Historia de un cartel. Por HORACIO REIBA “ALCALINO”. La encerrona en Nimes de José Tomás
Historia de un cartel. Por HORACIO REIBA “ALCALINO”. La encerrona en Nimes de José Tomás. La del 16 de septiembre en la feria de Nimes era apenas la tercera actuación de José Tomás en 2012.
Inauguraba el de Galapagar la costumbre, sin duda arriesgada, de exponer todo su prestigio en un muy reducido número de corridas al año… A veces una sola.
Esa temporada sólo lo habían visto los públicos de Badajoz (25 de junio) y Huelva (3 de agosto), dos plazas menores en contraste con la importancia del magno coliseo nimeño.
Aunque José Tomás siempre tuvo como norma medir mucho la cantidad de festejos en que se anunciaba.
El punto de quiebre hacia esa estrategia de restricción máxima hay que ubicarlo en la terrible cornada de Aguascalientes (25.04.2010) y su prolongada convalecencia.
Cuando reapareció en Valencia, quince meses y 28 días después (23.07.2011), la decisión estaba tomada.
Su corta campaña de ese año, limitada a nueve corridas, sería la más “larga” de cuantas vinieron después.
Tres en 2012, dos en 2014, una sola en 2015, tres en 2016 y así sucesivamente.
Ni qué decir que cada anuncio de un cartel donde figurara conmocionaba al orbe taurino.
Agotaba el boletaje en cuestión de días.
Suponía una derrama económica sin precedentes en la localidad donde se celebraría el festejo, al movilizar ávidas caravanas de tomasistas nacionales y extranjeros.
Y con ellos una ingente suma de cronistas y reporteros, taurinos o no, incluidos enviados de países enteramente ajenos a la tauromaquia.
Así se fraguo.
Refiere Simón Casas, el organizador de la corrida de Nimes.
Un día cualquiera de aquella primavera del año 12, el músico catalán Salvador Boix lo citó en el madrileño Café Gijón para platicar.
Y en esa plática, el entonces apoderado de José Tomás le planteó el propósito que su maestro tenía de encerrarse con seis toros durante la feria septembrina de Nimes.
Bajo ciertas condiciones, claro está: el empresario no obtendría ningún dividendo.
Los beneficios completos serían para el torero, y por lo tanto, tendría Casas que calcular muy bien sus gastos, y pasárselos al costo a Boix a fin de no perder ni un euro.
Su única ganancia sería la gloria de haber participado en un suceso probablemente histórico.
Lo cual tampoco era seguro: de apuestas supremas y carteles redondísimos está empedrada la senda de las taurinas frustraciones.
¿Por qué eligió José Tomás el horario mañanero para la celebración de un festejo tan especial?
Porque le parecía que son horas de mentes más despejadas y receptivas.
Además de que, según la tradición nimeña, en día de dos corridas la estelar va por delante.
De suerte que la encerrona de José Tomás empezaría a las 11:30 en punto. A pleno sol.
Y así ocurrió.
Tres cuadrillas partieron plaza a los acordes del Toreador de Carmen (Bizet).
Pero al frente se destacaba la magra figura de un solo matador.
Intensamente pálido y enfundado en seda azul-gris pizarra con alamares áureos de cuadrícula mexicana.
Como mexicanos eran los colores de su capote de paseo y parte de la sangre que corría por sus venas.
Sagaz observación de Simón Casas en su libro dedicado al evento.
Dado que en Aguascalientes, el día del gravísimo percance, se le trasfundieron varios litros para mantenerlo con vida.
El saludo fue clamoroso y la expectación desbordaba los ámbitos del milenario y oval anfiteatro cuando anunciaron los clarines la salida del primer toro.
Apoteósico crescendo.
Llegamos al punto más difícil de este relato: intentar narrar lo inenarrable.
Podría empezarse por el balance final: once orejas y un rabo, simbólico éste, puesto que se indultó al cuarto toro del histórico mediodía.
Pero eso significa poco, lo mismo si nos atenemos a la idea que de su oficio tiene José Tomás, si intentásemos reducir a cifras lo inconmensurable.
La corrida, que empezó en tono de celebración, culminaría como colosal catarsis colectiva.
El único sereno, sobre los hombros de los más entusiastas, seguía siendo el torero.
En un ambiente de lo más propicio, con toros que parecían puestos de acuerdo para contribuir a la perpetuación de aquel mediodía auriazul, José Tomás había ido trenzando.
Sin ninguna prisa, a un ritmo cada vez más lentificado y grácil.
Un recorrido puntual por su tauromaquia de por sí morosa y sutil, al par que sencilla, fluente, ceñida y emocionante.
Así transcurrió la lidia de los primeros tres astados, de Victoriano del Río (muy bueno), Jandilla (reservón) y El Pilar (bravo).
A todos los cuales estoqueó con acierto y les cortó las orejas.
Mas cuando asomó “Ingrato”, zaino y bien puesto, el toro número 31 de Parladé (Juan Pedro Domecq).
