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A la espera de su reapertura, La Santamaría cumple 93 años

La Santamaría se inauguró un 8 de febrero de 1931 con un cartel integrado por Manolo Martínez, Mariano Rodríguez , » El Exquisito» y Ángel Navas, «Gallito de Zafra » y toros de Mondoñedo.

Ese día asistió el presidente Enrique Olaya Herrera

En otro tiempos la plaza fu escenario de nuestras polémicas políticas y presidentes, expresidentes, ministros, gobernadores, alcaldes asistían al coso de la calle 26 como don Jorge Eliécer Gaitán

Pero este entrañable escenario también ha tenido momentos fulgurantes como la presencia de Manolete

Y NO PODÍA FALTAR ESTA FOTO , SIEMPRE ALECCIONADORA, SIEMPRE MAGNÍFICA DE NUESTRO GRAN MAESTRO MANUEL H

Y justamente en el libro de los 90 años de nuestra querida plaza, El Tiempo reseñó esta magnífica obra de investigación de tres respetados colegas

Victor Diusabá, con amplia trayectoria en periódicos y revistas. Historiador y autor de varios libros entre ellos, La afición, editado por Espasa Calpe de Madrid, hace dos décadas.

El segundo de la terna es Diego Caballero, publicista, fotógrafo y diseñador gráfico, cofundador del portal Puerta Grande y gerente del proyecto.

Y cierra este “cartel” Rodrigo Urrego, redactor político y, más que nada, comentarista nobel de toros y de fútbol, además de fotógrafo iluminado. Otro de los cofundadores de Puerta Grande.

Los tres escritores y aficionados a los toros de tiempo casi completo se dieron a la tarea, para ellos, una de las más hermosas, de reconstruir la biografía de uno de los edificios más bellos y representativos de la capital, y, claro, por qué no decirlo del país: la Plaza de Toros de Santamaría, y hacer un recorrido por sus 90 años de existencia, reseñando, en capítulos que recogen las nueve décadas, no solo algunas de sus mejores tardes de toros y a sus protagonistas sino otros aspectos que hacen parte de esa apasionante y apasionada fiesta.

En la investigación trabajó también William Cortés y las fotos provienen de archivos diversos y de la lente de Caballero, Urrego y Cortés y de otros fotógrafos, comenzando por el decano e inolvidable Manuel H. Rodríguez.

A la primera corrida asistió el presidente Enrique Olaya Herrera, quien llegó a la cita inaugural acompañado por su ministro de Gobierno, Carlos E. Restrepo, y por Ignacio Sanz de Santamaría

90 años de existencia de la Plaza que se funden con los de la ciudad, y cómo no, con los del país, sobre todo en las primeras décadas de su debut, durante las cuales los presidentes, políticos y principales de la ciudad se daban cita en tardes épicas y, otras, muchas más -tal vez- de broncas, con tirada de las almohadillas que dejaban el ruedo inundado y a los aficionados satisfechos con su acto de protesta pacífica pero radical.

Una crónica en masculino, aunque la presencia femenina tanto en la gradería como en el ruedo ha estado presente desde la primera corrida hasta la última. No en la misma proporción, hay que decirlo. En los últimos años, la presencia femenina casi logra la paridad.

Las mujeres taurinas en las décadas de los treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta eran pocas y, un tanto, invisibles en ese mundo de hombres. Salvo, eso sí, ganaderas como Rufina de Rocha y Clara Sierra o comentaristas como Emilia Pardo Umaña, que firmaba sus crónicas taurinas como E-Milia, imitando a su hermano Camilo que lo hacía como K-Milo. Los dos hermanos ocuparon durante años sus asientos en la barrera de sol, ambos con sus cigarrillos. Ella con sus pielrojas y él con sus tabacos. Cronistas que se distinguieron por su sapiencia y por escribir sin pelos en la lengua. Pertenecieron, siempre en la primera línea, al grupo de los cronistas bautizados con un nombre tan poco taurino como el de ‘Los Revisteros‘.

Y cómo no recordar a dos grandes maestros colombianos, Pepe Cáceres y César Rincón

El nacimiento

Fue el 8 de febrero de 1931, cuando abrió sus puertas La Santamaría, aún en obra gris, a una afición que colmó los tendidos, con capacidad para 15.000 espectadores. El terreno lo donó Ignacio Sanz de Santamaría. Con esta plaza de ladrillo se le ponía el punto final a 41 años de endebles y peligrosos cosos de madera que vivieron algunas tardes de toros en distintos sitios de Bogotá, para consolidar una afición, nacida a finales del siglo XIX. A julio de 1890 se remonta, dicen los autores del libro, la primera corrida de toros a la usanza española, en la Plaza de Los Mártires, en Bogotá.

La historia de La Santamaría cuenta antecedentes de la fiesta y los de la construcción. Recrea los detalles del espectáculo de inauguración, así:

“A la primera corrida asistió el entonces presidente de la República, el liberal Enrique Olaya Herrera, quien llegó a la cita inaugural acompañado por su ministro de Gobierno, Carlos E. Restrepo, y por Ignacio Sanz de Santamaría, a quienes esperaba en la puerta principal de la plaza Luis Carlos Montejo, la persona designada por el Municipio para presidir ese primer festejo.

(…) En los improvisados corrales de la plaza esperaban -estos sí con fama entre el público bogotano- los seis toros de la ganadería de Mondoñedo, de los señores Ignacio y José Sanz de Santamaría, y uno de reserva para el caso que se inutilice uno en el ruedo, según rezó el cartel inaugural, el cual fue impreso en la tipografía Specta. Las entradas, que se apartaban en la oficina de la empresa, situada en la carrera 7.ª No. 818, y a través de una llamada al número telefónico 20-95, se agotaron desde la tarde anterior”.

(Además: Ortografía: ¿Cuándo es correcto usar ‘de que’?)

Este es el tono de un relato que seduce a su lector, ya que además de detallar con su pericia de cronistas taurinos las más importantes corridas, añaden datos históricos, sociales, económicos y políticos como buenos periodistas informados que no desperdician esos datos aprendidos de tantos años de leer sobre la fiesta brava nacional o hallados en su juiciosa investigación.

El prólogo

Para arrancar su libro lo hicieron con el pie derecho, como lo hacen los toreros que triunfan cuando inician el paseíllo al compás de un pasadoble, como, por ejemplo, El Gato Montés. Lograron que el ‘Maestro’ César Rincón les aceptara la invitación de escribir esa introducción y a fe que él redondeó con sus dos páginas la faena. Es un texto cargado de admiración y cariño hacia una de las plazas que, junto a Las Ventas de Madrid, le dieron algunos de los mejores momentos de su carrera. Actuaciones que fueron épicas, al punto que le abrieron la puerta grande para salir a hombros de aficionados, que lo convirtieron en un ídolo que nunca los defraudó. Cada vez que Rincón pisó el ruedo se empeñó en sacarle partido a su enemigo y en dejar el alma, de ser preciso, en esas actuaciones. Torero “honrado”, “corajudo”, “artista” y muchos calificativos.

Libro La Santamaría 90 Años

Editorial Gente Nueva publica La Santamaría 90 Años de primera 1931-2021. Sus autores escarbaron a profundidad para redondear, con detalles que van más allá de la tauromaquia, los 90 años de la plaza.

Foto: 

Archivo particular

César Rincón, en los últimos años, le ha añadido a su brillante trayectoria de matador de toros, la de comentarista radial, en transmisiones en las que brilla por sus conocimientos no solo como torero, sino como ganadero y aficionado. Labor valorada y agradecida. Transmite sus conocimientos de manera espontánea y siempre con muy buen tino además de acertado tono.

‘Nuestra Venerable Santamaría’, el título de su colaboración, recoge su sentimiento de pertenencia y de admiración sacra hacia el recinto que lo vio crecer y triunfar, pero además le da licencia de escribir su reclamo, expresado tantas veces de viva voz airada, sobre la prohibición de utilizar La Santamaría para lo que se creó.

“ (…) Y me cuesta verla ahora así, cerrada por orden de la intolerancia y la arbitrariedad. Quienes lo hacen, olvidan que juraron respetar los derechos de todos los ciudadanos, comenzando por ese universal que es el de la libertad de pensamiento y de conciencia. Más muchos otros, como el del derecho al trabajo y la elección de ese trabajo.

Son 90 años inolvidables en los que tantos maravillosos maestros han pisado esta arena para plantar cara a toros que también se han hecho célebres, ante una afición que siempre ha sabido juzgar.

Así como César Rincón, además de su escrito, es protagonista de muchas de las páginas de este libro, en sus vibrantes actuaciones, los compatriotas que lo antecedieron, en una profesión hoy un tanto extraña, también lo son, como los hermanos Joselillo de Colombia y Manuel Zúñiga, Pepe Cáceres, Vásquez II, Enrique Calvo o Ramsés, para citar tan solo unos pocos. Actuaciones estelares al lado de figuras como Antonio Ordoñez, los hermanos Dominguín, Manolete, Diego Puerta, El Cordobés, Palomo Linares, Paco Camino, Joselito y decenas de españoles que venían cada año a “hacer las Américas” en las distintas plazas del país, pero siempre y en primer lugar en La Santamaría.

Una de las crónicas más vibrantes es la que escriben de la presentación de la rejoneadora peruana Conchita Cintrón, en La Santamaría, en esos lejanísimos años cuarenta, con una estupenda foto de ella abriendo plaza.

Las fotos

Sin lugar a duda el material fotográfico que acompaña los precisos y preciosos textos es uno de los aciertos de esta publicación.

Unas fotos que muestran en todo su esplendor a los toreros y que a la vez dejan ver cómo la fiesta brava era en Bogotá una de las aficiones más destacadas, que concitaba a su alrededor un número de aficionados nada despreciable.

Las salidas a hombros de los triunfadores desde la Plaza, en la calle 26 hasta la Plaza de Bolívar por la carrera séptima devuelven a los capitalinos y a los foráneos a esa Bogotá de los años cincuenta de la que muy pocos se acuerdan.

Ha sido un esfuerzo editorial que en épocas ásperas y poco afectas a la tauromaquia merece un reconocimiento por una recopilación objetiva de décadas de tardes de toros en una edificación de ladrillo

La vista de unos aficionados, todos con su vestido de paño, de dos piezas, camisa con corbata y zapatos de cuero negro, muchos con gabardinas o abrigos y la mayoría con sombrero; y las señoras con su sastre y tacón alto con medias veladas, son las huellas de ese tiempo pasado.

Los distintos presidentes, los ministros, los políticos y los cronistas que ya para finalizar el siglo XX reunían, en un mismo burladero, en el callejón de La Santamaría, a tres de los más queridos y leídos: Antonio Caballero Holguín, Germán Castro Caycedo y Alfredo Molano Bravo. Trío que se lució y gozó de su amor hacia la fiesta brava, asistiendo a cuanto festejo se organizaba y escribiendo, cada cual con un estilo bien diferenciado. Agregar a Fernando González ‘Pacheco’, siempre en el callejón con el micrófono y su humor inagotable. Y, claro, quedan muchos y muy queridos por nombrar, pero que sí aparecen en esas páginas de papel blanco satinado y serán reconocidos.

Y también en los burladeros de la prensa o en la barrera del tendido de sombra se observan personajes, también desaparecidos, de la talla de Guillermo Cano y los hermanos Hernando y Enrique Santos Castillo, aficionados de años.

La Santamaría 90 Años ha sido un esfuerzo editorial que en estas épocas ásperas y poco afectas a la tauromaquia merece un reconocimiento por una recopilación objetiva de décadas de tardes de toros en una edificación de ladrillo, con grandes puertas rojas, ícono de la arquitectura bogotana y de años que bien valen conocerse y/o recordarse.

