La mirada critica de Alcalino a San Isidro
La isidrada del cuarto de siglo discurre pesadamente, con una puerta grande de la que ya
nadie se acuerda, orejas, pocas y de valor levemente testimonial, y la confirmación –más
grave todavía– de que la cabaña brava, que iba decididamente al alza, sigue sin reponerse
del parón de la pandemia, con abrumador predominio de encierros insulsos y el toro
cabalmente bravo como excepción. Y sin embargo…
Fortes y Morante. Y sin embargo, relámpagos en mitad del tedio, dos instantes cuya
luminosidad contribuyó, por contraste, a opacar todo lo demás. Dos instantes alumbrados
por sendas obras imperecederas, más cantada la de Morante porque “Seminarista”, de
Garcigrande, tuvo noble continuidad en sus embestidas, y porque la expresión y el aroma
que emanan del toreo del de Puebla del Río difícilmente encontrará parangón, en esta
época o en cualquier otra.
Pero no desmerece en absoluto la pureza con la que Saúl Jiménez Fortes rindió honor al
arte de torear ante dos toros de Araúz de Robles sin nada de particular en su
comportamiento y estilo, transformados en colaboradores del sobrio artista malagueño a
fuerza de colocación, asentamiento total de las plantas y un temple sencillamente
extraordinario para girar y ligar en un palmo de terreno aquel par de faenas henchidas de
belleza y pletóricas de verdad.
Morante y Fortes. Poesía pura, constatación de que torear es tener un misterio que decir
–Rafael El Gallo dixit–, una fuerza del espíritu –para Juan Belmonte— y un arte tan culto
–¿verdad, Federico García?– que solamente puede condenarlo y cancelarlo la estulticia de
un siglo rendido a la compulsión del redismo (anti)social, y a los embutes y embustes de la
IA, que tanto nos está costando y más caro aun ha de costarle a este devastado,
deshumanizado y destaurinizado mundo nuestro.
Isaac y “Brigadier”. El 12 de octubre de 2023, Isaac Fonseca tropezó en Las Ventas con un
toro de triunfo –“Bolero”, de Victoriano del Río—y sin embargo la ovación final fue para
aquel ejemplar magnífico, no para el torero que no había podido estar a su altura.
Interrogado sobre el particular, el moreliano no buscó excusas. Admitió el hecho y
prometió analizar cuidadosamente lo sucedido. Porque, dijo, un torero joven debe estar
dispuesto a convertir en buenas las malas experiencias.
Este 14 de mayo, miércoles, Isaac se encontró con una mole de 667 kilos, sexto de la
quinta de abono, un hermosísimo y astifino colorado de Pedraza de Yeltes. Que iba a
propiciar, además, la lidia más completa vista hasta hoy. Para que lo picara Borja Lorente
–tres puyazos modélicos–, el mexicano puso a “Brigadier” bien lejos del caballo, y desde
largo embistió el bicorne con prontitud, estilo y fijeza maravillosos. La lidia toda fue una
sucesión de aciertos por parte del matador y su cuadrilla –precioso segundo tercio, a
cargo de Juan Carlos Rey y Tito los pares y de Raúl Ruiz las puestas en suerte–. Brindis al
público y, en los mismos medios, Fonseca de hinojos y “Brigadier” acudiendo a la
incitación de engaño y voz con tanta alegría como nobleza. No fue el de Pedraza toro de
muchas embestidas, pero las que tuvo fueron de una clase extraordinaria, y a su temple, a
su ritmo lento y profundo, supo corresponder Isaac con temple y profundidad ejemplares,
hundido en la arena, lentos y acompasados los trazos de una muleta siempre a rastras,
tapado casi su físico menudo y liviano por el corpachón imponente del castaño. Y todo sin
una vacilación, sin el mínimo tropiezo. Y pasándose los pitones a una distancia de infarto.
Del pinchazo en lo alto salió el de Morelia con la cara manchada de sangre. Y del
entregado estoconazo final con el público en pie y los pañuelos en la mano. Oreja y triunfo
de ley, dentro de un ciclo donde los apéndices han caído a cuentagotas y a regañadientes.
Dos tipos de cuidado. El cartel de ese día era de los medianos, con Román en plan de
jabato según costumbre y otro tanto el venezolano Jesús Enrique Colombo, que mató de
formidable volapié al tercero de la corrida más voluminosa de la feria. Premiados ambos
con la vuelta al anillo.
Pero hablando de valor desnudo y seco delante de astados que al trapío descomunal
aunaban un inquietante manejo de las bien arboladas testas, ahí –en la línea de
fuego—estuvieron y se mantuvieron en emocionantes refriegas Diego San Román, de
Querétaro, con el sexto de una corrida elefantiásica y dura de Fuente Ymbro, y el
colombiano Juan de Castilla con un marrajo de Dolores Aguirre que nada más empezar su
faena, en una colada terrible, le había pegado una cornada en el muslo y un puntazo en el
pene. A las acometidas calamocheras y al bulto les plantó cara el mexicano a corazón
abierto y con la muleta en la zurda. Y fue capaz de ligarle naturales no largos ni limpios
pero con las plantas muy quietas y el mando firme. Más o menos como el de Colombia, ya
herido, con la muleta en la diestra, pues si el de Fuente Ymbro era intocable por ese lado,
el de Aguirre lo fue por el pitón izquierdo. Dos gestas de dos toreros sin padrinazgos
empresariales ni prensa adicta que el público sede Madrid, tan voluble y disparejo como
es usual, dejó pasar de largo sin premiar con la suya la sincera entrega de ambos diestros
procedentes de dos países donde la fiesta de toros está amenazada de muerte.
Y una seria promesa novilleril. Una oreja que sí tendría que pesar se la llevó Aarón Palacio
de un buen novillo de Alcurrucén. Con decir que por la manera de expresarse con todo el
cuerpo pero sobre todo la cintura y las muñecas me recordó a Paco Camino creo haber
dicho todo. Y me recordó al de Camas incluso en la hermosa suerte del volapié. También
llamó la atención la intuición y apuntes de clase, sin utreros a modo ni mucho menos, del
novillero portugués Tomás Bastos. Demostración de que el llamado del toreo no cesa a
menos que la policía moral lo condene, maniate y acribille.
Ya veremos qué nos depara el tramo final de este San isidro tan desabrido en general
como memorable en sus momentos cruciales. La aparente contradicción que siempre
formó parte indisociable de la serie de festejos taurinos más importante del año.