510 kilos sobre las pezuñas, la corrida dio un vuelco y se elevó hasta alturas abismales.
“Ingrato”, que de salida visitó el callejón provocando la agitación de sus azorados ocupantes, no tardó en revelar una notable fijeza de estilo.
Tras discreta tanda de verónicas del de Galapagar, atacó desde largo a las cabalgaduras.
Sin que costara mayor esfuerzo hacerlo dejar el peto dado su codicioso seguimiento de los engaños.
Como de costumbre, José Tomás limitó al mínimo el castigo en varas.
La transfiguración de José Tomas.
Parte del quite que siguió al segundo puyazo, fijo el toro en los medios: la caleserina de Tomás alcanzaba máximo ajuste y un vuelo magnífico, como su remate, una larga afarolada.
Mas no conforme con eso, con la tela plegada y reducida a su mínima extensión, nuevo cite, y no para dar una brionesa más, sino para ligar a la trincherilla.
Dos insólitos derechazos con el capote, y, por ambos lados, doble remate, todo ello a una mano.
Los sonoros olés fueron seguidos de un rumor sordo.
El tipo de tributo que se le dispensa no ya a lo nunca visto, sino a lo ni siquiera imaginado.
Con el tercio final se abrió la puerta a otro jardín cuajado de maravillas.
Sin brindar y prescindiendo del estoque, el diestro se situó en los medios y citó a “Ingrato” desde largo llevando la muleta en la zurda.
Y ahí, al libre juego de la sarga, fue desgranando la teoría de naturales más sedosa que concebirse pueda.
Series largas, de un ajuste perfecto, de creciente lentitud; y rematadas ya con el pase de pecho, ya con el afarolado seguido del cambiado por bajo, el martinete, el molinete normal o el invertido.
Y si, “Ingrato” repetía tras el remate, se abría ante los ojos de la embriagada multitud una nueva y serpenteante serie de muletazos insólitos.
Cuyo enlace era como una espiral que ascendiera al infinito.
Aquí el relato, la memoria, tienden a desvanecerse y perder piso. Tomás recogió al fin su estoque y bordó, citando de frente, una serie al natural que superaba a las anteriores.
Como entre nubes, la gente empezó a agitar pañuelos blancos.
El presidente concedió el indulto, el diestro, demudado, simuló el volapié a mano limpia, aunque saliera del lance empapada de sangre del morrillo de “Ingrato”.
¿Toro de indulto? ¿Toro de vacas? Nadie se puso de acuerdo y ya poco importaba. En todo caso, su viaje de vuelta por la puerta de toriles, llevado por su presunto matador, representó otro motivo de celebración.
El otro toro “Navegante”.
Tras las jubilosas vueltas al ruedo, con dos orejas traídas del destazadero y un rabo que depositó ceremonioso en la arena.
José Tomás reanudó su memorable tarea con el quinto de la tarde, un noble y claro Garcigrande al que naturalmente desorejó.
Y como cierre, iba a topar con el único ejemplar arisco del reparto, un toro geniudo y probón de Toros de Cortés.
Victoriano del Río bautizó como “Navegante”, homónimo por tanto del de De Santiago causante del percance de Aguascalientes.
A este “Navegante” le impuso José Tomás su voluntad de redondear una tarde sin mácula.
Invadía su terreno con la misma invariable y sosegada decisión de que venía haciendo gala, y lo obligó a obedecer la incitación de la muleta, para terminar gobernando la renuente embestida.
Con toques exactos y muletazos de redondez perfecta, los muslos como incitación y carnada a milímetros de los pitones.
Hasta transformar al áspero burel en inocente cordero.
Faena laboriosa y expuesta, estocada certera y una oreja más a su espuerta. La número once de la apoteósica tarde.
Ya la catarsis se había fundido con el éxtasis. Las piedras del viejo coliseo parecían exudar felicidad. En las apreturas de la salida, miles de radiantes rostros lo certificaban.
Reflexión final.
¿Qué queda hoy de la epifanía taurómaca que se vivió en Nimes la mañana del 16 de septiembre de 2012, con José Tomás como protagonista?
Francia acabó por dar a la tauromaquia rango de patrimonio cultural inmaterial.
¿Y nosotros?
¿Qué hemos hecho, la gente del toro, con un arte capaz de aunar lo casta y bravura, perfección técnica, vocación de grandeza, disposición al sacrificio, creatividad desatada, desborde emocional, irrecuperable sensación de eternidad?.
El toreo actual, la historia toda de la tauromaquia, al cierre de su siglo de oro y al borde del linchamiento social.
¿Conservan algo del significado que experimentaron esas 13 mil almas, el anfiteatro romano a su máxima capacidad, y que van a llevar siempre consigo.
Tales afortunados aparte, ¿hemos sabido reconocerle su dimensión real al toreo?
¿Y descubierto la forma de hacerla durar, fructificar, para que apuntale con firmeza el maltrecho edificio de la tauromaquia nuestra y el singularísimo arte que de él emana?
La respuesta está en el aire. El aire que aún emana de la luminosa mañana nimeña.