El día en que se llenaron las dos plazas en la capital mexicana y el indulto de un toro de los hermanos Moreno Reyes ,léase «Cantinflas». Tauromaquia por Alcalino
Por primera vez en su vida, Alfonso Gaona, al sumir la empresa de El Toreo, experimentaba lo que era competir contra la Plaza México, administrada por él durante décadas. Ahora estaba en manos del doctor Manuel Labastida, ganadero de Santo Domingo, operador en jefe de un gerente tan peculiar como el cubano Ángel Vázquez, con un amplio historial como exitoso dirigente de equipos de beisbol pero carente de cualquier experiencia en cuestiones taurinas. Para su corrida del 6 de febrero de 1966, la México había anunciado la repetición de Carlos Arruza luego del apoteósico triunfo que alcanzó al reaparecer ahí como rejoneador (23.01.66), y con ello aseguraba la entrada de esa tarde. ¿Cuál fue la réplica de Gaona? Responder al desafío con un cartel superestelar, añadiendo al gancho del principal as español de su elenco los nombres de una figura mexicana indiscutible –José Huerta—y de la mejor promesa joven del país, Raúl Contreras “Finito”, que acababa de hacer una campaña novilleril sensacional en España que lo llevó directamente a la alternativa. Tanto Finito como Antonio Ordóñez –la suntuosa base hispana del cartel– repetían después de triunfar concluyentemente el domingo anterior. Y si bien la ganadería elegida representaba una página en blanco, incógnita total, de alguna manera la avalaba el nombre del ídolo cinematográfico Mario Moreno “Cantinflas”, gran torero cómico por lo demás. El resultado fue que ambas plazas se llenaron a reventar.
Expectación correspondida. Por una vez, fracasó la sentencia que reza “Corrida de expectación, corrida de decepción”. La alegría con la que la gente llenó el coso cuatrocaminero sería superada por el sentimiento de inefable felicidad que ese mismo público compartía al abandonar la plaza dos horas después. No intentaré describirlo, todo taurino conoce ese estado de gracia tan particular que deja en el espíritu la eclosión del toreo grande. El vívido relato de Juan de Marchena (Pellicer Cámara, cronista titular de ESTO), lo refleja con emocionada nitidez. También repasaremos el docto juicio de Manuel García Santos sobre el comportamiento de los toros de Cantinflas, donde el indulto de “Espartaco”, segundo de la tarde, parecía promesa de muchos días de gloria para la divisa debutante. Una promesa finalmente incumplida.
La crónica de Pellicer. “Llena hasta las botellas la plaza de Cuatro Caminos. Y cómo podría haber quedado un boleto, con esta tercia de espadas: el gran maestro de Ronda, nuestro formidable torero de la Sierra de Puebla y el huracán de Chihuahua. Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Raúl Contreras “Finito” con seis toros de los hermanos Moreno Reyes. A veces, la lógica triunfa y la corrida resultó como para recordarse durante muchos años.”
Con una gran verónica se inició la torerísima tarde. Abrió Antonio Ordóñez su capote y con incomparable cadencia marcó los tres tiempos de todos los tiempos (…) Antonio Ordóñez es una cumbre de la perfección desde que se abre de capa hasta que la cierra, como con esa media imperial (…) Noblote pero aplomado llegó el de Moreno Reyes al tercio mortal. Una estampa de sobria majeza fue el pase de trinchera en el principio de la faena y luego los ayudados por abajo, de temple impecable. Pasó la muleta a la izquierda y se sucedieron, ocho o nueve, los pases naturales, haciendo embestir el torero, con sereno imperio, al tardo astado (…) Una estocada entera y en su sitio, refrendada con fulminante descabello. Y tronó en grande la ovación.
Las verónicas de Ordóñez al cuarto fueron soberanas, el compás abierto, cargando la suerte, recreándose en cada una, y preciosa su media verónica, erguida la figura entre el oleaje del capote.
