Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”
Historia de un cartel por HORACIO REIBA “ALCALINO”. Hacia finales de la década del 60, la feria anual del Señor del Gran Poder, en Quito, era organizada, en sociedad con el empresario ecuatoriano Fausto Torres, por Dominguito Dominguín, primogénito de la saga encabezada por el viejo Domingo González.
Luis Miguel, su hijo más célebre, había estoqueado el primer toro en la inauguración de plaza de Iñaquito, en 1960, y a partir de entonces, la feria anual, celebrada entre finales de noviembre y principios de diciembre, fue adquiriendo cada vez mayor fuste, siempre bajo la fórmula, habitual en la América del Sur, de plazas manejadas por casas taurinas españolas, aliadas a algún empresario local a fin de tener con quién compartir gastos aunque sin dejar por ello de controlar los elencos de toros y toreros de acuerdo con sus propios y españolísimos intereses. Historia de un cartel.
El acceso a espadas nacionales quedaba relegado a los carteles más modestos, y el de diestros de otros países sólo se daba como excepción a la regla. En la práctica, una expresión cabal del antiguo coloniaje hispano.
Séptimo cajón
Sin embargo, tal situación dio un vuelco inesperado cuando ciertas reglamentaciones locales empezaron a vedar el ingreso de reses iberas a sus territorios por razones sanitarias, y las empresas tuvieron que volver sus ojos y sus dólares hacia México en busca de una tabla de salvación.
Los ganaderos aztecas, por su parte, decidieron condicionar el envío de encierros al anuncio de cuando menos un matador azteca en los carteles en que sus astados figuraran.
El andamiaje de las ferias seguía en manos hispanas, pero la necesidad de ganado mexicano los obligó a transigir. Historia de un cartel.
Una razón añadida radicaba en el tradicional gusto con que los públicos sureños acogían a los paisanos de Rodolfo Gaona, Armillita o Carlos Arruza, circunstancia reforzada por el advenimiento de la joven generación que tuvo en Manolo Martínez a su principal pero no exclusivo representante.
Pues incluía a figuras de la talla de Eloy Cavazos, Curro Rivera y muy pronto también Mariano Ramos, destinados todos ellos de dejar honda huella al sur del continente, especialmente en Venezuela, Colombia y Ecuador, cuya feria capitalina contó ese año 68 con el regiomontano Martínez y el distritense Alfredo Leal.
Más veterano en comparación, pero en plena madurez artística, según había evidenciado la corta pero fructífera campaña española recién coronada por Alfredo con sendas puertas grandes en Sevilla y Zaragoza, nada menos. Historia de un cartel.
Aun así, su contratación llegó a última hora, como reemplazo del ausente Palomo Linares. Influyó, claro está, el anuncio de astados mexicanos con los hierros de Campo Alegre, Las Huertas y Mimiahuápam.
A esa exigencia de un torero mexicano por cada encierro de su nacionalidad que viajara a América del sur se le llamó entonces, no sin ironía, “el séptimo cajón”.
Una feria memorable
Historia de un cartel. Aunque la cartelería de la plaza de Iñaquito acusó, según costumbre, una proporción muy superior de presencia española, fueron los mexicanos los que cortaron el bacalao.
Leal, en tres comparecencias, cortó cuatro orejas. Paco Camino, El Cordobés, Dámaso Gómez y Miguelín también cosecharon apéndices, y el ecuatoriano Armando Conde se erigiría triunfador en la corrida de seis espadas que puso fin al ciclo.
Esa tarde, el afán de Manolo Martínez por ratificarse amo absoluto de la feria lo llevó a exponer sin medida ante un bronco burel de Chalupas, vacada nacional, que lo prendió de lleno en un derechazo y le propinó una paliza que iba a provocarle tal conmoción que lo mantuvieron por varios días hospitalizado y en observación.
La quiteña
Justamente la víspera, en la sexta de feria, historia de un cartel, Leal y Martínez habían conmocionado a la afición no sólo con sus antológicas faenas de muleta.
Sino con el asombro de un quite, por chicuelinas al alimón, ante el primer toro y también en el último, provocando el delirio de los aficionados y el inmediato bautismo de su innovación como “la quiteña”.
Nombre con el que persiste hasta la fecha, al menos en la nación andina.
No ha habido en Ecuador cronista taurino más popular que Héctor Resines, quien firmaba como “Don Chicho” sus escritos y fungió como corresponsal de diversas publicaciones del exterior, incluidos periódicos y revistas de México y España.