A sus autores Victor, Diego, Rodrigo y demás colaboradores un en hora buena por su faena maestra y a la Editorial Gente Nueva por la impecable edición.

50 años de la inauguración de la plaza de toros de Cartagena, hoy en triste abandono

Joselillo de Colombia , nacido en Santander de Quilichao, fue un romántico, un torero peculiar miembro de una dinastía que hoy prolonga su hijo José, fue un torero hacedor de plazas ( Armenia, Bucaramanga, Cartagena), empresario.

Y gracias a su empuje y ante el deterioro del circo – teatro de la Serrezuela reconvertido en un centro comercial, se empeñó a las afueras de la ciudad y cerca a un estadio de baseball levantar una obra monumental, esa corona que se eleva al cielo-.

Me recuerda Edgardo Baena que hace medio siglo la inauguración corrió a cargo del presidente Misael Pastrana borrero.

Es preciso recuperar la plaza.

EL CARTEL

Toros de Vistahermosa de don Francisco García

Joselillo de Colombia

Francisco Ruiz Miguel

Antonio José Galan

EL POLLO PALLARES Y SU APUNTE EN TENDIDO7

In memoriam…97 años del maestro Luis Miguel

Hoy cumple años de nacido 97, el maestro Luis Miguel Dominguín tan vinculado a Colombia desde los años cuarentas del siglo pasado.

Matador de toros español, nacido en Madrid el 9 de diciembre de 1926, y fallecido en San Roque (Cádiz) el 8 de mayo de 1996. En el planeta de los toros es conocido por el sobrenombre de Luis Miguel «Dominguín», remoquete que heredó de su padre, el diestro toledano Domingo González Mateos. Miembro de una de las sagas taurinas más importantes del siglo XX, fue hermano de otros dos matadores de toros que también adoptaron como nombre artístico el apodo paterno: Domingo González Lucas («Dominguín») y José González Lucas («Pepe Dominguín»). Por su dominio de las técnicas del toreo, su calidad artística y su acusada personalidad dentro y fuera de las plazas, está considerado como una de las grandes figuras de la tauromaquia universal. A partir del día 1 de febrero de 1990, fecha en que se publicó en el Boletín Oficial del Estado un Real Decreto favorable a la petición del torero, Luis Miguel González Lucas pasó a llamarse oficialmente Luis Miguel Dominguín González, dando así carta de naturaleza legal al sobrenombre taurino que habían ostentado todos los miembros de su saga torera.

Todas las circunstancias eran propicias para que el jovencísimo Luis Miguel se decantara desde niño por seguir la profesión paterna. Así, aprovechando las buenas relaciones de su padre con destacados personajes del mundillo taurino, comenzó a visitar la ganadería escurialense de Méndez, en la que se midió por vez primera con algunas becerras. Pronto comenzó a participar en tientas y festivales, y el día 25 de junio de 1937, cuando aún no había cumplido los once años de edad, se vistió de corto en el coso lisboeta de Campo Pequeno, para lidiar una becerra en compañía de uno de sus hermanos mayores.

En la campaña de 1939, en las arenas de la plaza de toros de Jaén, estrenó su primer terno de luces. Un año después (concretamente, el día 11 de agosto de 1940), todavía en calidad de becerrista, se presentó por vez primera ante sus paisanos madrileños. Y durante la temporada de 1941 se fue curtiendo en la lidia merced a una serie de becerradas y novilladas que toreó en tierras hispanoamericanas, a las que se había trasladado en compañía de su padre y sus hermanos. Tan llamativa resultaba su precocidad, que en la plaza de toros de Bogotá (Colombia), el día 23 de noviembre de 1941 (es decir, cuando el joven Luis Miguel aún no había alcanzado los quince años de edad), se anunció en un cartel con cuatreños del hierro de Montero, para recibir un simulacro de alternativa de manos del espada toledano Domingo López Ortega («Domingo Ortega»), que se avino a este montaje por los estrechos lazos que le unían al clan de los «Dominguines» (había sido descubierto y apoderado por el padre de Luis Miguel, Domingo González Mateos). Naturalmente, esta prematura alternativa no tenía ninguna validez en suelo español, por lo que Luis Miguel Dominguín regresó a la Península para volver a enfrentarse, durante la campaña de 1942, a la lidia de novillos, a pesar de que en tierras colombianas había intervenido en cinco corridas de toros.

El día 5 de septiembre de 1943 volvió a hacer el paseíllo a través del redondel de la plaza Monumental de Las Ventas (Madrid), esta vez para tomar parte en su primera novillada asistida por el concurso de los varilargueros. Se jugaron aquella tarde cinco utreros pertenecientes al hierro de Cobaleda y un novillo marcado con la señal de García Boyero, en cuya lidia intervinieron, además de Luis Miguel, los jóvenes novilleros Rafael Perea («Boni») y «Angelete». Así las cosas, después de haber tomado parte en otras veinticinco novilladas picadas durante la primera mitad de la temporada de 1944, el día 2 de agosto del referido año se vistió de luces en La Coruña, para recibir allí el doctorado de manos del susodicho matador toledano Domingo López Ortega («Domingo Ortega»); el cual, bajo la atenta mirada del hermano mayor de Luis Miguel, Domingo González Lucas («Dominguín»), que comparecía en calidad de testigo, cedió al toricantano los trastos con los que había de muletear y estoquear a Cuenco, un morlaco criado en las dehesas de Samuel Hermanos.

Tras completar aquella campaña de 1944 con un total de nueve corridas de toros en su haber, Luis Miguel Dominguín dio inicio a la de 1945 con la intención de presentarse en Las Ventaspara confirmar su grado de doctor en tauromaquia ante la primera afición del mundo. Y, en efecto, el día 14 de junio de aquel mismo año hizo de nuevo el paseíllo a través de la arena madrileña, acompañado esta vez por el espada cordobés Manuel Rodríguez Sánchez («Manolete»), que comparecía en calidad de padrino, y por el coletudo sevillano José Luis Vázquez Garcés («Pepe Luis Vázquez»), que había de atestiguar la confirmación de alternativa del joven matador madrileño. El toro que hizo posible aquella ceremonia, criado en las dehesas de don Antonio Pérez, atendía a la voz de Secretario.

A partir de entonces, la figura de Luis Miguel Dominguín se fue agigantando en el desolado panorama taurino de la posguerra, al tiempo que iba eclipsando en la valoración de los aficionados el recuerdo de los triunfos de su padre y las presencias de sus dos hermanos mayores (que acabarían por convertirse en empresarios y trabajar al servicio de la imparable carrera de Luis Miguel). Pronto se vio que sus cualidades dentro y fuera de los ruedos habían de convertirle en una de las personalidades más destacadas de la realidad socio-cultural hispánica, en cualquiera de sus facetas, aunque tal vez no se intuyera desde un principio esa desmesurada proyección internacional que en poco tiempo alcanzó su peripecia vital, y no sólo en lo tocante al ámbito taurino. Amigo de artistas e intelectuales de reconocido prestigio universal, en determinados círculos fue considerado como uno más de ellos, con lo que situó al Arte de Cúchares en el mismo plano en que podían hallarse el cine, la pintura o la literatura. A todo ello contribuyeron no sólo sus virtudes como matador de toros, sino la inevitable dimensión propagandística con que solía acompañar todos sus actos públicos y, desde luego, el constante ejercicio de sobreafirmación de personalidad de que hacía gala en cualquier circunstancia.

Pero lo cierto es que, en su trayectoria profesional, brilló con luz propia en el conocimiento del oficio y, consecuentemente, en el dominio al que era capaz de someter a cuantas reses caían bajo el mando de sus engaños. Largo de repertorio, aunque demasiado austero para ser encuadrado en la categoría de los diestros artistas, tan pronto era capaz de ejecutar una faena técnicamente irreprochable como de salvar un difícil compromiso por medio de ciertos recursos de lidiador campero, de los que sabía echar mano cuando resultaban imprescindibles.

A la conclusión de la campaña en que había confirmado su alternativa, Luis Miguel Dominguín había cumplido cuarenta y un contratos. En la temporada de 1946 alcanzó la cabeza del escalafón superior, después de haber toreado setenta y dos corridas, y en la siguiente campaña (en la que tuvo lugar la trágica cogida de «Manolete», en un cartel en el que también figuraba Luis Miguel Dominguín) llegó a vestirse de luces en setenta y tres ocasiones. Al término de la temporada de 1948 volvió a situarse en el primer puesto del escalafón de los matadores de toros, después de haber cumplido los cien ajustes acordados. En 1949 toreó setenta y siete corridas, para pasar a continuación a Hispanoamérica, donde extendió su toreo por Perú, Venezuela, Colombia y Ecuador. Precisamente en el transcurso de dicha temporada (concretamente, el día 17 de mayo de 1949) efectuó uno de esos alardes propagandísticos que tanta difusión alcanzaron, cuando en la plaza de toros de Madrid, después de haber ejecutado una soberbia faena, levantó en alto el dedo índice de su mano derecha y se proclamó a sí mismo el número uno del toreo de su tiempo. Otra de sus extravagancias dentro de un coso consistió en ordenar a uno de sus picadores que desmontase de su cabalgadura, para encaramarse él sobre el penco y ejecutar, acto seguido, la suerte de varas.

El primer bache de esta vertiginosa y agresiva carrera tuvo lugar durante la temporada de 1950, en la que sólo intervino en cuarenta funciones. Y aunque a la conclusión de la campaña de 1951 parecía haber alejado cualquier sombra de declive (pues volvió a colocarse en el primer puesto del escalafón, con noventa y ocho festejos toreados), durante aquella temporada de 1951 y a lo largo de la de 1952, tal vez molesto con el progresivo aumento de sus detractores (que lo eran más de su irritante personalidad que de su estilo artístico), no quiso comparecer en Las Ventas; a pesar de ello, acabó el año de 1952 con cincuenta y seis corridas en su haber.

Viajó entonces a tierras hispanoamericanas, por donde anduvo toreando durante un lustro, sin querer vestirse de luces en las arenas peninsulares. Finalmente, el día 4 de agosto de 1957 volvió a hacer el paseíllo en un redondel español, el de El Puerto de Santa María (Cádiz), y sumó al final de dicho año un total de veintidós festejos toreados en España (entre ellos, el de su retorno a Madrid, verificado el día 29 de septiembre). En 1958 se vistió de luces en la Península en cuarenta y cuatro ocasiones, pero volvió a rehuir el compromiso con la primera afición del mundo, circunstancia difícil de admitir en quien aspira a ganar la consideración de gran figura del toreo.

A lo largo de 1959 protagonizó una bien orquestada rivalidad con su cuñado, el torero rondeño Antonio Ordóñez Araujo, rivalidad que surtió de argumentos al libro The dangerous summer (El verano sangriento, 1960), del Premio Nobel norteamericano Ernest Hemingway. Posteriormente volvió a viajar a Hispanoamérica, y a su regreso a España emprendió una campaña de 1960 que dio por concluida después de haber participado en cuarenta y dos funciones. En la última de ellas, celebrada en El Puerto de Santa María (Cádiz) el día 13 de octubre, Luis Miguel Dominguín, que se había encerrado en solitario con seis reses bravas, cortó cuatro orejas y un rabo. Ésta fue la postrera corrida toreada en España por el diestro madrileño en su primera etapa, pues después de ella viajó a tierras de Ultramar y, a su regresó a la Península, anunció su retirada de los ruedos.

Volvió a vestirse de luces el día 10 de junio de 1971, en la plaza de toros de Las Palmas de Gran Canaria, donde cortó una oreja a su primer enemigo. Los toros corridos aquella tarde pertenecían a la divisa de don Samuel Flores (con un remiendo de don José María Soto), y los espadas que acompañaron a Luis Miguel en su retorno fueron el madrileño (aunque nacido accidentalmente en Caracas) Antonio Mejías Jiménez («Antonio Bienvenida»), y el malagueño Miguel Márquez Martín.

