El irlandes Oscar Wilde describe «una corrida maravillosa» en «El cumpleaños de la infanta»

El irlandes Oscar Wilde describe «una corrida maravillosa» en «El cumpleaños de la infanta»

En estos días, el profesor Alberto Bejarano, en ese mundo fantástico de un grupo de entusiastas y fervorosos difusores de cultura tan necesaria en estas horas oscuras , » Ilustre » ,que dirige el historiador Juan Camilo Vergara y su diligente socia Manuela García, el profesor se refirió a la obra de Oscar Wilde tan desconocida y mal interpretada por peor leída. Así que el ilustrado maestro , nunca mejor expresado, nos transportó a la capacidad del autor irlandés para crear un nuevo estilo en las novelas de artista (El retrato de Dorian Gray), el teatro y la poesía.

Este famoso cuento, escrito por Oscar Wilde (16/10/1854 – 30/11/1900) narra la llegada de un feo enanito al castillo de España, donde debía hacer reír a la Infanta y a los nobles, porque la pequeña cumplía 12 años.
El cuento empieza con La Infanta jugando y corriendo con sus compañeros, lo que no hacía gracia a los nobles que la veían, porque pensaban que la Infanta de España debía jugar con gente de su alcurnia. Pero esto a ella no le importaba porque era feliz correteando con sus amigos.

El autor de piezas literarias fundamentales como El príncipe feliz y otros cuentos, Balada de la cárcel de Reading, De profundis, El crimen de lord Arthur Savile y otras historias, Una casa de granadas, nos lleva por una España poco narrada dsde el punto de vista de un compatriota de James Joyce y el cuento «El cumpleaños de la infanta» se inicia de manera brillantey poética :   «…Era aquel día el cumpleaños de la infanta. Cumplía los doce años, y el sol brillaba con esplendor en los jardines del palacio…».

NARRA WILDE :

 Salió a recibirla una procesión de niños nobles, fantásticamente vestidos de toreros, y el joven conde de Tierra Nueva, hermosísimo adolescente de unos catorce años de edad, descubriéndose la cabeza con toda la gracia que dan el nacimiento hidalgo y la grandeza de España, la acompañó solemnemente hasta una silla pequeña de oro y marfil, colocada sobre el estrado que dominaba el redondel. Los niños se agruparon en torno, agitando las niñas sus abanicos y cuchicheando entre sí, mientras don Pedro y el gran inquisidor, en la entrada, observaban y reían. 

 Era aquella una corrida de toros maravillosa, y muy superior -pensaba la infanta- a la corrida verdadera a que la llevaron en Sevilla cuando la visita del duque de Parma a su padre. Algunos de los muchachos caracoleaban sobre caballos de palo ricamente enjaezados, blandiendo largas picas con alegres gallardetes de cintas de colores vivos; otros iban a pie, agitando sus capas escarlatas ante el toro y saltando la barrera cuando les embestía. Y el toro parecía un animal vivo, aunque estaba hecho de mimbres y cubierto con una piel disecada; a veces corría por el redondel sobre sus patas traseras, cosa que ningún otro toro haría. Se defendió espléndidamente, y los niños se excitaron tanto, que se subieron sobre los bancos, y, agitando sus pañuelos de encaje, gritaban: «¡Bravo toro! ¡Bravo toro!» con igual sensatez que la que suelen mostrar las personas mayores. Por fin, después de prolongada lidia, durante la cual algunos de los caballos de palo fueron despanzurrados y derribados sus jinetes, el joven conde de Tierra Nueva hizo caer el toro a sus pies, y, habiendo obtenido permiso de la infanta para darle el coup de grace, hundió su espada de madera en el cuello del animal con tanta violencia, que le arrancó la cabeza y dejó al descubierto la cara sonriente del pequeño monsieur de Lorraina, hijo del embajador de Francia en Madrid.

     Se despejó entonces el redondel entre grandes aplausos, y dos pajes moriscos, de librea negra y amarilla, con gran solemnidad, se llevaron arrastrando los caballos muertos, y después de breve interludio, durante el cual un acróbata francés bailó en la cuerda tensa, se representó, con títeres italianos, la tragedia semiclásica de Sofonisba, en el pequeño escenario construído al efecto.

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