Jaime Ostos murió en la casa del Gitano en Bogotá. Se fue a dormir y ya no despertó. Los restos del maestro a España
El maestro Jaime Ostos quien murió en Bogotá en la casa de Gitanillo de América, pasó los últimos días acompañado del torero colombiano y su esposa doña Ivette Uia estuvieron en Cartagena y disfrutaron del caribe colombiano » dos gocetas» y amenos de distinta generación de toreros de a pie que se hicieron amigos hace varios años.
Este medio día el coche fúnebre con los restos del maestro de Ecija partieron hacia el aeropuerto El Dorado y esta tarde rumbo a España a donde llegará el féretro este lunes. Gitanillo de América no ha desamparado un solo instante a la viuda que hizo el viaje con el torero a Colombia
El Gitano y su señora esposa lo recibieron, lo acompañaron pero nadie podía esperar que se fuera a la cama y ya no despertaría el hombre que murió dos veces ,encaró la tragedia con humor y hasta » hablé con San Pedro allá «.
Un recuerdo memorioso en ABC
También trató a Hemingway.
—Hablé mucho con él. Me dijo que se hubiera sentido un hombre completo si hubiera salido a hombros por la Puerta del Príncipe. Otra vez, en Pamplona, me contó que iba a correr el encierro y acabó yéndose a beber una botella de vino… Sentía debilidad por Ordóñez.
—Llevaba una formidable cuadrilla: los banderilleros El Vito, Luis González y Pepe Blanco; los picadores Curro Toro y Cipriano Velázquez.
—Presumo de haber llevado la mejor cuadrilla de la historia del toreo, unos fenómenos. Cuando, en el grupo especial de matadores, se les pagaba 7.500 pesetas, yo les daba 10.000. El que menos tiempo estuvo conmigo fueron 23 temporadas.
—Toda la temporada de 1960 viajó con ustedes Jean Cau, que había sido secretario de Jean-Paul Sartre, y escribió ‘Las orejas y el rabo’.
—Era una persona muy inteligente. Quería averiguar qué clase de gente éramos los toreros. Llegó a decirme: «¡Qué buen pintor hubieras sido tú si, en vez de capote y muleta, te hubieras dedicado a los pinceles!»«Los políticos no pueden poner cortapisas al arte de torear ni a ningún arte»
—Sufrió una gravísima cornada en Tarazona de Aragón, el 17 de julio de 1963. Tituló ABC: ‘El diestro perdió más de cinco litros de sangre. Antes de ser operado, a vida o muerte, recibió los últimos sacramentos’.
—No se puede luchar contra el destino. Habíamos toreado en Barcelona y don Pedro Balañá me dijo: «¿Estás libre el sábado?» Le dije que sí y nos fuimos a Tarazona. Él nunca firmaba un contrato. Miraba los tendidos y, según el público que hubiera, te pagaba. Esa tarde, se acabó el papel: en una plaza de 5.000 personas, cobré 350.000 pesetas.
—¿Por qué le cogió el toro?
—Al citar al natural, el fuerte viento me levantó la muleta, me dejó al descubierto. El toro me metió el cuerno por debajo. Fue una cornada en seco, en el bajo vientre.«He sufrido 25 cornadas, dos veces me han dado la extremaunción, pero ser torero me hizo persona, me permitió ayudar a los demás y que la gente me recuerde con respeto»
—Ángel Peralta intentó detener la salida de la sangre con una sábana. Doscientas personas hicieron cola delante de la enfermería para donar sangre. Leo: «Su tensión llegó a ser de 1’8».
—Yo oía a través de la puerta de mi habitación la conversación de los médicos, que no me daban esperanzas de vida… Cuando empecé a mejorar, tenía un noventa por ciento de posibilidades de perder la pierna. Fue muy fuerte.
—¿Qué es lo que más recuerda de ese percance?
—Tanta gente ofreciéndome su sangre, tanto cariño. Cuando fui a Zaragoza a dar las gracias a la Virgen, en la plaza del Pilar se formó una verdadera manifestación.
—Luis Marquina, el hijo de don Eduardo, el poeta, filmó un documental sobre ese drama, ‘Valiente’, con una estructura parecida a la de ‘Ciudadano Kane’.
—La película refleja fielmente la realidad. Yo tenía ya muchas cornadas: todas se habían curado en un período de treinta días; ésta duró un año largo. En la primera corrida que toreé, después del percance, me fui al mismo sitio de la plaza y realicé la misma suerte.
—Fue un verdadero as de espadas.
Jamás usé la espada de mentira, ni en los tentaderos. Una vez, en El Puerto, sufrí una herida en un dedo y Antonio Ordóñez me dio su espada de madera. En el primer muletazo, el toro, en un derrote, lo rompió: yo no sabía usarla, no estaba acostumbrado.«Nunca he pertenecido a ningún partido político, no he distinguido a la gente por su dinero: lo mismo me da si calzan alpargatas o zapatos de charol»