Durante aquella campaña de su reaparición protagonizó la extravagancia taurina de hacer dos paseíllos consecutivos (los días 2 y 3 de octubre) en el estadio Tasmajdan de Belgrado (Yugoslavia), habilitado como una improvisada plaza de toros. Posteriormente viajó a México para torear en Monterrey (el día 10 de aquel mismo mes), y puso fin a la temporada a consecuencia de una lesión en la mano derecha, tras haberse vestido de luces en cuarenta y dos ocasiones. En 1972 firmó treinta y cuatro ajustes en España, el último de los cuales, verificado en las arenas de la Ciudad Condal el día 12 de septiembre, ante reses de Sepúlveda y en compañía de Francisco Ruiz Miguel y Julio Robles, se convirtió en su definitiva despedida de los ruedos españoles. En efecto, el día 1 de diciembre de dicho año de 1972, en la plaza de toros de Quito (Ecuador), un toro perteneciente a la ganadería de Galache le causó una fractura de peroné, lo que precipitó su abandono del ejercicio activo del toreo.

En 1994, con motivo del cincuentenario de su toma de alternativa, Luis Miguel Dominguín fue objeto de un multitudinario homenaje en Madrid.

Bibliografía

  • ABELLA, Carlos. Luis Miguel Dominguín (Madrid, 1995).
  • DOMÍNGUEZ ANTIGÜEDAD, Alfredo. Y el nombre se hizo renombre. La novela de Luis Miguel (Madrid, 1949).
  • GUILLÉN, Curro (pseudónimo). Dos dinastías famosas de toreros. Los Bienvenida. Los Dominguín (Madrid: A. Vassallo, 1961).
  • PORTOLÉS, Alfredo. Luis Miguel Dominguín. (Anécdota, arte y triunfo… del torero madrileño) (Madrid: Tall. José Celorio Ortega, 1946).

Autor

Felicidades maestro Curro. Cumplió 90

Uno de las leyendas vivas del toreo, Curro Romero, cumplió 90 años. En el titular he reseñado maestro Curro, No hace falta decir pero por si acaso nos referimos a uno de los grandes del toreo del siglo XX, Curro Romero a quien el poeta José León le dedica estas lisonjas :

«Que ya no huele a romero
Las tardes del Baratillo
No se asoma el Giraldillo
Pa ver al Faraón de Camas
Con su grana capotillo»
𝑱𝒐𝒔é 𝑳𝒆ó𝒏- «Adónde se fue la feria»,

Francisco Romero López, Curro Romero en los carteles, cumplió 90 años , convertido en un mito vivo del toreo y en una figura inconfundible del paisaje de la tauromaquia contemporánea.

Nacido el 1 de diciembre de 1933 en la localidad sevillana de Camas, se retiró en silencio de los ruedos tras torear un festival benéfico en La Algaba (Sevilla), un mano a mano con Morante de la Puebla, el 22 de octubre de 2000. Cerraba así una singular trayectoria que se había iniciado el 25 de julio de 1954, día de su debut en la plaza de La Pañoleta.

Curro lo celebra íntimamente: un almuerzo con Carmen, su mujer y compañera eterna, con su hija y con uno de sus grandes amigos, José María García, y su esposa, Montse Fraile.

No habían previsto nada especial, pero sus amigos han decidido viajar a Sevilla para felicitarle personalmente y fue una comida informal e íntima.

Con motivo de este 90 cumpleaños, se ha editado también un libro que recoge un paseo por su vida, casi un siglo ya, en la que ha habido de todo. Acompañado de Carmen Tello, acudía a la presentación de la obra ‘Aromas de Romero’, de la saga fotográfica Arjona. El acto fue presentado en el Teatro de la Fundación Cajasol de Sevilla por Juan Belmonte esta semana.

El momento cumbre de un cumpleaños es el pastel. Y si es con velas, mejor. Pero a Curro lo de soplar…:»Por gustarle no le gusta ni que le feliciten y ese día hasta desconecta el teléfono. Es un hombre muy discreto, reservado y tímido, aunque él me dice que más bien es prudente», matiza entre risas Carmen Tello.

Y este mito del toreo define así su paso fulgurante por los ruedos :  “Torear me producía sensaciones muy extrañas”.

49 años de la alternativa de Jorge Herrera

Margarita Suárez, la esposa del maestro Jorge Herrera me recuerda los 49 años ( en el 2’024 será el medio siglo ) de la alternativa del torero de Fusagasugá.

Me dice la estimadísima colega : Hoy cumple 49 años de alternativa como Matador de Toros, mi esposo JORGE HERRERA. La recibió el 20 de octubre de 1974 en Benidorm. Padrino: Palomo Linares. Felicitaciones!!! La confirmó el 16 de mayo de 1976 en la Plaza de las Ventas en Madrid. Padrino: Palomo Linares. Testigo: Francisco Rivera Paquirri.

Y UN CARTEL HISTORICO…

Un día como hoy expiró Manolete

Fue en Linares. El toro de Miura hiere mortalmente a Manolete quien dejó de existir al día siguiente, 29 de agosto. No veo…no veo…Qué disgusto voy a darle a mi madre exclamó el torero cordobés a quien la afición colombiana pudo ver en Bogotá y Medellín.

Manolete con su progenitora, doña Angustias

La cornada del Miura «Islero» ocurrió en la tarde del 28 de agoto y un día como hoy, 29, en la madrugada, el cordobés expiró tras un procedimiento de transfusión sanguínea.

 Lo operó el doctor Fernando Garrido, asistido por su equipo médico. Se le transfundió sangre por el sistema anticuadísimo de brazo a brazo. La sangre pertenecía a un cabo de la policía armada. La sangre se había analizado por una farmacéutica que dictaminó que era del grupo cero. También se le hizo una transfusión de un profesional del toreo retirado, Parrao. «Yo era el tercer donante, por lo que me pusieron una goma en el brazo para prepararme. En ese momento llegó un señor con un maletín y dijo que había llegado el plasma…», contaba el fotógrafo Canito.

A las 5 y 7minutos de la madrugada del 29 de agosto, expiró Manolete.

Foto del maestro en Bogotá

LA MAGNÍFICA FOTO DE MANUEL H DE MANOLETE EN LA SANTAMARIA

MANOLETE VISTO POR ELMAESTRO PERUANO HUMBERTO PARRA

Un 28 agosto 1947, se encuentran el cuarto califa cordobés Manuel Rodríguez Sánchez “MANOLETE” e Islero de Miura, en una pequeña plaza de Jaén, en Linares, la historia nos trae hasta hoy su recuerdo y tributo. La leyenda continúa. Grande, muy grande, caído por el arte!! MANOLETE!!!

ISLERO….ISLERO

Manolete toreó el 26 de agosto en Santander pero a lo largo de los últimos meses, decía de manera premonitoria :

 En la entrevista con José María Carretero ‘El Caballero Audaz’ quien lo entrevistó mientras convalecía de una cornada sufrida en su última actuación en Madrid, en la Corrida de la Beneficencia, le contó : “Estoy harto de ser un anacoreta y no gozar de la vida y de lo que he ganado. La temporada es una permanente tortura. ¡Dios mío! ¿Cómo quedaré en esta corrida? ¿Me matará un toro esta tarde? ¿Volveré a ver a mi madre? ¡En octubre me retiro de todas maneras!”…..

Faltaban menos de dos meses para que dejara de existir en Linares, víctima de una cornada mal tratada clínicamente tras la cornada de «Islero’ de Miura; deceso causado por un plasma infectado e incompatible que le aplicó su médico de confianza, el doctor Jiménez Guinea, a quien condujeron de emergencia a Linares, por la gravedad de la cornada.

( Manolete en Linares. LAS IMAGENES QUE ABRE ESTA NOTA Y ÉSTA SON AUTORIA DEL MAESTRO CANO)

Toros. El torero saluda al público en la corrida de Linares en la que fue herido de muerte. Vertical

Y narró Manolete al periodista :

“Me eduqué en los Salesianos de Córdoba; cuando hice el primer año, mi madre estaba en la ruina

total; tuvieron que sacarme del colegio. Hasta entonces, en casa se había vivido bien; pero se acabó el dinero y empezaron los apuros; no exagero si digo que pasé hambre. Me encontré en la calle muy pequeño, con enclenque figura, rodeado de una casta de toreros, primos y parientes; todos eran o querían ser toreros. Aquel ambiente influyó mucho en mí; pero, sobre todo, el deseo de aplacar las necesidades de mi madre.

TRES GRANDES EN EL SEPELLIO DE MANOLETE. BELMONTE, EL GALLO Y MANUEL MEJIAS RAPELA, EL PAPA NEGRO

ETERNO MANOLETE Y GLORIA A ÉL

Hoy se celebra el centenario de nacimiento del gran poeta colombiano Älvaro Mutis

Fue locutor de radio , narrador de radionovelas, imitó la voz del expresidente Alberto LLeras resolviendo una incomoda situación al averiarse el sonido, fue quien invitó al nobel Gabriel García Márquez a que leyera a Juan Rulfo » para que aprenda » (con esa socarronería del vate tolimense) , de orígenes gaditanos pues en su ADN estaba nada más ni nada menos que el sabio Mutis ), estuvo preso en México país donde residió hasta su deceso y fue monárquico por convicción, y ganó los prestigiosos premios reina Sofía de poesía y El Cervantes, el Nobel en lengua castellana en 2001.

Fuera anécdotas , es uno de los grandes poetas de América y en la lengua de Castilla :

«»»»»Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
cono tren en la noche de las páramos «»»»»».

El colega Vicente Gutierrez y un perfil del maestro colombiano, ganador del premio de poesía reina Sofía de España.

 siempre tenía a la mano la navaja afilada, el verduguillo, el sentido del humor o la espada de la carcajada que, en su caso, era como un flujo incontenible, una cascada, un sentido del humor que de alguna manera aparece en su obra narrativa, donde hay gran inteligencia”, dice a MILENIO el maestro Adolfo Castañón, quien recuerda así al escritor colombiano.

Mutis (Colombia, 1923-México, 2013) cumpliría hoy 100 años, y para el poeta y ensayista mexicano, en este aniversario se impone una mínima reflexión sobre el concepto de su grandeza.

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“El grande es egregio, no es como los demás. Él, por fuerza, está más cerca del cielo y por inercia también le cuesta más trabajo desprenderse de la tierra a la que está muy arraigado. En cierto modo vamos a decir que un poeta como Álvaro Mutis está prisionero de su propia gravedad”.

Mutis arribó a México desde Bogotá en 1956 buscando fortuna y acabó en la cárcel de Lecumberri durante 15 meses, experiencia que lo transformó y que se puede leer en el libro Las cartas de Álvaro Mutis a Elena Poniatowska.

“Álvaro Mutis llegó a México en 1956 con 6 mil dólares en la bolsa y dos cartas de recomendación, una para Luis Buñuel y otra para Luis de Llano Palmer. En Bogotá se le había acabado el mundo. Acusado de fraude por la Standard Oil, la Esso”, se lee en Encierro que arde, también escrito por Poniatowska, quien fue una de sus mejores amigas.