Ante la sorpresiva intervención simultánea de Leal y Martínez aquel sábado 7 de diciembre de 1968, Don Chicho se desbordó:
“La sexta corrida de la temporada ha sido un colosal triunfo para el toreo mexicano, pues Manolo Martínez cortó cuatro orejas y un rabo y Alfredo Leal dos orejas…
la emoción y el arte llevó a nuevos quites a los diestros aztecas, ante un público delirante que les gritó: ¡Toreros… Toreros… Viva México… Viva México!, al son de las notas de “Jalisco”… y al final los sacó en hombros. Tarde memorable.” (Ovaciones, 10 de diciembre de 1968)
La crónica de “Don Chicho”
“Ante un público que abarrotó las aposentadurías del coso de Iñaquito, a las 12:30 hicieron el paseíllo Alfredo Leal, de celeste y oro, Paco Camino, de azul y oro, y Manolo Martínez, de grana y oro, cruzando el albero en medio de atronadora ovación.
Alfredo Leal, a su primero, de El Pedregal, lo saludó con verónicas y chicuelinas que se jalearon.
Luego del primer puyazo vino un quite entre Leal y Martínez, quienes simultáneamente citaron al burel para ejecutar “unas chicuelinas rematadas con revoleras” que fueron de escandalera y manicomio entre los aficionados.
La faena fue torera y alegre, con tela por alto seguida de derechazos inmensos ruidosamente coreados y adornos a base de pases de costado, lasernistas, manoletinas, abaniqueos y desplantes, torero y majestuoso siempre, entre olés y música, para matar de estoconazo.
Dos orejas, vueltas al ruedo y saludos reiterados. Su segunda faena, a un ejemplar de Mimiahuápam con 450 kilos, fue muy torera.
No colaboró el burel, que salió de varas con un palo enhebrado, pero Alfredo lo obligó a tomar derechazos y naturales para dejar media estocada efectiva.
Vuelta al ruedo devolviendo prendas.
Paco Camino… hizo a su primero faena de enorme calidad. Con el percal saludó al de Mimiahuápam con majestuosas verónicas.
La faena la brindó al embajador de España… doblones muy toreros para en seguida bajar la mano en series de naturales rubricadas con el forzado de pecho, molinetes, derechazos, otra serie de naturales, de pecho, molinetes y lasernistas, para dejar una estocada hasta la bola y cortar dos orejas y rabo, devolviendo en sendas vueltas al ruedo prendas de los aficionados…
En su segundo, de El Pedregal, la gente no comprendió las dificultades del burel, bronco y reservón, y no apreció la torera faena de aliño del torero de Camas.
Colosal Martínez
“Manolo Martínez es capítulo aparte. No hay palabras para describir lo que ha hecho esta tarde… A su primero, de El Pedregal, tan manso y huido que murió en el callejón, lo toreó con el percal por verónicas y chicuelinas inmensas. Un quite por las afueras hace perder la cabeza al más cuerdo (posiblemente tapatías, nota del autor).
Su labor con la muleta transcurrió en medio de olés, música y gritos de ¡Torero… Torero! y ¡Viva México…! Faena bordada, sacando gran partido de un manso que huía de su arte y saltó dos veces al callejón.
Lo toreó como los ángeles y luego de un estoconazo cortó las dos orejas y el rabo entre el delirio del público; dio vueltas al ruedo con el empresario Fausto Torres y saludó desde el tercio con sus alternantes… Igual característica tuvo su faena al sexto de la tarde, de Mimiahuápam, al que descompuso de salida un espontáneo… Nuevo quite con Alfredo Leal y Manolo Martínez toreando al alimón que puso la plaza en delirio.
El viento molestó su labor de muleta, pero con casta y valor Manolo cuajó otra faena inmensa por naturales, derechazos, molinetes y regiomontanas para, luego de otro estoconazo, cortar dos orejas en medio de gran frenesí.
Para Martínez y Leal hubo gran ovación y salida en hombros…
Una corrida para la historia. Los mexicanos han apretado los machos a sus alternantes hispanos y al final, Quito ha gozado la mejor temporada que aquí se recuerde. (ídem). Historia de un cartel.
El Jesús del Gran Poder para Manolo
La entrega del trofeo al triunfador máximo demoró algunos días, hasta que el pletórico regiomontano fue dado de alta tras su conmoción del domingo 8; sólo entonces pudo comparecer en el convento franciscano donde anualmente se celebra dicha ceremonia.
En la capital de Ecuador Manolo Martínez toreó 12 veces a lo largo de su carrera.
Y cortaría otro rabo, a un toro de San Martín, en corrida de la Prensa en que alternó con Luis Miguel Dominguín y Santiago Martín “El Viti” (10.06.72).