¿Fracasó Manolo Martínez en España?. Horacio Reiba, Alcalino, desvela la incógnita
Cuando llegó el mes de agosto de 1969, Manolo Martínez llevaba sumadas 17 corridas en España. En su primera campaña europea había enfrentado ya ganado de procedencia Ibarra-Parladé, Santa Coloma, Conde de la Corte, Murube, Carlos Nuñez, Domecq, Atanasio.
Y se puede decir que, superada la relativa incertidumbre del primer contacto, circulaba como sobre rieles su familiarización con los encastes y públicos hispanos, según puede deducirse de unos resultados crecientemente halagüeños.
Hasta el sector más duro del periodismo, notablemente escéptico al principio, empezaba a reconocerle la categoría de primera figura que llevó a Manolo «Chopera», su exclusivista, a colocarlo en los carteles estelares de las ferias a partir de su debut en Toledo el jueves de Corpus, con Antonio Ordóñez y Paco Camino como alternantes (05-06-69), terna que iba a repetirse hasta cinco veces ese año.
El anuncio de que, durante el mes de agosto, no dejaría de torear un solo día, confirmaba que ni el torero, ni el avezado taurino donostiarra habían fallado.
Al cierre del 31 de julio, en Barcelona, llevaba cortadas el de Monterrey 19 orejas y un rabo.
De entrada, empezó a plantearse por público y prensa una incipiente competencia entre Paco Camino y el recién llegado. El pique había nacido par de años atrás en América del Sur, al coincidir ambos en varios festejos parejamente triunfales.
Para aderezar el guiso, aparecieron en prensa unas declaraciones de Camino restando toda importancia artística a Manolo Martínez, que acababa de obtener el trofeo de la Feria de Quito en diciembre del 68.
En Toledo, Camino cobró cuatro orejas por dos del mexicano; al día siguiente, en Granada, Manolo Martínez emparejó el marcador.
Y en las corridas de San Jaime, en Valencia, el de Camas, con un rabo en su haber, superó de nuevo a su osado retador, que sólo consiguió pasear dos auriculares.
Como en su siguiente fecha valenciana sufrió el camero una distensión quedó descabalgado de la feria malagueña, que anunciaba un nuevo choque entre ambos.
Manolo Martínez se presentó en Málaga el 4 de agosto, con Diego Puerta y Miguel Márquez, cortando una oreja; y al día siguiente hacía el paseíllo flanqueado por Santiago Martín «El Viti» y Antonio Ordóñez, éste en sustitución de Camino. Un reemplazante de lujo.
Por cierto, para la otra fecha del de Camas, el viernes 8, el mexicano ocuparía su lugar.
Precioso marco, memorable corrida
La Malagueta es una plaza muy particular. Su público, alegre y bien dispuesto, se caracteriza sin embargo por catar el buen toreo con paladar fino dentro de un ambiente muy sugestivo: balconería engalanada, con coloridos tapices y mantones bellamente bordados, acústica que hace sonar como música celestial los acordes de una banda formidable.
Y como complemento, el rojo y blanco de la contrabarrera y el adorno de las mujeres más bellas de España.
Mas ese hecho que los habituales a las ferias tienen bien observado: al nivel del mar –de Valencia a Almería y sin excluir a la Barcelona anterior al zarpazo abolicionista–, los triunfos suelen ser más frecuentes que en los cosos de tierra adentro, quizá por disponer las reses de un aire rico en oxígeno que les permite resistir mejor las exigencias de la lidia.
Y como el toro de Málaga está en consonancia con el grato entorno, y las empresas siempre tuvieron buen gusto para armar sus combinaciones, raro es el año que la feria de agosto deja de colmar de satisfacciones a toreros, ganaderos y aficionados.
La de 1969 no iba a ser la excepción. Manuel Martínez Ancira, con el sabor de su faena triunfal de la víspera, vio cómo Antonio Ordóñez le cortaba la oreja al primer ejemplar de María Pallarés, y El Viti las dos y el rabo del segundo, por faena de “gran hondura y austera belleza”, según pudo leerse en «El Ruedo».
Al anunciar los clarines la salida del tercero, la cosa se le presentaba cuesta arriba al diestro de ultramar. Pero sería el inicio de su tarde más redonda en España.
Testimonios
A estas alturas, la reticencia de ciertos conspicuos escribientes estaba siendo vencida por el buen arte y los logros concretos del mexicano, reconocido ya como uno de los protagonistas de la temporada.
Incluso Vicente Zabala, muy crítico con Manolo Martínez, estaba dando su brazo a torcer (cosa que al cabo del tiempo acabaría desconociendo… pero esos son otros jueves).
Por lo pronto, el corresponsal en Málaga de «El Ruedo» condensó en pocas pero significativas líneas la gran actuación del torero de Monterrey.
«Ha confirmado la estupenda impresión dejada en la corrida anterior. Muletero excepcional, que torea en reducido espacio de manera florida y variada, con mando absoluto, con preciosismo que no se aparta de lo clásico y con estética de nítido relieve.
Fuertes ¡olés! fueron jalonando sus muletazos mientras se sucedían las ovaciones. Certero con la espada, a estocada por toro, le fueron concedidas cuatro orejas y dos rabos, y recorrió la periferia varias veces para corresponder a los homenajes de un público enardecido. Al final fue aupado en hombros y paseado así entre grandes ovaciones».
(Revista «El Ruedo», 13 de agosto de 1969; crónica de José María Vallejo).
Antológica corrida
El estupendo encierro de María Pallarés continuaría dando buenos motivos para el disfrute de los tres alternantes y la afición malagueña.