“Mutis conoció muy bien el desastre, la cárcel, la penuria, la enfermedad y el destierro, tuvo una vida intrigante, en cierto modo no fue un exiliado, pero podemos decir que sí fue una especie de emigrado permanente. El sujeto poético de Álvaro Mutis es un ser solidario con las miserias y las enfermedades de la humanidad, como muestra en Maqroll el Gaviero”, opina Castañón.
El escritor dice que este personaje “surge de una voz grave del poeta que ha sabido conocer lo que ya dije: la miseria, la cárcel, la enfermedad, pero sobre todo la impotencia que se siente a lo largo de toda su obra y que lo lleva a crearlo. De aquí se desprende una lágrima seca, la de la lucidez del que conoce la caída. No lo lamenta sino que muy dandy, muy elegante, estudia la forma en que se precipita porque Mutis siempre vio las cosas desde otro punto de vista”.

Maqroll el Gaviero es el personaje emblema del escritor colombiano.



Servidor de la poesía
“En su obra narrativa hay una gran inteligencia, pero detrás de esa grandeza de la que hablo, también hay que admitir que hay una gran fragilidad y una sensibilidad muy peculiar hacia el dolor, hacia lo atroz y esta combinación de cantidades mentales e intelectuales, físicas, incluso, confiere al poeta Álvaro Mutis una conciencia ética, política y de sensibilidad».


Castañón cuenta que hay una cresta por los 100 años, pero considera que la obra de Mutis siempre ha sido valorada en México, Colombia y en el mundo.

“Hay un gran momento, una gran invitación para revalorar eso que pasó, que se llama Álvaro Mutis, autor colombiano, mexicano e hispanoamericano cuyo nombre algunos atesoramos, no solo como un gran poeta que extrañamos, sino como un día de vida cotidiana y un maestro de lo impronunciable, de lo que se dice, de lo no se puede decir, un maestro del silencio que hay que redescubrir”.

Alberto Ruy-Sánchez comenta: “Seguí muy de cerca toda la obra de Álvaro y los altibajos naturales de su valoración. Como autor excepcional que fue tuvo grandes momentos, y por lo mismo siempre merece atención detallada, precisa, y que las nuevas generaciones lo descubran”.
Jorge F. Hernández rememora la forma en que conoció a Mutis, quien, incluso, lo corrigió.

“Diego García Elío (editor) era prácticamente sobrino de Álvaro y por un azar afortunado me presentó con él, y no pocas sobremesas y visitas a su biblioteca sirvieron para hincharme de recomendaciones y contagios de libros, lugares, películas, música e, incluso, la inmensa generosidad de corregirme el cuento ‘Las vías del olvido’, que he publicado con un epígrafe del gran Álvaro, como constancia de que cada vez que lo leo, lo evoco y lo echo de menos… hago Mutis”.


En 1997, el escritor recibió el Premio Reina Sofía de Poesía. En su discurso dijo algo que lo definió: “Este premio representa sin duda para mí el momento más pleno y decisivo de mi vida de escritor. Quienes se detengan hoy en alguna página escrita por mí, sabrán que he sido y seré siempre y antes que nada un modesto servidor de la poesía”.

Los recuerdos
Poeta, novelista y periodista también trabajó en la radio, fue locutor de noticias e incluso pionero del doblaje en México; uno de sus personajes más famosos fue el narrador de la serie de televisión Los intocables.

“Es sabido que Mutis, tenía un gran talento para imitar y una de las que mejor le salían era la voz de Pablo Neruda, que se sabía de memoria, entre muchos otros escritores que no voy a nombrar”, recuerda Castañón.
El escritor Fernando del Paso (1935-2018) recordó a su amigo cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2007: “Era incomparable. A él (Mutis) le debo también el conocimiento de autores maravillosos que siempre me han acompañado. De alguna manera, Mutis me parece un personaje salido de un libro de Marcel Proust. Un personaje, desde luego, lleno de vida y alegría, a quien la cultura y el buen humor le salen por los poros”.

Durante estos meses, en Colombia se han llevado a cabo homenajes y se publicaron dos libros. Uno es una recopilación de dos volúmenes con las obras de Maqroll el Gaviero el otro se llama Los sueños intactos (Ediciones del Lirio), con ensayos, entrevistas y textos, y puede conseguirse en México.

“Yo recuerdo la alegría de él, la libertad que le daba en el trato no solo mí, a cualquiera, a todos, tú te sentías querido, oído y te sentías libre”, dijo Santiago Mutis, en una entrevista para Noticias Caracol, al recordar a su padre. Además, presentó en Colombia Los dones del agua, un elemento clave en su obra poética

Y fusilaron a Federico…

Federico García Lorca, uno de los poetas más insignes de nuestra época, nació en Fuente Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega granadina, el 5 de junio de 1898, el año en que España perdió sus colonias. Su madre, Vicenta Lorca Romero, había sido durante un tiempo maestra de escuela, y su padre, Federico García Rodríguez, poseía terrenos en la vega, donde se cultivaba remolacha y tabaco. En 1909, cuando Federico tenía once años, toda la familia -sus padres, su hermano Francisco, él mismo y sus hermanas Conchita e Isabel- se estableció en la ciudad de Granada, aunque seguiría pasando los veranos en el campo, en Asquerosa (hoy, Valderrubio), donde Federico escribió gran parte de su obra.

(FUENTE VAQUEROS )

Más tarde, aun después de haber viajado mucho y haber vivido durante largos períodos en Madrid, Federico recordaría cómo afectaba a su obra el ambiente rural de la vega: Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribir Bodas de sangre.

Una vida, en breve

Federico García Lorca, uno de los poetas más insignes de nuestra época, nació en Fuente Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega granadina, el 5 de junio de 1898, el año en que España perdió sus colonias. Su madre, Vicenta Lorca Romero, había sido durante un tiempo maestra de escuela, y su padre, Federico García Rodríguez, poseía terrenos en la vega, donde se cultivaba remolacha y tabaco. En 1909, cuando Federico tenía once años, toda la familia -sus padres, su hermano Francisco, él mismo y sus hermanas Conchita e Isabel- se estableció en la ciudad de Granada, aunque seguiría pasando los veranos en el campo, en Asquerosa (hoy, Valderrubio), donde Federico escribió gran parte de su obra.

Más tarde, aun después de haber viajado mucho y haber vivido durante largos períodos en Madrid, Federico recordaría cómo afectaba a su obra el ambiente rural de la vega: Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribir Bodas de sangre.

En sus poemas y en sus dramas se revela como agudo observador del habla, de la música y de las costumbres de la sociedad rural española. Una de las peculiaridades de su obra es cómo ese ambiente, descrito con exactitud, llega a convertirse en un espacio imaginario donde se da expresión a todas las inquietudes más profundas del corazón humano: el deseo, el amor y la muerte, el misterio de la identidad y el milagro de la creación artística.

Primeros pasos: Fuente Vaqueros

El traslado de la familia del campo a la ciudad afectó profundamente a Federico. En 1916 o 1917, cuando empezaba a interesarse por la literatura, redactó un largo ensayo autobiográfico en el que evocaba Fuente Vaqueros, aquel pueblecito muy callado y oloroso de la vega de Granada. El pueblo está rodeado de chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros y de sus sauces y zarzales que en el verano dan frutos dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las acequias besando al agua. En verano el olor es de paja que en las noches, con la luna, las estrellas, y los rosales en flor, forma una esencia divina que hace pensar en el espíritu que la formó.

En estas páginas autobiográficas intentó captar sus experiencias en la escuela, los juegos con los amigos, el ambiente de su casa y su asombro ante las desigualdades sociales; como recordó en una entrevista: Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón. Como resultado de su nueva vida en Granada experimentó una sensación de ruptura con aquel pasado en el campo y, desde el umbral de la adolescencia, exclamó: Hoy de niño campesino me he convertido en señorito de ciudad […] Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo y cuando me ven casi no se atreven a tocarme con sus manazas sucias y de piedra por el trabajo. ¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza? ¿Creéis que la ciudad me ha cambiado? No… Vuestras manos son más sanas que las mías. Vuestros corazones son más puros que el mío. Vuestras almas de sufrimiento y de trabajo son más altas que mi alma. Yo soy el que debiera estar cohibido ante vuestra grandeza y humildad. Estrechad, estrechad mi mano pecadora para que se santifique entre las vuestras de trabajo y castidad.

Los viajes de estudios

Durante su adolescencia, Federico García Lorca sintió más afinidad por la música que por la literatura. De niño le fascinó el teatro, pero estudió también piano, tomando clases con Antonio Segura Mesa, ferviente admirador de Verdi. Su primer asombro artístico surgió no de sus lecturas sino del repertorio para piano de Beethoven, Chopin, Debussy y otros. Como músico, no como escritor novel, lo conocían sus compañeros de la Universidad de Granada, donde se matriculó, en el otoño de 1914, en un curso de acceso a las carreras de Filosofía y Letras y de Derecho.

El ambiente intelectual que rodeaba al joven estudiante era de una riqueza sorprendente para una ciudad provinciana. En la tertulia llamada «El Rinconcillo», del animado café Alameda, García Lorca se reunía con frecuencia con un grupo de jóvenes de talento que llegarían a ocupar puestos importantes en el mundo de las artes, la diplomacia, la educación y la cultura. En la Universidad, dos profesores le abrieron camino: Fernando de los Ríos, profesor de Derecho Político Comparado y futuro adalid del socialismo español, y Martín Domínguez Berrueta, titular de Teoría de la Literatura y de las Artes.

Con Domínguez Berrueta hicieron Federico y sus compañeros una serie de viajes de estudios a Baeza, Úbeda, Córdoba y Ronda (junio de 1916); a Castilla, León y Galicia (otoño del mismo año); otra vez a Baeza (primavera de 1917); y un último viaje a Burgos (verano y otoño de 1917). Estos viajes pusieron a Federico en contacto con otras regiones de España y ayudaron a despertar su vocación como escritor. Fruto de ello sería su primer libro de prosa, Impresiones y paisajes, publicado en 1918 en edición no venal costeada por el padre del poeta. No se trata de un simple diario de sus excursiones, sino de una pequeña antología de sus mejores páginas en prosa. El joven poeta discurre sobre temas políticos -la decadencia y el porvenir de España, sus inquietudes religiosas, la vida monacal- y sus intereses estéticos, como eran el canto gregoriano, la escultura renacentista y barroca, los jardines o la canción popular.

Con la publicación de Impresiones y paisajes y la muerte de su profesor de música al año siguiente, el aprendiz de músico entró, en palabras suyas, en el reino de la Poesía y acabé de ungirme de amor hacia todas las cosas. En el otoño de 1918 confesaría: Me siento lleno de poesía, poesía fuerte, llana, fantástica, religiosa, mala, honda, canalla, mística. ¡Todo, todo! ¡Quiero ser todas las cosas!.

Madrid

Primavera de 1919. Varios miembros de «El Rinconcillo» se habían trasladado ya a la capital y, en marzo de ese mismo año, José Mora Guarnido escribía a Federico desde Madrid: Debías venir aquí; dile a tu padre en mi nombre que te haría, mandándote aquí, más favor que con haberte traído al mundo».

Fue Fernando de los Ríos quien, al fin, tuvo que convencer a los padres del poeta para que le dejaran salir de Granada y seguir con sus estudios en la Residencia de Estudiantes de Madrid, dirigida por Alberto Jiménez Fraud. Así pasó Federico a formar parte de una institución que pretendía ser, en palabras de su director, un hogar espiritual donde se fragüe y depure, en corazones jóvenes, el sentimiento profundo de amor a la España que se está haciendo, a la que dentro de poco tendremos que hacer con nuestras manos.

