La incisiva mirada de Antonio Lorca sobre el estado de la fiesta…La afición a los toros está como noqueada, sonámbula, desorientada… (y todos saben por qué)
Hoy por hoy, es muy recomendable vivir la afición a los toros en soledad; mejor así. En cuanto compartes sensaciones con algún vecino de localidad, te asalta el desánimo, cuando no el pesimismo.
Sin duda alguna, el sorprendente cierre de Canal Toros ha dejado a todos con la boca abierta y el corazón encogido. A los aficionados se les ha cambiado el semblante cuando, de la noche a la mañana, han perdido la oportunidad de contemplar las ferias más importantes desde el salón de casa, y la opción de Mundotoro TV sigue siendo una nebulosa que no acaba de ofrecer una programación ilusionante.MÁS INFORMACIÓN
Pero no es solo eso. Es el ambiente que se respira tras conocerse los carteles de la Feria de Abril, la de San Isidro y el balance de las recientes Fallas. Más de lo mismo, combinaciones de hace 10 o 20 años, las ganaderías de siempre, tardes de medias entradas valencianas, y solo un nombre, Roca Rey, —un torero heroico, con un mérito extraordinario— que atrae la atención y sobre cuyos hombros ha caído el peso inhumano de mantener el interés de este espectáculo.
Ha influido, también, la polémica decisión de la empresa de Las Ventas de subir abusivamente los precios de las entradas sueltas para que solo pueda acudir el público muy adinerado y no aquellos aficionados que alquilaban un autobús en un pueblo lejano y pasaban el fin de semana en Madrid para matar el gusanillo de su incurable enfermedad taurina.
¿Qué papel le ha asignado la tauromaquia moderna al toro, protagonista indiscutible de la fiesta?
Ha influido que esta fiesta se ha tornado muy previsible, los toreros y los toros que se anuncian están muy vistos, han desaparecido las gestas, y todos —empresario y toreros— prefieren su zona de confort.
Ha influido la extraña situación de los equipos presidenciales; la laxitud de muchos palcos, el vasto desconocimiento de otros, el triunfalismo o el apego al poder de los demás y el variado desatino reglamentario que los desconcierta a todos.
Ha influido este sector taurino, rancio, inmovilista, egoísta y cobarde… Desde las grandes empresas de Madrid y Sevilla, que debieran ser referentes, rompedoras, líderes de una revolución, y que se limitan a hacer lo de siempre, a sabiendas de que los resultados no serán diferentes. Y lo que es peor: saben que su gestión no garantiza el futuro.
Desde los influyentes gestores a los banderilleros, picadores y mozos de espada, dispuestos antes a perder el trabajo que a aceptar cambios que les garantice el porvenir. Pocos colectivos más inmovilistas que el de los subalternos, asidos a un convenio colectivo que es una amenaza más que una tabla salvadora porque la realidad exige cambios sustanciales —las cuentas no salen— a los que ellos se niegan, y que, al final, son imprescindible para que muchos festejos se puedan celebrar.
De los subalternos a las figuras, inamovibles en su pedestal, abrigadas la mayoría al calor de casas influyentes, que les diseñan cómodas hojas de ruta —ferias, toros, compañeros, fechas y horas— que no tienen otro objetivo que su bolsillo, y transitan al margen del interés de la minoritaria afición que queda.
Porque todos ellos —el sector en pleno— son uno de los grandes responsables de que los aficionados de verdad quepan en un autobús, cansados de que se gestione al margen de sus gustos y necesidades; y que prevalezca en quienes viven del toro el afán preferente de recoger las migajas de un espectáculo que, se quiera ver o no, está en decadencia.
Y lo está —alguna vez habrá que quitarse definitivamente la venda de los ojos— no solo porque los tiempos cambian a velocidad de vértigo, sino porque la tauromaquia en pleno se ha mostrado siempre incapaz de contrarrestar las embestidas de los variados y peligrosos enemigos y adaptarse a la modernidad, que no es otra que acometer una revolución basada en la pureza, la ortodoxia y el respeto a la integridad del toro.
¡El toro…! ¿Qué papel le han asignado los taurinos actuales al protagonista indiscutible de la fiesta? Hoy podría afirmarse sin temor a error que el animal poderoso, altivo, fiero, armonioso y vibrante que ha debido ser siempre el toro de lidia, no existe. Lo que suele aparecer por chiqueros es otra historia, un sucedáneo, y, a veces, una caricatura.
La afición a los toros, como el amor, hay que avivarla cada día; y son los taurinos los llamados a ofrecer motivos constantes para la esperanza.
El pasado día 25, Telemadrid retransmitió una corrida benéfica desde Navalcarnero. ¿Alguien se planteó si ese espectáculo, taurinamente indigno, merecía ocupar la pequeña pantalla?
El pasado 16 de marzo, con motivo de la quinta corrida de Fallas —Castella, Manzanares y Talavante en el cartel—, Vicente Sobrino escribía lo siguiente: “Llegaron las figuras y llegó el medio toro, tanto de forma como de fondo. Toros diseñados para el toreo moderno, que no molestan, que colaboran sin poner condiciones, que tienen resuello muy justo. Que son, en definitiva, amigos para siempre”.
Y en el desánimo del aficionado moderno influye también, cómo no, una clase periodística generalmente paniaguada, al servicio vergonzoso del sistema, que vela más por los intereses de ganaderos, empresarios y toreros que por la grandeza de la fiesta; que sueña con ser taurina antes que defensora de la integridad del espectáculo, y que oculta las miserias del sector como una forma cobarde y errónea de contribuir a su permanencia.
Todos, taurinos, aficionados y público accidental, son conscientes de esta realidad, pero pocos son quienes levantan su voz con energía para defender la tauromaquia y trabajar por su futuro.
Por eso, a nadie extraña que quienes, a pesar de todo, pasan por taquilla se sientan cansados, desilusionados y hartos de tanto desafuero.
La afición a los toros, como el amor, hay que avivarla cada día; son los taurinos los llamados a ofrecer motivos constantes para la ilusión, para exigir al poder que respete la ley y trabajar para que la emoción no desaparezca de las plazas de toros.
Pero la fiesta deambula sola, sin un rumbo concreto, y ese es un mal camino.
Que nadie se extrañe, en fin, de que la temporada 2023 comience sin el semblante risueño que merece un espectáculo que nació para ser grandioso.