Y Manolo Martínez funcionó además como un poderoso catalizador para que Antonio Ordóñez forzara la máquina en el siguiente toro hasta cuajar una de sus mejores faenas de la temporada.
Así la describió el propio cronista de «El Ruedo»:
«Se vio, cuando tomó la muleta y la espada, que iba a por todas. Ayudados en tablas, adelantando la pierna y llevándose al toro hasta terreno más desahogado. Y una vez allí, una cátedra de toreo: redondos completos, cites de frente con el trapo rojo en la izquierda, naturales de auténtico lujo, alegrando al bicho… pases de antología mientras la plaza crujía de entusiasmo.
Se despojó de las zapatillas y fue subiendo de punto su extraordinaria faena, una de las mejores que se han realizado en la Malagueta… Pinchazo en lo alto y estocada que tumbó al toro patas arriba. Orejas y rabo».
El Viti encontró menos toro en el quinto pero estuvo muy torero y al final dio una vuelta al ruedo.
Y Manolo Martínez, según quedó dicho, cuajó al sexto a igual o superior nivel que a su primero, reincidiendo en el corte de los máximos apéndices.
Antes, a la muerte del cuarto, Antonio Ordóñez, había invitado a sus alternantes a recorrer juntos el anillo para que el público tuviera ocasión de homenajearlos a los tres.
Apoteosis compartida
«Sacó (Ordóñez) a sus compañeros al ruedo, también al mayoral, y los cuatro, mientras sonaba la música, recorrieron el ruedo donde tan bella página de la historia del toreo había sido escrita… Ha sido la mejor corrida en muchos años».
(Idíbid).
Naturalmente, hubo salida en hombros tumultuosa. Pero a los tres días, cuando se repitió el cartel, el único que abrió la puerta grande, con las orejas del sexto de Salvador Domecq, fue «El Mejicano de Oro» (sic), porque Ordóñez y El Viti se fueron en blanco.
Triunfos y cornadas
Manolo Martínez continuó su apretado periplo agosteño en plan triunfal.
En San Sebastián, Vicente Zabala tuvo que reconocerle autor de una faena «de temple mexicano», con un toro de Antonio Pérez Tabernero, que dejó atrás el valor de Diego Puerta y el arte de Paco Camino; tras un pinchazo, sólo paseó una oreja por capricho de un presidente cuyo antimexicanismo estaba bien acreditado (14-08-69).
Y llegó Bilbao, la gran cita del norte, otra vez encartelado con Ordóñez y Camino, toros de Osborne (20-08-69). Muy seguro de sí, el de Monterrey se plantó resuelto ante el burraco «Caramelo», tercero de la tarde, geniudo y reservón, y estaba redondeando una faena sorprendente cuando el de Osborne se revolvió de súbito al final de un derechazo, lo prendió por el glúteo y se infirió seca cornada.
Manolo Martínez no quería dejar la arena, y tras estoquear al morlaco había lanzado ya varios golpes de descabello cuando le faltaron fuerzas para continuar.
Aparentemente, un simple contratiempo, porque en cuanto pudo, incluso con la herida abierta, prosiguió su campaña en tono parecidamente triunfal.
Tampoco lo detuvo la posterior cornada de Murcia (dolorosa pero leve: 07-09-69), y estaba teniendo un septiembre pletórico –cuatro orejas y dos rabos en Aranda de Duero (16-09-69), cuatro auriculares en Talavera (23-09-69)– cuando su tocayo Chopera le pidió cerrar su temporada como refuerzo de un cartel flojito en Cáceres con toros de Pérez Valderrama.
Y su tercera cornada, al entrar a matar, no sólo fue la más grave sino que a punto estuvo de gangrenarse, pues los médicos locales dejaron una trayectoria sin explorar.
Sobrevino para Manolo un verdadero calvario, y aunque el doctor Máximo García de la Torre le salvó la pierna al reoperarlo en Madrid, un nuevo percance antes de terminar el año, en Caracas (23.11.69), seguramente puso a meditar al regiomontano.
Denuncia y renuncia
La segunda campaña española de Manolo Martínez –marcada por su fracaso en San Isidro 70–, quedó trunca por decisión propia, ante lo que consideró reiterados incumplimientos de las empresas y orquestadas zancadillas del medio. Ya sólo torearía en la península dos corridas sin mayor historia –Marbella (20-10-74) y Sevilla (19-04-78)–.
Algo hubo de lo denunciado, pero personalmente nunca he dejado de atribuir su implícita renuncia al efecto mental de aquellos cinco percances en sólo nueve meses, incluidos dos en Venezuela.
Esta hipótesis cayó muy mal entre el martinismo y el torero nunca la admitió, demasiado soberbio para reconocer cualquier tipo de flaqueza.
Aclarando paradas
Hay que desmentir, empero, la extendida conseja de que «Manolo fracasó en España porque no pudo con el toro de allá».
No se puede llamar fracaso a una campaña de 48 corridas –la exclusiva inicial de Chopera era por 25–, en las que cortó 59 orejas y cinco rabos.
Sumadas todas sus presentaciones en la península y Francia, el de Monterrey obtuvo, en 64 tardes, 71 apéndices auriculares y seis rabos, cuatro entre Málaga y Aranda, uno anterior en Santander y el último en Ondara (14-08-70).
Por cierto, en Francia actuó nueve veces y su cosecha allí ascendió a 17 orejas.
En ninguna ocasión dejó de tocar pelo y pisó los cosos más emblemáticos del país –Nimes, Mont-de-Marsan, Dax, Frejus, Beziers, Bayona–. Fue un favorito efímero pero real de los públicos galos.