Fundada a semejanza de los colleges de Oxford y Cambridge, la Residencia de Estudiantes representaba, en aquel entonces, un punto de contacto importantísimo entre las culturas española y extranjera. Aquel hervidero intelectual supuso un excelente caldo de cultivo para el desarrollo del poeta. Su vida en «la Colina de los Chopos» le dio una nueva visión de la responsabilidad del artista frente a la sociedad y reforzó su amor por la cultura, desde la clásica a la popular española. Así, entre 1919 y 1926, Federico conoció a muchos de los más importantes escritores e intelectuales del país. En la Residencia se hizo amigo de Luis Buñuel, de Rafael Alberti o de Salvador Dalí. Además, gracias a la muy activa política cultural de Jiménez Fraud, pasaron por allí numerosos conferenciantes, científicos, músicos y escritores extranjeros: Claudel, Valéry, Cendrars, Max Jacob, Marinetti, Madame Curie, H. G. Wells, Le Corbusier, Chesterton, Wanda Landowska, Ravel, Milhaud, Poulenc…

Los dos primeros años de Federico en la capital (1919-1921) constituyeron una época de intenso trabajo. Sus caminatas por la ciudad, sus visitas a Toledo con Pepín Bello, Buñuel y Dalí, sus encuentros con directores teatrales -como Eduardo Marquina o Gregorio Martínez Sierra– y con la vanguardia -los ultraístas, Ramón Gómez de la Serna o el creacionista Vicente Huidobro-, aún le dejaron tiempo para terminar y publicar su Libro de poemas, componer las primeras Suites, estrenar El maleficio de la mariposa -que fue un fenomenal fracaso- y elaborar otras piezas teatrales. No perdió tampoco la oportunidad de conocer a Juan Ramón Jiménez, a quien acudió con una carta de presentación de Fernando de los Ríos en 1919: Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos: recíbalo usted con amor, que lo merece; es uno de los jóvenes en que hemos puesto más esperanzas -y a la que respondió Juan Ramón de esta manera: Su poeta vino y me hizo una excelentísima impresión. Me parece que tiene un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo.

Con aquella visita se inició una amistad duradera, y la correspondencia de Lorca deja claro que Juan Ramón -generoso mentor de todos los poetas jóvenes de aquel entonces- tuvo una influencia decisiva en su visión del quehacer poético. Durante los siguientes dos años ayudó a Federico a publicar algunos de sus versos en revistas de prestigio, como EspañaLa Pluma o Índice, y le convenció para que editara su Libro de poemas en la imprenta de Gabriel García Maroto, en vez de hacerlo en una editora comercial más grande, para que Federico tuviera la oportunidad de cuidar, él mismo, de todos los aspectos de la edición.

Libro de poemas contiene versos seleccionados, con la ayuda de su hermano Francisco, de todo lo que había escrito desde 1918. Algunos de ellos giran alrededor de la fe religiosa, tema al que había dedicado cientos de páginas en prosa y en verso. Otros tratan del anhelo del poeta de unirse con la naturaleza o de recuperar una infancia perdida. En versos que recuerdan al primer Juan Ramón Jiménez, a Rubén Darío y a poetas menores del modernismo hispánico, el poeta lamenta que la razón y la retórica hayan reemplazado la fe poética que poseía como niño.

Cuando se publicó este libro, en mayo de 1921, Federico ya se había entregado a otros proyectos y volvió a Granada ilusionado con la composición de sus Suites. El entusiasmo señalado por Juan Ramón le llevaba hacia el estudio del folclore: títeres, cante jondo, la canción popular. Estaba a punto de conocer a Manuel de Falla.

Granada y Manuel de Falla

Falla se había trasladado a Granada a mediados de septiembre de 1920, y en el verano de 1921 se instaló en el Carmen de Santa Engracia, próximo a la Alhambra, donde Federico le visitó con frecuencia. El poeta se sintió pronto íntimamente ligado al compositor al compartir con él su amor por la música, los títeres, el cante jondo…

Entre los primeros en dar al compositor la bienvenida a Granada, en 1920, estuvo el grupo de jóvenes amigos que se reunía en el café Alameda de la plaza del Campillo, y que formaba la ya citada tertulia de «El Rinconcillo». José Mora Guarnido explicaba así el nombre dado a la tertulia: En el fondo del café Alameda, detrás del tabladillo en donde actuaba un permanente quinteto de piano e instrumentos de cuerda, había un amplio rincón donde cabían dos o tres mesas con confortables divanes contra la pared, y en aquel rincón […] plantaron su sede nocturna un grupo de intelectuales granadinos: los dos hermanos Lorca, los periodistas Melchor Fernández Almagro, José Mora Guarnido y Constantino Ruiz Carnero, los futuros poetas o críticos José Fernández Montesinos, Miguel Pizarro y José Navarro Pardo, y los pintores Manuel Ángeles Ortiz, Ismael González de la Serna o Hermenegildo Lanz, entre otros.

La vida granadina de Federico a partir de 1920 o 1921 giró, pues, alrededor de esos dos focos culturales: Falla y los integrantes de «El Rinconcillo». Estos últimos intentaban dar nuevo brío a la vida cultural de la ciudad, defendiendo aquella parte del patrimonio artístico que pudiera orientar a las nuevas generaciones en su rebelión contra el «costumbrismo» y el «color local», y asustando a la «Beocia burguesa», en palabras de Mora. Algunos de los proyectos apenas transcendieron el ámbito local, como, por ejemplo, la colocación de azulejos conmemorativos en honor a los «viajeros europeos ilustres» que habían contribuido al conocimiento de Granada en el extranjero. Otros, sin embargo, tuvieron repercusión en el resto de España y Europa, especialmente el Primer Concurso de Cante Jondo, celebrado en junio de 1922.

Promovido por Falla, Lorca e Ignacio Zuloaga, y apoyado por el Ayuntamiento de Granada, aquel concurso tenía varios objetivos: marcar la diferencia entre el cante jondo -de orígenes antiquísimos, según Lorca y Falla- y el cante flamenco -creación, según ellos, más reciente-; ganar respeto para el cante jondo como arte; preservarlo de la adulteración musical y de la amenaza de los cafés cantantes y la ópera flamenca; premiar a los cantaores no profesionales, y demostrar la influencia que habían tenido el cante, el baile y el toque jondos no sólo en la música española, sino también en la francesa y la rusa. El concurso fue un atrevido intento de conectar el arte musical de Andalucía con el arte «universal». La fórmula estética de Falla –de lo local a lo universal– iba a fijarse para siempre en el corazón de su joven discípulo.

Meses antes del concurso Federico pronunció, para educar al público granadino, una de las conferencias que más revelan sobre su propios principios estéticos «Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo»; texto que revisaría años después al leerla en Argentina, Uruguay y en varias ciudades españolas.

Otro fruto de su interés por el cante jondo fue su segundo libro de versos, Poema del cante jondo, escrito en 1921 y publicado una década más tarde. En este libro, como en sus Suites, Lorca explora las posibilidades de la secuencia de poemas cortos. Sin llegar al pastiche, se inspira en la brevedad, intensidad y concentración temática de las coplas del cante jondo, que habían sido para él toda una revelación artística: Causa extrañeza y maravilla cómo el anónimo poeta del pueblo extracta en tres o cuatro versos toda la rara complejidad de los más altos momentos sentimentales en la vida del hombre.

El poeta acariciaba la idea de crear con el compositor gaditano un teatro ambulante, Los Títeres de Cachiporra, que sería comparable, en su tratamiento estilizado del folclore, a los Ballets Russes de Diaghilev, con los que Falla había colaborado. En casa del poeta ofrecieron ambos, a sus familiares y amigos, un espectáculo inolvidable de títeres en la festividad de los Reyes Magos de 1923, en el que, con Falla al piano, estrenó Federico La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón y se interpretó -«por primera vez en España», según Federico- La historia del soldado de Igor Stravinski. Fiesta en que se reunían, pues, lo tradicional (La niña… se basaba en un viejo cuento andaluz) y las corrientes musicales más modernas.

La amistad de Falla seguiría orientando a Federico García Lorca a la hora de reconciliar las nuevas corrientes estéticas con las formas populares. En 1923, Falla y Lorca estaban colaborando en una opereta lírica, Lola, la comedianta, nunca terminada, y al año siguiente el compositor ayudó a Federico a dar la bienvenida al poeta Juan Ramón Jiménez, quien visitó a la familia García Lorca durante el mes de julio de 1924.

Cadaqués y Salvador Dalí

En abril de 1925, desde la Residencia de Estudiantes, Federico anunció a sus padres que había recibido una invitación para pasar la Semana Santa en Cadaqués con su amigo Salvador Dalí: Dalí me invita espléndidamente. He recibido una carta de su padre, notario de Figueras, y de su hermana (una muchacha de esas que ya es volverse loco de guapas) invitándome también, porque a mí me daba vergüenza de presentarme de huésped en su casa. Pero son una clase de familia distinta a lo general y acostumbrada a vida social, pues esto de invitar gente a su casa se hace en todo el mundo menos en España. Dalí tiene empeño en que trabaje esta Semana Santa en su casa de Cadaqués y lo conseguirá, pues me hace ilusión salir unos días a pleno mar y trabajar y ya sabéis vosotros cómo el campo y el silencio dan a mi cabeza todas las ideas que tengo.

Fue el primer viaje de Federico a Cataluña, y aquella visita y una segunda estancia más larga, entre mayo y julio de 1927, dejaron una huella profunda en la vida y obra de ambos.

Dalí había ingresado en 1922 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y vivía en la Residencia, donde había trabado amistad con el poeta granadino. Durante cinco años, desde 1923 hasta 1928, los mundos artísticos de Dalí y de Federico se compenetraron hasta tal punto que Mario Hernández ha hablado, con razón, de un período daliniano en la obra del poeta, y Santos Torroella, de una época lorquiana en la del pintor. Fruto de esta amistad, que se convirtió en pasión amorosa, fue la «Oda a Salvador Dalí», que Federico publicó en abril de 1926 en la  Revista de Occidente, poema «didáctico» -así lo llama- en que canta …un pensamiento / que nos une en las horas oscuras y doradas.

En sus discusiones en Madrid y Cadaqués, y en un riquísimo epistolario que se ha conservado sólo en parte, los dos amigos abordaban cuestiones estéticas de hondo interés para ambos. Juntos exploraron la pintura y la poesía contemporáneas y el arte del pasado. Cuando Federico preparaba su tragedia Mariana Pineda, en la que intentaba captar la historia de la heroína granadina en bellas «estampas» románticas, le pidió a Dalí que diseñara el decorado para su estreno en Barcelona (1927). Otros proyectos se quedaron en pura conversación, como el Libro de los putrefactos, una serie de dibujos satíricos de Dalí que iba a incluir un prólogo, jamás escrito, de Federico.

Dalí alentó al granadino en su esfuerzo por comprender la pintura moderna (véase su conferencia «Sketch de la nueva pintura») y lo animó como dibujante, reseñando su primera exposición, en el verano de 1927, en las Galeries Dalmau de Barcelona; Y fue Federico, sin duda, quien más animó a Dalí como escritor. En 1928, la granadina Gallo -revista literaria impulsada por Lorca y dirigida por su hermano Francisco- publicó las traducciones al español del «San Sebastián» de Dalí -un ensayo, en forma de narración, en que expone su estética de la «santa objetividad»- y del «Manifiesto antiartístico catalán», firmado por Dalí, Sebastià Gasch y Lluís Montanyà.

La estética de Dalí le sirvió a Federico como estímulo cuando empezaba a cultivar, a partir de 1927, una poesía de «evasión», en la que se daba menos importancia a la metáfora que a lo que Federico llamó -sirviéndose de la expresión de Dalí- el «hecho poético»: la imagen que pretende «evadirse» de cualquier explicación racional (véase su conferencia «Imaginación, inspiración, evasión»).

De la mano de Dalí pudo adquirir Federico un conocimiento más profundo del arte popular y culto de Cataluña, región por la que sentiría siempre gran afecto. Si el ingreso en la Residencia de Estudiantes le había permitido trascender las limitaciones del medio granadino, los viajes a Cataluña le revelaron las limitaciones del mundo cultural de Madrid.

