Cuando se rompió el convenio taurino mexicano-español

Cuando se rompió el convenio taurino mexicano-español

Historia de un cartel POR HORACIO REIBA “ALCALINO”

Ocho años duró la suspensión del intercambio de toreros entre México y España, de
finales de los años 30 a casi la mitad de la siguiente década. En ese largo ínterin, la torería
nuestra alcanzó su mayor esplendor, mientras una cruenta guerra civil destrozaba a
España y, de entre los escombros, surgía “Manolete”, en primerísimo lugar, así como otros
toreros tan considerables como Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida. Marcial Lalanda,
artífice del boicot de 1936, se despedía en 1942, y Domingo Ortega, sin perder un ápice de
su personalidad, veía cómo su toreo recio y dominador desmerecía ante los utreros
sobrevivientes a una contienda fratricida que acabó con muchas ganaderías.


En 1944, la empresa de El Toreo, operada por Antonio Algara con Maximino Ávila
Camacho como poder tras del trono, decidió que era tiempo de promover el regreso de
los españoles. Y voluntarioso como era, el hermano del presidente de la república y
exgobernador de Puebla despachó a Algara a España con la encomienda de negociar lo
que fuera necesario. La fórmula propuesta consistía en una reparación: que el intercambio
se reanudara con la vuelta de los mexicanos a las plazas de donde se les había expulsado,
en justo anticipo del retorno a México de diestros españoles. Así se llegó a la firma del
primer Convenio entre los sindicatos taurinos de ambos países; la contraparte ibera se
aseguró en él de que sólo viajaran a la península espadas aztecas con un mínimo de tres
contratos en la bolsa, limitante que no existía en los tiempos del boicot del miedo. Sólo
restaba elegir al mexicano que sellaría, en la plaza de Las Ventas, el anhelado concordato.
Cómo y por qué Arruza. Carlos Ruiz-Arruza Camino (México DF, 17.02.1920-La Marquesa,
20.05.1966), hijo de españoles pero mexicanísimo en su trato, sus costumbres y su toreo,
se encontraba en Lisboa cuando le avisaron, con pocos días de anticipación, que era el

elegido para participar en la corrida madrileña del martes 18 de julio de 1944. Entre los
nombres que se habían barajado quedaron dos finalistas: Fermín Rivera y el propio Carlos.
Y Algara le indicó a la empresa que Arruza era el más afín, incluso por su origen criollo, a
los gustos del aficionado hispano. Así fue como entró en el histórico cartel.


Mucho se ha escrito –y Carlos Arruza lo recordaría siempre—acerca de las vicisitudes de
su apresurado viaje desde Portugal, la demora para que el sastre al que acudió terminara
su vestido de torear –al grado que se estaba enfundado en una taleguilla prestada por el
mismísimo Manolete cuando llegó al hotel el terno celeste y oro con el que partiría plaza
hora y media después—, y también sobre sus temores a ser violentado, dentro o fuera del
coso, por toreros españoles contrarios a la firma del Convenio. Nada de esto sucedió y,
por el contrario, una prolongada ovación saludó la presencia del cavaleiro portugués
Simao da Veiga y las cuadrillas encabezadas por el caraqueño-sevillano Antonio
Bienvenida, el mexicano Carlos Arruza y el toledano Emiliano de la Casa “Morenito de
Talavera”. Los toros salmantinos de Vicente Muriel pesaron entre 415 y 482 kilos en pie:
una corrida ni más chica ni más grande que las que se acostumbraba lidiar por entonces.
Simao, de largo magisterio como rejoneador, fue muy ovacionado al abrir plaza. El sobrio
y elegante Bienvenida dio vuelta al ruedo en sus dos toros. Morenito de Talavera no pasó
de discreto. Y el desconocido mexicano ofreció un concierto banderillero de tal magnitud
que la plaza era un frenético tremolar de pañuelos durante el segundo tercio del cuarto de
la tarde, algo jamás visto ni repetido en Madrid; los cuatro pares de su antológico recital
banderillero precedieron a una faena de gran emotividad, por su entrega y torerismo, que
se premió con las dos orejas. Y, al final, con una tumultuosa salida en hombros.


Impresiones y recuerdos. En sus memorias, aparecidas en la revista mexicana Tiempo
–dirigida por el gran escritor Martín Luis Guzmán, que había sido escribano de Pancho
Villa—Arruza refiere con sencillez sus sensaciones del día del debut. Señala que, excepto
en banderillas, se sintió incómodo y nervioso con el toro de la confirmación, bronco y
huidizo; y que con el cuarto, luego del formidable escándalo del segundo tercio, anduvo
como entre nubes hasta que se vio con las orejas del toro en las manos, entre el
entusiasmo del público y la euforia incontenible de los suyos.


Ahora bien, ¿cómo vio la crítica hispana su debut?


