Iván Fandiño in memoriam
No me acostumbro a referirme a Iván Fandiño en pasado : lo tengo tan presente, le disfruté como artista y persona de calle que me parece verle en las plazas ecuatorianas o en las de mi país, Colombia,en Acho, o en las españolas. En Latacunga, por ejemplo, le vi en la mañana anterior a la corrida entrenando de salón y lugo con el carretón en la plaza de toros , vacía, bajo un sol de justicia ,solo se oía el trinar de los pájaros y su fiel apoderado haciéndole de toro y ese » eh…….., bien, vamos torito…. Este Iván es incansable; estoy molido, y él como una rosa «, me dijo Néstor García el hombre que mejor conoció a este vizcaíno de orígenes gallegos, tan silencioso, tan para adentro, tan de verdad frente al toro sin importar pueblo grande , plaza chica o de postín. Hablaba con fluidez de toros, de corridas, era respetuoso con sus compañeros de profesión y jamás salió de su boca un vocablo siquiera descompuesto para la tropilla taurina.
Y a tres años. Néstor García expresa condolido : “Vivir del recuerdo, morir de presente”, ha escrito Néstor García en las redes sociales. Su recuerdo permanece imborrable en la memoria de los aficionados.
Fue además un hombre comprometido con la fiesta. Andrea López le convenció para un curso práctico, y él iba con cariño y se transformaba en «La Macarena «, en un gran pedagogo , por cierto, plaza que quería y jamás puso pegas a compañeros, ganaderías o fecha.»Dr Tobón, ud, dirá » le decía siempre a don Santiago.
En Duitama le vi subirse a un caballo para picar y espoleó a su amigo Luis Bolívar para hacerlo. Pocas veces se le dibuja en el ruedo una sonrisa y esa tarde su rostro era de felicidad.
Le respetaba tanto que no se me ocurría entrevistarle y perturbar ese estado de trance en que se sumía al llegar al patio de cuadrillas: en sus manos, el capote de paseo asido por la esclavina, la cabeza recostada en el esternón,sus ojos que caían sobre el piso, impecablemente vestido de torero y su figura compuesta.
Vivía como un monje en Guadalajara , alejado del mundanal ruido » con sus cosas » . Se casó con una dama ecuatoriana y queda una hijita que ya sabe que su padre fue un grande.
Pero un día la muerte tocó a su puerta y este hombre que tenía mucho que ofrecer a la vida, a los suyos, al toreo , partió. Se fue en volandas pues un toro en Francia le infirió una cornada mortal. Fue en Francia un 17 de junio hace tres años.Era el tercer toro de la tarde en la plaza de Aire Sur L’adour, al suroeste del país galo. Cuando intentaba hacer un quite a su compañero Juan del álamo, «Provechito» embestía a Iván Fandiño. El matador conseguía levantarse, pero un tropiezo fatal con el capote acababa facilitando la cornada por el costado derecho.
Fueron 15 centímetros que afectaron a pulmón, hígado y riñón. Fandiño llegaba consciente a la enfermería, pero crítico. Ya en el trayecto hasta el hospital sufrió dos paradas cardíacas. Al centro hospitalario llegaba clínicamente muerto.
En Mont de Marsan le velaron toda la noche sus familiares y compañeros de cuadrilla. Se llevaron el cadáver hasta Orduña, su tierra natal. Allí, la noticia de la muerte del torero vasco desató una gran consternación.
Una crónica de mi entrañable compañera Rosario Pérez refleja lo que todos sentimos al conocer la noticia, ella en Madrid, el torero en Francia, yo en Bogotá :
«Un toro mata a Iván Fandiño en Aire Sur L’Adour». No podía creerlo; hay días que aún no me lo creo. Temblorosa, llamé a mi compañero Arruego, que había publicado la noticia en Mundotoro: «Josemi, dime que es mentira». «No, Charo, es verdad». Esa sala de prensa de Las Ventas, donde recibimos aquella cruda realidad que nunca hubiésemos querido publicar, se convirtió en una fría habitación de hospital donde el médico te da la noticia que nunca quieres escuchar. Periodísticamente, para mí que el periodismo es religión, creo que no estuve a la altura: me derrumbé. Llamé a mi periódico sin apenas poder articular palabra, la jefa de Cultura me pedía que me calmara, que no me entendía. Y dije que no estaba preparada para la muerte, pero que Iván Fandiño merecía una portada, por su historia de vida y su muerte de héroe. Sabía que los toreros podían morir, ya lo habíamos vivido recientemente con Víctor Barrio, pero quería creer que ya no moriría nadie más.
Mi primer pensamiento fue para el apoderado, Néstor García. Incrédula aún, como ida, salí de la sala de prensa, subí por la bocana del «1» hasta el tendido y lo llamé. Su dolor traspasaba el teléfono, con un llanto desgarrador. Ahí supe que era verdad aquello que quería que fuese una pesadilla.