Viaje a Luis de Góngora

Mientras Federico descubría el mundo cultural de Cataluña, los poetas españoles estaban a punto de rescatar y celebrar a un poeta barroco cuya estética -originalidad de la metáfora, esplendor sintáctico y léxico- les impresionaba hondamente. Luis de Góngora y Argote (1561-1627) dejó huella en la poesía de García Lorca -por ejemplo, en «La sirena y el carabinero» y en algunos de los romances gitanos-, y la celebración de su tricentenario sirvió para aunar a los poetas españoles en lo que algunos de ellos empezaron a llamar una «generación». Los amigos de Lorca -Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre- se conocen hoy en día como integrantes de aquella Generación del 27.

El cri de guerre inicial lo lanzó Gerardo Diego en un ensayo titulado «Escorzo de Góngora». Desde Valladolid, en febrero de 1924, Jorge Guillén acusa recibo de ese ensayo y de este nuevo «contemporáneo»: Aunque esto de las generaciones es casi un mito, y casi una tontería, sin embargo, siento cada día más vivamente la convivencia con mis verdaderos contemporáneos. Sí, creo en la contemporaneidad de los espíritus. Leyendo, atisbando su Góngora, me siento tan aludido que ¿cómo no expresarlo, cómo no sacar esta alusión a evidencia amistosa? [Correspondencia. Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén (1920-1983), edición de José Luis Bernal, pp. 47-48.]

Dos años más tarde, Lorca envió a Guillén las primicias de un hermoso ensayo suyo leído como conferencia en febrero de 1926: «La imagen poética de don Luis de Góngora», donde expresaba la imponderable grandeza del poeta cordobés. Según Lorca, Góngora armonizaba mundos diversos gracias a su uso de la mitología, dominó como nadie el mecanismo de la metáfora y de la inspiración, y su lenguaje cayó sobre la lengua española como un rocío vivificador. Otros poetas amigos, desde Rafael Alberti hasta Gerardo Diego, Guillén o Dámaso Alonso, pusieron en marcha una campaña de homenaje y divulgación en torno a la figura y obra de Góngora, campaña que, en efecto, marca un fenómeno «generacional» (se abstienen Machado, Unamuno, Juan Ramón Jiménez…) y que culmina con el viaje de sus promotores a Sevilla.

En diciembre de 1927, en el Ateneo de aquella ciudad, el grupo formado por el propio Lorca, Alberti, Cernuda, José Bergamín, Juan Chabás, Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Mauricio Bacarisse, comunicó a un público entusiasta una nueva visión no sólo de Góngora sino de su propio arte frente al de las generaciones anteriores. En la más sustanciosa y sabia de esas intervenciones, Dámaso Alonso pidió una completa revisión de los valores de la literatura pretérita. Expuso un nuevo enfoque de la literatura española, arguyendo que al lado del realismo y del «vulgarismo» asociados habitualmente con las letras españolas había una corriente de aristocrático idealismo ejemplificado por la obra de don Luis y por la de los poetas modernos que se agrupaban en torno a él.

El viaje en tren de Madrid a Sevilla fue narrado graciosamente por Jorge Guillén en una serie de cartas a su mujer, Germaine Cahen (editadas por Biruté Ciplijauskaité): Es absurdo -escribe Guillén-. Ni antes, ni después de ahora volveré a contemplar todo un departamento de un vagón, lleno de estos animales llamados poetas.

Los actos oficiales -dos veladas literarias y un banquete en la venta de Antequera- fueron conmemorados en la prensa sevillana de aquel entonces. Años después, Dámaso Alonso, Luis Cernuda y Rafael Alberti recordarían con nostalgia otros pormenores de la celebración: una juerga en Pino Montano -el cortijo del torero Ignacio Sánchez Mejías, que había costeado la excursión-, la travesía nocturna del Guadalquivir, el primer encuentro de Cernuda y García Lorca…

Entre 1924 y 1927, pues, puede decirse que Federico García Lorca llegó a su madurez como poeta, atento al arte del pasado y formando parte de uno de los grupos poéticos, en palabras suyas, «más importantes de Europa, por no decir el más importante de todos».

Un poeta en Nueva York

El éxito crítico de Canciones (1927) y el éxito popular de Primer romancero gitano, publicado en julio de 1928, dejó descontento a Federico García Lorca, que, en cartas a sus amigos en el verano de 1928, confesaba estar atravesando una gran crisis sentimental, una de las crisis más hondas de mi vida. [Cartas a Sebastià Gasch y a José Antonio Rubio Sacristán, agosto de 1928]. Estoy convaleciente de una gran batalla y necesito poner en orden mi corazón. Ahora sólo siento una grandísima inquietud. Es una inquietud de vivir, que parece que mañana me van a quitar la vida [A Rafael Martínez Nadal, agosto de 1928].

Esta crisis debió de agravarse en septiembre, cuando el poeta recibió en Granada una durísima carta de Dalí sobre el Romancero gitano, en la que argüía el pintor catalán que gran parte de la obra estaba ligada en absoluto a las normas de la poesía antigua, incapaz de emocionarnos, y que el libro pecaba de «costumbrismo» y moviéndose dentro de la ilustración y de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas.

La crisis de García Lorca había sido provocada por varias circunstancias vitales. Por una parte, con el éxito popular del Romancero surgió la imagen pública -que pervive todavía en algunas partes- de un Lorca costumbrista, cantor de los gitanos, ligado temáticamente al folclore andaluz. El mismo poeta se había quejado de esa imagen antes de que saliera el Romancero, e incluso antes de la publicación de Canciones, en una carta a Jorge Guillén de principios de enero de 1927: Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Los gitanos son un tema. Y nada más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos. Además, el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje que tú sabes bien no soy. No quiero que me encasillen. Siento que me va echando cadenas.

Por otra parte, mientras Dalí y Luis Buñuel criticaban duramente su obra, Lorca se separó de Emilio Aladrén, un joven escultor con el que había mantenido una fuerte relación afectiva.

A pesar de sus preocupaciones y de un horrible verano de sentimientos, el poeta no dejó de trabajar intensamente, y se entregó a proyectos nuevos muy distintos al Romancero. En Granada se rodeaba de un grupo de amigos jóvenes y editó los dos únicos números de la citada revista Gallo. Envió al crítico de arte Sebastià Gasch algunos de sus mejores dibujos y dos poemas en prosa -«Nadadora sumergida…» y «Suicidio en Alejandría»- que respondían a su nueva manera espiritualista: emoción pura descarnada, desligada del control lógico. Exploró en una de sus mejores conferencias el mundo de las nanas infantiles, y explicó su nueva teoría de la «evasión» poética. Durante el invierno de 1928 se propuso estrenar su «aleluya erótica» Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, intento frustrado por los censores del régimen de Primo de Rivera.

Aun en medio de estos proyectos, debió de quedar claro para Lorca que necesitaba desvincularse durante cierto tiempo del ambiente andaluz y de su círculo madrileño de amigos. En la primavera de 1929, Fernando de los Ríos, antiguo maestro de Federico y amigo de su familia, propuso que el joven poeta le acompañara a Nueva York, donde tendría la oportunidad de aprender inglés, de vivir por primera vez en el extranjero y, quizás, de renovar su obra. Se embarcaron en el Olympic -buque hermano del Titanic– y arribaron el 26 de junio.

La estancia en Nueva York fue, en palabras del propio poeta, una de las experiencias más útiles de mi vida. Los nueve meses que pasó -entre junio de 1929 y marzo de 1930- en Nueva York y Vermont y luego en Cuba hasta junio de ese año, cambiaron su visión de sí mismo y de su arte.

Fue ésta su primera visita al extranjero; su primer encuentro con la diversidad religiosa y racial; su primer contacto con las grandes masas urbanas y con un mundo mecanizado. Casi podría decirse que su viaje a Nueva York representó su descubrimiento de la modernidad. Allí exploró el teatro en lengua inglesa, paseó por el barrio de Harlem con la novelista negra Nella Larsen, escuchó jazz y blues, conoció el cine sonoro, leyó a Walt Whitman y a T. S. Eliot, y se dedicó a escribir uno de sus libros más importantes, el que se publicó, cuatro años después de su muerte, con el título de Poeta en Nueva York.

Pocos críticos y biógrafos han escrito sobre la vida de Lorca en Nueva York sin insistir en que allí se sintió deprimido y aislado. Tal es, desde luego, el sentimiento que desprenden sus poemas. Pero existe también una serie de cartas encantadoras a su familia donde presentaba una imagen muy diferente. Estas cartas, con su visión más risueña de la ciudad más atrevida y más moderna del mundo, hacen imposible una lectura autobiográfica de Poeta en Nueva York y nos recuerdan que uno de los logros más admirables de esta obra consiste en la creación de un protagonista trágico, la «voz» de los poemas, que tiene propiedades, como dijo un crítico, de Prometeo, profeta y sacerdote. Sin duda, ese protagonista se relaciona con la «persona» creada por Walt Whitman, a quien dedicó Lorca una «Oda» en su libro.

Una tercera visión de la ciudad -aparte de la epistolar y la poética- la ofreció Lorca al volver a España, en una conferencia-recital titulada «Un poeta en Nueva York».

Del conjunto de estos tres textos -conferencia, cartas, y, sobre todo, el libro de poemas- surge una visión penetrante y memorable no sólo de la civilización norteamericana, sino de la soledad y la angustia del hombre moderno.

La Habana

En marzo de 1930, Lorca salió de Nueva York en tren con rumbo a Miami, donde se embarcó para Cuba. Antes de su llegada, su visión de la isla era, según él mismo reconoció, puramente pintoresca; al pensar en el paisaje cubano y en el tono poético de la isla, recordaba las deliciosas litografías de las cajas de habanos que había visto de niño.

En La Habana, Lorca experimentó una sensación de libertad y de alivio. Dejando atrás la ciudad de los rascacielos –Nueva York de cieno. / Nueva York de alambre y muerte– llegó a la América con raíces, la América de Dios, la América española, como la llamaría en una conferencia. Después del período neoyorquino, tuvo en La Habana su primer contacto con un país extranjero de habla española.

Entre el 7 de marzo y el 12 de junio de 1930 (fechas de su estancia en Cuba) vivió unos días intensos y alegres. Dio una serie de conferencias, con enorme éxito, en la Institución Hispano-Cubana de Cultura. Exploró la cultura y la música afrocubanas y compuso un son basado en los ritmos de los negros. Conversó sobre la música y el folclore con el matrimonio Antonio Quevedo y María Muñoz -amigos de Manuel de Falla, editores de la revista Musicalia, y fundadores del Conservatorio de Música Bach-. Trabajó en su drama homoerótico El público y gozó de amistades nuevas y antiguas. Coincidió en La Habana con los españoles Adolfo Salazar y Gabriel García Maroto, y se reunió de nuevo con otro amigo entrañable de sus primeros años madrileños: el escritor y diplomático José María Chacón y Calvo. Paseó por las calles de La Habana con el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y juntos visitaron el famoso Teatro Alhambra, donde se representaban espectáculos satíricos: escenario vivo, esperpento de la sensualidad habanera saturada de alegría y de humor, de indignación popular. Conoció también a los hermanos Loynaz –Dulce María, Flor, Enrique y Carlos Manuel- en su «casa encantada» del barrio del Vedado.

Período sensual, risueño, pues, en la vida de Federico, quien escribió a sus padres: Esta isla es un paraíso. Cuba. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba.

Volvió a España en el Manuel Arnús, sintiéndose renovado, hablando de la reforma del teatro español y listo para participar en proyectos culturales como La Barraca.