Un gran puyazo del picador de Ordóñez (…) Huido, buscaba tablas el de Moreno Reyes, pero qué cátedra vendría enseguida, qué maravillosa lección torera fue la faena de Ordóñez, que sujetó al fugitivo y luego corrió la mano con tranquilo mando, toreando en redondo y con la diestra en varias tandas en que los muletazos tuvieron una igual perfección. En los pases naturales el maestro templó, mandó y expuso, pasándose al toro a un milímetro de la faja. Punteaba el astado, de embestida descompuesta. Además, acobardado, había saltado dos veces al callejón. Faena magistral, en la que el torero se impuso sin descomponer la línea, con hermosa maestría, en equilibrada expresión de ciencia, arte y valor. Un pinchazo en todo lo alto y enseguida una estocada hasta las cintas, apenas desprendida. Sonó una ovación prolongada. Ordóñez pudo dar la vuelta al ruedo y se conformó con salir al tercio. Y yo me pregunto, si después de una faena así no se pide una oreja por lo menos culpa es de la afición, que a veces no sabe, u olvida, lo que es el verdadero arte de torear.
Venía Huerta por el triunfo. Con un farol de rodillas recibió a su primer toro. De pie, después de recogerlo, veroniqueó magníficamente (…) Con solera gaonista se echó el capote a la espalda y alternó la gaonera con la fregolina, con suave temple, muy ceñidamente. Dos puyazos se llevó el astado, saliendo suelto y doliéndose, pero, para el de a pie, atesoraba una alegría y una nobleza increíbles. Dos pases de rodillas y en terreno de tablas y vamos a la memorable faena. Millonario del temple, Joselito Huerta toreó muchísimo, sin cansarse, sin que nos cansáramos de ver tal sucesión de muletazos extraordinarios, ya con la diestra, ya con la siniestra. No podríamos decir cuántas tandas hubo, con que largueza trazó cada suerte y cómo las ligó, una tras otra, rematadas con el ayudado por alto o con el pectoral izquierdista. Y cómo citaba de largo, colocado en el centro del ruedo y el toro, el nobilísimo toro, allá en las tablas. Y, sin enmendarse, lo vimos embarcarlo en su muleta y suavemente torearlo, torearlo, torearlo una y otra vez. El pase natural también tuvo su apogeo en la muleta de nuestro gran torero y más de diez, más de doce naturales se eslabonaban en aquel delirio de bien torear que fue la histórica faena del poblano. Citando de frente en ocasiones, Huerta escribió una página inmortal de su historia torera (…) Se inició la petición de indulto y al fin volvió a los corrales el de Moreno Reyes. Con orejas y rabo traídos del destazadero dio José una vuelta, y otra, y otra más, en compañía de los hermanos Moreno Reyes, uno de ellos el célebre “Cantinflas”.
Raúl Contreras ”Finito” apenas empieza pero ya pisa fuerte. Lejos de achicarse se crece y sabe ser digno rival de las figuras (…) Torero poderoso, que manda sobre los toros, que se impone y que sabe hacer el toreo con clásica verdad. Muy bien veroniqueó al tercero. Brindó su faena a Huerta y, en esta tarde de tanto torerismo, ¡qué toreramente empezó esa faena, ligando, trenzando el pase de la firma con el de trinchera, avanzando y haciendo escribir después un círculo al astado en los ayudados por bajo, abierto el compás, imperiosa la muleta, que al final se alzó en el pase de pecho con la zurda! Buscó el lado izquierdo y al iniciar el natural el toro, peligroso, con la cabeza muy suelta, lo empitonó de manera emocionante. Volvió a la carga Raúl con igual serenidad y los ayudados por bajo pusieron a la plaza de pie, tal fue su temple, tal el valor de este torero. Estoconazo ligeramente desprendido, realizando el volapié a la perfección. Las dos orejas y otras tantas vueltas al ruedo.” (ESTO, 7 de febrero de 1966)
Nada destacable ocurrió con los dos últimos toros, mansos y con peligro, al grado que el cierraplaza visitó repetidamente el callejón y, en un revolcón, le produjo a Finito, que nunca dejó de arrimarse, un corte profundo en el pabellón auricular izquierdo.
El juicio de García Santos sobre el ganado.
