La tauromaquia le rinde su tributo al maestro Botero uno de los grandes defensores de este arte sublime. Los toros existirán siempre, porque forman parte de la cultura española y universal, sentenció
Hemos contado esa cercanía del maestro Botero a la tauromaquia. Bueno , más que cercanías es que es uno de los nuestros, es parte insustituible de nuestro ser, de nuestras raíces. Jamás ocultó su pasión por los toros, él que quiso ser torero.
– La de Fernando Botero es la historia de un joven aprendiz de matador que un día, tras mirar a los ojos de un becerro en el ruedo, descubrió que era mejor manejando las acuarelas que el capote.
Seis décadas después, unas 140 pinturas al óleo y 35 dibujos del artista colombiano dan forma al libro «Tauromaquia, pinturas y obras sobre papel», una recopilación única que ofrece una visión completa del tema más icónico de Botero, y que el artista presentó el jueves en la Sociedad de las Américas de Nueva York.
Botero (Medellín, 1932) no ha dejado nunca de ser un apasionado por el mundo de los toros. De adolescente, su admiración por el pintor y cartelista mexicano Carlos Ruano Llopis le animó a comenzar a realizar pequeñas acuarelas taurinas. Y desde entonces, no pocas de sus creaciones giran en torno a esta temática.
El artista confía que la tauromaquia contiene elementos mágicos para un creador: colores vívidos, movimientos dinámicos, espectáculo, violencia y belleza. Elementos como el traje de luces, el ruedo con su barrera, la arena o el público de la plaza de toros.
No obstante, no es ajeno a la controversia que despierta la tauromaquia, pero defiende su valor artístico y cultural. Para el de Medellín, los toros son arte y una parte de la cultura española y seguirán vigentes porque «el arte no puede desaparecer», declaró….
Colombia celebra todos los días, en silencio y agradecida, que el sobrino de un tal Joaquín fracasara como torero en el lejano año de 1944, en la escuela de tauromaquia de la plaza La Macarena, de Medellín. Festejan a solas los vanos esfuerzos de un famoso banderillero llamado Aranguito por enseñarle al joven cómo ponerse delante de un toro. La alegría de los colombianos se debe a que el señor Joaquín, empeñado en que su pariente vistiera el traje de luces, era el tío de Fernando Botero.
El muchacho, que tenía 12 años, había abandonado repentinamente su vocación original de bombero y quería lanzarse al ruedo a conquistar la fama, el dinero y la inmortalidad. Su tío y tutor le gestionó los estudios en La Macarena, pero por lo que dice la leyenda el aspirante a matador miró con fijeza los ojos de un becerro y decidió que sería mejor, más poético y menos riesgoso pintar la fuerza y atrapar el color y la emoción de aquellas batallas en la arena.
Cuatro años después, saltó a su ruedo real y definitivo y abrió la primera exposición de su vida en Medellín, la ciudad donde nació y en la que había soñado apagar fuegos, salvar personas y lidiar con los toros.
La alegría de los colombianos por la frustración de Botero como matador se comparte plenamente en América Latina, España y en el mundo entero porque la obra plástica del artista de Medellín es ahora universal y sus cuadros, sus dibujos y sus esculturas conmocionan y asombran en cualquier punto del planeta Tierra.
La tauromaquia es, sin embargo, uno de los temas que ha arrastrado en sus largas jornadas de trabajo diario y es uno de los asuntos a los que vuelve siempre.
Cuando presentó en Nueva York una muestra de 140 óleos y 35 dibujos sobre la fiesta brava que ha realizado en sus más de 50 años de carrera, Botero dijo que esos trabajos salieron de su amor puro hacia los toros.
Aseguró que la tauromaquia hace la vida fácil al pintor porque «es una actividad que ya de por sí tiene mucho color. El traje de luces del matador, la arena, la barrera, el público. Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura». Es algo que también implica drama, explicó el pintor, y el drama le da una dimensión más allá a la obra.
Es cierto que los toros están en los orígenes de Botero como artista y como ser humano y que a menudo irrumpen en sus estudios de Italia, de México, Mónaco, París o Medellín, pero su obra monumental no se hace de cárceles y temas fijos. El colombiano es alguien comprometido con la vida de sus contemporáneos y con la autenticidad del arte de todos los tiempos.
Su renombre alcanzó su momento cumbre, después de viajes por media Europa y de estancias reveladoras en México y Estados Unidos, debido a que el artista encontró un sistema individual de valores en el volumen exagerado y armonioso de todo lo que pinta o esculpe. En el descubrimiento de una naturaleza especial que ha estado siempre bajo el sol y la luna y que Botero tuvo la visión de ver y de hacerla ver con unos trazos de su pincel y con un poco más de materia para sus figuras.
Los seres humanos, los animales, todo lo que tocan el talento y el oficio de Botero, están concebidos por una controvertida estética de la gordura, de la corpulencia o de la obesidad que deben de haber estremecido al poeta José Lezama Lima, un habanero que vivió y murió convencido de que la única perfección posible era la del cero en su plena redondez porque es una proposición visual del infinito.
Botero infla con un aire perverso la realidad que atrapa en sus cuadros y en sus esculturas. Los hace feos y deformes si se observan desde la normalidad y la tradición. Lo que pasa es que el oficio del artista y su dominio técnico, su sensibilidad, le otorgan a sus obras una nueva forma de belleza y un tamaño donde la crítica a la sociedad se hace con cuchillos más grandes y con bisturís terribles por su empaque de bates de béisbol.
En esas escenas descomunales se derrama también un humor que no puede medirse en centímetros ni pesarse en adarmes. Y las historias que se cuentan, porque se cuentan historias, suelen tener muchos caminos y diversos finales.
Los que saben de influencias y esos detalles que persiguen a los artistas, dicen que el colombiano, un autodidacta con carnet de identidad, tiene mucho que ver con la pintura colonial y popular que se hizo en su país en el siglo XIX, con Italia, los muralistas mexicanos y con los más importantes pintores del barroco español, especialmente con Goya.
Botero se siente el «más colombiano de los pintores colombianos» a pesar de que ha vivido y vive fuera de su país la mayor parte de su vida. Pero su país y América Latina han estado siempre en su memoria y en su obra. Las esencias de aquella región se perciben en cualquiera de los temas que relucen en sus lienzos, sus bronces y sus mármoles. Esa huella se asoma en sus naturalezas muertas, su visión del circo, la religión o el erotismo.