Itinerario cultural de la República: La Barraca

Con la proclamación de la II República en abril de 1931, Federico García Lorca empezó a colaborar con entusiasmo en varios proyectos culturales que pretendían fomentar un mayor intercambio entre la cultura de las ciudades y la de los pueblos.

Bajo los auspicios de los comités de cooperación intelectual, fundados por Arturo de Soria y Espinosa, Federico García Lorca dio una serie de conferencias en distintas partes del país. En Sevilla, Salamanca o Santiago de Compostela habló del cante jondo y leyó los poemas que había escrito en Nueva York. Se trataba -escribe Ian Gibson- de fundar comités en todas las grandes ciudades; promover el intercambio de ideas; invitar a destacados conferenciantes; procurar unir a todos aquellos jóvenes intelectuales que compartiesen el amor a los principios de libertad y de progreso social; fomentar la solidaridad [Federico García Lorca, vol. II, p. 172]. Y para Lorca, la conferencia o la lectura de sus poemas era una manera de forjar lo que él llamaba una maravillosa cadena de solidaridad espiritual.

La aportación más importante de Federico García Lorca a la política cultural de la República fue, sin duda, la organización del teatro universitario La Barraca, grupo que dirigió junto con Eduardo Ugarte y que, a partir del verano de 1932, representó obras del teatro clásico español en diversos pueblos de España. Durante su estancia en Nueva York, mientras vivió en la Universidad de Columbia, Federico había tenido la oportunidad de observar una vigorosa tradición de teatro no profesional; de ahí, quizás, proviene la idea de dar un nuevo impulso al teatro universitario que había florecido en España siglos antes.

La historia comienza en noviembre de 1931, según su amigo, el diplomático Carlos Morla Lynch: Muy entrada la noche irrumpe Federico en la tertulia con impetuosidades de ventarrón… Se trata de una idea nueva que ha surgido, con la violencia de una erupción, en su espíritu en constante efervescencia. Concepción seductora de vastas proporciones: construir una barraca -con capacidad para 400 personas-, con el fin de «salvar al teatro español» y de ponerlo al alcance del pueblo. Se darán, en el galpón, obras de Calderón de la Barca, de Lope de Vega, comedias de Cervantes… Resurrección de la farándula ambulante de los tiempos pasados… Aquí Federico se encumbra a las nubes. -Llevaremos -dice- La Barraca a todas las regiones de España; iremos a París, a América…, al Japón… [En España con Federico García Lorca, pp. 12-128].

Dos aspectos de la experiencia de Federico García Lorca con La Barraca fueron decisivos para su carrera como dramaturgo: le permitió aprender el oficio de director de escena y le expuso a un público nuevo, ajeno a la burguesía frívola y materializada de Madrid. En sus viajes por el campo soñó con representar el teatro clásico ante el pueblo más pueblo, un público con camisa de esparto frente a Hamlet, frente a las obras de Esquilo, frente a todo lo grande. Estaba convencido de que lo burgués está acabando con lo dramático del teatro español… está echando abajo uno de los dos grandes bloques que hay en la literatura dramática de todos los pueblos: el teatro español. Esta nueva visión del público debió de afectar profundamente el alcance que intentó dar a su propio teatro durante los últimos años de su vida.

Buenos Aires y Montevideo

En el verano de 1933, mientras Federico hacía una gira con La Barraca, la compañía de Lola Membrives estrenó en Buenos Aires Bodas de sangre. Tal fue el éxito de la tragedia lorquiana que Membrives y su marido, el empresario Juan Reforzo, le invitaron a Buenos Aires, donde dirigió una nueva producción y leyó una serie de conferencias sobre el arte español en la sociedad Amigos del Arte.

Durante los seis meses que pasó en Buenos Aires y Montevideo (entre octubre de 1933 y marzo de 1934), Lorca dirigió no sólo Bodas de sangre, sino también Mariana PinedaLa zapatera prodigiosa, el Retablillo de don Cristóbal y, aprovechando su experiencia con La Barraca, una adaptación de La dama boba , de Lope de Vega. En cartas a su familia, expresó su asombro por el éxito de estas obras y por su creciente popularidad entre el público bonaerense: Buenos Aires tiene tres millones de habitantes pero tantas, tantas fotografías han salido en estos grandes diarios que soy popular y me conocen por las calles.

Un periodista de aquella época aludió a lo mismo: García Lorca en la terraza. García Lorca en el piano. García Lorca entre telones. García Lorca en una peña. García Lorca recitando. García Lorca poniéndose la corbata. García Lorca aprendiendo a cebar mate. García Lorca firmando una foto. Y a todo esto, en medio de todo esto, como consecuencia fisiológica de todo esto, García Lorca mirándose las manos, golpeándose la frente, escondiéndose por aquí, huyendo por allá, sin saber el pobre muchacho qué hacer ni dónde meterse para esquivar los golpes del asalto del periodista, del fotógrafo, del dibujante, del empresario, del admirador.

En enero de 1934, el mismo periodista bonaerense había seguido a Federico a Montevideo, con la esperanza de entrevistarle. Éste se sentía «secuestrado», primero por la sociedad porteña y luego por Lola Membrives, que le había encerrado en un cuarto de hotel de aquella ciudad para que a marchas forzadas terminara Yerma, la obra que le había prometido para la siguiente temporada. Al final, el periodista lo encontró, con paso «leve, fugaz», intentando esquivar a otras personas, en un túnel debajo del hotel donde se alojaba:

«¡Por favor…! No me pida usted que cante.
No, señor.
No me pida que recite.
No, señor.
No me pida que toque el piano.
No, señor.
No me pida que le lea los dos actos que creo que he terminado de mi nuevo drama Yerma.
No, señor.
Ni un trocito de mi camiseta de marinero.
No, señor.
Y sobre todo, ¡por lo que más quiera!, no me pida que le escriba un pensamiento…».

Su estancia triunfal en Buenos Aires y Montevideo constituyó una revelación: el joven dramaturgo se dio cuenta de que su obra podía interesar a un vasto público fuera de España; de que podía hacer carrera en el teatro, y de que, como dramaturgo, no se quedaría nunca a merced de los empresarios madrileños. Bodas de sangre alcanzó más de ciento cincuenta representaciones en Buenos Aires. Gracias a ello, Federico García Lorca logró, por fin, su independencia económica. Como el viaje a Cuba en 1930, el viaje a Argentina le deparó una serie de amistades nuevas, entre ellas: los poetas Pablo Neruda, Juana de Ibarbourou y Ricardo Molinari; el escritor mexicano Salvador Novo, y el crítico Pablo Suero.

Últimos años

Cuando Federico García Lorca volvió de Buenos Aires, en abril de 1934, contaba 36 años y le quedaban poco más de dos de vida. Vivió ese tiempo de manera intensísima: terminó nuevas obras (YermaDoña Rosita la SolteraLa casa de Bernarda Alba y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías); revisó libros ya escritos (Poeta en Nueva YorkDiván del Tamarit y Suites); hizo una larga visita a Barcelona para dirigir sus obras, leer sus poemas y dar alguna conferencia, y meditó con ilusión sobre proyectos futuros, que iban desde una versión musicalizada de sus Títeres de Cachiporra a dramas sobre temas sexuales, sociales y religiosos.

Entre 1934 y 1936 dirigió sus esfuerzos, en gran medida, a la renovación del teatro español, con su propia obra y a través de La Barraca y de la organización de clubes teatrales -como el Anfistora, fundado por Pura Maortua de Ucelay- y agrupaciones que debían estrenar obras, clásicas o modernas, que hubieran sido ignoradas por el teatro comercial. Con gran vehemencia reclamó una «vuelta a la tragedia» y al teatro de contenidos sociales candentes.

En sus entrevistas y declaraciones de 1934 a 1936, insistió Lorca, más que nunca, en la responsabilidad social del artista, especialmente en la del dramaturgo, pues éste podía poner en evidencia morales viejas o equivocadas. Se entregó, como siempre, a la creación poética, pero su poesía «se levanta de la página» y, desde el escenario, llega a un público más amplio. En una velada en el Teatro Español, en que Margarita Xirgu ofreció a los actores de Madrid una representación especial de Yerma, salió al escenario Federico para defender su visión del teatro de «acción social»: Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro y de su acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la educación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad de un pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar a una nación entera. El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento del hombre.

Mientras pronunciaba Federico estas palabras, Yerma era atacada por la prensa de derechas como obra «inmoral» y «pornográfica». No se apocó Lorca. Insistió en la autoridad oral y estética que debían compartir el dramaturgo y los actores y esperaba luchar para seguir conservando la independencia que me salva… Para calumnias, horrores y sambenitos que empiecen a colgar sobre mi cuerpo, tengo una lluvia de risas de campesino para mi uso particular.

El ambiente de Madrid, en estos dos años, se había vuelto cada vez más intolerante y violento: España parecía irremediablemente abocada a una guerra civil.

La muerte

En mayo de 1936 un periódico madrileño publicaba una brevísima nota sobre los proyectos de Federico García Lorca. El poeta estaba a punto de cumplir 38 años. Casi había terminado su drama de la sexualidad andaluzaLa casa de Bernarda Alba. Llevaba «muy adelantada» una comedia sobre temas políticos -la llamada Comedia sin título o El sueño de la vida– y estaba trabajando en una obra nueva titulada Los sueños de mi prima Aurelia, elegía de su niñez en la vega de Granada. Planeaba otro viaje a América, esta vez a México, donde esperaba reunirse con Margarita Xirgu. Estaba, pues, rebosante de proyectos, con la sensación de que en el teatro no era más que un «novel»: Yo no he alcanzado un plano de madurez aún… Me considero todavía un auténtico novel. Estoy aprendiendo a manejarme en mi oficio… Hay que ascender por peldaños… Lo contrario es pedir a mi naturaleza y a mi desarrollo espiritual y mental lo que ningún autor da hasta mucho más tarde… Mi obra apenas está comenzada.

La situación política en Madrid, y en toda España, se había vuelto insostenible. Se hablaba de la posibilidad de un golpe militar y en las calles de la capital se vivieron numerosos actos de violencia, desde la quema de iglesias hasta los asesinatos políticos.

Aunque Federico García Lorca detestaba la política partidaria y resistió la presión de sus amigos para que se hiciera miembro del Partido Comunista, era conocido como liberal y sufrió con frecuencia las arremetidas de los conservadores por su amistad con Margarita Xirgu o con el ministro socialista Fernando de los Ríos. La popularidad de Lorca y sus numerosas declaraciones a la prensa sobre la injusticia social, le convirtieron en un personaje antipático e incómodo para la derecha: El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: «¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla». Y el pobre reza: «Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre». Natural. El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución. ¿Verdad que te estoy hablando en socialista puro? [Entrevista en La Voz, Madrid, 7 de abril de 1936].

Intuyendo que el país estaba al borde de la guerra, Lorca decidió marcharse a Granada para reunirse con su familia. El día 14 de julio llegó a la Huerta de San Vicente y cuatro días más tarde celebró con ellos la festividad de San Federico.

El 17 de julio estalló en Marruecos la sublevación militar contra la República, y desde Canarias, Francisco Franco proclamó el Alzamiento Nacional. Para el día 20, el centro de Granada estaba en manos de las fuerzas falangistas. Durante la revuelta, el cuñado de Federico, Manuel Fernández-Montesinos, marido de su hermana Concha y alcalde de la ciudad, fue arrestado en su despacho del Ayuntamiento; al cabo de un mes fue fusilado a mano de los rebeldes.

