El capote de Bernadó en la mirada de Alcalino y un apunte sobre los trágicos sucesos en Querétaro

El capote de Bernadó en la mirada de Alcalino y un apunte sobre los trágicos sucesos en Querétaro

Como todos, he lamentado el reciente deceso de Joaquín Bernadó, excelente torero y excelente persona, cuyo discreto paso por los ruedos durante una dilatada trayectoria (1954-1990) no consiguió nublar sus condiciones taurinas y humanas, exaltadas en los numerosos  textos escritos con motivo de su sentida desaparición terrenal.

Enfatizaban, sobre todo, su condición de catalán legítimo –sus apellidos eran Bernadó Bertomeu y nació en Santa Coloma de Gramanet el 16 de agosto de 1935—y lo reconocían en justicia como el mejor torero nacido en Cataluña. Este solo hecho lo hace notable, pero como no pasa de ser un accidente geográfico –nadie elige su lugar de nacimiento ni la familia de pertenencia–, se han exaltado en grado máximo sus atributos toreros. Alabanzas todas que hubieran hecho sonreír con ironía al bueno de Joaquín, que luchó durante tantos años contra la indiferencia de las empresas y el ninguneo mediático. Y que probablemente habría abandonado mucho antes la profesión de no contar con el constante apoyo de don Pedro Balañá Espinós, el legendario empresario que mientras estuvo vivo colocó a Barcelona a la cabeza de las estadísticas de festejos taurinos celebrados al año durante buena parte del siglo XX. Tan competente era Balañá como taurino y como empresario que, aunque de la pareja novilleril “Chamaco”-Bernadó, que tanto promovió en 1955, el que revolucionó Barcelona y le hizo ganar millones fue el primero, a la larga apostaría por Quim Bernadó, menos espectacular pero mucho más torero.

Pudimos enterarnos, gracias a esas numerosas biografías de emergencia, que fueron 243 los paseíllos que como matador sumó Bernadó entre la Monumental y Las Arenas, las dos plazas de la ciudad condal. Y, de paso, que ha sido de los pocos que se han atrevido a enfrentar en solitario una corrida entera de Miura, hazaña que acometió en la propia capital catalana sin perder el tono ni darse demasiada importancia. También que en Madrid cortó bastantes orejas –de una en una siempre—y en Sevilla apenas se vistió de luces en siete ocasiones (tres de novillero) sin que los cuatro apéndices obtenidos le sirvieran para entrar en ningún cartel estelar. Esa discriminación fue una constante sufrida por Joaquín de parte de los organizadores de las principales ferias de España y Sudamérica, que eran prácticamente los mismos.

Bernadó en México. En cambio, el diestro santacolomeño ha sido el matador hispano con mayor número de corridas toreadas en territorio mexicano, cerca de doscientas entre 1961 y 1988, de los cuales 14 se celebraron en la Plaza México –en la primera le confirmó la alternativa Antonio del Olivar en presencia de El Viti con el toro “Catrín” de Pastejé, 20.01.63–, y seis más en El Toreo de Cuatro Caminos, donde cortó apéndices por única vez ante el público capitalino, las dos orejas del toro “Manzanero” de Coaxamalucan en premio a una deliciosa faena (01.04.62). Pudieron ser más de no haber mediado sus deficiencias con la espada, perpetuo talón de Aquiles de Bernadó.

Hay que decir en su favor que participó gustoso en cuatro corridas por la Oreja o el Estoque de Oro a beneficio de sus colegas mexicanos, a la inversa de tantos espadas foráneos reacios a vestirse de luces sin cobrar emolumentos. También que, así como formó parte del cartel hidrocálido en que se lidió el último encierro de la prócer ganadería de La Punta (05.05.72), también lo hizo la última vez que el legendario hierro jalisciense se anunció en la Plaza México (28.02.71), y dio, a la muerte de “Trabajoso”, su primero, la postrera vuelta al ruedo en la capital de un matador enfrentado con astados del famoso hierro con simiente Parladé. Aun así hubo plazas de la república, notoriamente la de Guadalajara, donde contó con muy buen cartel y crecido número de partidarios. Y fue en El Progreso tapatío donde Bernadó redondeó una de sus mejores faenas con motivo de la llamada corrida del siglo (21.03.63), que consagró a Paco Camino para los restos pero también vio triunfar al catalán, que había sido llamado para cubrir la ausencia de Diego Puerta y toreó como los grandes a “Cubetero” de San Mateo para cortarle las orejas. 

As del primer tercio. Siendo indiscutible esa aura de torero elegante y fino a la que se han referido los obituarios, me parece que, puestos a hacerle justicia a la realidad, habría que separar al Bernadó del primer tercio del Bernadó en ejercicio y uso de los trastos toricidas. Con estos fue siempre un torero correcto y pulcro pero a menudo faltó de la vibración interior que distingue a los artistas capaces de conmover a las multitudes. En cambio, su capote emanaba una exquisitez señorial porque lo manejaba sin ninguna prisa, sobrio y ceñido, con hondura, temple y armonía. Hasta me animaría a conjeturar que lo medido de sus triunfos pudo deberse al descenso emocional que suscitaba ese contraste entre sus formidables primeros tercios y sus discretos trasteos muleteriles, una caída de tensión que consciente o inconscientemente los públicos perciben y a la que se agregaban, para su mal, frecuentes yerros con la espada.