“Se nos dijo que el nombre de Moreno Reyes Hermanos respondía a la razón social que para cuidar y administrar su ganadería brava habían formado el gran “Cantinflas” y sus dos hermanos. La divisa con la que iban a lidiar era morado obispo y oro. Y la sangre de los toros procedente de la vacada de Saltillo que tanto se depuró en las manos de aquel inolvidable don Antonio Llaguno, creador de la vacada de San Mateo.
No puede decirse que la corrida saliera brava. Por el contrario, el primer toro de Ordóñez se acobardó después de la pelea con los caballos, y su segundo buscó las tablas y en algunos momentos de la faena de muleta ofreció peligro. El que cerró plaza comenzó abanto, fue a los caballos pero luego acusó una fuerte querencia a las tablas, las que saltó varias veces. Tampoco fue bueno el segundo de Joselito Huerta que, aunque tomó cuatro varas, lo hizo con desigual estilo, y a la muleta llegó falto de codicia y con la cabeza suelta.
En el otro platillo de la balanza está el tercer toro, yendo de menos a más con los caballos y llegando a la muleta de “Finito” con un gran son y una embestida abierta que permitieron al torero de Chihuahua el clamoroso éxito que tuvo. Mención aparte merece “Espartaco”. Acaso sea la primera vez en la historia de los toros que indulten uno en el día que debuta la ganadería. (…) Salió en segundo lugar y Huerta le dio un farol de rodillas y unas verónicas buenas. Fue al caballo dos veces y en las dos se salió suelto. Pero la sangre que le hicieron lo asentó (…) Le sacó la bravura y el estilo magnífico que traía dentro y comenzó a embestir a la muleta y a beberse los muletazos, repitiendo una vez y otra y arrancándose donde lo llamaran hasta que el público, al darse cuenta de que estaba ante un toro de excepción, se puso en pie, sacó los pañuelos y pidió clamorosamente el indulto de “Espartaco”. Se concedió el indulto. Se ovacionó al toro cuando abandonaba la plaza, y se le concedieron a Joselito Huerta, simbólicamente, las orejas y el rabo, porque José supo estar a la altura de la inolvidable embestida del toro de “Cantinflas”.
Se extendió por la plaza, en aquel clima de entusiasmo, la noticia de que Moreno Reyes era Mario Moreno “Cantinflas”, y como “Cantinflas” es el gran ídolo cinematográfico, la gente lo quiso aplaudir directamente y lo obligó a que, en compañía de sus hermanos, su hijo y Joselito huerta, diera la vuelta al ruedo. La emoción de “Cantinflas” era visible y la corrida alcanzó un clímax venturoso y triunfal.” (Toro, mensuario. México DF. Febrero de 1966)
75 mil almas entre las dos plazas. Aquel domingo de febrero la fiesta brava alcanzó en la capital de la república cotas de interés y de emoción que habrían hecho impensable –más bien imposible– cualquier ataque antitaurino y menos aún intentos de abolición de raíz anglosajona como los que ahora padecemos. No me consta que tanto la México como El Toreo hayan agotado ese día el boletaje, pero si no lo hicieron muy cerca andarían. Si la Monumental ponía a la venta cerca de 50 mil entradas y al coso de Cuatro Caminos le cabían 27 mil espectadores, la suma de ambas da holgadamente para, por lo menos, 75 mil taurófilos disfrutando in situ de su espectáculo favorito. Tal era el fervor taurino de los mexicanos en el despertar del último tercio del siglo XX.
Es indispensable agregar que las dos corridas se televisaban en directo, sin más restricciones que el alcance de los canales 2 y 5 de Telesistema Mexicano y sus repetidoras, repartidas por todo el país. De suerte que esa tarde, como tantas otras en que las dos plazas capitalinas anunciaron temporadas y corridas simultáneas, millones de compatriotas pudieron admirar el nuevo triunfo de Carlos Arruza en Insurgentes –por desgracia sería el último, ya con la muerte al asecho–, y la explosión de toreo grande que fueron las actuaciones de Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Raúl Contreras en El Toreo.