La tarde del 16 de agosto de 1936, Lorca fue detenido en casa de los Rosales por Ramón Ruiz Alonso, un ex diputado de la CEDA, derechista fanático, que sentía un profundo odio por Fernando de los Ríos y por el poeta mismo. Según Ian Gibson, biógrafo de Federico, se sabe que esta detención fue una operación de envergadura. Se rodeó de guardias y policías la manzana donde estaba ubicada la casa de los Rosales, y hasta se apostaron hombres armados en los tejados colindantes para impedir que por aquella vía tan inverosímil pudiera escaparse la víctima [Federico García Lorca, vol. II, p. 469].

Lorca fue trasladado al Gobierno Civil de Granada, donde quedó bajo la custodia del gobernador, el comandante José Valdés Guzmán. Entre los cargos contra el poeta -según una supuesta denuncia, hoy perdida y firmada por Ruiz Alonso- figuraban el ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual [Federico García Lorca, vol. II, p. 476]. Fueron infructuosos los varios intentos de salvar al poeta por parte de los Rosales y, más tarde, por Manuel de Falla. Según Gibson, hay indicios de que, antes de dar la orden de matar a Lorca, Valdés se puso en contacto con el general Queipo de Llano, jefe supremo de los sublevados de Andalucía.

Sea como fuere, el poeta fue llevado al pueblo de Víznar junto con otros detenidos. Después de pasar la noche en una cárcel improvisada, lo trasladaron en un camión hasta un lugar en la carretera entre Víznar y Alfacar, donde lo fusilaron antes del amanecer.

Aunque no se ha podido fijar con certeza la fecha de su muerte, Gibson supone que ocurrió en la madrugada del 18 de agosto de 1936. En documentos oficiales expedidos en Granada puede leerse que Federico García Lorca falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra.

( Instituto Cervantes )

Un 13 de agosto fallece Ignacio Sánchez Mejías que sustituía el 11 en Manzanares a Domingo Ortega.

El tremendo torero Ignacio Sánchez Mejías, emparentado con Joselito, presidente del Betis balompié, de la Cruz Roja, autor teatral y quien reunió en Sevilla a esa prodigiosa generación literaria del 27, falleció en un día como hoy tras la cornada en Manzanares.

EL PARTE MEDICO SUSCRITO POR EL DR. SEGOVIA

«En la mañana de hoy ha sido intervenido operatoriamente el diestro Ignacio Sánchez Mejía, que sufre una herida por asta de toro en la cara Interna, tercio superior del muslo derecho, pasa por debajo del lecho de los vasos femorales superficiales, comprendiendo las arcadas vasculares de la femoral profunda y alcanza la piel de la región externa y superior del muslo. Debido a la intensa hemorragia y a los grandes desgarros musculares, son de temer complicaciones infectivas graves. Esta tarde le ha sido practicada una transfusión sanguínea. Temperatura, 39; pulsó, 110. Doctor Segovia.»

El toro que hirió a Sánchez Mejías

Se llamaba «Granadino», Estaba señalado con el número 16, y era negro, bragado, corniapretado, y con un defecto en el pitón derecho. Fue adquirido en 1932 por la ganadería de Ayala Hermanos, que compraron la vacada de don Luis Melgarejo, y en el mes de mayo do dicho año, al celebrarse una tienta, fue calificado como superior. La res causante de la desgracia pertenece a la cruza de vacas de Veragua y dé un semental del conde de la Corte. La Época (Madrid). 13/8/1934

SI SE OBSERVA ESTABA ACARTELADO EL MAESTRO DOMINGO ORTEGA QUE POR PROBLEMAS DE CONEXIÓN NO PUDO CONCURRIR Y LO SUSTITUYÓ DON IGNACIO

Se inició en el mundo del toro como peón de brega en las cuadrillas de Rafael el Gallo y Juan Belmonte, más tarde pasó a la de Joselito (se casó con su hermana), que fue quien le dio la alternativa en Barcelona el 16 de marzo de 1919. Al año siguiente, acompañó a Joselito en la trágica corrida de Talavera en la que éste murió. Fue el encargado de matar a Bailador el toro que acabó con su vida.

Gran aficionado a la literatura, redactaba él mismo las crónicas de las corridas en las que intervenía y estrenó una comedia, Zaya (1928) de tema taurino y un drama, Sinrazón (1928) con influencias de Sigmund Freud y Luigi Pirandello. Retirado en el año 1927, regresó a los ruedos en 1934. El 11 de agosto sustituyó a Domingo Ortega en la corrida celebrada en Manzanares. Al recibir de muleta a su primero –Granadino– como acostumbraba, sentado en el estribo, fue gravísimamente herido en la ingle derecha al incorporarse.

Su insistencia en ser trasladado a Madrid sin que nadie le tocase la herida, desencadenó una gangrena gaseosa de la que fallecía en la madrugada del 13 de agosto de 1934. Sus restos reposan en la misma sepultura que los de Joselito.

Federico García Lorca le dedicó su elegía más famosa –Llanto por Ignacio Sánchez Mejías– escrito con motivo de su trágica muerte.

La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde
la muerte puso huevos en su herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Centenario de la muerte de Joaquín Sorolla, el pintor de la luz y a quien no le fue indiferente la tauromaquia

Hoy se cumplen exactamente 100 años sin Sorolla, uno de los grandes genios de la pintura española que dedicó toda su vida a pintar.

Sorolla , valenciano, vivió y murió en Madrid ciudad en la que está el museo que mejor recoge la obra del gran maestro.

A lo largo de este 2023 se están realizando numerosas actividades para conmemorar su figura y sus grandes aportaciones a la pintura a nivel universal. Se trata de una efeméride declarada Acontecimiento de Excepcional Interés Público hasta diciembre de 2024, extendiéndose los homenajes hasta esa fecha.

Hoy, más que nunca, la obra del aclamado “pintor de la luz” brilla con luz propia. 🎨🎨

Su fama ha alcanzado cotas altísimas y todavía logra enamorar con sus vibrantes pinturas…

✨Obras llenas de luz y de color, obras llenas de vida.

El Museo Sorolla

El Museo Sorolla, museo estatal dependiente del Ministerio de Cultura y Deporte, y la Fundación Museo Sorolla han organizado un programa de actividades para homenajear al insigne pintor el día de su muerte hace cien años.

A los 70 años de edadJoaquín Sorolla y Bastida falleció en su casa de Cercedilla (Madrid) como consecuencia del accidente cerebrovascular que sufrió pintando en el jardín de su casa de Madrid, actual Museo Sorolla, el 17 de junio de 1920.

Cien años después de su muerte, y en conmemoración de esta efeméride declarada Acontecimiento de Excepcional Interés Público hasta diciembre de 2024, se llevarán a cabo diversos homenajes tanto en Madrid como en su Valencia natal este jueves.

El Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla organizan en el Cementerio General de Valencia una ofrenda floral ante la tumba de Joaquín Sorolla, que contará con la presencia del presidente de la Comisión Permanente de la Fundación Museo Sorolla, Antonio Mollá Lorente, así como otros miembros del Patronato de la Fundación Museo Sorolla, de la familia Sorolla y representantes del Ayuntamiento de Valencia.

En el Museo Sorolla de Madrid, la entrada será gratuita este jueves para todos los visitantes y se celebrará una ofrenda floral en los jardines ante el busto de Sorolla realizado por Mariano Benlliure. Contará con la presencia del director del Museo Sorolla, Enrique Varela Agüí, miembros de la familia Sorolla y representantes del Ayuntamiento de Madrid.

Asimismo, a lo largo de todo el día tendrán lugar una serie de microconciertos a cargo del chelista Javier Morillas y se realizarán una serie de visitas guiadas especiales al museo y a las exposiciones temporales ‘¡Sorolla ha muerto!¡Viva Sorolla!’, y ‘En el mar de Sorolla con Manuel Vicent’. También se sortearán 20 catálogos de ambas exposiciones entre los visitantes que acudan este jueves.

Además, se suman a esta celebración el lanzamiento el 10 de agosto de un cupón conmemorativo de la ONCE, ilustrado con la obra ‘La llegada de las barcas’, Valencia, 1905; y el 12 de agosto el billete a cargo de Loterías y Apuestas del Estado con la icónica tela ‘La bata rosa’, 1915.

SOROLLA Y LOS TOROS EN LA PLUMA DEL MAESTRO ANDRÉS AMORÓS

En el cartel de la Feria de Fallas, un abigarrado conjunto de toreros sale del sombrero de Joaquín Sorolla, que nos mira, en su autorretrato. Es un justo homenaje, en el centenario de su muerte. Coincide con un momento de renovada admiración por el pintor valenciano. Todos los días hay colas delante de su museo madrileño. Su exposición conjunta con Singer Sargent, en el Thyssen, probó que no era inferior a este cotizadísimo autor de retratos norteamericano. Mi amigo Antonio Buero Vallejo, que también era buen pintor (recuérdese su dibujo de Miguel Hernández, en la cárcel), me contaba su costumbre: un domingo, iba al Prado, a ver a Velázquez; el siguiente, al Museo Sorolla…

A Sorolla le hería lo cruento de la corrida pero pintó notables cuadros taurinos. A un pintor del aire libre –señala Lafuente Ferrari– le convenía mucho este tema. Precisa Fátima Halcón: le interesaba la corrida desde el punto de vista cromático, más que la lidia. Su gran amigo Pedro Gil Moreno le impulsó a visitar Andalucía, donde se hizo amigo de los Miura, de Andrés Parladé, del bibliófilo duque de T’Serclaes, y pintó varias escenas taurinas: ‘Apunte de una corrida de toros’, ‘El picador’, ‘Capea en Torrente’ y ‘Antes de la corrida’, que alcanzó hace poco una importante cotización en la subasta de Sotheby’s.

Para su éxito internacional fue decisivo el encargo del magnate Huntington de una serie de cuadros sobre provincias de España, para la Hispanic Society de Nueva York, en los años de la Primera Guerra Mundial. Dos de los dedicados a Sevilla tienen tema taurino. Las cartas de Sorolla permiten conocer cómo se preparó: «Voy a Tablada para hacer un estudio de un toro, que no es posible que venga donde trabajo, para hacerlo directamente».NOTICIA RELACIONADA

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ABC

El torero de Gerena protagoniza junto a Paco Ureña un mano a mano en Fallas frente a los de la A coronada

El primer cuadro, ‘El encierro’, presenta un amplio panorama de garrochistas andaluces conduciendo los toros, de variado pelaje, en un paisaje con cactus y un blanco cortijo. Cruzan los toros unas vías del tren: un homenaje –se supone– a Huntington, magnate de esa industria. Para documentarse, visitó Sorolla fincas ganaderas de Sevilla (Miura) y Salamanca (Pérez Tabernero): el espectáculo del toro en el campo le pareció «extraordinario y dramático». También se basó en las fotografías de Beauchy, que ahora pueden verse en la exposición ‘Las culturas del toro en los museos estatales’.

Para el otro cuadro taurino, no eligió Sorolla ningún momento de la lidia –quizá para no herir la sensibilidad de los norteamericanos– sino el inicial ‘Saludo de la cuadrilla’: presenta, de frente, a varios matadores y a un alguacil velazqueño. Elisabeth Gué Trapier los ha identificado como Juan Belmonte –Sorolla asistió a un memorable éxito suyo en Sevilla–, Frascuelo, Mazzantini y Félix Robert, el primer matador galo, que lucía un mostacho. No pudieron coincidir los cuatro ni tampoco está claro que Sorolla los tomara como modelo: lo que le importaba es la insólita perspectiva frontal y los fuertes contrastes de colores. Se ha relacionado la escena con la que describe su paisano Basco Ibáñez: «El desfile de jacarandosas figurillas que, a la luz del sol, destacaban sobre la arena del redondel».

La luz, la gran protagonista de la pintura de Sorolla, le cautivó también en las dehesas y en las plazas de toros.


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