Remembranza. Aún recuerdo con meridiana claridad mi primer contacto de aficionado incipiente con el artista catalán. Toreaba su segunda corrida en México, siete días después de su debut en Monterrey, y era el 24 de diciembre de 1961, en el Toreo de Puebla. Vestía Bernadó un deslumbrante terno azul turquesa y oro, y a “Malagueño” de Peñuelas le cortó la primera oreja que conquistaba en nuestro país. Fue por una faena muy fina, ligada y variada que coronó de fulminante estocada (esa fría tarde, por excepción, a sus dos toros los mató bien). Como tuve el privilegio de crecer cerca de aficionados sensibles que me fueron enseñando a ver toros sin que la inevitable pasión del toreo les nublara el análisis, aún me parece estar escuchando la voz del tío José Luis con su punto de vista sobre el atildado catalán: “Con la muleta más o menos, porque la faena de la tarde fue la de Rafael (Rodríguez) al quinto, que era menos bueno que el tercero y al que toreó con un temple asombroso. Pero con el capote este Bernadó es tan bueno como el mejor”. Y eran los años grandes del Calesero, Procuna, Leal, Del Olivar, entre otros capoteros eminentes.

¿Qué suertes de capa dibujó Bernadó para merecer esa distinción, que vista a través del tiempo me parece hoy acertadísima? Un fajo de verónicas, sin probatura alguna, de trazo principesco y mando y estética ejemplares, rematadas con media deslizada y fina como ella sola, en escorzo ligeramente frontal. Y en el quite, varias chicuelinas citando de frente, manteniéndose erguido y girando pausadamente, como opulento y suave fue el recorte final. Por lo demás, todas sus intervenciones en los primeros tercios tuvieron el mismo toque de buen gusto, y me llamó la atención que atendiera la lidia de los toros propios y ajenos con atingencia y oportunidad. Muy a la española.

Lo dicho: un capote imperial. Era apenas el principio. En lo sucesivo, el arte de Bernadó con la capa continuaría creciendo a nuestros ojos al mismo tiempo que sus dificultades para mantener ese nivel muleta en mano. Incluso la variante de la manoletina bautizada como bernadina, esa creación suya tan prodigada últimamente por casi todos, era subrayada con medidas palmas, tal vez por tratarse de un torero invariablemente sobrio, incapaz de incurrir en gestos y aspavientos efectistas en reclamo del aplauso fácil.

Pero volvamos a su grácil toreo de capa. Si recurro otra vez a la memoria, cómo obviar las chicuelinas de aquel quite suyo a “Canelero” de José Julián Llaguno, al que luego cuajaría su quizá mejor faena en la Plaza México, malograda una vez más al matar mal (12.01.64). Quite verdaderamente antológico, del cual rescato esta vívida descripción a cargo de Juan de Marchena (Juan Pellicer Cámara): “Muy bien veroniqueó al tercero de la tarde, pero lo mejor de su actuación, y uno de los momentos cumbres de la corrida, fueron aquellas cinco chicuelinas de su quite. Hizo el toreo de brazos con precisión impecable, con gracia y estilo excepcionales. Al lado de las chicuelinas silveristas, de las de El Soldado, de las de Cagancho, de las del Calesero, quedan estas chicuelinas inolvidables de Joaquín Bernadó.” (Esto, 13 de enero de 1964). Unas chicuelinas equiparables, por su ritmo y su radiante belleza, a las posteriores de Paco Camino o Manolo Martínez, con la sola diferencia de que el cite inicial no lo hacía como ellos desde largo.

Años después, al concluir la temporada grande de 1969, el jurado designado para discernir el otorgamiento de los Trofeos Domecq a lo mejor del año premió unos bellos lances de recibo de Joaquín Bernadó a un toro de Mariano Ramírez. Y en 1983, el trofeo al mejor quite fue para sus chicuelinas a “Mequetrefe” de Begoña (24.07.83), al que hubiera desorejado si acierta al estoquear: fue su última vuelta al ruedo en la Monumental. En ambos casos tuvieron sus lances tuvieron el temple, la cadencia y el sello del excelso capotero Joaquín Bernadó Bertomeu.

Posdata. Con dedicatoria a antitaurinos de todos pelajes y procedencias: ni en los peores escándalos suscitados por El Gallo, Cagancho o Lorenzo Garza, una plaza de toros se convirtió, ni por aproximación, en teatro de tragedias como la del sábado anterior en el estadio Corregidora de Querétaro. Aunque ahora nos parezca de una brutalidad sin precedentes, lo allí ocurrido cuenta con antecedentes incluso más brutales, esparcidos en recintos deportivos de la caliente Sudamérica y la culta Europa, por no hablar del vandalismo incendiario en que han degenerado a lo largo del tiempo numerosas celebraciones de seguidores de equipos deportivos en calles de la Unión Americana.

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