevas generaciones es bueno recordar la ganadería de don Carlos Urquijo. Apelo a Quique Giménez para refrescar
Una de las tantas aportaciones que hace la tauromaquia a la cultura y la riqueza española es la variedad genética. Dentro del tronco de la raza de lidia, el sinfín de encastes es brutal, incomparable con cualquier otra raza animal. Nuestro deber es conservar esta riqueza genética, y un sector de los aficionados, entre los cuales me incluyo, se esfuerza en llevar a cabo esta tarea. Los típicos encastes que se nos vienen a la cabeza son Miura, Santa Coloma, Veragua, etc. Pero hay un encaste que nadie defiende y está en una situación muy parecida al resto: el encaste Murube-Urquijo. Y es por eso que hoy he decido hablar sobre una de las ganaderías más añejas del campo bravo.
Antes de analizar la situación actual, repasemos la historia del encaste. En 1863 Dolores Monge, viuda de Francisco Murube, compró a José Arias de Saavedra (yerno del Barbero de Utrera) alrededor de un millar de cabezas de ganado, juntándolas con los animales que había adquirido con anterioridad a Manuel Suárez, procedencia Salvador Varea Moreno. Como podemos ver, la ganadería que estaba formado la Viuda de Murube provenía en su totalidad del Conde de Vistahermosa. Tras vender una buena parte de la ganadería a Eduardo Ibarra, y después de los consejos en la selección de Manuel Fernández Peña, Juan Manuel Urquijo, un famoso banquero vasco, compró la ganadería aconsejado por Joselito, quien se volcó en la selección y dirección de la vacada establecida en el famoso cortijo Juan Gómez, situado en Sevilla. Juan Manuel puso la ganadería a nombre de su mujer, Carmen de Federico, y durante años, esta ganadería hizo las delicias de las figuras del toreo. Incluso Manolete pidió las camadas enteras de los Urquijos. Más tarde Antonio Ordóñez, Curro Romero o Antoñete, vivirían tardes de gloria con el ganado que salía de Juan Gómez. También es destacable el cruce que se hizo en 1957 con ganado de Guardiola Soto (puro Gamero-Cívico), que fue vetado por los toreros a pesar de sus buenos resultados. A día de hoy todavía hay descendencia de ese cruce. A finales de los años setenta, la ganadería vio como poco a poco se quedaban atrás, y esto obligó a vender la ganadería en 1980 a Antonio Ordóñez, quien la pudo disfrutar poco, pues cuatro años más tarde fue revendida a José Murube.
El fenotipo del toro de Murube-Urquijo es conocido por todos. Animales hondos, voluminosos, ligeramente ensillados, de manos largas y potentes, con una cabeza grande, carifosca y ligeramente acarnerada, rematada con una cornamenta que suele ser brocha y un tanto acapachada. Su pelaje predominante es el negro, con los típicos accidentales, aunque también se pueden ver animales castaños, colorados e incluso entrepelados. Su comportamiento está marcado por su calidad y nobleza. Cualidades que emanan de la bravura buena, la que pone a cada uno en su sitio. La profundidad en sus embestidas y arrancadas también se ve reflejada en el tercio de varas, donde dan un vistoso espectáculo.
Actualmente este encaste está representado por cuatro ganaderías punteras: la del Capea (Carmen Lorenzo, San Pelayo y San Mateo), Castillejo de Huebra, Sánchez y Sánchez, Fermín Bohórquez y La Castilleja. Estos hierros dominan el mercado del rejoneo por sus cualidades, y dese hace años el toreo a pie los ha dado la espalda.
Sobre estos animales, André Viard dice en su libro “Urquijo», el astro oscuro” que “su bravura profunda y el rito lento de sus embestidas evidencian las carencias de cualquier tauromaquia que no sea la más pura”. Como decía antes, históricamente todos los toreros han querido matar los toros de este encaste, y ahora están desaparecidos. Que cada uno piense lo que quiera.