Eran las 5 de la tarde…..

Eran las 5 de la tarde…..

Le entregó la pluma a Paco Delgado de Avance Taurino y a mi maestro Alcalino para fijar en tendido7 la nota sobre Ignacio Sánchez Mejías el polifacetico torero que murió tras la cornada de un toro de Hermanos Ayala en Manzanares donde se le rinde tributo en un bello museo con objetos , articulos, fotos y relojes ( el número de ellos fijados en las paredes esta tomado de las veces que Lorca en el poema a su amigo menciona en El Llanto por Ignacio Sánchez Mejías ) que la familia del malogrado espada ha entregado a tan noble institución en la ciudad realeña.

Ignacio Sánchez Mejías acudió a torear a Manzanares, el 11 de agosto de 1934, en sustitución de Domingo Ortega. Fue sin cuadrilla y él mismo, en el sorteo, extrajo la bola de “Granadino”, el toro que horas más tarde le daría una cornada a consecuencia de la cual falleció horas más tarde.

Apostó su vida al toreo, su gran vocación y afición, que si le compensó con creces acabó cobrándose todo lo que tenía Ignacio Sánchez Mejías ¿Todo? No. Su legado y recuerdo son imperecederos.

El 11 de agosto de 1934 Ignacio Sánchez Mejías no tendría que haber ido a torear a la plaza manchega de Manzanares. Tras haberse retirado nueve años antes, aquella temporada, como Juan Belmonte (cuyos éxitos tanto escocían a su amor propio), volvió a torear vestido de luces y toreó en Cádiz, San Sebastián, Santander, La Coruña y Murcia, satisfaciendo su ansia por torear y logrando triunfos notables en, por ejemplo, Cádiz, cortando un rabo el día de su reaparición, y en la Corrida de la Prensa de San Sebastián.
Había toreado el día anterior en Huesca, donde le aplaude el poeta Jorge Guillén, y un percance automovilístico sufrido por Domingo Ortega hizo que le llamasen para sustituirle aquel día de verano en la localidad ciudarealeña. Y allí se presentó, para torear junto al rejoneador portugués Simao Da Veiga y sus colegas Fermín Espinosa “Armillita” y Alfredo Corro-
chano. Acudió con urgencia desde Madrid, sin su cuadrilla, y se alojó en el hotel de Manzanares, en la habitación número 13. También fue personalmente al sorteo, al rechazar el ofrecimiento que le hicieron los banderilleros de las otras cuadrillas de acudir ellos: “Voy por primera vez en mi vida de torero a probar fortuna”. Y sacó una pequeña bola de papel donde figuraba escrito el nombre del toro “Granadino”, de Hermanos Ayala, manso y astifino que pasaría a la historia al acabar con la vida del torero sevillano.

Como en él era habitual, tras banderillear -popularizó el llamado par de
la mariposa- comenzó su faena sentado en el estribo, y al levantarse para
llevarse el toro a los medios, fue prendido en el muslo, sufriendo una
grave cornada en la ingle derecha. Corrochano fue al quite y contaba que
cuando le vio ya iba muerto.

Tras la primera cura en la enfermería de la plaza se negó a que le intervi-
nieran los cirujanos de Manzanares, a cuyo frente estaba el médico local Fidel Cascón Arroyo.

Quiso que le llevaran a Madrid. Se le trasladó a un sanatorio de la capital pero de nada sirvió la transfusión a la que se prestó Pepe Bienvenida. Sobrevino la gangrena y con ella, el día 13 de agosto, la muerte. El cadáver fue conducido a Sevilla, siendo enterrado en la sepultura de su cuñado Joselito, sobre cuyo cadáver lloró en Talavera tras haber dado muerte a Bailaor, y en cuyo mausoleo sevillano, obra de Mariano Benlliure, figura portando el féretro de Gallito.

Cansado de vivir y de ver mundo, reapareció para morir en los pitones de un toro. No concebía otro tipo de muerte, y tuvo la que él quiso, ha es-
crito sobre el particular Domingo Delgado de la Cámara en su obra Revi-
sión del toreo.

Federico García Lorca, a quien tanto protegió, le dedicó su elegía más fa-
mosa, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, escrito con motivo de su trá-
gica muerte y editado un año después por José Bergamín en Cruz y raya e ilustrado por José Caballero.

Torero hecho a golpes de adversidades, de cornadas graves, ahí residió la clave de su triunfo: el éxito de su toreo no se basó en su técnica o en su es-
tilo, y menos compitiendo con los considerados como mejores toreros de la historia, como fueron Joselito y Belmonte, sino sobre todo por sus alar-
des temerarios.

Fue Sánchez Mejías, según Curro Meloja, “Torero valiente y original escritor, ejemplo vivo de voluntad ante la vida y de pundonor ante los toros”.

Para Néstor Luján fue sin igual como torero y como hombre: “Era un
caso patológico de valor, como su cuñado Rafael el Gallo lo era del
miedo. Fue Ignacio, el bien nacido, según le llamó su amigo García
Lorca, un torero más bien basto, de gesto dionisíaco y de una temeridad
desmandada, valeroso e impulsivo, y flojo como estoqueador, si bien se
aplicó con su habitual bravura a conseguir buenas estocadas y llegó a
matar algunos toros excelentemente. Como banderillero fue muy bueno,

de los mejores de su época. Se metía en terreno peligroso, en el más asus-
tante, y allí banderilleaba furiosamente, con una fuerza desquiciada y trá-
gica. No fue un torero excepcional, pero tuvo una personalidad tan

Federico García Lorca, amigo y protegido suyo, inmortalizo su figura con su
más famosa elegía:


A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la

tarde.