“Giraldillo” (Manuel Sánchez del Arco) “Cuarto- Chorreao en verdugo. Arruza da unos
lances, parando en la ejecución. Cuatro varas con una caída (…) Arruza torea con el capote
a la espalda. Antonio por chicuelinas y Morenito a la verónica (…) Ovaciones a los tres. De
nuevo toma las banderillas el mejicano (sic). Dos pares, llegando a la cara de manera
sencillamente formidable. Los palos quedan en las péndolas. (Ovaciones). Cuarteó otro,

monumental, y previo permiso, pone un par más reuniéndose con el toro de manera
fantástica… la gente comienza a pedir la oreja. Arruza brinda a sus compañeros, Antonio
y Morenito. Cinco pases con la izquierda, ajustándose mucho. (Olés). Sigue toreando al
natural, y hay unos pases de pecho de gran valor. En cuanto el toro se cuadra, entra muy
recto y mete todo el estoque, saliendo rebotado. El toro rueda sin puntilla. (Ovación muy
grande, vuelta al ruedo, entusiasmo y oreja) (…) El público madrileño le ovacionó
clamorosamente lo mucho que hizo como banderillero, lo que mejor le hemos visto. Llega y
cuadra con arrojo y elegancia. Muleteo bien, valeroso, aunque sin la plasticidad de la
moderna escuela española, tan depurada y excelsa, y mató con seguridad (…) En suma, un
gran torero, que nos mostró que en México vive la fiesta española, vida que es continuidad
de la nuestra…”


Peso de los toros: 415, 416, 420, 482, 481 y 436 kilos. (ABC, 19 de julio de 1944)
“K-Hito” (Ricardo García). “Los que hemos seguido paso a paso la evolución de la fiesta en
los países hispanoamericanos, singularmente en México, donde el toreo ha logrado un
esplendor magnífico, esperábamos el éxito de Carlos Arruza y sabíamos que es un torero
largo y florido, un rehiletero asombroso, un lidiador con la muleta eficaz y valiente y un
estoqueador fácil y seguro.


Durante los ocho años sin intercambio entre toreros mexicanos y españoles, se ha operado
aquí una verdadera revolución en la lidia de reses bravas. Es un afán de depuración y, en
un sentido loable, de superación, donde se ha desarrollado, cabe decir, el culto al pase
natural. Se torea casi exclusivamente al natural y se cuentan los milímetros que separan el
cuerpo del torero del pitón del toro. Arte parsimonioso, rítmico, que ha ganado en calidad
lo que ha perdido en cantidad. Esta escuela, que puede llamarse cordobesa, la
consideramos la quintaesencia del toreo.


Sería pretensión absurda tratar de situar a Carlos Arruza en esta escuela tan nuestra que
acaba de conocer. Arruza es nada menos que eso que hemos dicho. Y basta (…) Con ser
todo eso, con manejar el capote maravillosamente, con valerse bien de la muleta y con la
facilidad para matar a los toros por las agujas, donde radica su extraordinario mérito es en
la suerte de banderillas. Sólo el esfuerzo de Pepe Bienvenida nos hablaba aquí del segundo
tercio, que Arruza ha revalorizado ante el público de Madrid. Así, llegando y cuadrando,
levantando los brazos al clavar, banderilleaban Fuentes y Blanquito, Gaona y Facultades
(…) Los pares de Arruza, por su factura, por su precisión, fueron asombrosos.” (Dígame,
semanario. 23 de julio de 1944).


Puntos sobre las íes. Evidentemente, K-Hito presume de más: ¿que lo sabía todo sobre lo
que ocurría con el toreo en México, incluida nuestra ignorancia del “culto al pase natural”

operado en la península a partir de Manolete? ¡Como si no existieran Armilla, Garza y
Silverio, vaya! Ambos cronistas ponderan, eso sí, la grandeza de los segundos tercios de
Arruza al hacer su presentación en España. Pálido anuncio de lo que se venía, cuando la
crítica hispana en pleno no dudó en aclamar a Carlos de manera unánime.


Ah, y las fotografías lo muestran con las dos orejas del toro de su apoteosis y no
solamente con una, como lo reportaron algunas crónicas por quién sabe qué motivos.
Claves evolutivas de Arruza. Carlos y su hermano Manuel empezaron su andadura como
becerristas bajo la tutela de Samuel Solís, coetáneo y compañero de Rodolfo Gaona.
Manolo –nacido en Madrid y víctima, muy joven aún, de un accidente mortal—apuntaba
hacia un estilo de severidad castellana. Carlitos, en cambio, derrochaba alegría por los
cuatro costados. Pero no una alegría andaluza, sino la pícara del capitalino amiguero y
relajiento que fue, inquieto de temperamento, de despierta inteligencia y carácter tenaz.
Sobre esas pautas se fue desarrollando un torero dominador sin drama, con arrebatos de
risueña valentía. Así era cuando “Armillita” le dio la alternativa (Toreo, 01.12.40) y por ahí
continuó durante las temporadas siguientes, de triunfos frecuentes pero discretos, pues
aún carecía de un sello rotundamente propio que lo equiparara con las figuras señeras de
la época de oro.


Arruza y Manolete. Y entonces vio torear a Manolete. Y nada menos que como alternante
suyo (Lisboa, 04.06.44). Quedó Carlos profundamente impresionado con el estilo del
cordobés: “O invado sus terrenos o no tengo nada que hacer aquí”. Y en cuanto pudo dio
ese paso adelante –pero cruzándose, no enhilado como Manuel Rodríguez—que no sólo
electrizó a los públicos sino lo distinguió del Monstruo y le permitió competir con él al tú
por tú. De paso indujo a un errático José María Cossío a llamar “toreo deportivo” a aquel
arrebato a la mexicana –basado en su poderío natural, una audacia jovial y una
irrefrenable pasión de mando— que la crítica tardó en captar pero la afición española
notó y aceptó de inmediato. Algo de eso está ya reflejado en los textos repasados, pero
sin que avizoraran en absoluto las 108 corridas que alcanzaría a sumar en 1945.
La madurez del Arruza inmortal –poderoso, largo, emotivo, alegre y
personalísimo—llegaría con el tiempo, hasta culminar a principios de la década del 50. De
sus andanzas finales, a caballo y a pie –que fue como lo conocí y me maravilló, en pleno
auge de El Cordobés y el cordobesismo—ya habrá ocasión de platicar en la historia del
cartel correspondiente.

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