Un niño trajo la blanca sábanaa
las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya
prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo

muerte
a las cinco de la tarde.

Nacido en Sevilla, el 6 de junio de 1891, en el seno de una familia acomodada, su padre, médico cirujano de la Beneficencia Municipal de Sevilla, quiso que siguiese sus pasos, pero su afán aventurero, que le llevó a fugarse de casa siendo apenas un niño, le hizo abrazar finalmente la profesión taurina.

Formó parte de la cuadrilla de Fermín Muñoz, Corchaíto, Coche-
rito de Bilbao y de Rafael González Madrid “Machaquito”, pa-
sando luego a torear a las órdenes de José Gómez “Gallito”, su amigo de la infancia, con el que había emparentado en 1915 al casarse con Dolores, hermana del torero de Gelves, con quien fue en su cuadrilla durante tres años en los que adquirió la técnica y conocimientos precisos para subir de categoría, convirtiéndose en matador de toros el 16 de marzo de 1919 en Barcelona. Joselito fue, naturalmente, el padrino, cediéndole la muerte del toro el toro “Buñolero” de Vicente Martínez, y Belmonte el testigo, confirmando el 5 de abril de 1920, con los mismos acompañantes más Varelito, que completó aquel cartel de cuatro matadores y también
con toros de Vicente Martínez.

Con treinta y ocho años de edad acabó los estudios, examinándose, dicen, en una sola jornada de todas las asignaturas que le faltaban. Fue amigo de poetas y escritores, siendo mecenas de la llamada Generación del 27, nombrada así por iniciativa de Sánchez Mejías para conmemorar el 300 aniversario de la muerte de Góngora.

Influido por estas amistades hizo sus pinitos como autor teatral y
estrenó dos comedias con influencias de Sigmund Freud y Luigi
Pirandello, Sinrazón y Zaya, y dejó escritas otras dos más que
nunca fueron representadas, Ni más ni menos y Soledad, aunque
sí fueron editadas posteriormente en la Colección Austral.
En 1929, viajó a Nueva York,coincidiendo con La Argentinita, con
quien se dice que tuvo una ardiente relación, y Federico García Lorca, planeando las armonizaciones de canciones populares es-
pañolas que hizo Federico y cantó Encarna López Júlvez “La Argentinita”. El espectáculo se acabó llamando Las calles de Cádiz, con texto de Jiménez Chávarri (seudónimo del propio Sánchez Mejías) y música de Falla. Se estrenó en junio de 1933 en Cádiz, en el Homenaje a Manuel de Falla, con la Orquesta Bética de Cámara. El espectáculo se repitió, días después, en el Teatro Español de Madrid, con enorme éxito.

Fue, desde luego, un personaje excepcional y de una personalidad
extraordinaria.

ALCALINO RECUERDA MOMENTOS DE SANCHEZ MEJIAS EN MEXICO

Cuando decidió hacerse matador, había debutado como peón en Morelia, y regresó a España colocado en la cuadrilla de Fermín Muñoz “Corchaíto”, no dudó en cambiar capote y banderillas por muleta y estoque.

Ni paró hasta verse doctorado por su cuñado Joselito (Barcelona, 16.03.19) aunque contara ya 28 años, y casi 29 la tarde en que el propio “Gallito” lo confirmó en Madrid (05.04.20).

Con Ignacio Sánchez Mejías alternaba José el día de su trágico encuentro con “Bailaor” (Talavera, 16.05.20): a ese nivel se había propuesto estar Ignacio Sánchez Mejías y poco tardó en codearse con Joselito y Belmonte.

Fiel a sí mismo, al retornar a México, en el invierno de 1920-21,
compartía cartel con Gaona a pesar del abismo de calidad existente entre sus toscas y arriesgadas maneras y al arte maduro y quintaesenciado de Rodolfo.

Para salvar la distancia aceitó convenientemente a la prensa adversa al Indio, y acertó a convencer a fuerza de brutales alardes de valentía a una importante fracción del tendido de sombra, que acabaría por constituirse en Contraporra, opuesta a la Porra gaonista.

Las habilidades de Ignacio Sánchez Mejías trascendieron con mucho el círculo cerrado del redondel.

Lo mismo podía hacer de gentleman que de Casanova, de deportista que de mecenas. Rico y acaso aburrido de jugarse la vida tarde a tarde, se cortó la coleta a principios de 1927, de regreso de una última campaña mexicana.

Trágica resolución. En 1934 dos veteranos ilustres, Rafael Gómez “El Gallo” y Juan Belmonte, decidieron volver a vestirse de luces.

Fue como una llamada secreta para Ignacio Sánchez Mejías, quien, sin embargo, sufrió para eliminar el exceso de peso y sólo consiguió reaparecer con la temporada ya avanzada, el 5 de julio, en Cádiz.

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